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24. Sueño o pesadilla

Innocence - Avril Lavagne

«Solo podía ver luz. Todo a mi alrededor era blanco, no había paredes, ni suelo, ni techo, nada, todo era un inmenso brillo como si estuviera dentro de una lámpara o un bombillo. Me encontraba sentada en lo que parecía suelo, pero no podía saberlo porque no parecía haber límite con ninguna pared o mostrarse el techo; la cabeza me daba vueltas y la luz que emitía todo el lugar era segadora.

A unos cuantos pasos se encontraban dos personas, las dos de espaldas hacia mí. Una era una chica joven de cabello largo, liso y completamente negro, era alta y con figura esbelta. El otro era un chico más alto que la chica por pocos centímetros, tenía los músculos definidos y su cabello rojizo se alborotaba en varias puntas, además de lo anterior pude distinguir un peculiar tatuaje en su brazo a forma de brazalete. Abrí los ojos de par en par, con el corazón amenazando con salirse de mi pecho.

Sara y Daymon, eran ellos.

Me levanté del suelo torpemente y grité sus nombres lo más fuerte que pude. Sin embargo, mis esfuerzos fueron en vano, ellos parecían no escucharme. Sus siluetas se empezaron a alejar, viéndose más pequeños a cada segundo. Desesperada arranqué a correr hacia ellos, con toda la fuerza que mis piernas me permitieron. Pero por mucho que intentara alcanzarlos lo único que conseguía era alejarme más de ellos. Me era imposible acortar distancias, era como si mi cuerpo no avanzara en absoluto.

Y de pronto, frente a ellos, una luz plateada estalló. Los vi tomarse de la mano, para unos segundos después avanzar hacia la luz como si ésta fuera una puerta. Entonces, aquella luz cubrió sus cuerpos por completo, impidiéndome todo posible contacto con ellos.

—¡Sara! ¡Daymon! —grité tan fuerte como pude.

Pero ya era tarde, la luz se apoderó por completo de sus cuerpos.

—Te estaré esperando, Ailyn. Encuéntrame pronto. —Escuché la voz de Sara en algún lugar de la luz plateada, pero no la vi ni a ella ni a Daymon.

Al decir eso, todo el lugar se cubrió totalmente de una blanca luz que cegó mis ojos durante breves momentos, los suficientes para devolverme a la realidad.»

Desperté con el rostro, manos y espalda mojadas, acompañada de la hiperventilación que provocaba que mi pulso se acelerara. Ya no estaba segura de dónde terminaban las lágrimas y empezaba en sudor, ambos fluidos se mezclaban en mi cuerpo como si esa fuera su costumbre. Y quizá luego de cinco días lo era.

Cinco días era lo que había pasado desde que empecé a tener ese sueño, y seis días desde la tormenta. Esa era la peor semana de mi vida, y no quería imaginar lo que mis amigos debían pasar en esos precisos momentos. ¿Hambre, deshidratación, insolación? Si existía la magia, la mitología no era solo cuentos para dormir, y todo era relativamente posible, ¿por qué estaba ocurriendo algo tan corriente? ¿Por qué nos afectó una tormenta? ¿En qué fallamos?

Recordaba cada uno de esos seis días con bastante claridad, y aquella imagen seguía fresca en mi memoria... Astra y Evan con el trozo de tela ensangrentada de Sara en la mano, las palabras de Astra a continuación... lo demás ocurrió con interferencia, cuando volví en sí estaba sentada en el sofá, con los rostros de todos mis amigos sobre mí, a la expectativa.

Y, sin embargo, era incapaz de hablar. Lo único que mi cuerpo hacía era llorar. Lloré en silencio por varias horas, en compañía de Cailye mientras los demás seguían hablando del tema en cuestión.

Luego de eso, me quedé sin lágrimas. Había llorado tanto en un solo día que ya no tenía qué más llorar. Cuando ya no podía llorar en silencio, la desesperación e histeria se apoderó de mi cabeza. Me levanté del sofá de golpe, asustando a Cailye en el curso, y grité tantas cosas que ya no recordaba qué demonios dije; recordaba algo vago como que era imposible que estuvieran muertos y que solo era una suposición.

Por supuesto, todos se quedaron callados. Esperaron a que me tranquilizara, que fue cuando me sentí tan pesada que tuve que volver a sentarme, y Evan dijo que tenía razón y que eso no detendría la búsqueda... y después pasaron los días...

Día tras día Astra y Evan salían a buscar pistas que nos ayudaran a ubicarlos, con ayuda de los amigos marinos de Cailye, mientras que los hermanos Knight y yo intentábamos con los conjuros que nos podrían servir hasta que mi espada se compactaba de nuevo. Usamos magia de rastreo, la luz del sol de Andrew, la luz de la luna de Cailye, mensajes en las nubes e incluso en algún momento invocamos magia de Iris para buscarlos por medio de un arcoíris. Pero todo lo que hacíamos arrojaba el mismo resultado, no había rastros qué seguir, como si nunca hubieran existido.

El ambiente en Titán dejaba mucho que desear, todos estaban mal a su manera, todos estábamos preocupados, tanto que hasta el cielo parecía haber perdido su tono azul. Cada minuto que pasaba, cada hora, cada día, era una posibilidad menos de que estuvieran bien.

Y para coronar la situación, Astra me examinó y dijo que había adquirido un resfriado, algo que por supuesto no le di muchas vueltas. Mi salud no era la prioridad a pesar de que me pidió que descansara. No me quedaría de brazos cruzados mientras mis amigos se jugaban la vida en el océano.

Me incorporé de la cama sintiendo mi cuerpo con más gravedad que de costumbre, y en ese instante mi cabeza comenzó a doler en la región temporal. Caminé hacia el baño, con las mejillas ardiendo como lava caliente. Una vez adentro me duché, y al salir me vestí con lo primero que encontré. Frente al espejo pude distinguir lo desaliñado que se encontraba mi cabello, por suerte la coleta lo disfrazaba bien, y también el extraño contraste de colores en mi rostro; estaba pálida, y gracias a ello las ojeras bajo mis ojos sobresalían tanto como mis rojas mejillas producto del mismo resfriado.

Desvié la mirada el espejo, no quería verme así pero tampoco tenía interés en arreglar mi aspecto. Luego de soltar un suspiro prolongado salí de la habitación rumbo a la sala.

—Buenos días, Ailyn —saludó Cailye sin mucho entusiasmo sentada en el sofá. No me prestó atención, estaba muy ocupada concentrando su magia. Sus ojos miraban a la nada mientras su cuerpo brillaba con un tenue tono amarillo.

—Buenos días —respondí con sequedad.

Ella había cambiado, todos habían cambiado. La alegre y glotona Cailye fue reemplazada por una chica inescrutable, como su hermano, que rara vez sonreía o comía dulces. Evan adoptó una actitud de pocas palabras, casi no hablaba y se pasaba las noches en vela quién sabe haciendo qué. Astra parecía desconcertada y triste, cuya mirada parecía ir más allá de nosotros, estaba ausente. Y Andrew... él era el único que no demostraba un cambio significativo, se mostraba igual que siempre, tal vez un poco más tenso, pero con la misma mirada fría que lo caracterizaba.

No había hablado con él sobre lo que pasó con los Hechizos Prohibidos, todos estábamos muy ocupados para eso, pero al menos no parecía estar tan enfadado como esperé que estuviera. Quería disculparme, pero no sabía cómo abordar el tema de forma correcta.

