Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

25. Luna de la unidad

One Call Away -  Charlie Puth

Cada vez que escuchaba algún ruido fuerte mi cabeza se estremecía. Me sentía sugestionable con tan solo oír el sonido de las olas, con tan solo escuchar hablar a alguien, con tan solo quedarme de pie por más de media hora.

Era frustrante no poder hacer algo para ayudar, aunque en realidad no había nada que hacer, solo quedaba esperar a llegar a Santa Elena. Pero aun así era incomodo solo permanecer tumbada en la cama porque mi resfriado había llegado al punto de que, si me movía demasiado rápido, terminaba en el suelo, y la fiebre había aumentado significativamente en doce horas, tanto que las toallas húmedas no ayudaban en nada y la magia de Andrew tampoco me hacía gran cosa.

Pasaron doce horas desde que Evan reconfiguró el rumbo del yate; desde hacía ese tiempo no había vuelto a ver a los chicos, tal vez estaban ocupados en quien sabe qué, y Cailye se quedó dormida mientras «me cuidaba» en la silla roja del cuarto. Se veía tierna ahí dormida, con la cabeza hacia un lado e incluso babeando.

Me revolví en la cama arrastrando las sábanas. Me dolía tanto la cabeza y sentía tanto escalofrío que me era imposible quedarme quieta a esperar que el malestar acabara con mi vida; y, además, la quietud en esa cama me asfixiaba.

No lo soporté más, tenía que salir de esa cama al menos para intentar que mi atención se desviara del resfriado que no me interesé en tratar. Me levanté de la cama, y al hacerlo casi me devolví por el intenso mareo, pero conseguí visualizar lo suficiente para caminar hasta la puerta y salir de la habitación.

Me quedé unos minutos parada en el pasillo, recobrando fuerzas, para luego avanzar hasta las escaleras. Cuando pasé por la sala, la cocina, el salón de juegos, y el minibar, me di cuenta de que todos estaban durmiendo, o en sus habitaciones, ya que el lugar estaba desierto. Así que decidí subir hasta la azotea.

El viento con olor a sal golpeó mi rostro, algo que encontré refrescante, y me senté en una de las sillas para mirar hacia el horizonte. Era agradable el sentimiento de tranquilidad que generaba el océano, por supuesto cuando no había tormenta, pero al mismo tiempo aterrador pensar en lo brutal que podía llegar a ser algo tan hermoso.

La claridad de la noche me permitía disfrutar tanto de las estrellas como de aquella gran luna llena que marcaba el fin del océano y el inicio del cielo, además de que su reflejo le otorgaba un efecto cristalino y transparente al agua.

Sin embargo, la brisa pronto se convirtió en una ventisca. El frio penetró mi piel, generándome más frio del que seguro había y un intenso escalofrío; en ese momento deseé con todo mi corazón tener un cobertor o un abrigo que me protegiera de la temperatura.

Entonces, como si fuera magia, una manta verde cubrió mis hombros con delicadeza; era de lana y se sentía cálida. Me di la vuelta esperando encontrarme a Cailye, a Andrew o a Evan, pero en lugar de eso, solo estaba Astra, parada a un par de pasos de mí. Su blanco cabello se movía como bandera por el viento, tenía puesta su capa y parecía un personaje de ficción con ella, sus ojos violetas reflejaban la luna; pero su expresión era inescrutablemente seria, tirando a sombría.

—¿Qué haces aquí? —Soné a la defensiva, pero cómo no estarlo después de lo que intentó hacer.

Ella me miró de forma inexpresiva.

—Lo mismo que tú, recibiendo aire fresco.

—Pues ve a recibirlo a otra parte, llegué primero así que tú debes marcharte.

—¿Llegué primero? Hablas como una niña pequeña. No veo por qué no podamos compartirlo, después de todo el yate no es que sea muy grande.

Fruncí el ceño y me hundí en la manta sobre mis hombros mientras miraba hacia el horizonte del océano, justo donde el cielo iniciaba. El yate era enorme, así que no entendía su percepción del espacio.

—Haz lo que quieras. Después de todo eso es lo que haces siempre.

Su mirada se endureció, obviamente se molestó.

—Las cosas no son como tú crees...

—No trates de convencerme de que eres la persona más correcta del mundo, que sabes lo que haces y toda esa cháchara que siempre dices —la interrumpí—. Sé muy bien lo que escuché, no soy tonta, así que no intentes redimirte.

—No trato de redimirme, no ante ti —corrigió—, solo quiero que no haya malentendidos. No eres la única que se lo estaba pasando mal cuando Sara y Daymon desaparecieron, yo también me deprimí, me culpé, al igual que los demás. Es por eso por lo que sugerí cesar las búsquedas.

—Trataste de abandonarlos —repuse, enojada—, quisiste dejarlos a su suerte. No estabas pensando en ellos como dices que lo haces, estabas pensando en ti.

Mientras yo más elevaba el tono de mi voz, Astra más disminuía el suyo. No como si se cohibiera ante mi reacción, más bien parecía cansada de discutir y no quisiera seguir el hilo de las cosas.

—No, Ailyn, te equivocas, estaba pensando por todos. Antes de que los tiburones mencionaran lo de la isla y nos compartieras tu sueño, en serio creí que ya no estarían con vida, entonces empecé a ser realista. Tú te estabas consumiendo en la desesperación y estabas fuera de control, todo lo que dijiste, todo lo que hiciste... —suspiró— no estabas lo suficientemente cuerda para pensar en el futuro.

»¿Qué pasaría con nosotros si dejábamos todas las fuerzas en la búsqueda? ¿Qué ocurriría con el mundo sin todos los Dioses Guardianes? No fue fácil, Ailyn, me torturé por días pensando en lo que pasaría si la situación continuaba, pensando afanosamente lo que sería lo correcto en ese momento. Eran ellos o nosotros. Si seguíamos buscándolos todo habría terminado ahí, todos nuestros esfuerzos para reuniros quedarían desechos en el océano. Fue la decisión más difícil de mi vida, pensar en abandonar y vivir, o seguir y morir. ¿Qué tipo de acción era la correcta, para la humanidad en lugar de nosotros? No podía pensar en lo moral, por muy horrible que suene, así es la vida, a veces hay que tomar decisiones difíciles por un bien mayor.

—¿Y por eso decidiste que había que dejar ir las posibilidades de encontrarlos, y enfocarnos en la misión? —inquirí, incrédula—. Sigue siendo inhumano. Son nuestros amigos, parte de nuestra familia, abandonarlos es como dejarlos morir.

Ella suspiró con pesadez. Pude ver en sus ojos el estrés con el que cargaba en sus hombros, pero no dije nada al respecto.

—Ayer, cuando llegamos de la búsqueda... ¿Te preguntaste por qué estábamos mojados? —Negué con la cabeza. Ella desvió la mirada al océano, pero me observaba de reojo—. Evan cayó al océano. Se cayó de la moto por falta de sueño; no sé si lo sepas, pero él ha estado muchos días sin dormir, solo una o dos horas si mucho; se quedó dormido mientras manejaba y se resbaló. Noté que él ya no me seguía y cuando di la vuelta me di cuenta de que había caído al agua.

»El agua ni siquiera fue capaz de despertarlo, por suerte yo estaba ahí y lo saqué antes de que se ahogara. Estaba azul, había tragado mucha agua, tuve que sacársela a la fuerza. Después de eso tardó unos momentos en reaccionar. Fue entonces cuando me pregunté si estaba bien lo que estábamos haciendo, si valía la pena arriesgar la vida y la cordura de todos para encontrar... para encontrar a Sara y a Daymon. Si realmente eso era lo que debíamos hacer sin importar las consecuencias que trajera.

—¿Qué...? —murmuré con un hilo de voz.

No podía creer que todo eso estuviera ocurriendo y yo no me hubiera dado cuenta de nada porque me había aislado completamente en mi desesperación, en mi depresión, en mí, en mí y en mí; solo pensaba en eso: en mí. Andrew tenía razón con lo que dijo en la cubierta, seguía pensando como víctima. Nunca le presté atención a lo que Evan hacía, nunca demostré interés más allá de lo que perder a mis amigos significaba para mí.

—No me juzgues a la ligera, lo que propuse lo hice porque estaba consciente de las condiciones de todos aquí —continuó—. No eras la única que estaba mal, Ailyn, hay incluso algunos que estaban peor, por eso me planteé la idea de seguir adelante y evitar que alguien más se pusiera en ese tipo de peligro. Lo que hice, lo hice pensando en el bien mayor.

»Estaba tratando de salvarlos a todos, pero en la guerra a veces hay que elegir entre la vida de un individuo sobre los demás, hay que tomar decisiones difíciles y muy duras de afrontar, pero si nadie las toma, todo se pierde. En ocasiones se gana, Ailyn, y en otras se pierde. No quería que todo ocurriera así, solo pasó, y solo trataba de mitigar el impacto. Fue difícil, demasiado, poner la vida de alguien sobre la de otro, elegir quién podía seguir y quién no, pensar en los pros y los contras de una decisión y elegir cual era menos perjudicial para todos.

Sonrió débilmente, demostrando cansancio. Pasaron varios segundos, incluso minutos, en los que no supe qué decir. Permanecí en silencio, consciente de la mirada analítica de Astra sobre mí, hasta que por fin pude hablar:

—Lo... entiendo.

De cierta forma, una muy extraña, comprendía perfectamente los sentimientos de Astra. Entendía su preocupación y las decisiones que tomó. Yo nunca habría sido capaz de tomar una decisión así, quizá por eso Astra decía que no era la indicada para dirigir el equipo, ahora lo entendía, y me dolía entenderlo.

—Pero ¿por qué me lo dices? —indagué—. No creo que te importe mucho mi opinión sobre ti.

—No me importa tu opinión respecto a mí, eso es cierto. Pero quería que conocieras las circunstancias por la que todos están pasando, ya que tú nunca te hubieras dado cuenta por ti misma.

