23. Sin retorno
Silent Scream - Anna Blue
¿Cómo se siente ser atravesado por una flecha y permanecer vivo mientras te desangras, observando tu vida escurrirse de a poco de tu cuerpo? Así me sentía, pero multiplicado por diez. Dolor, no encontraba una palabra que describiera mejor cómo me sentía, y esa no alcanzaba a cubrir la punta de mis sentimientos.
Sentía tanto frio que había pasado de tiritar a estar completamente azul y helada. Cailye se acercó lentamente a mí y cubrió mis hombros con la toalla que traía en las manos con delicadeza. No levantó la vista para verme a los ojos, su cabello le hacía sombra sobre sus parpados, pero supe por su temperatura corporal que su estado de ánimo decayó por los suelos.
No hice ningún comentario, estaba muy ocupada pensando en mis amigos perdidos como para hacerlo, tampoco moví un solo musculo para tratar de secarme. Nada. Me quedé inmóvil recostada a la pared, como si se tratara de un mueble más.
Podía pensar, más o menos, pero mi cerebro no registraba del todo la realidad. Estaba en shock, y en lo poco que lograba concentrarme era en lo ocurrido hacía pocos minutos cuando, antes de que Andrew me sacara del océano, Sara y Daymon cayeron por la borda. Viera por donde lo viera, era imposible que dos personas tan fuertes fueran arrastradas por la tormenta. Solo esperaba el momento en el que alguien me despertara de esa pesadilla, antes de que se volviera real; o que alguien saliera detrás de una silla y gritara «¡Caíste! Estás en cámara escondida» a absolutamente todo.
Podía escuchar a los chicos y a Astra discutiendo la forma de encontrar a Sara y a Daymon. Pero en realidad, era vagamente consiente de ellos. Oía sus voces distorsionadas, como si estuvieran bajo el agua, y una que otra palabra suelta que no mi mente no quiso unir en una conversación. «Tormenta» «Bloqueo» «Magia» repitieron en varias ocasiones, pero yo seguía sin entender.
Si hubiera asegurado el juego de mesa a la azotea. Si me hubiera movido cuando vi que la mesa me iba a golpear. Si me hubiera levantado del suelo lo suficientemente rápido para ayudarlos. Si nunca hubiera salido del barco a la cubierta, o si tan solo me hubiera parado en otro lugar. Si no estuviéramos en un barco en medio de la nada... Tal vez ellos estarían aquí conmigo, hablando sobre su relación o sobre yo no sé qué cosa, pero estarían aquí, a mi lado, sanos y salvos... pero no fue así.
Era mi culpa.
Me culpaba profundamente por lo que les pasó, y con bastante razón. Si tan solo Sara no me hubiera salvado... eso era, si tan solo mi mejor amiga no hubiera arriesgado su vida para salvar la mía nada de eso estaría ocurriendo. Mi vida no valía más que la de ellos, no era tan importante como los demás lo pintaban.
Sentía un tremendo nudo en la garganta que no me dejaba respirar. Sentía tantas cosas... furia, odio a mí misma, frustración, tristeza, arrepentimiento; era toda una mezcla en mi interior... en ese momento deseaba más que nada en el mundo no haberme peleado con ella.
Odiaba recordar que lo último que le dije fue que que no confiaría más en ella. Recordaba con dolor el desear no encontrarme con ella, el lamentar estar en un barco sin salida junto a Sara; en ese momento estaba tan dolida por sus secretos que quise jamás volver a verla. Cuán equivocada estaba. La quería con todo mi corazón. La quería tanto que me dolía.
Y Daymon... era dolor doble. Daymon se había convertido en mi mejor compañero, en mi casi hermano. Siempre con su sonrisa de oreja a oreja, y sus intentos por ayudarme y mantenerme feliz. Siempre tan optimista y divertido. Era difícil de engañar, pero se tomaba las cosas con calma y gracia. Nunca lo vi enfadarse, ni siquiera en los peores casos, mantuvo esa expresión de seguridad y despreocupación en todo momento.
Mis piernas, mi cabeza, mi corazón, todo mi ser me gritaban que saliera a buscarlos, que me lanzara al océano y los buscara hasta la muerte. Era mi obligación después de que fue mi culpa que ellos cayeran al agua. Ni siquiera era capaz de hacerlo, porque lo pensaba, y pensar las cosas me retrasaba. Actuar por instinto era más fácil, y en la mayoría de las veces efectivo.
Pero no podía volver a intentar lanzarme al agua, Andrew no me lo permitiría. Y, además, ¿qué haría una vez en el océano? ¿Nadar y con suerte encontrarlos? No había posibilidad de que eso sucediera. La pequeña parte cuerda de mi cerebro decía que necesitaba un plan, pero la más grande me imploraba que solo lo hiciera, que los buscara.
¡Maldición! Me sentía impotente y demasiado confundida como para pensar con claridad. Lo único que se repetía en mis ojos eran las expresiones de mis amigos cuando cayeron por la borda, y a pesar de que los cerraba, eso seguía fresco en mi memoria.
Quería gritar, arrancarme el cabello hebra por hebra, y sollozar a todo pulmón, pero mi cuerpo dejó de pertenecerme cuando media alma se perdió en las profundidades del océano junto con mis amigos. Mis piernas no me respondían, mucho menos el resto de mis articulaciones.
—Ailyn. —Evan me llamó con voz suave y compasiva—. ¿Estás escuchando?
Levanté la vista por reflejo, pero fue un movimiento inconsciente. Lo primero que mis ojos vieron fue la mirada perdida de Andrew, que observaba con expresión vacía; luego me centré en la mirada preocupada de Evan y de mi mentora, ya que Cailye seguía con la atención fija en el suelo.
Negué con la cabeza, enmudecida.
—Te pregunté si estás bien. Hace frio, y sigues mojada, te puedes resfriar.
Asentí despacio, como robot.
Andrew y Evan intercambiaron una mirada de soslayo, pero Andrew fue el que habló luego de fruncir levemente el ceño:
—¿Estás prestando atención a lo que estamos hablando?
Volví a negar, siendo el movimiento con la cabeza lo único que me decía que todavía estaba viva.
—Cailye, llévala a su cuarto, debe estar cansada —pidió Evan escrutando mi rostro de zombi.
Sentí el tacto de la mano de Cailye sobre mi brazo, pero mi cuello se negó a moverse al menos para observarla. Continué con la vista hacia el frente, segura de que mis ojos habían perdido todo brillo, y me dejé guiar por la rubia, siendo los ojos de Andrew lo último que vi antes de perderme por las escaleras.
La oscuridad del pasillo gobernó en mi campo visual por unos segundos, hasta que llegamos a la puerta de mi habitación.
Cailye se apartó de la entrada, cediéndome la oportunidad de entrar primero, y ya adentro ella cerró la puerta con suavidad. La escuché hablar, pero mi mirada se había detenido en un objeto en particular de la habitación, ignorando por completo la vocecita aguda de mi amiga.
Los pendientes de plata de Sara que le había regalado para su cumpleaños, y que guardaba como un tesoro, estaban sobre mi cama. ¿Por qué sobre mi cama? ¿Acaso era su forma de que entendiera que era importante para ella y que nunca quiso lastimarme? Mensaje recibido.
Ese gesto, ese simple objeto y su significado... fue la gota que derramó el vaso...
La voz regresó a mi cuerpo de la forma más abrupta posible, permitiéndome llorar, sollozar, pero, sobre todo, gritar. Grité a todo pulmón, presa del dolor, arrepentimiento, y culpabilidad que carcomía mi cuerpo desde adentro.
Sentí mis piernas fallar, y caía de rodillas al piso como si tuviera una herida de muerte en mi cuerpo. Mis manos llegaron a mi cabello y empecé a despeinarlo histéricamente mientras gritaba. Por ese preciso instante solo pude hacer eso: llorar y odiarme a mí misma por todo, por pelear con Sara por una tontería, por permitir que cayera por la borda, por no ayudar a Daymon cuando lo necesitó, por no encontrarla cuando me dispuse a hacerlo, por todo.
Me odié por estar ahí en el suelo llorando en lugar de salir a buscarlos. Era patética, quizá era cierto, pero a pesar de eso lo único que quería en ese momento era llorar todo lo que no lloré minutos atrás.
Vagamente noté que Cailye se agachó a mi altura, y con sus brazos intentó consolarme musitando palabras de aliento como si de un poema se tratara, o las hubiera tenido que memorizar. Sin embargo, me negaba a detenerme, deseaba llorar, y no iba a reprimirlo.
Los íbamos a encontrar, de eso estaba segura, pero había una parte de mí que me decía que no los iba a volver a ver, que los había perdido para siempre. Esa idea, esa posibilidad, fue la que me hizo estallar en llanto. Podíamos encontrarlos, pero también existía la posibilidad de que fallar.
Cailye seguía tratando de animarme, y en algún momento alcancé a notar que ella también estaba llorando. Se encontraba triste, igual que yo, y no pude hacer otra cosa más que sollozar con más fuerza al notar que la rubia estaba tan desesperada y preocupada que yo. Debía ser fuerte, como líder, pero me era imposible pensar en algo que no fuera la desaparición de mis amigos, y me dolía recordarlo.
El terrible dolor de cabeza fue lo que me despertó de aquella horrible pesadilla. Mis ojos se sentían hinchados y calientes, como si hubiera dormido con compresas hirviendo sobre ellos. Noté un leve mareo en cuanto me senté en el borde de mi cama, atontada y confundida. ¿Lo habré soñado todo? ¿Sara y Daymon realmente cayeron por la borda del yate la noche anterior?
Mis ojos se posaron en la cama vacía de Sara, comprobando mis sospechas. Todo ocurrió en verdad, cada recuerdo, cada palabra, cada lágrima... absolutamente todo. No me lo imaginé, esa era mi realidad.
La tristeza que carcomía mi cuerpo desde adentro aguó mis ojos de lágrimas, empañando mi vista. Absorbí con la esperanza de despejar mi mente para pensar, pero eso no resultó. A pesar de contraer los deseos de llorar, las lágrimas salieron de mis ojos sin permiso, humedeciendo mis mejillas.
Los recuerdos de lo que pasó después de que diera rienda suelta a mis sollozos la noche anterior eran vagos. Recordaba la presencia de los chicos a causa de los gritos, que irrumpieron en nuestro cuarto igual de alarmados, pero luego de que Cailye les explicara la situación tardaron unos minutos en retirarse. Evan quería asegurarse de que estuviera bien, pero Astra lo necesitaba, por lo que fue Andrew quien se quedó con nosotras hasta que ambas nos quedamos dormidas.
Tras varios minutos de quietud, en los que mi mente intentó encontrar la parte razonable de la situación, y pensar más allá de mi dolor, decidí levantarme de la cama. Mi cuerpo parecía estar adormecido todavía, me sentía cansada, pero quizá se debía a que no dormí bien esa noche.
Tomé una muda de ropa y pasé frente a las camas de Astra y de Cailye, quienes permanecían dormidas. Como me quedé dormida antes de que Astra entrara a dormir no sabía a qué hora terminó de hacer lo que fuera que estuviera haciendo con Evan, y tampoco me enteré en qué momento Andrew se fue de nuestro dormitorio. Pero ahora nada de eso tenía importancia.
Debía pensar en la forma de encontrar a mis amigos, pero por más que quisiera la escena de Sara y Daymon cayendo hacia el océano ocupaba todo el espacio disponible en mi cerebro.
Bajo la ducha pude relajarme un poco. Cerré los ojos mientras el agua recorría mi cuerpo, despejándome de la pesadez que me acompañaba desde que desperté. Y, sin embargo, las lágrimas seguían mezclándose con las gotas de agua. Era tan placentera la sensación, que me quedé un largo rato bajo el agua caliente hasta que ésta se empezaba a terminar.
Poco a poco pude acomodar mis ideas, no obstante, lo que pude pensar no fue mucho. El nudo en mi garganta no me dejaba concentrar.
Al salir de la ducha, me vestí con una sudadera gris dos tallas más grandes que la mía, y los pantalones que Sara me prestó para entrenar. Y luego de recoger mi castaño cabello en una coleta salí del baño.
Pasé frente a Cailye y Astra, sin hacer ruido y salí de la habitación antes de cerrar la puerta con cuidado. Atravesé el pasillo y subí por las escaleras rumbo a la sala principal.
Lo primero en que me fijé fue en la postura de Andrew, que permanecía recostado en la pared con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido, por alguna razón se veía diferente, parecía más centrado en la situación y menos aislado sobre las conversaciones; estaba más activo. El movimiento de Evan, sentado en el sofá frente a Andrew, captó mi atención. Al verme el chico de ojos azules sonrió con gentileza, pero esa sonrisa no llegó a sus ojos, mientras que el otro se limitó a observarme de forma analítica.
—Buenos días, Ailyn —saludó Evan con amabilidad—. ¿Qué haces despierta a esta hora? Es muy temprano, ni siquiera ha amanecido del todo.
Eché una mirada de soslayo hacia la cubierta, y en efecto los rayos del sol apenas coronaban la superficie del agua, otorgándole un efecto cristalino y radiante. A Daymon le encantaría ese amanecer... cerré los ojos con fuerza, impulsando las lágrimas hacia adentro.
—Se me quitó el sueño, no puedo dormir tranquila sabiendo que Sara y Daymon están en quién sabe dónde. —Me aclaré la voz, solo para seguir hablando sin que el nudo de mi garganta me lo impidiera—. ¿Qué están haciendo? ¿Encontraron la forma de localizarlos?
Los dos intercambiaron una mirada que no supe descifrar y luego Evan se levantó del sofá. Andrew lo siguió con la mirada, hasta que pasó por mi lado y fijó sus ojos oscuros en mí.
—¿A dónde va Evan? —quise saber.
Él se encogió de hombros, restándole importancia, sin apartar su mirada de mí. Era como si quisiera con desesperación analizar algo fuera de su entendimiento; era tan intensa su forma de mirarme que una parte de mí se cohibía ante su escrutinio. No entendía su actitud hacia mí y no tenía deseos de hacerlo. Las discusiones con Andrew podían esperar a encontrar a mis amigos, lo último que quería era más en qué pensar.
A los tres minutos, tiempo en el que Andrew seguía mirándome de esa forma y yo trataba de mirar hacia otra parte, Evan regresó con una bandeja con un plato de panqueques y un vaso humeante. La colocó sobre una mesita de decoración y me miró con compasión.
—Debes tener hambre. Anoche no comiste nada, y aunque sé que no debes tener apetito, tienes que comer algo. No puedes hacer nada con el estómago vacío, ni siquiera pensar con claridad.
Miré la bandeja, ofendida de que me propusiera sentarme a comer en un momento donde mi salud o la de cualquiera era lo último en lo que había que pensar. Nuestros amigos estaban ahí fuera, perdidos, y Evan quería que desayunara... Tal vez era descortés y grosero decir lo que estaba a punto de hacer, pero esa no era mi prioridad.
—No tengo hambre, Evan, y sinceramente este no es el momento de comer. Quiero saber lo que pasó anoche, si tienen alguna idea de cómo encontrarlos, o por si lo menos lo han pensado. Comeré cuando estén a salvo, antes no.
Evan suspiró y cerró los ojos en señal de cansancio.
—No los localizamos en el mapa, su presencia... se fue —empezó, algo dudoso—. No podemos sentir la magia de ninguno de los dos. Es como si se hubieran esfumado en el aire. Probamos con muchas cosas luego de tus... —Parecía incomodo— Luego de lo que pasó en tu habitación, pero nada funcionó. Enviamos mensajeros con nuestra energía divina, pero no abarcamos demasiado territorio.
—¿Y? ¿Eso qué significa? —me mofé, y una risita loca salió de mi garganta— ¿Van a dejarlo así como así? ¿Acaso no pensaron en nada más?
Andrew entrecerró los ojos, estudiando mi rostro.
—No —continuó Evan—, pensamos en otra cosa.
—Bien, ¿qué es? —insistí.
Evan volvió a suspirar.
—Cálmate Ailyn, sé que estás preocupada, igual que todos, pero no ganas nada...
—Solo dime en qué pensaron —lo corté.
Me miró dolido, como si mi forma brusca de hablar lo entristeciera.
—Anoche Cailye no estaba bien, su temperatura disminuyó y en ella eso es bastante extraño. Así que decidí que era mejor esperar a la mañana para pedirle que se comunicara con los animales.
—¿De qué hablas? —Me estaba confundiendo.
—Cailye puede entender a los animales y ellos a ella. No es fácil, pero si la apoyamos con nuestra energía divina tal vez lo consiga. Es más sencillo cuando se trata de animales domésticos, mientras más salvajes más complejo. Pero vale la pena intentarlo.
—¿Que hable con los peces? ¿Eso en qué nos ayudará? —Fruncí el ceño.
—En que tal vez sepan algo, o vieron algo que nos sirva. Por ahora es lo único que tenemos...
—¡¿Y si no funciona?! —chillé— ¿Qué va a pasar si no puede hacerlo o si los peces no saben nada? Debe haber algo más que podamos hacer, tiene que haberlo.
Evan arrugó más el rostro, la tristeza colonizando su expresión.
—Hacemos lo que podemos, Ailyn. Lo sabes, no somos omnipotentes...
—¡Eso no es verdad! —grité, alterada, obteniendo la sorpresa en el rostro de Evan como reacción a mi actitud—. Sé que hay algo que pasaron por alto, algo que no vieron... —Ya no sabía qué más decir, las ideas daban vueltas en mi cabeza como un remolino.
—Ailyn...
El enojo e impotencia tomaron fuerza en mi interior, dando paso de nuevo a la histeria que asomaba por mis ojos.
—¡¿Qué acaso no se escuchan?! Quieren hablar con los peces, maldición, ¡con los peces! Es ridículo, poco confiable y absurdo. ¿Acaso no se te pudo ocurrir una estupidez más realista? —escupí, sin filtrar mis palabras.
Entonces sentí las manos de Andrew sobre mis hombros. Enfoqué mis ojos en los suyos, dispuesta a gritarle a él también, pero la forma en que me miraba me obligó a tragarme lo que fuera que iba a decir. Sus oscuros ojos se engancharon con los míos, paralizando todo mi sistema de inmediato, su brillo filoso atrapó cada uno de mis nervios. No podía huir de esa mirada, no de esa forma tan penetrante de leer mi alma, era imposible.
—¡Ya basta, Will! —ordenó con el ceño todavía más fruncido y los labios en una fina línea—. Compórtate como se debe, pareces una niña de tres años que dice lo primero que piensa. Cálmate si quieres conseguir algo, de lo contrario encabezarás la lista de nuestros problemas. Sé que te sientes mal por lo que pasó —añadió con más frialdad—, pero no eres la única que los quiere encontrar.
Mi cabeza palpitaba de frustración y mi pulso se volvió a acelerar. Evan me observó con los ojos abiertos de par en par, atónito ante mi reacción tan brusca. Entonces, comprendí el grado de lo que había dicho. Lo insulté, él trataba de ayudar mientras yo dormía presa de mis sentimientos y aun así le dije que sus ideas eran ridículas.
Enfoqué mis ojos en Andrew, y al hacerlo no pude evitar desmoronarme y empezar a llorar; mi cuerpo tembló en un estremecimiento frio como el abrazo de un cadáver, y en lo único que encontré consuelo fue en llorar. Al notar que entendí el mensaje, el chico de cabello ambarino se apartó de mí, y con el ceño fruncido se volvió a recostar en la pared, esta vez mirando hacia la dirección opuesta hacia mí.
Miré a Evan, con los ojos abiertos de par en par y la boca entreabierta, quien seguía observándome de la misma forma.
—Lo siento... —musité en voz baja, justo antes de dejar salir el verdadero llanto—. ¡En verdad lo siento!
Abracé mis antebrazos en señal de frio. Sentía mucho frio, a pesar de la sudadera, era como si el frio estuviera adherido a mi piel en lugar de estar en el ambiente. Bajé la mirada, arrepentida de mi reciente escándalo, y fue entonces cuando sentí los delgados brazos de Cailye rodeando mi espala y recostándose entre mis omoplatos.
La identifiqué porque era la única persona que me abrazaría de forma tan cálida y tierna a la vez, era como si un animalito del bosque me abrazara, y se sentía sumamente reconfortante. Podía notar su temperatura fría, e incluso intuí que estaba llorando por la forma en que respiraba contra mi sudadera. Estaba tan ocupada volviéndome loca que no me percaté de su presencia.
—No te preocupes, Ailyn —dijo Evan—, te entiendo.
Asentí en respuesta y dejé caer mis brazos, luego solté un largo suspiro logrando recuperar mi calma. Permanecimos así varios segundos, con Cailye abrasándome y los chicos observándonos con atención, aunque Andrew parecía tratar de disimular su interés.
—Cailye, estoy bien, no tienes que sujetarme tan fuerte —susurré.
Pero en lugar de soltarme, ella me apretó con más fuerza.
—Yo tampoco hice nada anoche —soltó de repente—, pude haber ayudado, pero tenía miedo...
La interrumpí cuando me giré lo suficiente para abrazarla de frente. Ella se sorprendió de mi gesto tan repentino, pero no se opuso a que ahora fuera yo la que la consolara a ella.
—Lo sé, pero no pienses en eso. Los encontraremos... estoy segura.
Al decir aquello pensé realmente en lo que significaba. Esperanza. Me había deprimido y me culpé tanto por lo que pasó, que permití que la esperanza de encontrarlos se escondiera en el rincón más remoto de mi conciencia. Si quería reunirme con ellos, y disculparme con Sara y Daymon por lo que pasó antes de la tormenta, debía tener cordura para pensar en un plan de rescate. Y llorar de esa forma solo desperdiciaba el tiempo que podría invertir en mirar hacia el futuro.
Me aparté de Cailye, y limpié de forma brusca mis mejillas mojadas por las lágrimas; absorbí mi nariz y parpadeé varias veces para despejar mi vista de la nube borrosa que cubría mis ojos.
—Cailye, ¿puedes usar un conjuro para hablar con los peces? —pregunté en voz baja, todavía opacada por el nudo en mi garganta.
Ella me miró confundida por un momento, y después de meditarlo asintió, no muy segura.
—Puedo intentarlo, pero necesitaré la ayuda de los tres si quiero conseguirlo.
Posé mis ojos en Evan, quien asintió sin problema, y luego en Andrew, él se tardó un segundo extra en responder, pero cuando lo hizo dio su consentimiento para el conjuro.
Admiré la tenue luz que salía de nuestras Armas Divinas cuando las extendimos hacia Cailye, en el borde del yate, cuyo cuerpo también emitía una suave luz aguamarina. Concentré mi energía en la espada que sostenían mis manos, imitando la postura relajada de los chicos, y traté de no pensar en nada que no fuera el conjuro. Una corriente de viento recorrió nuestros cuerpos cuando Cailye abrió sus ojos de golpe; ya no eran humanos, ahora poseían una línea felina y su color era más claro.
La miré, consternada, por varios segundos, hasta que la rubia se dio vuelta y caminó hacia la parte del yate que no tenía barandal. Los chicos y yo la seguimos, con nuestras armas apuntando hacia ella para mantener la conexión.
Se agachó y hundió sus manos en el océano. Momentos después un tiburón, el primero que había visto en mi vida, salió a la superficie como si en lugar de un gran depredador fuera un simple gatito bebé. Cailye le tocó la cabeza, al tiempo que otros dos tiburones emergían de las profundidades. Mi amiga brilló con más intensidad, y ese brillo se transmitió a los animales, cubriéndolos por completo.
Por prolongados segundos en serio parecían entablar conversación, era hermoso contemplar esa sincronía. Hasta que mi atención se desvió hacia mi Arma Divina, que comenzaba a vibrar como si la golpearan contra más metal. Entrecerré los ojos, atenta a los cambios de mi espada, cuando de repente ésta expulsó una gran energía representada en luz rosa, semejante a una explosión.
Entonces todo pasó tan rápido que apenas pude percatarme de la mirada de los chicos sobre mí mientras me iba hacia atrás como si me hubieran empujado con mucha fuerza. Volé por un par de metros, hasta que mi cuerpo se estrelló contra el suelo de la cubierta.
Dejé salir un gemido en cuanto mi cabeza se encontró con el suelo, provocando que mi visión se nublara por unos segundos. Me di cuenta de que el conjuro se interrumpió debido a la reacción de mi espada, y que a consecuencia de ello los tiburones se habían ido y Cailye regresó a la normalidad.
Apreté la empuñadura de mi espada con frustración, mientras intentaba levantarme del suelo justo cuando los demás se me acercaron. Cailye y Evan se agacharon a mi altura y me ayudaron a levantarme, ambos igual de preocupados por lo sucedido.
—¿Estás bien? —inquirió Cailye con voz aguda y escrutando mi rostro.
—Lo estoy —afirmé, con más brusquedad de la que debería, enojada conmigo misma por lo que pasó.
Ya de pie pude observar a mi Arma Divina vibrar de nuevo, y cuando por fin dejó de hacerlo su tamaño disminuyó hasta llegar a su forma compacta. Continué mirando el collar-arma como boba, cuando la mano de Evan sobre mi hombro atrajo mi atención.
—¿Qué pasó? ¿Por qué rechazó el conjuro? ¿Por qué me lanzó de esa forma? —interrogué, como si él tuviera todas las respuestas.
Su mirada de lastima me dio a entender que no quería ser él quien lo dijera.
—Está incompleta —contestó Andrew frente a mí—. ¿Recuerdas? Por eso tiene límite de tiempo, cuando la fuerzas rechaza el hechizo, eso fue lo que pasó. —Me miró a los ojos y siguió hablando con calma—. Will, tienes que dejarla descansar.
Fruncí el ceño en respuesta, furiosa de mi restricción. No podía ayudarlos porque mi Arma Divina no estaba completa, y eso me frustraba y enfurecía.
—Debe hacer algo... —mascullé, tratando de contener la ira de mi situación tan incompetente a raya—. Tiene que haber una forma de usarla sin que se compacte. No puedo simplemente quedarme de brazos cruzados, ni siquiera sabemos si funcionó.
—Will... —empezó Andrew con extraña paciencia—, no lo hay. Déjalo así...
—¡¿Que deje así qué?! —grité, y abrí los ojos de forma histérica. Mis manos temblaban de impotencia al tiempo que apretaba mi collar-arma en mis manos—. No puedo quedarme así como así, necesitamos un nuevo plan. Y el que mi Arma Divina no esté completa no me lo va a impedir.
Él me sostuvo la mirada y luego de negar desvió su atención hacia otro lado. ¿Qué pensaba de mí como para negar ante mi actitud?
—Ailyn —llamó Cailye—, funcionó. El tiempo que duró fue suficiente para obtener información.
Giré la cabeza hacia ella, enganchada sobre su comentario. Abrí los ojos con fuerza y me acerqué a ella en un par de pasos.
—¿Qué averiguaste? —indagué con impaciencia, hambrienta de pistas.
—Dijeron que notaron cuando cayeron y que están dispuestos a mostrarnos el lugar donde los vieron por última vez.
Dejé salir el aliento y me aferré a ese hilo de esperanza. No sabía cuánto confiar en tiburones, pero si Cailye lo decía y creía en sus intenciones entonces yo también lo haría.
—Bien hecho. —La voz de Astra me tomó por sorpresa, al igual que a Cailye; ambas nos volvimos hacia la puerta de entrada, y ahí estaba ella, vestida con su túnica violeta y observándonos con suficiencia—. A pesar de lo de Ailyn completaron el conjuro, con eso es suficiente.
—Astra. —Entrecerré los ojos— ¿De qué hablas?
Su atención estaba fija en Evan, como si solo él hablara su idioma.
—Lo de Cailye fue buena idea Evan, aunque creí que les tomaría menos tiempo. —Posó sus violetas ojos en mí—. Sin la magia de rastreo necesitábamos un plan B, así que si Cailye conseguía información podríamos buscarlos mediante un radar natural.
—¿Y cómo lo piensas hacer? —preguntó Evan.
—Por eso vine, necesito que Evan me acompañe en las motos acuáticas. Cailye —La miró—, diles a tus amigos que nos indiquen el camino, los esperaré en la salida.
—Iré contigo —anuncié, acercándome a ella—. Quiero ir a buscarlos en la otra moto acuática, por favor, déjame ir.
Ella examinó mi rostro y luego de fruncir el ceño respondió.
—No puedes.
Yo también fruncí el entrecejo.
—¿Qué? Pero ¿por qué no?
—No estás en condiciones. ¿Crees que no me di cuenta de que pasase toda la noche llorando aun dormida? No soportarías ir conmigo; además, en tu estado preferiría que te quedaras con los Knight.
Abrí la boca para protestar y empezar otra discusión con Astra, pero justo en ese momento, ella sonrió. Sonrió de la manera que solía hacerlo antes, con cariño maternal, haciéndome cerrar la boca y tragarme las palabras que estaba a punto de decir involuntariamente.
Al mirarme de esa forma se me hizo imposible enfadarme con ella. Astra era nuestra mentora, y al menos mientras Sara y Daymon estuvieran desaparecidos, quería evitar discusiones innecesarias que solo nos quitarían tiempo.
—Ailyn, los encontraremos, ¿bien? —dijo en voz baja—. Haremos lo que haga falta para dar con ellos, no tienes que preocuparte por hacerlo todo tú misma. Quédate aquí y descansa, necesitas energía para pensar con claridad.
Me quedé callada mientras su cálida sonrisa se desvanecía del rostro, dejando en su lugar esa dura expresión de general.
Evan pasó por mi lado mientras yo asentía, confundida por sus palabras, después los dos se perdieron en el recibidor dejándome sola con los hermanos Knight.
~°~
La forma en la que caminaba por la pequeña sala del yate me recordó la vez que estábamos en casa de Sara, esperando a que Andrew llegara de investigar a Kirok. Ese y otros tantos cuantos recuerdos golpeaban mi cabeza como si fueran ladrillos, cada uno más marcado que el anterior. No podía dejar de pensar en mis amigos, y en lo mal que lo deberían estar pasando. Y que mi poca magia fuera menos efectiva que la de los demás solo aumentaba mis nervios.
Cada uno de los minutos de las cuatro horas que pasaron desde que Astra y Evan se fueron eran terriblemente tortuosos. Confiaba con todo mi corazón en que lograrían encontrarlos, y que en cualquier segundo atravesarían la puerta, mojados, y los recibiríamos con los brazos abiertos. Me disculparía con Sara y las cosas volverían a nuestra normalidad.
Sin embargo, cada respiro, cada parpadeo, cada movimiento, cada sonido que escuchaba me ponía más de los nervios. Y para completar, el terrible nudo constante en mi garganta amenazaba con cortarme la respiración junto con la extraña pesadez que invadía mi cuerpo. Me sentía mal, pero mis amigos de seguro lo estaban pasando peor.
—Ailyn —Cailye captó mi atención cuando interceptó mi caminata. Extendió sus manos hacia mí, ofreciéndome una manzana. Seguía con la cabeza gacha y su cabello le hacía sombra sus ojos—, ¿quieres?
Fruncí en ceño y levanté mis dos cejas con incredulidad.
—No es momento para comer —exclamé, exasperada e histérica— ¿Es que acaso solo piensas en comer? No seas tan desconsiderada y deja de pensar en saciar tu gula.
Sus manos dejaron caer la manzana al suelo, y luego sus brazos se apartaron de mí mientras sus pies retrocedían. Fue entonces, cuando observé el brillo de preocupación que sus ojos ocultaban, que entendí que había metido la pata.
Ella solo trataba de distraerme, y en agradecimiento le había gritado cosas ofensivas. Sabía que yo no era la única al borde del colapso, que todos estaban preocupados, pero Cailye... ella parecía haber perdido la llama de su alegría.
—Yo... —musité, pero ella seguía retrocediendo, casi hasta llegar a su hermano recostado en una pared—. Cailye... yo, l-lo siento mucho... No era mi intención decirte eso. No es cierto, perdóname, por favor...
Al ver que no se detenía, ni se dejaba alcanzar por mi mano extendida, el nudo de mi garganta presionó con más fuerza, logrando que mi cuerpo empezara a temblar y posteriormente a llorar.
Bajé la cabeza, sumida en mis lágrimas, hasta que el toque de Cailye en mi hombro atrajo mi atención. Levanté la vista hacia ella, y me encontré con sus grandes ojos castaños observándome con consideración. Intentó sonreír, pero lo que le salió fue una pequeña mueca.
Sin esperar a que hablara me abalancé sobre ella y la abracé con toda la fuerza que mis brazos me concedían. Seguí llorando sobre su hombro y después de algunos segundos sentí cómo correspondía mi gesto.
—En verdad lo siento... —susurré a su oído, sin dejar de temblar.
Durante esas cuatro horas me había contenido de llorar, sabía que con hacerlo no los traía de vuelta ni aportaba nada que nos ayudara, pero simplemente no podía evitar sentirme triste, desesperada. La culpa seguía dentro de mí, como una daga apuntando a mi corazón; me sentía culpable por discutir con ella antes de la tormenta, por no decirle lo mucho que me importaba, por dejarme afectar por algo como eso...
—Está bien —respondió Cailye en voz baja—, puedo oler cómo te sientes. Puedo... puedo entenderte.
La apreté con más fuerza antes de soltarla. Me ofreció una última sonrisa-mueca antes de apartarse de mí, pero no apartó sus ojos de los míos.
Al limpiar las lágrimas de mi rostro pude ver con más claridad, lo que me permitió notar al chico recostado en la pared, que nos observaba por el rodillo del ojo y el entrecejo levemente fruncido. Se veía perturbado, pero no deduje respecto a qué.
—Deberías pensar antes de hablar —comentó en tono lúgubre y apagado—. Siempre terminas pidiendo perdón.
Le lancé una mirada fulminante, pero cuando lo hice noté que a diferencia de comentarios anteriores donde detectaba el ápice de burla, esa vez lo que dijo no lo hizo para enfadarme. Andrew hablaba en serio.
Desvié mi mirada, tanto para ignorar su existencia como para centrarme de nuevo en Cailye.
—Estoy cansada, y la angustia de esperar a Astra y a Evan me está matando —expresé—. Iré a tratar de dormir para calmarme. Además, me he estado sintiendo marreada.
Cailye enarcó las cejas, preocupada, y escrutó mi rostro.
—¿No será que tienes un resfriado? —inquirió.
—Por lo que hizo anoche no me sorprendería —terció Andrew, pero lo ignoré de inmediato.
—No, no es eso. Es por la situación. Si descanso un poco se me pasará.
Ella asintió, no muy segura, y luego de dedicarle una sonrisa para que no se preocupara por mí me encaminé hacia las escaleras. Pasé frente a Andrew, quien me siguió con la mirada de forma sospechosa.
Bajé por las escaleras y crucé el pasillo rumbo a mi habitación. Sin embargo, justo cuando tomé la perilla de la puerta, se me ocurrió una idea para encontrar otra solución.
Era arriesgado, lo reconocía, pero no me quedaban opciones, y esperar de brazos cruzados a que Astra y Evan trajeran noticias no me convencía.
Justo detrás de mí se encontraba el cuarto de los chicos, y adentro el llavero donde Andrew guardaba el libro de los Hechizos Prohibidos. No lo había visto con él últimamente, por lo que debía guardarlo entre sus cosas. Si los hechizos normales no podían ayudarnos, entonces los Hechizos Prohibidos tenían que hacerlo. No me agradaba la idea de usarlos, en especial conociendo lo que le sucedió a Andrew por hacerlo, y que en ese cuarto siempre me ocurrían cosas malas, pero era lo último que me quedaba.
«Es por Sara y Daymon» me recordé a mí misma mientras me daba vuelta.
«—Es una mala idea —dijo la voz de mi cabeza, pero la ignoré por completo.»
Giré la perilla de la puerta, pero antes de entrar las dudas me asaltaron. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Cómo lo debía hacer? ¿Era lo correcto? Recordé la mirada de Andrew cuando quise tan solo tocarlos, recordé las advertencias que me dio, y todo lo que lo lastimó cuando intentó revivir a sus padres.
Era aterrador imaginar lo que me ocurriría por usarlos, no conocía a fondo la magnitud de sus consecuencias. Y no me importaba. Si con eso Sara y Daymon volvían estaba conforme, solo me interesaba recuperarlos, al costo que fuera.
Abrí la puerta en un impulso de valor y barrí la habitación con la mirada en busca del maletín o de algo que me indicara su posición. Observé los armarios, el televisor, las masas de noche... hasta que me detuve en la cama de Andrew, estaba ordenada e impecable, pero abajo alcanzaba a ver su mochila, hundida en la oscuridad, y sobresaliendo de su cierre el pequeño llavero. Siendo de día y con la luz del sol entrando por las ventanas ¿por qué había tanta oscuridad bajo la cama?
Un intenso escalofrío me recorrió de pies a cabeza conforme me acercaba a dicho objeto, y aquella sensación se intensificó en cuanto tomé en mis manos el llavero. Seguía igual que antes, pero ahora sentía más frio su tacto, era más espelúznate. Sacudí mi cabeza para alejar pensamientos terroríficos y usé magia para devolverlo a su tamaño natural...
Una fuerte corriente oscura emanó el libro, que elevó mi cabello de forma abrupta como si hubiera dejado salir un espectro. Cuando se detuvo observé un libro de cubierta negra y dura con escalofriantes decoraciones. La temperatura había disminuido considerablemente en el momento en que humo negro empezó a salir del libro, radiando un aura oscura.
Lo sostuve en mis manos, y en el instante en que lo toqué sentí no solo mis vellos erizarse, también que el libro estaba creando su propia burbuja de tiempo y espacio a mi alrededor. El humo recorría mi cuerpo como un abrazo, cada segundo más cerca de mi piel.
Empecé a escuchar murmullos en mis oídos que me invitaban a abrirlo, suaves voces que parecían estar bajo al agua y susurraban sus deseos de tal forma que era hipnotizante. Su deseo se me transmitió, junto con la necesidad de abrir aquel libro, aunque ya no recordaba para qué quería usar los conjuros en un principio. Todo lo que me importaba en ese momento era abrir el libro, sentía que solo vivía para eso, que era mi propósito. Toda mi voluntad se disipó, lo único que tenía en mente era que anhelaba complacer a las voces susurrantes en mis oídos...
—Sabía que eras idiota pero no imaginé cuánto. —La voz de Andrew me sacó de mi transe; estaba tan absorta por el libro que no me percaté del momento en que entró a la habitación. Con un rápido y casi imperceptible movimiento, me arrebató el libro de entre mis manos y lo convirtió en un llavero, sin verse afectado por su aura—. ¿Qué tratabas de hacer, Will?
Lo observé meter el llavero en su mochila y tirarla de nuevo bajo su cama. Se planteó frente a mí, con los brazos cruzados sobre el pecho en postura desafiante. Estaba enojado, sus castaños ojos brillaban de cólera reprimida y el brillo filoso inherente que le daba esa peligrosidad a su mirada. Esos ojos atravesaron mi alma como una flecha.
Sentí cómo mi voluntad volvía a mi cuerpo, y en ese momento recordé lo que quería lograr usando los Hechizos Prohibidos. Sacudí mi cabeza para librarme del aturdimiento y tratar de evadir la mirada asesina de Andrew que quería aprisionar mi cuerpo.
—Quería usar los Hechizos Prohibidos para encontrar a los chicos, es la última opción que me queda. —Traté de que mi voz sonara lo más firme y decidida posible para combatir de alguna manera la rudeza de Andrew al taladrarme el alma, pero lo que salió de mi boca sonó débil y casi quebrado. Patético.
Su mirada se endureció más, pero ahora la sombra de su cabello cubría sus ojos lo suficiente para darle un toque más oscuro. Una mueca se curvó en su rostro, dando a entender que mi razón de hacer lo que hice lo enfurecía más. Su cuerpo se convirtió en piedra de lo tenso que se puso.
—¿Te has vuelto loca? Sabes muy bien lo que ocurriría si utilizas estos hechizos. ¿Es que acaso no te importa lo que te ocurra? ¿Tan poco te importa tu vida como para arriesgarla cada vez que tienes la oportunidad?
—No sé de qué hablas —admití.
Enfocó la mirada en mí, con el ceño todavía fruncido.
—Claro que sí —bramó, abriendo los ojos de par en par—. Siempre haces lo mismo, siempre haces estupideces. La vez que viajaste al pasado, en la Feria Estatal, en la fiesta de Nueva York, en el restaurante y anoche en el océano. ¡Nunca escuchas a nadie! Maldición, es exasperante.
Qué extraño. Andrew nunca perdía la compostura tan rápido, por lo general le tomaba más tiempo. Desvió la mirada de mí por unos segundos, pero luego, cuando pareció recordar el problema central, fijó sus ojos en mí de nuevo.
—No te dejaré hacerlo —sentenció, como si esa fuera su última palabra y caso cerrado.
—No te estoy pidiendo permiso —espeté.
—Los Hechizos Prohibidos están bajo mi custodia y yo decido si los usas o no. —De nuevo abrió los ojos de par en par, casi sentí que sus sombras me sujetaban para que el filo en sus ojos pudiera matarme—. Y la respuesta es no, no permitiré que te arriges de una manera tan estúpida.
Fruncí el ceño y me acerqué unos pasos a él.
—¿Qué acaso no lo ves? Sara y Daymon siguen sin aparecer, esta podría ser la única manera de encontrarlos. Debe haber algún hechizo lo suficientemente fuerte para sobrepasar nuestros limites humanos...
—¡Ya dije que no! —me interrumpió, furioso—. Estos hechizos son capaces de consumir tu alma, de hacer todo lo opuesto a lo que quieres lograr, de matarte y destruir todo lo importante para ti en cuestión de segundos. Son demasiado peligrosos, no permitiré que los uses.
—¡No cometeré el mismo error que tú! —solté—. No estoy tratando de revivir a los muertos, estoy tratando de encontrar a mis amigos. No voy a permitir que las personas que quiero salgan heridas, ¡yo sí sabré usarlos con cuidado para no lastimar a quien amo!
Andrew palideció, como si hubiera recibido el peor de los golpes y no se lo pudiera creer. Sentía mis mejillas arder de nuevo, y en ese momento, mientras observaba la expresión de incredulidad de su rostro, como si le hubieran arrojado un balde de agua fría durante invierno, me di cuenta de lo que había dicho, de las palabras tan terribles que le había gritado a una persona que no se lo merecía, que solo trataba de ayudarme y que confió en mí para abrirme su pasado. Me llevé la mano a la boca, horrorizada, y retrocedí mientras el aire abandonaba mis pulmones.
—Lo siento... —musité en voz baja, al tiempo que mi corazón se quebraba al contemplar por primera vez la expresión dolida y traicionada de Andrew, todo por mi culpa—. Lo siento mucho... yo... no era mi intensión decir eso...
Las lágrimas retornaron mis ojos, pero esta vez no lloraba por Sara y Daymon, lo hacía porque lastimé a Andrew con algo que se suponía era su voto de confianza hacia mí. Usé mis conocimientos sobre su pasado para herirlo.
Retrocedí hasta la puerta, con la mirada de decepción de Andrew aún sobre mí, y al llegar al umbral salí corriendo de la habitación rumbo a las escaleras. Mi corazón palpitaba tan fuerte en mi pecho que no sabía qué situación ocupaba más mi atención en mi interior; además de que la ira, frustración, arrepentimiento, y vergüenza no cabían en mi cuerpo al mismo tiempo.
¿Cómo fui capaz de decir algo tan horrible? Aun sabiendo lo que él había pasado por culpa de esos hechizos, aun cuando él abrió su corazón conmigo contándome su pasado, aun cuando él se preocupó por cuidarme de ellos porque conocía su riesgo... Yo había destruido la confianza que él depositó en mí, lo decepcioné. La única persona a la que misteriosamente no quería decepcionar, a la que quería demostrarle que podía ser mejor, la que siempre me ayudó a mejorar a pesar de los insultos... lo lastimé.
¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo era posible que incluso a Andrew lo haya abofeteado con mis palabras? Era imperdonable, no había justificación para lo que hice. Por muy adolorida y frustrada que estuviera, no podía lastimar a mis amigos, que no tenían la culpa de lo que pasó.
Él tenía razón. ¿Por qué siempre terminaba hiriendo los sentimientos de los demás? ¿Por qué no podía pensar antes de hablar? ¿Por qué actuaba de una forma tan histérica e insoportable? Se me estaba haciendo costumbre pedir perdón. Se me estaba haciendo costumbre equivocarme.
Escuché que alguien tocó a la puerta de la sala de juegos; me levanté de golpe del sofá con la esperanza que fuera Andrew de quien se trataba, quería hablar con él y pedirle perdón correctamente, aunque sentía que ya no podría recobrar su confianza nunca más al menos tenía que intentarlo.
Quería dormir un rato, pero no en la habitación que compartía con Sara, me resultaba doloroso imagínamela en su cama, así que decidí tomar un refresco en la sala de juegos, el último lugar donde estuvimos todos juntos.
—¿Ailyn? —No era Andrew, era su hermana —. Ailyn, ¿estás aquí?
Suspiré con desilusión y me acerqué a la puerta. Cuando la abrí Cailye me miró con ojos vacíos. ¿Andrew le habría contado lo que dije? ¿Ella también estaba enojada conmigo?
—¿Qué sucede? —pregunté en tono neutro.
Ella intentó sonreír, pero lo único que consiguió fue una media sonrisa de agotamiento. Ahora que reparaba más en su aspecto descubrí que además de cansada se veía más lúgubre que antes; era la primera vez que la veía tan triste.
—Te he estado buscando por todo el yate. Astra y Evan llegaron, están abajo y querían que te llamara.
Asentí, llena de esperanza de que trajeran buenas noticias, y tomé a Cailye de la mano para juntas dirigirnos a la sala principal.
Al llegar al piso de abajo me encontré a mi mentora y a Evan hablando de algo importante, y luego mis ojos se cruzaron con los de Andrew. Me quedé mirándolo por un instante, atenta a su reacción ante mí; creí que estaría enojado, pero en su lugar se veía dolido... y entonces, apartó la vista de mí como si no soportara tener contacto visual conmigo.
Ignoré la punzada en mi pecho, producto de la actitud de Andrew conmigo, y me apresuré a acercarme a los recién llegados. Al notar mi presencia ambos me miraron, pero sus expresiones lejos de infundirme esperanza, la ahogaron.
Mi frecuencia respiratoria se aceleró, presa de pánico creciente en mi pecho al observar sus ojos dolidos que denotaban consideración.
—¿Qué ocurre? —pregunté con la voz temblorosa. No estaba segura de querer saber la respuesta— ¿Qué encontraron? ¿Qué está pasando? ¡¿Por qué no dicen nada?!
—Ailyn. —Evan fue el primero en acercárseme, me miró con empatía y posó sus manos en mis hombros, como si con eso me mantuviera cuerda y en pie—. Encontramos esto en donde los tiburones nos indicaron, estaba en la punta de una roca marina.
Sus ojos no dejaron de ver los míos mientras extendía el objeto frene a mí, atento a cualquier reacción de mi parte.
Me tendió un trozo de tela blanca con manchas rojas que a juzgar por el olor se trataba de sangre; lo reconocí de inmediato como parte de la blusa que Sara usaba cuando ocurrió la tormenta. Mis ojos se abrieron de par en par y el aire se escapó de mis pulmones dejándome como seca. Tomé la tela en mis manos temblorosas, mientras mis ojos se nublaban de lágrimas nuevamente.
—¿Qué...?
Evan examinó mi rostro, preocupado, así que fue Astra quien habló, dudosa. Obviamente ninguno quería comunicar lo que creían respecto a eso.
—Dado la circunstancia en la que lo encontramos, y teniendo en cuanta que pese a su energía divina sus cuerpos siguen siendo humanos, creemos que puede que ellos dos estén...
«Muertos» se adelantó mi mente a concluir.
El mundo a mi alrededor se detuvo, convirtiendo los sonidos y colores en algo ajeno a mí. Solo escuchaba el acelerado latido de mi corazón y las voces difusas de mis amigos. Me sentía más pesada, como si me hundiera en el fondo del mar y la presión me impidiera moverme. Entonces, escuché que alguien gritó mi nombre, pero yo estaba muy ocupada dejándome llevar por la fuerza de mi mar de desesperación como para prestarle atención a algo que no fuera el pánico en mi sistema.
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