—¿Quieres desayunar? —preguntó Cailye posando sus castaños ojos en mí—. Astra dejó tu desayuno listo, dijo que debías alimentarte bien si quieres que se te pase el resfriado.

—No. No tengo apetito —contesté cortante.

Mi nueva dieta post-tormenta consistía en una fruta sola y un vaso de agua dos o tres veces al día, ya que aunque Astra se molestara en preparar algo que me ayudara con el resfriado, no tenía deseos de comer, mi mente solo pensaba en Sara y Daymon, lo demás era secundario.

—Deberías hacerle caso a Astra. —La voz de Andrew me tomó por sorpresa, creí que estaría en la azotea, pero en realidad estaba en la cubierta y acababa de ingresar al recibidor—. Si te lo dice es por algo, si no comes tu estado...

—Mi estado es el mismo que el de los demás —lo interrumpí con brusquedad, pero luego dejé salir un suspiro de cansancio, y agregué con más suavidad—. Lo siento, es solo que no tengo apetito. No me voy a morir por saltarme algunas comidas.

Examinó mi rostro con atención; al pasar de sus ojos por mis mejillas y luego hasta mis ojos supe que detectó lo mismo que vi en el espejo: que no estaba bien. Sus hombros se dejaron caer, como si no le viera el caso seguir por ese camino.

—Suficiente tenemos con un problema, no necesitamos otro —se limitó a decir, como si con eso lo expresara todo.

En eso tenía razón. No quería que mi salud se uniera a la lista de cosas por las cuales debíamos preocuparnos. Pero tampoco quería que siguieran pensando en algo tan trivial.

—Como sea, ¿los demás salieron en las motos acuáticas? —quise saber, a lo que Andrew respondió por medio de un asentamiento de cabeza—. Bien, ¿encontraste algo, Cailye? ¿Qué hechizos intentaremos hoy?

Trataba de no pensar demasiado en los resultados de un conjuro antes de realizarlos, ya que todos esos días terminábamos igual: sin nada. Para Astra y Evan las cosas no eran diferentes, a pesar de que Cailye consiguió la ayuda de los peces siempre llegaban sin novedades.

Ellos intercambiaron una mirada de duda, obviamente no parecían estar seguros de comunicarme algo importante.

Suspiré, y cerré los ojos, lista para lo que viniera.

—¿Qué pasó ahora?

—Ya no hay nada más —explicó Andrew, ganándose una mirada confundida e incrédula de mi parte—. Usamos todos los conjuros que podrían servirnos, de rastreo, teletransporte, e incluso tiempo; las ideas se nos acabaron y también a Astra. Algo impide que los encontremos, parece un bloqueo. No creemos que lo hagan ellos, pero sea lo que sea que los oculta lo hace muy bien. Humanamente no había esperanza desde el comienzo, y divinamente nos quedamos sin opciones.

Mi corazón palpitó como si esa fuera su forma de gritar. Sacudí mi cabeza con el entrecejo fruncido, y masajeé mi sien para tratar de retener esa información.

—¿Qué quieres decir con que no hay nada más? —Levanté la cabeza en su dirección—. Debe haber algo que aún no hemos intentado, algo que se nos ha escapado...

—No lo hay —me cortó el chico en tono lúgubre—. Repasé todo anoche, Will. Con nuestro nivel actual de poder no podemos hacer nada.

—Mientes... —solté en voz baja, reacia a considerar esa realidad— ¡Mientes!

Atravesé la sala corriendo, y salí a la cubierta antes de que alguno de los dos me lo impidiera. Con el cuerpo temblando, y los ojos nublados por la ira, me di cuenta vagamente de que ambos me siguieron a la cubierta, pero solo Cailye intentó acercarse, ya que Andrew se quedó recostado bajo en marco de la puerta, observando la situación.

—Ailyn... —llamó Cailye un par de metros frente a mí, preocupada.

Mis mejillas ardían, al igual que mis ojos, y un fuerte dolor en el pecho se apoderó de mí. Sentía las punzadas en mi corazón como si me clavaran muchas agujas pequeñas una por una sin dejar que el dolor desapareciera. ¿Cómo era posible que ya no quedara nada más que hacer con magia? ¿Cómo era posible que a pesar de ser lo que éramos no pudiéramos recuperarlos? Sabía que todo tenía un límite, pero no creí que el nuestro estuviera tan cerca.

Cerré los ojos con fuerza al igual que mis manos, y luego de tomar aire abrí la boca para gritar. Un solo grito que consumió todo el aire de mis pulmones y provocó que Cailye brincara del susto. Debido a la serenidad del océano, mi grito era el único sonido predominante en el lugar.

Cuando dejé de gritar porque me quedé sin aire, mi cuerpo seguía temblando de frustración.

—Ailyn, ¿estás...? —Cailye se interrumpió en cuanto vio mi próxima acción.

Arranqué el collar-arma de mi cuello, y con toda la fuerza y enojo que pude lo tiré por encima de la azotea. El objeto voló sobre el yate y desapareció de mi vista en menos de un segundo.

—¿Qué has...? —La rubia estaba más sorprendida que confundida, por el contrario, Andrew permaneció en silencio, sin inmutarse, y con los ojos fijos en la escena.

—¡No sirve de nada! —empecé con el volumen de mi voz alto, quería liberar lo que sentía, transformar en palabras mi impotencia—. ¡Mi maldita Arma Divina está incompleta, estamos en medio del Océano Atlántico, y una tormenta nos atacó! ¡A nosotros! Y a nadie se le hace extraño que esto haya pasado. ¡Somos dioses, por todos los cielos! Esto no debería pasar.

—Ailyn...

—Han pasado seis días —continué, ignorándola por completo—, seis largos días en los que no hemos avanzado en la búsqueda. Sara y Daymon podrían estar heridos, incluso... incluso... ¡incluso muertos!, y no puedo hacer nada porque mi única fuente de magia no sirve ni para hablar con los peces. ¡Y todo fue mi culpa! Yo discutí con Sara, ella intentó salvarme, ¡y yo no pude moverme porque tenía miedo! ¡Estaba aterrada! ¡Me estoy deshaciendo de los nervios, del miedo de no volverlos a ver, de la impotencia que siento! Ni siquiera... ni siquiera sabemos si están bien, los conjuros se acabaron, y los demás no han encontrado nada en las motos acuáticas. ¡Quiero que todo esto termine! ¡Los quiero devuelta! Yo... —Me llevé las manos al cabello, alterada hasta la última célula de mi cuerpo— ¡ya no lo soporto más! ¡Tengo miedo! ¡Me muero de miedo!

Cailye se quedó pasmada, mientras que Andrew se enderezó y se acercó a nosotras, a mí. Cubrí mis ojos con las manos, y mi corazón estaba tan acelerado que me podría dar un paro cardiaco en ese mismo instante.

Entonces, sentí que alguien retiró mis manos de mi rostro. Era Andrew, que me observaba con seriedad; no se veía enfadado, más bien parecía resignado. Luego tomó entre sus dedos mis mejillas, y las haló como niño pequeño de guardería. Las movió con rudeza hasta que me quejé y él se detuvo. Ahora me dolían las mejillas.

—¿Ya terminaste de quejarte? —interrogó, dejándome sin palabras—. Has llorado desde esa noche, Will, y cuando pienso que ya no puedes decir algo más ridículo lo haces. No eres la víctima, y es hora de que dejes de pensar como mártir.

A pesar de que su tono era suave, sin ningún ápice de burla o reproche, sus palabras me llegaron al corazón.