De nuevo me quedé en silencio durante varios minutos, meditando las cosas que dijo sin saber qué más decir, mientras ella observaba fijamente el océano. Y a pesar de todo lo que me dijo, había algo que todavía no entendía.

—Astra... —llamé, insegura. Ella posó sus ojos violetas en mí— ¿Por qué ocurrió la tormenta? Se supone que el yate estaba protegido por tu magia, entonces ¿qué sucedió? Y el bloqueo que interfiere con la localización de Sara y Daymon... No se suponía que algo así pudiera pasarnos.

Por una milésima de segundo pude notar la sorpresa cruzar por su rostro. ¿Qué le causó esa reacción? ¿Mi pregunta o que hubiera pensado en ello sin su ayuda?

—No estoy segura —admitió, recobrando su confianza—. Todavía no encuentro la razón de la tormenta. No fue algo normal y no tendría por qué haber pasado. Y sobre el bloqueo... espero tener más información cuando los encontremos. Todo esto es muy extraño.

—Tal vez... ¿No crees que pudo haber sido obra de Hades? Ya sabes, como dijiste que si probó nuestra fuerza ahora querría probar nuestra debilidad.

Su entrecejo se frunció, parecía preocupada, y ahora fue su turno de quedarse callada.

—Espero que no se trate de eso —musitó unos segundos más tarde, y se dio vuelta para bajar por las escaleras—. Por cierto, Ailyn, no solo eres mi rival.

Fruncí los labios.

A parte del dolor causado por la enfermedad, sentía un terrible nudo en la garganta provocado por la frustración y remordimiento. Aunque no quisiera admitirlo, admiraba a Astra. Admiraba su forma de controlar la situación, de tomar las decisiones que nadie más podía tomar, ni siquiera yo.

Pensar en que tuvo que elegir entre algo malo y algo peor me horrorizaba, imaginar el peso que recayó sobre sus hombros... era demasiado, demasiado para una persona normal. Sin embargo, ese era el trabajo de un líder: ser capaz de ver más allá de la situación actual y enfocarse en el después.

Yo nunca había pensado en los efectos colaterales sobre los demás por persistir en una búsqueda sin esperanza, estaba tan desesperada por sanar el dolor de mi corazón que perdí de vista los sentimientos de los demás. No era capaz de verlo, no era capaz de asimilarlo, por mi cabeza nunca se me pasó la idea de desistir en su búsqueda. Y no estaba segura si eso era bueno o malo.

Lo que ocurrió con Evan... ¿Cómo no lo vi? Había sido egoísta por pensar solo en mí, sin importarme lo que los demás sentían al respecto, y dejar de lado el bienestar de los demás. Pero ¿qué era realmente lo correcto? ¿Qué era lo mejor para todos? No podía abandonar a mis amigos, pero tampoco dejar morir a los demás.

Era demasiadas cosas en las cuales pensar. Mi cabeza me daba vueltas y me empezaba a doler de nuevo. ¿Y si los hubiéramos abandonado y ellos nos estuvieran esperando? ¿Y si hubiéramos perdido la vida en el intento de encontrarlos? Diferentes posibilidades con muchas consecuencias negativas, cada una peor que la anterior. Pero al final de cuentas, ¿qué hubiera ocurrido con la humanidad si sus dioses protectores no pasaban del océano?

Era una encrucijada, una decisión difícil viera por donde la viera, pero Astra... ella pudo tomar esa decisión, correcta o incorrecta, pero se atrevió a tomarla, corrió el riego por nosotros... en cambio yo ni siquiera lo había pensado.

Además, sentía envidia de la responsabilidad y compromiso de Astra, en lo que ella fue capaz de hacer por el bien de todos. Su madurez me eclipsaba y su inteligencia era asfixiante. Era mejor que yo cuando se trataba de responder ante un obstáculo, y lo odiaba.

«—Debe tener sus razones —dijo la voz de mi cabeza, con calma.»

—¿De qué hablas? —Le seguí el juego.

«—Si antes no mostró el interés en ser líder, debe haber una razón por la que cambió de opinión. Deberías haber pensado en esa razón antes de retarla.»

—No la reté, ella lo hizo. ¿Y no te parece que llegas tarde a la conversación? Eso pasó hace una semana.

«—Sigue siendo un problema. Deberías cambiar el hilo de tus pensamientos antes de que hagas algo que lamentes, lo que quieres considerar no le hará ningún bien a nadie, ni siquiera a ti. Solo Atenea puede ser la líder, y tú eres Atenea.»

—Un momento, ¿cómo sabes lo que siento y lo que pienso? Dime quién eres —exigí, pero al igual que otras veces, no hubo respuesta.

Tal vez tenía razón, mis pensamientos podrían no ir por buen camino si en serio me planteaba la idea de... de... quizá no estaba en mis cabales para terminar esa idea, por lo que darme un poco más de tiempo para asegurarme era lo mejor. Después de todo, aún faltaba encontrar a Hermes, luego de eso lo pensaría con más calma.

—Despiértate, Ailyn, es hora de desayunar. —La dulce y cantarina voz de Cailye me despertó de mi profundo sueño.

Al abrir los ojos me llevé una grata sorpresa al notar que la expresión de Cailye había mejorado, y su sonrisa regresó a adornar su rostro; era ella, la misma chica miedosa y aniñada que conocí hacía poco más de un mes. Su encantadora sonrisa seguía allí, al igual que el brillo de sus ojos.

Sin embargo, me llevé una sorpresa aún más grande cuando noté que estaba en mi cama. No recordaba haber bajado de la azotea, de hecho, estaba segura de que me había quedado dormida en la silla con la manta cubriéndome los hombros.

Me intenté levantar y en ese momento el terrible dolor de cabeza regresó, me sentía mareada y con la visión nublada. Cailye estiró su mano, preocupada, y me tocó la frente... pero de inmediato la retiró como si se hubiera quemado o electrocutado.

—¿Qué ocurre? ¿Pasa algo malo? —inquirí al ver su expresión de desconcierto.

—Ailyn... estás ardiendo en fiebre. Tu cara esta tan roja como marte, tus ojos están enrojecidos y tus labios partidos.

—No me siento muy bien... —Me recosté de nuevo en la cama—. No tengo hambre, me quedaré a descansar hasta que se me pase, luego subiré a ver en qué puedo ser útil.

—No se te va a pasar a menos que comas algo —espetó haciendo un puchero—. Desde esa noche no has comido bien, ¿quieres recibir a Sara y a Daymon en este estado? Solo lograrás que se preocupen por ti, ¿eso es lo que quieres?

—No. Pero en serio no tengo apetito.

Analizó mi rostro, hasta que pareció llegar a una conclusión ya que se apartó de mi cama.

—Bien. No salgas a comer, pero te traeré el desayuno hasta aquí. No te dejaré morir de hambre, esa sería la peor forma de morir. La comida es uno de los placeres de la vida, no te prives de esa bendición.

Se dirigió a la puerta a toda velocidad y salió de la habitación en cuestión de segundos. No tenía caso contradecirla, no por algo así de trivial, así que no intenté impedirle su objetivo.

Me giré para acomodarme de lado. Sentía que me golpeaban la cabeza con un gran martillo y ésta resonaba como una campana. Solo quería quedarme quieta hasta que el dolor se fuera, o hasta que me muriera, lo que ocurriera primero.

—Buenos días, Ailyn.

La voz de Evan me obligó a volverme hacia la puerta, y al hacerlo me lo encontré a él sonriendo con gentileza, y a Andrew observándome completamente serio.

—Buenos días. —Los saludé mientras me sentaba en la cama, aún con el insoportable dolor de cabeza intacto—. ¿Qué hacen aquí? Creí que estarían desayunando arriba.

—Queríamos saludarte y ver cómo estabas.

—Solo él —lo corrigió Andrew—, yo solo lo acompaño. —No le creí, estaba segura de que muy, muy en el fondo, se preocupaba al menos un poquito por mí—. ¿Qué le hiciste a Cailye? Se veía enojada.

—No le hice nada, solo le dije que no tenía hambre. Luego dijo algo sobre que la comida era importante y fue por mi desayuno.

—Ella tiene razón —apoyó Evan con evidente preocupación en su voz—. No has comido casi nada desde hace varios días, si quieres mejorarte tienes que empezar por comer algo que no sea la comida de Andrew.

El mencionado enarcó una sola ceja con mucho énfasis y casi deslizó una de las comisuras de sus labios, como si el que yo comiera solo lo que él me preparaba fuera algo de lo cual alegrarse. En realidad, Andrew cocinaba de maravilla, pero no le pediría otro plato más si de esa forma se le crecía el ego.

—Yo estoy bien, el que me preocupa eres tú. Astra me dijo lo que pasó. ¿Qué es lo que has estado haciendo todas estas noches?

Evan se sorprendió. Obviamente no esperaba esa pregunta; además, su reacción me hizo pensar que no quería que yo lo supiera.

—Estaba tratando de arreglar la comunicación, pero tardé más de lo previsto. —Sonrió con modestia, casi a modo de disculpa—. Es muy difícil reparar algo que nunca ha funcionado, así que básicamente tuve que rehacer el sistema operativo de la nave desde cero. No fue fácil, pero lo conseguí. La magia de Astra sirve de defensa y como motor, pero debilita las funciones básicas del yate.

—Por la que te debes preocupar es por ti misma —terció Andrew. Su tono ahora era duro, parecía molesto, otra vez—. Sabes que te tienes que cuidar y aun así sales al lugar con más brisa del yate, y encima te quedas dormida a mitad de la noche cuando hace más frio. —Se llevó la mano a su cabello y lo alborotó, gesto de exasperación y cansancio, luego suspiró—. En serio que es tedioso cuidarte todo el tiempo. Tienes edad suficiente para, al menos, llegar despierta a la cama en lugar de quedarte dormida en donde te viene en gana. Ten un poco de instinto de conservación, pareces una niña de cinco años.

