28.1. Sentimientos cruzados
Hello - Adele
«Una ventisca helada removió mi cabello, obligándome a abrir los ojos. Sin embargo, cuando lo hice me percaté de la intensa oscuridad que había a mi alrededor.
Todo era negro, oscuro, sin ningún rastro de luz más allá que mi colorido cuerpo. Veía mis manos, mis pies, mi cuerpo entero estaba a color, como si dentro de mí tuviera incrustada una luz que no fuera afectada por la inmensa oscuridad de mi entorno.
No había arriba o abajo, adelante o atrás, solo oscuridad. Sentía mis pies firmes sobre una superficie plana y deslizante, pero decir si estaba al revés o no era demasiado.
Me quedé quieta, sin moverme ni caminar; no quería adentrarme en aquella penumbra sola y sin nada que me indicara una dirección, así que solo permanecí como mueble en mi lugar.
—Todos tienen un lado bueno. —Se escuchó una voz femenina que recorrió la estancia como un eco, sin provenir de ninguna parte en específico—. Por muy pequeño que sea, existe. Encuéntralo, encuentra ese gris que encaja perfecto en su corazón, y salva la bondad que queda dentro de él.
Me giré, en busca de la propietaria de la voz, pero no vi nada diferente al negro. Volví a moverme hacia otra dirección, y luego hacia otra, guiando mis ojos a todo lo que mi visión me permitió, pero no obtuve resultados.
—¿Quién anda ahí? ¿A qué se refiere?
Me detuve en cuento vi una luz lejana a mí, roja viva, como una llama flotante. Entrecerré los ojos para verla mejor, pero me era imposible saber si cerca de ella había algo más. Entonces, sentí un aire gélido en mi nuca.
Justo cuando di la vuelta para averiguar la procedencia de la sensación, me topé tan de repente y de frente con un par de ojos rojos, que contuve la respiración por impulso.
Eran los ojos de Kirok.»
Me senté de golpe en la cama, agitada y sudorosa. Respiraba con pesadez, producto del final tan abrupto del sueño, y mi visión nublaba me impedía notar un detalle importante en mi habitación, algo que no debería estar ahí.
—¿Estás bien? —preguntó Andrew, recostado en mi armario y de brazos cruzados, mientras me observaba con detenimiento. Se veía molesto, más de lo normal, a tal grado que de no ser por mi forma de despertar de seguro me gritaría por quién sabe qué.
Parpadeé varias veces.
—Lo estoy, solo tuve un mal sueño.
—¿Una pesadilla? —inquirió, con un leve aire intuitivo.
Negué lentamente con la cabeza.
—No estoy segura. Hace mucho tiempo que no tengo pesadillas. Desde... desde que apareció mi Arma Divina por primera vez los recuerdos de Atenea se fueron. Solo fue... un mal sueño. —Enfoqué mis ojos en él, confirmando mis sospechas de que estaba enfadado—. ¿Te ocurre algo? ¿Por qué estás en mi habitación?
Resopló.
—¿Que si me ocurre algo? —repitió con ironía, mientras entrecerraba los ojos como si fuera un completo insulto mi desconocimiento de su humor—. ¿Te parece poco haber dormido toda la noche en el frio y sucio suelo con no más que una manta y una almohada porque tú no fuiste capaz de acomodarme en un lugar decente?
Quizá debía seguir durmiendo, así al menos me evitaba sus regaños matutinos.
—Lo siento mucho, Andrew, en serio, perdóname. Pero no tenía cómo acomodarte mejor, pesas mucho, y mi fuerza no era suficiente. No tuve otra opción.
—¿Intentaste con magia? Sí recuerdas que eres una diosa, ¿cierto? ¿Cómo es que no pudiste solucionarlo?
Mi rostro delató mi completa ignorancia respecto a ello. Aun no terminaba de acostumbrarme a la idea de que la magia podía solucionarme algunas cosas.
Él soltó un respiro de resignación, entendiendo por mi expresión que no, no intenté con magia, y ni siquiera lo pensé.
Me aclaré la garganta, dispuesta a cambiar de tema.
—¿Cómo te sientes? Ayer te veías cansado por el exceso de magia, ¿ya estás mejor?
Pasó los ojos a la ventana de mi cuarto, donde la luz del sol que entraba por ahí le iluminaba el rostro resaltando su cabello ámbar. Era un linda mañana, un bonito día de otoño, pero dudaba mucho que Andrew estuviera admirando aquella belleza.
—Estoy bien —respondió cortante, pero al notar mi rostro exigiéndole más precisión agregó—: No tienes de qué preocuparte, en serio me siento bien. Solo tenía que dormir.
—Andrew, si no estás seguro o no te sientes completamente bien, dímelo, descansaremos hasta que te recuperes.
Enarcó una ceja, dudoso, como si conociera la verdad tras esas palabras y quisiera sacarla a la luz. La intensidad de sus ojos oscuros paralizó mi cuerpo por una fracción de segundo; tenía que comprarle gafas de sol, así sería más fácil.
—Lo que en verdad quieres es hacer tiempo, no quieres enfrentarte a los demás ¿verdad? Por eso lo dices, porque no sabes qué decirles ni cómo se lo tomarán.
Cada vez me asustaba más su forma de leer a las personas.
—En serio me preocupa tu salud, si eso contradice tu explicación. —Me senté en el borde de la cama, luego de despejar mi cuerpo de mis mantas, y lo miré a los ojos para demostrarle sinceridad—. No es que no quiera reunirme con ellos, es solo que me preocupa su reacción. Nos fuimos sin decir nada, técnicamente nos escapamos, y volveremos después de un día entero a tratar de explicar nuestra ausencia. Perdóname si no sé qué decirles, pero mi cabeza sigue confundida.
Me sostuvo la mirada, pensando en su próxima opción, meditando sus acciones. Él era de pocas palabras, pero sabía que por dentro pensaba en cosas que yo ni me imaginaba, demasiado para un cerebro común.
—Pues te recomiendo que lo vayas pensando, nos iremos en una hora. —Se enderezó y dirigió a la puerta de mi habitación.
—Todavía no me has dicho por qué estás en mi cuarto, viéndome dormir... Ya no me tienes que vigilar como antes, lo sabes, ¿cierto?
Se frenó, y por encima del hombro mientras abría la puerta, respondió con suficiencia:
—No te vi dormir, entré hace unos minutos. Y créeme que todavía la necesitas. Solo vine a decirte que tus padres despertaron.
Eso llamó mi completa atención. Mi corazón saltó de alegría.
—¿Los viste? ¿Hablaste con ellos? —inquirí.
—No, los escuché hablar, no han salido de su habitación. Deberías ir a verlos por ti misma.
Y luego salió de mi cuarto como si esa fuera su casa. Pensaba que con lo que dijo el día anterior se comportaría más amigable, o al menos sin tanta frialdad. Pero no, seguía siendo el mismo Andrew indiferente, quizá todavía le afectaba la ilusión en la niebla.
Me levanté de la cama, y luego de ponerme mis zapatillas deportivas salí de mi cuarto rumbo a la habitación de mis padres.
Quería que estuvieran bien, lo necesitada, de lo contrario no me podría ir tranquila. Sin embargo, todavía no sabía cómo iba a hacer para despedirme de ellos. La primera vez fue tan súbito que apenas me despedí correctamente de mi madre, estaba muy preocupada por alcanzar el camper como para pensar en otra cosa. Pero ahora, luego de casi dos meses sin vernos ni hablar con ellos como debía ser, no estaba segura si despedirme fuera una opción.
Cuando llegué a la puerta de su habitación, Cody la cerraba tras él sin hacer ruido. Sus ojos ambarinos como los míos me observaron con seriedad, más de la que un niño debía ser capaz de proyectar; su cabello estaba perfectamente peinado, y junto con su ropa impecable generaban una presentación agradable.
—¿Cómo están? ¿Están despiertos? ¿El elixir funcionó? ¿Te preguntaron por mí? ¿Saben lo que les ocurrió? ¿Qué recuerdan exactamente? —Pero él no respondía—. Por amor a los dioses, Cody, dime algo.
—Tranquilízate, ellos están bien —respondió sereno. Solté el aire que mis pulmones contenían, aliviada en parte, y me dispuse a entrar a la habitación; no obstante, Cody me impidió el paso—. No puedes verlos, aún no despiertan del todo y si te ven se te complicaran las cosas ¿verdad? Confía en mí, Ailyn, yo los cuidaré bien.
Fruncí el entrecejo levemente.
—Pero tengo que verlos, tengo que comprobar con mis propios ojos que el elixir funcionó y que ya no corren peligro —espeté, en tono alto.
Mi hermano hizo la señal de silencio para que bajara la voz.
—Ailyn, no. No te dejaré verlos, no les hará ningún bien a ninguno de los tres. Solo cree en mi palabra, están bien, y me encargaré de que sigan así. Tienes poco tiempo, y hablar con ellos no cambiará nada.
—Cody... —No estaba segura si era suplica o advertencia, pero el mensaje era el mismo—: Déjame verlos, no te estoy pidiendo permiso, soy tu hermana mayor y...
—Y como el menor es mi trabajo asegurarme de su seguridad cuando no estás —me interrumpió—. Si hablas con ellos eso afectará los próximos días de tu ausencia. Además, ¿qué les dirás? ¿Todas las veces que casi te mueres?, ¿o todos los enemigos que tienes pisándote los talones? Ailyn, es una mala idea.
Buen punto, no sabía qué decirles, ni cómo actuar frente a ellos. Después de todo, fue mi culpa que eso les ocurriera. Y, aun así, sabiendo que no debía verlos o hablar con ellos porque los preocuparía y yo misma caería en la tentación de no querer dejar mi hogar de nuevo, tan solo pedía abrazarlos.
—Solo... solo diles que estuve aquí y que los amo, que todo está bien y muy pronto regresaré. Dile a mamá que trate de no aceptar turnos nocturnos, y a papá que no salga tan tarde de la universidad. —Lo miré a los ojos, tratando de contener las lágrimas mientras pensaba en lo quería que supieran—. Y también diles... diles que estoy bien, que no deben preocuparse por nada.
Cody sonrió con calidez, como si entendiera todo lo que sentía en ese momento, pero mis palabras no expresaban, y asintió.
—Lo haré, puedes estar segura de que lo sabrán. —Señaló el pasillo con la cabeza—. En la cocina está el desayuno, no tienes que darme las gracias por preparárselos. En cuanto terminen tomen una ducha, apestan a bruja. Luego deberán irse, se les hace tarde ¿no? Yo me encargaré del resto por aquí, puedes estar tranquila, Ailyn, ellos estarán como siempre, lo prometo.
Lo observé por unos segundos, pensando en si debería abrazarlo o no, pero lo descarté ya que a él no le agradaban esas muestras de efecto fraternal. Era un buen chico, y lo quería más de lo que nunca le diría.
—Gracias.
Él sonrió con satisfacción en respuesta, pero no pude evitar pensar que algo sabía que no me quería decir.
Me di vuelta, sin mirar hacia atrás, y caminé hasta la cocina, donde Andrew permanecía en la mesa comiendo lo que Cody preparó. Se veía concentrado en la comida, pero en realidad estaba pensando en lo que nos pasó en Salem. Lo sabía por su expresión de preocupación, que aunque intentara evitar era evidente.
Me senté frente a él, dispuesta a llenar mi estómago con cereales. Al menos Cody y yo teníamos la misma habilidad nula para la cocina. Pero Andrew no pareció percatarse de mi presencia, o no le importó.
—¿En qué tanto piensas? —indagué.
Parpadeó, y siguió comiendo.
—En nada.
—Andrew, sé que pensabas en algo. ¿Quizá en lo que dijeron las Amazonas ayer? —Me miró de reojo—. Yo también lo sigo pensando. Todo lo que dijeron... no lo podemos ignorar.
—No podemos confiar en ellas, están locas, son vengativas, y harían lo que fuera para destruirnos. Tal vez todo fue mentira.
Tomó un sorbo de chocolate caliente, que de seguro sabía horrible si lo hizo Cody.
—¿Y Louis? No creo que lo que dijo fuera mentira.
—Yo tampoco, pero de todas formas no estaba bien de la cabeza. Si todo es cierto, si lo que Louis y ese par de brujas locas dijeron es cierto, entonces estamos en problemas. Hay cosas que sigo sin entender. No conocemos los verdaderos planes de Hades más allá de que quiere la Luz de la Esperanza; puede tener aliados, puede incluso fingir que la quiere cuando en realidad no es así.
Me estremecí. Suponer sobre los planes de Hades me hacía sentir desprotegida. Era más sencillo cuando solo confiaba en la información de Astra y seguía sus instrucciones.
—Entonces... ¿qué propones? Necesitamos información, sí, la que tenemos está incompleta, pero ¿de dónde la sacamos? Viste que las Amazonas no quisieron hablar por miedo, ni siquiera Odette.
No me miró en ningún momento, seguía con la vista al frente, pero sin verme realmente, parecía perdido en sus pensamientos.
—Debemos empezar por saber quién es la mujer a la que se referían, y Astra debe saberlo. Ella conoce la historia mejor que nosotros, estoy seguro de que algo sabe al respecto. Y de igual forma debemos decirle a los demás, juntos pensaremos mejor.
La sorpresa provocó que dejara caer la cuchara de mis dedos, y ésta emitiera un sonido metálico al impactar contra el plato.
—Un momento, ¿estás diciendo que necesitas ayuda?
Ahora sí que me miró. Ladeó la cabeza, su mirada severa.
—No, genio, digo que tienen el derecho a saberlo, y de paso llegamos a una conclusión. Esto es más grande que nosotros, Will, no llegaremos a nada discutiendo sin tener la información completa. Hay que investigar, formular un plan, verificar lo que sabemos y asegurarnos de seguir el camino correcto. Si Hades no es el verdadero problema, debemos saber quién es y porqué. Además, si el que te enfrentes a él es lo que el enemigo quiere... estamos bastante jodidos.
—Pero... si Hades no es el enemigo, ¿por qué actúa como tal? ¿Qué ganaría alguien con que yo me enfrente a Hades? —Todo eso era demasiado confuso; si Hades se volvió loco de poder al punto de que Perséfone no lo pudo controlar, tuvo que haber un motivo para querer conseguir la Luz de la Esperanza... Entonces se me ocurrió algo de golpe—: Tal vez alguien le dijo que lo hiciera. Piénsalo, de la nada él decidió que quería la Luz de la Esperanza, ¿por qué la querría si alguien no lo hubiera incitado a tenerla? Tal vez le contaron sobre su poder en algún momento, o...
—Cálmate, son muchos tal vez —me interrumpió—. No podemos apresurarnos, debemos reunir más información para llegar a algo. Por ahora come. Es igual a la comida que haces, sin duda alguna son hermanos.
Fruncí el ceño, ofendida.
—Cocino mejor que Cody.
Él alzó una ceja, en señal de duda, pero no dijo nada más.
Todo eso me seguía pareciendo extraño. Si Hades tenía a un cómplice o alguien que lo ayudaba, quién y por qué. Además, ¿por qué no lo vi en el recuerdo?... Entonces lo recordé, tan de golpe que me dolió: la persona, la amiga que lo ayudó a salir del Inframundo; él lo dijo, debía referirse a la mujer que las Amazonas le temían. Si Astra conocía su nombre tal vez podríamos estar más cerca de los verdaderos planes del enemigo.
—Te dije que lo haría yo —le espeté a Andrew mientras la magia de teletransporte nos dejaba en la entrada trasera de un gran hotel, donde Astra mencionó que pasaríamos un par de días antes de ir a Italia—. Aún no te recuperas por completo de lo de ayer, tu energía es menor que la de un caracol, no deberías hacer cosas innecesarias. Ya tengo mi Arma Divina completa, no necesitas hacer algo en lo que no requiero ayuda.
El lugar era agradable a la vista, bastante para ser la entrada de empleados de un hotel de por lo menos veinte pisos. No quería entrar por la puerta principal, temía encontrarme con Astra de frente si estaba esperado nuestra llegada. Todavía no sabía qué decirles, ni cómo explicarles lo que pasó, y mucho menos cómo abordar el tema de las Amazonas clarividentes sin ser reñida por eso, por todos y cada uno de mis compañeros.
Andrew me miró de reojo al tiempo que compactaba su arco a collar en medio de un brillo azulado. Él se veía demasiado tranquilo considerando la situación que lo incluía, tanto que resultaba sospechoso. Era cierto que a él no le importaba nada, o eso aparentaba, pero por lo menos un leve atisbo de preocupación no le deformaría el rostro.
—Eso no importa; lo hecho, hecho está. Pero antes de entrar me gustaría saber qué les vas a decir a los demás, o al menos por dónde piensas empezar. Es una historia larga, si me lo preguntas; te tomará bastante tiempo explicarlo completamente.
Suspiré con pesadez.
—No eres de mucha ayuda que digamos, por el contrario, te vez como si nada. Por lo menos dime que no puede salir tan mal una disculpa desde el corazón.
Me sostuvo la mirada, una seria e inescrutable.
—No lo haré. Puede salir tan mal como crees, incluso peor. Prepárate para lo peor, es mejor así. Te van a dar el sermón de tu vida, eso es seguro.
Me debatí internamente entre gritarle, insultarlo, golpearlo, o solo dejarlo pasar. Ese chico era el peor consejero del mundo, ni siquiera sabía subir el ánimo. Era tan malditamente sincero que no sabía por qué me molestaba en pedirle apoyo moral.
—¿Por qué eres así? No te cuesta nada ser una gota más considerado, en serio Andrew, ¿por qué no puedes solo decir que todo saldrá bien?
—¿Y mentir? —Arqueó una ceja— ¿Qué me gano con engañarte diciendo que todo va a estar bien cuando es más que evidente que puede salir terriblemente mal? Si quieres a alguien que te calme la conciencia ve con Sara, ese no es mi trabajo. No tengo interés en que vivas en una burbuja creyendo que todo es fácil. Will, eso no sirve de nada.
Sabía que Andrew era un bicho de otro planeta, que pensaba al revés y que decía lo más crudo posible para... ni siquiera entendía del todo sus acciones, pero en serio, en ocasiones parecía no tener corazón. Entendía un poco su personalidad, pero seguía sin aprobar su forma tan transparente de hablar.
—Andrew, ¿por qué hablas así? Sé que en realidad sí te preocupas por los sentimientos de los demás.
Apartó la vista de mí y la clavó en la puerta que se abría para dar paso a una mujer vestida de camarera. Tras la interrupción se quedó callado varios segundos, pero no parecía meditar una respuesta, más bien pensaba en una forma de evitar el tema. Lo noté por la forma particular en la que apretaba la quijada. Al menos ahora era más fácil saber lo que pensaba.
Cuando abrió la boca para hablar, y quizá decirme que no me metiera, que no era de mi incumbencia, que estaba imaginando cosas, o que era una tonta, me adelanté y en medio de un bufido de exasperación ingresé al hotel «Dans I'amour».
En cuanto entré el olor a coco recorrió mis fosas nasales, y la luz dorada y brillante de grandes candelabros tipo araña colgados del techo bañó mi piel de una forma tan cálida que no parecían luces normales. Los únicos colores que vestían la estancia eran un mezcla entre dorado, plateado, y verde navideño, los cuales abarcaban las paredes, muebles, y detalles menores respectivamente.
Hermoso, sofisticado, cálido; así definiría la sensación que aquel establecimiento me generada. No era mi estilo, prefería algo más sencillo, pero tanto Astra como Sara eran despampanantes y exigentes en lo que eso respectaba. No tenía objeciones, claro, solo me sorprendía los tipos de lugares que nuestra mentora conseguía para pasar la noche. Primero el camper que más parecía casa, luego el yate de lujo, y ahora un hotel tres estrellas. Sin duda se trataba de una diosa.
La cantidad de gente también me sorprendió, esperé mucha más, pero el lugar era tan grande que de seguro estarían en las áreas comunes y no en el primer piso donde solo estaba la recepción.
Mi mirada escaneó el lugar en busca de alguno de mis amigos, con un nudo en la garganta y las manos sudándome debido a los nervios y ansiedad por encararlos. No sabía qué decirles, ni lo que ellos me dirían por lo que hice.
Noté a Andrew unos pasos atrás, examinando la estancia al igual que yo, en busca de alguno de nuestros compañeros. ¿Cómo se sentían, preocupados o decepcionados? Al verme ¿qué pensarían? La que más me preocupaba era Astra, ella sin duda me iba a...
—¡Corre más rápido! —Una voz familiar interrumpió mis pensamientos como una bala, tan rápido que no supe si acercarme a esa persona o huir en dirección contraria—. Nos va a alcanzar.
Sabía a la perfección a quién pertenecía esa voz llena de diversión y entusiasmo, como si cada letra que saliera de esa boca solo estuviera rebosante de alegría. Se reía con las palabras, y contagiaba su buen humor a todos a su alrededor.
Daymon.
Giré mi cabeza unos centímetros, dudosa de mirar a pesar de estarlos buscando, y me encontré con un chico pelirrojo cuya ropa y cabello lucían desordenados, demostrando el poco interés en su apariencia, que llevaba entre sus brazos una caja de donas al parecer robadas mientras decencia por las escaleras principales. Su sonrisa colosal no abandonaba su rostro, por el contrario, éste se veía más iluminado que de costumbre.
—¡Oye, espérame! —La segunda voz penetró en mis pensamientos como una puntilla. Esa voz aniñada, cariñosa, y juguetona que siempre revoloteaba por ahí como un pajarito—. Solo tengo dos pies.
Cailye.
Se encontraba unos cuantos pasos por detrás de Daymon, tratando de seguir su ritmo, con sus dos coletas de caballo rubias moviéndose alocadamente sobre su espalda. A diferencia de Daymon, ella llevaba un par de refrescos en los brazos, pero éstos resultaban ser más grandes que su pecho, lo que le daba un efecto todavía más infantil.
Tomé todo el aire que mis pulmones me permitieron por reflejo, y me escondí como pude tras una de las vigas doradas que sostenían el edificio. Me pegué a la estructura como lagarto; aún no estaba lista para verlos. Necesitaba un plan antes de hacerlo, uno que todavía no formulaba.
El chico de cabello miel se acercó a la viga, con una expresión de serenidad que contrastaba a la perfección con el pánico en mi cara. Porque claro, él era tan hermético que algo así no le afectaba.
—¿Qué crees que haces? —preguntó, en ese tono que usaba antes de insultarme o burlarse.
—Tiempo, estoy haciendo tiempo. Todavía no pueden verme, no sé qué decirles.
Soltó un suspiro de resignación y dejó caer los hombros. Luego dejó de mirarme y se enfocó en el lugar donde debían estar Cailye y Daymon.
—Vaya, Cailye se cayó por las escaleras.
Mi primera reacción fue salir de mi escondite para correr hacia mi amiga, olvidando antes mirar la expresión de Andrew para comprobar sus palabras.
Debí imaginarme que si en verdad le hubiera ocurrido algo a su hermana él no estaría tan tranquilo, pero eso solo lo pensé cuando me encontré frente a frente con los ojos de mis dos amigos mirándome directamente.
Y Cailye estaba en perfecta condición, todo fue una trampa para hacerme salir de ahí.
Intenté retroceder, pero Andrew ubicó su mano en mi espalda baja. Mi cuerpo se estremeció debido a su tacto repentino. Ese gesto fue suficiente para detener mi posible fuga.
Las sonrisas de Daymon y Cailye se esfumaron enseguida en cuanto me vieron, y por un momento creí que soltarían su botín debido a la impresión. Tragué saliva, y me negué a caminar a tal grado que Andrew fue el que tuvo que empujarme por la espalda para que avanzara.
Ninguno de los dos se movió mientras nos acercábamos, y solo cuando estuve lo suficientemente cerca de ellos noté la leve sonrisa de alivio de Daymon.
—Yo... —Me aclaré la garganta, pero no llegué a hablar ya que la pequeña Cailye se abalanzó sobre mí para abrazarme. Me rodeó la cintura tan fuerte que por un momento me sentí sin aire; ella podía llegar a tener más fuerza de la que aparentaba.
El gesto fue tan repentino que apenas tuve tiempo para analizar que quizá estaba llorando sobre mi pecho debido al temblor que adquirieron sus brazos. Tras un segundo de vacilación, correspondí su abrazo y apoyé mi barbilla sobre su cabello con olor a miel.
—Me alegra mucho que hayas vuelto, no sabes lo mucho que estaba preocupada por ti —confesó mi amiga, apartándose unos centímetros de mi cuerpo—. Creí... creí que te iba a pasar algo.
—No me tienes nada fe —terció Andrew como si nada. Como si el estar con él fuera garantía de algo.
Cailye estiró los labios en un tierno gesto.
—Antes también lo estaba y no le fue muy bien que digamos. —No miró a su hermano mientras hablaba, estaba muy ocupada limpiando sus rosadas mejillas.
—Estoy bien —confirmé—, el que está débil es Andrew. Él ha usado demasiada energía divina, su cuerpo sigue cansado.
Ella me sonrió, más de apoyo que de conformidad, como si se lamentara por algo, pero no dijo nada más
—Ya era hora de que regresaran —dijo Daymon con la mirada fija en mí, con una seriedad que solo salía a flote cuando las cosas se ponían mal.
—Ya sé que deben preguntarse dónde estábamos, y qué habíamos hecho, pero les prometo que todo tiene una muy buena explicación —solté antes que alguno de los dos empezara a preguntar, el problema era que no sabía cómo seguir.
La sorpresa recorrió el rostro del pelirrojo, al igual que la confusión. Él y Cailye intercambiaron una fugaz mirada, que me hizo pensar que ahí ocurría algo más, y luego posó sus ojos en Andrew pidiendo una explicación.
—No se lo dijiste, ¿verdad? —inquirió en medio de un suspiro. Su seriedad ya me estaba preocupando, se parecía a Sara, tal vez había estado pasando mucho tiempo con ella.
Andrew no contestó, se limitó a sostenerle la mirada a Daymon sin ningún gesto delator, como si con solo mirarlo a los ojos le respondiera a todo lo que tenía que saber.
—¿Decirme qué? —Pasé la mirada de uno a otro de mis amigos, esperando que cualquiera de los tres me respondiera.
No obstante, ninguno dijo nada, parecían tener el voto del silencio, porque tanto Cailye como Daymon evitaron mi contacto visual.
—Vamos con los demás, están en la suite, esperándolos —informó el pelirrojo.
—¿Me pueden decir por qué tanto misterio? —inquirí mientras avanzábamos por un ancho pasillo de paredes doradas con detalles verdes, que según los chicos nos llevaría a una de las habitaciones que Astra separó para nosotros.
Daymon y Andrew, delante de nosotras, no parecían inmutarse ente mi quinto intento por saber qué era lo que me están ocultando. Algo estaba pasando, era más que claro, y con cada paso que avanzaba me sentía más cerca de mi muerte. Era como caminar a la guillotina que terminaría con mi vida.
Pasaron varios segundos y aquel luminoso pasillo no parecía llegar a ninguna parte. Quería dejar de caminar para que esa tortura de incertidumbre no se alargara, pero a la vez no quería llegar a dicha habitación.
—Lo sabíamos —soltó Cailye de un momento a otro, como si tuviera la confesión en la lengua y decirla la liberara—. Lo sabíamos desde el momento en que se fueron.
Mis pies se detuvieron en seco ante la noticia, impactada y confundida simplemente dejé de caminar.
—¿Qué...? —mascullé.
Los demás se detuvieron y posaron sus miradas en mí. Daymon y Cailye me observaban con cierto pesar, mientras que Andrew permanecía en esa postura analítica que adoptaba siempre que algo delicado salía a flote. Esperé que continuara, pero al verse incapaz el pelirrojo tomó la palabra:
—Astra pensó que era sospechoso que ambos se bajaran así del yate, así que le preguntó a Cailye y comprobó que lo que dijeron no era cierto. Luego los empezamos a buscar por los alrededores; Sara estaba realmente alterada, dijo que escuchó algo en la habitación de los chicos, pero no le dio importancia, y que si lo hubiera hecho no te habrías ido sin decir nada. Después vino la llamada...
—¿Q-Qué llamada? —musité, interrumpiéndolo, procesando lo que me estaban diciendo.
—La de Andrew, él nos llamó cuando estaban en tu casa. Le dijimos que iríamos en seguida, que no podíamos dejarlos solos, pero Sara nos lo impidió. Ella está furiosa porque te fuiste sin decir nada, por dejarla fuera de tus planes, y los demás no es que estén muy diferente. Sara nos dijo que no fuéramos, que si tú no querías tenernos allí debamos respetarlo; lo extraño fue que Astra estuvo de acuerdo.
Mi cabeza me dio vueltas.
—Astra... ¿ella estuvo... de acuerdo? ¿Por qué? —Mi respiración empezó a fallar.
Daymon suspiró, obviamente sabía algo que ella no dijo pero que tampoco nos lo iba a decir. Estaba empezando a molestarme el don de ese chico.
—Está muy enojada contigo por actuar a tu voluntad —Posó su mano en el cuello, gesto que indicaba incomodidad—, creo que lo hizo para que entendieras que debías vivir con tus consecuencias y no podías hacer todo sola. Sabes cómo es Astra, nadie entiende nunca lo que hace.
Critiqué tanto a Sara, tanto que peleé con ella por mentirme y ocultarme cosas... y ahora yo había hecho lo mismo: engañarla, a todos en realidad. Les mentí porque no quería arriesgarme a que no me dejaran ir, porque creí que retrasaría más las cosas, pero quizá las cosas hubieran sido más sencillas si ellos me ayudaban.
¿Con qué cara iba a mirar a Sara a los ojos? ¿Cómo haría que me perdonara por no confiar en ella más que en nadie? Me había equivocado, de nuevo, y esta vez era grave porque involucraba un problema de convivencia que afectaba a todo el equipo. Los involucraba a todos, y no pensé en ellos cuando me fui.
Si la situación fuera al contrario yo estaría igual de molesta, igual de enojada; entendía su enfado, pero aun así no quería enfrentarla ni a ella ni a Evan y Astra. Defraudé a mi equipo, yo, la que se suponía debía ser su líder y no abandonarlos nunca...
Los chicos intercambiaron una mirada y luego siguieron caminando sin decir palabra, así que Cailye tuvo que empujarme para que avanzara. Con los ojos abiertos de par en par, y mis manos demostrando en sudor la cantidad de ansiedad que me consumía, continué el camino.
—Evan, Sara, y Astra, ¿qué piensan hacer conmigo? —No estaba segura de querer escuchar una respuesta.
Daymon me observó sobre su hombro.
—No es como si fueran a encadenarte o a echarte del equipo si eso piensas, o al menos no creo que lo hagan. A decir verdad, no sé lo que tengan pensado, Cailye y yo no asistimos a la junta sobre el tema.
Esperaba, por el amor a su humor, que lo último fuera una broma.
—Prepárate para lo peor. —Después de varios minutos, o mejor dicho desde que llegamos, Andrew habló.
Lo miré entre dolida y molesta. En ese momento tenía un remolido de sentimientos en mi interior; le fallé a mis amigos, casi fui asesinada por un grupo de Amazonas, y ahora me enteraba de que él me delató. Fue una apuñalada por la espalda, de la persona que siempre me apoyó, ¿por qué? Era Andrew, debía tener una buena razón, pero no me alcanzaba a imaginar cuál era.
—Tú no puedes decir nada, Andrew. No me lo dijiste, me delatase y ni siquiera me lo mencionaste. Pudiste habérmelo dicho, en muchas ocasiones, pero te quedaste callado.
—Te dije que debías pensar bien las cosas y que los demás se enojarían por tus actos, pero no me hiciste caso.
—Lo hubieras dicho como es, en lugar de decir cosas sueltas y sin sentido. Nunca me lo dijiste, si lo hubieras hecho pude haberme...
—¿Haberte qué? —me interrumpió mientras se volvía hacia mí para impedirme el camino. Se paró frente a mí, y enfocó sus oscuros ojos en los míos con el ceño fruncido y su usual brillo filoso. Lo único que pude ver en ellos fue molestia—. No digas que pude haberte ahorrado algo, porque las cosas no habrían sido muy diferentes. Siempre es lo mismo, actúas sin pensar y le traes problemas a los demás; cada obstáculo que hemos tenido que enfrentar ha sido tu culpa. Desde el comienzo te has equivocado tantas veces que los demás ya se acostumbraron a limpiar tu desastre.
»Solo cuando el daño ya está hecho es cuando recapacitas, solo cuando las cosas están graves es que tu mente empieza a buscar una solución. Si tanto quieres que las cosas estén bien en el equipo, comienza por corregir tu propio comportamiento impulsivo. Deseas ser la líder, pero nunca has hecho nada lo verdaderamente importante para merecerlo. Y encima tienes el descaro de adjudicarle tus errores a los demás. ¡No siempre eres la pobre victima indefensa! Estoy harto de tu comportamiento de chica a la que siempre tienen que salvar porque se paraliza ante el miedo. Tienes poder, úsalo, quieres cambiar algo, hazlo, pero no pretendas que tus acciones no tengan consecuencias.
Retrocedí un paso, a punto de caerme, y con el pecho subiendo y bajando mientras mis ojos no podían apartarse de los de él.
—Piensas siempre lo mismo: «si hubiera hecho esto, o si no hubiera ocurrido aquello». ¿Crees que no me doy cuenta? —continuó—. No tienes la valentía suficiente para asumir el presente y enfrentar el futuro, siempre quieres huir. Solo quieres tu vida normal devuelta, no entiendes que eso nunca va a suceder. Eres tan débil emocionalmente que no eres capaz ni de protegerte a ti misma, siempre te echas a llorar, siempre te lamentas del pasado, y siempre nos arrastras a tus idioteces. Mientras no cambies tu temperamento, no serás capaz de ver más allá de lo que hay delante de tus ojos, y nunca saldrás de la sombra de Atenea.
—¡Ya basta! —grité con todas mis fuerzas mientras un incesante palpitar se apoderaba de mi cabeza. Rabia, a eso se debía los deseos de golpearlo y el ardor en mis ojos. Mi cuerpo temblaba—. Y siempre es lo mismo contigo, siempre me críticas y me rechazas, siempre me menosprecias y recalcas mis errores. Sé que no soy perfecta, estoy muy lejos de serlo, pero no es cierto que le echo la culpa a los demás de las consecuencias de mis actos. Hago lo mejor que puedo, lamento si no soy como Atenea, pero yo soy Ailyn, no ella, y ya me cansé de que todo el mundo espere algo de mí que no puedo darles. Ya estoy harta de equivocarme y de no ser lo que esperan que sea; yo soy yo, y nada de lo que digas podrá cambiarlo, es hora de que acepten que lo que ven es lo que hay, y eso no cambiará.
Me sostuvo la mirada, desafiándome a continuar.
»Tienes razón en que quiero huir, aún no asimilo mi nueva vida, aun después de tanto tiempo y de todo lo que ha pasado, pero sé que aunque huya las cosas seguirán iguales, no se solucionará nada si me desaparezco, sino al contrario; y no quiero cargar con la culpa de haber podido hacer algo y no haberlo hecho. Además, tú también huyes de tu pasado, es por eso por lo que siempre me insultas, ¿verdad? No te importa lo que los demás piensen de ti porque no eres capaz de perdonarte a ti mismo.
En todo lo que dije no reaccionó en ningún momento, sino hasta lo último que salió de mi boca. Juraría que lo vi tambalearse y contraer su rostro debido al golpe de mis palabras.
Tensó la mandíbula con fuerza, ahora sí se veía enojado. Sin embargo, había algo en esa expresión amarga que me hizo sentir culpable. Sí, él siempre me insultaba y regañaba, pero nunca había sacado a la luz ningún fuerte arrepentimiento que yo tuviera. Él, el que quizá tuvo el peor despertar posible... Siempre quiso revertirlo, cambiarlo. Tal vez huir. Y, además, ¿cómo no podría culparse por lo que pasó? Mis palabras debieron dolerle más que las suyas a mí.
La forma en la que me miró... no fue con furia ni con advertencia, tan solo el vacío. Como si algo se hubiera ido.
—No sabes nada de mí como para decir eso. Pero tienes razón, ya no te criticaré más, ya no quiero depositar esperanza donde solo hay miedo. También me cansé de ser tu salvavidas, si quieres hacer más idioteces sin pensar, no te detendré. Ya no quiero salvar tu vida nunca más, aprende a hacerlo tú misma. Es hora de que abandones el papel de inexperta y desdichada chica mágica que siempre necesita ayuda, de lo contrario nos hundirás a todos en tus miedos.
Se apartó de mí para seguir el camino por el pasillo, dejándome con un nudo en la garganta tan asfixiante que luchaba contra los deseos de dejarlo salir y soltarme a llorar.
Cailye y Daymon, quienes observaban en silencio la escena, me miraron con resignación, como si lo hubieran estado esperando y no les sorprendiera en lo más mínimo. Avanzaron, y con ellos yo también lo hice, hasta llegar a una puerta de la habitación número 708.
«—Ailyn. —Perfecto, lo que me faltaba, otro comentario de la voz invisible—. ¿Sabes cómo nace un diamante? Se expone el carbón a una presión tan alta que solo le quedan dos opciones; o evoluciona, o se hace pedazos.»
En ese momento, no debido a las palabras de la voz sino al escalofrió que recorrió mi cuerpo cuando Daymon puso su mano en la perilla de la puerta, sentí que la discusión con Andrew solo era el preámbulo de algo mucho peor...
En el instante en que Daymon abrió la puerta un destello de luz cegó mi visión por un segundo, hasta que me acostumbré a la luminosidad que entraba por la gran ventada de enfrente que ocupaba toda la pared. La habitación era hermosa, fina, con múltiples adornos que le daban un aire refrescante, demasiado grande para una persona.
No obstante, dejé de prestarle atención al aposento en cuanto mis ojos se fijaron en mi amiga. Sara estaba sentada en un sofá gris leyendo un libro de tapa roja, absorta en su lectura, hasta que levantó la cabeza y fijó sus ojos en los míos. Su mirada, que creí iba a estar histérica al verme, era tan fría y serena como la mirada de un verdugo cuya vida presenció muchas muertes.
—Hasta que por fin apareces —dijo ella cerrando su libro con fuerza; sus palabras salieron de su boca con tanta dureza que me heló la sangre, obligándome a tragar saliva para intentar tranquilizarme—, ya era hora.
A mi lado noté a Cailye y Daymon ingresar a la habitación, como un par de escoltas, pero en ese momento por mucho que me protegieran era imposible rescatarme de eso. Por otro lado, Andrew se quedó en el pasillo, recostado a la pared con la intención de escuchar cada palabra.
Mi campo visual detectó a Astra y a Evan, ambos mirando por el gran ventanal que inundaba de luz la estancia. Él permaneció con la vista fija en el paisaje, sin moverse ni mirarme, mucho menos habló. Y nuestra mentora, a su lado, se encontraba con la túnica sobre su hombro, como si en lugar de túnica fuera chaleco, y su brazo opuesto en jarra, a la espera. Ella me miró fijamente, con el ceño fruncido y la ira contenida a punto de salir por sus poros.
—Yo... yo... —Mi voz era temblorosa; el pánico que le tenía a Astra me impedía conectar mi boca con el cerebro—. Sé que debí... Lamento si...
Estaba tan ocupada intentando formular una excusa, que no me percaté del movimiento de Astra hacia mí. Cuando lo hice ya era demasiado tarde, estaba justo frente a mí, a un par de pasos...
El sonido de su golpe contra mi mejilla, cuando levantó el brazo e impactó su mano abierta contra mi rostro, llegó primero que el dolor. Un estruendo predominante, que calló cualquier otro ruido del ambiente, se hizo presente y se amplificó por diez al ocurrir tan cerca de mis oídos. Mi cabeza, al encontrarse con la guardia baja, se volteó debido a la fuerza de su palma.
Entonces, el tiempo pareció ir más lento, como si ese preciso instante se hubiera congelado, encapsulado. Un par de segundos después del abrupto golpe sentí el ardor de su impacto, tan ferviente como una quemadura. Sin embargo, mi mente aún no procesaba lo que acababa de ocurrir, no sabía qué pensar ni cómo reaccionar.
Por reflejo, me llevé la mano ahí donde sentía mi piel caliente y enrojecida, para comprobar que aquello era real; enderecé mi cabeza con lentitud y miré a Astra con toda la incredulidad que fui capa de reflejar.
Pese a eso, lo único que veía en ella era enfado, impaciencia, desesperación, y tristeza... de esa tristeza que provocaba frustración y posteriormente llanto. Su mano temblaba al igual que su cuerpo debido la impotencia que de seguro sentía, sus ojos ardían como el infierno, y su boca estaba curvada en una mueca de desprecio tan pronunciada que creí que rompería sus pálidos labios.
—¡¿Cómo se te ocurre hacer algo así, niña imprudente?! —bramó, y cada palabra que salió de su boca lo hizo cargada de ira—. ¡Esto es el colmo, Ailyn! ¡Esto es imperdonable! Lo que hiciste es como la traición. ¡Abandonaste a tu equipo! Te fuiste sin dar por lo menos una explicación, solo desapareciste como si no te importara en lo absoluto lo que ocurriera con tus compañeros. Este es el límite, no puedo creer lo que hiciste, nunca creí que fueras capaz de algo tan reprochable y cobarde. Solo pensaste en ti, creí que cambiarías, que empezarías a pensar por todos, pero solo pensaste en ti. ¡De nuevo!
La respiración agitada de su pecho eclipsó por completo mi delgado hilo de oxígeno. Me quedé inmóvil, sin la voluntad para apartar los ojos de los suyos.
»Has cometido muchos errores, unos más graves que otros, pero esto... esto va más allá de lo que alguna vez pudiste haber hecho. ¿Y si algo malo te ocurría? ¿Y si Kirok te hubiera encontrado y te hubiera matado sin que nosotros pudiéramos hacer algo al respecto? ¡¿En qué demonios estabas pensando?! Ya es suficiente, Ailyn, ya tuve suficiente de tus niñerías. Bájate de las nubes y date cuenta de una vez por todas que no estás sola, no puedes hacer y deshacer a tu antojo como si nada; lo que hagas no solo te afecta a ti, nos afecta a todos. ¡Empieza a compórtate como una persona que por lo menos razona antes de hacer algo arriesgado! ¡Empieza a pensar antes de hacer una idiotez! ¡Ya estoy harta de tu inmadurez y tu irresponsabilidad! ¡Ya estoy harta de ti!
Me quedé helada, ahí, sin moverme, presa por completo por las palabras tan dolorosas que salieron de su boca. Sus violetas ojos brillaban como si tuvieran un incendio apenas en contención, recordándome en parte los ojos de Atenea, y me miraba como si estuviera al borde del abismo, como si sinceramente ya no supiera qué hacer.
—¿Por qué...? —empecé, sin ser consiente realmente de lo que estaba a punto de decir, y levanté mi cabeza de golpe para dirigirme a todos los presentes— ¡¿Por qué demonios se preocupan tanto por mis acciones?! Santo cielo, sé que me equivoqué, otra vez, que metí la pata hasta el fondo y que todos están enojados conmigo por haberme ido de repente, ¡pero ¿qué esperan que haga?! Siempre me recalcan mis errores hasta que cometo uno peor, y lo único que hacen es depositar más presión en mí porque esperan algo que no soy; ¡todo esto llegó de repente, sin previo aviso, y esperan que me adapte tan rápido a mi nuevo rol como si fuera de lo más normal del mundo! Lo será para ustedes, pero no para mí.
»No soy la mujer maravilla, no soy Astra, ni mucho menos soy Atenea, la líder que todo lo sabe y todo lo puede, ¡soy Ailyn!... Maldición, solo soy Ailyn. —Bajé la mirada, y lo que tanto había retenido hasta el momento salió de mis ojos sin drenaje alguno—. No sé... no sé qué es lo que esperan que haga. Me dicen que piense por todos, que piense bien antes de actuar, pero... entiendan, en ese momento ni siquiera pensaba en mí, pensaba en mis padres, en Cody... Lamento si mis acciones los afectaron de alguna forma, pero ya no quiero cargar sobre mis hombros la culpa de todo lo malo que sucede, ya no quiero más presión, no soy un maldito carbón. Soy humana, Astra, a diferencia de ti yo puedo equivocarme porque no sé cómo van a salir las cosas ni lo que ocurrirá. Actúo conforme la situación; no tengo planes brillantes, ni estrategias que garanticen la victoria, me conformo con seguir con vida. Solo sé que puedo pensar en un problema a la vez, y en ese momento no estaba pensando en ustedes. Yo... solo quería proteger a mi familia.
Hubo un largo silencio, en el cual todos a excepción de Andrew y Evan permanecieron con los ojos sobre mí. Sara seguía tan fría como cuando entré; pero por lo menos Astra lucía un poco más calmada.
—Ese es el problema —resaltó Astra en tono agrio. Se veía tan apagada que incluso creí ver sus ojos más monocromáticos—, no pensabas en nosotros, no te importaba hacerlo. Y esa es justamente la razón de nuestra decepción.
Se apartó de mí con normalidad, tratando de contener la cólera de su rostro, y luego caminó hacia la salida con cierto aire lúgubre a su alrededor. Justo ahí supe que había llegado a su límite de paciencia.
Cailye posó su pequeña mano sobre mi hombro en señal de consolación, y a través de su tacto pude sentir los ánimos que transfería. Ella era la única que no estaba enfada conmigo, y en verdad le agradecía su consideración.
Sara se levantó del sofá, luego de dejar el libro sobre el mueble, y pasó por mi lado sin mirarme. Noté su ceño fruncido, pero debido a que sus ojos estaban cerrados cuando caminó no supe cómo se sentía; lo único que delató su enfado fue la sensación gélida que me trasmitió, una que siempre había sido cálida.
Me llevé las manos al rostro para limpiar mis lágrimas, y en ese momento Evan se acercó. Sin embargo, evitó el contacto visual conmigo, por el contrario, una capa de cabello azulado cubría muy bien la expresión de sus ojos. Cuando salió al pasillo alcancé a escuchar su voz, pero ésta le hablaba a Andrew.
—¿Vamos a bajo? Hay algo que quiero hablar contigo.
Como ambos estaban afuera no pude ver la expresión de Andrew ante todo ese lio, ni su respuesta, lo único que escuché fueron sus pasos alejándose de la habitación.
—Bueno —comentó Daymon mientras llevaba su brazo a la nuca, de nuevo, en señal de incomodidad—, eso fue intenso. Será mejor que me vaya también. Quedé con Sara de ir a la cafetería del tercer piso...
—Solo vete de una vez —le pidió Cailye en tono amistoso, como si fueran tan amigos que ya le pudiera hablar como le viniera en gana.
Daymon asintió, apenado, y abandonó la estancia dejándome sola con Cailye. El frio del lugar aumentó, quizá por la ausencia de más personas, o porque las que estaban ahí dejaron a su paso un aura negativa.
—No te quedes ahí parada, ya no tiene caso. —La rubia me haló del brazo para adentrarme más a la inmensa habitación; yo cedí, no tenía fuerzas para oponerme—. Ven, traje tu equipaje, pero no lo he tocado hasta que tú no llegaras.
—¿Por qué...? —No sabía exactamente lo que quería preguntar, solo hablé— ¿Por qué siempre ocurre esto?
La pequeña arrugó su nariz, olfateando el aire, y sonrió con naturalidad, algo que me tranquilizó en parte.
—Tal vez se debe a nuestra humanidad. Como dijiste, las equivocaciones no son propias de los dioses. No es algo de lo que nos podamos deshacer fácilmente, todo toma su tiempo.
La miré con sorpresa. En serio que ya no sabía si era muy inteligente y disfrazada su virtud, o le salían esas cosas esporádicamente, con la intención de analizar la situación. En definitiva, ella era un misterio tan grande como su hermano. Y aun así sentí su respuesta evasiva.
Una parte de mí sabía que se merecían una disculpa, pero la parte más grande y la que más me aterraba era que no me arrepentía de la elección que hice. Sí, me fui, casi que hui, pero fue para salvar a mis padres, no por egoísmo. Me dolía destruir la confianza que me tenían, pero si gracias a lo que hice mis padres estaban a salvo, lo aceptaba. No me imaginaba otro resultado, incluso me conformaba con ese.
Aun así, pensar que perdí su fe en mí me destrozaba el corazón por pedazos. Los lastimé, ese fue el error en mi plan, el precio a pagar, la consecuencia de mi acto, y debía vivir con ello me doliera o no.
El clima era una mala broma, una que parecía ir dirigida directamente a mí. Estaba lloviendo, una pequeña tempestad lúgubre y sombría de esas que opacaban hasta el día más soleado. No era una tormenta con rayos y centellas, solo una lluvia estancada que ni crecía ni menguaba.
Las gotas de agua corrían por la ventana de la habitación sin prisa alguna, mientras mi cabeza descansaba recostada al vidrio que se empañaba debido a mi aliento. Sin duda alguna, el clima era un reflejo de mis emociones.
—Es como si Evan estuviera triste —comentó Cailye acercándoseme. En sus manos tenía un paquete de galletas, algo normal si se trataba de ella, y su vista estaba fija en la ventana.
—¿Por qué lo dices? —pregunté con desanimo.
Ella sonrió, y se sentó en una silla frente a la mía.
—Cuando Evan se siente mal se refleja en el clima. Es el dios del agua, cuando está de malas llueve, aunque no es todo el tiempo, solo en ocasiones. Por eso sonríe siempre, no le gusta causar problemas debido a su conexión con el clima. Es... es demasiado bueno.
Había un brillo inusual en sus oscuros ojos cuando hablaba de Evan, algo lindo en realidad, tan evidente que era difícil no notarlo.
Me hundí en la silla acolchonada que sostenía mi cuerpo, y dejé de prestarle más atención al clima para dársela a mi amiga rubia que me extendía una galleta con chispas de chocolate.
—Cuéntame lo que pasó —pidió con ternura—, quiero escucharlo, con tus palabras.
La miré a sus enormes ojos castaños, sin saber por dónde empezar a narrar lo sucedido, ni si lo entendería. Sin embargo, tal vez subestimaba la inteligencia de Cailye, así que decidí empezar por el comienzo, cuando recibí la llamada de mi hermano. Le conté lo de Louis, lo de la ciudad de las Amazonas, lo que dijeron, y cómo completé mi Arma Divina. Ella escuchó cada palabra con atención y casi sin pestañar, haciendo una que otra pregunta ocasional mientras comía sus galletas.
—No puedo creer que pasaron por todo eso solos —mencionó—, y en tan poco tiempo. Además, lo que les dijeron esas mujeres da algo de miedo.
Hizo una mueca de pánico, pero la borró en cuanto llenó su boca con dos galletas de chocolate.
—Lo sé, planeaba decírselo a los demás para discutirlo, y de paso preguntarle a Astra si sabe algo sobre el origen de las Amazonas. Pero con todo lo que pasó creo que es mejor guardarlo para después.
—¿Entonces no lo dirás? —Tomó otra de las galletas.
Solté un suspiro.
—Por ahora no. No es el mejor momento. Lo haré cuando hable con Astra y arregle las cosas con Sara. Pienso... pienso que no hay que meterle más problemas al equipo, o al menos no cuando el ambiente está tan tenso.
—Pero ¿y si es importante? ¿Qué tal que sea algo que no dé espera? —indagó, con la boca llena de galleta.
Me hundí todavía más en la silla, con la cabeza llena de tantas cosas que no sabía a cuál atender primero.
—Quizá lo sea, pero dudo que me escuchen seriamente con lo que pasó.
—¿Estás segura? Sigo creyendo que deberías decírselo antes de encontrarnos con Hermes, puede ser verdaderamente importante.
La miré con extrañeza y casi logró sacarme una sonrisa.
—¿Y tú desde cuanto tan precavida? Que yo sepa solo te interesa comer, y te da demasiado miedo todo este tema como para involucrarte más de lo necesario.
Tragó como si se estuviera atragantando y tosió, pero en seguida se recuperó y sonrió tímidamente.
—Lo que sucedió es que como te fuiste me sentía aburrida, Astra y Evan estaban demasiado preocupados por ustedes como para hacer otra cosa, así que estuve hablando con Daymon de muchas cosas. Me hizo entender que necesito concentrarme en lo que sucede, que no puedo ignorar algo que también me concierne, por eso decidí prestar más atención a estos temas.
Enarqué las cejas.
—¿Que Daymon hizo qué? Pero si creí que él todo se lo tomaba a broma.
Negó con la cabeza despacio, luego tomó la última de las galletas.
—Es más maduro de lo que aparenta. Es el único a parte de mí que no se la pasa la mayor parte del tiempo preocupado por todo.
—Cuidado, Sara se puede poner celosa —bromeé, pero ella se lo tomó más literal de lo que era.
—Lo dudo, pero si sucede no me quedaré callada. —Se cruzó de brazos, haciéndose la digna y con un leve aire de suficiencia heredado quizá de pasar tanto tiempo con su archienemiga—. Y hablando de eso, ¿qué pasó entre tú y mi hermano cuando estaban solos?
El rubor inexplicable golpeó mis mejillas tan de repente como si me estrellara contra una pared, no obstante, Cailye no pareció interpretar mi color correctamente, quizá lo único que olió fue una tenue vergüenza, o eso esperaba.
—¿Por qué preguntas algo como eso? —quise saber—. No ocurrió nada, es más, no tendría por qué haber ocurrido algo.
Se encogió de hombros sin importancia.
—Como digas, pero creí que ustedes dos, ya sabes... creí que tenían algo. Su relación es... bastante confusa incluso para mí.
Una desmesurada tos me atacó, quizá producto de mis nervios, pero mientras más intentaba calmarme más tosía. No entendía cómo llegó a esa conclusión, ni por qué justamente ella lo mencionaba, o por qué demonios tosía de esa forma por una simple suposición.
—¿Por qué dices eso? —logré articular mientras tosía.
Se encogió de hombros, como si estuviéramos hablando de hechos históricos innegables.
—Por su comportamiento. —Posó su mano en el mentón, recordando—. Sus peleas son... cuando pelean es como si ninguno tuviera miedo de decirle al otro sus verdades en la cara, contrario a los demás. Son honestos entre sí de una forma brutal y un tanto intensa. Se entienden... de una forma que yo todavía no comprendo. Creo que... no sé, me recuerdan un poco a mis padres. Siento que tienen lo que le hace falta al otro. Se complementan. Con el tiempo, no sé, podrían llegar a ser un intento de novios.
Un intento de novios. Un intento de novios. Un intento de novios. ¡¿Un maldito intento de novios?! No sabía qué me ofendía más, que nos viera como pareja, o que a sus ojos llegáramos como un intento. O lo parecíamos o no, no había punto medio.
La observé como si se le hubiera zafado un tornillo, lo cual explicaría su absurda teoría, pero su inocencia no logró captar lo descabellado de esa idea.
Suspiré.
—Solo somos amigos, Cailye, no te hagas ideas raras en la cabeza.
—Él siempre salta por ti, tú... No recuerdo la ultima vez que lo vi llorar, pero tú sacaste esas lagrimas...
—Lo mismo que haría con cualquiera de ustedes —la corté—. Lo que sucede es que a él le encanta hacerme la vida imposible, es exasperante, una irritante piedra en el zapato. Es como un duendecillo disfrazado de diablo sobre mi hombro, pero en lugar de incitarme al mal, me obliga a hacer el bien. Es tan...
Me callé de golpe cuando noté la expresión confundida de la rubia.
—Ailyn, ¿de qué hablas?
Me aclaré la garganta, apenada. Tal vez me dejé llevar buscando una forma correcta de definir a su hermano. Él era muchas cosas, y pronunciar todas con exactitud para hacerme entender me resultaba imposible.
—De nada, olvídalo. —Hice una pausa, analizando el rostro de mi amiga—. Pero ahora que lo mencionas, ¿hay alguien que te interese?
Di justo en el clavo en cuanto su rostro se tornó tan rojo como una rosa, resaltando gracias a ello su cabello rubio. Desvió la mirada hacia otra parte; obviamente quería evitar el tema a toda costa.
Sonreí. Hablar de ese tipo de cosas tan normales era siempre un respiro y muy bienvenido. Agradecía poder tener ese tipo de conversaciones incluso a poco del fin del mundo.
—N-No, no lo hay.
—Ah claro que lo hay, tu reacción me lo confirmó.
Y podía hacerme una leve idea de quién se trataba.
Se removió incomoda en la silla y juraría que quería huir de la situación. Luego de unos segundos por fin decidió hablar, ya que dejó salir el aire y habló con resignación.
—¿Sabes? Desde que era pequeña siempre había querido venir a Francia. —Dirigió su mirada hacia la gran ventana de vidrio—. Era uno de esos sueños de niñas como el querer ser princesa o adoptar un pony. El mío era ese, subir a la torre Eiffel al lado de esa persona especial. Millones de veces fantaseé con ese momento; con el momento en que él y yo contempláramos todo París tomados de las manos mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo.
—¿Fuegos artificiales? —¿Me perdí algún detalle importante? No entendía su punto, no cómo eso respondía a mi pregunta.
—Sé que suena un poco improbable, pero a pesar de los años sigo conservando la esperanza de que eso ocurra. —Posó sus ojos en mí y sonrió sin ganas—. Y ahora estamos en Francia, lo cual es irónico considerando que él no me ve de la forma en que yo lo veo.
—¿Él?
—Me da pánico el cambio, ¿sabías? Siempre ha sido el antagonista de mi vida. Pensar siquiera en intentar declararme es aterrador. Todo cambiaría, y no de la forma en la que puedo esperar. Mi amistad con él se rompería a pedazos, y tal vez también el equipo. Sé perfectamente que él me ve más como su hermana menor que como mujer, desde que éramos pequeños; y, a decir verdad, es compresible. Yo no... no soy inteligente, ni alta, ni tan femenina como debería, y entiendo que no sería la primera opción para un chico.
Apretó sus manos, jugueteó con los dedos. Yo la miré con los ojos bien abiertos, tan confundida como sorprendida.
—¿Pero de qué hablas? Cailye, eres tierna, cariñosa, comprensible, una gran amiga, y además muy divertida; no veo por qué un chico no se fijaría en ti.
Ella negó con la cabeza.
—Porque somos muy diferentes —respondió sin titubeos—. Él es tan maduro, amable, caballeroso, que cualquier chica moriría por formar parte de su vida. Y yo... yo soy todo lo contrario.
La miré con comprensión y le hablé con toda la ternura que pude.
—¿Ya intentaste hablar con Evan? Quizá sienta más de lo que demuestra.
Cailye me miró fijamente, con los ojos abiertos de par en par y la boca ligeramente abierta.
—¿Por qué con Evan? ¿Qué te hace pensar que estoy hablando de él?
—Por favor, Cailye —Empecé a contar con mis dedos para enfatizar—: Amigo de la infancia, te cuida como un hermano mayor, es del equipo, es amable y caballeroso, solo te faltó decir que es de ojos azules. Cailye, lo describiste perfectamente, es imposible no darse cuenta de que estás enamorada de Ev...
—Shsss. —Se abalanzó sobre mí y cubrió mi boca con sus manos—. No lo digas en voz alta, pueden oírnos.
Asentí para que me liberara, lo cual hizo unos segundos más tarde.
—¿Y qué si lo hacen? Tarde o temprano tendrá que enterarse de tus sentimientos, ¿o acaso no piensas decírselo nunca? —Por su expresión me respondí yo misma la pregunta—. Cailye, no puedes callártelo, eso te comerá en silencio hasta que solo queden tus huesos. Tienes que reunir valor y decirle lo que sientes por él.
—¡Claro que no! —exclamó, y al darse cuenta del volumen de su voz añadió más calmada—: No puedo hacer eso; ya te dije que él no me ve de la misma forma. Nunca aceptaría mis sentimientos. Prefiero vivir con la duda que con el rechazo, así que no importa que tanto me duela, no se lo diré. Quiero conservar su amistad, y si abro la boca lo que hemos construido en tantos años se irá a la basura.
—No creo que Evan sea el tipo de chico que rechace a una chica de forma tan cruel; además, él es tu amigo de la infancia, no se puede romper ese tipo de amistad con solo una confesión de amor.
Negó frenéticamente con la cabeza, dando a entender algo que además de obvio era importante.
—No lo entiendes, si me declaro las cosas cambiarían entre nosotros, para bien o para mal ya no sería lo mismo. No quiero perder nuestra confianza, no quiero perder todo lo que hemos vivido juntos. Y si para conservarlo a mi lado me tengo que tragar mis sentimientos, eso haré; no permitiré que él me vea con vergüenza y compasión.
Sus ojos suplicantes, sus mejillas rosadas y la forma en la que jugaba con sus manos respaldaba sus palabras, su temor.
—Pero si te quedas callada te ahogarás en las palabras que nunca dijiste, ¿estás de acuerdo con eso? ¿Estás bien sabiendo que él se puede ir con cualquiera otra chica que se gane su corazón, y que solo quedarás en su memoria como la amiga de la infancia tierna que no llegó a ser nada más porque tenía miedo de que las cosas cambiaran?
Soltó un profundo suspiro. Movió las manos en el aire e intentó desviar la atención, como si no encontrara las palabras necesarias.
—No es tan sencillo, no quiero salir lastimada. Me gusta la ilusión que me provoca, aunque sea como amigo sé que nunca se irá de mi lado. Tal vez nunca seamos nada, pero tenerlo en mi vida de cualquier forma es más de lo que puedo pedir. No quiero que esté con otra, pero tampoco quiero que me vea diferente.
En el momento en que me miró a los ojos supe, por instinto de diosa quizá, lo que quería decir. Lo entendí como si se tratara de mí misma, y fue tan claro el sentimiento que tenía hacia él que me estremeció.
Eran amigos de la infancia, tan o más cercanos que con su propio hermano. Ella lo amaba, pero ese amor era confuso hasta para ella. Creía sentir un amor romántico hacia él, y a lo mejor así era, pero el miedo de perderlo no le permitía arriesgar su relación actual para avanzar.
Miedo. Miedo de perderlo, de que su relación cambiara. Miedo a terminar lo que tenían por ir más allá. Ese miedo era más grande que sus anhelos. Cailye estaba enamorada de Evan, pero temía que el sentimiento no fuera mutuo, por eso decidió callar.
—Prométeme que guardarás el secreto —pidió con las manos juntas, casi que suplicando—, por favor.
¿Quién era yo para meterme en un tema tan delicado como ese? Era un asunto que solo le concernía a las partes involucradas.
Sonreí, demostrando el apoyo que tendría por mi parte si en algún momento cambiaba de opinión.
—Lo prometo.
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