20. Máscara de hielo
I Want You Here - Plumb
«Un nuevo incendio misterioso se presentó esta noche en Boston, Massachusetts, en un hotel de socios de la compañía O'Callaghan. Nadie conoce la causa, pero se presume de una posible conexión con los otros incendios en Miami, Nueva Yersi, Las Vegas, Nuevo México, y Nevada, por la forma en la que iniciaron. Hasta ahora los investigadores desconocen si todo esto es debido a un nuevo cambio climático, o por el contrario, es por obra de los terroristas...»
Cambié el canal de la radio. No quería ver televisión, porque para eso tendría que salir del cuarto de los chicos, así que Evan me prestó un viejo radio propiedad de su padre para pasar el rato.
«Junto con el ultimo incendio misterioso en Massachusetts, Estados Unidos, suman veinticinco este mes solo en el E.E.U.U, y setenta y tres a nivel continental. Científicos climatólogos de Canadá, Brasil, y Estados Unidos, unieron fuerzas para llegar al porqué de estos sucesos naturales sin explicación aparente; sin embargo, hasta el momento solo tienen hipótesis de lo que puede estar ocurriendo...»
Apagué la radio. No tenía caso seguir escuchando cosas que solo ejercerían en mí más presión y miedo del que ya de por sí contaba. Sabía que todo estaba mal, que a cada minuto que pasaba la influencia de Hades en la Tierra era mayor, su energía más fuerte. No necesitaba ningún noticiero para entenderlo.
En ese incendio, cuando me devolví por Ana y ella regresó a los brazos de sus padres a salvo, sentí algo que nunca había sentido. Me sentí importante y necesaria, con el poder suficiente para proteger a alguien. Eso, poder proteger a alguien más, se sentía mejor de lo que había pensado. La felicidad por su bienestar y por mi papel en ella era algo que jamás olvidaría.
Me pregunté si así me sentiría cuando pudiera proteger a mis amigos, a mi familia, y hacerlo me dio un pequeño incentivo, esperanza. Sara tenía razón, la magia hacía cosas maravillosas, era capaz de proteger lo más importante, me daba el poder para intervenir. De repente, el manipular la energía divina de Atenea, no me parecía una maldición. Me daba una oportunidad.
El frio que entraba por la ventana al cuarto de los chicos me provocó escalofríos cuando centré mi atención a algo que no fuera la radio. Tomé la manta que estaba en la cama de Daymon, y con ella me cubrí los hombros cruzándola por mi pecho. Me levanté de la silla al lado de la cama de Andrew y caminé hacia la ventana, no sin antes dejar la radio en la mesa cerca de la cama de Evan. Cuando llegué a la ventana, me quedé un rato visualizando el clima sombrío y oscuro, junto con las hojas secas en el suelo, que le daban al ambiente un efecto más tenebroso de lo necesario. No obstante, la velocidad del camper era tal que no podía permanecer más tiempo con la ventana abierta sin que volara todo lo que había en la habitación.
Me devolví a la silla, al lado de Andrew, y me senté de la forma más cómoda que pude mientras observaba al inmóvil chico de cabello miel dormir tranquilamente como un bebé. Se encontraba acostado en su cama boca arriba, con la manta cubriéndolo hasta el pecho y con los brazos por fuera de ésta.
Parecía un ángel durmiendo plácidamente: algunos de los mechones de su cabello le caían sobre la frente con delicadeza y estilo, mientras otros solo estaban rebeldes sobre la almohada; sus largas pestañas acariciaban sus pómulos como muñeco de porcelana, y sus rosados labios se veían irreales para un chico en su estado. Su respiración era constante y tranquila, mucho más de lo que sería despierto. Y, sin embargo, su ceño seguía fruncido. Resultaba placentero solo observarlo, sin preocuparme de que me descubriera haciéndolo, y es que el chico tenía varios detalles curiosos en su bello rostro y era divertido notarlos todos.
Por supuesto que me entró curiosidad por ver lo que las manillas de sus muñecas ocultaban, pero sentía que si lo hacía estaría cruzando una línea sin retorno. A pesar de todo lo que habíamos vivido, y de todas nuestras diferencias y discusiones, lo respetaba, a él y a su misterioso pasado, y no haría algo que sabía que no era lo correcto. Tenía mi límite, como cualquier persona, y entrometerme a la fuerza en su vida no nos ayudaría a mejorar nuestra relación.
Ahí, dormido como la Bella Durmiente, era que me daba cuenta de lo realmente atractivo que era, y es que en serio hacía justicia a la perfección que representaba Apolo; poseía una belleza perfecta, como si no tuviera un solo defecto físico, digno de llamarse dios. Era hermoso, diferente a Evan y a Daymon. De no ser por su impetuosa personalidad, y por el hecho que parecía odiarme, me sería difícil no enamorarme de él.
Sonreí con ironía al pensar que cuando estuve inconsciente probablemente él estaría en mi posición; claro, sin la parte en que pensaba que el paciente era sexy. La falta de sueño ya me estaba afectando.
—Dijiste que no volverías a correr por mí, que no me ayudarías si me volvía a caer. Pero eres un mentiroso, corriste hacia mí, igual que en la fiesta. Ya no creo en tus amenazas, así que mas te vale que despiertes.
Verlo dormido, tan calmado y dócil, me hacía desear los momentos en que me miraba de esa forma tan intensa, como si quisiera leer un código en otro idioma, o simplemente que me regañara por mis imprudencias. De alguna forma su presencia me daba seguridad, confianza incluso; tenía la capacidad de hacerme creer que todo estaría bien.
Después de que los chicos lo habían curado con magia, dijeron que tardaría un poco en despertar debido al shock de dolor que le causaron los escombros sobre su espalda. Evan mencionó muy vagamente que Andrew, debido a su conexión con el sol, era más sensible a muchas cosas, en especial físicas. Los golpes le dolían más que a los demás.
No hice muchas preguntas al respecto, pero debía ser agotador soportar tanto dolor. En los enfrentamientos, en los entrenamientos, todo dolía. Incluso una caricia podía llegar a dolerle según lo que entendí.
—Lamento lo de la espada —susurré. No me importaba si él me oía o no—. En el entrenamiento te herí, debió dolerte mucho, igual que el golpe que te di cuando me escapé con el libro de Evan. Lo siento. Prometo no volver a lastimarte.
Sabía a la perfección que había sido mi culpa que él estuviera en esa situación, sabía que se arriesgó por mí, sabía que estaba en deuda con él... así que les pedí a los demás que me permitieran cuidarlo mientras despertaba. Al comienzo se sorprendieron por mi decisión, pero luego lo aceptaron, y debido a ello a Evan y Daymon les tocó dormir en la sala solo por esa noche.
Las primeras horas traté de permanecer a cierta distancia de él por si se despertaba, ya que no quería que se hiciera ideas erróneas sobre mi presencia; pero con el transcurso del tiempo, al ver que no sucedía, decidí sentarme cerca suyo para sentirme más cómoda. Me vi obligaba a levantarme y rociarme agua fría en el rostro varias veces, cuando me perdía en los detalles de su rostro, de su cuerpo, en más de una ocasión, para mayor vergüenza.
Ni siquiera estaba segura de por qué sentía eso cuando estaba cerca de él. El querer lanzarme sobre sus brazos, estrujarme contra su pecho, sentirlo cerca... Era algo que no había sentido la necesidad de hacer por nadie antes. No quería pensar demasiado en eso, no debía llegar a ninguna conclusión.
—Tienes que abrir los ojos —dije en voz baja—. Sé que eres más fuerte que esto. Tal vez merezco un poco de preocupación y remordimiento por haber salido corriendo, otra vez. Pero no así. Por favor, despierta.
No puede evitar pensar en lo que hablé de Atenea con Astra, retomé lo poco que sabía de mi antigua yo, pero por mucho que intentara armar en mi cabeza alguna idea de lo que pudo pasar para que una persona así se enamorara de un tipo como Apolo, no podía encontrar una sola cosa que me sonara lógica.
Ella era distante, arrogante, y una persona que ocultaba lo que sentía, y él era todo lo contrario: agradable, sonriente, divertido, un poco irresponsable, pero era buena persona. No eran la mejor pareja, ni la más compatible, entonces ¿por qué se amaron tanto que prefirieron abandonar su misión por vivir ese amor?
Era caso perdido encontrarles sentido a las acciones de Atenea, ella era un misterio y, además, no tenía importancia. Lo que pasó con entre ella y Apolo quedó en el pasado, y no tenía nada que ver con nosotros.
Recordando el acto de valentía que tuvo conmigo al salvarme la vida, se me hizo imposible pensar que era una mala persona. Sabía que tenía su temperamento, y su irritante talento para sacarme de quicio y ponerme de los nervios, pero aun así sabía perfectamente que una mala persona no haría algo tan peligroso como lo que él hizo.
Tal vez le costaba trabajo expresar sus verdaderos sentimientos, tal vez no era la persona más sincera del mundo, y tal vez no le gustaba dar explicaciones a los demás de sus actos. Y, a decir verdad, estaba empezando a respetar su halo de misterio. Pero, aun así, sentía curiosidad por lo que sus únicas palabras en el incendio significaban.
La noche anterior, por mi urgencia de acompañar al señor «no te metas en mi vida», no había dormido nada, y estaba realmente cansada de pasar toda la noche en vela.
Cabeceé, dejándome vencer por el sueño que sentía. Pero entonces, alguien tocó la puerta tres o cuatro veces.
—¿Quién es? —pregunté.
—Soy yo, ¿puedo entrar? —Era Astra.
—Sí, adelante.
La puerta se abrió y una Astra con su particular túnica violeta apareció en la habitación. Lucía algo cansada, pero no podría asegurar nada, y en sus brazos llevaba una bandeja con lo que supuse era mi desayuno.
—¿Cómo va Andrew? —indagó, mirando al chico en cuestión.
—Igual, ni siquiera se ha movido desde anoche. ¿Y Cailye? ¿Cómo sigue?
Astra dejó la bandeja en una de las mesas de noche y me miró a los ojos, ahora con más atención. Intuí, por su mirada, que había algo que la inquietaba.
—Está bien, ya despertó, hace varias horas; está con Evan ahora. Aunque todavía se siente mareada. —Hizo una pausa, lo que no fue una buena señal—. ¿Qué pasó allá adentro, cuando te devolviste por los Knight?
Su pregunta me la esperaba, pero no en ese preciso momento. Todavía no tenía una respuesta elaborada, y si decía algo el falso me delataría solita.
—Entró en shock, ¿recuerdas? Yo solo apuré a Andrew para salir. Cailye le tiene miedo al fuego, así que no pudo moverse, estaba en pánico. Al final se dejó vencer por el miedo y se desmayó, Andrew la tomó en brazos luego de eso.
—¿Y por eso usaste el Filtro con ella? —Enarcó una ceja, interrogante.
Abrí los ojos de par en par, sorprendida, y mis labios se retorcieron en una mueca.
—N-No, claro que no, está prohibido usar nuestras habilidades en otro dios.
—Ailyn... —Suspiró con resignación, obviamente no se tragó mi historia—. ¿Sabes lo que ocurre cuando usamos nuestra habilidad única en otro dios?
Negué con la cabeza.
—En casos extremos, provoca locura o muerte, pero en los más mínimos, provoca un leve desmayo. Por eso Cailye perdió la conciencia, porque usaste tu Filtro en ella. Dones como los de Daymon, que se usan inconscientemente, no afectan a los demás. Pero habilidades como la tuya, el Filtro, donde se involucran directamente con los sentimientos del individuo, puede absorber más que la negatividad.
A parte del cansancio que de por sí sentía, mi cuerpo se desinfló en la silla continua a la cama de Andrew. Nunca me puse a pensar lo que ocurriría por romper esa regla, solo pensaba en ayudar a Cailye, pero casi le causé más problemas de los necesarios.
—¿Insinúas que borré su personalidad? —inquirí, aterrada de mi propia suposición.
—No —respondió—, hace falta mucho más para que eso ocurra. A lo que quiero llegar es que debes aprender que las reglas existen por algo, en especial cuando posees una habilidad tan importante como esa. El Filtro tiene sus límites, ¿sabes por qué? Porque usado de forma incorrecta, o excediendo su uso, genera consecuencias no solo perjudiciales para ti, sino también para los que te rodean. Ten más cuidado la próxima vez, y piensa en por qué hay cosas que no se deben hacer.
—Yo... no lo sabía, nunca quise causarle daño.
Ella desvió la mirada a Andrew, frunció el ceño y me miró de nuevo. No sabía lo que pensaba, pero esa expresión en los ojos de Astra no me daba buena espina.
—Lo sé. —Caminó hacia la puerta y se detuvo del otro lado para lanzarme una última mirada—. Trata de descansar, Andrew no tardará en despertar, y tú no has dormido en toda la noche.
Asentí, ganándome una pequeña sonrisa de su parte, y cerró la puerta tras de ella.
De nuevo me quedé sola, o al menos con un Andrew inconsciente a mi lado. No podía negar que en varias ocasiones lo molesté. Él siempre se hacía el dormido, y quería comprobar que no me tomaba del pelo otra vez, por eso lo moví, canté, e incluso le abrí los parpados. Pero en efecto, el chico estaba dormido.
Comí la mitad de mi desayuno, y luego de asegurarme de que la ventana estuviera cerrada y Andrew bien arropado, me acomodé en la silla con una manta cubriéndome el cuerpo. Me dispuse a dormir, al menos un par de horas, para recuperarme de lo que viví esa noche. Usar el Filtro agotaba, como lo dijo Evan, y con tantas cosas en la cabeza estaba doblemente cansada.
Abrí los ojos lentamente, apenas despejando mi mente de mi profundo sueño; pero para mi gran desgracia, lo primero que vi fue a Andrew. En efecto, el odioso de Andrew estaba despierto, y como si no fuera suficiente que mi cabeza estuviera recostada a un lado de su cuerpo, él como buen espectador, me observaba con su indiferente mirada, con la cabeza apoyada sobre su brazo izquierdo.
Me incorporé de golpe, sorprendida ante su penetrante mirada de nuevo sobre mí. Mi vista seguía borrosa por el sueño, pero gracias a la impresión de despertar con Andrew tan cerca de mi cuerpo, el cansancio salió corriendo fuera de mi cuerpo. La silla se cayó debido a mi brusco movimiento, pero eso fue lo que menos me importó.
—Buenos días a ti también. —El tono de Andrew estaba marcado de sarcasmo, pero a comparación con las otras veces, no parecía enfadado conmigo.
Medio sonrió, como si mi actitud avergonzada le causara gracia, pero trató de contener el humor que le causé. Me observó con atención, mientras entrecerraba los ojos, escrutando mi cuerpo. Por supuesto, todavía llevaba encima la ropa del incendio, no tuve tiempo de cambiarme ya que no quería dejar solo a Andrew.
—¡¿C-Cuánto hace que estás despierto?! —exclamé, presa de los nervios.
Visualizar a ese chico observarme mientras dormía, con esa mirada que parecía atravesar mi alma, era vergonzoso. Sentía el color en mis mejillas, como si éstas se estuvieran quemando; sin embargo, no hice ningún esfuerzo en ocultar el rubor, ya que en realidad no tenía cómo. Él ya lo había visto.
—Hace un largo rato —confesó sin dejar de mirarme. Elevó la comisura de su labio, ejecutando una pequeña sonrisa que solo hizo que me sonrojara más. Ese tipo de expresiones en él eran tan raras que siempre le sacaban un brinco a mi corazón—. Lo suficiente para saber que cuando duermes haces un ruidito extraño con la nariz.
Y, como si fuera posible, me sonroje aún más. Estaba segura de que mi rostro estaba hecho un tomate, y pensar en mi aspecto en ese momento frente a él solo aumentaba mi rubor.
—¡Yo no hago ningún ruido con mi nariz! —espeté, cubriendo mis mejillas con las manos, con la esperanza de amortiguar el efecto de aquella situación.
Sostuvo su intensa mirada, como si me incitara a retirar la mía y declarar su victoria, ese brillo filoso en sus ojos no ayudaba. Soporté un par de segundos extra, hasta que él dio su golpe final:
—¿Por qué cubres tus mejillas? Estoy empezando a pensar que te intimido más que antes. Ya te he dicho que no pienses cosas raras.
No lo soporté más, si no dejaba de mirarlo mis mejillas explotarían. Me di la vuelta para quedar de espaladas a él, omitiendo por completo sus oscuros ojos sobre mí. Eso era increíble, y ridículo, él no tenía por qué tener ese efecto sobre mí, después de todo yo también era una Diosa Guardián. Y, sin embargo, lo hacía. No comprendía cómo lo conseguía, pero no solo me sacaba de quicio cuando hablaba, sino que también cuando sostenía su mirada esa forma.
El sonido de la cama de Andrew me obligó a volverme hacia él, y descubrir que el ruido se debía a que él se había sentado para ponerse los zapatos. Lo que significaba que se iba a levantar.
—¿Qué crees que haces? —indagué.
—¿Acaso no es obvio? Me voy a parar de esta cama, siento mi cuerpo dormido.
—¿Qué? No puedes hacerlo, todavía no te recuperas de los golpes, debes permanecer en cama al menos hasta la tarde.
Enarcó las cejas y me miró como si me hubiera vuelto loca.
—No, claro que no. No que quedaré en esta habitación más tiempo, menos contigo como enfermera.
Fruncí el ceño, indignada.
—Discúlpame por preocuparme por tu bienestar, la próxima vez te dejaré solo, quizá así venga la parca y te lleve.
Dejó lo que hacía para dedicarme toda su atención.
—¿La parca? ¿En serio? ¿No se te pudo ocurrir algo mejor?
Bufé, molesta, y lo fulminé con la mirada.
—¡He estado contigo toda la noche! No seas tan idiota por una vez en tu vida, ¿quieres?
—No te lo...
—Pedí —lo corté—, ya sé. Pero no hace falta que me lo pidas. Eres parte de este equipo también, es normal preocuparme por ti y querer cuidarte.
Pasó cerca de un minuto, en donde Andrew no apartó la vista de mí, hasta que dejó salir un suspiro y en tono más calmado y menos a la defensiva, habló.
—Sí, es cierto, te agradezco que usaras tu valioso tiempo libre en cuidar a un dios que se puede regenerar. —No estaba segura si hablaba o no con sarcasmo, pero lo dejé pasar—. Gracias, ¿contenta? Pero en serio, al menos pudiste haberte cambiado de ropa.
Me crucé de brazos. Y, aun así, una parte de mí, atesoró el momento en que me dio las gracias por primera vez en su vida, aunque claro, no sabía si eran sinceras.
—¿Qué? ¿No es suficiente para ti? —apuntó, descifrando la interrogación grabada en mi rostro.
—Quiero que me lo expliques —solté. Ya no quería darle más rodeos, tal vez me iba a regañar y a gritar, pero al menos quería asegurarme de sacarle la verdad. Algo iba mal con él, y con Cailye, y ya no quería seguir ignorándolo—. Quiero saberlo, Andrew. Quiero saber por qué te comportas tan odioso y amargado todo el tiempo. He visto la parte de ti que es más humana de lo que quiere hacer creer, te he visto hacer cosas que aparentas no tener interés en hacerlas. Te ves indiferente todo el tiempo, pero por el modo en que escuchas todo lo que sucede, me doy cuenta de que piensas las cosas más de lo que demuestras. Debe haber una razón para querer crear esa barrera con los demás y ya no estoy dispuesta a evadirla.
Por unos segundos pude notar el desconcierto y la sorpresa recorrer su rostro, como si lo hubiera abofeteado. Pero se compuso casi al instante, y volvió a mirarme con el ceño fruncido, intentando aparentar indiferencia y esa advertencia que yo ya no me tragaba de cuento. Evan tenía razón, a pesar de soltar amenazas y tener esa mirada oscura, él nunca haría nada realmente malo.
Levantó solo una ceja, su mirada oscura con ese brillo amenazante. La sombra de su cabello acentuaba el filo en sus ojos. Su mandíbula se tensó, igual que sus hombros.
—Ya te volviste loca, no sé a qué te refieres, Will. Y sinceramente, tengo muy pocos deseos de saberlo.
Hizo el intento de levantarse, pero fui más rápida y lo empujé entes de que completara su acción. Abrió los ojos de par en par, consternado de que a pesar de su mirada me atreví a tocarlo. Logré interrumpir lo que fuera que quiso decir, ahora me tenía que escuchar.
—¡No soy tan tonta como quieres creerlo, Andrew! —grité, sin importarme el volumen de mi voz—. Me doy cuenta perfectamente de tu comportamiento anormal. Lo que dijiste antes de perder la conciencia, que no querías perder a nadie más, quiero que me lo expliques. No conozco tu vida, Andrew, y no te pido una biografía, solo quiero entenderte. Quiero saber por qué cambias de actitud en un abrir y cerrar de ojos, y por qué evitas mis preguntas como si responderlas fuera un pecado. No me importa si me gritas, pero al menos hazlo después de darme una explicación.
Me miró por unos segundos, como si estuviera viendo a alguien con demencia senil exponiendo sus primeros cinco años de vida. Me impresionó que me observara de esa forma, ya que pensé que a él nada le asombraba o sorprendía, pero luego sus ojos se convirtieron en un cubo de hielo. Frunció con fuerza en entrecejo y se levantó de la cama en un rápido movimiento.
—Te lo he dicho mil veces —bramó, molesto— ¡No tengo por qué darte ninguna explicación sobre mi vida o mis acciones! Lo que hice, lo que hago, y lo que haré, a ti te tiene sin cuidado. No debe importarte lo que haga o deje de hacer. ¡Deja de meterte en mi vida! Nadie te invitó a formar parte de ella, así que no te creas con el derecho de imponerme que revele algo que no quiero.
Me lanzó una última mirada de enfado antes de pasar por mi lado, con los puños apretados y el pecho subiéndole y bajándole con rapidez.
Fue ahí, cuando me miró de esa forma, que pensé en que había abordado el tema muy a la ligera. No obstante, ya estaba harta de su desconfianza hacia mí y de que me regañara cada vez que intentaba acercarme a él. ¿Por qué simplemente no podía hablar conmigo? ¿Yo qué le había hecho que generó tal desconfianza?
Mis pies se movieron por sí solos, con un solo objetivo en mente. Alcancé a Andrew antes de que tomara el pomo de la puerta, y lo halé del cuello de la camiseta para frenar su intento de salir. Me empiné, debido a la diferencia de alturas, y lo enfrenté cara a cara. Me percaté de que quería apartarme, pero mi firme agarre impediría que sucediera sin que me lastimara en el proceso, así que no tuvo más opción que observarme a los ojos.
—¡Ya deja de apartarme de tu vida! —grité con ganas—. Sé que no me quieres en tu vida, que preferirías que no formara parte del equipo ¡Pero lo soy y estamos en esto juntos! Grítame todo lo que quieras, insúltame, ¡no me importa! Pero por más que trates de hacerme a un lado ¡no lo voy a permitir! ¿Entiendes? No voy a dejar de insistir en conocerte, porque ahora formas parte de esto tanto como yo. No me estoy metiendo en tu vida, tú te metiste en la mía. No puedes seguir ignorando mis intentos de acercarme a ti. ¡No puedes evitarme por siempre!
Su expresión cambió, abriendo más los ojos. Se mostraba ligeramente sorprendido, como si hubiera recibido una abofeteada y aún estuviera aturdido. En ese momento me di cuenta de que tal vez me salí un poco de control.
Lo empujé, todavía con mis manos sobre su camisa, y lo obligué a sentarse de nuevo en la cama. No dijo nada, por casi tres minutos se quedó en silencio, con la cabeza gacha y las manos juntas entre las piernas ligeramente abiertas. No podía verle los ojos debido al cabello sobre su frente, pero a juzgar por la fuerza que ejercía en sus manos intuí que estaba molesto, y casi histérico, pero se contenía.
Suspiré con desanimo luego de los tres minutos en los que llegué a la conclusión de que no diría nada, y me acerqué a él, ahora con más calma.
—No sé qué ves cuando me miras para que siempre huyas de mí. Pero créeme cuando te digo que puedes contar conmigo, puedes confiar en mí. No voy a burlarme o a salir corriendo a publicarlo en el periódico, solo quiero que... te abras conmigo. ¿Es mucho pedir un poco de información sobre ti? Eres una fortaleza, tan hermético que no puedo acercarme. Somos parte del mismo equipo, debemos estar unidos. Pero entre tú y yo hay un abismo enorme, y siempre que intento acercarme tú huyes. Ya me cansé de esperar arruinar todo contigo solo para saber qué decir y qué no. No soy adivina, Andrew. Tienes que hablar conmigo.
Hubo un largo e incómodo silencio. No sabía exactamente lo que esperaba que dijera Andrew. Sabía a la perfección que no importaba lo que le dijera, él nunca se abriría conmigo... Exacto, nunca confiaría en mí lo suficiente como para que compartiera su pasado conmigo, por más que lo presionara, eso estaba fuera de mi alcance.
—Entiendo —mascullé—. Tu odio hacia mí es evidente.
Me di media vuelta para marcharme. No tenía sentido seguir con eso, él era impenetrable.
—No te odio —dijo antes de que yo diera el primer paso. Su voz era tranquila, casi compasiva, para mi gran sorpresa. Cuando lo miré él tenía la cabeza hacia atrás, miraba el techo con ojos perdidos—. Nunca te he odiado. Eres una bola de demolición desde que te conocí, eso representas para mí. Eres muy intensa, desesperante. Pero no huyo de ti por eso. —Me miró, y esa mirada casi me tiró al suelo. No había advertencia en sus ojos, ni siquiera tenía el ceño fruncido; conservaba su intensidad y seriedad, pero había algo más que no sabía identificar—. Lo hago porque si te dejo entrar estaría traicionando muchas cosas.
Abrí mucho los ojos y me acerqué en tres pasos. ¿Bola de demolición? ¿Cómo se suponía que debía interpretar eso?
—¿Traicionando? —parpadeé varias veces—. ¿Qué estarías traicionando? Eso es...
—Te lo mostraré —me cortó.
Él retiró la mirada de mí, desviándola a la ventana y el paisaje otoñal que transcurría del otro lado. La contempló por prolongados segundos, hasta que cerró los ojos y dejó salir una larga exhalación.
Entonces, cuando regresó la atención a mí, se quitó las manillas que cubrían sus muñecas con gran agilidad. Debía admitir que nunca me esperé esa acción por su parte, pero no me quejé. Deposité toda mi atención en sus muñecas, y el aire abandonó mis pulmones cuando divisé lo que aquellas manillas de cuero pretendían ocultar.
Marcas de cortes, en horizontal para mi sorpresa.
Dudé en tocarlas, puesto que no sabía cómo se lo iba a tomar, pero cuando lo hice él no se movió. Dejó que recorriera las cuatro marcas de su mano derecha, y luego las tres de su izquierda, notando el leve relieve de ellas y deduciendo por su forma lo que significaba.
—Lo hiciste bien... —musité, desconcertada, sin saber qué pensar—. Realizaste los cortes en horizontal, por las venas... —Mi voz se apagó, y al notarlo Andrew retiró sus manos, volviéndolas a cubrir con las manillas de cuero. Al terminar me observó, expectante—. ¿Por qué no se han curado?
—Porque cuando una herida se abre varias veces, antes de que se cierre por completo, pierde la efectividad en regenerarse —explicó, con los ojos fijos en mi reacción—. La última vez que lo hice fue hace seis meses. Poco a poco se están cerrando, antes estaban peor.
—¿Por qué...?
—Porque ser la reencarnación de un dios es más horrible de lo que piensas. Algunos tuvieron una vida peor que otros. Esto —Levantó sus manos—, es lo único que me recuerda que sigo vivo, y que todavía tengo una razón para seguir con vida.
—¿Qué...? —titubeé. Me imaginaba que tendría algo así, pero verlo era diferente—. ¿Qué pasó para que lo hicieras?
Suspiró, parecía cansado, y se pasó la mano por el cabello como si quisiera despejar su mente. Pasaron otros segundos hasta que de nuevo gané su atención. Me estudió con sus oscuros ojos castaños y el rostro completamente inescrutable.
Hubo silencio, de varios minutos, hasta que por fin pareció tomar una decisión.
Movió las manos en el aire y la habitación se desvaneció. Una niebla azul oscura cubrió todo, luego, como si se tratara de humo de diferentes colores, figuras tomaron forma.
Flores rosadas y amarillas, una casa rodeada de girasoles; la casa de los Knight, pero no era la misma que yo conocí. Una niña pequeña jugaba en la calle, un hombre mayor la perseguía, los dos llenos de alegría. Una mujer salió de la casa y los llamó adentro. No había sonido, solo las imágenes. La niña pasó corriendo a través de mí para entrar a la casa.
—Ocurrió hace siete años, en primavera. Fue una reunión casual, celebrábamos el acenso en el trabajo de mi padre. Era arquitecto, y le asignaron un nuevo proyecto para una compañía importante de exportaciones. —Frunció el ceño, una mirada melancólica tomó su lugar—. Le encantaba su trabajo, pero yo no entendía lo que hacía. Antes de esa fiesta no sabía que era un Dios Guardián, no sabía que nada divino existiera. Era un niño normal, con padres normales, hermana normal, y amigos normales. La vida era muy sencilla entonces, solo me preocupaba que Cailye no se lastimara persiguiendo alguno de los tantos animales que se la pasaba persiguiendo.
Una mesa tomó lugar, varias personas alrededor esperando la comida. Dos niños de unos diez años, una niña tal vez de unos ocho y cuatro adultos, sus padres. Se reían, hablaban, celebraban.
—Ella y mi padre eran muy unidos, les gustaban los girasoles y con ayuda de mamá plantaron algunos en el jardín de nuestra antigua casa. —Hizo una pausa, su mirada se oscureció—. Hasta que papá llegó a casa con la noticia. Todos estábamos muy felices por él, en especial Cailye. Planeamos una reunión con los amigos de mis padres, es decir, los padres de Evan. Por eso nos hicimos amigos, porque nuestros padres fueron juntos a la universidad. Solo éramos los siete, pero con eso fue suficiente.
Luego de unos minutos uno de los padres se levantó de la mesa, se despidió y abandonó la escena. Se esfumó en el aire como el humo.
—Casi al anochecer el señor Cowater tuvo un inconveniente de la oficina, y tuvo que regresar a su casa antes que su esposa. Ella se quedó con Evan hasta que terminara la cena, pero... no llegamos a terminar de comer.
Bajó la cabeza, y sus manos formaron puños de frustración. Las formas hechas de humo de colores, los colores opacos e insaturados, estaban al mismo tono que la voz de Andrew, que sus emociones.
—¿Qué pasó después? —insistí al notar que de nuevo cayó en un largo silencio, perdido en sus recuerdos.
Levantó la cabeza nuevamente, pero no me miró esta vez, en lugar de eso calvó sus ojos en las figuras que su magia controlaba. Dejó salir otro suspiro y cerró los ojos.
Uno de los niños se movió, cabello claro y ojos oscuros. Andrew. Se tambaleó, parecía mareado, y perdió el equilibrio. Cuando sus padres se acercaron para revisarlo sus ojos se encendieron en un intenso color cian. Lo rodearon, intentaron levantarlo, movían sus bocas como si gritaran o discutieran, pero aun así el niño se negaba a cambiar de posición.
Pero entonces la niña, Cailye por el color de su cabello, también entró en crisis, vi cómo gritó y también cayó al suelo. Las dos mujeres fueron por ella mientras el hombre se quedaba con el niño. A la niña también le brillaban los ojos en un color turquesa sobrenatural.
Energía divina, reconocí a pesar de que las imágenes eran algo borrosas y no podía percibir bien los detalles de ninguno.
El niño se recogió, se colocó en posición fetal... y entonces la mancha salió de su cuerpo como si un contenedor se hubiera roto en pedazos, expandiéndose por el piso. El niño se encendió, su cuerpo se iluminó por un tenue dorado. Los padres retrocedieron, horrorizados, la madre no pudo pararse del suelo. La oscuridad de la mancha, la enfermedad y la plaga. Mi corazón se encogió cuando la oscuridad se comenzó a expandir más allá del niño, como la brea.
La naturaleza salvaje brotó del suelo entonces, las raíces rompieron las paredes y el techo como si anhelaran la luz de la luna. Los tres adultos observaron con horror lo que sucedía mientras Cailye y Andrew gritaban en el suelo, recogidos de dolor. Los dos padres intentaron acercarse a los niños, pero la sombra los intimidaba. Fue la mujer la primera en arrastrarse hacia ellos, sorteando las raíces y la sombra de plaga, y los abrazó. Los niños dejaron de llorar, sus ojos dejaron de brillar en cuando su madre los rodeó con sus brazos. Pero el abrazo duró poco, la fuerza de la mujer flaqueó y se deslizó lentamente al suelo.
Abrí los ojos de par en par, mi estomago me dio un vuelco, las ilusiones vacilaron un poco, pero yo estaba muy centrada en la imagen como para revisar la expresión del Andrew actual.
El otro niño, como si supiera lo que iba a ocurrir, intentó correr hacia su madre...
En fuego se apoderó del lugar en el momento exacto en que la madre de los hermanos tocó el piso hecho pedazos. Ahogué un grito, todo se encendió de naranja, las luces de la magia de Andrew fueron muy nítidas y salvajes en ese preciso momento. Vi el fuego, confuso en las ilusiones, no oí sus gritos, pero sí vi a los dos adultos restantes arder en llamas. El padre observó con horror a su esposa e hijos mientras lo devoraban sin el menor reparo; los niños le devolvieron exactamente la misma expresión. La otra mujer corrió hacia su hijo, envuelta en lágrimas, pero las intensas llamas se llevaron su vida antes de que se acercara demasiado a su hijo.
Los dos niños hermanos lloraron, Cailye se aferró a Andrew con toda la fuerza que podía, completamente aterrada, mientras gritaba entre sollozos y lágrimas. Andrew... estaba paralizado, el pánico y el terror lo habían atrapado. No podía moverse, noté, a pesar del fuego y los gritos de su hermana, él parecía un cascarón vacío.
El otro niño, de unos familiares ojos azules, se detuvo, preso también de la impresión y del miedo, y dos segundos más tarde corrió hacia sus amigos. Les decía algo a gritos, pero ninguno de los dos niños se movía. Las llamas los rodeaban, la sombra de plaga se había ido y las raíces fueron reclamadas por el fuego.
Vi un destello azul en medio de las llamas, de los escombros y los muebles hechos pedazos, justo antes de que la casa explotara.
Hubo una intensa luz, luego toda figura se desvaneció. Caía ceniza, noté con el corazón en la mano y los ojos nublados de lágrimas. O, mejor dicho, la ilusión de la ceniza.
No me moví, pero sí sentí a Andrew cerca. Cuando habló su voz sonó baja y rota. No fui capaz de verlo a los ojos.
—Una vez me preguntaste sobre mi despertar como dios, fue ese. Cuando Cailye y yo despertamos como dioses nuestros padres murieron, nosotros fuimos los responsables de su muerte. —Tomó aire. Sonó como si tuviera un nudo en la garganta—. Evan nos protegió con su magia, él ya había despertado para entonces. Gracias a él el fuego no nos dañó, y luego de eso nuestras propias habilidades tampoco lo consiguieron. El fuego consumió a mis padres y a la madre de Evan, la explosión se llevó la casa consigo.
Hubo un fúnebre silencio. Tragué saliva con fuerza con la esperanza de tragarme mis lágrimas.
—El fuego... ¿de dónde salió? —me atreví a preguntar.
La magia de enfermedad de Andrew y la naturaleza indomable de Cailye. Lo entendía. Pero el fuego...
Se tomó unos segundos antes de responder.
—Mi madre murió cuando nos abrazó, la enfermedad y el deterioro que producía mi cuerpo se la llevó. El fuego... Fue la respuesta de Cailye a su muerte. O la mía. Aun no estoy seguro.
La lluvia de ceniza se fue. Vi la casa hecha pedazos, calcinada hasta los cimientos. Sirenas de policías y de bomberos. Los niños estaban en una ambulancia, luego aparecieron en camas de hospital. El niño Andrew miraba por la ventana de su habitación, con mirada ausente y sin siquiera parpadear.
—Cailye lloraba mucho, lo hizo durante muchas horas seguidas. Eso es lo único que recuerdo de lo que sucedió inmediatamente después. Ninguno dijo nada de lo que pasó, pero aun así la gente quería saber.
Reporteros, los flashes me segaron por un momento. Periódicos con encabezados como «Tres niños se salvaron milagrosamente de un misterioso incendio a las afueras de Cleveland» «Solo tres niños sobrevivieron a un terrible incendio».
Un hombre alto, de mirada oscura y despectiva, entró al hospital. Una nueva casa apareció frente a mí, con mucha gente adentro. Los niños Knight estaban afuera, ella aferrada a la camiseta de él como si de eso dependiera su vida.
—Luego de que todo terminara, uno de mis tíos nos acogió en su familia. Pero un incendio cuyas causas aún no eran claras, daba pie a demasiadas suposiciones. Un periodista comentó que habíamos sido los responsables, solo fue una nota, pero mis tíos lo creyeron.
La gente de la casa susurraba, los niños no se mezclaban con nadie. Los rechazaban y evitaban, vi miradas de desprecio e incluso de odio. Pero solo eran miradas y susurros, nadie los tocaba.
—Evan nos explicó lo que había sucedido una semana después. Dijo que no fue nuestra culpa, que solo fue una horrible casualidad que despertáramos ese día, en la cena, con nuestros padres presentes. Dijo que solo fue un accidente desafortunado, uno que se llevó a mis padres y a su madre. —Hizo una pausa, lo oí tomar aire. Algo me decía que él no creía para nada que fuera un accidente—. Un tiempo más tarde de lo sucedido, Evan se mudó con su padre a Columbus para dejar atrás la muerte de su madre; empezaron de nuevo, en otro lugar, lejos de nosotros.
Los niños crecieron, se volvieron adolescentes, y fue como si con ellos creciera el odio de su familia. Las miradas de rencor no se podían ocultar, el rechazo se hizo más grande.
—Pero luego vino lo difícil. El caso se declaró inconcluso, nunca se supo la causa del desastre. —Tomó aire, lo sentí caminar—. Nunca pensé que mi familia, a quien conocía desde mi nacimiento, podría ser la causante de una pesadilla sin fin. Nos juzgaron, nos decían que los habíamos asesinado, que era imposible que hubiéramos salido ilesos del incendio. Y nos trataron como asesinos. Era una constante guerra, con el tiempo arruinarían a cualquiera.
—Por eso te hiciste los cortes en las muñecas... —dejé salir con un hilo de voz. El nudo en mi garganta no me dejaba hablar.
No oí confirmación verbal.
—Ellos tenían razón. Había sido mi culpa.
Muchas imágenes consecutivas me atravesaron. Eran ellos, conforme crecían. Entrenaban magia, con sus armas, asistieron a todo tipo de cursos y a la escuela. Pasaban poco tiempo en casa. Noté que Cailye poco a poco recuperó su sonrisa, es que le conocí; en cambio, Andrew se volvía cada vez más malhumorado y hermético.
La secuencia se detuvo, mostrando un taller de arte. Había una chica, cabello oscuro en la raíz y mas claro hacia las puntas, una rubia de ojos verdes como el pasto de primavera. Estaba pintando.
Enarqué las cejas.
—A los catorce años las cosas cambiaron. —Pegué un respingo cuando oí su voz más suave, diluida, como si por un momento la ternura lo dominara—. Sucedió cuando tomé un taller de arte solo para no ir a casa en el día, ahí conocí a Dominique. Era vivaz, alegre, optimista, era un sol. Ella me demostró que el mundo no podía ser tan cruel, me enseñó lo hermoso que podía llegar a ser.
La chica sonreía, y entre recuerdo y recuerdo de ella también vi la sonrisa de Andrew. La conocí por primera vez. Resuelta, libre, como si tuviera todo el derecho del mundo a ser feliz. Una sonrisa sincera muy similar a la de Cailye. Pasaban mucho tiempo juntos, incluso los tres. También los vi a los hermanos y la chica con Evan, como amigos de toda la vida.
—Era mi mejor amiga, la persona que me conocía más que nadie. Cailye la adoraba, eran inseparables. Con el tiempo me di cuenta de que no solo la veía como una amiga, sino que era la persona que más quería después de Cailye. Confíe en ella el secreto de los Dioses Guardianes, y ella me aceptó. Era... especial para mí, y cuando se lo dije, ella me correspondió.
Casi me di la vuelta para mirarlo a los ojos. Pero me contuve. Sabía que con solo una mirada él sabría cómo me estaba sintiendo. Temía que si lo notaba dejara de hablar. Un nudo en la boca de mi estómago captó mi atención, haciéndome sentir incomoda y molesta.
Ahora las figuras mostraban a Cailye y a una mujer mayor en una habitación. Había un jarrón hecho pedazos en el suelo y sangre en el rostro de la rubia. La expresión de ira en el rostro de la mujer era repulsiva. Andrew llegó en ese momento, y la discusión comenzó. Luego la imagen cambió, aparecían hombres con traje y muchas más furiosas y gritando.
—El que golpearan a Cailye fue lo último que nos hicieron. —Reconocí su tono grave y severo, cargado de ira—. Se abrió un caso de emancipación especial por los antecedentes; además del abuso mis tíos usaban el dinero de mis padres para sus propios propósitos. Un abogado lleva el caso, a él le pertenece la casa en la que vivimos ahora. Cuando cumpla los dieciocho podré hacerme cargo de la póliza de vida de mis padres y tendré la custodia de Cailye. Él es... un muy buen abogado. Nos mudamos y comenzamos de cero. No volvimos a saber de nuestra familia.
Apareció la casa que yo conocía, los vi plantando girasoles y comenzando otra vez. Las figuras se esfumaron y la oscuridad que nos rodeaba también se fue. La habitación seguía igual, la luz del sol entraba a raudales por la ventana y seguíamos estando solos.
Escuché la cama y supe que se había sentado de nuevo, pero yo no fui capaz de darme la vuelta para verlo. Me sudaban las manos, me ardían los ojos.
Dudé antes de hablar, pero tenía que preguntarlo:
—¿Y Dominique? ¿Qué... qué pasó con ella?
Sentí su mirada intensa y penetrante sin tener que verlo a los ojos. Me atravesó como un láser, y me pregunté si quizá había cruzado una línea y se volvería a cerrar.
—Cometí un error —confesó, con un tono apagado y crudo—. Hace un año, por ciertas circunstancias, llegó a mis manos los Hechizos Prohibidos. Descubrí que había una forma de traer de vuelta a quienes se fueron, de devolverle la vida a los muertos; pero no terminé de leer las advertencias. Me sentía esperanzado. Y una tarde les dije a los chicos lo que quería hacer. Evan se enfureció, dijo que era imposible, que lo había intentado con su madre, pero que no existía un hechizo que trajera de vuelta a los muertos. Discutimos. Cailye también me dijo que no lo hiciera, que dejara las cosas como estaban, pero no la escuché. El deseo de recuperarlos fue mayor que cualquier consecuencia que tuviera que afrontar.
Me giré solo un poco, lo suficiente para verlo, pero para enconder entre mi cabello mi mirada. Estaba encorvado, con las manos juntas entre las piernas y la cabeza gacha. Decidí acercarme, despacio.
—Justo antes de usar los Hechizos Prohibidos, Dominique me interrumpió. Llegó a la casa como una loca gritando que me detuviera, que no era la forma de seguir adelante. Pero yo estaba demasiado ocupado ejecutando el hechizo. Y en ese momento, cuando ya había realizado el conjuro... rebotó. Se salió de control y golpeó a Dominique. Interrumpí el conjuro, pero para entonces ya era demasiado tarde. Ella cayó en mis brazos. Los Hechizos Prohibidos nunca te dan lo que quieres, te quitan lo que más atesoras. Está en coma, en el hospital.
Me llevé una mano al pecho, me dolía. Tuve que parpadear un par de veces para controlar mis lágrimas.
Por eso salió cuando estábamos en su casa, para irla a ver.
—Querías saber por qué actúo como si el mundo fuera una mierda, pues ésta en la razón. La vida me ha jugado sucio, Will, y el que lo sepas no cambia nada.
No sabía qué decir, no tenía las palabras adecuadas que hiciera justica a todo lo que dijo. Sentí mis mejillas humadas, producto de las fervientes lagrimas que empapaban mi rostro. Lloré en silencio sin poder retener más mi tristeza.
Levantó la cabeza, yo estaba justo frente a él. Tenía el ceño fruncido, su mirada con filo peligroso. Hermético, su cuerpo tenso. Su mascara hecha de hielo.
En cuanto me vio fue como se hubiera dado un golpe con una pared. Su ceño fruncido fue reemplazado por la perplejidad. Entreabrió los labios, me observó con una fijeza aterradora.
—No necesito tus lágrimas, Will. No tienes por qué llorar por mí.
Fruncí los labios, intenté dejar de llorar, pero mirarlo a los ojos, ver lo que veía en ellos, me lo hacía imposible. Lo notaba en sus ojos, el deseo oculto de llorar, de dar rienda suelta a su dolor, pero sin consumirse con él. Nunca lo vi llorar en sus recuerdos, ni una sola lagrima.
Tomé aire, con la respiración entrecortada debido a mis suaves sollozos, y me lancé contra él sin meditarlo. Rodeé su cuello con mis brazos tan rápido que él, sorprendido, no pudo apartarme a tiempo. Su cuerpo tembló, como un débil momento de vulnerabilidad, pero de igual forma hizo el intento de separarse de mí.
—No necesito tu compasión.
Se inclinó hacia atrás, sus manos intentaban retirar mis brazos. Lo abracé con más fuerza.
—No puedo hacer nada por ti —susurré. Detuvo sus intentos de apartarme—. No puedo cambiar el pasado, ni quitarte todo el dolor que cargas sobre tus hombros. No soy Dominique, ni sé lo que ella hizo para ayudarte. —Me hundí en su hombro, aspirando su aroma. Mi cuerpo temblaba, se repente me sentía muy impotente—. Pero estoy contigo, y si no puedo sacarte de la oscuridad en la que vives, ten por seguro que te acompañaré. Haré todo para que la soledad no sea parte de tu vida.
Noté, con total sorpresa, cómo movía sus brazos para corresponder mi abrazo. Me apretó con fuerza, como si de esa forma se aferrara a la realidad. Tuve que apoyar mi rodilla entre sus piernas para no irme sobre él debido a la fuerza que usó para atraerme a su cuerpo.
—No estás solo, todos estamos para ti —continué—. Eres mi amigo Andrew, a pesar de todo, y no voy a abandonarte aunque me lo pidas. No tienes que ser fuerte siempre, frente a mí no, ni frente a nuestros amigos; puedes llorar, puedes ser débil con nosotros, nadie te va a juzgar si lo haces. Siente con intensidad, ya sea que rías o que llores, de esa forma sabrás que sigues vivo: porque los sentimientos te lo recordarán. Los muertos no sienten, y si dejas de sentir dejas de vivir; no necesitas sentir dolor, puedes sentir alegría, amor, incluso ira, y estará bien. Estoy contigo, Andrew, y lo estoy para llorar o reír junto a ti. No te reprimas, expresa lo que sientes, eso te hace humano.
Me apretó con más fuerza y yo hice lo mismo. En ese preciso momento olvidé sus comentarios sarcásticos y me concentré en las pequeñas muestras de amabilidad que tuvo conmigo. A todos nos había afectado nuestro despertar, pero nunca me imaginé que eso se hubiera llevado su familia, su infancia. Tenía todo el derecho del mundo a estar enojado.
Sonreí mientras seguía llorando. Ni en un millón de años me imaginé que Andrew pudiera llorar...
Un momento. ¡Andrew estaba llorando!
Podía sentir su respiración irregular y su cuerpo temblando por pequeños espasmos.
Intenté apartarme lo suficiente para verlo con mis propios ojos, pero él se hundió más en mi pecho, me abrazó con más fuerza. ¿No quería que lo viera llorar? Eso no importaba, sabía que aún era orgulloso, nunca dejaría que lo viéramos llorar, mucho menos yo. Pero estaba bien. Estaba bien que llorara conmigo si eso lo hacía sentir mejor. Me concentré en su aroma, y así, poco a poco, dejé de llorar.
Su cabello me cosquilleaba en mi nariz, mientras su perfume combinado con el olor del humo inundaba mis fosas nasales. Me sentía a gusto entre sus brazos, como si fuera algo familiar a lo que estuviera acostumbrada. Una extraña sensación, la cual había tenido con anterioridad en presencia de él, me recorrió la columna vertebral como una corriente eléctrica, pero esta vez sentí algo más... un abismo en mi estómago que duró apenas unos milisegundos.
Pasaron un par de minutos, hasta que escuché «gracias» en un susurro tan bajo que al esconder su cabeza en mi cuerpo no supe si había oído bien. ¿Andrew dando las gracias? No lo creía posible, no aún.
—Tienes que darte una ducha —masculló en voz ronca, producto de las lágrimas—. Hueles a perro mojado y quemado.
Tosí, mis mejillas se encendieron. Lo había olvidado. Escuché... una risa. Débil, escondida. ¿Fue él? Sin embargo, aunque ya no me abrazaba con la fuerza suficiente para impedirme mover, no me aparté ni un centímetro de él.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro