18. El mensajero del infierno
The Greatest - Sia
Mi cabeza daba vueltas y vueltas, producto del alcohol en mi sistema, además de las náuseas que todavía no se iban.
Sin embargo, ese no era mi mayor problema. Estábamos fuera del camper, en el estacionamiento, a un par de horas de que Kirok desapareciera y con él las harpías. Nos quedamos un momento para revisar el lugar y descubrimos que solo era una fachada, lo que explicaría la falta de normas de seguridad. La verdadera fiesta sí se estaba celebrando en el Time Square, y allá se encontraba Milky-S Boulie celebrando junto con los demás diseñadores. Era por eso por lo que nunca llegó.
—Entremos ya —apresuró Cailye, escondida tras Evan—, me da miedo esperar a que salga.
Sí, porque en definitiva Astra daba más miedo en ese momento que las mismas harpías.
—No —negó Sara—, primero debemos acordar quién le va a explicar lo que pasó.
—Lo deducirá cuando vea nuestra ropa —comentó Andrew—, el resto se explicará solo.
—Así será peor.
—No griten —intervine, frotando el puente de mi nariz—, escucho sus voces como una bocina.
Evan y Sara intercambiaron una mirada de preocupación y me miraron con la misma expresión. Todavía los veía borrosos.
—No estamos gritando, es un efecto del alcohol —dijo Evan con calma y suavidad—. ¿Sabes cuánto tomaste? Ailyn, perdí tu cuenta en la quinta botella.
—Sin duda la más responsable —dijo Andrew con un tono irónico mientras me observaba de reojo—. Bravo, líder, nos llevaste directo a una trampa aun cuando se te dijo lo que era. Qué bueno que nada podía salir mal, ¿verdad?
Le lancé una mirada furiosa y me reprimí de pisarlo. No tenía cabeza para sus comentarios en medio de la confusión y mi dolor de cabeza.
—Como si tú no lo hubieras sabido desde el comienzo —dijo Daymon, mostrando su sonrisa divertida. Incluso en esa situación conservaba su buen humor—. Solo lo dices para fastidiarla, supiste lo que ocurría todo el tiempo.
Fruncí el ceño y abrí los ojos de repente.
—¿Que qué? —exclamé—. ¿Cómo que lo sabías?
Una cosa era suponer que era una trampa y otra muy diferente era actuar como si nada aun cuando se descubriera que era una trampa.
Andrew le lanzó una mirada significativa a Evan y a Sara, y cuando se posó en Daymon enarcó una ceja.
—Eso no importa —dijo Sara moviendo las manos en el aire. Su expresión tensa no ayudaba—. Astra va a estar furiosa.
En ese momento, la puerta del camper se abrió y una fuerza misteriosa nos obligó a entrar en él, siendo succionados por una extraña gravedad. Casi me caí cuando la fuerza nos soltó; aun no tenía equilibrio.
Astra estaba sentada en el sofá, de brazos cruzados y una postura amenazadora, alzó la mirada, ojos violetas encendidos en un color sobrenatural y una mezcla de furia. Cuando observó nuestro aspecto se levantó de un salto del mueble. Sus ojos se encendieron todavía más, las chispas de ira salían por sus poros. Retrocedí por instinto, pero mi mareo me venció y me tambaleé de un lado a otro. Sara me sostuvo con firmeza para no irme al suelo.
La mujer de blanco cabello abrió la boca en una perfecta O, y entonces el infierno ascendió a la Tierra. El camper se movió, como si estuviera temblando, y algunas decoraciones se cayeron de las paredes y los estantes. Tuve que sostenerme de la pared más cercana para no caerme, igual que Sara. No era un terremoto, era la ira de Astra.
—¡¿Me pueden explicar qué demonios pasó?! —escupió, y el movimiento bajo nuestros pies se intensificó— ¡¿Cómo se les ocurre hacerme eso?! ¡¿Cómo, maldición?!
Tragué saliva, y en vista de que nadie quiso hablar, lo hice yo. Una muy mala decisión.
—Astra... te lo puedo explicar —mascullé.
Ella entrecerró los ojos y frunció el ceño con marcada fuerza. Se me acercó, sus ojos sobre mí, y al hacerlo supe que las cosas solo irían de mal en peor.
—¿Tomaste? —inquirió, con ira, y entonces el camper se estremeció tan fuerte que Cailye se cayó—. Por Urano, Ailyn, ¡estás ebria!
—Por supuesto que no —espeté—, fueron solo un par de copas.
Pasó su mirada de ira contenida a Sara, provocando que mi amiga se encogiera en su lugar. Nadie quería enfrentar a Astra, mucho menos en ese estado, pero si esa mujer no recibía una respuesta rápida no volveríamos a ver la luz del día. Luego su atención cayó sobre Andrew, y como si fuera posible se enfureció todavía más.
—Explícamelo —le ordenó Astra a Andrew—. Tú sabias muy bien que era una trampa, igual que ustedes. —Señaló a Sara, Evan y Daymon—. ¿Cómo dejaron que llegara tan lejos?
El movimiento cesó, demostrando que Astra trataba de controlar su furia. No quitó sus ojos de Andrew. El nombrado le sostuvo la mirada sin el menor temor, como si estuviera listo para cualquier acción que la diosa pudiera tomar. Inmutable, tan serio como siempre.
—Quería saber quién estaba detrás de los boletos —explicó—. Era evidente que quien lo hizo conocía a Will lo suficiente como para encubrirlo con un evento de moda.
Lo miré con los ojos abiertos de par en par y una mirada de incredulidad en mi rostro. Por eso no se opuso a ir en primer lugar, porque sabía que algo saldría de todo eso.
—¿Y valió la pena? —cuestionó Astra. Andrew se quedó callado. La mujer suspiró y le dirigió su mirada a Evan—. Cuéntamelo todo.
Evan tomó aire y le dio a Astra todos los detalles de lo que pasó en la fiesta. Desde la aparición de las harpías hasta la de Kirok Dark.
Nuestra mentora escuchó cada palabra con atención, y al final de la anécdota lo único que hizo fue sostener su mirada cargada de enojo. Estaba furiosa, esperé que estallara como volcán al saber que siempre tuvo razón sobre la fiesta; pero en lugar de eso solo nos observó por prolongados minutos como si considerara lo que haría con nosotros. Sin embargo, y para prevenir un posible sismo que nos arrojara al suelo, me sostuve con fuerza de la mesa.
Astra me clavó la mirada que parecía querer tirarme un ladrillo y se majeó el puente de la nariz. Silencio. Se tardaba mucho en decir cualquier cosa.
—¿Estás enfada con nosotros? —indagué, como si la respuesta no fuera obvia.
Sentí su mirada como un puñal. Me pegué más a Sara.
—Me durmieron y me desobedecieron —recordó—. Fueron directo a una trampa, ¿y te atreves a preguntar si estoy enfada con ustedes?
—Lo siento —musité—, en verdad no pensé nunca que fuera una trampa. Yo... solo quería... En serio lo siento, Astra, no volverá a suceder.
—No, de eso puedes estar segura —murmuró entre dientes, y continuó en voz alta—: ¿Saben por qué los querían ahí? ¿O al menos si consiguieron lo que querían? ¿Saben algo? La mayoría de ustedes tenían muy claro que era una trampa, confío en que descubrieron algo una vez que fueron a sabiendas de eso.
Casi sonaba como si me pudiera excusar, pero sabía que no funcionaría. Ella nos dijo que era una trampa, mis amigos tenían muy claro que era una trampa. En cambio, yo solo guardaba la esperanza de recuperar... algo que ya no tenía.
—El brazalete de Ailyn brilló —dijo Evan y todas las miradas cayeron sobre mí—. Parecía energía de Ser de Luz.
—Creo que lo hizo, ya no lo recuerdo. —Froté mi cabeza, como si así pudiera sacarle el recuerdo.
Astra soltó un suspiro, ahora demostrando cansancio. Cerró los ojos un segundo y volvió a abrirlos.
—¿Sabes por qué lo hizo? —interrogó ella—. Tienes protección contra Seres de Oscuridad y yo no la puse ahí.
Negué con la cabeza.
—No, pero mañana hablaré con mi hermano, él me lo dio así que debe saber algo que ignoro.
—Bien, ahora háblenme de ese tal Kirok Dark. Creo que he escuchado su nombre en alguna parte.
Le expliqué lo poco que recordaba y Sara me ayudó a cubrir los huecos de mi historia. Al final completé la explicación diciendo: «es la persona que nos ha estado siguiendo»
—¿Estás segura? —inquirió Astra, con una ceja levantada.
—Sí, reconocería esa silueta en cualquier lugar.
Ella se mostró pensativa, sumida por completo en lo que pasaba por su cabeza.
—¿Astra? —llamó Sara— ¿Sabes algo al respecto?
La diosa parpadeó varias veces antes de prestarle atención a su pregunta.
—No, es solo que me parece raro que se hayan tomado tantas molestias por obligarlos a asistir a una fiesta falsa y no les hayan causado mayores problemas.
—Se fueron porque el brazalete de Ailyn las asustó —aportó Sara—. De lo contrario quien sabe lo que habría ocurrido.
—No se fueron por eso —añadió Andrew. Ahora estaba recostado en una pared—. Si se la hubieran querido llevar le habrían cortado la mano. Y tuvieron oportunidades para matarla.
Astra lo observó con fijeza.
—¿Entonces por qué sigue aquí? —cuestionó Evan. Su mirada era muy similar a la de Andrew—. Eran suficientes para distraernos y Ailyn no estaba en sus cinco sentidos. Dudo que encuentren una oportunidad mejor.
Astra dio unos cuantos pasos alrededor, con los ojos entrecerrados y el entrecejo fruncido.
—¿Qué piensas? —quiso saber Andrew.
—Pienso que los ataques que han sufrido hasta ahora son para medir su fuerza, y si es así los próximos medirán su debilidad.
Recordé esa noche en el parque abandonado, cuando conocí a los chicos. También ese día en la feria y más tarde en mi Suzuki. No quería indicar una relación, pero en cada una de esas ocasiones no tomé muy buenas decisiones. Igual que ahora. ¿Acaso estaban esperando un paso en falso para aparecer?
—No te entiendo —repliqué, demasiado cansada y mareada para tratar de encontrarle significado a sus palabras.
—Yo sí —confirmó Andrew, con el ceño fruncido y meditando las palabras de Astra—. No es nada bueno.
La forma en que Andrew pronunció esas palabras me heló la sangre, por muy mareada y sensible que estuviera. Un escalofrío me recorrió, como si alguna parte de mi cerebro nublado por el alcohol entendiera lo que significaba.
Y en ese momento Cailye bostezó.
—¿Podemos seguir con esta charla mañana? Realmente tengo mucho sueño. Además, estoy cansada por lo que pasó hoy —pidió.
Recordé la expresión de aquellos ojos castaños durante la batalla, como si nunca en su vida hubiera sostenido un arco o luchado contra harpías. Lo que me hizo plantearme la idea de que quizá en realidad esa hubiera sido su primera pelea contra esas cosas.
—Sé que quieren discutirlo ahora, pero tengo sueño y mi cabeza me duele —apoyé a la rubia—. Deberíamos hablar de esto en la mañana, con la energía repuesta y con nuevas ideas de lo que pasa.
—Lo dice la persona que nos metió en todo para empezar—ironizó Andrew—. Solo te sientes así por la cantidad de vino que tomaste. No sobrevivió ninguna botella gracias a ti.
Le lancé una mirada mordaz.
—Me sorprende que lo notaras, ya que estabas muy ocupado coqueteando con una harpía como para saber lo que ocurría conmigo.
Enarcó ambas cejas, como si mi comentario lo ofendiera.
—Porque yo sí sabía que algo iba mal. Tú no cuestionaste que no nos pidieran la identificación y que la atracción divina no funcionara con ustedes pero en nosotros sí. Estabas tan preocupada por conocer a esa diseñadora que omitiste todo lo demás.
Apreté las manos en puños mientras le sostenía la mirada.
—¿Y qué hiciste para solucionarlo? Porque si sabías que algo iba mal no lo mencionaste, solo seguiste como si nada.
—Lo tenía planeado, pero cuando lo iba hacer me encontré con que nuestra «líder» estaba ebria.
—¡No lo estoy!
Se enderezó y me miró de frente.
—¿Ah sí? Me vomitaste los zapatos.
Enarcó una ceja para acentuar. ¿Lo había hecho? Recordaba vomitar, pero no sobre él. Oh, por los dioses. Me sonrojé y abrí los ojos de par en par. Le lancé una mirada feroz y agaché la cabeza.
—Ya está bien —terció Evan—. Ailyn tiene razón en algo. Ahora estamos cansados y sin cabeza suficiente para pensar en lo que pasó. Así que deberíamos retomarlo mañana.
Ahora bostezó Daymon, mientras estiraba los brazos como gato desperezándose.
—¡También tengo sueño! —comunicó, con tanta energía que contradecía sus palabras.
Astra, con su mente en otro lugar, asintió sin decir nada más y se adentró al pasillo con Cailye pisándole los talones. Segundos después, los demás nos dirigimos a nuestras habitaciones.
Caminé por el pasillo hasta el baño de chicas, entré en la ducha y me quedé bajo la regadera por algunos minutos, mientras sentía el agua fría y refrescante caer por mi espala. Sentía mi cuerpo caliente, hirviendo, necesitaba algo frio.
Me dolía tremendamente la cabeza, como si me golpearan con un martillo cada cinco segundos, y los sonidos me seguían pareciendo gritos o estruendos. Viéndolo en ese momento, en perspectiva, era una tonta por haber tomado tanto licor durante una fiesta misteriosa. Durante el evento lo veía normal, incluso llegué a necesitarlo, pero quizá si no hubiera tomado tanto esas cosas no nos hubieran atacado.
Me dirigí a la cocina mientras secaba mi cabello, con la toalla colgada sobre mis hombros. Quise ir a buscar a Andrew para que me quitara con su magia el dolor de cabeza, pero como se trataba de Andrew me lo pensé dos veces. Intenté hacerlo yo misma, pero no me lo quitó por completo y a veces me mareaba. Busqué en la nevera leche, había oído en alguna parte que eso servía, y para ese momento me tomaría cualquier cosa.
Recostada en el mesón de la cocina, traté de unir los fragmentos de la noche anterior, pero gracias a la resaca recordaba muy poco. Visualicé la fiesta, el baile con Andrew, el ataque de las harpías, la misteriosa aparición de Kirok Dark, y el regaño de Astra. Sin embargo, había fragmentos de la conversación que no me eran claros todavía. Recordaba haber sentido las manos de Andrew sobre mi cara, de seguro eso me lo inventé.
Tomé mi celular para llamar a casa y hablar con mi hermano; si él comprendía algo del brazalete necesitaba saberlo, y dado que el enano aún no tenía celular solo me quedó llamar a la línea fija.
—¿Hola?
Al escuchar la voz de mi madre mi corazón me dio un vuelco. Siempre era así cuando los llamaba. Había hablado con ellos algunas veces desde que me fui, pero conforme pasaban los días esos intervalos de tiempo entre una llamada y otra eran más largos.
—Hola, mamá. Soy yo —hablé en un susurro, como si no estuviera segura de mis palabras, y no lo estaba. ¿Acaso podía saber mi estado con oír mi voz? Esperaba que no.
—Ailyn —dijo con alivio—. ¿Cómo estás, cariño? No esperaba tu llamada hoy, tienes suerte de que estuviera en casa. ¿Cómo ha ido todo en donde estas? ¿Ya llegaste a Nueva York? ¿A dónde irán ahora?
Eran las preguntas que generalmente me hacía. Cosas generales, evitaba los temas divinos tanto como pudiera. Una parte de ella seguía sin comprenderlo del todo y lo entendía.
—Estay bien, mamá. Las cosas han estado tranquilas —mentí—. ¿Y Cody? ¿Está por ahí?
—Sí, en su habitación. —Hizo una pequeña pausa—. ¿Segura de que todo está bien? Te escucho diferente.
Se me escapó una mueca.
—Sí, no te preocupes. Ahora mismo estamos en Nueva York, pero en la tarde partiremos hacia Massachusetts. Es hermoso, y escandaloso, te encantaría conocer sus reposterías.
Hubo un largo silencio.
—¿Mamá? ¿Sigues ahí?
—Ailyn, puedes contar conmigo si algo te está ocurriendo.
Ni de broma le podía decir lo que en verdad estaba ocurriendo, ella y mi padre apenas sí procesaban lo de mi verdadera naturaleza como para meterle más verduras a la sopa. No quería que se preocuparan por mí a miles de kilómetros de distancia. Por lo pronto agradecía que se mantuvieran al margen, algo menos de lo qué preocuparme.
—No pasa nada, mamá —aseguré—. ¿Puedes pasarme a Cody? Necesito hablar con él de algo que vi.
—Bien —accedió—, lo llamaré enseguida. Y por favor, cariño, cuídate mucho.
—Sí, mamá. Gracias por todo.
La luz del día que ingresaba por la ventana se reflectaba en la cocina, dándole a la misma luz más intensidad. Le di la espalda a la ventana, esa luz también me molestaba.
Cody tomó la línea enseguida, de seguro ya estaba ahí, al lado de mamá.
—Creí que me llamarías anoche —confesó él, casi en regaño.
Solté una exhalación. Había olvidado que desde que descubrí lo de su videncia se había vuelto más socarrón e insoportable.
—Cody, no me vengas con tus cuentos sobre el futuro, videncia, y todas esas cosas que no entiendo. Te llamo para preguntarte lo del brazalete.
—¿Qué tiene el brazalete? —Se hizo el inocente.
—Cody, no tengo cabeza para tus juegos, solo responde.
—¿Qué se siente tener resaca?
—¡Cody!
Casi aventé mi celular contra la ventana abierta de la cocina.
—Bien, aburrida. —Casi pude verlo rodando los ojos—. Es un brazalete normal, la única diferencia con tu joyería barata es que está ungido en energía de luz. La esencia de un Ser de Luz. Repele y contrarresta a los Seres de Oscuridad si llegan a tocarlo. Es protección, Ailyn, contra lo que sea que Hades mande por ti.
Solté una larga exhalación. Mi cabeza volvió a doler y tuve que recostarme más al mesón. Me estaba empezando a molestar que todos siempre estuvieran un paso por delante de mí.
—Me lo pudiste haber dicho desde el principio —repliqué.
—Así no tiene gracia.
—¡No se supone que la tenga! —chillé—. ¿Dónde lo conseguiste? Estoy muy segura de que no lo venden en el centro comercial
—Te sorprendería lo que venden en un centro comercial. No te diré de dónde lo saqué ni de quién es la energía de luz que lo protege. Confidencialidad.
Cerré los ojos con fuerza y volví a abrirlos. Su secretismo me preocupaba más de lo que llegaría a admitir, más porque sabía que no había nada que pudiera hacer para sacarle la información.
—¿Te has escuchado alguna vez? Espero que no estés metido en nada raro. No sé qué clase de deidades ronden la tierra ni lo que sean capaz de hacerte. Por lo que más quieras, mantente al margen de esto.
—Hago lo que puedo —objetó con cierto tono impaciente, diría que incluso molesto.—. Debería ser suficiente para ti.
Bajé la cabeza, derrotada. ¿En qué momento empecé a perder las discusiones contra él? No. ¿En algún momento gané alguna?
—Entonces trata con más ganas de alejarte de esto. —Hice una pausa, él no dijo nada más—. Cuida a mamá y papá.
—Espera.
—¿Qué?
—Escucha con cuidado a tu alrededor. Escucha lo que dice tu corazón. Que te equivoques una vez no significa que siempre será así.
—¿A qué viene eso?
Colgó. Me aparté el celular del oído, y contemplé la pantalla, molesta e incrédula. ¡No soportaba que él hiciera eso! Lo prefería cuando no conocía su verdadera naturaleza. Quería que volviera esa época en la que discutíamos hasta por el desayuno, donde desconocíamos la magia, o al menos yo lo hacía.
Pero eso parecía muy lejos de mi realidad en ese momento.
Escuché el sonido del televisor en la sala mientras caminaba por el pasillo. Me encontré a Cailye sentada al sofá, con el cabello de nuevo recogido en dos coletas y con las piernas cruzadas. En las piernas tenía un gran tazón de palomitas de maíz.
Su risa se escuchaba por todo el camper mientras veía en la televisión «Danny Phantom». En cuanto notó mi presencia dejó de reírse para prestarme atención.
—Buenas tardes, Ailyn. —Acompañó sus palabras con una tierna sonrisa.
—¿Tardes? —repetí, abriendo los ojos de impresión.
Desvié la mirada hacia el reloj de pared, y comprobé que ella tenía razón, se pasaban de las dos de la tarde.
—Al parecer dormiste bien. Yo diría que demasiado —comentó con gracia.
—Oh, dioses. No me di cuenta de la hora, estaba muy cansada por lo de anoche.
—Ya lo creo. —Hizo un gesto con la mano para que me sentara al sofá—. Ven, siéntate, es la mejor parte.
Le hice caso y me acerqué a ella para compartir sofá, mientras le echaba una rápida mirada a la serie animada que tanto la tenía enganchada.
—Por cierto, ¿cómo te sientes? —preguntó.
Sus enormes ojos me dedicaban miradas fugaces, atentos a mi reacción, pero más preocupados por la televisión. Parpadeé un par de veces.
—Por la resaca, bien, más o menos, me duele la cabeza todavía, pero creo que pronto se pasará. Y por lo demás, igual que tú, supongo.
—Sí... trato de no pensar en lo que pasó anoche.
—Esto no es lo tuyo, ¿verdad? —inquirí, ganándome una mirada confundida de su parte.
—¿Qué cosa?
Se llevó a la boca una manotada de palomitas.
—Esto. Es demasiado a pesar del tiempo que llevas en esto.
Juntó sus cejas. Parecía confundida.
—No es difícil de entender, es solo una serie que narra la vida de un joven con ADN de fantasma que lucha contra el mal. Es mejor que ver Los Simpson, eso me traumó de niña.
Ahora yo junté las cejas y parpadeé varias veces al entender que ella creía que estaba hablando de la serie de televisión.
—No, me refiero a... —Dejé salir un suspiro—. Anoche parecía que no supieras sostener un arco, y tu puntería no era la de siempre, ¿alguna vez has peleado contra monstruos? También de cómo tratas de evitar conversaciones serias.
Bajó la palomita de maíz con desánimo y la dejó de nuevo en el tazón.
—¿Lo notaste? —masculló.
Asentí.
—Todos lo notamos. ¿Por qué lo haces? Antes creía que era sin querer, pero veo que no es así.
—No soporto ese tipo de conversaciones serias, siento que es como si ya todo estuviera perdido. Cuando empiezan a hablar de esa forma me da miedo. No estoy preparada para esto, tal vez nunca lo esté. Es mucha presión para mí. Yo... yo ni siquiera quería venir, lo hice por mi hermano, pero no me gusta ser una Diosa Guardián.
Me recosté, hundiéndome en el sofá y me estiré como gato. Noté que evadió mi pregunta anterior, pero no quise repetirla. Eso de evitar ciertas preguntas era algo que comenzaba a ver característico en ese par de hermanos.
—¿Sabes? Si no fuera por ti tal vez el ambiente siempre sería de esa forma. Tú logras cambiarlo, iluminas la casa de cierta forma. Cada uno cumple una función esencial en el equipo, y la tuya es esa: iluminar nuestra oscuridad. No te culpo por tener miedo, créeme eso es lo único que he sentido desde que todo empezó. Yo tampoco quise unirme a la misión en un principio, es más, cuando cambié de opinión tuve que usar la bicicleta de mi hermano para alcanzarlos.
Me miró de hito en hito.
—¿Por qué cambiaste de opinión?
¿Por qué cambié de opinión? A veces no estaba segura de haberlo hecho, a veces quería regresar a casa y olvidarme de todo. Pero cuando lo consideraba mi cabeza volvía a esa tarde con mamá, cuando me dijo que debía seguir lo que yo creía correcto. Recordar que salí corriendo, desesperada, y el alivio que sentí cuando alcancé a mis amigos era lo que me mantenía con ellos.
Si bien yo no elegí ser una diosa, sí elegí ir tras mis amigos.
Sonreí con calidez y posé toda mi atención en ella.
—Porque aprendí que el miedo no puede ser una excusa para no hacer lo correcto. Siento miedo, estoy completamente aterrada, igual que todos, igual que tú, pero aunque no lo quiera aceptar sé que es lo mejor. Todavía trabajo en permanecer aquí y no regresar corriendo a la seguridad de mi casa; es difícil seguir a pesar de lo que ocurre.
—Lo es y mucho —concordó y su mirada se entristeció. Sonrió con pesar, volviendo su mirada al frente—. A veces me gusta cerrar los ojos e imaginar una vida normal. Si yo hubiera ido a la escuela como cualquier otra persona, como si hubiera crecido con mis padres como cualquier otra niña. Si fuéramos normales, mis padres...
Su voz se quebró y noté su esfuerzo para retener las lágrimas. De esa forma se veía más vulnerable, inocente, y pequeña.
—No tienes que...
—Murieron en un incendio —soltó de repente, como si nunca en su vida lo hubiera dicho en voz alta. Se estremeció, abrió mucho los ojos—. Fue un accidente, todos lo sabemos. Pero aun así...
Puse mi mano sobre su hombro, ella cerró la boca. Quería saber qué había ocurrido con sus padres y mientras más pasaba el tiempo más quería saberlo. Pero tenía mis límites, y aprovecharme de la vulnerabilidad de Cailye no era una opción, así que permanecí con la boca cerrada. Ella estaba al borde de soltarse en llanto.
Un incendio, un accidente. Entonces, ¿por qué Andrew actuaba como si hubiera sido su culpa? Una pista más, de a poco.
—¿Dónde están los demás? —quise saber, en parte para cambiar de tema y en parte porque no me percaté antes de que no había nadie más en el camper.
Sorbió, y de nuevo posó su atención en mí. Tenía los ojos vidriosos, se estrujaba las manos entre sí como si así pudiera conservar sus sentimientos adentro.
—Astra y Sara salieron temprano, dijeron que había algo que tenían que hacer antes de irnos. Y los chicos se fueron hace poco al apartamento de Daymon a ayudarlo a empacar.
Jugó con las palomitas de maíz hasta que se llevó otro poco a la boca, ignorando la conversación de antes.
—Ya veo. —Al menos no tendríamos que hablar todavía de la noche anterior. Bien, porque mis recuerdos parecían un queso—. ¿Cuándo volverán?
—En la tarde, creo. No lo especificaron, solo dijeron que te vigilara.
Fruncí el ceño.
—¿Qué? No soy una niña de tres años, no veo por qué me tendrías que vigilar.
Ella se encogió de hombros.
—Mi hermano me lo pidió, dijo que cuando despertaras te ibas a sentir mal, por el vino, y que si algo ocurría era mejor que no estuvieras sola.
Andrew... siendo Andrew. Aun cuando había más personas a nuestro alrededor y no tenía que trasnochar para cuidarme, él seguía pendiente. Entendía el motivo, mi muerte sería un gran problema, pero el que se lo tomara tan enserio me confundía respecto a su actitud conmigo.
Y, aun así, con todo y lo molesto, le agradecía no dejarme sola, mucho más después de esa horrible noche llena de harpías. Me sentía segura con alguien más cerca, aunque ese alguien fuera una chica más miedosa que yo.
—Nadie nos va a atacar —aseguré con más confianza de la que sentía.
Dudaba mucho de que los enviados de Hades fueras detrás de mí un día después de nuestro encuentro. Andrew tenía razón, si hubieran querido llevarme o matarme lo hubieran hecho anoche.
—No es porque alguien nos ataque —explicó—, es por lo que tú llegues a hacer.
Abrí los ojos de par en par y la miré con los labios entreabiertos.
—¿A qué te refieres con eso?
—Mi hermano dijo que dado tu... ¿historial?, podrías llegar a cometer... no pienso repetirlo con exactitud como lo dijo, pero básicamente me recomendó que no te quitara el ojo de encima. Él cree que puedes...
—Hacer una estupidez —concreté, de mala gana al imaginarme el dialogo de Andrew y las razones que tenía para decirle algo así a su hermana—. Ya entendí.
Ella asintió despacio, notando mi gesto y mi mueca. Ella no sabía que tenía antecedentes de salir corriendo, que Andrew odiaba cuando lo hacía y que posiblemente a pesar de su compañía lo haría. Si lo hacía a pesar de la compañía de Andrew, ahora de su hermana...
Pero no tenía ninguna intención de demostrar los comentarios crudos de Andrew.
—Sí, pero yo sé que no siempre actúas por impulso.
Sonrió con alegría, llena de fe y confianza en mí.
Desvié mi atención a la serie animada, sin ánimos de añadir nada. De todas formas, no tenía nada más que hacer, por lo que acompañar a Cailye sonaba bien. Llevé mi mano al tazón de palomitas y tomé varias de ellas.
Cailye se quedó dormida en el tercer capítulo de «Danny Phantom» que vi con ella. Cuando noté que roncaba intenté cambiar el canal, pero la historia me atrapó, así que decidí terminar al menos esa temporada.
Me sorprendía el calor que hacía considerando que era otoño, la brisa era fresca y la tarde estaba tan tranquila y silenciosa que era como si todo el lio de la noche anterior hubiera sido un mal sueño.
Hasta que de repente un cosquilleo recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Una corriente eléctrica y paralizante, de nervio a nervio. En la mira, así se sentía. Tenía la sensación de que alguien me observaba con una mirada incluso más pesada que la de Andrew.
Algo estrujó mi pecho con fuerza, incluso dolió. Me sentí ansiosa, temerosa, pero en especial furiosa. La ira nacía dentro de mí como si cerca estuviera la razón. Me abracé los antebrazos, como si con eso pudiera escapar de todos esos sentimientos.
Percibí sobras a mi alrededor, como si de repente los rayos de sol se hubieran visto eclipsados. Frio, un viento gélido. El terror se me atascó en la garganta, mi cuerpo me decía que algo andaba mal, que algo iba a ocurrir. Mi piel se erizó por una nueva brisa fría, el mismo viento parecía susurrar una advertencia.
La brisa que ingresaba por las ventanas movía las cortinas, pero todo a mí alrededor parecía ir más despacio, en cámara lenta, como si el mundo se estuviera deteniendo a mi alrededor y solo existiera lugar para esa sensación que crecía a cada segundo.
Me levanté del sofá con cuidado de no despertar a Cailye, quien apoyaba su cabeza en mi hombro y babeaba como una niña, y caminé de puntillas hacia la puerta. A cada paso la sensación crecía, se volvía más pesada, el ambiente lo sentía más oscuro.
Mi mano tembló cuando la puse sobre la perilla.
Una fuerte ventisca del otro lado de la puerta principal me obligó a cubrir mi rostro. Salí a duras penas del camper y cuando ya estaba unos cuantos metros lejos de él, el viento se detuvo de golpe. Nada, total quietud.
Observé la gran cantidad de árboles a un lado del estacionamiento, de uno a otro rápidamente, observando solo manchas verdes y cafés. Giré sobre mi propio eje en busca de eso anormal que no debería estar ahí. Mi corazón me gritaba dentro de mi pecho, igual de conmocionado que yo, y mis piernas me suplicaban regresar al camper.
Pero no me devolví. Debía encontrar esa fuente, debía sacarme de mi pecho ese miedo, esa tristeza y esa ira.
Algo captó mi atención entre los árboles.
Me detuve de golpe, con los ojos fijos sobre la arboleda, hasta que vi una silueta oscura tras uno de los árboles. Alta, masculina. Abrí los ojos de par en par, mi corazón golpeó con fuerza una sola vez.
Intenté retroceder, pero mis pies se anclaron al suelo.
—¿Quién está ahí? —grité, armada de un valor que no tenía, con la voz temblorosa—. M-Muéstrate.
El viento volvió a golpearme con fiereza, frio. Me cubrí el rostro otra vez y cuando bajé los brazos esa persona estaba justo frente a mí. Tan solo apareció.
Ahogué un grito, sentí mucho más frio. El corazón se me cayó a los pies en cuanto un par de ojos rojos cayeron sobre mí. Pesada, oscura, amenazante. Una presencia demasiado grande e imponente como para ignorarla.
Un hombre que parecía joven. Ojos color carmesí y una mirada intensa, intuitiva, como si pudiera ver algo que nadie más podía. Una sonrisa acompañaba su expresión picara y perversa. Su altura era intimidante, sus músculos lo hacían ver amenazante. Me miraba desde arriba, con una atención que congeló todos mis nervios. Cabello negro, igual que su presencia, parecía que a su alrededor hasta la naturaleza misma guardara silencio.
Había algo en la forma en la que se paraba, en su sonrisa y en su mirada que lo hacían ver seductor de una forma maliciosa, casi siniestra.
—Ha pasado mucho tiempo. —Su voz caló en lo más profundo de mi cabeza, grave, tosca, y al mismo tiempo se deslizaba entre cada letra. Como un ronroneo, como si fuera un afrodisiaco y lo supiera perfectamente.
Lo observé, con el corazón en pausa, sin aliento para dejar salir siquiera un suspiro. Me aterraba, sentía que aprisionaba mis sentidos con tan solo mirarme, y aun así me resultaba tan hermoso como cualquier rosa. Su piel era perfecta, un tolo oliváceo que combinaba con su mirada intensa; su barbilla firme y perfilada, incluso sus cejas oscuras.
Intenté moverme, huir, alejarme de él, pero mis piernas no respondían a mis órdenes. Literalmente estaba inmóvil, presa en mi propio cuerpo.
Él se acercó más a mí, provocándome un pequeño infarto, hasta que su respiración acarició mi frente. Cálida, cosquilleante, tentativa.
Incluso las células de mi cuerpo se estremecieron ante su intensa mirada. Recorrió mi rostro, luego mi clavícula, el pecho, y así poco a poco hasta llegar a mis piernas. Se tomó su tiempo, puse sentir su mirada en mi piel, como si estuviera desnuda. Me sentía vulnerable, prisionera, como un pequeño insecto para él.
Sonrió, mostrando sus dientes, y enarcó una ceja con un interés repugnante. Y ahí fue cuando reconocí su amenazante figura.
—Kirok... Dark —balbuceé en voz baja.
Quise hacerme un ovillo, o echar a correr, pero la presencia de Kirok aprisionaba la mía como un animal, como si mi voluntad se desvaneciera ante él.
—Me da gusto saber que recuerdas mi nombre —comentó, posando sus rojos ojos en los míos.
—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? —mascullé, e intenté que mi voz no sonara tan frágil y temblorosa como creí que lo hacía, como definitivamente me sentía.
Medio sonrió, una sonrisa burlona, y se inclinó hacia mí para que nuestros rostros quedaran alineados. Su nariz frente a la mía, sus ojos rojos sobre los míos.
Tomé aire, o eso intenté.
—¿Sabes? Es muy difícil estar a solas contigo sin la interrupción de tus amiguitos dioses. Parecen tus guardaespaldas.
Un destello de plata en su cuello me llamó la atención, se deslizó por su pecho como si lo acariciara. Él inclinó la cabeza, sus ojos sin siquiera parpadear, y, de entre su ropa, sacó un collar-arma. Era una pequeña Oz, que se expandió en medio de un rojo resplandor. Golpeó el suelo con la punta posterior del arma, emitiendo un sonido metálico. Quería observar mi reacción, casi parecía que si me miraba con la suficiente fijeza podría leer mi mente.
—Tú eres el que nos ha estado siguiendo, ¿verdad? —inquirí con inseguridad.
Me observó con diversión y picardía, casi como si no pudiera contenerse, después tomó mi barbilla y la alzó en un movimiento brusco. Me vi obligada a conectar nuestras miradas y observar fijamente esos rojos ojos más de cerca.
—Te conozco desde hace mucho tiempo —confesó mientras la yema de sus dedos recorría mi mandíbula suavemente. Su tacto era provocativo, hacía reaccionar a mi piel de una manera muy intensa—. Deberías saber cómo reconocerme incluso entre las sombras.
Intenté tragar saliva, algo, pero ni siquiera eso pude conseguir.
—No te conozco.
—Claro que sí, pero no lo recuerdas.
Sus dedos llegaron a mi cuello y lo rodearon. Por un momento pensé que trataría de ahorcarme, pero en lugar de eso se inclinó y aspiró el aroma de mi cabello.
Su aliento era caliente, contra mi piel me quemaba. Mi estomago se removió ante el gesto. Olía a nueces, algo inusual pero agradable de alguna manera. El odio en mi pecho se hizo más grande, la furia bailaba bajo mis músculos. Cada toque, cada mirada, avivaba el miedo pero en especial el rencor.
—Has cambiado mucho desde entonces. Admito que —Se apartó de mí— ahora eres más dócil y hermosa, y que no recuerdes tu pasado es una gran ventaja. ¿Aún te gustan las flores de loto?
Entonces, la sensación de temor fue reemplazada por melancolía, hasta llegar al desprecio. Le lancé una mirada asesina, pero no provenía de mí, era como si alguien más lo odiara a través de mis ojos.
«—No confíes en él —advirtió la voz de mi cabeza, esa que llevaba tiempo sin oír.»
—¿Por qué nos has seguido por medio país? Y lo de la fiesta, ¿con qué propósito fue?
Acercó su Oz a mi cuello, como un amenazante cuchillo por el lado derecho. Me tensé, mi corazón volvió a golpearme con fuerza. No podía moverme, ni aunque lo deseara, así que no era una amenaza para él. Me miró a los ojos, con una pícara y amplia sonrisa adornando su rostro.
—Haces demasiadas preguntas —dijo—, y no tengo ganas de responderlas. Solo vine a verte de cerca, anoche no tuve el privilegio de poder acercarme a ti. Quería ver qué tanto has cambiado, pero veo que tan solo eres una chica común y corriente con la maldición de poseer dones divinos.
—¿Maldición?
Sus ojos se encendieron en un brillo rojo muy tenue, la nueva penumbra de un atardecer nubado oscureció su rostro.
—No lograrán lo ganarle a Hades, es una causa perdida, lo sé. Unos cuantos humanos con energía divina no son rivales para el rey del Inframundo, pero quizá cuando tus amiguitos mueran pueda negociar tu vida. Será divertido tener a Atenea devuelta, una solo para mí.
Acercó su mano derecha a mi mejilla, recorriendo mi piel con su palma. Me atrajo a él, cada vez más y más cerca de sus labios. Intenté ordenarle a mi cuerpo que lo evadiera, pero era totalmente inútil luchar contra lo que fuera que impedía mi movilidad. Mi estomago se contrajo, mi rostro se tensó, mi piel pedía lanzarlo lejos. Estaba a pocos centímetros de mis labios...
—¡Ailyn! —gritó Cailye.
Mi corazón se movió de alegría.
Tal vez por la sorpresa, o fue planeado de antemano, el arma se movió, hundiéndose en mi carne. Solté una exclamación ante el ardor, Kirok retiró la Oz con rapidez en cuanto lo notó. No fue una herida profunda o de gran tamaño, pero sí lo suficiente para provocar un pequeño sangrado.
Me percaté de la mirada de horror de Cailye cuando salió del camper, pero mantuve mi total atención en las acciones de Kirok, con el corazón galopando con fuerza y mi cabeza dando muchas vueltas.
Sus hipnotizantes ojos pasaron de los míos a mi amiga, a quien observó con insignificancia, y posteriormente a la herida en mi cuello. Su sonrisa de esfumó, y se acercó a mi cuello lo suficiente para depositar una suave caricia con sus labios sobre el corte.
Dejé de respirar cuando sentí su beso en mi piel. Algo dentro de mí peleaba con toda su fuerza para salir y empujarlo, para golpearlo y lastimarlo.
—Siempre interrumpen en la mejor parte —susurró en mi oído, despacio y sensual.
Percibí el destello aguamarina del Arma Divina de Cailye, casi pude ver sus flechas apuntándole. Pero Kirok apenas sí reaccionó. Su atención estaba sobre mí, absolutamente sobre mí.
—Nos veremos pronto, Luz. —Fue lo último que él dijo entes de desparecer en medio de una ráfaga de viento oscuro.
Dos segundos después de que se fue recuperé el control de mi cuerpo. Mis piernas fallaron, llevándome al suelo. Y solo cuando toqué el piso pude volver a respirar. La ansiedad golpeaba mi pecho, me seguía sintiendo pequeña e insignificante. Mis manos aun no dejaban de temblar.
Cailye bajó el arco y la flecha que sostenía se desvaneció al instante, luego el arco volvió a su tamaño compacto. Los grandes ojos castaños de Cailye repasaron mi cuerpo, hasta que se detuvo en mi herida. Le devolví la mirada, consternada, más bien aterrada por lo sucedido. Se arrodilló frente a mí.
—¿Estás bien? —interrogó, su voz con un débil susurro— ¿Quién era ese? ¿Qué quería? ¿Por qué te lastimó?
Sus brazos no sabían qué hacer, se veía desesperada. Se llevó las manos a la boca, sus ojos bien abiertos. Daba saltitos de ansiedad.
—Una pregunta a la vez, ¿quieres?
—Lo siento. Yo... —Sacudió su cabecita—. Hay que curarte antes de que lleguen los demás.
—¿Kirok Dark? ¿Qué hacía aquí? —preguntó cuando terminé de contarle lo sucedido.
—No lo sé —admití.
No quise preguntar cómo era que ella sabía de primeros auxilios, ya que una persona no podía tomar tantos cursos siendo tan joven. Cailye, con gran habilidad, estaba limpiando y cubriendo mi pequeña herida para que no se infectara.
—¿Por qué no lo curas con magia? —sugerí.
—Las heridas provocadas por un Arma Divina no se pueden curar con magia. Y eso era una Arma Divina. No entiendo cómo tiene una pero esa energía le pertenece.
—¿En verdad?
Ella asintió.
—Antes, eran capaces de matar dioses. Se usaron mucho durante la Titanomaquia. Solo Hefesto es capaz de hacerlas, nadie fuera del Olimpo debería tener una.
Di un pequeño brinco cuando terminó de limpiarme. La similitud entre el tacto de Cailye y Andrew era impresionante, por muy hermanos que fueran, su temperatura me seguía pareciendo un misterio. Manos frías, siempre.
—¿Qué genera su cambio de temperatura? —solté.
Cailye dejó de esparcir la gasa y me regaló una mirada confundida.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, pues... de su temperatura. Andrew es te tacto frio, a pesar de la calefacción, y tú no estás lejos de esa característica.
Su mirada se dulcificó y sonrió con inocencia.
—Somos las deidades que representan el día y la noche, no precisamente nuestras personalidades son como el sol o la luna. Como la noche: misterio, oscuridad, sinceridad, soledad. Como el día: alegría, luz, energía, resplandor. Hay otras que ahora no recuerdo. —Hizo un ademán con la mano libre, restándole importancia a los adjetivos—. El punto es, que al ser tan sensibles tanto espiritual como mentalmente, nuestro estado interior se refleja en el exterior. De ahí el cambio de temperatura corporal.
—¿Es así de frio por lo de sus...? —empecé, uniendo los cabos.
—Nos han pasado muchas cosas —contestó, concentrada en su labor—. Yo sé cómo controlarlo, mi hermano... no piensa en ese aspecto de su naturaleza.
—Son suaves —comenté mientras la observaba poner un trozo de espadrapo en mi cuello—. Tus manos, igual que las de Andrew. Parecen pétalos de flores.
Me miró de reojo, sonriendo.
—Listo —exclamó con satisfacción—, para ser la primera curación no salió tan mal.
—Espera, ¿fue la primera? Creí que sabías de primeros auxilios.
—Por supuesto que no, no soy una súper heroína, hay cosas que no sé hacer. Me guie de lo que encontré en el botiquín.
Cerró el maletín de primeros auxilios. El sonido de la cremallera se mezcló con el sonido de la puerta al abrirse, provocando que tanto Cailye como yo nos quedarnos estáticas. Todavía no pensábamos en lo que les íbamos a decir a nuestros compañeros.
Nuestros amigos entraron al camper, Evan y Daymon se reían, mientras los demás se veían un poco más serios.
Cuando notaron la escena todos se quedaron callados. Evité por completo la mirada de loca de Sara cuando se percató de mi curación; en cambio desvié mi atención hacia las intenciones de Evan de hablar, pero él no llegó a emitir sonido alguno.
Andrew atravesó la estancia hasta llegar a mí, en grandes zancadas, y con el entrecejo fruncido. Su mirada se veía más oscura de lo habitual, sus músculos más tensos. Había un tinte de confusión en sus ojos que yo ya había visto antes, cuando salí corriendo en el parque de la feria.
Cailye lo observó a la espera de algún tipo de regaño, pero él solo la miró de soslayo. Me tomó del cuello con rapidez, el tacto de sus dedos en contraste con la sensación que me dejó Kirok fue demasiado abrupta. Los dedos de Andrew eran fríos, grandes, no me tocaban con el mismo objetivo que Kirok.
—¡Auch! Duele, ¿sabes? —exclamé.
Pasó de mi cuello a mis ojos y su sola mirada me hizo sentir como una niña tonta. Esperé que hablara, que gritara, o que me regañara, pero se quedó callado, observándome como si así atravesara mi alma.
—¿Qué paso aquí? —indagó Astra.
Su mirada era seria, pero chispeante al mismo tiempo. Estaba enojada, pero hacía un esfuerzo por no explotar, otra vez.
Me volví hacia Cailye, en busca de apoyo para narrar lo sucedido, pero cuando lo hice me di cuenta de que ella se echó a la fuga con el botiquín en brazos. Todos los presentes me miraron, Sara se me acercó para revisar la herida y me lanzó una mirada cargada de alarma.
En medio de un suspiro, y consiente de la palidez del rostro de Sara tanto como de la falta de sonrisa de Daymon, los puse al tanto de la aparición de Kirok en el estacionamiento.
—Se supone que debías cuidarla —espetó Andrew hacia su hermana, quien había llegado del baño y estaba a su lado.
Ella retrocedió, avergonzada por el regaño de su hermano. Conocía bien la sensación que provocaba las miradas de Andrew cuando estaba enojado, pero no tenía por qué desquitarse con quien no tuvo la culpa.
—Lo siento... me quedé dormida —excusó Cailye desviando la mirada al suelo y con las mejillas encendidas.
—¿Por qué siempre piensas que necesito guardaespaldas? —exclamé, parándome de la silla.
Sara intentó detenerme. No le hice caso.
El chico frente a mí entrecerró los ojos, se cruzó de brazos y me plantó cara.
—Porque cuando estás sola ocurren estas cosas. —Señaló mi cuello.
Fruncí el ceño y rodé los ojos.
—No fue su culpa, yo fui la que salió sin que se diera cuenta.
Sara se golpeó la frente con la palma de la mano, luego sus ojos se posaron en mí, con una mirada de desesperación y suplica.
—Te he dicho millones de veces que no salgas corriendo sin decir nada —recordó ella—, siempre te encuentras con problemas.
—Estoy muy seguro de que yo también te lo he dicho —añadió Andrew.
Solté un bufido.
—Lo sé, lo siento —mascullé.
—Lo importante es que estás bien —aportó Daymon sonriendo de nuevo—. No pasó nada grave.
—¿Notaste algo? ¿Qué te dijo? —quiso saber Evan—. ¿Algo que nos ayude a saber lo que trama?
Él se veía más serio que de costumbre.
Negué con la cabeza.
—Evadió todas mis preguntas. Parecía un demo...
Me interrumpí de golpe al percibir otra vez la presencia de Kirok: esa opresión y ese miedo, esa furia. Era enigmática y me generaba una parálisis sorprendente. Podía moverme, pero de alguna forma era como si su abrumadora presencia me arrebatara el aire de mis pulmones.
—¿Qué pasa, Ailyn? —preguntó Cailye.
Intenté responder, pero no sabía muy bien cómo describir la sensación que Kirok me provocaba. Andrew estudió mi rostro, frunció aún más el ceño, como si supiera lo que pasaba.
—Está aquí, ¿verdad? —inquirió.
Posé mi mirada en él, incapaz de pronunciar palabra... con eso fue suficiente, solo con esa mirada él obtuvo su respuesta. Se dirigió a la puerta principal y la abrió de un golpe como si la puerta tuviera la culpa de su ira.
Algo me dijo que no debía dejar que ellos se encontraran, que no terminaría nada bien. Una alarma, como si aquello ya hubiera pasado antes y supiera con exactitud cómo terminaría.
No lo pensé dos veces y salí tras él. Me percaté de que los demás estaban dispuestos a acompañarme, pero al pasar frente a Astra, ella les cortó el paso para impedirlo. Mis amigos la miraron, con interrogación, pero nuestra mentora se limitó a observar mi partida sin inmutarse. Noté sus ojos sobre mí, esa mirada severa y fiera, como un león.
La oscuridad me segó por unos milisegundos, hasta que mis ojos se acostumbraron a la escasa luz de los faroles y un pequeño brillo azul llamó mi atención. Me detuve a unos metros lejos del camper, solo para posar mis ojos en el Arma Divina de Andrew, quien observaba el bosque con una ira fría y asfixiante.
Corrí hacia él, apurada, mientras a mis oídos llegaba el eco de una risa burlona, pero suave, se deslizaba en su lengua cada sonido. No parecía provenir de ninguna parte, era como si estuviera sobre nosotros, en todas partes.
—¿Molesto? Dios del sol —se burló Kirok.
Andrew se volvió hacia mi dirección de repente, con una flecha apuntando hacia el cielo, muy por arriba de mi cabeza. La risa de Kirok volvió a dominar el lugar, y en ese momento Andrew soltó la flecha; ésta se dirigió a gran velocidad hacia el cielo y se perdió entre las estrellas.
—Mira hacia donde apuntas —dijo Kirok—, puedes hacer algo que lamentes.
—¡Andrew! —grité— ¡Detente!
Él lanzo otra flecha, esta vez hacia un árbol. Al impactar el árbol se partió en dos y cayó al suelo provocando un gran estruendo. Esperaba de todo corazón que nadie estuviera lo suficientemente cerca como para ver ni escuchar nada de lo que ocurría, o de lo contrario tendríamos problemas.
—¡Andrew! —insistí con más fuerza, pero era como si no pudiera escuchar mi voz—. ¡Andrew!
Si seguía lanzando flechas a lo loco, tarde o temprano lastimaría a alguien o provocaría un accidente mayor. Tenía que detenerlo antes de que las cosas empeoraran. Gracias al cielo no había nadie por ahí, el lugar estaba solo. ¿Cómo era posible que perdiera así la cabeza? Era Andrew, el tipo con más control que conocía.
Me acerqué más a él, lo suficiente para poder observar su expresión de cólera y rencor; su mandíbula estaba tensa, y en sus ojos tenía la palabra «muerte» gravada con fuego. La oscuridad en su mirada, la condena implícita y esa promesa fría en ellos me dejó helada.
Me detuve, paralizada. Justo en ese momento, y diferente a las miradas que había recibido antes de su parte, Andrew en verdad me dio miedo. Tenía la sensación de que sí que podría llegar a matar a su enemigo.
Sacudí la cabeza. Por mucho que no soportáramos la presencia del otro sabía que él nunca me haría daño, ni siquiera por accidente. No podía acobardarme por una simple mirada.
Tragué saliva, preparándome mentalmente para lanzarme contra él y detenerlo a la fuerza... pero en ese momento sentí la respiración de alguien sobre mi nuca, tan cercana como la respiración de la muerte susurrando maldades a mi oído. Reconocí el olor a nueces y mi cuerpo de nuevo perdió la voluntad de moverse.
Me paralicé, sin el menor control sobre mi cuerpo, y con la desesperación de correr latente en mi pecho. Como si el mundo se me cayera a los pies, así me sentí. Desprotegida, a merced de lo que sea que fuera Kirok.
Andrew se volvió hacia mí y abrió los ojos llenos de cólera en cuanto notó a Kirok a mis espaldas, tan cerca de mí que alcanzaba a percibir su calor corporal. Luz dorada salió de las grietas del suelo, y segundos después de esas mismas grietas brotaron plantas, plantas con manchas oscuras en algunas regiones. Recorrieron en suelo, se deslizaron hacia nosotros. Magia de Apolo.
El chico de ambarino cabello bajó el arco al entender que no podía dispararle a Kirok sin que me lastimara en el proceso, pero aun así sus ojos destellaban odio puro. Sus plantas también se detuvieron, varias nos rodearon, como si esperaran la mínima brecha para atacar.
Enfermedad. No me hizo falta ver de lo que eran capaces esas plantas. Naturaleza dual, tal era por eso que incluso la naturaleza, a veces, se ocultaba de Andrew.
Kirok aspiró el olor de mi cabello, con fuerza y despacio, ganándose una mirada asesina por parte de Andrew a unos metros de nosotros. Me quise apartar, pero mi esfuerzo por liberarme era inútil. Empezaba a odiar con todo mi corazón esa sensación, a temer la presencia de Kirok solo porque sabía que me podía paralizar.
—¿Qué te molesta, dios del sol? —indagó Kirok con malicia—. Si me lo dices tal vez considere dejar de hacerlo.
Acercó su rostro a mi cuello, provocándome cosquillas, y se detuvo a escasos centímetros de mi piel. Obviamente estaba desafiando a Andrew, pero no entendía cómo cuadraba yo para su propósito.
Andrew apretó más los dientes, si es que era posible, y estrujó el arco en su mano izquierda, impotente. Sus ojos no se apartaron de nosotros, pero solo tenía atención para el chico tras de mí. Las plantas serpentearon, como si reaccionaran a los deseos de su creador.
—¿Qué quieres, Kirok? —mascullé.
Él no se movió de su posición, y cuando habló pude sentir sus palabras vibrar en mi cuello.
—Divertirme un poco —contestó con picardía.
—Déjala —exigió Andrew con firmeza.
Sentí la sonrisa de Kirok sin necesidad de verlo, una que desbordaba arrogancia y perversión, dando a entender que tenía la situación bajo control.
—Vaya, veo que tú tampoco conservas tus recuerdos —comentó Kirok con tranquilidad y satisfacción—. Qué interesante intercambio de papeles. Pero, aunque ahora estén juntos, el pasado siempre los alcanzará.
¿De qué demonios hablaba Kirok?
—Déjala —repitió Andrew en tono de advertencia. Las plantas subieron uno par de metros en el aire, como serpientes, a nuestro alrededor. La luz que se filtraba por las grietas era muy tenue, pero parecía desprender partículas de brillo—. Ahora.
Todo el tiempo vi a Andrew, vi cómo se tensaba, pero no pude observar la expresión de Kirok.
—Bien, si eso es lo que quieres, dios del sol, eso haré —accedió, con la misma tranquilidad y diversión de antes.
Se acercó más a mi oído, su aliento cálido, su cercanía como un ronroneo. Mi estomago estaba revuelto, como si quisiera vomitar.
—Volveré por ti, Luz. Es un juramento.
Me tensé, todo mi cuerpo se encendió en una alarma tremenda cuando sentí su lengua sobre mi oído, en el lóbulo de la oreja. Cálida, por Urano, demasiado suave y húmeda.
Contuve la respiración, mi cuerpo se puso en pausa. Mi cuerpo se estremeció, o tal vez fue el suelo bajo mis pies.
Las lianas no esperaron un segundo más, se lanzaron hacia Kirok. La luz del suelo se hizo más intensa, como si algo fuera a salir debajo del pavimento. La mirada de Andrew fue definitiva, hizo temblar la tierra, los árboles e incluso las edificaciones cercanas.
Una ráfaga de viento a mi espalda, y un susurro casi imperceptible, me dijeron que Kirok se había ido. La movilidad de mi cuerpo volvió a mí como si soltaran las cadenas que oprimían mi voluntad, pero aun así fui incapaz de respirar.
No me ponía en orden, no podía poner en orden lo que sentía, esa guerra que libraba mi estómago y mi corazón. Muchas cosas, no todas eran mías, lo sentía, pero igualmente me consumían como si lo fueran.
Andrew se acercó a mí, sin el arco, y ubicó sus manos en mis hombros. Me movió levemente, para llamar mi atención y sus ojos recorrieron mi rostro en busca de alguna anomalía.
—Respira.
Eso hice, con fuerza, casi tosí por la brusquedad en la que el aire entró a mis pulmones. Mi cuerpo se estremeció, tembló. Me sentía triste, asqueada y furiosa, al mismo tiempo que un instinto desconocido crecía en mi pecho.
—¿Estás bien? —musitó en voz baja.
Las plantas regresaban a la tierra bajo el pavimento, la luz dorada se había ido. Su mirada se aplacó, pero sus facciones tensas y su ceño fruncido seguían ahí.
Lo miré con atención, su cabello desordenado y su mirada intensa, sus hombros anchos y brazos fuertes. Por un momento sentí deseos de lanzarme sobre sus brazos y estrujarme contra su pecho en busca de consuelo, como si quisiera quitar de mi piel la sensación de Kirok, lo que sus dedos me provocaron, lo que su presencia despertó dentro de mí.
Pero era Andrew. Él no tenía por qué consolarme.
Tomé esos pensamientos y los deseché de inmediato, luego asentí a su pregunta.
—No me hizo nada —confirmé con serenidad.
Su mano izquierda buscó la herida en mi cuello y rozó el vendaje con delicadeza. Me estremecí ante su frio tacto, y una parte de mí quiso más, sentirlo mejor.
Por los dioses, ¿en qué estaba pensando? Bajé la cabeza, mis mejillas encendidas de vergüenza.
—Ese maldito demonio... —empezó, con asco y repugnancia, pero lo callé con un ademán.
Todavía me dolía un poco la cabeza, y con todo lo ocurrido ese día ya no tenía fuerzas para soportar un debate.
—Estoy bien. —Acompañé mis palabras con una débil sonrisa—. Es lo que importa. No estoy... herida.
Retiró la mano del vendaje y me miró a los ojos. Su penetrante mirada me atravesó el alma, ojos demasiado intensos. Retiré la mirada, queriendo huir de mis propios pensamientos.
—Hace frio —dije—, quiero regresar al camper.
Él no dijo nada, solo se limitó a asentir.
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