Abrí los ojos de par en par al captar a lo que se refería.

—¿Eso quiere decir que tú fuiste el me trajo a la habitación anoche?

Me miró con atención, sus ojos entrecerrados.

—Claro que sí. La próxima vez te despertarás donde te quedes dormida. No voy a estar detrás de ti todo el tiempo como si fuera tu niñero, madura un poco para variar.

—Oye, no podía dormir y por eso salí un rato. Me distraje pensando en lo que dijo Astra y sin querer me quedé dormida.

—¿Estuviste hablando con Astra? —indagó Evan, pensativo—. ¿Qué te dijo?

Me encogí de hombros, restándole importancia, cuando en realidad la charla con Astra todavía rondaba mi cabeza.

—No gran cosa. —Para evitar profundizar sobre eso, desvié el tema de la conversación—. Por cierto, Evan, ¿qué sabes sobre Hades?

Ambos se mostraron igual de confundidos por mi pregunta tan repentina.

—¿A qué te refieres? —Andrew frunció el entrecejo—. Hades es el causante de todo, desde el inicio. Es el rey del Inframundo y es el enemigo.

Rodé los ojos y bufé.

—Lo es, sí, pero ¿por qué? ¿Acaso nunca se han preguntado por qué Hades hizo lo que hizo justo cuando se enteró de la existencia de la Luz de la Esperanza? Es el rey del Inframundo y uno de los dioses más poderosos que hay, tiene su propio reino y una esposa. ¿Por qué estaría dispuesto a arriesgar todo eso e iniciar una guerra? Estoy empezando a creer que Zeus quería mantenerlo encerrado solo por temor a que decidiera moverse en su contra más que porque en verdad fuera a hacerlo.

Ambos chicos me observaron como si acabara de decir una blasfemia o como si hubiera revelado el secreto de la inmortalidad. Tal vez las dos cosas.

Andrew se quedó callado, analizando mis palabras con una atención tácita como si las repasara una por una. Había un brillo intenso en sus ojos, como si los engranajes de su cabeza encajaran a la perfección. Un destello filoso y poderoso. Guardó silencio.

—¿Por qué lo mencionas ahora? —cuestionó en chico de ojos azules.

Apreté las sabanas bajo mis manos y traté de reprimir una mueca.

—Porque... Sara lo mencionó en el sueño. Dijo que por muchas cosas que haga, no siempre fue así, que cambió gracias a Perséfone. Y que se adoran. Me dijo que realmente no tenía motivos para buscar la Luz de la Esperanza.

—La leyenda de Hades y Perséfone —concluyó—. Hades se enamoró de ella mientras estaba en un campo de flores, la secuestró y la obligó a probar la comida del Inframundo para que no pudiera salir. Al comienzo ella no lo quería, por el contrario, pero luego se enamoró de él. De las parejas más solidas del mundo de los dioses, sin amoríos ni hijos perdidos. Si lo miras así sí es difícil pensar que quisiera iniciar una guerra teniendo a su esposa y a su reino.

Asentí.

—Si ella lo cambió, ¿qué ocurrió para que se corrompiera de nuevo? ¿Y por qué buscaría la Luz de la Esperanza? Ni siquiera yo termino de entenderla por completo.

—No sé lo que Hades considere un tesoro, ni si realmente el amor puede superar a la avaricia —comentó Andrew con los brazos cruzados—. Pero tienes razón, no sabemos por qué la quiere.

—Quizá haya una persona que lo sepa. —Sin embargo, en cuanto lo pensé supe que era mala idea terminar lo que empecé a decir. Pensé en Kirok, pero él no era la mejor opción—. Olvídenlo, no es nada.

El chico de ambarino cabello entrecerró los ojos de forma sospechosa, como si se hiciera una idea de a quién me refería y esperara la oportunidad para regañarme por siquiera considerarlo.

—En primer lugar ¿él cómo se enteró de la existencia de la Luz de la Esperanza? —preguntó Evan—. Se supone que nadie más que Zeus y los Dioses Guardianes lo sabían, entonces ¿cómo llegó esa información a sus oídos?

Repasé mentalmente mi viaje al pasado, en busca de algún detalle que me indicara la respuesta. Pero no había nada.

—No lo sé, y tampoco entiendo por qué no la tomó cuando Atenea murió.

—Fue por su alma —respondió Andrew, ahora con el ceño fruncido, como si algo no le terminara de encajar—. La Luz de la Esperanza está ligada al alma de Atenea, es decir, a la tuya. Al morir su alma abandonó su cuerpo y con él la Luz de la Esperanza. Si no fue eso, quizá algo más se lo impidió. A lo mejor no pudo tocarla.

—Ailyn —llamó Evan, pensativo—, ¿estás segura de que las personas de tu sueño eran Sara y Daymon?

Lo miré, un escalofrío me recorrió la espalda al pensar en ellos dos en mi sueño. El que no fueran ellos me parecía demasiado siniestro. Entonces recordé que Sara nunca me llamaba At, pero su imagen era inconfundible, no podía ser otra persona.

—Sí, ¿por qué?

Él negó lentamente con la cabeza, todavía sumido en sus pensamientos.

—Por nada, olvídalo. —Enfocó sus ojos en mí y de nuevo sonrió—. Apropósito, ¿cómo te sientes?

—¿Física o mentalmente? Tienes que especificar.

Él sonrió con ternura y calidez.

—Las dos.

Suspiré y me recosté en mi cama.

—Mal —Pensé de nuevo en las palabras de Astra—, en ambas. Solo quiero que esto termine; quiero encontrar a los chicos y pisar tierra firme. Este yate trae mala suerte.

Andrew volvió a enarcar una ceja, sus ojos destellaron de una diversión contenida, pero se repuso enseguida adoptado su postura inescrutable de siempre.

—El yate no tiene nada que ver, la suerte te la ganas tú sola. Eres una fuente de malas noticias, atraes desgracias, siempre ocurre algo si estás cerca.

Le lancé una mirada fulminante y fruncí el ceño.

—Sí, claro, como si a ti nunca te hubieran salido mal las cosas. Además, cualquiera se equivoca.

—Sí, pero tú lo haces por diez.

—Aprendí del mejor. ¿O quieres que te recuerde lo que dijiste en tu casa, la forma en que me gritaste?

—Eso no cuenta —repuso, frunciendo más el ceño.

—No dijiste lo mismo en la fiesta del Time Square.

Sonreí a modo de desafío. Él tensó más sus hombros.

—Fiesta en la que por cierto nos tendieron una trampa por tu culpa.

—No desvíes el tema. Eso no viene al caso.

Curvó sus labios hacia un lado, una sonrisa torcida.

—¿Ah, no? Te has equivocado tantas veces que puedo hacer una lista bastante larga.

Tiré mi pecho hacia adelante, como para verme más amenazante, aunque todos sabíamos que no lo era.

—Por supuesto, se me olvidaba que te dedicas exclusivamente a remarcar mis errores. Ese es tu pasatiempo favorito.

Le lancé la peor mirada que pude.

Él rodó los ojos.

—Si lo hiciera me tomaría toda una eternidad.

—Pedazo de idiota —lo insulté—, búscate algo mejor que hacer.

—Lo haría, cabeza hueca, pero eres de tiempo completo, como un niño pequeño que no conoce la diferencia entre el bien y el mal.

—¡Ah! Ahora resulta que soy la mala del cuento. Qué argumento tan convincente. —Elevé el tono de mi voz.

Entrecerró los ojos a tal punto que solo pude ver en ellos ese brillo filoso que parecía rugirme en la cara. Se acercó más a mí, su postura intimidante, como si fuera muy consciente de su propio tamaño.

—Lo eres si no empiezas a cuidar esa boquita y esos pies —susurró, sus palabras se deslizaron en aire como una serpiente—. Tienes una habilidad para nada envidiable de meterte en problemas, pero más aun para arrastrarme a ellos. Casi parece que lo disfrutas.

Mis mejillas se encendieron. Había algo en su tono que me erizó la espalda.

—¡Cállate!

Se apartó lo que se había acercado, me miró desde arriba aún con los brazos sobre el pecho.

—Cálmate, Will, solo digo que debes empezar a preocuparte más por lo que te pueda llegar a ocurrir por hacer idioteces.

Fruncí el ceño con más fuerza, preparada para gritarle lo primero que cruzara por mi cabeza, pero entonces Evan intervino:

—Ya basta los dos. En serio no me explico cómo es que pueden discutir tanto entre ustedes. ¿No se cansan de discutir con el otro? Y ni siquiera son discusiones significativas, pelean por sin sentidos absurdos.

Los dos lo miramos, sorprendidos. Evan era el que menos tomaba partida entre nosotros, llegué a pensar que le daba igual, pero ahora veía que no era tan ajeno como pensaba.

La actitud serena de Andrew solo conseguía alterarme más.

—Él se lo busca —me defendí—. Le encanta hacerme enfadar, es su actividad favorita.

Enarcó una ceja.

—Es muy fácil conseguirlo, te enojas por todo. Eres un maravilloso volcán a punto de hacer erupción todo el tiempo.

Suficiente, mis mejillas no soportarían ese calor y mi cuerpo se sentía como si hubiera recibido un disparo mortal. Mi corazón pegó un brinco. ¿Maravilloso volcán? Por los dioses.

Me levanté de la cama dispuesta a enfrentarlo cara a cara, o al menos eso intenté. A medio camino el mundo me dio vueltas, y ni siquiera pude pararme de la cama. Con la ayuda de Evan me volví a sentar y luego a acostarme sin problema.

—¿Ves? —se burló Andrew—. Ni siquiera puedes ponerte de pie.

Si las miradas mataran... la mía lo hubiera llevado al infierno en ese mismo momento.

—Ya fue suficiente, Andrew —regañó su amigo—. ¿No ves que no está en condiciones de seguirte el juego? Dale un respiro; vas a provocar que su condición empeore.

Andrew se encogió de hombros sin importancia, como si sus palabras no fueran la gran cosa. Pero yo sabía perfectamente, con todo el tiempo que llevaba de conocerlo, que en el fondo se preocupaba por mí... se preocupaba por cada uno de sus amigos. Su actitud era solo para cubrir sus emociones, su preocupación y su dolor; incluso lo entendía. Pero aun así no tenía por qué ser tan crudo al hablar.

No estaba consciente de lo mucho que había aprendido de Andrew hasta ese momento; ya era capaz de entender parte de su comportamiento y a interpretar sus expresiones. Quizá me estaba fijando en él más de lo que debería.

—Tranquilo, Evan. Si mi salud empeorara cada vez que Andrew me insultara, ya estaría muerta —comenté.

Y en ese momento la puerta se abrió en medio de un gran golpe. Cailye entró corriendo a la habitación, pasando por el lado de los chicos sin prestarles atención; sus ojos estaban fijos en mí, y cuando llegó a mi cama, con un palto de wafles en brazos, me miró con decisión, algo nuevo en ella.

—¡Te lo comerás! —sentenció—. ¡Te lo haré comer aunque me cueste la vida!

Me quedé callada, sin saber cómo responder ante sus palabras. Era la primera vez que la veía tan empeñada en algo que no fuera en ganarle o insultar a Sara.

Los chicos la miraron como si su piel hubiera cambiado de color o como si se hubiera transformado en otra persona, y en realidad, eso parecía. No obstante, aunque su expresión reflejara decisión y firmeza, seguía siendo la chica tierna e inocente a la que le temblaban las manos cuando tenía miedo.

Debía valorar lo que estaba haciendo, su preocupación y sus deseos de que yo me recuperara. Era mi amiga, y no quería volver a herir de ninguna forma a mis amigos, no soportaría decepcionarlos de nuevo y ver en sus rostros esa mirada de dolor...

La miré con cariño y asentí acompañando el gesto con una agradable sonrisa. Ella, en repuesta, me devolvió la sonrisa mientras sus castaños ojos brillaban.

Cailye y yo estábamos en el sofá del recibidor, esperando impacientes la hora en que el yate parara. Me tomó varios minutos llegar a la sala, ya que el mareo era cada vez más molesto, sin embargo, con la ayuda de la rubia no me resultó tan difícil.

Entonces, el yate por fin se detuvo. Todo el lugar se estremeció, como si se hubiera estrellado contra algo. Tardé unos segundos en reaccionar, y cuando lo hice miré de inmediato a Cailye, que me observaba de la misma forma que yo: expectante y conteniendo el aire.

—¡Llegamos! —El grito de Evan, entusiasmado, fue lo que confirmó nuestras sospechas. Habíamos llegado a Santa Elena.

Tanto Andrew como Evan cruzaron la sala, Cailye me ayudó a seguirles el ritmo a la cubierta. La cabeza me dolió con más intensidad, pero lo ignoré por completo; ahora solo quería concentrarme en la nueva noticia.

El aire fresco golpeó mi rostro como una suave caricia, como una bienvenida a la isla, y el sol abrazó mi piel con cierto cariño. Me di cuenta de que con lo que habíamos chocado no era más que el arrecife de Santa Elena. Sin embargo, y para mi sorpresa, no había casas, ni barcos, ni puerto, era como si esa parte de la isla estuviera inhabitada, ni siquiera había personas. Observé las grandes montañas, y el verde que se extendía más allá de la playa, hacia el frondoso bosque adornado con palmeras.

—¿Qué haces aquí? —La voz de Andrew me sacó de mi admiración, obligándome a volverme hacia él, que como era habitual, tenía el ceño levemente fruncido.

—¿Acaso no puedo salir? —Incliné un poco la cabeza, para que el sol iluminara mejor mi cuello.

Andrew se tomó un par de segundos para contestar.

—No estás en condiciones...

—Ahórratelo, Andrew, ya me cansé de escuchar lo mismo —lo corté—. Iré con ustedes a buscarlos, eso no cambiará.

Él tensó los hombros, pero no parecía realmente molesto, solo un tanto disgustado.

—Chicos, vengan aquí. —Astra nos llamó, tenía una expresión muy tensa y seria—. Mi magia no los localiza, siguen sin aparecer en el mapa. Pero sí siento el residuo de algo en el aire.

—¿Residuo? —exclamé.

Astra me miró y asintió, determinada. Miró al cielo, levantó su mano y pareció acariciar el viento. Frunció el ceño levemente, algo en sus ojos brilló.

—Algo pasó aquí. Magia divina, sin duda. Podría decir que le pertenece a un ser de oscuridad, pero no puedo asegurarlo. El rastro es viejo, lo que haya sucedido pasó hace algunos días.

—¿Sara y Daymon? —inquirió Evan.

—No lo sé. No es la huella de su energía divina. Si están aquí no han usado su magia, al menos no para nada significativo.

—Entonces, vamos a buscarlos —insté, dando un paso adelante—. Si están aquí y no pueden usar su magia... necesitan ayuda.

La diosa me sostuvo su mirada severa por unos prolongados segundos, como si tratara de decidir algo importante; al final tan solo asintió.

—La isla es grande —comunicó—. Por lo que nos vamos a separar en dos grupos; uno irá por el este, otro por el oeste. Probablemente los residentes hayan escuchado algo acerca de ellos, o saben algo que nos ayude, así que pregunten a quien encuentren en el camino. Cualquier cosa extraña que haya sucedido recientemente es una señal.

Todos asentimos. Astra me agarró del antebrazo antes de dar el primer paso, y por la forma en que lo hizo me preparé para que dijera que no podía ir, que me debía quedar y esperar a que regresaran con noticias.

—Ve despacio, y si te sientes mal regresa de inmediato. —Eso hubiera sonado lindo y cálido si no lo hubiera dicho de forma tan dura—. Sé que habrá algo aquí, pero no debes poner en riesgo tu salud, Ailyn, debes prometérmelo.

Asentí, y me quedé callada. Todavía recordaba muy bien nuestra charla, y mientras no despejara mi mente al respecto no sabía cómo actuar frente a ella.

Caminamos hacia la salida, después de que Astra se dirigiera a la cabina para asegurarse de que el yate no iría a ninguna parte en nuestra ausencia.

Sin muelle que nos ayudara a bajar tuvimos que saltar en el arrecife, por suerte al estar tan cerca de la playa no era profundo. El agua cubrió mis pies y tobillos, y la sensación de pisar tierra firme me provocó cierto mareo adicional al que de por sí ya tenía. Llevaba dos semanas en un yate, sin parar, y el cuerpo lo notaba.

Me tomé unos segundos para acostúmbrame a la firmeza del suelo, y luego caminé hasta la orilla con ayuda de Cailye, donde los demás me esperaban. La brisa fresca de la isla que los árboles nos ofrecían era un aliento de vida, un respiro de naturaleza pura; el aire tan limpio y la temperatura del ambiente lograban que olvidara por completo mi terrible dolor de cabeza.

Me enfoqué en los hermanos frente a mí, que a su vez tenían sus ojos fijos en los míos, y fue entonces cuando el sonido de un cristal al romperse predominó en el ambiente. Grande, como si el cristal se rompiera sobre nuestras cabezas.

Me agaché por impulso y me cubrí con ambos brazos, como si eso me protegiera de los vidrios rotos. Algo me hizo sombra. Levanté la cabeza lo suficiente para mirar y vi a Andrew parado frente a mí, con su arco en manos y el cuerpo hecho una fortaleza.

Contuve el aliento. No había ningún vidrio, ni en el piso ni sobre ninguno de nosotros. Solo fue el sonido. Evan y Cailye observan con cuidado todo, la rubia había retrocedido. Todos nos quedamos muy quietos, a la espera de lo que sucedería...

Y luego escuché su voz.

Una voz que reconocía incluso mejor que la mía. Sara.

Mi corazón se recogió en mi pecho, algo en mi garganta me quemó. Me puse de pie de un salto; las piernas me temblaron, mi cabeza me dolía con cada latido.

Abrí los ojos tanto como pude y solo me bastó una mirada a mis amigos para saber que ellos también la habían oído. Avancé unos pasos hacia el lado derecho de la playa, entre confundida e incrédula, con movimientos casi torpes. Mi corazón me dolía, no era capaz de hablar claramente.

Entorné los ojos, y entonces la vi con claridad. Su cabello negro al aire, como una bandera, su figura curva. Era ella, era Sara.

El alma me regresó al cuerpo de un golpe.

Me tambalee hacia atrás, como si alguien me hubiera empujado. Corría, pese a la distancia que nos separaba, y movía los brazos en el aire. Me atraganté con mi propia saliva cuando, detrás de ella, vi ese cabello anaranjado tan encendido que conocía bien.

La distancia entre nosotras era demasiada, se veían como manchas a lo lejos. Pero eran ellos, podía oír sus gritos y reconocería su forma de correr en cualquier parte. Avancé unos pasos, dudosa, con las piernas traicionaras.

Mi corazón golpeó con fuerza, mis ojos me ardieron... y entonces arranqué a correr. Dejé de lado el dolor de mi cabeza y el mareo que sentía, y corrí tan rápido como mis pies me lo permitían. Esquivé el agarre de Andrew, oí que gritó algo, pero yo solo corrí. Sentí las mejillas húmedas antes de notar mis propias lágrimas, antes de sentir esa desesperación que yo creía enterrada hacía algunos días.

Estaban ahí, tan cerca, a mi alcance... Si corría más rápido podría tomar su mano, podría alcanzarla. Aunque una pequeña parte de mi mente creí que era un espejismo causado por la fiebre u otro sueño más, tenía fe en que fuera cierto, así que corrí con cada reserva de energía de mi cuerpo.

Vagamente me di cuenta de que los demás corrían a mis espaldas, pero en ese momento, solo en esos segundos debido a la presión de mi corazón y de los sentimientos que hacían fiesta en mi interior, fui más rápida que ellos. Sentía que, si no me daba prisa, si tardaba por al menos un segundo más, ellos desaparecerían frente a mis ojos de nuevo.

Me acercaba, ellos se acercaban. La arena entraba a mis zapatos, y gracias a mi velocidad apenas sí sentí que mis pies tocaban el suelo. Tenía la sensación de volar, pero no estaba segura si era por la velocidad o por la euforia de encontrarme con ellos.

La vista se me nubló por las lágrimas, y debido a ello di un traspié que interrumpió mi carrera de reencuentro. Me tropecé con la misma arena y me fui hacia adelante... pero en ese momento, lo que me salvó de caer fue el impacto contra el cuerpo de Sara. La trayectoria y fuerza con la que corrí provocó que ambas cayéramos al suelo.

Mi amiga cayó de espaldas, sentada, mientras que yo me aferré a su cuello como una serpiente a su presa. No quería soltarla, a pesar de que caímos, no pensaba soltarla para que pudiera levantarse. La abracé con toda la fuerza que mis brazos me permitieron, rodeando su cuello al tiempo que ella mi cintura.

Lloré sobre su hombro, presa de la euforia y la desesperación que sentía al verla de nuevo, y me di cuenta debido a su respiración que ella también lloraba en silencio. Eso fue nuevo, Sara nunca lloraba, nunca dejaba que la vieran vulnerable, pero ahora lo hacía, justo entre mis brazos. Ninguna dijo nada por varios segundos, en parte porque no encontraba las palabras adecuadas y en parte porque la alegría no me permitía hablar.

—¡Sara! —sollocé, fue lo único que salió de mi garganta en medio de ese mar de sentimientos por algunos segundos—. ¡Gracias a los dioses estás bien! Perdóname por actuar de esa forma, perdóname por ponerte en peligro, ¡perdóname por dejar que pasara una semana sin poder encontrarlos!

—Shss. —Acarició mi cabello de forma consoladora; su mano le temblaba—. Está bien, Ailyn. Estamos bien. Ya todo está bien.

Pero eso no hizo que dejara de llorar, por el contrario, lloré con más fuerza. Ella era una de las personas más importantes en mi vida, la hermana que elegí, y perderla aunque sea por esa semana fue de las peores experiencias de mi vida.

Estaba tan ocupada abrazando a mi mejor amiga, que no me di cuenta de que los demás se habían reencontrado con Daymon; nadie nos había interrumpido en nuestro abrazo, pero fui consciente de que ellos también querían abrazar a Sara tanto como yo a Daymon.

Me aparté de ella y de esa forma pude observarla mejor; estaba igual de pulcra y elegante que siempre, a pesar de estar en una isla, y su rostro seguía tan hermoso como de costumbre. Tenía puesta la misma ropa que llevaba en la tormenta.

Se limpió las lágrimas de sus mejillas, sin apartar la mirada de mí mientras le ayudaba a levantarse. Pero algo captó su atención, ya que una vez de pie ubicó sus manos sobre mi frente y abrió los ojos de par en par.

—¡Santo cielo, Ailyn, estás hirviendo en fiebre! —exclamó, y por primera vez me alegré profundamente de escuchar uno de sus típicos escándalos dramáticos.

Se me escapó una sonrisa.

—Es solo un resfriado —dije mientras me limpiaba las mejillas—, nada grave de qué preocuparse.

Pero ella no parecía convencida, por el contrario, se preocupó más, lo vi en su rostro. Abrí la boca para explicarle en detalle lo que tenía, y con suerte conseguir que su preocupación de mamá disminuyera, pero algo me interrumpió.

Un par de brazos, masculinos debido a su complexión, rodearon mi cintura por atrás y me elevaron en el aire como si no pesara nada. Supe por el gesto que se trataba de Daymon, a él le encantaba saludar de esa forma. Cuando me bajó y me volví hacia él, me recibió con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba ver sus perfectamente blancos dientes.

Verlo de esa forma, con una sonrisa radiante y despreocupada, me hizo sentir culpable y triste. Apreté los labios para impedirme llorar, pero él debió presentir mi sentimiento de remordimiento porque dejó de sonreír y me dedicó una mirada de compasión.

Antes de que dijera algo que sin duda me haría reventar en llanto de nuevo, me abalancé hacia él con los brazos extendidos. Rodeé su cintura para abrazarlo, y él correspondió mi gesto cubriendo mis hombros.

Me pegué más a su cuerpo mientras dejaba salir una que otra lagrima de emoción y alivio; mi cuerpo temblaba, por lo que Daymon se limitó a rodear mis hombros con suavidad.

—Daymon... —mascullé, sin saber qué decirle.

—Está bien —susurró él, pegando su barbilla a mi cabeza, y dejó salir un pequeño suspiro—. Sé que para ti fue difícil lo que pasó, te entiendo, no tienes que decir nada más.

Lo abracé con más fuerza, agradeciendo el silencio el don que le permitía intuir los sentimientos de los demás, así me ahorraba decirle lo arrepentida que me sentía por lo que pasó.

—Gracias... —musité, luego me aparté de él.

Daymon volvió a sonreír para infundirme ánimo, y limpió las lágrimas de mis mejillas como un tierno hermano mayor. Por el rodillo del ojo vi a los demás saludar a Sara, Cailye incluso trató de reprimir las lágrimas de alegría al verla. Astra acababa de reunirse con nosotros, y su rostro era una extraña mezcla de incredulidad, asombro, alivio y desconfianza.

Todos estábamos felices, incluido Andrew, que para mi sorpresa sonreía con un alivio que parecía dolerle. A veces miraba hacia el cielo, igual que Astra, como si algo fuera a caer sobre nosotros en cualquier segundo.

El dolor de cabeza volvió, acompañado del mareo. Lamenté perder la manta que me brindaba calor, que a pesar de que el sol brillaba con intensidad y el clima del lugar era tropical, mi cuerpo sentía frio. Sacudí mi cabeza, tratando de disimular el malestar.

—¿Ailyn? —llamó Sara, preocupada.

Le dediqué la mejor sonrisa falsa que pude, para que no se preocupara por mí. Ese era su momento, eran ella y Daymon el centro de nuestra atención. Todavía no sabíamos lo que pasaron durante esa semana, y teníamos muchas preguntas para ellos, mi salud no era precisamente de lo quería hablar.

—Estoy bien —mentí—, no es nada.

—No, no lo estás. —Andrew me miró a los ojos, como si de esa forma me sacara la verdad de un tirón, y luego escaneó mi cuerpo de pies a cabeza—. Empeoró desde que se quedó dormida en la azotea, pero no quiere decir nada. Necesita descansar.

No sabía si enojarme por delatarme, o asustarme de que lo notara.

—Odio que no te pueda mentir —murmuré en cuanto se acercó a mí.

—Lo sé —dijo con simpleza.

Sara y Daymon intercambiaron una mirada de preocupación, luego él sonrió y Sara asintió. Fue como si se comunicaran telepáticamente.

—Acompáñennos, tal vez podamos ayudarte con ese resfriado —propuso Daymon, a lo que Sara sonrió.

—¿A dónde quieres que vayamos, Daymon? —preguntó Evan.

—Con la persona que nos salvó la vida —respondió Sara por él.

Tal vez había visto demasiadas películas donde las casas en las islas estaban construidas con ramas y hojas, porque no me esperaba ver una casa normal en la isla Santa Elena.

En realidad, la casa en la que estábamos era hermosa: tenía una linda sala, paredes de color verde yeso y el piso era una belleza; pero claro ¿quién se fijaba en los detalles cuando una anciana de piel morena y cabello canoso se encontraba preparando un raro menjurje en la cocina, a tan solo unos metros de mí?

—Es experta en hiervas medicinales y encontramos una planta que podría servirte al otro lado de la isla —explicó Sara.

—¿Qué planta? —preguntó Astra, curiosa.

—Laureles. Sus hojas son buenas para los resfriados; tuvimos suerte de encontrarlas en esta isla cuando la recorrimos hace un par de días.

—Creí que te referías a las Amapolas —comenté haciendo memoria de lo poco que sabía sobre mitología griega, a lo que Sara negó con la cabeza.

—Las Amapolas producen sueño, y se usa para la hipnosis, solo lograría empeorar tu situación. —Miró hacia la cocina y de vuelta a nosotros—. Pronto estará listo.

—Perfecto, eso nos dará tiempo para que nos digan lo que sucedió —mencionó Andrew, el único de pie en la sala de estar—. ¿Qué es lo último que recuerdan?

Sara y Daymon nos habían conducido a través de las casas de la isla hasta la casa donde los acogieron, y una vez dentro una señora canosa nos atendió como invitados de la familia. No entendía qué tipo de vínculos crearon con los habitantes de dicha casa, o si Sara tuvo que manipularlos para conseguir un techo donde dormir, pero lo cierto era que el lugar era acogedor.

Daymon y Sara intercambiaron una rápida mirada, con un tinte preocupado, antes de que mi amiga empezara con la narración.

—Honestamente... no mucho. Recuerdo que caímos del yate, recuerdo en agua y la tormenta, los brazos de Daymon y la desesperación que sentía. Pero más allá de eso...

El pelirrojo frunció el ceño y le tomó la mano a Sara sin ningún disimulo. Mi amiga lo miró y le ofreció una sonrisa, pero el pesar y la preocupación no abandonaron su rostro.

—Ninguno recuerda nada luego de eso, ni estar en el mar ni cómo nos salvamos —dijo Daymon con un tono de advertencia. Enarcó una ceja, haciendo énfasis en sus palabras—. Cuando despertamos los dos estábamos en un barco de pesca. Nos encontraron mientras pescaban, según nos dijeron los pescadores, estábamos flotando sobre un trozo de madera, a la deriva, tomados de las manos. Nadie se explicaba cómo sobrevivimos ni por qué no pudieron separarnos.

Se le tensó la mandíbula, como si más que conmoverse por el que nunca se separaron, estuviera sumamente preocupado por la forma en la que todo sucedió.

—¿Qué...? —empecé, pero Daymon me interrumpió.

—Nos encontraron hace tres días —soltó, en medio de una exhalación.

Sus ojos amarillos nos recorrieron, nosotros nos quedamos inmóviles. Estaba muy segura de que todos ahí compartían la misma perplejidad que yo.

Silencio, tenso y cargado de suposiciones. Ninguno compartió sus teorías, pero de seguro ninguna era positiva.

—La tormenta... fue hace ocho días —mencioné, como para recalcar lo evidente—. ¿Dónde estuvieron antes de venir aquí?

De nuevo los dos intercambiaron una mirada.

—No lo sabemos —confesó Sara con un suspiro. Apretó la mano de Daymon como si eso le diera valor—. Nuestros recuerdos... ni siquiera existen. No es como si tuviéramos una laguna y no lo recordáramos, es como si alguien los hubiera borrado. Despertamos cinco días después de la tormenta sin saber que había pasado tanto tiempo.

—¿Qué pasó después? —quiso saber Astra. Ella tenía el ceño fruncido, su postura la hacía ver tranquila, pero apretaba tanto las manos que sus nudillos estaban más blancos que su piel.

—Llegamos a Santa Elena unas horas después —retomó Sara, luego de dirigirle una mirada al pelirrojo—. Nuestra magia no funcionaba, fue como si alguien la hubiera drenado. La teníamos, la energía divina seguía ahí, pero muy en el fondo. No podíamos usar magia. Uno de los pesqueros nos ofreció su casa para recuperarnos. No lo manipulé para que lo hiciera, él lo hizo por voluntad propia; fue como si supiera que podía confiar en nosotros.

Le echó una mirada a la cocina para verificar que la señora morena siguiera en su trabajo.

»Ese día conocimos a la señora Pinwat, la abuela de José, el pesquero que ofreció su casa. Es una persona muy gentil, que nos recibió con los brazos abiertos y nos proporcionó refugio mientras nos contactábamos con ustedes. —Bajó la mirada, demostrando frustración contenida—. Intentamos de muchas formas dar con ustedes, pero nuestra energía divina se recuperaba muy lento, y Titán no contaba con medios de comunicación. Solo pudimos sentarnos a esperar, y a confiar en que hallaran una manera de encontrarnos.

—¿Ahora pueden usar magia? —preguntó Astra.

Daymon asintió, todavía preocupado.

—No mucha desde que llegamos, pero desde esta mañana el flujo se siente con más vitalidad. Creo que nos sentiremos mejor ahora que ese bloqueo se rompió.

—¿Por bloqueo se refieren a...? —inquirí.

Daymon de nuevo asintió.

—No lo habíamos sentido desde que estamos aquí. Lo que nos hizo ir a la playa fue la esencia de la magia, el residuo. Creímos que nos atacaban, pero lo que ocurría era que se rompía.

—¿Cómo es que...?

—No estamos seguros —me cortó Sara—. Todo ha sido muy extraño desde la tormenta. Entre la perdida de memoria, el tiempo en el limbo, nuestra magia débil y ese domo de bloqueo... lo cierto es que no sabemos qué fue lo que pasó o quién lo hizo, mucho menos con qué propósito.

Sara miró a Astra, como si ella pudiera darles respuesta a todas las interrogantes. La tensión se apoderó del ambiente con mayor intensidad. El rostro de Astra, su ceño fruncido y su mirada... sin duda estaba tan perdida en esa espiral de sucesos como nosotros.

—Asumiremos que lo hizo Hades, con algún propósito retorcido en mente —dijo Astra en un tono serio—. Investigaré cuando lleguemos a tierra firme. Algo me dice que consiguió lo que quería. —Hizo una pequeña pausa y frunció más el entrecejo—. Veremos qué hacer con su memoria cuando regresemos al yate.

Sara asintió.

—Temíamos no poder contactar con ustedes —dijo mi amiga con un tono fino—. No sabíamos lo que había ocurrido con el yate ni lo que ustedes habían visto de nosotros.

—¿Por eso usaron el sueño? ¿Para que pudiéramos encontrarlos? —inquirí.

Sara y Daymon intercambiaron una mirada de confusión, por un momento la pregunta repentina rompió la tensión.

—¿Qué sueño?

—Ya saben... donde me decían, por medio de un acertijo innecesario en mi opinión, que estaban en esta isla.

Me sostuvieron la mirada, Daymon parpadeó varias veces y Sara me miró como si hubiera hablado en otro idioma.

—No fuimos nosotros —confesó Sara, de forma pensativa, su voz casi flaqueó—. Nuestra energía divina estaba muy débil. Además, nunca te hablaría por medio de un acertijo, no lo entenderías.

La primera reacción que tuve ente eso fue mirar a Evan. Él había preguntado si estaba segura de que eran ellos, y yo respondí que sí. Pero Sara me llamó At, y me habló sobre Hades, mi Sara hubiera llegado directo al grano.

El chico de ojos azules me devolvió el gesto y Andrew se unió a la conversación de miradas silenciosas. Los tres pensamos lo mismo.

—¿Ocurre algo? —indagó Astra.

—Evan... —musité—, ¿quién crees que eran entonces?

Él arrugó el entrecejo, pensativo, al igual que Andrew.

—Es solo una suposición, pero a juzgar por lo que te dijeron, creo que podría tratarse de los Afrodita y Ares originales.

Su conclusión no solo me impactó a mí, sino también a todos los presentes, que quedaron a la deriva sin el contexto necesario. Nunca lo consideré, ya que el hablar con alguno de los Dioses Guardianes originales era imposible sin consecuencias catastróficas.

«—Es más posible de lo que crees —dijo la voz de mi cabeza.»

Abrí la boca para hablar, pero la volví a cerrar en cuanto un terrible dolor de cabeza me asaltó. Sentí mi cuerpo vibrar, como si algo dentro de mí quisiera salir, e hice una mueca para desviar el dolor de mi cabeza.

—Ailyn, ¿te encuentras bien? —Cailye se acercó a mí y me sujetó del brazo como si me fuera a caer.

Sacudí mi cabeza, impaciente de que el dolor se fuera.

—S-Sí, lo estoy, se pasará pronto.

Cuando levanté la cabeza para mirar a Cailye, con lo que me topé fue con la señora Pinwat de frente, que llevaba en sus manos un vaso de contenido verde brillante. Se veía cristalino y vivaz, pero no me apetecía tomarlo.

La señora Pinwat sonrió y me extendió el vaso para que lo bebiera.

—Toma, niña, debes beberlo todo si quieres que se te quite ese resfriado. Los laureles han curado enfermedades durante miles de años, dicen que los dioses los usaban cuando los herían en batalla.

Tomé el vaso, pero todavía dudaba respecto a tomarlo.

—No sabe mal —aseguró Sara—, de hecho, es dulce.

Olí el contenido con desconfianza, pero luego decidí que soportar un mal sabor era poco si consideraba el malestar que me generaba la enfermedad. Me bebí el líquido con rapidez, y al hacerlo noté que Sara tenía razón, sabía bien.

—Gracias. —Le sonreí a la señora Pinwat mientras le entregaba el vaso vacío.

—No hay de qué. —La señora Pinwat me devolvió la sonrisa, y recibió el vaso, luego desapareció por el pasillo que daba a la cocina.

Sara y Daymon tuvieron mucha suerte, los rescataron y les ofrecieron hospedaje y alimentación. Si ese barco pesquero no los hubiera encontrado, o a la familia de la señora Pinwat, no sabría qué habría sido de ellos. Gracias a los dioses estaban bien, y eso era suficiente para mí, a pesar del velo misterioso que cubría todo el acontecimiento.

—Ya es hora de irnos —comunicó Andrew, mirando la hora en un reloj rustico de la pared—. No queremos incomodar más de lo necesario. Además, tenemos que partir cuanto antes si queremos recuperar algo de tiempo.

—Suenas a Astra —balbuceé, pero no tan bajo como para que la aludida no se enterara. Me miró con la ceja enarcada, pero no dijo nada. Luego añadí en voz alta—: Cálmate, Andrew, no tenemos prisa.

Él posó sus ojos en mí, su mirada severa me taladró el alma.

—Estamos con una semana fuera de curso, cada minuto cuenta —espetó—. Además, ya los encontramos, en hora de volver al yate.

—Eso puede esperar unas horas, es descortés entrar y salir tan rápido teniendo en cuanta lo que esta familia hizo por Sara y Daymon. Ten algo de gratitud.

La señora Pinwat salió de la cocina y les dirigió una mirada triste a sus dos huéspedes.

—¿Se irán tan pronto? —inquirió.

Daymon le tomó la mano a Sara, mientras ella agachaba la cabeza para que su cabello le ocultara los ojos. En ese momento entendí que el apego que Sara sentía por aquella tierna abuelita, se debía a la ausencia de sus padres. Ella pocas veces intercambiaba cariño con ellos, por lo que la atención de la señora Pinwat debía de recordarle a su nana, la persona que más la quería en su familia.

—Así es. —Daymon acompañó sus palabras con una radiante sonrisa.

—Por favor, quédense a almorzar —pidió ella—. Mi hijo y mi nieto siempre trabajan a esta hora, solo les pido que me acompañen. Ellos salen demasiado temprano y pasan días enteros en que no los veo porque no han vuelto o porque llegan muy tarde en la noche. Sería agradable contar con más compañía, y de paso me despido de mis huéspedes.

Me bastó mirar una última vez a Sara para saber que ella al igual que Daymon lo deseaban. Sara poco vivía por ella misma, además de su relación con Daymon su vida no contaba con algo que realmente le perteneciera, y si lo único que podía hacer por ella en ese aspecto era aceptar la oferta de la señora Pinwat, lo haría.

—Sería un placer —respondí automáticamente.

La movilidad de la nave me tomó por sorpresa en cuanto arrancó; pero rápidamente mi cuerpo se acostumbró de nuevo al alterado movimiento que ejercía bajo mis pies. No había sido fácil la despedida de Sara y Daymon con la señora Pinwat, hubo muchas lágrimas por parte de aquella viejecita, sin embargo, después de unas cuantas palabras conseguimos marcharnos de su casa rumbo a Titán.

Los laureles, como dijo Sara, me quitaron el resfriado en pocas horas. Ya no sentía fiebre, ni mareo, ni mucho menos dolor de cabeza. Estaba como siempre, igual que los demás.

—¡Sara! ¿Cuánto piensas tardarte en la ducha? ¡Me van a salir raíces por esperarte! —grité desde mi cama, donde esperaba pacientemente a que mi amiga saliera del baño.

—¡Cinco minutos!

Si claro, eso dijo media hora atrás. Entendía su deseo de bañarse con agua tibia, pero para el tiempo que llevaba en el baño diría que el agua caliente ya se le había acabado desde hacía veinte minutos. Me estiré de nuevo sobre el edredón de mi cama, tratando de quitarme la pereza y el aburrimiento que me causaba estar sola en el cuarto sin hacer nada.

Con los demás habíamos quedado en ver la luna esa noche, juntos, como una pequeña celebración por el regreso de los chicos. Estaba empezando a pensar que ya se encontraban todos arriba en la cubierta, mirando la hermosa luna dorada que se alcanzaba a ver a través de las pequeñas ventanas de la habitación.

Quería subir antes de que Cailye se comiera todo lo que Astra preparó, antes de que Daymon empezara con sus ridiculeces que nos hacían reír, antes de que Evan tocara la flauta y antes de que Andrew bajara a llevarnos de las orejas por tardarnos tanto. Pero por supuesto, tenía que esperar a que mi mejor amiga le diera la gana de salir de la ducha.

Me reí de mis propios pensamientos; pensar ese tipo de cosas era realmente un gran respiro en ese viaje. Luego de una semana de agonía, donde nadie tenía cabeza para ser ellos mismos, disfrutar de preocupaciones cotidianas era un regalo.

Esperaba que ese momento juntos lograra eclipsar por un momento el gran misterio que nos cubría en ese momento. ¿Qué sucedió con Sara y Daymon esos cinco días que no recuerdan? Y más allá de la perdida de memoria, ¿con qué objetivo ocurrió todo eso? El temor de desconocer los pasos del enemigo nos preocupaba a todos, más aún porque había una sensación en el aire de que consiguió lo que buscaba.

La puerta del baño se abrió, generando un molesto chirrido, y Sara salió vestida con un suéter de lana morado y unos vaqueros oscuros; su cabello mojado parecía ser menos que de costumbre y su blanca piel era digna de admirar.

Antes de que dijera algo, me levanté de la cama y en un par de zancadas estuve frente a la puerta, con la perilla en mi mano.

—Démonos prisa —Giré la perilla—, si Andrew baja...

Me interrumpí en cuanto abrí la puerta para encontrarme con un chico de cabello ambarino recostado en la puerta de enfrente. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, y una de sus piernas levantada hacia atrás para conservar el equilibrio. Sus ojos, hasta ahora cerrados, se abrieron y se posaron sobre mí, taladrando mi alma por la intensidad de su mirada.

No lucía molesto, como siempre, solo estaba ahí recostado, extrañamente relajado. Y, sin embargo, a pesar de que sus ojos gritaban indiferencia, sus hombros lucían tensos.

Tragué saliva ante su escrutinio facial y desvié mi cabeza hacia otra parte. Había algo en él, algo diferente, que me ponía nerviosa.

—Creí que nunca saldrían —comentó con aburrimiento.

—Y yo que estarías arriba con los demás como una persona normal y nada acosadora, pero ya ves, las cosas no son como uno cree —contraataqué.

Él arqueó una ceja y me miró con ojos curiosos.

—Soy más normal que tú, si a eso te refieres.

—¿Y eso qué demonios significa?

Se encogió de hombros sin siquiera parpadear.

—No lo sé, lo dejo a tu imaginación, cabeza hueca.

Fruncí levemente el ceño, y me preparé para responder, pero Sara me ganó:

—Si van a iniciar una discusión tonta, háganlo donde no pueda escucharlos.

Pasó por mi lado para emprender su caminata hacia las escaleras.

Andrew y yo intercambiamos una mirada rápida, y la seguimos rumbo a la sala. Arriba todo estaba a oscuras, salvo por la escasa luz que se filtraba por las ventanas del recibidor.

Todo estaba en silencio, con no más que el sonido sutil del océano, hasta que salimos a la cubierta, ahí mis ojos se abrieron de par en par al contemplar a la invitada especial de la noche: la luna dorada. El satélite natural de la Tierra la mayoría de las veces era plateado, brillante, y grande; pero esa noche era diferente. Parecía una enorme moneda de oro, acompañada por escasas estrellas, que reflejaba su imagen en el agua negra del océano.

Los demás hicieron un gran trabajo al crear una atmosfera de calidez y paz, en el suelo había varios almohadones que rodeaban una pequeña fogata mágica, cortesía de Astra, y el barandal estaba adornado con luces amarillas similares a la luz de las velas o de la misma luna. Y acompañando la velada, uno que otro plato con dulces reposaba al lado de los almohadones. Hermoso, ameno, y sublime en mi opinión.

Evan y Cailye estaban sentados en un par de almohadones cerca de la fogata, hablando y riendo; Evan con la flauta en su mano y Cailye comiendo un pastelillo al tiempo que reía sobre lo que su amigo de la infancia le decía.

Al otro lado, en el barandal mirando hacia el océano, Daymon y Astra se encontraban charlando de algo que parecía ser un tema serio, ya que el pelirrojo no tenía la radiante y amplia sonrisa en el rostro como de costumbre. No pude evitar preguntarme lo que Daymon sabía de Astra gracias a su habilidad, de seguro información lejos de mi alcance. Todavía había muchas cosas de Astra que desconocía, intenciones y gestos que no descifraba, y eso me generaba cierta desconfianza hacia ella.

Sara corrió hacia ellos y se ubicó al lado de Daymon, éste, al notar su presencia, le pasó el brazo por la cintura de forma cariñosa, y sonrío como solo él podía hacerlo, dando a entender que su plática con Astra había terminado.

—¿Acaso soy la única a la que la noticia le sorprendió? —inquirí.

Era una pregunta abierta, pero Andrew fue el único lo suficientemente cerca como para escucharme.

Él siguió la dirección de mi mirada, y medio sonrió, luego me miró de reojo.

—Todos lo veíamos venir. Era bastante obvio. ¿No notaste sus miradas cuando se conocieron? Y qué me dices de sus conversaciones en la noche, ¿nunca las notaste? Daymon siempre buscaba espacios para estar con ella, y con los días ella dejó de huirle.

Traté de evitar que el pensamiento de que su vida pasada influía en ellos tomara importancia en mi cabeza. Ellos eran diferentes a los dioses originales, y aun así estaban enamorados. ¿Eso en dónde nos dejaba a Andrew y a mí? Sacudí la cabeza; no tenía sentido pensar en eso.

—¿Qué conversaciones? —interrogué.

Él bufó, se recostó bajo el marco de la puerta y me miró sin el menor disimulo. La luz de la luna le generaba una sombra de perfil, logrando que uno de sus ojos brillara con más intensidad. Había algo un tanto frio y peligroso en sus ojos, pero al mismo tiempo esa intensidad era feroz, igual a un volcán.

—Eres poco observadora —me respondió en voz un poco más baja—. Empezaron a pasar cada vez más tiempo juntos, incluso en los entrenamientos; y siempre desayunaban juntos cuando tú todavía dormías y pasaban las noches en el techo del camper. —Hizo una pequeña pausa, lo noté tomar levemente el aire—. Pensé que serías la primera en notar que su amiga estaba enamorada.

Dejé salir un suspiro y me golpeé la cabeza mentalmente. Era cierto, yo no me daba cuenta de nada. Qué decepción.

—Pensé que Daymon quería ser su amigo, nunca creí que en verdad podrían llegar a tener una relación. Sara es... complicada incluso para elegir a sus amigos. Creer que Daymon se la ganó en tan poco tiempo me parece irreal.

Entrecerró los ojos.

—Creí que estarías feliz por ellos.

Me recosté al otro lado del marco de la puerta, frente a Andrew.

—Y lo estoy. Pero conozco a Sara desde hace muchos años y verla así es nuevo para mí. Ella no suele ser del tipo cariñoso, hasta llegué a creer que odiaba a los hombres —suspiré—. Y ahora resulta que tiene novio, ¡y es Daymon! Es raro, es todo.

Ladeó la cabeza, dejando que la luz iluminara por completo su rostro. La forma en la que me miraba me hacía sentir que en verdad escuchaba lo que le decía, que oía cada palabra y oía lo que no le decía.

—Sara siempre ha tenido miedo cuando se trata de ti, creo que ni siquiera estaba segura de él debido al amor que ella tiene por ti. ¿Has pensado alguna vez por qué se aferra a ti de esa forma?

Abrí más los ojos. Aquello me dejó sin aire, tanto porque en verdad lo había pensado como porque me sorprendió que él también.

—Me puedo hacer una vaga idea de la razón.

Andrew levantó el mentón, como si mi respuesta de alguna forma no se la esperara.

—Entonces deberías saber que tener una relación significativa en su vida, además de ti, la ayudará a soltarte. La ayudará a crecer.

Agaché la cabeza por puro instinto. Eso lo sabía, pero Sara era... Tenía una forma muy especifica de ver el mundo. Todo o nada, los puntos medios para ella no existían. Y Daymon era una persona capaz de ver toda la gama de grises que existía.

Se me escapó una pequeña sonrisa. Tal vez esa relación podría ser su flotador.

—Tal vez soy yo la que tiene miedo de soltarla.

En ese momento Sara me miró sobre el brazo de Daymon, y me sonrió. Esa sonrisa era además de sincera, alegre. Estaba feliz, en verdad dichosa de tener a alguien como Daymon, y como había sido su vida hasta el momento, lo tenía más que merecido.

Le devolví la sonrisa, pero entonces noté que Andrew se había apartad de mi lado para ubicarse en el almohadón contiguo a Evan. Sin darle más vueltas al asunto me senté al lado de Cailye y tomé uno de los pocos dulces que seguían intactos.

—¿Qué significa la luna, Cailye? —empecé conversación—. Eres la diosa de la luna, algo debes saber sobre ella, ¿verdad?

Sus ojos castaños parecían más enormes gracias a la poca luz del ambiente, pero aun así brillaban como dos estrellas.

—Es la luna de la cosecha, ocurre en otoño, y en algunas partes la usan para saber cuándo cosechar. Se ve así por condiciones químicas, aunque prefiero pensar que es obra de la magia.

—Sí, como si tu vida no tuviera ya suficiente magia —bromeé.

Ella se rio ante mi chiste, aunque lo decía en serio.

—Véanlo por el lado positivo —Daymon y Sara se acercaron a nosotros, y tomaron asiento frente a Evan. Después el pelirrojo prosiguió—, probablemente hace tres mil años también estábamos viendo esta extraordinaria luna dorada.

Sonrió mirando al cielo, casi con nostalgia.

Y así quedamos todos; los seis integrantes de un extraño grupo de dioses adolescentes reencarnados contemplando una fenomenal luna dorada sobre nuestras cabezas, en medio del océano Atlántico, completamente alejados de la civilización. Aterrador, pero al mismo tiempo perfecto.

—Lástima que solo sea una suposición —comentó Andrew.

—Quién sabe, quizá así fue, o quizá no. Nunca lo sabremos —dijo Evan.

—Esa luna me recuerda a la leyenda del Hilo Rojo del Destino —comunicó Astra, mirando el cielo también.

—¡He escuchado sobre eso! —exclamó la rubia con entusiasmo—. Pero no sé por qué la luna te lo recuerda.

—¿Se puede saber a qué se refieren? —pidió Sara.

—Hay dos versiones —empezó Astra—. Una de ella dice que, desde hace mucho tiempo, en la luna vive un ser mágico que se encarga de buscar las almas gemelas que están destinadas a encontrarse. Para que éstas no se perdieran, él decidió unirlos por medio de un hilo rojo en el dedo meñique. Así las dos personas estarían destinadas a encontrarse sin importar lo que ocurra, ni el tiempo, ni la distancia. Un hilo invisible a nuestros ojos, que se puede estirar, tensar, enredar, pero que nunca se puede romper.

—Eso suena hermoso —comenté, y al hacerlo Astra posó sus ojos en mí; me miró con cierta picardía, como si supiera algo que yo no.

—Solo es una leyenda. —Andrew se inclinó para tomar un macarrón.

—Hay muchas historias que la respaldan —repuso Cailye con confianza—. Además, los dioses griegos también lo eran. Leí en alguna parte que Eros la confirmó hace tiempo. No es una leyenda, dicen que Eros puede ver ese hilo. —Se miró las manos, en especifico el meñique, y su mirada se dulcificó todavía más—. Todos lo tenemos.

Cuando terminó de hablar recordé lo último que me dijo Cody antes de irme de casa: «Tu Hilo Rojo del Destino está más cerca de su otro extremo de lo que crees». Esas fueron las palabras exactas que usó. ¿A qué se refería? ¿Qué trataba de decirme?

Por impulso miré a Andrew, el corazón me saltó en el pecho. Y entonces, nuestras miradas se cruzaron. Di un pequeño brinco de sorpresa, y retiré mi mirada antes de observar su reacción. Traté de no sonrojarme, no tenía por qué, pero aun así sentí mis mejillas encendidas. ¿Qué me estaba pasando?

—Ailyn, ahora que lo recuerdo —Sara me tomó por sorpresa—, todavía no nos has dicho tu deseo, ya sabes, de ese día en la sala de juegos.

Los demás, excepto mis dos amigas, no sabían de lo que hablábamos, lo cual me causó gracia. Lo medité por unos segundos, hasta que decidí mi petición. Sonreí al hacerlo, y me enfoqué tanto en Cailye como en Sara cuando hablé.

—Quiero que a partir de hoy se llamen por sus nombres. —Ambas se mostraron confundidas y sorprendidas—. Siempre intercambian insultos, si no es «mocosa» es «yandere», y si no es «señorita perfección» es «intrusa con complejo de reina». Ya es hora de que dejen esas absurdas peleas atrás, así que nada de apodos, tienen un nombre, úsenlo.

Las dos se quedaron quietas un momento, luego se miraron, y de pronto se soltaron a carcajadas. Creí que se mirarían mal y se negarían, pero en su lugar parecían divertirse por mi ocurrencia. Pronto los demás se les unieron, excepto Andrew que solo sonreía con gracia.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunté.

—Nada —contestó mi amiga de cabello negro—. Trato hecho.

Miré a Cailye, en busca de una respuesta.

—Por mí está bien, siempre hay más de una forma de insultar a alguien.

Ante aquello también me reí. Tomé otro bocadillo de los platos, pero la voz de Daymon me hizo saltar cuando escuché su grito. Lo miré enseguida, y me di cuenta de la situación en cuanto noté que Cailye le arrebató de sus manos un pequeño pastel.

—¡Oye, Cailye! No te comas mi pastel de manzana.

—¡No! —La rubia se reía con emoción, una risa contagiosa, mientras se levantaba del suelo para esquivar el brazo de Daymon—. Ahora es mío.

Cailye arrancó a correr por la cubierta, y acto seguido el pelirrojo se levantó para perseguirla. Parecían dos niños pequeños peleándose por un juguete entre risas y gritos, pero en este caso era por comida.

—Ya basta ustedes dos —exclamó Sara poniéndose de pie.

Y así empezó la noche de reencuentro. Con una chica de coletas de caballo corriendo de un lugar a otro con un pastel robado en las manos, un chico alto y pelirrojo riendo mientras la perseguía por el derecho de comerse el pastel, y una elegante jovencita de melena larga y negra parada en una esquina de la cubierta tratando de detenerlos cada vez que pasaban por su lado, pero sin éxito.

Mientras que un chico que más parecía un ángel de ojos azules tocaba la flauta como concertista famoso, y una extraña mujer sin edad de cabello blanco y violeta miraba la escena con ojos de mamá. Luego se hallaba un chico de pelo ambarino, que casi nunca sonreía, lo estaba haciendo ahora, incluso con diversión. Y por último yo: una chica que hasta hacía poco tenía una vida normal, pero que ahora agradecía que todo hubiera tomado un giro tan drástico porque así pude conocer a personas tan maravillosas que ahora podía llamar amigos.

Tenía a mis amigos conmigo, juntos, y aunque todos eran diferentes con sus personalidades dispares, los amaba como a mi familia. Si Hades consideró que esa era nuestra debilidad, me encargaría de que nunca lo volviera a intentar, de que nadie pudiera intentarlo. No quería verlos sufrir, no soportaría verlos caer. Y por ellos estaba dispuesta a hacer lo que fuera.

Cualquier cosa.

¿Cualquier cosa?

Ese pensamiento me aterró, porque justo en ese momento supe que sí lo haría. Que sí podría dar cualquier cosa por conservar esas sonrisas y su futuro.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Andrew en tono bajo. Ahora estaba sentado a mi lado mientras miraba a los demás igual que yo.

Tomé aire, sentí la brisa de la noche en mi piel como una caricia. La luna en verdad se veía hermosa. Sonreí, una sonrisa tranquila.

—Pensé que siempre sabías lo que pensaba —le contesté en un susurro.

—No puedo leer tu mente.

No dejé de mirar a los demás, de verlos reír y divertirse.

—Te dije que vine por ustedes, para protegerlos —le recordé palabras que dijo hacía ya mucho tiempo—. Me preguntaste lo que estaba haciendo para conseguirlo.

Noté que asintió.

—¿Cómo vas con ese propósito? ¿Descubriste algo?

—Soy débil, la más débil del grupo. Todos lo sabemos. Me hace falta fuerza en todos los aspectos posibles. —Sonreí—. Entonces lo seré. Seré lo suficientemente fuerte para protegerlos. Seré tan fuerte que nadie podrá lastimarlos, ni siquiera pensarlo. Eso era... era lo que Atenea hacía. —Lo miré—. Tendré la fuerza para protegerte a ti también. Es una promesa.

El viento sopló con más fuerza.

Él me observó con un brillo extraño en sus ojos. Un brillo huérfano que no encajaba en su rostro, en su mirada. Como si mis palabras más que sorprenderlo, hubieran tocado algo muy en el fondo. Relajó la mandíbula por unos segundos. Parecía estar mirando algo que no alcanzaba a comprender, algo fantasmal, una ilusión. Me sostuvo la mirada casi por un minuto completo. Yo no le dije nada, no sabía cómo interpretar esa nueva expresión diferente que acababa de desbloquear.

—Entonces hazlo —dijo al cabo de unos minutos. Desvió la mirada hacia la luna—. Sabes que puedes ser tan fuerte como quieras.

Sonreí con más amplitud, de repente llena de una confianza extraña. En ese momento creí que era posible, que si en verdad yo lo quería podría ser tan fuerte como para protegerlos a todos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro