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19. El fuego del valor

Monster - Meg & Dia

Tomé un tazón de palomitas de maíz de la cocina y me senté al lado de Cailye y Daymon, quienes veían plácidamente «Scary Movie 4» en el televisor mientras el camper iba a toda velocidad.

Los demás, excepto Astra, se encontraban sentados en el comedor, hablando probablemente de lo que ocurrió hacía ya dos días con Kirok, que era de lo único que hablaban desde entonces. Yo por mi parte ya estaba cansada de ese tema, el día anterior hablamos la mayor parte sobre eso, y no necesitaba traer a mi mente esos ojos rojos de Kirok más de lo necesario.

Recordaba la plática del día posterior a su aparición como si se repitiera en mi mente igual que un disco rayado:

—Es peligroso y sospechoso, que Kirok se apareciera aquí durante nuestra ausencia —comentó Evan, pensativo.

—Fue aterrador —apunté, recordando cada sensación en mi piel—. Tiene el poder de inmovilizarme con bastante facilidad. Además, su aparición en la fiesta debe tener un motivo.

—No podemos dejar que se repita —decretó Andrew mirando a su hermana de reojo sin el menor disimulo.

—No la mires así —repuse—. Si no fuera por ella Kirok habría... —me interrumpí.

No sabía exactamente lo que Kirok habría hecho. Recordé su rostro cerca del mío, sus labios a centímetros de mi boca, su lengua sobre mi oreja... Sacudí la cabeza con fuerza.

—¿Habría? —Andrew me invitó a continuar mi comentario, mirándome con el ceño fruncido.

—No lo sé —respondí por fin—. No sé lo que habría hecho, y gracias a Cailye nunca lo sabré.

Cailye me dirigió una mirada de ternura, como si me agradeciera en silencio por interceder por ella.

—Sobre la fiesta... —mencionó Sara—. Astra dijo algo esa noche, ¿qué fue?

—Dijo que sospechaba que los ataques hasta ahora fueron para medir nuestra fuerza —recordó Andrew, serio, su mandíbula tensa—, y si es así los próximos determinarían nuestra debilidad.

—Sigo sin entender —admití.

Andrew soltó un bufido y me miró con enfado.

—Hasta ahora Hades quería conocer el nivel de nuestra fuerza de defensa, lo que somos capaces de hacer. Si quiere probar nuestra debilidad... Eso podría matarnos.

Hubo silencio por unos segundos.

—¿Y los otros ataques? —recordé— ¿También fueron para medir nuestra fuerza?

—Es lo más probable —confirmó Astra, saliendo de la cabina del conductor—. Primero las furias y los demonios, ellos te seguían; luego en la feria, atacaron cuando estabas sola; y ahora en la fiesta, cuando estabas demasiado ebria como para defenderte.

Lo último fue más un regaño que un apunte.

—Espera —Daymon abrió más los ojos, mostrando una expresión de desconcierto—, ¿estás diciendo que a la que quieren atacar es a Ailyn? ¿Por qué? Todos somos Dioses Guardianes, todos somos sus amenazas.

Nuestra mentora negó lentamente con la cabeza.

—Aún no son una amenaza, lo serán cuando estén completos. Buscan a Ailyn por la Luz de la Esperanza, la buscaba antes y la busca ahora. Es cierto que no la necesitan para encerrarlo, pero Hades inició todo porque se la quería quitar a Atenea.

—¿Buscan la Luz de la Esperanza? Ni siquiera sé lo que hace. Además, ¿qué pinta Kirok en todo esto?

—Nos ha seguido —Andrew me miró como si fuera obvio—, desde Míchigan. Ese demonio lo dijo, es su mensajero.

Enarqué una ceja, ignorando el comentario de Andrew.

—Hay algo que todavía no me encaja desde que viajamos al pasado. ¿Por qué Hades quiere la Luz de la Esperanza? No sabemos lo que hace o cómo se usa. ¿Y si en realidad es algo que puede derrotarlo? Tal vez no es lo que él cree, quizá tiene el poder para exterminarlo.

Mis amigos me observaron como si me hubiera vuelto loca.

—Es ridículo. —Astra frunció el ceño. Y noté, vagamente, la mirada de sospecha de Andrew ante mi comentario, como si en verdad lo estuviera considerando—. Si le hiciera daño, no lo querría. Los dioses no piensan así.

Ubiqué mis manos sobre mi cadera, en jarra.

—Si le hiciera daño trataría de que no lo supiéramos —repuse—. Piénselo bien, quizá tenemos el arma para derrotarlo definitivamente y él teme por eso. Tal vez por eso la quiere, para que nosotros no lo usemos.

—Ailyn tiene razón en algo —apoyó Sara—, no sabemos por qué la quiere. Y averiguarlo es nuestra primera ventaja para vencerlo.

—¿Cómo lo haremos? —quiso saber Evan—. No hay nada en los registros y las deidades que quedaron en la Tierra no son cooperativas. Aunque sepan algo no dirán nada.

Astra frunció el ceño, pensativa.

—No se preocupen por eso, yo me encargo de averiguarlo —se ofreció Astra, en tono serio—. Ustedes deben enfocarse en entrenar, estar listos para cuando se reúnan y el sello se rompa.

Se dirigió de nuevo a la cabina del conductor antes de que alguno pudiera preguntarle nada.

Y de nuevo nos habíamos quedado solos en la mesa. Habíamos hablado un rato más sobre lo que nos había ocurrido hasta entonces, en cada ataque antes y después de mi despertar.

—No deberías perder el control como lo hiciste. —Daymon se rio, hablándole a Andrew sobre la noche anterior.

—No perdí el control, Daymon —contestó Andrew con toda la calma del mundo—. Realmente no sabes lo que puedo hacer.

—Sí, lucías molesto —repuso Daymon, con una mirada significativa, sonriendo de tal forma que parecía un reflector.

Andrew cerró los ojos, aun con el ceño fruncido. Se negaba a darle más cuerda a Daymon.

Al escuchar el nombre de Daymon salir de la boca de Andrew, mi corazón se estrujó. Si tan solo un par de días atrás él aún lo llamaba Bruks, pero ahora lo llamaba por su nombre. Sentí una oleada de aire frio recorrer mi cuerpo, de pies a cabeza, como si acabara de perder algo importante.

No podía creer que primero llamara a Daymon por su nombre de pila que a mí. ¿Qué había pasado en el tiempo que estuvieron en su apartamento? ¿Qué era lo que yo no sabía que Daymon sí? Era frustrante saber que Andrew consideraba más amigo a Daymon, a quien llevaba pocos días de conocer, que a mí que ya me conocía desde hacía meses.

—Ailyn —llamó Cailye haciéndome salir de mis recuerdos del día anterior—, ¿me pasas el tazón de palomitas?

—Toma. —Le di el tazón que traje de la cocina, e inmediatamente su rostro se iluminó de alegría. Sin esperar más se dispuso a devorar su contenido.

—No deberías consentirla tanto —sugirió Daymon, mostrando sus blancos dientes y mirándome por el rodillo del ojo.

—Es una debilidad —admití con resignación.

Daymon rio, una risa contagiosa que me hizo sonreír.

—Deberían venir a ver la película con nosotros —grité, para que los correctos del grupo y Andrew me escucharan.

Ellos me echaron un vistazo rápido y enseguida volvieron a su conversación, olvidándose de mi invitación.

—¿Me parece a mí o ellos se están encerrando en su propio mundo? —inquirió Cailye siguiendo la dirección de mi mirada.

—Es solo que están preocupados por ti, Ailyn, —excusó Daymon—. Aún no olvidan tu encuentro con Kirok Dark. De alguna manera se culpan por eso. Te quieren proteger.

—Y yo estoy harta de que me crean una niña de cinco años —mascullé mientras me levantaba del sofá.

Caminé con decisión hacia a la mesa. Los observé con el ceño fruncido, y ellos a su vez me miraron, excepto Andrew, quien lucía expectante, casi intrigado.

Estaba enojada con ellos. ¿Por qué no podían disfrutar de las cosas simples por un momento en todo ese lio? Entrenábamos siempre que Astra lo indicaba aun después de salir del bucle. Estaba cansada de que mi vida girara siempre alrededor de esa misión.

—¿Acaso olvidaron todo lo que hablamos ayer? —cuestioné en un tono alto—. Todo lo que dijo Astra, las conclusiones a las que llegamos.

—¿De qué hablas, Ailyn? —preguntó Evan, confundido.

Solté un sonoro quejido.

—Astra dijo que averiguaría las intenciones de Hades, lo que quería con la Luz de la Esperanza. Pensarlo de más no nos ayudará en nada. Hemos pasado semanas juntos desde que nos fuimos de casa, meses si contamos el tiempo en el bucle, pero no hemos hecho nada para nosotros además de entrenar y preocuparnos. Somos un equipo, pero más allá de eso somos amigos. No debemos olvidar eso.

—Estudiamos al enemigo —espetó Andrew con una mirada intensa—. Algo que tú deberías estar haciendo.

—¡Kirok no es el enemigo! —solté, sin medir mis palabras. Ni siquiera yo misma supe por qué había dicho eso.

Los tres intercambiaron una mirada incrédula.

—¿Qué?

Suspiré.

—Astra se encargará de eso, nosotros tenemos que pensar en crecer como equipo.

—¿Y te parece que de esa forma creceremos como equipo? —inquirió Andrew, en tono amargo y señalando el televisor.

Solté un bufido.

—No les pido que dejen de sacar conclusiones y de entrenar, solo les pido dos horas de su tiempo. —Ignoré el comentario de Andrew—. Veremos una película, solo eso. Dos horas y regresamos a la misión y a las conspiraciones, al fin del mundo.

Hubo un lago silencio en el que los tres no apartaron la vista de mí. Mi pecho subía y bajaba, nerviosa de su respuesta. Pasaron alrededor de dos minutos hasta que Evan rompió el incomodo silencio.

—Un par de horas no estarían mal.

Sonreí de alivio y miré a Sara en busca de su consentimiento. Mi amiga se encogió de hombros mientras me miraba con los ojos entrecerrados.

—No le veo inconveniente —accedió.

Ambos se levantaron y dirigieron al sofá, donde Cailye y Daymon los esperaban.

Andrew me observó con detenimiento, como si pudiera leerme con solo su mirada, como si tratara de descifrar un código en otro idioma o identificar una lengua muerta. Cruzó los brazos sobre su pecho, y enarcó una ceja, con curiosidad.

—¿Qué? —pregunté, intimidada por su penetrante mirada.

—¿Por qué decidiste venir? Ya lo olvidé.

Me extrañó su pregunta, tanto que pensé que era una trampa para burlarse de mí o regañarme. Conocía algunas mañas de Andrew, y una de ellas era semejante a la de mi hermano: sacar información con fines lucrativos.

—Quería que viéramos la película juntos, lo acabo de decir.

—No hablo de eso —especificó—. Sabes a lo que me refiero.

Suspiré, resignada a contestar a su pregunta.

—Porque es lo correcto. Todos debemos cooperar.

—¿Quieres estar aquí en realidad? ¿Eres consciente de lo que implica?

—¿Qué más da si quiero o no estar aquí? Lo estoy, debería bastar.

Su mirada se oscureció un poco, la luz del sol que entraba por la ventana de nuevo se escondió tras una nube.

Negó con la cabeza, despacio, con la mirada fija en mis ojos.

—Dime una cosa —continuó, con cautela, como si estuviera analizando los resultados de una prueba—. ¿Crees que completaremos la misión?

Aquello me tomó por sorpresa. No sabía en dónde estaba la trampa en eso.

—Tal vez... Creo que tenemos posibilidades.

—¿Por qué? —insistió, despacio. Su voz ronca me erizó los vellos de la espalda.

—¿A qué vienen estas preguntas? ¿Qué quieres conseguir con esto?

Se encogió de hombros, restándole importancia, pero con el rostro marcado de curiosidad.

—No has respondido a mi pregunta.

Le sostuve la mirada, hasta que, como si de un concurso se tratara, tuve que parpadear.

—Porque estamos juntos y tenemos muchas razones para volver a casa. Tú lo dijiste, incluso tú tienes algo que proteger, igual que todos, igual que yo. Podremos ser humanos, no estar cerca de los Dioses Guardianes originales, pero eso no nos resta valor. Ya sabes, podemos ser tan fuertes como lo decidamos.

Inclinó un poco la cabeza, sin duda reconociendo sus propias palabras.

—Es inspirador, pero no sirve de nada. —Me observó con frialdad, una mirada firme e intimidante—. Suena lindo, pero no es tan sencillo. ¿Te has planteado alguna vez qué pasaría si no lo logramos? Porque pienso, que a pesar de lo que dices, muy en el fondo dudas de nuestro éxito.

Puse mi mano sobre la mesa con demasiada fuerza, ofendida.

—Eso no es cierto, en verdad creo que lo superaremos.

—¿Ah sí? ¿Entonces por qué actúas como si todo estuviera perdido, como si el estar juntos fuera efímero, como si disfrutaras de estos momentos porque piensas que no volverás a vivirlo? Por eso insististe tanto en la fiesta, ¿no? Porque para ti fue una forma de recrear las cosas que quieres hacer antes de morir.

Olvidé cómo hablar y casi cómo respirar. Sentí como si mi cuerpo cayera en picada por un precipicio. Le sostuve la mirada, muy conmocionada ante sus palabras como para moverme, mientras él se levantaba de la mesa. Pasó por mi lado, sin dejar de mirarme, y se detuvo un paso tras de mí.

—Resulta irónico que a pesar de guardar la Luz de la Esperanza en tu interior —comentó con amargura—, tengas menos confianza en conseguir la victoria que todos los que elegimos esta misión a voluntad.

Siguió con su camino sin reparar más en mí. Dejé caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo, pensando en que debí haberle dicho que a Cailye tampoco le entusiasmaba la idea de aquella aventura, y que los demás lo consideraron obligación igual que yo.

Pero entonces entendí que ninguno de ellos se opuso a la misión, no como yo. Mis amigos querían estar ahí, independientemente de la razón, lo eligieron. Yo, en cambio, seguía sin estar segura de nada.

Tal vez sonaba egoísta de mi parte desear que ese momento no llegara, que nunca encontráramos a Hermes y nunca enfrentáramos a Hades, porque así tendría más momentos gratos en compañía de mis amigos. Pero no quería que terminara, que ninguno saliera herido, que no nos separamos. ¿Qué ocurría cuando los portales se abrieran nuevamente? Me aterraba pensar en eso, en mi vida luego de encerrar a Hades.

Mis amigos estaban en la sala, viendo otra película sin sentido. Me quedé parada en el pasillo, observándolos reírse y relajarse, con un manojo de cosas en la cabeza luego de mi charla con Andrew. Una puerta sonó sobre mi cabeza, y en efecto eso era. La exclusa que estaba cerca del baño de chicas estaba abierta, todo el frio de la noche se filtraba por ahí, y la escalera estaba abajo.

Decidí subir, si estaba abierta significaba que alguien estaba arriba, y todos mis amigos estaban en la sala. No había visto a Astra desde la conversación del día anterior.

El frio de la noche me recibió, al igual que el cielo estrellado y la media luna resplandeciente. Noté, un poco tarde, que el camper no iba a la velocidad usual, iba más despacio, como un auto normal.

Mi atención se centró en la mujer de blanco cabello que reposaba en el borde del techo. Se abrazaba sus piernas contra su pecho para protegerse del viento. Me sorprendió verla sin la túnica, así se veía más joven y vulnerable, incluso normal.

—Es raro verte sin la capa —comenté acercándome con cuidado por el viento, no quería perder el equilibrio.

Ella no se molestó en mirarme, parecía ver a la nada, solo con el paisaje corriendo delante de sus ojos, pero sin prestarle real atención. Era como si su cuerpo estuviera ahí pero su mente divagara en otra dimensión.

—Sí, también lo es para mí, la tengo desde hace tiempo —compartió luego de un largo silencio, en tono lúgubre, parecía triste, estaba diferente a la Astra normal.

—¿Podemos hablar un rato? —Sin esperar respuesta, me senté a su lado de piernas cruzadas.

Me observó con el rodillo del ojo mientras lo hacía y asintió sin importancia.

—¿Sobre qué quieres hablar?

—No te he pedido disculpas.

—¿Sobre qué? ¿Sobre dormirme, o sobre desobedecerme aun sabiendo que no quería que fueran a esa fiesta? —escupió, molesta, pero serena.

—Sobre todo. No debí hacer lo que hice, tú tratabas de protegernos y yo actué por capricho. Te pido que me perdones, sé que no estuvo bien nada de lo que hice, y te prometo que no se repetirá.

Ella no respondió, se limitó a mirar el paisaje negro producto de las siluetas de los árboles frente a ella. Hubo un largo silencio, donde no supe qué más decir para que olvidara lo ocurrido. Por suerte no dijo «te lo dije», porque odiaba esa frase.

—Debí suponerlo —soltó luego de unos minutos—. Debí imaginarme que intentarías algo así, o que conseguirías la forma de ir, en ese aspecto no has cambiado, pero no lo hice. Bajé la guardia, por eso los atacaron.

—Te das mucho crédito —dije—. Si lo analizas bien, eres la menos culpable de la aparición de Kirok y de los otros ataques. Trataste de protegernos.

—Lo sé, pero debí intentarlo más. Por ustedes.

—¿Por qué lo haces? Me refiero a ayudarnos. Sé que Hera te lo pidió y todo eso, pero pudiste decir que no, y dejarle el trabajo a otra persona. Has gastado tres mil años en vigilarnos y ahora nos entrenas. ¿Por qué le pones tanto empeño?

Esta vez sí me miró, sus ojos violetas que sobresalían en su pálida piel se posaron en los míos, observándome con una mezcla de dureza y nostalgia. Quizá no debí tocar ese tema, pero ya era tarde para tragarme mi pregunta.

—La capa era de mi madre —confesó—. Luego del incidente ella me dio la túnica para que no olvidara de dónde venía, a pesar de los años. Los dioses que abandonan Kamigami por mucho tiempo, posteriormente, terminan olvidando sus raíces, se les considera dioses errantes, así que Hera me obsequió la túnica para que no perdiera de vista mi objetivo.

La miré de hito en hito.

—Eso no responde mi pregunta.

—Lo hago porque es lo único que me queda —concretó—. Ayudarlos es mi único propósito; todos los dioses, por muy débiles que sean, tienen un propósito para con los humanos. Después de que mis padres se fueron, mi misión fue lo único que me mantuvo con vida. Son mi motivación, mi esperanza de volver a ver a mi madre. Por eso, Ailyn, los ayudo.

—Gracias...

Sonreí con sinceridad.

—Me recuerdas un poco a la Atenea original —comentó un par de minutos después—. Ella era guerrera, valiente, temeraria, siempre tomaba la iniciativa de las cosas y nunca se daba por vencida. Recuerdo que yo la admiraba mucho y quería llegar a ser como ella. Me decía que era única y que no debía de preocuparme por las opiniones de los demás, que era fuerte y valiente a mi manera. Era algo dura, y más exigente que yo, pero muy sensata e inteligente.

La observé por un segundo, meditando lo que acababa de escuchar para encontrarle relación. Pero no lo conseguí.

—Yo... no me parezco en nada a ella —reconocí en voz baja—. Es más, no creo que haya dos personas más distintas en el universo.

Enarcó las cejas y me observó con atención.

—No son exactamente iguales, pero no puedo dudar que tienen más en común de lo que crees.

—¿Cómo qué? Dime una sola cosa que tengamos en común.

Ella pareció pensarlo, por prolongados minutos, hasta que habló:

—Ambas luchan por lo que creen correcto, de forma diferente, pero lo hacen.

Desvié la mirada hacia el paisaje nocturno, incomoda debido a que Astra de nuevo creyera que aún quedaba algo de Atenea en mí. En ocasiones hasta yo misma dudaba que fuera su reencarnación, cuando la vi en el pasado no encontré nada de mí que ella tuviera. Nuestras diferencias eran evidentes en todos los aspectos.

—Astra, no quiero que pienses que voy a ser como Atenea, ni que busques en mí lo que recuerdas de ella. Somos diferentes, y es extraño pensar que puedo llegar a ser como ella algún día.

—Nunca he pensado que sean iguales —corrigió, con evidente desconcierto—. Es cierto que cuando te conocí creí que conservabas parte de sus cualidades, pero ahora que te conozco mejor sé que no es así. Ella no hubiera cometido tantos errores.

Su último comentario se enterró en mí como una peligrosa daga. Era consciente de que me equivoqué un par de veces con anterioridad, pero no tenía que ser tan sincera al respecto.

—Eso dolió.

—Pero es la verdad —continuó—. Por eso creo que actúas como lo haces, porque eres diferente a como ella era antes. Eres el vivo ejemplo de que lo único que heredaste de ella fueron sus poderes.

—¿Por qué Atenea y Apolo decidieron ser humanos? —solté sin la menor compasión—. Es decir, ¿no podían vivir su amor como dioses?

Parpadeó, eso sin duda la descolocó.

—¿Disculpa?

Vi un destello en su mirada, furioso, el mismo que vi en el bucle cuando cuestioné a Atenea y el Filtro.

Tomé aire, armándome de valor.

—Es solo que... Todavía no lo comprendo. A mis ojos no fue ningún crimen. Los dioses, por lo que se, tenían bastantes enredos amorosos. ¿Por qué no ellos y sí los demás?

Inhaló e inclinó la cabeza hacia atrás.

—No es tan simple. Se trataba de Atenea, sus votos y sus obligaciones, sus mismos principios le prohibían enamorarse. Y los humanos ven la vida de forma muy diferente a los dioses, lo que ellos querían era ver las cosas desde ese filtro, vivir esa vida. La eternidad le resta valor a pequeños momentos, a sentimientos y personas. Querían ese sueño.

—¿No podían tan solo irse?

Ella negó con la cabeza.

—Atenea quería ir con él, vivir esa vida con él. Pero no es tan fácil, no es sencillo explicar con palabras lo que ella sintió, lo que anhelaba. Lo quería, quería esa vida, pero no quería renunciar a la Luz de la Esperanza por ella, tampoco quería herir a los humanos. Tal vez su problema fue desear tantas cosas y esperar no perder nada en el proceso.

Miré las estrellas, meditando sobre sus palabras. Si Atenea amaba tanto a Apolo, ¿por qué estaba mal que quisiera estar con él? ¿Acaso eso merecía una maldición por castigo? Como yo lo veía, no tenía nada de malo desear algo, soñar con algo.

—¿Cómo eras cuando estabas con ella? —pregunté para desviar un poco el rumbo de la conversación—. Quiero decir, cuando estabas con los Dioses Guardianes.

Sus ojos violetas brillaron al recordarlo, identifiqué en su mirada esa nostalgia, esa felicidad, ese sentimiento de agrado como cuando pensaba en mi familia. Sonrió con calidez justo antes de responder.

—Yo era muy pequeña, así que me gustaba jugar con ellos. Aunque claro, ellos tenían mucho trabajo, en especial Atenea por ser la líder del grupo. Recuerdo que la admiraba tanto que siempre que la veía la perseguía para acompañarla en sus labores; y debido a eso ella se enojaba conmigo, no le gustaba que yo la siguiera. Atenea estaba en constante peligro, era blanco de muchos ataques de diferentes deidades, por eso no le gustaba que yo estuviera cerca porque podría salir lastimada o me utilizarían en su contra, como una debilidad. Era una líder increíble, siempre pensando en los demás antes que en ella, siempre pensando en su misión de proteger a la humanidad. La adoraban, era una de las diosas más queridas por los humanos y temida por muchos dioses. Era impresionante, no podría describirte en palabras lo maravillosa que era.

Sí, tan maravillosa y altruista que abandonó a los humanos y a sus amigos en un pacto suicida a lo estilo Romeo y Julieta. Pero claro, si decía eso en voz alta Astra sería capaz de tirarme a la carretera.

Y a pesar de sus errores, de haber condenado tantas vidas, su estándar era demasiado alto.

—Lo sé, la vi, y es abrumador estar a su sombra.

Me miró por el rodillo del ojo, sin rastro de la alegría de antes, con una expresión seria y madura. De esa forma parecía una maestra, o entrenadora, o terapeuta, lo que fuera que mirase de una manera tan penetrante que quisiera desnudar tu alma.

—¿Cuál crees que es el trabajo de un buen líder, Ailyn?

Me sorprendió su repentina pregunta. ¿Una trampa como las de Andrew?

—Es la persona que le dice a los demás qué hacer, cómo, y cuándo. Está a la cabeza del grupo, se encarga de que todos hagan su trabajo, y responde por el equipo ante los demás.

Entrecerró los ojos y repasó mi rostro con detenimiento.

—¿Acaso lo describí mal? —inquirí al notar su mirada interrogante.

Mi mentora suspiró.

—Ailyn, un líder debe ser capaz de tomar las decisiones que los demás no pueden tomar, por eso es elegido líder; por su fortaleza, decisión, valor y visión. No puedes mezclar los sentimientos con tus decisiones, por eso un buen líder piensa con la cabeza para tomar la mejor decisión por el bien mayor. No hay lugar para dudas ni arrepentimientos, debes entenderlo. Además, un líder siempre piensa en los demás antes que en sí mismo, es duro, pero así es, por eso el trabajo no es para cualquiera. Atenea nunca dejaba ver sus debilidades, ¿sabes por qué?

Negué lentamente con la cabeza.

—«Cada debilidad mía es una oportunidad del enemigo para derrotarme» —citó, con cierta rudeza—. Eso era lo que ella decía. Tardé mucho tiempo en entenderlo, pero cuando lo hice supe por qué era tan desprendida de lo material o de los sentimientos compartidos. Cualquiera que la haya visto diría que era una persona fría, despiadada, e incluso arrogante, pero en realidad trataba de proteger a todas las personas que le importaban. No quería que nadie se le acercara para que no usaran ese sentimiento en su contra, para no poner en peligro a aquellos que la querían.

—Y eso le había funcionado, desde que la conocí fue así de reservada salvo cuando estaba sola con los Dioses Guardianes y conmigo, hasta que se enamoró. —Su mirada se oscureció—. Cuando Hades descubrió el amor que había entre ella y Apolo, no dudó en usarlo a su favor. Él sabía que ellos querían huir, empezar una vida juntos, lejos de sus responsabilidades, por eso los engañó, por eso murieron: por amor.

Astra no solo hablaba con convicción, también había resentimiento en sus palabras, como si esa mancha en la vida de su querida Atenea le hubiera costado la vida. Y tal vez así era. De no haberse enamorado ella seguiría viva. Pero aun así...

—El amor no es una debilidad —mascullé, con toda la determinación que pude.

Frunció el ceño, un destello de lastima cruzó sus ojos.

—Eso depende de cómo lo quieras ver. No creo que alguien que sabe que hay peligros a su alrededor quiera involucrar a aquellos que más quiere, eso solo provocaría dolor y sufrimiento a las partes involucradas. El enemigo puede ser demasiado cruel, Ailyn, y no dudará en emplear cualquier medio para derrotarte. Se apegará a los sentimientos que nos vuelven débiles, a lo que más amamos para conseguir lo que quiere. Y entre dioses no hay espacio para sentimientos.

Apreté mis manos.

—Eso no es cierto —espeté—, el amor que sentimos hacia los demás nunca puede ser una debilidad.

Cerró los ojos, despacio, y volvió a abrirlos con toda la tranquilidad que podía.

—¿Me vas a decir que no te arrepientes de que tu hermano te esté ayudando aun sabiendo el peligro que corre por ello? —Señaló mi brazalete—. ¿De que el amor que ambos se tienen puede ponerlo en peligro? ¿No te da miedo que, por herirte a ti, lo hieran a él? ¿Acaso nunca te has preguntado por qué en las películas lo héroes siempre ocultan su verdadero nombre? Puede que suene estúpido comparar la vida real con una película o un comic, pero es cierto. El enemigo es capaz de lo que sea con tal de conseguir la victoria.

Me quedé pasmada, totalmente sorprendida por su razonamiento. Nunca había pensado en ese tipo de cosas, no podía pensar que algo como el amor fuera una debilidad, era algo que no me cabía en la cabeza.

—Cody no...

—¿Sabes por qué tu hermano es vidente?

Una corriente eléctrica atravesó mi corazón. La miré con cuidado, ella me devolvió una mirada tranquila, pero con un toque de tristeza.

—¿Qué?

—Atenea tenía cierto don sobre la clarividencia, algunas veces recibió visiones. Pero tú nunca has tenido ninguna, incluso entre sueños son imágenes vagas. Las de Atenea eran nítidas y claras, como las de tu hermano. —Hizo una pausa—. Tal vez, antes de nacer, le pidió a Hera compartir tu destino con él, ayudarte a cargarlo. Los no nacidos son misteriosos, es muy posible que él te amara incluso antes de nacer y por eso haya pedido el poder de ayudarte, protegerte. Dime, incluso sabiendo eso, ¿defenderías que el amor no es una debilidad? Por el amor que él siente por ti ahora corre peligro.

Parpadeé varias veces, el viento me molestaba y sentía la lengua seca. No podía creer que la razón por la que Cody era vidente fuera yo, que mi sola existencia lo había condenado. Le debía a mi pequeño hermano una vida normal.

—No te puedo negar que lamento que Cody tome partida en esta guerra, aun de forma indirecta. Pero no lamento que él esté cerca de mí. El amor no es una debilidad, es una fortaleza. Si no tuviera el amor de mi familia o el amor de Sara o cualquiera de mis otros amigos, no sabría qué hacer. Si no contara con el amor, no estaría aquí; el amor de mis seres queridos me da fuerza para continuar adelante. Es por su seguridad que participo en esta misión, para protegerlos, por ellos no puedo morir, porque ellos me esperan y mi muerte les partiría el corazón.

»Tal vez Atenea creía que al esconder sus sentimientos hacía lo correcto, pero te aseguro que se sentía sola y vacía, como una muñeca. Por eso explotó, por eso se quiso ir. El amor... El amor que sentía ya no podía esconderlo. Y fue eso, querer huir de sus sentimientos, rechazar el amor en un principio, fue lo que la hizo débil. Yo soy diferente. Mientras más amor tenga, más fuerte seré; de eso estoy segura.

La molestia en el rostro de Astra me dio a entender que mi arrebato de contradicción ante sus palabras la había indignado. Tenía un destello filoso en sus ojos, igual de amenazante que el de Andrew. No le gustaba que rebatiera su punto de vista, mucho menos que cuestionara a Atenea.

Frunció el ceño, y sus violetas ojos brillaron con un alarmante desafío. Tuve el ligero presentimiento de que algo dentro de ella se había movido.

—Aún no estás lista para ser la líder de los Dioses Guardianes, te queda mucho que aprender. Mientras no puedas ver más allá de tus emociones impulsivas, no podrás tomar las decisiones correctas. Y nunca saldrás de la sombra de Atenea. Crees que el amor es una fortaleza, pero cuando usen el amor de tus seres queridos en tu contra, desearás no poder amar y no ser amada.

Se incorporó, y luego de lanzarme una última mirada inescrutable, se dirigió a las escaleras.

—Piensa en lo que te he dicho, Ailyn, antes de que sea demasiado tarde.

Me volví hacia ella para decirle que no tenía nada que pensar, pero al hacerlo noté que Astra ya no se encontraba en el techo.

Creía que Astra era más humana, que comprendía los sentimientos que podía llegar a tener una persona hacia sus amigos o familia. Su forma de pensar era cruel, fría y algo despiadada.

Tal vez se debía a su divinidad. Ella era cien por ciento diosa, y quizá al yo haber nacido como humana pensaba diferente. Me pregunté si todos los dioses eran así, si a pesar de contar con emociones humanas tenían algo que les impedía disfrutar de dichos sentimientos al máximo.

Y me pregunté si a eso se refería Astra con lo del filtro de vida que Atenea buscaba en la mortalidad. ¿Acaso al ser inmortal todo eso se iba? Me aterraba descubrirlo.

~°~

Pasaron treinta minutos desde que Astra bajó y yo seguía en el techo, sumida en mis pensamientos.

—¿Disfrutando de la vista?

Me volví hacia las escaleras, a sabiendas de a quien le pertenecía la voz. Me encontré el amigable y sonriente rostro de Evan acercándose a mí.

—Solo estaba pensando —contesté, fijando de nuevo la vista en el paisaje.

Él me miro por el rodillo del ojo y se sentó a mi lado.

—¿Qué pasó con Astra? Hace un rato, cuando bajó, se veía molesta por algo.

Suspiré.

—¿Crees que el amor es una debilidad o una fortaleza? —solté de repente.

Claramente mi pregunta lo tomó por sorpresa. Posé mi mirada en él, me topé con sus hermosos ojos azules tan profundos, como si supiera diez mil cosas y a pesar de eso no entrara en conflicto, y su cabello negro que a la luz de la luna brillaba como el ónix.

Su mirada se dulcificó y acompañó sus palabras con una cálida sonrisa.

—¿Tú qué crees? —La forma en que me miró, con curiosidad, pero con ternura, como si estuviera viendo a un animalito delicado y extraño, me estremeció por dentro.

—Creo que es una fortaleza. Pero Astra dijo que amar es una debilidad, que si amamos a alguien lastimarían a esa persona por herimos a nosotros.

Recogí mis piernas, abrazando mis rodillas contra mi pecho y tratando así de calentarme un poco. Él desvió la mirada hacia las estrellas sin dejar de sonreír.

—Yo pienso que es ambas. El amor nos fortalece, pero hay momentos en que nos debilita por diversas razones. Es como la naturaleza, no es buena o mala, es solo la naturaleza. El amor es solo eso: amor. Es cierto que las personas a quien amamos, por ser lo que somos, los pone en cierto grado de peligro, pero para eso estamos nosotros, para protegerlos. Y lo que nos impulsa a hacerlo es el amor.

—Eso es lo mismo que pensé.

Su mirada se dulcificó todavía más.

—El punto es que no por miedo a perder lo que amas, vas a negarte el derecho de amar. Si te encierras en un mundo donde nadie te ame, y donde no puedas amar, seguramente no tendrías motivos para vivir. El amor es vida, y una vida sin amor no tiene ningún sentido.

Lo miré con ojos bien abiertos ante su conclusión. Él tenía razón, una vida sin amor no tenía sentido. Por eso Atenea quiso huir, para amar libremente, ahora la entendía. Y Astra, aun de forma inconsciente, nos amaba, por eso nos acompañó tanto tiempo, porque para ella éramos su familia.

Ella no lo sabía, pero al aceptar que entráramos en su corazón, se permitió amar. Y por eso, aunque fuera muy en el fondo, Astra no creía del todo cierto que el amor fuera una debilidad.

Todo eso del amor me hizo pensar en mi familia, y en que deseaba con todo mi corazón que nunca se vieran involucrados en mis problemas divinos.

—¿Cómo son tus padres, Evan? —pregunté de repente, me volví para mirarlo y noté que me estaba observando con gentileza y una sonrisa, como si no le incomodase mi indiscreción—. Sé lo de tu madre, pero no has hablado nunca de tu padre, y supe que fuiste a verlo cuando estábamos en Ohio... perdona si la pregunta te incomodó, es solo que... bueno... —Suspiré, con la lengua trabada—. Olvídalo, no me hagas caso.

—Vivo a unas cuantas calles de la casa de Andrew —respondió con naturalidad—, por eso me queda fácil ir de visita seguido. Mi madre, como te dije, murió antes de conocer a Sara, y desde entonces solo somos mi padre y yo.

—¿Cómo murió tu madre?

Retiró la mirada de mí, posándola al frente. Él siempre se sentía ligero, estar cerca de él y hablar con él era como hablar con el viento.

—Fue en un incendio, un accidente.

Una corriente eléctrica recorrió mi espalda como un espasmo. Traté de que mi rostro no reflejara la sorpresa que sentía, pero estaba muy segura de que sí lo notó. Un incendio, igual que los padres de los hermanos. ¿Fue el mismo accidente?

Parpadeé varias veces. No sabía cómo entrar al tema, así que solo lo evadí como si no supiera nada.

—Y tu padre... ¿sabe que eres la reencarnación de Poseidón?

Con ese comentario logré sacarle una pequeña sonrisa divertida.

—Sí. —Arrugó el entrecejo—. Tuvimos muchos problemas por eso. Fue poco después de la muerte de mamá, me vi obligado a decírselo. Al comienzo no lo tomó bien, creyó que lo sucedido con ella me traumó o algo así, pero luego tuvo que creerme. —Hizo una pausa—. Él quería que usara magia para traer de vuelta a mamá, pero no lo podía hacer, no existe ningún poder que le devuelva la vida a los muertos. Creo que fueron dos años, en los que insistía con eso día y noche, hasta que lo entendió y simplemente se mantuvo al margen. Tomó terapia, para superar la perdida de mamá, y con el tiempo su herida se sanó y volvió a la normalidad.

—¿Y cómo es su relación ahora? —indagué, curiosa.

—Como cualquier relación de padre e hijo, dentro de lo que se cabe. Claro que aún no se termina de acostumbrar a lo que soy, es por eso por lo que cuando estamos juntos trato de no hablar al respecto. No es que ignore la realidad, es solo que no le gusta tocar el tema. Para los humanos es difícil procesar algo tan... sobrenatural.

Me reí con ganas ante su apreciación.

—Lo sé, es como si sus mentes no pudieran aceptar algo que desafíe la ciencia o la religión. Al menos tu papá no te creyó loco o drogadicto como mis padres. Recuerdo que creyeron que mi hermano también se drogaba cuando me apoyó.

Él acompañó mi risa. Era una risa encantadora que derretiría a cualquier mujer: divertida, sutil, ligera. Simplemente sublime.

—Sí, recuerdo tu expresión cuando nos lo contaste.

—Yo... los extraño. Extraño discutir con Cody, cocinar con mamá y escuchar las teorías científicas de papá.

Entonces, sentí el brazo izquierdo de Evan recorrer mi espalda hasta mi hombro izquierdo, atrayéndome a él. Me abrazó de esa forma, respetando mi espacio personal, brindándome apoyo y seguridad.

—Ellos también te extrañan —susurró con suavidad—. Y cuando esto termine volverás con ellos, solo es cuestión de tiempo.

Evan se sentía pacifico, como si estar a su alrededor me liberara de cualquier preocupación. Su sonrisa me aliviaba, su calidez me arrullaba. Era ameno y acogedor.

El repentino freno del camper me despertó de mi profundo sueño. Al abrir los ojos me percaté de que Evan me miraba con ternura, como si en lugar de una persona adormilada fuera un animalito del bosque. Instintivamente me aparte de él mientras frotaba mis ojos con las manos, aquello fue vergonzoso.

Sentí el color subir a mis mejillas, haciéndome sentir aún más incómoda. Evan era el tipo de chico que los padres siempre querían como yerno: amable, respetuoso, dulce, maduro y caballeroso, además de atractivo, claro. Era casi imposible no sentirse incomoda en un momento así, aunque él no se quejara por la situación. Más que eso, pensaba que él ni siquiera lo había visto de esa forma.

—¿Cuánto tiempo dormí? —quise saber.

—Media hora, más o menos, son las ocho —informó mientras estiraba sus brazos, como gato perezoso. Seguramente durante el tiempo que estuve dormida, él no se movió para no despertarme o incomodarme.

El camper se había detenido frente a un edificio que parecía un castillo antiguo, pero sin llegar a ser muy grande en realidad: varias ventanas, una gran puerta de entrada, un amplio espacio de estacionamiento encerrado por grandes rejas medievales y rodeado de setos Sin duda en su época fue un castillo para la realeza, o una de esas escuelas para nobles. Había un gran letrero colgado en la puerta principal: «El Palacio Real, Restaurante Gourmet y Hotel». No sabía por qué, pero el nombre me resultaba familiar de alguna parte.

—¿Por qué nos detenemos aquí? —pregunté, confundida.

—La intrusa con complejo de reina quiere comer algo «diferente» —contestó Cailye a nuestras espaldas.

Ambos nos volvimos hacia ella, sorprendidos. Estaba parada junto a la puerta hacia el techo con tan solo un chal cubriéndola del frio de la noche.

Su expresión inescrutable, considerando su personalidad alegre, me dio la impresión de que se encontraba molesta con algo. Pero no sabría decir si era por la razón usual de su enfado, es decir Sara, o por algo más.

—¿Que Sara quiere qué? —La incredulidad de mi voz era evidente—. Pero si estamos en medio de la nada, ¿cómo sabía de este lugar?

—No estamos en medio de la nada —contradijo Evan—. Estamos en Massachusetts. Boston, para ser exactos. Este es el estado de Las Amazonas.

—¿De las qué?

—Las Amazonas, deidades exiliadas de Kamigami —explicó el chico—. No les agradan los dioses, pero tienen especial atención con Artemisa.

La miré, pero ella me observaba con los ojos entrecerrados. Y si esa era la Cailye yandere, prefería no hablarle.

—Los humanos las llaman brujas —continuó Evan—, pero en realidad fueron ninfas.

—¿Las brujas existen? —pregunté, asombrada.

—Algo así, pero no son verdes ni usan escobas para volar. Poseen magia, sí, pero no usan calderos ni ponen maldiciones. Su magia es natural, ya que eran consideradas ninfas de los bosques, pero son peligrosas y sanguinarias.

—No estoy entendiendo. ¿Por qué las exiliaron? ¿Qué hicieron?

—Hicieron muchas cosas, no sabría decirte cuántas ni cuáles, pero sé que debido a ello no pueden salir de Salem, y si lo hacen no pueden hacerles daño a los humanos. Aunque con la ausencia de los dioses no sé qué hacen ahora.

—Y todas las historias sobre que las quemaban y perseguían con hordas furiosas, que se tenían que esconder, ¿es mentira?

Lo meditó unos segundos, recordando.

—Llevan muchos años exiliadas, y las historias siempre tienen algo de cierto, no sabría decirte qué es real y qué no sobre ellas. Pero te aseguro que son reales y odian todo lo divino.

—¿Van a bajar o no? —apresuró Cailye—. No es momento para clases de historia, hace frio aquí afuera. Tu amiga quiere ir con todos, dice que es un lugar al que ha venido mucho con sus padres y quiere que lo conozcamos, bla bla bla, alardea como siempre. —Rodó los ojos—. Normalmente me negaría, puesto que no quiero nada de ella, pero es un restaurante gourmet y dijo que el menú de postres es bastante amplio.

¡Por supuesto! Sara me había contado muchas veces de sus visitas a Boston con sus padres, y siempre mencionaba un hermoso restaurante que quería que yo conociera. Pero nunca imaginé que en verdad viniera alguna vez.

—Así que te quieres aprovechar de que ella paga para llenar tu estomago con dulce, ¿verdad? —inquirió Evan, regalándole una sonrisa y con las cejas alzadas.

Ella se sonrojó sutilmente, y despejó de sus ojos la fría mirada de antes para reemplazarla con su habitual carisma.

—Si ella invita, no tengo por qué negarme. Además, no me pienso contener.

En medio de una risita, Evan y yo nos levantamos y seguimos a Cailye escaleras abajo.

Al llegar a la sala todos estaban ahí, esperando.

Sentí el escrutinio de Andrew incluso antes de fijar mi atención en él. Su mirada severa e intensa era difícil de ignorar, a veces era muy pesada y se sentía como si quisiera atravesar mi alma a la fuerza. Estaba cerca de la entrada, recostado a la pared, pensando quien sabe qué sobre mí. Rodé los ojos mientras me acercaba; estaba muy segura de no haber hecho nada para ganarme esa mirada de regaño marca Andrew registrada.

Le lanzó una mirada a Evan tras de mí, pero fue tan hermética que no pude interpretarla. Evan, si lo notó, no le dio importancia. Andrew parpadeó y desvió la mirada, su quijada un poco más tensa. Nunca entendería el idioma de esos dos.

Sara se acercó a mí y me tocó el hombro. Sonreía con genuina emoción.

—Ahora que estamos completos ya podemos ir al restaurante. —dijo ella—. Les va a encantar, la comida es de excelente calidad, y lo mejor es que soy socia.

Le devolví la sonrisa con toda la calidez que pude. Sara odiaba muchos aspectos de su vida, en especial los que involucraban a sus padres, como fiestas y lugares a los que acostumbraban a ir. No le agradaba lidiar con el tipo de personas que eran sus padres. Odiaba los socios de su padre y a las amigas de su madre. El que quisiera ir con nosotros a uno de esos lugares era buena señal.

—Será genial —le dije.

Me miró con cariño y me haló hasta la puerta. Pero entonces, cuando pasé por el lado de Andrew, él me detuvo. Sentí su tacto frio sobre mi muñeca desnuda, mi corazón pegó un brinco.

—¿Qué hablaste con Astra? —cuestionó en su habitual tono serio.

Lo miré, sus ojos intensos e inescrutables sobre los míos.

—¿Por qué quieres saber?

Entrecerró los ojos.

—Estaba muy molesta cuando bajó y tú te demoraste en bajar. Algo le dijiste.

¿Se preocupaba porque herí los sentimientos de Astra? Enarqué las cejas, algo apretó en mi pecho. Mi lengua se sintió amarga.

—La cuestioné, a ella y a Atenea. Ella cree que el amor es una debilidad. Yo le dije que...

—Que es una fortaleza —me cortó.

Mi corazón se detuvo por un segundo. Busqué en su rostro algo que me dijera lo que pensaba, pero estaba tan hermético y tenso como siempre.

—¿Cómo lo sabes?

Me soltó, el brillo constante y filoso en sus ojos flaqueó.

—Es lo que crees, ¿verdad?

—Sí, pero ¿cómo lo sabes?

Él no dijo nada, se limitó a observarme con atención durante varios segundos. Hasta que al final apartó la mirada de mí y bajó los peldaños del camper, rumbo a la entrada del castillo.

—¿Vienes, o te quedarás ahí parada toda la noche? —dijo unos pasos delante de mí.

Me apresuré a alcanzarlo, mientras trataba de evitar que una sonrisa se escapara de mis labios. Por algún motivo, el que él supiera eso, me generaba cierta felicidad.

~°~

El interior del castillo era más maravilloso que el exterior: había luces tipo araña colgando por todo el recibidor, ornamentos dorados y violetas como parte de la decoración junto con muchas flores. La entrada principal contaba con una alfombra aterciopelada, que seguía su camino desde la puerta hasta las escaleras que se abrían paso al final del recibidor, y éstas se dividían en dos caminos al llegar a la segunda planta. El castillo no era muy grande, solo eran dos pisos, era como un palacio mini.

Al lado de la entrada, cuyas puertas eran de madera, se encontraba el recibidor, y tras él una mujer joven con un vestido similar a una sobrecargo nos inspeccionó con la mirada de arriba abajo, sin el menor disimulo. Sara le pidió una mesa y la recepcionista le pidió esperar un momento.

Una mujer se acercó a nosotros en unos minutos, morena y de ojos verdes, vestía un traje de camarera y nos sonreía con mucha energía. Se llamaba Becca y sería nuestra asistente durante la velada. Ella nos guio hacia la mesa.

Nuestra mesa hacía justicia a la apariencia general del lugar, era de vidrio y la cubría un mantel dorado, además de velas negras sobre un candelabro. Estábamos esperando a que trajeran nuestro pedido y mientras tanto aproveché para iniciar una conversación.

—Daymon, ¿cuál es tu don? —solté de repente.

El mencionado dejó de charlar con Evan y soltó una gran carcajada cuando me miró. Los demás en la mesa también dirigieron su atención a mí.

—Shh —dijo Astra—, no digas esas cosas tan a la ligera.

—¿Por qué no? Nadie nos está escuchando.

—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó Andrew, con el ceño fruncido—. ¿No te basta con saber que es un Dios Guardián, ahora también quieres interrogarlo?

Lo fulminé con la mirada y me preparé para reñirlo cuando Daymon me interrumpió.

—Está bien, no me molesta —accedió, sin retirar la mirada de mí—. Intuición.

—Disculpa, ¿qué?

—Significa, genio, que tiene la habilidad de sentir lo que no se ve a simple vista —explicó Andrew—. Puede saber lo que sientes, lo que te molesta o alegra, incluso tu pasado, con solo estar bajo el mismo techo que él.

—¿Y tú desde cuándo eres traductor? —expresé con sarcasmo.

—Desde que tú no entiendes lo más básico y elemental de la vida —contestó, sin mucho interés.

Daymon debió intuir mi próximo comentario, que daría pie a una nueva discusión con Andrew, ya que de inmediato intercedió.

—¡Exacto! —exclamó con entusiasmo— Soy perspicaz y sensible a algunas cosas más que a otras.

—Se parece a la habilidad de Cailye —comentó Evan.

A Cailye le brillaron los ojos, uno de esos brillos peligrosos que usaba cuando alguien la desafiaba a comer de más.

—Es verdad. Pero Cailye huele las emociones, yo, en cambio, veo un poco más allá de eso. Su pasado a veces, y también lo que están pensando.

—¿No se supone que al ser el dios de la guerra, tendrías, no sé... algo relacionado con ello? —inquirí.

Él volvió a reír, pero fue Astra quien respondió.

—Es experto en estrategias de combate, si eso responde a tu pregunta.

—¿Qué?

Sin ocultar su amplia y radiante sonrisa, Daymon prosiguió.

—Es un hobby, nada importante. En mis ratos libres me gusta diseñar planos de combate, estrategias y movimientos de guerra. ¡Suena irónico si me lo preguntas! Pero lo cierto es que lo hago desde antes de saber que era la reencarnación del dios de la guerra.

—¿Cómo lo haces? —quiso saber Sara, con el interés y curiosidad brillando en sus ojos.

El pelirrojo se encogió de hombros con mucho ánimo, conservando su blanca sonrisa.

—Por lo general uso el material de un amigo cercado, él estudia diseño gráfico, y siempre me deja garabatear sobre lo que no necesita.

—No, me refiero a cómo los diseñas, ¿qué pasa por tu cabeza al hacerlo? —insistió Sara.

Daymon enarcó una ceja en su dirección y le lanzó una mirada significativa. Mi amiga, para mi sorpresa, esta vez no reaccionó como antes. Mantuvo su mirada y su postura.

—Nada en realidad, solo lo hago, es tan fácil para mí como respirar.

—Él era su estratega —comentó Astra, sin darle emoción, parecía que la charla le daba lo mismo. ¿Acaso seguía enojada por lo que hablamos?—. Ares se encargaba de diseñar una posible estrategia para combatir a las deidades que se salían de control, y Atenea decidía si podían usarla o no.

—¿Por qué lo decidía? ¿No se supone que era un buen estratega? —indagó Evan.

—Lo era —afirmó Astra—, y por eso mismo tenía tendencia a destruir todo lo que tocaba. Ganó muchas guerras, y la única que lo superaba en poder y fuerza era Atenea, debido a ello la mayoría de sus planes destruían más de lo que salvaban.

Recordé esa escena en el pasado, cuando Atenea le pidió a Ares no responder a más profecías porque mató a la persona equivocada.

El aludido amplió su sonrisa, como si el comentario en lugar de ofenderlo lo alagara. No podría decir si eso lo enorgullecía o, por otro lado, lo consideraba divertido.

—Oye, Daymon, ¿qué significa tu tatuaje? —interrogué, cambiando de tema por completo.

Él llevaba un tatuaje que rodeaba su brazo derecho como un brazalete de los que los dioses usaban antes. Negro y de curvas gruesas. Lo había visto antes pero como usaba siempre abrigo no le había prestado atención.

Él miró su brazo y sonrió como si aquello fuera un chiste.

—Nada, en realidad, lo vi y me gustó. Fue cuando cumplí dieciséis y lo hice por capricho.

—¿Te tatuaste la piel por capricho, con algo que no significa nada para ti? —repetí, incrédula.

—¡Sí! —respondió como si nada.

Al quedarme sin palabras, ante aquella revelación tan estúpida, desvié mi mirada hacia el resto del restaurante, el cual estaba vacío. La única compañía de la que contábamos era de una familia cerca de nuestra mesa, los dos padres y una niña de menos de cinco años con un peluche en brazos; una pareja de enamorados que parecían celebrar un aniversario; y un grupo de cuatro amigas que cenaban tranquilamente.

—Es de mala educación observar fijamente a las personas —dijo Andrew sin siquiera mirarme.

—¿Por qué el lugar está tan vacío? —quise saber, ignorando por completo al fastidioso Andrew.

—Últimamente los clientes han disminuido mucho. —La repentina presencia de Becca me hizo pegar un pequeño brinco—. También le ocurren a los hoteles aledaños.

Al lado de Becca había cuatro meseros que llevaban, cada uno, un carrito con nuestras órdenes. Nos rodearon y empezaron a colocar frente a cada uno lo que pedimos.

—¿Y eso por qué? —investigó Sara.

—Por eso. —Señaló a una de las esquinas del lugar. La pared estaba cubierta por una cortina roja, pero en la parte de abajo se lograba ver con claridad una mancha de humedad. Sin embargo, todos en la mesa sabíamos a la perfección que no se trataba de una simple mancha de humedad, sino que era un hueco—. Han estado apareciendo muchos en el castillo últimamente y desde entonces la clientela ha disminuido. No les agrada este tipo de «faltas a la higiene», y hay quien argumenta que es un atentado a su seguridad ya que por eso se puede venir abajo el castillo, además hemos tenido muchas quejas ante la autoridad sanitaria de Boston. Por suerte no ocurre solo aquí, al parecer es tema nacional, gracias a ello no nos han clausurado el castillo —Volvió a sonreír, esta vez con amabilidad—. Disfruten de la cena.

Becca se fue, seguida de los camareros.

—Oye, Astra, ¿qué tipo de daños pueden ocasionar los huecos? —indagué, mientras jugaba con la cuchara en mi plato lleno de cosas cuyos nombres no recordaba y nunca había visto en mi vida.

Noté, con cierta sorpresa y confusión, que los hermanos Knight se tensaron en sus lugares. Ambos intercambiaron una mirada, a la cual Evan se les unió segundos después. Me quedé ahí, perpleja, sin saber cómo interpretar sus miradas.

Astra me miró a los ojos. Fue entonces en que reparé en que aún no traía su túnica, y debido a eso parecía una chica común, exceptuando sus ojos violetas y cabello blanco.

—Solo uno... en realidad nada. Pero más de una docena pueden llegar a causar incendios o inundaciones, depende del clima y la zona. A veces llaman huracanes o tsunamis.

—Eso no suena lógico —comenté.

—¿Y qué demonio que has conocido es lógico? —ironizó Andrew, al tiempo que contemplaba una copa de vino.

—Dejen de hablar de cosas oscuras —intervino Sara mientras cortaba un crepé con un cuchillo muy pequeño y un tenedor del mismo tamaño. Me dio la impresión no solo de que robó el dialogo a Cailye, sino que lo hacía por mí de alguna manera—. Se supone que estamos aquí para comer, no para iniciar una investigación paranormal.

Miré a Sara una última vez ates de volver mi atención hacia mi plato. Había tantos cubiertos que no sabía cómo se suponía que debía comer, esas cosas deberían de venir con un manual de instrucciones.

Los únicos que faltaban por terminar de cenar éramos nosotros. La pareja de enamorados, junto con las chicas de antes, ya se habían ido del lugar; y la familia subió por las escaleras minutos después.

Eran alrededor de las once cuando por fin Cailye terminó de comer su último platillo. Sabía que le gustaba comer, pero luego de diez platos diferentes, y de distintos tamaños, ya no sabía si era humana, diosa, o vaca.

Cailye se encontraba limpiando los platos con la lengua mientras Evan, Sara y Daymon hablaban sobre algo que no alcanzaba a entender, y Astra miraba la cartilla de menús que, supuse, aún le creaba conflicto entender esos extraños nombres. Andrew solo estaba sentado frente a mí de brazos cruzados como siempre, me observaba como si quisiera preguntarme algo, como si algo lo inquietara.

—Si quieres decir algo, solo dilo —le dije con impaciencia, cansada de su mirada.

Le lanzó una mirada fortuita a Evan y se inclinó hacia mí.

—Respóndeme algo. ¿Te das cuenta? ¿O eres demasiado tonta como para no notar lo evidente?

Enarqué las dos cejas, abrí más los ojos. Miré a los demás, luego a él.

—No sé de qué hablas.

Él escrutó mi rostro, entrecerró los ojos, y se acomodó de nuevo en su silla al tiempo que dejaba escapar un largo suspiro.

Cuando de repente el olor a quemado llegó a mi nariz. Olfateé el aire, contrariada de que hubiera en el ambiente el olor a fuego tan marcado.

—¿Huelen eso?

No alcancé a obtener respuesta, ya que todos se quedaron callados y me miraron... no, no a mí, a algo a mis espaldas. Cailye perdió el color de su rostro, junto con Evan y extrañamente Andrew. La potente luz naranja que en ese momento inundó la mesa fue toda la respuesta que necesitaba.

No pude gritar, mi voz había huido junto con la movilidad de mi cuerpo al notar tras mi espalda que el causante del olor y la luz era el fuego que prendió las cortinas de las paredes, y que se extendía por ellas hasta los manteles de las mesas.

Se escucharon los gritos de los camareros y gritos femeninos, seguidos de fuertes pisoteadas en el suelo, señal de que la gente empezaba a correr. El fuego se empezó a extender hacia el techo, consumiendo las cortinas a su paso como si de papel se tratara. Las arañas de luces se movían, producto de la debilitación de la estructura primaria del castillo.

—Tenemos que salir de aquí —masculló Sara, con el rostro pálido.

—Evan, ¿puedes hacer algo con el fuego? —inquirió Astra. Su voz sonó seria, firme, autoritaria; justo como debía de sonar mi voz, pero yo estaba tan impresionada al ver el fuego extenderse que no sabía qué hacer.

Estaba por completo aterrada.

—Sí —afirmó Evan mirándola con expresión indecisa—. Pero no aquí adentro, necesito las nubes. Debemos salir, ya.

—¡Por aquí! —gritó uno de los camareros de antes. Estaba parado bajo el marco que daba a la recepción, haciéndonos señas para que lo siguiéramos—. ¡Dense prisa!

El humo cada vez cubría más y más el interior del castillo, y el fuego se extendía como si el lugar estuviera bañado en gasolina o alcohol. Sara y Daymon se adelantaron, junto con Evan, mientras Astra corría a mi lado. Fue entonces, antes de salir del área del restaurante, que me percaté de la ausencia de los Knight.

Entre gritos y humo, detuve mi paso y me devolví hacia nuestra mesa; sentí en intento fallido de Astra por detenerme, pero poco le presté atención, solo pensaba en que dos de mis compañeros seguían en el restaurante, y que quizá necesitaban ayuda para salir. Y ahí, entre las mesas tiradas en el suelo, y el techo desmoronándose sobre ellos, Andrew y Cailye se encontraban acuclillados en el piso.

Tosí una y otra vez, hasta que conseguí regresar con mis dos compañeros. Lo primero que me llamó la atención fue el estado de pánico tan impresionante que consumía a Cailye. Estaba recogida en el suelo, paralizada por completo, mientras su hermano le gritaba que se levantara y siguiera.

—¿Por qué no se mueve? —pregunté, con los ojos abiertos de par en par, todavía inmersa en el delirio de Cailye.

El pánico inundaba sus ojos, su cuerpo temblaba, y sollozaba como una bebé recién nacida. Parecía que se negara a admitir la realidad, como si para ella eso no estuviera ocurriendo.

—Vuelve con los demás, Will —ordenó Andrew, sin apartar la vista de su hermana—. Ahora.

—No, no sin ustedes. —Me moví cuando un trozo de madera cayó en mi lugar—. Tenemos que irnos, pronto.

Volví a toser, mientras observaba a Andrew seguir gritándole a Cailye con desesperación, con suplica.

—¿Por qué no reacciona? ¿Qué tiene?

Andrew, frustrado y alterado, bramó:

—¡Le tiene miedo al maldito fuego, ¿bien?! Ella... A ella le aterra el fuego.

Un incendio. Igual que con sus padres. Mi corazón se recogió en mi pecho.

No le vi el rostro, y no me hizo falta para saber que la situación era grave. Cailye estaba en shock, y mientras no reaccionara no podríamos salir de ahí. Se aferraba al suelo, no se dejaba levantar aunque Andrew intentara ponerla de pie. El techo volvió a crujir, y los gritos de las personas eran cada vez menos audibles.

Suspiré al tiempo que tosía. No tenía más opción.

—Déjame a mí —pedí. No esperé consentimiento, me agaché a su altura y toqué su brazo—. Lo siento, Astra —murmuré, preparándome mentalmente para usar el Filtro.

Pensé en flores, más exactamente en los hermosos girasoles de la casa de los Knight, y también en los animales que habitaban ahí. Me concentré en ese sentimiento de paz, aislándome del calor sofocante del incendio, en lo bien que olía su casa, y cómo me sentí cuando conocí a la pequeña Cailye. Recordé su risa, su mirada llena de calidez.

Y luego el miedo entró a oleadas. El mundo se cerró a mi alrededor, el pánico creció en mi pecho. Protección, quería seguridad y una promesa de un futuro mejor. No quería eso. Me consumía el temor como si se tratara de las mismas llamas.

Fruncí el ceño, mi cuerpo temblaba, quemaba. Ese miedo era demasiado grande. Pero había más en Cailye, un océano completo que yo apenas pude tocar.

Andrew me atrajo hacia él, cortando el vínculo del Filtro hacia su hermana. Sentí un remolino en mi interior, cada vez más pequeño, hasta que el miedo se fue por completo. Al menos el de ella, el mío seguía ahí.

—¿Qué...? —No descifré si Andrew estaba sorprendido o enfadado. Me miraba de hito en hito, mi rostro y mi cuerpo, frustrado y preocupado en partes iguales—. ¿Usaste el Filtro en ella? Will, eso está prohibido.

No le hice caso, en su lugar me fijé en la reacción adormilada de Cailye. Cerró los ojos con tranquilidad y se dejó caer en el pecho de su hermano, soltó sus manos del piso. Estaba inconsciente, o dormida, era lo mismo en ese momento.

—Luego dirás lo que quieras, ahora hay que salir de aquí —repuse para que no hiciera ningún comentario extra.

Él asintió, su ceño fruncido, y tomó a Cailye en brazos para sacarla de ahí. Andrew corrió hacia la entrada, conmigo pisándole los talones. Las paredes crujieron, y parte de la pared de la entrada se desmoronó cuando pasamos junto a ella. El aire era sofocante, y el calor cada vez más abrasador, hasta que por fin el exterior nos recibió, donde los gritos y sollozos eran tan nítidos como la brisa de la noche.

Vislumbré a los demás cerca del estacionamiento, se veían apresurados, y conforme Andrew y yo nos acercamos nos dimos cuenta de lo que trataban de hacer era cubrir a Evan mientras usaba su energía divina.

—¿Qué le pasó? —le preguntó Astra a Andrew, con los ojos desorbitados, al ver a Cailye inconsciente en brazos de su hermano.

En ese momento empezó a llover, producto de la magia de Evan. Sin embargo, esa lluvia no sería suficiente para extinguir el fuego. Sentí la mirada de Andrew sobre mí, y por un breve momento me preparé para recibir los regaños de Astra cuando se enterara de que había usado el Filtro con otro dios.

—Entró en shock y se desmayó del miedo —explicó Andrew, dejándome perpleja ante su respuesta.

Esperé que me delatara, después de todo seguía siendo una falta, pero él optó por cubrir mi espalda. Astra dudó, pero no hizo más preguntas al respecto.

—Éntrala al camper, hay que alejarla de aquí —ordenó.

Asentimos, y ambos nos preparamos para entrar a Cailye al camper mientras los demás se encargaban de ayudar a Evan con los daños. Y a pesar de los esfuerzos de mi amigo por menguar el incendio, éste no cedía.

—¡Mi hija! —El grito de la mujer predominó por encima del crujido del castillo y de la lluvia— ¡Mi hija sigue adentro! ¡Tengo que ir por mi hija!

Me volví hacia donde la multitud de personas, entre empleados y clientes, se encontraban observando el castillo con autentico horror. Vi al hombre, padre de la niña, abrazarla por la espalda para impedir que corriera hacia la entrada; pero ella solo tenía ojos y oídos para la el castillo en llamas frente a ella.

—No se preocupen, los bomberos ya vienen —tranquilizó Becca a la mujer, pero no sirvió de nada, ya que la madre de la niña seguía gritando.

—¡ANA! —gritó la mujer en medio de un sollozo, cuando una de las vigas que sostenía el techo cayó al suelo, desmoronándose.

—¡Evan! —llamé, volviéndose hacia él—. ¡Evan haz algo! Detén el incendio, la niña sigue adentro.

Él me miró con impaciencia, tratando de no perder la concentración de su magia. Obviamente no podía ir más deprisa, y con apresurarlo solo conseguiría que se desconcentrara.

—Lo ayudaré —ofreció Daymon, invocando su collar-arma en medio de un resplandor naranja.

Aun con la ayuda de Daymon, el campo de invisibilidad de Sara para que nadie los notara, y el incremento considerado de la lluvia, no iban a alcanzar a terminar con el fuego a tiempo. Si no hacía algo en ese momento, la niña no saldría viva de ahí...

—Ni se te ocurra —murmuró Andrew a mi lado.

Y entonces, sin pensarlo con cuidado, corrí hacia la entrada. La lluvia me impedía una visión plena del camino y el piso estaba resbaladizo, pero era suficiente la adrenalina que sentía como para correr sin pensarlo dos veces.

No sabía con exactitud lo que esperaba lograr con eso, pero mi trabajo era proteger a los humanos, y si no podía proteger a una simple niña pequeña no sería capaz de lograr algo mayor. Además, independientemente de mi obligación, si tenía el poder para cambiar algo, lo haría a costa de lo que fuera.

—¡WILL! —gritó Andrew desde su lugar, con Cailye todavía en brazos.

Noté vagamente la expresión estupefacta de Astra, tanto como la horrorizada mirada de Sara. Pero no me detuve, ya no podía detenerme.

Pasé un par de estructuras de concreto que impedían mi camino, y entré de nuevo al castillo justo cuando otra de las vigas se desmoronada sobre la entrada, con el corazón en la boca y el miedo amenazando con provocarme un infarto.

El calor del interior evaporó casi de inmediato el agua en mi cuerpo. Escruté el lugar, en busca de un camino que no fuera propiedad del fuego, pero con la cantidad de humo me era difícil ver con claridad, y también respirar. Tosí, y me moví entre los escombros, evitando el fuego en su mayor medida.

Recordé ver a la familia subir las escaleras, y a juzgar por su ropa intuí que eran huéspedes del hotel. Me acerqué a lo que quedaba de las escaleras, que era parte de su estructura principal, sin barandal, y con la ausencia de algunos peldaños.

El calor aumentó, y el sonido de la madera quemándose fue cada vez más audible. Olía a quemado, por supuesto, pero además detecté olor a azufre en el ambiente, signo inequívoco de que el incendió no fue por causas naturales.

Empecé a subir las escaleras, con cuidado de no pisar un peldaño frágil que me provocara una caída. Pero entonces, mi piel fue rozada por las llamas más cercanas a mi alrededor. Di un pequeño brinco y a consecuencia de ello mi pie se atoró cuando el peldaño bajo él se partió.

Forcejeé hasta que quedé en libertad, pero al mismo tiempo las llamas consumieron el comienzo de la escalera. El calor ardió en mi piel, provocándome un grito sofocado. Subí como pude hasta el final de las escaleras, sintiendo las llamas rozando mis pies.

Caí de bruces en el segundo piso, y me incorporé tan rápido como mi desbocado corazón me lo permitió. Acerqué mi cuerpo a la única pared que las llamas no habían reclamado, y me quedé ahí un par de segundos, meditando mi próxima acción.

Si seguía avanzando tarde o temprano el fuego me alcanzaría, de eso no tenía duda; no podía pretender adentrarme en un incendio pensando que las llamas no me afectarían. Pasó mucho tiempo desde que el incendio inició hasta ahora, y para entonces se había extendido hasta cubrir casi la totalidad del castillo.

Tomé aire, y antes de seguir mi camino hacia el amplio pasillo de la derecha, deslicé mis manos por mi piel descubierta, tratando de concentrar mi energía divina, la que me quedaba luego de usar el Filtro.

Una capa semitransparente cubrió mi piel, luego mi ropa, pronto todo mi cuerpo. Me concentré en la protección, seguí pensando en eso para que la magia no se deshiciera. Así podría caminar sin preocuparme por morir quemada.

Avancé por el amplio pasillo con habitaciones bastante altas a ambos lados del camino. El fuego llegó hasta aquel lugar, consumiendo las cortinas, decoraciones, y puertas de las primeras alcobas.

A pesar del conjuro de protección el humo seguía ingresando a mi sistema sin filtro alguno. Tosí varias veces, y estuve a punto de caer por la asfixia; cuando de repente, el llanto de una niña eclipsó mis tosidos y el sonido propio del incendio.

Corrí hacia la habitación de la cual provenía el sonido, y con una patada en la puerta, debido a lo frágil y caliente que estaba, se vino abajo con gran facilidad. El humo salió en cantidades impresionantes cuando la puerta ya no era un obstáculo, y enseguida noté las llamas devorar las cortinas de las ventanas, al igual que las paredes.

El movimiento bajo la cama captó mi atención, y sin dar espera me acerqué a la cama. Abajo pude ver a la niña de antes, de cabello corto y castaño recogido en una coleta de caballo; en sus brazos sostenía firmemente el peluche que vi en el restaurante, y sus ojos se encontraban tan cerrados que parecía dolerle.

—¡Tienes que salir de aquí! —exclamé— ¡Tenemos que salir antes de que el fuego consuma el castillo!

—¡No! —objetó Ana, con miedo en su voz, aferrándose más a su peluche— ¡Quiero a mamá y papá!

Por la forma en que aferraba su muñeco tuve la vaga impresión de que volvió a su habitación por ese peluche. No le encontraba otra explicación a que no saliera con sus padres más que se escabulló para subir por el objeto.

—Ellos están afuera, te están esperando. Por favor, ven conmigo, te llevaré con tus padres. —Estiré mi mano bajo la cama, pero ella no la aceptó.

Podía percibir el miedo que Ana emanaba, el temor a no ver a sus padres de nuevo, de no poder salir de esa situación. Sus mejillas húmedas, y el intenso olor a quemado, solo me infundió más presión y desesperación de no sacarla rápido de ahí.

Cerré los ojos, lista para usar de nuevo el Filtro, y pensé en un prado, en las flores de un prado, en su olor, en su textura; pensé en la brisa fresca rozando mi cabello, el sol en mi piel, las flores esparciendo polen, en cada diminuto detalle que se me ocurría. Pensé en un picnic en ese prado, rodeada de mi familia, y pensé en la tranquilidad y armonía que me traía ese lugar.

Abrí los ojos, cansada, y me di cuenta de que la niña estaba tomando mi mano. Apreté su pequeña manita, con tanta firmeza como pude, y halé de ella hacia afuera justo antes de que parte del techo colapsara sobre la cama.

Presioné a Ana contra mi cuerpo, y observé su rostro manchado de hollín, su ropa sucia gracias a las cenizas, y la tos que se apoderó de ella. Estaba segura de que yo no me veía muy diferente, y además, mi ropa ya se encontraba quemada en varios lugares.

El fuego aumentó considerablemente en la habitación, y sin dar espera empujé a la niña fuera de ella. El sonido de la madera al crujir fue evidente, y miré sobre mi hombro para comprobar que la habitación se hacía pedazos. Alcancé a advertir, con cierta impaciencia, que afuera hacía un verdadero huracán gracias a la tormenta de Evan, y aun así, el fuego no cesaba.

Las ventanas se rompieron, las que aun no lo habían hecho, y el agua entró a torrentes hacia el fuego. Me detuve, ahora estaba empapada otra vez, y a pesar de eso hacía falta más agua para controlar esas llamas antinaturales.

El estado del pasillo me detuvo el corazón, al mismo tiempo que mis nervios se volvieron a flor de piel. El lugar permanecía en pie de milagro, ya que la cantidad de fuego y de humo no daba mucha esperanza. La brusquedad del agua al buscar el fuego también destruía los pocos cimientos en pie.

Tosí, al igual que Ana, y la obligué a bajar a nivel del suelo. Sus grandes ojos castaños me observaron con inseguridad y pánico, pero al menos ya no estaba en shock. Escruté su rostro, en busca de alguna herida visible, pero aparte de su extrema palidez se veía sana.

—Ana, ¿verdad? —Ella asintió, enmudecida—. Escúchame bien, tenemos que bajar al primer piso, ¿sí? Pero para eso tenemos que atravesar este caos. No te separes de mí y te prometo que te regresaré con tus padres.

Ella volvió a asentir, nuevamente sin decir nada más. La tomé de la mano, y la invité a caminar con cuidado hasta las escaleras. Sin embargo, a medio camino, la tos que atacó a la niña impidió su movilización. A mí, por mi divinidad, no me afectaba tanto, pero en una niña humana me sorprendía que siguiera respirando.

Me incliné hacia ella y pasé mi mano sobre su boca, recitando otro conjuro. Enseguida una máscara de oxígeno echa de diminutas partículas de brillo, se formó sobre su boca y nariz.

Tosí varias veces más, y el humo nubló tanto el camino que al llegar a donde se suponía que estaban las escaleras, y pisar el primer peldaño para bajar, éste se partió bajo mis pies. Regresé enseguida, y agité mi mano frete a mí para disipar un poco la cantidad de humo. Noté, aterrada, que ya no existían las escaleras que hasta hacía cinco minutos me ayudaron a subir. El calor aumentaba más a cada segundo que transcurría, generando a su vez mucho más humo, el agua que entraba por las ventanas seguía sin ser suficiente.

En ese momento el suelo bajo nuestros pies se hizo pedazos, producto del calor y el peso que ejercían sobre él. Las llamas a nuestro alrededor seguían consumiendo todo a su paso, mientras el miedo se apoderaba de mi pecho como una súbita exhalación.

Tiré de Ana hacia mí y la apreté contra mi pecho con tanta fuerza que creía que la adsorbería. Sentí mi cuerpo caer y el grito de Ana aturdió mis oídos. Cerré los ojos, dispuesta a amortiguar el impacto de Ana con mi cuerpo.

Sin embargo, como caído del cielo, literalmente, sentí los brazos se alguien bajo mis piernas y espalda. Sorprendida, y aterrada al mismo tiempo, abrí los ojos solo para encontrarme con el rostro claramente enfadado de Andrew. Las llamas del incendio brillaban en sus ojos, iluminando en parte las gotas de agua, igual de empapado que yo. A pesar de que su ceño estaba profundamente fruncido, me pareció notar cómo soltaba el aire que con seguridad había estado conteniendo.

Cuando Andrew cayó de pie, sobre el suelo agrietado y casi incinerado de la recepción, las paredes del restaurante se cayeron, al mismo tiempo que las vigas que aún sostenían la entrada principal, dificultándonos nuestra huida.

Él me bajó casi de inmediato, sin mirarme todavía y pensando en una posible forma de salir ahora que la entrada se veía obstaculizada. Las lágrimas de Ana humedecieron mi hombro, y ella, con sus pequeños brazos, rodeó mi cuello de manera que no la pudiera bajar. Hundió su cabeza en mi cuello, soltando suaves sollozos, así que para calmarla acaricié su cabello con cortas y constantes palmaditas.

—Yo...

—Cállate —ordenó.

Mi mirada se posó en Andrew, quien seguía sin mirarme y con una postura firme y decidida caminada entre los escombros y las llamas que seguían su rumbo natural. Detecté con curiosidad, que las llamas no se le acercaban a Andrew, por lo que supuse que al igual que yo usó un conjuro de protección.

Se detuvo en seco y yo también lo hice por extensión. Me miró sobre su hombro, por el rodillo del ojo, y entonces descubrí que lo que había en sus ojos no era en sí enfado... era tristeza, un profundo dolor que por poco también me lo pasó a mí.

Abrí la boca para preguntarle la razón de su dolida expresión, pero el ensordecedor sonido de la madera agrietándose me interrumpió. Elevé la mirada al techo, y contemplé, en completo terror, que el techo sobre nuestras cabezas se veía perforado por una grieta bastante significativa.

Cenizas cayeron en mi rostro, como un aviso previo de lo que iba a ocurrir, y de lo eminente que era. Bajé la mirada justo cuando el techo se vino abajo, contemplando a Andrew con todo el miedo que mis ojos podían demostrar.

Sin embargo, y en cámara lenta, Andrew se lanzó sobre mí. Caí de espaldas en el caluroso suelo de madera, aferrando a Ana más a mi cuerpo.

Y ahí me quedé, paralizada, contemplando la escena con los ojos abiertos de par en par y mi cuerpo temblando de impresión. Observé los escombros y pedazos de madera caer sobre la espalda de Andrew, como si se tratase de una sombrilla; él cerró los ojos con fuerza y tensó su mandíbula para ahogar cualquier sonido de dolor que se le pudiera escapar.

Una gota de sangre cayó en mi mejilla, arrebatando de mí la poca voluntad y lucidez que me quedaba. Me quedé estática, sin mover un solo musculo y sin respirar. No era capaz de apartar la mirada de la camisa de Andrew, y de cómo ésta se teñía más y más de rojo escarlata.

No quería verlo así, sufriendo por protegerme, no de nuevo. Mi respiración volvió, pero ahora era entrecortada e irregular, no conseguía ver con claridad cómo podía ayudarlo a librarse de aquel dolor. Entonces, Andrew abrió los ojos, y me observó de forma más relajada, casi en calma, como si después de todo ese sufrimiento ya no sintiera el dolor, y eso lo aliviara de alguna manera.

Me miró con calma, cansado, y entrecerró los ojos. Luego, como un saco de papas, cayó a un lado de mí, con el cabello ambarino pegado a su frente debido al agua y su pecho a un alarmante ritmo acelerado.

De repente, los escombros que bloqueaban la puerta principal se desintegraron gracias a una fuerte explosión; pero no era una explosión normal, era agua. Cantidades impresionantes de agua entraron al castillo ahora por la puerta, no ventanas, y lo recorrieron como si en lugar de agua fueran serpientes de viento. El agua flotaba a mi alrededor, extinguiendo el fuego al contacto.

Apreté aún más fuerte a Ana contra mi pecho, temerosa de que si la liberaba saliera corriendo ante tan extraña situación.

Me acerqué a Andrew, con el miedo atorado en mi garganta y mi corazón más acelerado que nunca, y lo moví del hombro a la espera de una reacción por su parte. No se movía, no hacía el mínimo esfuerzo para incorporarse.

Fue ahí, al ver a ese idiota tumbado en el suelo sin señales de lucidez, que me solté a llorar. No sabía por qué lloraba, después de todo él aún respiraba, débil, pero respiraba. Seguí llorando, sin importarme que eso pusiera nerviosa a Ana. Hasta que por fin él abrió levemente los ojos. De no ser porque una pequeña niña me abrazaba, me habría lanzado sobre Andrew, aliviada de que al menos abriera los ojos.

—Andrew... —mascullé, tratando de encontrar mi propia voz en medio de la preocupación que sentía—. ¿Por qué hiciste eso? ¿Acaso eres idiota? Pudiste haber muerto por protegerme.

Él me observó con ojos vacíos, sin luz, como si no sintiera nada. No frunció el ceño, no dijo algo sarcástico para ponerme de los nervios, solo me miró como si la situación le fuera completamente ajena.

—No quiero... perder a nadie más —farfulló, pero no parecía muy seguro de lo que decía.

Después, volvió a cerrar los ojos, preso del cansancio y el dolor.

—¡Andrew! —grité con histeria, parecía una loca repitiendo el nombre de Andrew, pero lo cierto era que no sabía qué demonios hacer— ¡Andrew, despierta!

El agua se había detenido y con ella el fuego. Todo era negro carbón, todo estaba incinerado, todo estaba destruido; solo había espacio para madera quemada, hollín, y la peste a azufre característica de los huecos que provocaron el incendio.

Estaba tan sumida en mi locura, en mi histeria, que no me percaté de las presencias de los chicos hasta que estuvieron a unos pasos de mí. Los miré, con suplica y miedo por Andrew. Ellos, a su vez, intercambiaron una mirada de sorpresa y preocupación. Evan se acercó a Andrew, y lo inspeccionó, mientras que Daymon me recorrió con la mirada, en busca de alguna herida.

—Estoy bien —murmuré con voz apagada—. La niña también lo está. Pero Andrew...

Daymon sonrió, no era su típica sonrisa, esta era más empática y amable; luego se volvió hacia Evan.

—Vamos, Daymon —dijo Evan—, ayúdame con Andrew.

—Llevaré a Ana con su familia —dije en voz baja.

Ellos se agacharon y uniendo fuerzas levantaron a Andrew de los brazos. Los tres salieron por la puerta principal, ahora libre de obstáculos. Segundos más tarde, cuando ya me creí lo suficientemente recuperada para moverme, bajé a Ana y la insté a caminar hacia la salida.

—¡Ana! 

La expresión de la madre de Ana al ver a su hija viva fue increíble. Abrió los ojos de par en par, demostrando toda la preocupación y locura que conllevaba el desconocimiento del estado de su pequeña. Estiró los brazos para recibir a Ana y su esposo imitó la acción.

—¡Mamá! ¡Papá! —Ana se liberó de mi agarre, e ignorando por completo mi existencia, corrió hacia sus padres.

Ambos padres, al recibir a su hija, la rodearon con sus brazos, sumiéndose los tres en un prolongado abrazo de reencuentro. Lloraron de alegría, de miedo, y de alivio, podía sentirlo.

Sonreí y examiné mi alrededor para inspeccionar los daños causados por el incendio. Visualicé a los empleados, entre ellos a Becca, ayudando a los pocos clientes que se encontraban cerca del lugar, la mayoría de las personas estaban en las ambulancias que llegaron mientras yo aún estaba adentro.

El sonido de las sirenas, tanto de los bomberos como las ambulancias y los policías, inundaban el lugar que alguna vez fue patrimonio cultural. Ya no quedaba nada, solo cimientos carbonizados, hollín, y el perdurable olor del azufre. Por suerte ya no estaba lloviendo, pero aun así el frio era abrumador.

A pesar de que el incendio había terminado, y las bajas fueron pocas considerando el número total de personas en el lugar, mi corazón seguía oprimido de preocupación debido a Andrew. Sabía que los chicos lo llevaron al camper, junto con Cailye, mientras Sara se encargaba de disfrazar la causa de que el incendio llegara a su fin. Pero el que lo supiera no menguaba mi miedo a que en verdad le pasara algo.

Fue por mi culpa que él salió herido, y no paraba de repetírmelo una y otra vez en mi mente. Sus ojos vacíos, su camisa ensangrentada. Si él no hubiera entrado a protegerme, no habría salido herido... pero al mismo tiempo, quizá yo no seguiría con vida. Andrew me salvó, de nuevo, de mi posible fin, y no sabía qué pesar al respecto.

—Gracias por salvar a mi hija. —La débil voz de la madre de Ana me sacó de mis pensamientos. Entorné mis ojos en ellos, y noté que los tres me observaban con agradecimiento, con felicidad... con esperanza—. Estamos en deuda con usted, en verdad no sé cómo pagárselo.

Y en ese momento una extraña sensación me invadió. Fue como un latido mucho más fuerte de lo normal, pero en todo mi cuerpo y no solo mi corazón, como si mi cuerpo entero palpitara; se sintió relajante y liberador, algo que me transmitió vitalidad.

—No hay de qué —respondí, aturdida—. Me alegra que hayamos podido salir de ese lugar a tiempo.

—¿Hay algo que podamos hacer por usted? —preguntó el padre—. En verdad le estamos profundamente agradecidos.

El padre de Ana la abrazó con más fuerza, como si creyera que si la soltaba se desvanecería entre sus dedos. Entonces, la sensación, el latido, ocurrió de nuevo.

—No, no, no hace falta, en serio. Me conformo con saber que Ana estará bien.

La mujer dejó que su esposo cargara a Ana, para poder acercarse a mí y tomar mis manos entre las suyas.

—Nunca olvidaré esto, estoy en deuda con usted —dijo, con los ojos brillantes de regocijo. El latido se repitió, pero esta vez más fuerte—. Si algún día necesita algo, no dude en avisarme. Y que su vida se ilumine de alegría.

Se apartó de mí, volviendo hacia su familia.

—Lo tendré en cuenta.

Ella asintió y con una mirada le indicó a su esposo que ya era hora de irse.

—Espero que tu novio se encuentre bien —dijo Ana, mirándome sobre el hombro de su padre.

Me limité a sonreírle, no tenía caso aclarar nada. Más aun cuando ese chico, a pesar de todo, había salvado la vida de las dos.

Les perdí de vista en cuanto se acercaron a una de las ambulancias, el rio de gente que corría de un lado a otro, y los medios de comunicación que ya había llegado al lugar, me obstaculizaban la vista hacia la familia.

Giré sobre mis talones, antes de que alguien se me acercara a preguntarme lo que sucedió. No quería que mis padres se enteraran de que estuve en un incendio, mucho menos que regresé a él para salvar a una niña de cinco años.

Repasé mentalmente la sensación que se apoderó de mí en esos minutos, tratando de encontrarle sentido. Nunca había sentido algo así, fue como si hubiera encontrado una parte de mí que no sabía que me faltaba.

«—Reaccionaste a su esperanza. —La voz de la cabeza hizo su aparición.»

—¿Qué? —mascullé, tomada por sorpresa—. ¿A qué te refieres? ¿Quién eres y cómo llegaste a mi cabeza?

«—La Luz de la Esperanza reacciona ante la esperanza de las personas —explicó, ignorando por completo mis otras preguntas—. Antes, cuando se creó la Luz de la Esperanza, los humanos no podían sentir esperanza. Por eso, cuando entra en contacto con la esperanza, reacciona.»

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Quién eres?

No hubo respuesta, fue como si la voz se desconectara, o simplemente se fuera.

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