—Con llorar, gritar, enfadarte y enloquecer no solucionas nada —continuó él, pero esta vez pude ver que sus ojos se suavizaban un poco—. Tal vez fue tu culpa, o de Astra, o de cualquiera de nosotros; y sí, es extraño lo de la tormenta; y también es cierto lo de tu Arma Divina. Pero en lugar de quejarte por todo lo que no puedes hacer, deberías pensar en cómo ayudar. Pero para eso debes dejar de viajar a esa noche, porque no logras nada con recordarlo.

Lo miré a los ojos, sin saber cómo demonios actuar ante semejante balde de agua fría que tiró sobre mi cabeza. Sus castaños ojos seguían inescrutables, su actitud y postura herméticas, todo él era un gigantesco muro que acababa de lanzarme un ladrillo.

Tragué saliva, todavía pasmada, hasta que Andrew, el chico más misterioso y abstracto que conocía, se inclinó y me abrazó. Sí, me abrazó. Acercó mi cabeza a su pecho, obligándome a recostarme sobre él, y con la otra rodeó mi espalda con cuidado.

Mi cuerpo entero se estremeció, y mis mejillas se tiñeron de rojo no solo por el resfriado. No opuse resistencia, no tenía problema con simplemente dejarme llevar a pesar de que él siempre terminaba insultándome o regañándome.

Relajé mi cuerpo, mientras aspiraba el olor a perfume de su chaqueta. Su olor llenó mis fosas nasales, transmitiéndome paz junto con el latido regular de su corazón. Cerré mis ojos por impulso, sin moverme, y de igual manera Andrew no se apartó de mí.

Mi corazón latía desbocadamente y mis manos seguían temblando. Pero poco a poco todo eso disminuyó. Andrew me transmitía seguridad, confianza, fuerza, por lo que mi mente se fue aclarando hasta desvanecer la bruma que nublaba mi juicio. Me sentía tan a gusto de esa forma, que no quería apartarme de él, quería congelar ese momento para siempre. Él era mi pequeño refugio.

Pasé varias horas buscando mi collar-arma en la azotea y por los alrededores, que gracias a un impulso de idiotez y enfado conmigo misma tiré lejos de mi alcance. Sin embargo, no lo encontré; mi Arma Divina estaba perdida, en el peor momento posible.

Luego de tanto tiempo buscando, ya estaba empezando a pensar que cayó al océano, y si era así debía ir pensando en lo que le diría a Astra. Con todos los dioses en Kamigami no tenía posibilidad de pedirle a Hefesto, el dios del fuego que creó las armas de los dioses, que me forjara otra. Y además esas armas eran únicas en su clase, y especiales para cada dios olímpico, no se podían reemplazar...

Sacudí mi cabeza; no tenía cabeza para pensar en esas cosas. Era cierto que necesitaba mi Arma Divina, y si no la encontraba estaría en graves problemas, pero mi mente seguía ocupada totalmente con la situación de los desaparecidos.

Ya era tarde, lo sabía gracias a las estrellas que cubrían el cielo, y sabía que debía entrar si no quería que la fría brisa del océano terminara por empeorar mi resfriado.

Escuché el motor de las motos acuáticas desde la azotea, y al mirar hacia abajo corroboré que en efecto ellos habían llegado. Sin más espera bajé hasta el recibidor, casi tropecé en las escaleras, pero conseguí llegar entera a la sala. Tanto Evan como Astra se mostraban serios, decaídos, pero lo que más me llamó la atención fue que los dos estaban estilando agua de sus cuerpos.

—¿Encontraron algo? —pregunté, directo al grano.

Evan suspiró, pero fue Astra quien respondió.

—No. Al igual que los demás días no encontramos nada. Además, los peces se están cansando de ayudarnos, al parecer Cailye no les da nada a cambio y tienen cosas más interesantes que hacer.

—Debí darles más carne —musitó Cailye, pensativa.

—¿Y qué haremos ahora? Sin su ayuda no podremos navegar ni sabremos dónde buscar —aportó Evan.

—Lo pensaré esta noche —contestó Astra—, ahora estoy cansada, pasan de las diez de la noche y tengo frio. En la mañana lo hablaremos con energía suficiente.

Me dejé caer en el sofá de cuero blanco, mi cuerpo me pesaba de nuevo, y recibir ese tipo de malas noticias solo me provocaba más pesadez. Si tan solo el radar funcionara, o algún tipo de comunicación normal...

Cailye se me acercó y ubicó con suavidad sus manos frías sobre mi frente; observé su rostro contraerse en una señal de preocupación, algo que por supuesto me generó mala espina. Sus grandes ojos castaños se agrandaron; luego se apartó de mí y susurró algo al oído de su hermano, quien en seguida posó sus ojos en mí.

—¿Ocurre algo? —inquirí.

Andrew caminó hacia mí, y cuando estaba lo suficientemente cerca se agachó tanto a mi rostro que su nariz rozó mi frente. Contuve la respiración, sorprendida de su forma tan original de tomar la temperatura.

—Ya es tarde —comunicó alejándose unos centímetros de mi rostro—, ve a dormir. Tu temperatura aumentó, tienes fiebre. No queremos...

—Sí, sí, ya sé —lo corté—. No quieren otro problema, lo entiendo —Me levanté del sofá, mareada, y atravesé la sala directo a las escaleras.

«Luz. Luz blanca. Era lo único que había a mi alrededor; kilómetros y kilómetros de blancura, donde lo único de color era yo. Me levanté de lo creía era suelo, y emprendí una caminata sin rumbo fijo. Caminé y caminé a donde mis pies me llevaran.

Hasta que, en medio de todo ese ambiente de cielo, distinguí un par de siluetas, una femenina y otra masculina. Abrí los ojos tanto como pude, y mis pies avanzaron sin permiso en la dirección de aquellas siluetas familiares.

Corrí tan rápido como pude, pero de nuevo, mis pies no avanzaban; por mucho que lo intentara, ellos seguían muy lejos de mi alcance.

—¡Sara! —grité con todas mis fuerzas, pero el sonido no salió de mi boca— ¡Daymon!

Confirmé que ningún sonido salió de mi garganta cuando ellos no se volvieron, ni se detuvieron, nada. Continuaron su camino, ignorando mi existencia por completo.

Y entonces, una luz blanca segó mis ojos.»

—¡Sara! —exclamé cuando abrí mis ojos de sobresalto, acompañada de un salto que me incorporó de la cama.

Sudaba a mares, pero no estaba segura si era por el sueño o por el resfriado. De nuevo ese sueño, pero esa vez fue diferente. Siempre escuchaba las mismas palabras: «Te estaré esperando, Ailyn. Encuéntrame pronto», pero esa vez no lo hicieron; esa vez no se molestaron en hablar conmigo, fue como si fuera invisible para ellos. Como si no existiera en su realidad.

Ese sueño recurrente me empezaba a preocupar, en especial ahora que las opciones para encontrarlos se estaban agotando. Desde el primer día opté por callarme, no quería mencionarlo ya que quizá no era nada, pero tal vez los demás me podrían ayudar a averiguar su significado.

Me percaté de que me encontraba sola en la habitación, las otras tres camas del lugar estaban organizadas, señal de que tanto Astra como Cailye habían salido un buen rato atrás. Luego de diez minutos que tomé para ducharme y vestirme, salí del cuarto hacia la sala donde los demás debían de estar.

Sin embargo, antes de llegar al primer piso, me detuve al escuchar las voces de mis amigos discutir. Por impulso retrocedí un peldaño, para que siguieran hablando sin que se percataran de mi presencia. En ocasiones era mejor escuchar a hurtadillas, ya que no solo a Sara le gustaba ocultarme las cosas importantes.

—Es ridículo —dijo Andrew, en tono molesto. Sin duda hablaban de algo grave, ya que él no decía esas cosas en conversación grupal.

—Es nuestra única opción —espetó Astra con temple firme—. Ya tomé la decisión, y no voy a cambiar de parecer.

—Pero está mal —repuso Evan, y detecté en su tono lo indignado que estaba respecto a lo que fuera que estaban hablando—. No podemos simplemente dejarlos, los necesitamos; aún es pronto para rendirse.

—¿Ailyn lo sabe? —La voz de Cailye se escuchó entrecortada, me dio la impresión de que estaba asustada—. ¿Qué opina respecto a esto? No creo que esté de acuerdo...

—No tiene que estarlo —la cortó Astra—, no necesito su opinión. Es lo mejor, para todos, y además no tenemos recursos. Los peces se fueron, la navegación no sirve y ese bloqueo no nos deja mucho con que trabajar, ya no hay forma de seguir adelante con la búsqueda...

No terminé de escuchar lo que estaba diciendo, ya que me moví gracias a la ira que se apoderó de mi cuerpo. Subí los peldaños faltantes con tanta fuerza que atraje la atención de todos los presentes debido al ruido de mis pasos; barrí la estancia con mi mirada, examinado los dos rostros que me miraban con sorpresa, la expresión neutra de Astra, y el ceño fruncido de Andrew.

—¿Qué significa esto? ¿Acaso quieres dejar de buscarlos, así como así? —grité con cólera, furiosa por lo que acababa de escuchar—. Deberían estar en las motos acuáticas en lugar de decidir lo que haremos sin dos del equipo. ¡No están muertos, Astra, no pretendas abandonarlos!

Mi cabeza me empezó a doler, al igual que mis mejillas y ojos a arder. Pero ignoré el malestar general y me enfoqué en lo realmente importante en ese momento: la locura de Astra.

—Por esto no quería contarle —musitó en medio de un suspiro—. No saldremos más en las motos acuáticas, no sirve de nada si no sabemos dónde buscar. La magia no funciona, no una que ustedes puedan usar ni yo pueda controlar. Y, además, el tiempo se agota. Ya pasó una semana, tú misma viste la sangre en la tela de Sara, y no hay forma de que hubieran sobrevivido como humanos. Sí, son reencarnaciones de dioses, pero eso no evita que pierdan la vida.

Sacudí la cabeza de lado a lado, reacia a escuchar sus estupideces. Luego posé mis ojos en ella y toda la ira que sentía debió notarse en mi mirada.

—¡Cállate! No sabes lo que dices.

—Es la verdad —dijo con calma, en tono apagado—, pero no la quieres ver.

Me llevé las manos a la cabeza, me rasqué el cuero cabelludo y caminé de un lado a otro. Quería romper algo, descargarme con algo.

—Ya estarás feliz ¿no? Si no hubiera sido porque se te ocurrió la brillante idea de cruzar el océano Atlántico no estaríamos en esta situación, si no hubiera sido por ti Sara y Daymon estarían con nosotros. Pero tu soberbia no te dejó ver más allá de tu egoísmo. Si tan solo no hubiéramos tomado este barco, nada de esto habría ocurrido...

—¿En serio piensas que yo pude ser capaz de una cosa así? —Ahora sonaba incrédula y ofendida. Frunció el ceño, cabreada—. ¿Crees que esto es lo que planeaba desde un inicio? No quieras cargarle a nadie el peso de la culpa, lo que pasó fue un accidente. No soy la villana, Ailyn, te lo he dicho muchas veces.

—Pues es lo que pareces —espeté—. Mira lo que pasa Astra, ¿qué se supone que piense? ¡Dices querernos, pero no te importa lo que ocurra con nosotros ni con las personas que amamos! Solo te preocupas por la misión, ¡por la maldita misión! No somos muñecos que puedes usar a tu antojo, somos humanos.

—¡Eso no es cierto! —Parecía dolida, de una forma extraña, podría jurar que lo que dije en serio la ofendió—. Lo sabes mejor que nadie, son todo lo que tengo, nunca haría nada para lastimar a ninguno de ustedes, ni siquiera a ti.

La miré, suplicante, tragándome el impulso de tomarla de las manos y rogarle.

—Si es así entonces no desistas tan rápido, no quieras abandonarlos en tan poco tiempo. Ellos son más fuertes de lo que piensas, no se dejarán morir sin luchar por vivir. —Me enfoqué en los demás—. Sara y Daymon son nuestros amigos, nuestros compañeros. No podemos dejarlos a su suerte en donde quiera que estén. Independientemente del hecho de que los necesitamos para cumplir la misión, debemos encontrarlos porque son parte de nuestras vidas, son parte de nuestra familia.

—Ailyn, no tenemos cómo hacerlo —dijo Astra—. Ya pensé en todo, en cada posible solución. No podemos lanzarnos al mar y nadar hasta encontrarlos, ni dejarnos llevar por la desesperación. No hay nada más que hacer...

Y como si fuera posible, me enfurecí más de lo que estaba. No podía imaginar una vida sin Sara y Daymon, no me cabía en la cabeza la posibilidad de continuar sin ellos.

—¡Deja de hablar estupideces! —grité. Tenía los nudillos blancos de tanto apretar las manos y mi cabeza estaba a punto de explotar—. ¡Solo dilo! ¡Di que no te interesa lo que pase con ellos, que nunca te ha interesado lo que ocurra con nosotros! Buscas pretextos para terminar con la maldita misión, eso es lo único que te importa.

—Cálmate, Ailyn, encontraremos una solución... —intervino Evan con precaución.

Mi cuerpo se sentía como volcán y lo único que podía hacer era dejar salir esa lava de nuevo. Era consciente de todo lo que dije gracias a la desesperación en el trascurso de esa semana, pero ya no estaba dispuesta a dejar que las cosas siguieran su cauce a manos de Astra.

—¡No me voy a calmar! ¡No voy a darles la espalda a mis amigos! Si no los quieren buscar, yo sí. No me iré de este yate hasta que los encuentre vivos o muertos; no me importa si me muero en el intento, no me importa si tengo que usar magia prohibida, ¡ya no me importa! No voy a abandonar a los míos, ¡nunca lo haré! Y es ahora donde decidimos por lo que realmente vale la pena luchar.

Todos guardaron silencio, como si en lugar de palabras estuviera tirando puños al aire.

»Se supone que somos los dioses que protegen a los humanos, que tenemos que ser su ejemplo a seguir para que confían en nosotros, pero lo que quieren hacer, lo que pensaban hacer, es inhumano. ¿O acaso creen que debemos abandonar al más débil? ¿Que no importa si nos necesitan, que solo debemos huir dejando las penas atrás? ¡No lo permitiré! No voy a permitir que mis amigos mueran solo porque no sé qué hacer o porque tengo miedo, ¡no soy digna de llamarme diosa si lo hago! No puedo continuar sin ellos y no quiero. Estamos juntos hasta el final, si uno no avanza, el resto tampoco.

Mi pecho subía y bajaba rápidamente; me faltaba el aire en los pulmones. Mi cuerpo lo sentía pesado, que junto con mi cara ardiendo me generaba un malestar casi imposible de ignorar. Todos, a excepción de Astra, me miraban con sorpresa, como si me hubiera salido un tercer ojo, incluso Andrew parecía estupefacto.

—Definitivamente no tienes visión —masculló Astra en voz baja, en medio de un suspiro—, no piensas en nada más que no sea el presente, ese es tu problema.

—Deben elegir lo que van a hacer —continué, ignorando por completo el comentario de Astra que solo yo pude oír—. Pueden hacer lo que quieran, no voy a obligar a nadie a que me ayude. Pero recuerden que ellos son nuestros amigos. No sé cómo, ni cuánto me tome, pero ten por seguro, Astra, que no pondré un pie fuera del yate hasta que los encuentre.

Por unos segundos reinó el silencio. El ambiente se sentía como si el tiempo se hubiera detenido: nadie se movía, nadie parpadeaba, incluso me atrevía a decir que nadie respiraba. Excepto Astra, que luego de mirarme con intensidad se dio media vuelta.

—Pueden hacer lo que quieran, después de todo no puedo obligarlos a hacer algo que no quieren, todavía no. —Me miró por encima de su capa, y entrecerró los ojos—. Si encuentran algo, avísenme, aún formo parte del equipo.

Y dicho eso, desapareció en las escaleras que conducían a la cocina.

Me quedé observándola marcharse, cuando sentí el sudor frio correr por mi frente. Me entró sueño, bastante, y mi vista empezó a danzar provocándome mareo. Me tambaleé de adelante a atrás, hasta que mi peso me ganó y me fui de espaldas...

El impacto contra el pecho de alguien detuvo mi posible caída. Por la temperatura corporal de dicha persona supe de inmediato de quién se trataba. Levanté mi cabeza, y aún con el mareo identifiqué el rostro de Andrew; sus ojos me miraban con una mezcla de curiosidad y desconcierto, tanto que me confundía. Era cierto que nunca sabía lo que pensaba, pero en ese momento tampoco podía leer su expresión para saber si estaba enfadado o no. Además de su extraña mirada, la media sonrisa que se asomaba en su rostro me pasmó los pensamientos.

Y, por si fuera poco, se inclinó y pasó mi brazo derecho sobre su hombro, al tiempo que pasaba su brazo izquierdo bajo mis rodillas y el derecho en mi espalda. No opuse resistencia, ya que estaba demasiado mareada para ello, mientras me cargaba en sus brazos. Su olor a perfume era embriagante, pero quizá se debía a que mis fosas nasales estaban sensibles, y sus tonificados músculos se sentían duros bajo mi cuerpo.

—La llevaré a su habitación —le comunicó a su hermana y a Evan. Luego se dio la vuelta y empezó a caminar.

El tamaño de su cuerpo y la forma en que me cargaba me impidió mirar a los demás, por lo que me limité a dejarme llevar.

—Puedo caminar —afirmé.

Su media sonrisa de convirtió en una completa sonrisa de burla, algo que no pudo evitar parecerme tierno. Mi corazón pegó un brinco. Siempre que él sonreía parecía un evento astronómico que no volvería a ocurrir dentro de cientos a años. A veces era como si se le filtraran entre su muralla de concreto.

—Es probable.

Evitó mirarme directamente, pero noté que me observó de reojo, atento a mi reacción. Solo sonreí, no tenía más argumento que ese.

Y en ese momento los recuerdos de cuando estábamos en Michigan, antes de que las cosas se pusieran raras y fuéramos a Ohio, pasaron frente a mis ojos. Andrew podía ser un grosero e insensible, que no tenía inconveniente con herir mis sentimientos; pero siempre aparecía en mejor momento, a pesar de lo que le dije, sabía que podía contar con él para lo que fuera.

Era bueno tener a una persona así como amigo y compañero de equipo.

«Abrí los ojos para encontrarme la sonrisa de Sara a mi derecha y la de Daymon a mi izquierda, con un fondo blanco por completo y radiantemente segador. Traté de incorporarme del suelo, pero me resultó imposible moverme, así que permanecí tumbada mientras ellos sonreían.

—Al fin empiezas a despertar, Ailyn —dijo Sara con cariño—. Creí que nunca despertarías.

—Siempre he estado despierta —respondí con tranquilidad.

Ella negó lentamente con la cabeza.

—Es realmente ahora cuando empiezas a despertar.

—¿A qué te refieres?

—Tranquila, líder, luego lo entenderás. —La voz Daymon sonaba igual de divertida que siempre.

—¿Sabes, Ailyn? —Sara miró haca otra parte, recordando—. Hades no siempre fue malo.

Ante mi mirada de confusión, Daymon continuó la idea de Sara. Sonreía con alegría y tranquilidad, como si la situación no tuviera tanta importancia:

—Es el rey del Inframundo, y antes de casarse en efecto era despiadado. Pero las cosas cambiaron cuando conoció a Perséfone. No tiene motivos reales para reclamar la Tierra ni para luchar contra Zeus. Mucho menos para robar la Luz de la Esperanza.

—El amor hace cosas misteriosas por las personas —comentó Sara, todavía con la mirada fija en la nada—, y él no fue la excepción. Perséfone logró domarlo, con su cariño él se convirtió en buen rey. Ama su reino y a sus súbditos. Tiene su propio mundo y una persona que lo adora, ¿por qué querría ir contra el Olimpo? Hades no cambiaría esas cosas por nada.

—¿Y entonces por qué lo hace? —indagué—. Antes y ahora, apoderarse de todo.

—No lo sabemos —confesó Daymon, mirándome con cariño—. Algo le ocurrió para que quisiera encontrar la Luz de la Esperanza, pero no sabemos qué. Pensamos que tal vez conoció a alguien, o descubrió algo acerca de ella que lo impulsó a desear tenerla.

—Todos tienen un lado bueno —dijo ella—, en algunos es más visible que en otros, pero existe. Nunca lo olvides.

—¿Por qué me cuentan todo esto? —pregunté.

Daymon miró a Sara, y ella a su vez se volvió hacia mí. Sonrió cálidamente, como una tierna hermana mayor.

—Porque, At, hay cosas que todavía no entiendes y desconoces. Para cumplir tu destino debes empezar por pensar más allá de lo que ves.

Sara nunca me llamó At, ¿por qué lo hizo ahora? ¿Qué significaba?

—¿Dónde están? —quise saber.

—Más cerca de lo que piensas. —Daymon sonrió con amplitud, mostrando sus dientes tan blancos como la nieve.

—¿En dónde? Debo encontrarlos, pero no sé en dónde buscar.

Ella sonrío con dulzura, sin apartar sus oscuros ojos de mí.

—«Sus fronteras eran la celda de Napoleón, y su riqueza forma a Santa Elena el patrimonio que perdió» —recitó Sara.

—Encuentra el camino correcto, Ailyn, y guíalos por un futuro mejor—sugirió él.

Los dos se levantaron y se tomaron de la mano, para después caminar lejos de mí. Intenté levantarme otra vez, pero todo fue inútil. Era como si mi espalda estuviera pegada al suelo y solo pudiera mover mis labios y mis ojos.

Y de nuevo, como en ocasiones anteriores, la enorme luz blanca acaparó mi campo visual.»

Cuando abrí mis ojos me di cuenta de que estaba tumbada en mi cama, de espaldas, pero cuando intenté cambiar de posición me percaté de que algo sujetaba mis muñecas. Y ese algo era, para mi gran sorpresa, unas cadenas. Me moví con brusquedad, desesperada por soltar aquellas cadenas que me inmovilizaban a la cama boca arriba, pero nada funcionó.

A mi lado, en una silla roja de modelo moderno que reconocí como una de las de la sala de juegos, estaba sentado Andrew. Su cabeza gacha me dio a entender que se había quedado dormido, pero con él nunca se sabía. El cabello le formaba una oscura sombra sobre los ojos; y su cuerpo permanecía tenso y alerta, como si estuviera listo para lo que fuera en cualquier momento. Tenía las piernas separadas y las manos juntas entre el espacio que dejaban las piernas.

—¡Andrew! —grité, enojada. Él abrió los ojos como si en realidad solo estuviera descansando la vista y me observó con curiosidad—. ¿Podrías explicarme por qué diablos estoy encadenada a mi cama?

Sus labios se curvaron en una de sus medias sonrisas y enarcó una ceja. Su cabello estaba revuelto, que junto con su sonrisa le daba un efecto más atractivo de lo usual.

—Porque, señorita «digo lo primero que se me ocurre», conociéndote saldrías corriendo a hacer quién sabe qué locura. Por eso te encadené, para que no hagas ninguna idiotez.

Fruncí el ceño, y con todas mis fuerzas intenté saltar hacia arriba para por lo menos poder sentarme. Pero al hacerlo sentí que me chocaba con el mundo; mi cuerpo entero se estremeció, y mi cabeza me golpeó como si un bloque de concreto me hubiera caído encima, pero no precisamente por estar encadenada.

El mundo me dio vueltas y un frio intenso me recorrió, luego volví a recostarme en la cama como si me hubieran tirado un dardo tranquilizante.

—Te voy a matar cuando me sueltes —amenacé—. No tienes derecho a mantenerme presa en esta cama, tengo que salir a buscar a Sara y a Daymon.

Y yo que hasta hacía pocas horas lo consideré buena persona.

—Buen incentivo —ironizó—. Precisamente porque eso es lo que harías, he decidido que para seguridad de todos en el yate es mejor que permanezcas aquí al menos hasta que te repongas.

—Estoy bien. Tengo la suficiente energía para continuar con la búsqueda.

—¿Ah sí? ¿Una persona que está bien tiene tomates por mejillas, fiebre, y suda a mares como lo haces tú? Estás lejos de estar bien, y ni siquiera seguiste tomando lo que Astra te da. —Escrutó mi rostro—. Además, luego del escándalo que armaste allá arriba las cosas cambiaron.

—¿Qué? No te entiendo.

—Como lo oyes, «líder» —Hizo comillas con sus dedos, mofándose del título—, tus palabras les enfundó... motivación, supongo.

—Solo dije lo que pensaba, no pretendía que fuera inspirador ni dada por el estilo... —suspiré—. Tienes razón, no tengo filtro.

—Irónico, ¿verdad? —Hizo una pausa mientras levantaba una ceja—. Aunque no lo hayas hecho con esa intención, el mensaje fue claro y recibido. El punto es que los demás se han puesto a trabajar.

—¿Cómo? Hasta donde yo sé, ya no había recursos. Nos quedamos sin opciones.

Soltó una sonrisa seca.

—Pues... es una historia larga.

Moví las cadenas de mis muñecas, haciéndolas sonar.

—Tengo bastante tiempo ya que no quieres liberarme.

—Como quieras. —Se encogió de hombros—. Cailye tomó toda la carne que teníamos, con el permiso de Astra claro, para pagarle a los tiburones a cambio de una última información que podría servirnos. Tal parece que unos amigos, de unos amigos, de unos amigos de ellos los vieron en un bote de caza hace dos noches, uno perteneciente a una isla pesquera cuyo nombre no conocen.

—¿Eso quiere decir que...? —Contuve la respiración.

Mi corazón saltó en mi pecho. Él asintió.

—Si logramos descifrar qué isla es quizá podamos encontrarlos.

—¿Cómo lo sabremos?

—Evan está intentando arreglar las comunicaciones y si lo logra tendemos acceso a internet. El problema es que no tenemos más referencia salvo que en ese lugar se practica la piscicultura.

Esa era la mejor noticia que podía recibir. Era un indicio, después de una semana al fin algo sólido a lo que aferrarnos. Estaba tan aliviada que no pude evitar que una gran sonrisa se apoderara de mi rostro.

Posé mis ojos en Andrew en cuanto sentí que su mirada no se apartaba de mi cabeza. Me miraba fijamente, como si quisiera leer mi alma con tan solo eso.

—¿Y tú que estás haciendo para ayudar? —pregunté.

Entrecerró los ojos y su sonrisa se esfumó. Sus ojos brillaban en interés.

—Vigilarte a ti, por supuesto. La tarea más aburrida de todas.

—Disculpa por aburrirte mientras dormía. —Puse los ojos en blanco—. No necesito que me vigiles, estoy encadenada, no voy a ir a ninguna parte.

Hice sonar las cadenas de nuevo, demostrando mi punto.

—No me preocupa que salgas corriendo, pero si te llega a empeorar el resfriado estando encadenada... no me iría bien.

—Entonces desencadéname.

—Prefiero permanecer contigo. Al menos aquí tengo todo lo que necesito para impedir tu muerte temprana, mientras que si te libero... probablemente termine en el océano salvándote la vida otra vez, o arrebatándote los Hechizos Prohibidos de las manos por enésima vez. —Lo último lo dijo con un tono filoso y severo—. ¿Cómo fue que dijiste...? «No me importa si tengo que usar magia prohibida». Capté muy bien la indirecta.

Suspiré. No estaba segura si debía tocar ese tema ahora, le había huido a mencionarlo desde que pasó, pero tarde o tempano tendría que hacerlo.

—Andrew... lamento mucho lo que pasó esa vez en tu cuarto.

—¿Específicamente qué? —Enarcó más una de sus cejas.

Mis mejillas se tornaron todavía más rojas que antes. El cuarto de los chicos era mi maldición, cosas malas sucedían ahí.

—No debí tomarlos. Siempre me dijiste que eran peligrosos, que me alejara de ellos, pero no te escuché, y me salvaste de ellos, de nuevo. Y luego te dije esas cosas... —Noté que tensó la quijada, obviamente todavía le afectaban mis palabras—. No es cierto; créeme que lo que dije lo hice porque estaba desesperada, y tú me los quitaste, lo vi como mi única solución y al ver que me lo impediste me enojé —suspiré—. Fue un error, perdóname, no volverá a suceder, lo prometo.

Me miró de reojo, pero lo hizo con la misma seriedad de siempre. No sabría decir si estaba enfadado, o por el contrario lo entendía.

—Will, debes aprender a pensar antes de hablar y de actuar. No solo pones en peligro tu vida, también la de los que te rodean. Los demás te tienen mucho cariño, si no cuidas tu boca los lastimarás, como lo hiciste con Cailye. Nadie tiene la culpa de lo que sientes, no tienes que desquitarte con ellos.

Bajé la mirada, decaída.

—Lo sé —me limité a decir.

Entonces, el movimiento de Andrew me llamó de nuevo la atención. Lo vi sacarse un objeto alargado del bolsillo del pantalón, era una cadena, pero no solo eso, era mi collar-arma. La sorpresa fue evidente en mi rostro, lo sabía, y es que nunca me imaginé que algo así terminaría en manos de él.

—¿Cómo...? —Me sentía tan contenta de ver esa diminuta arma que no podía formular la pregunta.

—Cayó cerca de la puerta de la sala cuando la arrojaste sobre la azotea, supuse que la estabas buscando así que la guardé. —Me miró con rudeza—. Es un objeto muy importante, y es tu responsabilidad, si lo vuelves a hacer no lo buscaré.

Se inclinó hacia mí y pasó sus manos bajo mi cuello para abrocharlo. Lo hizo con suavidad, y lentitud, donde permanecí con los ojos fijos en los suyos tanto como él. Cuando se apartó de mí pensé que pudo haberse tardado menos en ponérmelo, o que simplemente debió dejarlo en la cama, pero optó por hacerlo él mismo. No sabía qué pensar al respecto.

—¿Entonces me perdonas por lo que te dije? —inquirí, nerviosa de que dijera que no.

Ahora sí sonrió como era debido, una de esas pocas sonrisas que no pensaba que fuera capaz de dar. Me ruboricé sin saber por qué, su gesto fue demasiado imprevisto.

—Deberías descansar —se limitó a decir, sin negar ni confirmar mi pregunta. Pero por cómo lo dijo, todavía sonriendo, deduje que la respuesta era positiva.

Negué lentamente con la cabeza.

—Ya he descansado lo suficiente —espeté—. Ahora tengo que ir a usar la computadora de Evan, quizá pueda encontrar la isla que mencionaste.

Su sonrisa se esfumó, dejando en su lugar una expresión de confusión y casi, casi, molestia.

—¿Por qué lo dices?

—He estado teniendo el mismo sueño desde el primer día que desparecieron, no tenía muchos detalles salvo que en él aparecían Sara y Daymon. Siempre me decían que los buscara, pero el último fue diferente.

Su mirada se endureció más, como si lo que sospechara se hubiera hecho realidad. Y en lugar de sentirse aliviado, como yo creí que lo haría, frunció el entrecejo.

—¿Por qué no nos lo habías dicho antes? ¿Por qué hasta hoy?

—Porque no lo entendía, y no quería preocuparlos con algo que quizá no era más que un sueño provocado por el trauma. Sin embargo, en el último Sara me dio una pista que, si la uno con lo que dijiste de los tiburones, pude ser lo que buscamos. Pero necesito internet para estar segura.

Él me miró enarcando una ceja, seguido de un largo silencio en el que pareció meditar lo que acabada de decirle. Y unos minutos después, como si nada, se levantó de la silla.

—Bien, iré a ver cómo va Evan. No hagas nada estúpido mientras no estoy.

—¿Cómo qué? No puedo hacer nada mientras esté encadenada. Además, en este momento no se me ocurre qué hacer.

Me dedicó una última mirada suspicaz y salió de la habitación sin decir nada más, dejándome a mí completamente inmóvil en mi propia cama. Era el peor enfermero de la Tierra.

Mi cuerpo me pesaba, mi cabeza estaba a punto de estallar de dolor, y mi rostro estaba tan o más rojo que minutos atrás; además de eso, el sudor frio cubría mi cuerpo como una delgada capa, acompañada de un frio intenso. Y lo peor, no podía hacer nada para sentirme mejor. No era que hubiera una farmacia en medio del océano, y la magia curativa tampoco era de gran ayuda. Ya lo habíamos intentado, pero solo logró quitarme la tos antes de que ocmenzara.

Debí comer lo que Astra me preparó, al menos así quizá no me sentiría tan mal.

Respiraba con dificultad, y el estar boca arriba no ayudaba en nada, al contrario, me hacía sentir ahogada. No quería estar sola en la habitación, pero todos estaban ocupados. Y estar ahí, a la espera de Andrew, no era mi actividad favorita.

La puerta de la habitación se abrió, dando paso a Andrew.

—¿Cómo te sientes? —indagó, acercándose.

—¿Realmente te importa? —ataqué—. Me siento fatal, pero tú has estado por ahí caminando libremente; si por lo menos me dejaras moverme en mi propia cama no la estaría pasando tan mal.

Levantó una ceja y bufó.

—Calma, «niña de cinco años que hace berrinche por todo», estaba ocupado. Tú fuiste la que dijo que necesitaba internet, trato de ayudar.

—Bien, ahora que volviste puedes soltarme.

—Claro que no, no llevas ni tres horas aquí.

Cuando se sentó en la silla roja de al lado, tomó el pañuelo húmedo que reposaba sobre un recipiente con agua en la mesita de noche. Lo escurrió y ubicó la compresa sobre mi frente para que mi temperatura disminuyera.

—Aun así, necesito ayudar en algo, lo que sea. No puedo quedarme aquí sin hacer nada.

—Créeme, ayudas más si te estás quieta y a salvo. En serio no quiero tener que volver a salvarte. Es tedioso, y aunque interesante en algunos casos, no deja de ser agotador.

—Nunca te he pedido que lo hagas, lo haces porque quieres, yo no tengo nada que ver. Además, me siento inútil aquí abajo como una prisionera ¡en mi propia cama!

Dejó salir un suspiro de impaciencia y se enfocó en verme a los ojos. Negó lentamente con la cabeza, luego se enderezó en la silla.

—Contéstame una cosa: ¿En tu estado actual cómo esperas ayudar? Ni siquiera puedes mantenerte en pie lo suficiente, terminarás gritando en cualquier momento y eso solo agotará más rápido la poca energía que tienes porque no has comido bien esta semana. Solo nos estorbarías. Descansa lo suficiente para que cuando ayudes, lo hagas bien.

Fruncí el ceño y acompañé el gesto con una mueca; tenía razón por mucho que odiara admitirlo.

Andrew se inclinó sobre mí para retirar el pañuelo húmedo, pero cuando lo estaba haciendo el barco se movió de forma brusca. Ese movimiento fue suficiente para que el chico sobre mí perdiera el equilibrio y cayera sobre mi cuerpo. Gemí en cuanto su cuerpo aplastó el mío, mientras él intentaba sostenerse por medio de sus brazos a lado y lado de la cama.

El movimiento del barco duró unos segundos más, en los cuales mi respiración abandonó mis pulmones a tal punto que no sabía si el color de mis mejillas era rojo o azul. Andrew estaba tan cerca de mí, tan increíblemente cerca, que su cabello me hacía cosquillas en mi frente, y su respiración se perdió en la mía. Sus labios a escasos tres centímetros de distancia.

Por un segundo exacto, sus ojos y los míos permanecieron fijos en los del otro, ambos inmóviles por completo. Durante ese segundo, me miró con tanta intensidad que fue como si esa fuera su oportunidad de leer lo que para él estaba en otro idioma. Daba la impresión de que le causaba una extraña curiosidad, pero no entendía qué lo tenía tan intrigado.

Su cercanía era tanta, que entre nuestros cuerpos no había el más mínimo espacio. Por mucho que quisiera, a parte de las cadenas, no podía moverme ni siquiera un centímetro. Estaba presa, con el rostro de Andrew a escasos milímetros del mío. Si me movía tan solo un poco terminaría son mis labios sobre los suyos, un pensamiento que por un pequeñísimo instante se sintió tentador y anhelante. De pronto sentí demasiado calor, mi cuerpo ardía.

Entonces, el movimiento de detuvo, y Andrew regresó a su lugar de un salto. Recuperé el aire en mis pulmones de repente, pero mi corazón palpitaba tan desenfrenadamente que así se debía sentir un paro cardiaco. El chico se veía aturdido, confundido incluso, pero cuando abrió la boca para hablar se escuchó el sonido de la puerta.

Ambos nos volvimos hacia la puerta, justo cuando Cailye entró a la habitación.

—¿Interrumpo algo importante? —inquirió ella, escrutando nuestros rostros desde el marco de la puerta.

No tenía cabeza para responderle, todavía no me recuperaba de la sensación de tener a Andrew tan, tan, cerca de mí. Su olor y sus ojos parecían un espejismo que aún no se borraba, al igual que la sensación de sus músculos contra mi cuerpo... ¿Acaso llegué a querer besarlo? Por los dioses, la fiebre me había frito los nervios y neuronas.

—No —respondió Andrew, ahora con los ojos cerrados en señal de cansancio—. ¿Qué quieres?

Cailye sonrió con timidez, de seguro algo estaba oliendo, y desvió la mirada de mí hacia su hermano.

—Lamento lo del movimiento, por eso bajé. Evan consiguió arreglar la comunicación, incluyendo el radar, pero debilitó el piloto automático y Astra tuvo que conducirlo por su cuenta. Eso generó la turbulencia, pero ya todo está bien, así que Evan me pidió que te avistara que ya puedes usar la computadora.

Él abrió los ojos, con expresión neutra de nuevo, y asintió.

—Bien, en seguida subo.

La rubia asintió despacio, y movió su nariz como sabueso antes de salir del cuarto. Pasaron unos segundos hasta que Andrew decidió incorporarse de la silla, para luego dirigirse a la puerta sin más.

—Andrew... ¿no piensas liberarme? —Capté su atención, ya que se detuvo y dio media vuelta para mirarme—. Te recuerdo que solo yo sé lo que hay que buscar.

Me observó fijamente, con los ojos entrecerrados.

—Dime lo que debes buscar, así te ahorro el trabajo de subir —propuso.

—Claro que no, por eso no te lo dije antes, porque el saberlo es mi boleto de salida de esta cama.

Levantó una ceja, demostrando que claramente no pensó en ese detalle y que tal vez, solo tal vez, se impresionó de mi estrategia. Punto a mi favor para mí.

—Está bien, lo haré —accedió—. Pero para la próxima no tendrás tanta suerte.

Sacó una llave de los bolsillos de su pantalón y se inclinó hasta donde tenía las manos atadas. Estaba a la altura de mi cama, por lo que nuestras cabezas quedaron alineadas. Mientras realizaba la acción, no pude evitar fijarme en su cabello, en los remolinos ambarinos que lo adornaban, y en la forma de su espalda. Sí, quizá lo estaba mirando demasiado, pero el chico era hermoso y observarlo no significaba nada. Ay, por los dioses, iba a terminar lanzándome sobre él si no controlaba ese atractivo divino que me volvía loca.

—¿Qué miras? —dijo él, todavía desatando las cadenas.

Di un pequeño brinco de la impresión. ¿Qué acaso tenía ojos en el cabello?

—N-Nada —balbuceé—. Solo me preguntaba si en serio serías capaz de atarme de nuevo.

Las cadenas emitieron un sonido metálico cuando impactaron el suelo, liberando mis muñecas. Andrew se levantó de inmediato y posó sus oscuros ojos en mí.

—Eso depende de cómo te comportes.

—¿Santa Elena? —preguntó Cailye, inclinándose sobre mi hombro para observar mejor la pantalla de la laptop de Evan.

—Así es. Aquí dice que es una isla del Océano Atlántico Norte, según sus coordenadas, no está muy lejos de aquí. —La miré—. Si lo que tus amigos marinos dejaron es cierto, tal vez esta sea la isla de la que hablaban.

—¿Cómo lo sabes? —interrogó Evan, el cual estaba al lado de Andrew, parado frente a la mesa de la cocina—. ¿Cómo sabes que esa es la isla? ¿Cómo obtuviste su nombre?

Era cierto, ninguno de ellos lo sabía porque nunca le conté a nadie sobre mis sueños.

Tomé aire y les conté resumidamente lo que ocurría en mi sueño recurrente. Les dije que lo empecé a tener desde el día de la tela que encontraron, y que en el último Sara me dio el indicio que necesitábamos para completar la información de los tiburones. Omití lo de Hades por razones de confusión, si todavía no lo entendía no valía la pena revelarlo.

—¿Sus fronteras eran la celda de Napoleón, y su riqueza forma a Santa Elena el patrimonio que perdió? —repitió Cailye, confundida—. ¿Eso qué tiene que ver? No entiendo.

—Recuerdo que, en una clase de Historia, el maestro mencionó que hay una isla llamada Santa Elena en el Océano Atlántico que hace mucho tiempo fue el lugar donde exiliaron al emperador Napoleón l de Francia —expliqué—. Por eso se me ocurrió investigar acerca de esa isla, por si las dudas. Además, según lo que dice, está dentro del rango de búsqueda. Es una isla pescadora y está relativamente cerca de aquí, debe ser esa.

Evan y Cailye sonrieron con esperanza y ánimo, obviamente las energías estaban regresando al equipo. Mientras que Andrew se limitó a medio sonreír.

—En ese caso, redirigiré a Titán con las coordenadas de la isla en cuando hable con Astra.

Pero ese momento de felicidad se esfumó en cuanto el malestar general regresó a mi cuerpo. La cabeza volvió a doler y el sudor se hizo presente acompañado del ardor en mis mejillas.

—Oye, ¿estás bien? —indagó Andrew, mirándome con los ojos entrecerrados de forma analítica, acercándose a mí.

—Me siento mareada... y cansada. Tengo mucho frio...

Él, en lugar de tomar la temperatura como una persona normal, acercó su nariz a mi frente, rosando mi piel suavemente. Abrí los ojos de par en par y permanecí quieta durante lo que demoró su análisis. Andrew no parecía reconocer que su método era un poco... personal.

—Tienes fiebre, otra vez —dijo, alejándose de mí lo suficiente para que y recobrara el aliento—. Será mejor que...

—Sí, ya sé, quieres llevarme de nuevo a mi habitación, señor «quiero evitarme problemas» —lo interrumpí y suspiré con resignación—. Lo haré, no tienes que volverme a encadenar.

Noté que Evan enarcó una ceja en signo de interrogación, obviamente no entendió mi comentario y quería una explicación, pero hablar de eso era lo último que quería. Así que me levanté de la silla de la azotea, ya que ahí había mejor cobertura del internet, rumbo a la habitación otra vez, como una prisionera.

Andrew me miró con atención, escrutando mi rostro.

—Tal vez no a tu habitación —propuso—. Debes comer algo antes o serás peso muerto. Además, te daré energía de sol, no te sanará, pero ayudará a que te sientas mejor.

Contuve una sonrisa ante su ofrecimiento.

—¿Y tú me prepararás el almuerzo? —inquirí, incrédula.

Su expresión cambió a suficiencia, como si cocinar fuera su don y yo estuviera insultando a un maestro de la gastronomía.

—Sabes que sé cocinar, a diferencia de ti. Deberías estar agradecida de que me ofrezca a hacerlo.

Reí con ganas. Era cierto que cocinaba, lo hizo en casa de Sara una vez y le quedó de maravilla. Así que por temor a que cambiara de opinión, ya que sí quería comer algo, no hice ningún comentario crítico hacia él.

—Está bien, gracias —sonreí—. Pero no intentes envenenarme.

Se quedó callado y juntos caminamos hacia las escaleras que daban a al tercer piso, con la mirada fija de Evan y Cailye a nuestras espaldas.

En muy poco tiempo encontraríamos a los chicos, lo sabía, lo presentía. Me sentía aliviada de encontrar una pista concreta, una esperanza verdadera de hallarlos. Después de la peor semana de mi vida, por fin podía dormir tranquila al saber que pronto estaría con Sara y Daymon, juntos de nuevo.

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