27.2. Ciudad de las Amazonas
Awake and Alive - Skillet
Me tomó un momento acostumbrarme a la repentina luz amarilla de las velas cuando cruzamos el final del oscuro pasillo. Lo primero que noté fue el inusual olor a incienso e hiervas quemadas, señal de la cantidad de plantas que rodeaban el lugar otorgándole una agradable decoración.
La vista no era la peor gracias a los diferentes tonos de verde y café que adornaban la ciudad, que junto con los toques más extravagantes no generaban una atmosfera tan peligrosa, contrario a lo que esperé. Pero lo era, ellas podrían no ser totalmente malas, pero querían matarnos, y era razón más que suficiente para conservar la distancia.
La cantidad de mujeres de diferentes apariencias excéntricas era impresionante; habían mujeres de cabello rosa, azul, e incluso amarillo, con ojos tan fuera de lo común que no parecían reales. Todas aparentaban distintas edades, desde menos de veinte hasta más de setenta; también vestían de forma estrafalaria con colores negros y rojos vivos mientras usaban una paleta de colores que estaba lejos de combinar.
Hacía tanto calor que no parecía ser otoño. No sabía cuánto habíamos descendido, pero sí sabía que las cosas bajo tierra eran diferentes a la superficie en cuanto me sentí como una especie en extinción rodeada de depredadores. Me vi diminuta, indefensa, y a la merced de personas que nos superaban en número y habilidad.
Odette tenía razón, si aquellas mujeres se enteraban de nuestra identidad obtener el antídoto para mis padres sería el menor de nuestros problemas. Respiré profundo, llenando mis fosas nasales del olor a tierra húmeda, para evitarme pensar en la situación de mi familia.
—Muévete —ordenó Andrew tomándome del brazo, luego me haló hacia el lado de la calle menos transitado—, llamarás la atención si te quedas como piedra.
Mientras me corría hacia un lado oscuro donde la luz de las farolas de la calle no alcanzaba a llegar por completo, me fijé rápidamente en la estructura a de la ciudad misma. Tenía el aspecto de un pueblo antiguo antes de que existiera la electricidad, como si se hubiera congelado en el tiempo dentro de su burbuja de seguridad. La calle estaba formada por bloques de piedra grises como de catedral, que cubrían las tiendas naturalistas y una que otra más sobrenatural que las demás debido a sus productos fuera de lo normal.
Tras los puestos de brujas se hallaban varios edificios de entre tres y dos pisos, todos alineados y con la misma fachada rustica y de antaño variando en pequeños detalles personalizados que cada dueño añadió. De seguro esas eran sus casas; bastante lindas para vivir bajo tierra sin luz del sol. Eso me llevó a preguntarme ¿cómo conseguían que las plantas crecieran en ese ambiente?
El camino entre las tiendas estaba iluminado por faroles altos y detallados que se esparcían a lo largo del mismo, otorgando luz suficiente para caminar. Ahí abajo no se distinguía el día de la noche, mucho menos la estación del año, pero el aspecto ermitaño era algo nuevo difícil de encontrar en otro lugar.
—¿En serio crees que el conjuro de Odette e intentar cubrirnos el rostro funcione? —inquirí dudosa—. Andrew, si antes notaron lo que éramos solo es cuestión de tiempo para que nos descubran.
Traté de no crear contacto visual con ninguna de las Amazonas que pasaban por nuestro lado y mantener mi cabeza gacha, pero la curiosidad me ganaba y en ocasiones cruzaba miradas con una que otra, y ellas en reacción fruncían el ceño queriendo detectar algo inusual.
Andrew a mi lado se notaba mucho más tenso que de costumbre; sus músculos rígidos y su mirada alerta con ese brillo filoso solo confirmaban mis sospechas de que en ese preciso instante él, un chico de semblante firme, realmente se encontraba preocupado. Era evidente debido a sus ojos ansiosos que la tranquilidad era un factor con el que ahora no contaba. Verlo así alimentaba mi deseo de ir en dirección contraria, lo más lejos posible de la ciudad de las Amazonas, pero el objetivo de estar ahí me impedía huir.
—Por eso debemos darnos prisa —respondió al cabo de unos segundos de su exhaustivo análisis visual de nuestro alrededor—. Cada minuto cuenta.
Él continuó con el ritmo de sus pies constante y la mirada fija al frente, sin prestarle atención a las habitantes de lugar, pero yo sí. Por mucho miedo que me provocaran, no podía despejar la mirada de ellas. Me parecían fascinantes, sus diferencias de aspecto eran divertidas, y las luces que despedían de su cuerpo mientras realizaban magia eran adictivas y hermosas. Pequeñas luces flotantes se hallaban por todo el lugar, otorgando más luz de vez en cuando, y obligándome a admirarlas por prolongados segundos.
—No te distraigas, sigue caminando —murmuró Andrew.
—Sí, sí, pero ¿no te parece fascinante lo que hacen? Mira esos colores, y lo hacen a partir de la naturaleza. No creo que sean tan malas en el fondo.
La mirada que me lanzó en ese momento fue indescifrable; parecía confundido, pero a la vez asombrado; me observó como si fuera un bicho de lo más raro.
—Nos quieren matar, nos odian a muerte, ¿y dices que no son tan malas? Will, tienes una extraña percepción de la bondad.
Volvió su mirada al frente, concentrado en el camino.
—Lo son, pero tienen razón —repliqué e intenté mirarlo a los ojos, algo difícil considerando la sombra que generaba su capucha—. Los dioses les arruinaron la vida, directa o indirectamente somos los causantes de sus desgracias. Ya oíste a Odette, hay muchas más criaturas que fueron perjudicadas por la petulancia de los seres supremos. Las entiendo, es todo; no estoy de acuerdo con sus acciones, pero no soy quién para juzgar su condición de vida y lo que su rencor pueda llegar a provocar.
Y de nuevo silencio. No sabía qué decir, tal vez no había mucho que responder a mi comentario, pero por lo menos pudo evitar quedarse tan callado. No me miró, no se inmutó, fue como si no hubiera escuchado lo que dije. No obstante, estaba muy segura de que lo escuchó.
Pasaron varios minutos, en los que evité cruzar miradas de nuevo con las brujas. Ya había realizado contacto visual con muchas de ellas por accidente, y según tenía entendido por Odette, no lo debía hacer.
—Vamos por allá —La voz de Andrew me tomó por sorpresa, no esperaba escucharlo por mucho más tiempo—, hay menos personas.
Se dirigió a la parte trasera de los edificios, atrás de las tiendas donde ninguna Amazona se hallaba caminando. Estaba solo, abandonado, e iluminado por no más que la luz que reflejaba un pequeño rio de agua verde brillante que de alguna forma nos indicaba el camino. Era una corriente de agua, rara pero la era, y tenía que salir a alguna parte, si lo seguíamos llegaríamos a la cueva, eso dijo Odette.
La cristalina luz del agua se reflejaba en nuestra piel de forma mística y sobrenatural, un efecto tan o más hermoso que las luces de la magia de las Amazonas.
—Es hermoso —mencioné, encantada por el agua de aspecto mágico frente a nosotros.
Sentí la mirada de Andrew sobre mí, con una ceja alzada.
—Te fascinas muy fácil. —Dio media vuelta en dirección a la corriente—. Menos admiración y más rapidez. Son tus padres, es tu tiempo y tú decides en qué quieres gastarlo.
Sacudí mi cabeza. Él tenía razón, en lugar de embobarme por las luces debía enfocarme en seguir adelante, por ellos, por mis padres. Tomé impulso y adelanté a Andrew.
~°~
Lo único que iluminaba nuestro camino era la tenue luz de los faroles que se encontraban bastante lejos de nosotros, y el fluorescente color verde que provenía del rio a nuestros pies. No estaba segura de cuánto tiempo llevábamos caminando, tal vez una o dos horas, solo sabía que estaba demasiado cansada para continuar. Pero no teníamos tiempo para descansar ya que eso solo despertaría sospechas innecesarias.
Era una carrera contra el reloj. Cada minuto que nos tardábamos, era un minuto más en que mis padres permanecían dormidos y con menos posibilidades de despertar. Confiaba en que Cody los cuidara en mi ausencia, pero me era imposible tranquilizar mi corazón y mis nervios. El inminente palpitar angustiado en mi pecho era un recordatorio constante de la razón de estar ahí, y mientras más rápido avanzáramos más pronto podríamos salir de ese lugar; bueno, eso si no me daba un ataque cardiaco primero...
Mis pensamientos se vieron interrumpidos en cuanto Andrew, caminando frente a mí, cayó de rodillas al suelo. Tomé aire por reflejo, y sin perder tiempo me apresuré a agacharme a su altura. Mis manos temblaron torpemente al intentar levantarle el rostro cubierto por la capucha; un inconveniente así era lo último que me faltaba para complicar la ya de por sí difícil situación.
—¿Andrew? ¿Qué te pasa? —logré formular, temerosa de la respuesta.
El cansancio se reflejaba en sus ojos en cuanto los posó sobre mí, pero eso no fue lo que más me preocupó, lo hizo el sudor que recorría su rostro y la inconsistencia en su frecuencia respiratoria; además de que el leve jadeo que adquirió era para preocuparse en serio.
—Estoy bien, no te preocupes. —Intentó ponerse de pie, pero su acción se quedó en intento debido a su inestabilidad.
Arrugué la frente, mirándolo de hito en hito.
—Eso no es estar bien. —Lo ayudé a pararse del suelo, sin embargo, eso solo ayudó a alimentar sus ansias de seguir caminando.
—Estoy lo suficientemente bien. —Miró al frente, decidido a continuar.
Posé mi mano en su pecho para bloquearle el paso, ganándome una mirada de advertencia de su parte.
—Andrew... —Lo miré a los ojos— te dije que si no te sentías bien me lo tenías que decir...
—¿Y qué harías? —me cortó—. ¿Qué haríamos? Por si no te has dado cuenta, no estamos en el mejor lugar del mundo ni en el más seguro precisamente. No hay mucho que podamos hacer por mí ahora. Solo apresurémonos en encontrar el maldito elixir para largarnos de esta ciudad antes de que las Amazonas nos descubran.
Fruncí el ceño, me mordí la lengua antes de hablar.
—No puedes continuar, no en tu estado. Deberías regresar, yo me las arreglaré bien sola. —La mentira e inseguridad eran tan evidentes en aquellas palabras que hasta sentí lastima por mí misma.
Una pequeña parte de mi mente lo consideró un déjà-vú, toda esa situación, esa escena, sentí que la viví en algún momento antes. Hacía demasiado tiempo. Tanto que por un instante sentí que aquella sensación, ese recuerdo, no me pertenecía.
—Te matarán —repuso haciendo contacto visual conmigo; y claro, no podía faltar su ceño fruncido—. No durarás cinco minutos sin mí, y lo sabes. Solo sigue caminando, luego veremos qué pasa.
—No puedo dejarte continuar así; con el más leve golpe caerás exhausto. No pienso dejar que te arriesgues de esa forma.
Pero lo cierto era que no me veía capaz de conseguir el elixir sin él. Me aterraba la idea de enfrentarme sola a las Amazonas, era más de lo que podía masticar.
—Por favor, Will, no me obligues a cargarte. —Hablaba en serio.
Un escalofrío me recorrió la espalda ante su determinación.
—¿Es mucho pedir que te cuides? Si continúas así te colapsarás; no me sirves muerto, Andrew, y eso te podría ocurrir por no escucharme.
Entrecerró los ojos, me miró a los míos como si viera algo dentro de ellos muy pequeño, que debiera prestar una atención cuidadosa.
—Ahora ves lo que se siente estar en mi lugar cada vez que haces estupideces —masculló, y tomó aire queriendo ignorar su comentario—. Lamento desilusionarte, pero no te librarás de mí tan fácil. Falta poco, lo sé, mientras más rápido te muevas, más rápido podré descansar. Así que no esperes que te deje sola, porque no lo haré.
No pude evitar sonreír. Tal vez, en el fondo muy en el fondo, Andrew no era tan insensible como creía... ¿Qué estaba pensando? Él siempre había estado para ayudarme, o al menos la mayor parte del tiempo, no era insensible en lo absoluto; solo era que en ocasiones se hacía el de la vista gorda y no sabía mostrar bien sus sentimientos, eso era todo.
—Bien —accedí—, gracias, por todo.
Lo miré con agradecimiento, mientras él me observaba con una intensidad que pretendía leer mi alma. Pero entonces, una macabra y escalofriante voz sonó en la penumbra como el sonido de la muerte misma.
—Aww, pero qué linda pareja nos hemos encontrado.
Mi corazón brincó bajo mi pecho.
Con los nervios a flor de piel, y todos mis sentidos gritándome que no me girara, lo hice. Mis ojos se abrieron de par en par, y el latido de mi corazón se aceleró a tal punto que mi instinto de conservación (porque sí tenía uno) me decía que debía huir, cuando observé a dos escalofriantes figuras surgir de la oscuridad como tiburones en el océano.
Eran dos mujeres, de apariencia joven, con cabello largo y rizado de rojo intenso y ojos negros sin iris. Sin duda eran gemelas, sus delicadas facciones y miradas escalofriantes pertenecían a la misma sangre. Su semblante era amenazador a pesar de encontrarse sonriendo perversamente, una razón más para huir. Pero de nuevo mis pies se anclaron al suelo; estaba más que asustada, me encontraba paralizada, incapaz de moverme.
Ambas ampliaron su sonrisa cuando al parecer notaron de quiénes nos tratábamos, y con un gesto unánime pusieron sus brazos en jarra. Su similitud física generaba el efecto de reflejo, como en un espejo, la una era la cara oculta de la otra.
—Quédate atrás y no hables —ordenó Andrew con decisión, como si en verdad tuviera un plan, pero no parecía tenerlo en concreto. Permanecía con la mirada fija en las dos Amazonas, al tiempo que hablaba más alto—. Somos huéspedes de Odette, no entramos a la fuerza.
Intercambiaron una mirada de burla antes de que una de ellas hablara:
—¿Odette? ¿La amiga de la loca de Louis? Eso no servirá de nada aquí, y además no la vemos por ninguna parte. Están protegidos si ella está cerca, de lo contrario se consideran intrusos.
Oh, por supuesto, a Odette se le olvidó mencionar que sin ella no serviría de nada su hospedaje.
—No queremos problemas —dijo Andrew—, nos iremos pronto.
—¿Y qué? —se burló la hermana de la primera—. Están en nuestro territorio, bajo nuestras reglas, y son Dioses Guardianes; no los dejaremos avanzar. ¿Tienen una idea de cuánto nos darán por entregarlos a la horda? Una probada de su propia medicina al ser linchados por «herejía» les vendría bien. Es una suerte encontrarlos aquí, es de lo más conveniente, ¿verdad, hermanita?
Tragué saliva, nerviosa, y traté de aferrarme a la chaqueta de Andrew, pero el miedo al visualizar lo que ellas pensaban hacernos me impidió moverme.
—Así es, hermanita —respondió la aludida, mirándonos con diversión—, incluso nos darían un premio. Y quién sabe, si tenemos suerte nos podremos llevar sus cabezas a casa. Un lindo recordatorio de lo que se merecen.
En cuanto noté que avanzaban hacia nosotros mis ojos se abrieron tanto que temblaron de miedo al igual que mi cuerpo entero. Hice una mueca apretando con fuerza mis dientes, quizá así disminuía la adrenalina que corría por mi torrente sanguíneo. Pero en lugar de tranquilizarme mediante la desviación de mis emociones, me alteré mucho más.
Las dos brujas se movían en sincronía hacia nosotros, como un par de títeres, y en respuesta a ello lo único que mis piernas consiguieron fue retroceder un mísero paso.
—Atrás, brujas. —Andrew pasó su brazo frente a mí, intentando crear una barrera entre ellas y yo, sin embargo, ellas no tenían intenciones de detenerse. Me percaté de la amenazante mirada de Andrew que acompañaba su ceño fruncido, como si su mirada lanzara algún tipo de rayo, pero eso a ellas no les afectaba en lo más mínimo—. Ya les dije que venimos en paz, pero si no se detienen lo lamentarán.
Ellas ni se inmutaron ante la amenaza de mi amigo, continuaron acercársenos como si nada. Hasta que de pronto sus ojos pasaron de negro profundo a un inmaculado blanco, como si recibieran un golpe de tinta de repente. A casi dos metros de distancia de nosotros intercambiaron una mirada de sorpresa, que luego se transformó en sadismo.
—El juego aún no ha terminado, solo estaba en pausa hasta que todos los jugadores se hicieran presentes —dijo una de ellas acercándose en diagonal, con su mano izquierda en la cintura—. Las fichas se mueven como deberían y todo sigue su curso natural, tan natural como ella lo permita. Si todo sigue así, el destino no cambiará, será el fin de todo lo que existe.
Mi garganta seca como un desierto me pidió hidratación, pero ni siquiera conseguí tragar saliva debido al pánico que se apoderaba de mi cuerpo. Sabía que debía moverme, lo prometí, pero todavía no estaba lista para luchar contra Amazonas. Una cosa era entrenar en un ambiente seguro y rodeada de mis amigos, sin ningún peligro y con la posibilidad de equivocarme, y otra muy diferente era batallar codo a codo contra criaturas reales que en verdad me querían matar.
—La traición es inevitable, en más de un sentido, eso la ayudará a ganar terreno —continuó la otra imitando la acción de su gemela, pero en sentido contrario, como si lo hubieran ensayado—. Una pequeña acción o pensamiento desencadena sucesos trágicos y dolorosos que involucran tanto el pasado como futuro de un individuo, pero son necesarias a la hora de comprobar la lealtad de los demás. Así sabrán quién está dispuesto a cumplir con su misión sin importar el dolor del corazón, solo con un fin común, por un objetivo mayor.
—Aléjense... —musité en un hilo de voz que ni yo alcancé a escuchar del todo.
Mi voz sonaba apagada por el miedo, mientras que Andrew, aun cansado y con el brazo frente a mí, se limitó a observarlas con la esperanza de detenerlas con tan solo eso. Atacarlas no era una buena opción, ese era el último recurso ya que podríamos llamar la atención de las demás ciudadanas. Y eso sin contar que él no tenía fuerza suficiente para defenderse.
—Tu mundo, tu realidad, todo lo que crees importante y lo que amas, cambiará. Para bien o para mal, tu vida tomará un giro más drástico del que ha tomado y la convertirá en una oscuridad tan grande que tu cuerpo no lo resistirá. Todo cambia en algún momento, y ella cuenta con eso, si quiere recuperar de lo que le pertenece solo tiene que pudrir tu corazón. La reaparición de Atenea traerá el fin de esta era, cambiará el curso del destino y destruirá ese mundo.
—Basta... —Ellas continuaron su camino, cada vez más cerca de nosotros, hasta el punto de que alcanzaba a sentir su energía en mi piel. No entendía lo que decían, y no me importaba, de seguro eran mentiras. Tal y como Odette lo dijo, no podíamos confiar en ellas—. Basta... —Estiraron sus brazos para intentar tocarnos—. ¡Basta!
En el momento exacto en que grité mi brazalete se activó. Un brillo intensamente blanco y gigantesco salió despedido del accesorio que mi hermano me dio, tan puro y cálido que penetraba los poros de mi piel como una suave caricia maternal. Reaccionó de la misma forma que lo hizo en la fiesta de Nueva York, para eliminar la amenaza, pero ahora no se trataba de harpías, ahora eran Amazonas.
Ambas mujeres retrocedieron por inercia, con los brazos en modo de defensa contra la luz, y las piernas tratando de mantenerse firmes en un momento de ataque. Luego, un grito tan espantoso como ensordecedor salió de la garganta de ambas brujas al unísono, un terrible lamento de dolor en mi opinión.
—¡Apártate! —gritó una de ellas en un intento desesperado por detener la luz, pero no cesó.
Y entonces el brazalete brilló más. Una oleada de intensa luz blanca inundó todo el rio, tan profunda como un tsunami, pero en lugar de agua, solo luz. Fue tan grande el impacto que estaba segura de que el resplandor se notó en toda la ciudad de las Amazonas, como un faro en medio del mar; eso sin duda delataría nuestra posición como una llamativa invitación a matarnos.
Sin embargo, en ese momento de única luz donde eso era lo único visible, solo podía pensar en lo que le pasaba a mi hermano por la cabeza al regalarme un objeto tan misterioso como ese. Era útil, claro, y no dejaba de sorprenderme, pero me preocupaba de dónde lo sacó.
Cuando el brillo cesó, después de uno o dos minutos, pudimos recobrar la visión plena de nuestro alrededor, y notamos que las dos brujas clarividentes habían desaparecido sin dejar polvo siquiera. La posibilidad de que estuvieran muertas me instó a buscarlas, después de todo, solo estaban defendiendo su territorio y siendo fieles a su costumbre asesina; no obstante, tenía un problema mucho mayor que solucionar.
Nuestro verdadero problema era que el espectáculo de luz mágica había revelado nuestra ubicación, y debido a ello varias Amazonas se empezaron a asomar a la horilla del riachuelo, atrayendo la curiosidad de sus compañeras a su alrededor. Pronto hubo una muchedumbre a unas calles de nosotros, tan grande que estadísticamente no podríamos contra ellas, mucho menos con Andrew sin energía. Podía notar a pesar de la poca luz los rostros de las mujeres, entre sorprendidas, rencorosas, iracundas, y lo más peligroso de todo: sádicas que buscaban nuestra cabeza.
—Maldición. —La furia y frustración en la voz de Andrew me sacó un grito ahogado de la garganta; se veía alterado, casi aterrado, por la situación. Aquello fue suficiente para dar rienda suelta a todo el temor que aún quedaba en mi sistema—. Corre... —No procesé su orden, así que la repitió—. ¡Corre!
El sonido mudo de un detonador me alentó a obedecer, a mover mis pies el uno frente al otro tan rápido como mi estado físico me lo permitía. Seguí los talones de Andrew de cerca, evitando por completo mirar hacia atrás, me era suficiente escuchar sus pasos y sus gritos para comprobar que nos perseguían sin mucha distancia separándonos.
Fue mala idea ir, pero el propósito de ello seguí en pie, por eso no podía detenerme ni empezar a llorar, porque mis padres estaban peor que yo, estaban en problemas y me necesitaban ahora, no cuando se me pasara el shock y el miedo disminuyera, era ya o nunca.
Mi corazón latía con fuerza incontrolable dentro de mi pecho, como una fiera rabiosa ansiosa por salir, y la adrenalina se apoderaba de mi torrente sanguíneo tan rápido que mis latidos eran lo único que me aseguraba que no me había desmayado todavía. Con todo el miedo y adrenalina que sentía en ese momento, era apenas consiente de que mis pies tocaban el suelo. Deseaba ser más rápida, como Andrew, quien era obvio que moderaba su paso para permanecer a mi lado.
Era cierto que yo poseía una extraordinaria velocidad y finos reflejos, pero eso solo era en momentos de acción inmediata y distancias cortas, como en un ataque directo o un movimiento que había que ejecutar en cuestión de segundos. No era veloz para una persecución, mis piernas no podían correr más de lo que mi cuerpo humano lo permitía, y era tanto frustrante como aterrador.
—¡Mas rápido! Nos van a alcanzar —exigió Andrew, apresurado.
Esa situación no debía ser fácil para él. Si no lo era para mí, que aún tenía la energía necesaria para continuar, mucho menos para alguien que solo tenía fuerza suficiente para mantenerse de pie en el momento. Era valiente, eso estaba claro, fuerte, audaz, y seguro de sí mismo, pero todos tenían un límite, y él estaba por encontrarse cara a cara con el suyo.
—¡Eso intento! —respondí sobre los gritos de la horda feroz a mi espalda.
Oí cómo se movía la tierra a nuestra espalda, cortesía de la magia de Andrew. Se levantaban paredes, obstáculos para las brujas, pero no estaba segura de cuánto lo iban a resistir.
El cansancio que afloraba en mi cuerpo me impidió notar el paso del tiempo, solo supe y fui consiente de mi alrededor cuando una pequeña cueva semejante a los glaciares de nieve se alzó frente a mis ojos. El rio seguía su cauce en una desviación a un lado de la caverna, iluminando la entrada al lugar como el camino amarillo de Oz.
—Por ahí. Entra rápido. ¡Ya! —apresuró Andrew al crear un sonido rotundo con sus zapatos sobre las rocas del suelo que dificultaban la entrada a la cueva.
Le obedecí. Me adentré a la pequeña caverna pasando frente a Andrew, quien se paró frente a la entrada luego de que yo ingresara. ¿Qué pensaba hacer al quedarse ahí?, ¿distraer a las Amazonas mientras lo asesinaban para que consiguiera el antídoto? No, él no era suicida, ese era mi trabajo.
La caverna era una pequeña cueva que se limitaba a unos cinco metros cuadrados, y en el centro se encontraba un pequeño cofre antiguo y lleno de moho protegido por un minidomo, que al irradiar luz verde se convertía en la única fuente de iluminación del lugar. Sin duda ese era el cofre del elixir, aquel que las brujas protegían como su más precioso anti-hechizo, ahí estaba, frente a mí, a mi alcance.
Una explosión de luz proveniente de afuera atacó mis nervios enseguida; lo primero que pensé fue que Andrew fue herido; sin embargo, conseguí respirar en cuanto lo vi parado bajo la entrada de la caverna.
Se recostó en la entrada rocosa e irregular por un par de segundos, agotado y débil, recuperando energía, luego se incorporó como si nada le hubiera ocurrido, con su arco en mano. Un brillo celeste cubrió la gran entrada en forma de cristal, producto de la magia de Andrew, separándonos de las Amazonas que ya habían impactado contra el conjuro.
Una delgada capa de humo se hizo presente de la nada por el suelo, como hielo seco, quizá un efecto secundario del agotamiento de Andrew que se reflejaba en el hechizo.
Ellas golpeaban con manos y rostro la pared de cristal azulado que Andrew creó para protegernos, desesperadas por cruzar y ejecutar su venganza sin tener en cuenta que nosotros no hicimos nada para merecerla. Se podía ver que con cada golpe al vidrio se generaba una especie de onda en la pared, como si ésta fuera inestable; se debía al estado de Andrew, su debilidad corporal era la debilidad de su magia.
—¡Tómalo! ¡Rápido! —ordenó mientras sostenía su arco al frente, como si detuviera una pared invisible con su artefacto y moverlo significara ser aplastado.
Giré rápidamente hacia el cofre sin pensarlo dos veces, y corrí hacia él por el poco espacio que nos separaba. Andrew se estaba esforzando por ayudarme, y lo menos que podía hacer era corresponder su entrega obteniendo lo que vinimos a buscar.
Sentía miedo incontenible, igual que siempre en una situación de peligro, pero a pesar de eso no dejaría que la posibilidad de salvar a mis padres desapareciera como lo había hecho la oportunidad de salvar a Sara y a Daymon. Debía tener no solo el control de mi cuerpo, sino también el control de mis pensamientos. Pero eso ya era de por sí un reto bastante grande.
El aire era más pesado cerca del minidomo, como si éste estuviera absorbiendo el oxígeno como remolino. No obstante, en el momento en que estuve lo suficientemente cerca del cofre como para tocarlo, me di cuenta de que la energía que irradiaba era tan fuerte que hipnotizaba de forma extraña con su tenue luz verde, como la luz en extinción de una luciérnaga.
Sacudí mi cabeza un par de veces, preparándome mentalmente para impedir que su luz me atrapara, y me incliné para luego estirar el brazo y abrirlo...
Grave error.
En cuanto mis dedos tocaron la esfera protectora, mi cuerpo fue lanzado con violencia hacia atrás; el tacto con el minidomo provocó una corriente electica que recorrió todo mi cuerpo como si me hubieran electrocutado, y luego solo volé por el aire. Antes de impactar contra el frio suelo de piedra, noté que de la esfera verde salían chispas plateadas donde la había tocado, como una especie de sistema de seguridad.
Perfecto, lo que nos faltaba, otro obstáculo que solo consumiría tiempo que no teníamos.
Me golpeé la cabeza y el lado derecho de mi cuerpo, incluida la cadera. Un dolor paralizante recorrió mi cuerpo hasta mi cerebro, provocándome mareo y una mueca de dolor. Me removí en el suelo un instante, buscando recuperar mi estabilidad, y me fijé así en que Andrew seguía conteniendo las Amazonas, pero no sabía cuánto tiempo tenía hasta que él llegara a su límite.
—¡Will! —Entendí por su tono que se preguntaba si me encontraba viva.
—Estoy bien —contesté, intentando incorporarme.
Ya de pie pensé en que tenía que calmarme, razonar con cabeza fría, y así encontrar la solución. De esa forma se me ocurrió usar mi Arma Divina para conseguirlo, después de todo, solo un Ser de Luz podía romper la protección, y qué mejor para hacerlo que el Arma Divina de uno.
Caminé hacia el cofre mientras invocaba mi espada en medio de un pálido resplandor rosa, decidida a romper el domo. Al estar frente a la luz verde de la esfera protectora levanté mi arma en alto, para imitar la pose de un verdugo, y la bajé para cortar la esfera en dos enviando todo el poder de mi cuerpo a mi arma...
Cuando la espada tocó la esfera se desató un brillo entre plateado y rosa en el lugar de la intersección, parecido a las chispas de un cerrajero. Fue una gran batalla de luz que inundó la estancia como una explosión, al comienzo pequeña y luego grande, y el poder notable entre ellas generaba que la gravedad disminuyera debido al contraste de energía; esa era magia negra.
Mi cabello se levantó delicadamente producto de la poca gravedad del espacio, e incluso era más difícil respirar. Pero no cedí. Mantuve mi espada en el mismo lugar y con la misma fuerza, reacia a retroceder y perder más tiempo.
Mientras mi espada intentaba romper la esfera, sentía que ella vibraba bajo mis manos, y que un intenso calor se expandía atreves de mi arma, desde mis brazos al resto de mi cuerpo. Podía percibir el poder que ambas intercambiábamos, dos energías diferentes unidas por un mismo fin: obtener la cura para mis padres. Estábamos conectadas, más que eso, en sintonía con la misma frecuencia. Algo mágico.
Sabía que no debía forzarla, seguía incompleta, pero eso no me detuvo. Era mi Arma Divina, tenía que funcionar como tal cuando la necesitaba.
Pero entonces, el brillo se detuvo, y con él la sensación de mi espada, tan de repente que entré en pánico de nuevo. Primero observé mi espada, la cual estaba opaca, sin luz y sin vida, como si estuviera muerta; no sabía cómo un objeto podía estar muerto, pero ella lo estaba. Ya no sentía su poder, no percibía su luz, no compartía nuestra conexión...
Pero lo más grave era que el domo seguía intacto.
Mi espada carecía de brillo, la esfera seguía igual que antes, Andrew ya no resistiría por mucho, y las Amazonas entrarían en cualquier segundo frustrando mi último intento por salvar a mis padres.
¿Por qué ocurría eso en ese momento? ¿Por qué el destino estaba empeñado en dejar ir la oportunidad de salvar a los míos de mis manos? ¿Por qué por mucho que quisiera me era imposible cambiar el curso de las cosas? Eso no era mala suerte, era karma.
Lágrimas de frustración y enojo recorrieron mis mejillas sin filtro alguno, acompañado de una opresión en el pecho que hacía más sonoros los desbocados latidos de mi corazón. Histérica empecé a golpear la esfera con mi espada tan opaca como la noche misma, con la esperanza de que alguno de esos golpes pudiera romperla, o por lo menos generarle daño suficiente para abrirla. Pero era inútil, solo conseguía chispas plateadas que salían del minidomo, como si el mismo sistema de seguridad se burlara de mis limitaciones.
Era frustrante no poder romperla por más que lo intentara, tenía que hacerlo... debía... yo debía hacerlo, maldición...
¡¿Por qué no podía romperlo?! ¡¿Por qué maldita razón me era imposible hacerlo?! Era un Diosa Guardián, usaba magia, podía luchar, entonces, ¿por qué cuando más necesitaba de la magia ella no me funcionaba?
«—Tu Arma Divina —habló la voz de mi cabeza— no está completa. No puedes hacer nada para romper una protección tan poderosa si tu Arma Divina no está a la altura del conjuro que intentas anular. No lo conseguirás con algo tan corriente, necesitas más poder.»
Eso no ayudaba en nada. Nunca, en el tiempo que llevaba de tener mi Arma Divina, deseaba tenerla completa tanto como en ese preciso momento. Si tan solo nada hubiera interrumpido la primera invocación, si tan solo la hubiera completado antes, si tan solo fuera más poderosa, no estaría en una situación tan crítica.
—¡Demonios, Will, date prisa! —apresuró Andrew, enfurecido, desde la entrada de la caverna— ¡No resistiré por mucho tiempo!
Él no podía ayudarme, estaba muy ocupado intentando contener la turba de brujas furiosas como para siquiera moverse. Estaba sola, sola sin los demás Dioses Guardianes, sin mis amigos para apoyarme. Sola y sin ningún plan, sin ninguna idea de cómo romper el maldito minidomo porque era incapaz de hacer algo bien, siempre metía la pata, siempre empeoraba las cosas. Siempre me equivocaba.
En ese momento se escuchó el sonido de cristal rompiéndose. Me giré de soslayo hacia Andrew, con el corazón en la boca, y me di cuenta de que una de las Amazonas que estaba afuera había lanzado una especie de rayo contra la pared de Andrew, y a consecuencia le realizó una grieta. La mujer sonreía con maldad desde el otro lado ansiosa de lograr su cometido; sabía lo que pensaba, que con un solo golpe más lo rompería.
Lo que faltaba, ahora ya no quedaba tiempo, energía, ni magia. Ni siquiera un milagro nos salvaría del inminente fin que se nos acercaba.
Lo deseaba, deseaba más que nada tener más poder para romper esa esfera, para ayudar a mis padres, a Andrew, a todos. Por mi debilidad, por mi falta de experiencia, por mi falta de planes era que estaba varada.
Deseaba ser más fuerte, ser fuerte para salvar a los míos. Deseaba ser más poderosa para impedir que eso volviera a ocurrir.
Apreté la empuñadura de la espada y mi mandíbula en señal de disgusto y furia. Mi corazón latía con fuerza, desbocado, y sentía un intenso dolor en la marca de mi nuca. La adrenalina se había apoderado de mi cerebro y todo lo que pensaba parecía irracional y confuso.
¡Deseaba ser de utilidad y no dejar que nadie más sufriera por mi culpa! ¡Deseaba ayudar a mis padres, a mis amigos, a las personas importantes en mi vida! Podía cambiar las cosas, solo necesitaba el poder para hacerlo. Si tenía magia, si era la reencarnación de una diosa, debía poder hacer algo...
«Mi fuerza los protegía. Deseaba ser tan fuerte que nadie pudiera tocarlos, que nadie pudiera tocarme.»
Una voz lejana... la voz de Atenea resonó como una memoria lejana. Un hilo, una conexión. Lo vi, lo sentí, un rayo de luz que me conectaba a otra persona, a otra vida, a otra época.
Y me aferré a él.
Lo entendía, podía verlo. Lo que ella quería era lo mismo que yo deseaba con todo mi corazón.
La fortaleza para doblegar enemigos y proteger el futuro. El poder para cambiarlo todo.
Y en ese preciso momento, como si un ser divino hubiera escuchado mis plegarias, la espada en mis manos brilló.
Brilló como nunca lo había hecho, con colores tan vivos y radiantes que parecía un arcoíris; brillaba como una oleada de vida que se esparció por toda la cueva, reviviendo todo a su paso. Era hermosa la combinación de colores tan llamativos y de luces que parecían mariposas y delgados hilos de colores que acariciaban mi piel suspendidos en el tiempo. Fue bellísimo el espectáculo de luz, y tan cálido que tocó lo más profundo de mi corazón.
Por un breve momento fue como si el tiempo de detuviera. Todo lo que existía era mi espada y yo, juntas en un plano diferente a la realidad, juntas como si me hablara en un idioma nuevo pero que entendía a la perfección como lengua natal, como si formáramos un contrato, un juramento... una sola vida.
Su luz entraba directo a mi alma, purificándola, fue como si mi espada y yo nos uniéramos por medio de un hilo invisible que solo las dos sabíamos que existía, mucho más marcado que hacía unos instantes. Todo mi ser se sintió más fuerte, más poderoso, imparable, como si pudiera atravesar un muro de concreto y salir ilesa. Sentía el poder correr por mis venas; justo lo que había pedido.
Luego la luz que inundó la cueva despareció, dejando solo un mágico resplandor vibrante en mi Arma Divina. Mi espada brillaba intensamente entre colores dorados y rosas, exclamando vida y ferocidad.
Recordé las palabras de Astra, sobre lo que tenía que hacer para completar mi espada: encontrar un deseo que me uniera a Atenea, algo que ambas anheláramos con todo nuestro corazón. Estaba completa, lo sentía.
Mi Arma Divina se había completado al fin.
Podía percibir el nivel de su poder, y los límites que antes tenía frente a mis ojos se volvieron simples telas transparentes tan delicados como los pétalos de una flor.
Pero luego, tan rápido que apenas me di cuenta, la situación llegó a su detonante, complicando todavía más las cosas...
La pared aisladora de Andrew se rompió en medio de un sonido de cristal, al mismo tiempo que levanté mi nueva y renovada espada en el aire para cortar la esfera. Escuché la frustración en Andrew cuando ocurrió, y me percaté por el rodillo del ojo que se apartó tan rápido como pudo de la puerta para correr hacia mí; dejó a las Amazonas atrás por unos cuantos pasos, y éstas a su vez entraron al lugar como derrumbe en una montaña.
El tiempo se congeló a mi alrededor al punto en que solo podía escuchar mi propia respiración.
Bajé la espada como guillotina, y cuando la hoja dorada tocó la esfera pasó un segundo entero en el que todo se quedó en silencio y quieto, para luego estallar de repente en una lucha de luces y chispas que llevaron a la ruptura completa del minidomo. La protección se esfumó después la intensa luz verde, para dejar lugar a un simple cofre viejo lleno de moho y humedad.
Mis oídos escucharon la voz marcada de Andrew musitando un único conjuro, tan cerca que me tomó por sorpresa al sentirlo a unos centímetros de mí, y sin pensarlo dos veces me agaché para tomar entre mis brazos el cofre como si de un bebé se tratara, al tiempo que mi Arma Divina se compactaba para guardar en uno de mis bolsillos.
Sentí la mano de Andrew sobre mi hombro, tan fría y reconfortante como siempre, que me apretó con exceso de fuerza. Mi corazón desbocado y lleno de adrenalina apenas sí notó la luz azul de mi amigo cubrir nuestros cuerpos para transportarnos fuera de allí. Y lo último que vi de la caverna mientras la luz como tela pasaba por mis ojos fueron los rostros furiosos y apurados de las Amazonas, a tan solo unos centímetros de mí.
~°~
La llegada a casa fue torpe, el aterrizaje fue brusco y desequilibrado, como si hubiéramos tenido que aterrizar de emergencia en un vuelo turbulento; lo cual era lógico considerando que Andrew no estaba en condiciones de efectuar semejante hechizo tan complicado, pero no me había dejado tiempo de evitar que lo hiciera y estaba muy impactada como para pensar en un mejor plan.
En el momento en que nuestros pies tocaron el familiar suelo de mi departamento, Andrew cayó de cansancio. Fue como si lo hubieran herido de un balazo, todo él estaba pálido y sin energía suficiente para mantenerse de pie; simplemente sus rodillas se doblaron, sus ojos se cerraron y sus brazos, que no había notado rodeado mi cintura, se dejaron caer junto con su cuerpo.
En el instante en que cayó al suelo como si de un muñeco de yeso se tratara, solté el cofre a un lado y me abalancé sobre Andrew para intentar impedir el mayor daño posible. Sin embargo, su peso superaba mi fuerza y ambos caímos al suelo generando un sonido predominante. Su cabeza quedó recostada en mis rodillas flexionadas, mientras el resto de su cuerpo reposaba en el suelo.
—¡Andrew! —lo llamé, presa del pánico y con el corazón en la boca, pero él estaba completamente dormido.
Su cabello se pegaba a su frente debido al sudor, y su pecho subía y bajaba con regularidad signo de agotamiento; eso me tranquilizó un poco, aunque aún estaba tanto pálido como hirviendo de fiebre al menos respiraba.
No pude evitar sentir culpa, esa era la segunda vez que Andrew terminaba inconsciente por salvarme; estaba empezando a pensar que no merecía su ayuda, era demasiado bueno con alguien que siempre lo exponía al peligro. Pero lo bueno era que estaba ahí, con él, para sostenerlo, y eso me generaba un leve respiro considerando lo cabeza dura que era.
Sus ojos se abrieron poco a poco, moribundos, y se posaron en mí vagamente, como si en realidad no me estuviera viendo. Respiré con alivio, y sentí deseos de abrazarlo al saber que tenía fuerza suficiente para estar casi consiente.
—¡Cody! —grité hacia el pasillo, desesperada. Sin esperar respuesta me volví hacia el moribundo de Andrew, para posar mis ojos en los suyos. Forcé una sonrisa y susurré con gracia—. Dijiste que no te ibas a desmayar en mis brazos, ¿recuerdas?
Noté ese brillo curioso en sus ojos, como si se le escapara del interior. Sus labios temblaron.
—Bueno, quizá calculé mal. Todo lo que respecta a ti está fuera de la ecuación, eres el margen de error que nunca consideré en la operación.
Enarqué las dos cejas.
—¿Ahora hablas de matemática? No estás consiente del todo, dices puras incoherencias. Y, además, sé que no te caigo muy bien, pero no creo que sea tan indeseada.
Un leve rubor se apoderó de mis mejillas, y di gracias de que estuviera tan vago que no lo pudiera procesar igual que siempre.
—El margen de error no es un problema, es solo aquello que sabes que puede ocurrir, pero nunca esperas que suceda... —Su voz se apagó en la última palabra, dejándose llevar por el agotamiento. Estaba dormido, era todo, estaría bien si descansaba hasta recuperar energía.
—Gracias por ayudarme hoy y siempre que estoy en problemas, en verdad te necesito —murmuré en su oído con delicadeza mientras frotaba su cabello para intentar arrullarlo.
Vi a Cody a mi lado, pero como estaba tan ocupada con Andrew no supe hacía cuánto estaba ahí, escuchando y observando la escena. Pasó sus ojos del chico en mis brazos a mí y viceversa, y luego sonrió con cierta arrogancia. Sin darle vueltas al asunto me apresuré a ir directo al grano:
—Tráeme una almohada y una manta de mi habitación, necesita descansar.
Cody asintió, sin dejar de mirarme con esos ojos que querían sacarle sus pecados a todo el mundo, y fue hacia mi cuarto. Regresó al poco tiempo con una manta de flores de loto dibujada en ella y una almohada rosa en brazos; me la ofreció, con los ojos fijos en el chico. Primero ubiqué la almohada bajo su cabeza, reemplazándola por mis piernas, y una vez estuvo firme lo cobijé con la peculiar manta de flores.
—¿Estará bien ahí? —inquirió mi hermano.
Sabía que era un poco frio e inadecuado, pero considerando su peso y mi fuerza no podría levantarlo para llevarlo al sofá, así que con eso bastaría hasta que se sintiera mejor. Además, estaba sobre la alfombra, no podía ser tan incómodo ¿verdad?
—Eso espero.
Se hizo un corto silencio. Observé a Andrew dormir, preocupada y aliviada al mismo tiempo. Cody no me apartó los ojos de encima.
—¿Tienes el elixir? —preguntó mi hermano.
Solté un suspiro y tomé el cofre a mis pies.
—Sí, fue difícil, pero lo conseguimos. Hay que dárselo a mamá y papá.
Inconscientemente me llevé la mano libre a mi collar-arma que guardaba en mi sudadera. Podía notar su poder y su luz emanar en tan pequeño tamaño, era una sensación única y reconfortante que generaba confianza. No obstante, ese no era momento para admirar su belleza, tenía que darles el antídoto a mis padres antes que los pocos minutos que me quedaban se desvanecieran.
Me dirigí hacia la habitación de mis padres, con Cody a mi lado, y en cuanto entré noté la misma atmosfera que cuando nos fuimos. No me dejé abatir por esa horrible sensación, ya no había razón para hacerlo ahora que podía remediarlo; tomé aire y me acerqué lentamente a su cama para depositar el objeto ahí. Pero entonces supe que no sabía cómo abrirlo.
—No le des muchas vueltas, solo un Ser de Luz puede abrirlo, tal vez solo debas, no sé, ¿tocarlo? —sugirió Cody —. No creo que sea tan difícil, después de todo tenía un conjuro de protección muy fuerte, si hubiera dificultad al abrirlo la defensa no sería tan alta.
Lo miré entre confundida y sorprendida, él lo sabía gracias a su don, pero todavía no me acostumbraba a su manía de espiar el futuro de los demás. Al menos eso significaba que podía creerle, ya que si lo decía debía tener razón.
Extendí mi mano, y con delicadeza, casi desconfianza posé mis dedos en la cerradura metálica y cubierta parcialmente de moho. Al hacerlo al cofre emitió una tenue luz verde esmeralda, que me recordaba a los ojos de Odette, y acto seguido se abrió.
—¿Ves? Te lo dije.
Lo terminé de abrir y contemplé con atención el pequeño frasco de su interior: redondo y alargado, con el dibujo de un árbol seco en la tapa; el líquido era violeta y parecía contener una luz en el centro, como una pequeña luciérnaga encerrada. No se veía peligroso, al contrario, parecía inofensivo.
—¿Cómo se los doy? —quise saber observando al sabelotodo de Cody.
—Yo lo haré, después de todo, yo no lo rompería de los nervios accidentalmente, dedos de mantequilla. —Sonrió con superioridad a lo que le lanzaba una mirada fulminante. Dejó de sonreír y se enserió, demostrando toda la madurez de la que su hermana carecía—. No te preocupes, estarán bien.
Ahora lo miré con cariño, y con un ligero ápice de preocupación.
—Lo sé —suspiré—. Es solo que aún me preocupan un poco, suena tonto pero siento que esto aún no ha terminado, presiento que corren un peligro mayor. Aunque es solo una suposición incoherente y sin fundamento que mi mente armó a partir de todo lo que he escuchado hoy. No quiero volver a saber nada del futuro, eso solo trae dudas y problemas.
Me llevé los dedos al entrecejo y lo froté despacio. Estaba cansada, tanto física como mentalmente, y solo quería dormir con la esperanza de olvidar lo sucedido ese día.
Cody me miró con fijeza y seriedad sin decir una palabra, y analizándome con suspicacia, como si pensara en algo que no podía decir por mucho que quisiera.
—Ailyn —Su tono perdió la confianza y suficiencia de siempre, parecía más serio, casi preocupado—, el futuro no es lineal. Cada acción conlleva a un futuro diferente. Se ramifica y se adapta a lo que decidas. El destino realmente no es más que tus propias decisiones. Tú elijes qué futuro tener y cuál será tu destino. Hay cosas que son inevitables, pero es tu decisión encontrarles valor o no.
Mi rostro en ese momento era digno de foto. No me esperaba un vomito filosófico de su parte, mucho menos en ese momento y, además, no le encontraba ningún sentido. Cody era vidente, sabía cosas que yo no y nunca me las diría, pero eso no le daba derecho a confundir mi ya de por sí enredada cabeza.
—¿Qué? ¿De qué hablas ahora? ¿Hay algo que quieras decirme?
Cerró los ojos y sonrió mientras tomaba aire, no obstante, no supe si ese gesto era de resignación por mi ignorancia o de alivio por mi inocencia.
—Ve a dormir, te ves cansada y tu amigo está inconsciente. Mañana estarás mejor, ya lo verás. Todos lo estarán, y podrás volver con los demás temprano. Me encargaré de ellos por ti, y estaré al pendiente por si algo ocurre.
Asentí, todavía muy confundida como para decir algo más, y caminé hacia la puerta. Antes de salir miré por última vez a mis padres dormidos, que en ese momento parecían dos muñecos, y deseé con todo mi corazón que ese elixir funcionara y despertaran lo antes posible; solo quería su bienestar, solo quería su seguridad.
La luz de luna iluminaba mi habitación en el momento en que entré, dándome la bienvenida a mi hogar. Todo seguía igual, incluso había polvo. De seguro mamá no quiso limpiarla porque así me sentiría más cerca de ellos, algo típico de una madre amorosa. Deseaba abrazarlos, hablar con ellos como si nada mitológico pasara, como antes, pero era peligroso tanto para ellos como para mí.
En medio de un bostezo de cansancio, me tiré en mi acolchada cama sin pensar en absolutamente nada más, sin pensar en brujas ni el futuro ni advertencias ni problemas, sin pensar en nada que no fuera en dormir. Por lo menos podía descansar, no sabía lo que me esperaba al otro día cuando enfrentara a mis amigos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro