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17. Todo a su precio

Starry Eyed - Ellie Goulding

Cuando decidí participar en la misión y salí de mi casa por medio de un árbol, una parte de mí sabía que renunciaba a cosas que aún no era completamente consciente de que renunciaba. Desde que me subí a ese camper no había dibujado ningún diseño, me perdí de las noticias del mundo de la moda e incluso dejé de pensar en combinar colores para las prendas.

Había renunciado a la escuela, a la moda, a mi moto, a mis padres, a mi vida. Y aunque aún creía que recuperaría esas cosas algún día, la espera era insoportable.

Pero ahora tenía la oportunidad de recuperar al menos algo de mi antigua vida, de compartirla con mis amigos y tener algo normal por un momento. Podía tan solo olvidar por unas horas que mi vida ya no me pertenecía.

Y Astra no me lo iba a quitar.

—¿Cuánto tiempo dura el efecto? —le pregunté a Cailye mientras me entregaba una pequeña bolsa llena de un polvito blanco con partículas doradas.

—De diez a quince horas —explicó—, pero puede durar menos, el conjuro no era preciso.

Asentí, la miré a sus ojos castaños con decisión y me dirigí a la puerta de las chicas, donde Astra se encontraba arreglando la ropa limpia.

El día anterior no tocamos más el tema, ya que no tenía caso hacerlo si la respuesta seguiría siendo la misma; así que esa tarde, luego de almorzar, decidí que haría mi último esfuerzo por convencer a Astra.

Entonces, Sara me agarró del brazo, deteniendo mi ritmo. Me observó con advertencia y preocupación, casi suplicando con sus ojos.

—No lo hagas —pidió—; piénsalo bien, si ella dice que no, debe ser por algo. No vale la pena el riesgo.

Me zafé de su agarre. Para mí sí que valía la pena. Luego Evan apareció a mi lado, acompañado de Andrew.

—Concuerdo con Sara —apoyó el chico de ojos azules—, no creo que sea la mejor solución. Es riesgoso.

Suspiré y posé mi mirada en Andrew, quien permanecía recostado la pared con la atención fija en mis acciones, a la espera de alguna advertencia de su parte.

—¿Y tú qué? ¿No dirás nada? —inquirí.

Él se encogió de hombros, restándole importancia a la situación, para mi sorpresa. Entrecerró los ojos mientras me miraba, igual de serio que siempre.

—De todas formas lo harás, nunca sueles entrar en razón —expuso Andrew con un tono grave.

Desvié la mirada de él; no quería discutir en especial con él. Me enfoqué en los demás.

—Intentaré obtener su consentimiento, pero si no lo hace de igual manera iremos.

Daymon y Cailye no se opusieron a la idea, después de todo ¿qué tan malo podría ser? Pero los correctos todavía lo dudaban.

—Se va a enfadar —repuso Sara.

—Por eso es mejor que no estemos cuando despierte.

—No, Ailyn, esto está mal —objetó Evan, mirándome con la misma suplica que Sara—. Es peligroso, en especial para ti.

Pasé mi mirada de uno al otro, incluso ojeé a Andrew al otro lado del pasillo, como si buscara en sus ojos una forma para convencerlos

Solté un suspiro.

—Si estamos juntos no habrá problema. Y, en el imposible caso de ser una trampa, nos la arreglaremos. Entrenemos durante semanas, podemos con unos cuantos demonios si se nos acercan. Soy su líder, ¿no? Nunca los llevaría a una trampa.

Ellos intercambiaron una mirada dudosa, mientras Andrew se atragantaba con una risita, entre burla e incredulidad, que terminó en tos, algo que no estaba segura de haber escuchado antes. ¿Acaso se burlaba de mí? Sus ojos destellaron cuando me miró, un brillo filoso con una curiosidad escondida.

—Solo trata de conversarla, ¿sí? —pidió Sara—. Debemos tomar en cuenta su opinión.

Asentí al tiempo que medio sonreía. Luego giré la perilla de la puerta y entré a la habitación de las chicas. Para evitar posibles interrupciones cerré la puerta con seguro, y escondí tras mi espalda en polvo brillante que Cailye me dio.

Astra se encontraba guardando en el armario la ropa de Sara, como una amorosa madre; y aunque estuviera ocupada supe que se percató de mi presencia. Ella siempre sabía todo de nosotros.

—Astra, sé que dijiste que no ayer, pero hoy...

—No te molestes, Ailyn, mi opinión no cambiará —me interrumpió sin mirarme.

Me acerqué a ella.

—Nos lo merecemos —le dije y tragué saliva—. Yo lo necesito. Estuvimos en tu bucle durante semanas, pasamos todas tus pruebas y Ares accedió a venir con nosotros. No hemos parado desde que nos subimos a este camper. Necesitamos respirar. Tú lo dijiste antes, seguimos siendo humanos. No puedes esperar que renunciemos a eso en tan poco tiempo.

Dejó lo que hacía y me miró. pude ver genuino pesar, como si de alguna forma entendiera lo que quería decirle.

—No, lo sé. Sé que hay cosas que quieren experimentar, aun son muy jóvenes. Pero no vale el riesgo. No es seguro y no arriesgaré sus vidas por un capricho. Lo siento, Ailyn, pero me temo que deben crecer más rápido que los demás.

—¿Por qué? —interrogué— ¿Qué te parece tan terrible?

—Es una trampa.

—Eso no lo sabes, no puedes estar segura. Dame el beneficio de la duda. Si fuera una trampa lo sabría. Pero el evento, la fiesta, es único. No puedo perdérmelo.

Cerró los ojos con fuerza y los abrió en medio de una exhalación.

—Ailyn, es evidente que lo es. No importa si conocías el evento de antes. Por la forma en la que esa «oportunidad» que dices llegó a ti es lo único que puedo suponer.

Suspiré, vencida.

—No importa lo que te diga, ¿verdad?

—No, no lo haré. Si quieren una fiesta la pueden organizar aquí, o si quieren ir a bailar busquen otro lugar, pero no quiero que usen esos boletos misteriosos que encontraste en un parque público.

Bajé la mirada, y apreté la bolsita en mi mano tras mi espala. Caminé unos pasos hacia Astra.

—Astra. —Ella me miró con atención, a la espera de mi rendición. Entonces, tan rápido como pude, saqué de mi espalda el polvo blanco, vertí un poco en mi palma y lo soplé al rostro de Astra—, dulces sueños.

Ella estornudó, se sacudió y retrocedió, pero la nube blanca de polvo seguía sobre su cara. Entre movimiento y movimiento, noté su mirada dolida y furiosa, pero no estaba segura de qué predominaba en su interior.

Luego de varios intentos de quitarse el polvo de encima, su cuerpo cedió y cayó al suelo, dormida. Envolví con una cinta el conjuro en polvo para dormir, cortesía de un hechizo de Morfeo, y lo guardé en una cómoda al lado de mi cama.

Si no supiera que el conjuro solo la pondría a dormir, me preocuparía que nunca despertara. Pero ese era un conjuro escrito por el mismísimo Morfeo, así que no había de qué temer.

Contemplé a Astra dormir en el suelo, con su túnica violeta cubriendo su cuerpo y una maraña de cabello blanco en su rostro. Sin dura era tan hermosa como una diosa, una belleza delicada y envidiable. Hasta que el toque en la puerta me sacó de mi trance y la abrí para dar paso a mis amigos.

Sara abrió los ojos de par en par al observar a Astra tendida en el suelo, y ahogó un gritillo mientras se le acercaba.

—No puedo creer que en verdad lo hicieras —dijo Andrew, con una leve marca de sorpresa en su rostro.

—Yo tampoco, pero estará bien, ¿cierto, Cailye?

Mi amiga, afuera de la habitación, asintió con la vista fija en nuestra mentora.

—¿Y ahora qué? —preguntó Evan, en tono casi molesto. Sí, él sin duda no estaba para nada de acuerdo.

—Hay que subirla a una cama, no quiero que el despertar en el suelo sea una cosa más que agregar a su lista de motivos para matarme.

Evan y Daymon se acercaron a ella, y juntos la subieron a la cama de Cailye.

—Me siento como si fuera un cómplice de homicidio —comentó Daymon, sonriendo con gracia, tan despreocupado como siempre.

Sara abrió todavía más los ojos y su mirada me travesó el alma.

—Está viva —confirmé—, solo dormida.

Daymon se rio, como si aquella reacción fuera de lo más chistoso, y de nuevo todas las miradas se posaron en mí.

—Ya no se pueden retractar —dije—, lo hecho, hecho está. Ahora lo único que nos queda es ir a la fiesta.

—¡Sí! —exclamaron Daymon y Cailye a la vez. Al menos ellos estaban de mi lado.

Mi amiga de negro cabello suspiró, y luego de mirar a Evan en busca de aprobación, habló:

—Bien, ya no podemos dar marcha atrás, y no quiero estar presente cuando despierte.

Me sentía feliz, a pesar de haber dormido a mi mentora, porque podría conocer a una de mis diseñadoras favoritas y pasar una noche lejos de todo el deprimente caos apocalíptico. Entonces, caí en cuenta de un detalle que pasé por alto.

—Oh, no. No tengo ropa que ponerme. Es de gala, ¡de una diseñadora! No puedo ir vestida con cualquier cosa.

Andrew se me acercó, con el ceño fuertemente fruncido y ese brillo filoso en sus ojos. Casi pude ver sombras a su espalda. Furioso, sin duda, pero aun así era un enfado diferente a los que había sentido antes de su parte.

—Déjame ver si entendí: insististe tanto en ir a ese evento, dormiste a Astra, nos manchaste las manos con tu crimen, ¿y no tienes un maldito vestido que ponerte?

—Dicho así parece gracioso —admití, lo que provocó que sus ojos se tornaran más oscuros.

Frotó el puente de su nariz y miró al cielo mientras balbuceaba incoherencias, en busca de calma, tal vez de paciencia.

—En serio eres increíble. —Entendí entre todo lo que masculló—. Por lo menos dime que sabes qué le dirás a esa diseñadora que tanto admiras.

Una risita nerviosa salió de mi boca, dando a entender que no sabía. Él bufó de nuevo, esta vez rendido. Me sorprendió que supiera que era una diseñadora que yo admiraba, ya que no recordaba haber dado tantos detalles. De los presentes solo Sara la conocía, estaba muy segura.

—Por eso no hay problema —intercedió mi mejor amiga, tomándome de los hombros—, podemos ir de compras. No nos tardaremos, estaremos en el Sky-Room antes de la hora de la fiesta.

—Yo tampoco tengo ningún vestido —confesó Cailye, haciendo un adorable puchero—. ¿Cómo debería vestirme? No conozco nada de ese mundo de diseñadores.

—Pues usa un costal o una bolsa, no habría diferencia contigo. —Sara frunció el ceño y la miró sobre su hombro.

El puchero de Cailye desapareció, dejando en su lugar la misma expresión de mi amiga. Una mirada felina bastante filosa.

—Sara, no seas así —intercedí—. Podemos ir de compras juntas, las tres.

Mi amiga me miró como si la hubiera traicionado, Cailye en cambio sonrió con victoria. Sara entreabrió los labios y negó con la cabeza muy despacio, pero yo le lancé una mirada llena de determinación. Ya no toleraría más esos berrinches de niña pequeña.

Sara soltó un gruñido, aun fastidiada.

—Está bien, pero nos tenemos que apurar si no queremos que el tiempo se nos agote.

—Eso nos da tiempo para ir a mi departamento a cambiarnos —propuso entonces Daymon, con una sonrisa radiante en el rostro.

—¿Qué? —Alcé las dos cejas.

Me miró, su sonrisa se hizo más grande.

—Sí, en mi casa hay un par de trajes que no uso desde que me gradué. Son formales, demasiado, pero con un par de ajustes creo que les quedarán bien.

—¿Estás diciendo que nos los prestarás? —inquirió Evan, a lo que el pelirrojo asintió animadamente—. Gracias, Daymon.

—¿Vives en un departamento con tus padres? —quise saber.

—En realidad no —respondió Daymon frotando su cuello—. Me mudé de casa cuando cumplí los dieciocho, y vivo en un departamento muy lindo cerca del Time Square desde entonces. En ocasiones me visitan, pero no los veo muy seguido. Están muy ocupados con mi hermana menor.

Me abstuve de preguntarle porqué, si ya se había graduado de la preparatoria, no continuó con su educación universitaria. Teniendo en cuenta todas las reacciones de los hermanos y toda la tragedia que los cubría, además de la vida de Sara, supe que indagar y cuestionar sus decisiones y sus vivencias los lastimaba. Estaba muy segura de que Daymon tendría sus razones, y tal vez sí tenían que ver con ser la reencarnación de Ares.

—¿Tienes una hermana menor? —opté por preguntar, notando que era algo que le traía mejores recuerdos.

—Sí, tiene doce años, pero parece de seis. —Se rio—. Le gusta trepar árboles y mantiene a mi padre en el borde de la locura.

Sonreí, recordando que en mi familia era lo contrario.

—Entiendo lo que quieres decir. También tengo un hermano menor, tiene diez años, pero parece de sesenta. Además, es vidente.

No tenía idea de por qué había dicho eso, no era el tipo de tema que se trataba en una conversación normal, además era algo personal de Cody, no podía ir por ahí gritándolo a los cuatro vientos. Más aun porque ni yo misma me sentía cómoda con el tema.

Cailye y Daymon, los únicos que no lo sabían, abrieron los ojos de par en par y prácticamente se me lanzaron encima.

—¡¿Vidente?! —gritaron al unísono.

—Shss —los chitó Sara para que bajaran el todo de la voz.

—Sí... —admití haciendo una mueca—. No se imaginan la cantidad de problemas que tuvimos por eso.

—¡Llámalo! —Mis dos amigos volvieron a hablar al mismo tiempo.

¿Acaso eran almas gemelas? Empezaba a considerarlo.

—No puedo hacer eso...

—Oh, vamos, Ailyn, déjame hablar con tu hermano —suplicó Cailye con ojos brillantes, enromes y entusiasmados—, quiero saber qué darán de comer en la fiesta.

—No, déjame a mí —intervino Daymon con una sonrisa demasiado entusiasta—, quiero preguntarle qué se siente ver el futuro y cuántos futuros ha visto.

Tragué saliva, nerviosa. Tener a ese par encima de mí preguntándome un montón de bobadas sobre mi hermano y el futuro era demasiado para lo que comprendía de Cody. Ni siquiera yo, su hermana, tenía tanto conocimiento al respecto. Y pensar en eso me preocupaba. Aun no entendía por qué Cody era vidente.

—No quisiera arruinar su entrevista —terció Andrew, salvándome de nuevo, como si pudiera leer mi mente—, pero Astra puede despertar por tantos gritos y no querrán enfrentarla cuando eso suceda.

Todos observamos a Astra dormir en la cama, y en ese momento ella se movió levemente para cambiar de posición. Contuve la respiración, y sin esperar aviso empujé a los demás fuera de la habitación.

—Démonos prisa, no vaya a ser que despierte —apresuré.

Antes de salir me tomé el trabajo de escribir en una nota mis disculpas hacia ella, y que estaríamos bien. Aseguré que no tardaríamos mucho, y para finalizar me volví a disculpar; tal vez si veía que me disculpé por adelantado no se enojaría tanto. O tal vez la enfurecería más.

—Si Daymon vive cerca del Time Scuare lo mejor será encontrarnos con los chicos allí para ir al evento —dijo Sara—. Nos ahorrará tiempo.

Daymon sacó un trozo de papel de su pantalón y escribió en él la dirección de su departamento. Se la entregó a Sara, con más cuidado del necesario. Ella evitó mirarlo a los ojos mientras lo hacía y él le rozó los dedos cuando se la entregó. Las mejillas de Sara se encendieron, la sonrisa de Daymon se tiñó con ese encanto que mataría a cualquiera.

—El edificio de departamentos de llama «Alfa Dep» y mi piso está en la torre B —explicó, sin dejar de mirar a mi amiga. Parpadeó despacio y me miró—. ¿Unas cuatro horas les parece bien?

Asentí.

—Sí, en unas horas nos vemos ahí.

Evité relacionar el parecido del centro comercial Fashion Star con el Chic Center, ya que ese lugar solo me traía recuerdos bizarros de mi vida. Como el ataque de los cuervos y el accidente en mi Suzuki. Sacudí la cabeza, definitivamente no quería pensar en eso.

Las personas que pasaban por nuestro lado, en su mayoría adolescentes, parecían felices y despreocupados, que a veces nos dedicaban algunas miradas sin la menor sutileza. Me podía hacer una idea de lo que veían cuando sus ojos nos recorrían de pies a cabeza.

—¿Por dónde empezamos? Este lugar es inmenso —indagó Cailye.

—¿Qué tal... por ahí? —Señalé una boutique de fachada fucsia y negra, de nombre Miss Marie.

Ellas asintieron y nos adentramos a dicha boutique. En el interior había muchos percheros con todo tipo de prendas, estantes con zapatos y vitrinas con joyas; también había algunos perfumes en el mostrador. Un paraíso femenino.

La tienda estaba casi vacía, algo conveniente si me lo preguntaban. Nos aproximamos al perchero más cercano y Cailye empezó a revisarlo hasta que la chica vendedora se acercó a nosotras.

—¿Puedo ayudarles en algo? —inquirió ella con una sonrisa. Era una mujer de treinta tantos, de sonrisa amable y cabello negro. Llevaba el uniforme del lugar: un vestido negro corto en tubo.

—Sí —respondió Sara con educación—, buscamos los vestidos más pequeños que tenga, son para ella. —Señaló a Cailye como si se tratara de una mascota.

Cailye frunció el ceño y se volvió hacia Sara con enfado.

—¡¿A quién llamas pequeña, intrusa con complejo de reina?!

—Pues a ti —respondió Sara con serenidad—. ¿Acaso no es obvio? Eres la más enana de aquí.

La vendedora se contuvo de fruncir los labios mientras las observaba. Yo sonreí a modo de disculpa.

—Bueno, ya fue suficiente —intervine antes de que Cailye respondiera y se iniciara una pelea de luces y destellos en un lugar público—. Solo muéstranos los aparadores de los vestidos formales, por favor —le pedí a la vendedora.

—Por supuesto —respondió con una cálida sonrisa—. Por aquí.

Me interpuse entre Sara y Cailye, quienes se miraban como siempre, y seguimos a la vendedora algunos aparadores atrás. Allí se encontraban todo tipo de vestidos: cortos, largos, elegantes, informales, escotados, etc. Algunos eran brillantes, otros de tela uniforme, otros tenían broches y algunos venían con un collar como adición.

Recorrí los aparadores con la mirada, sin saber qué buscaba, hasta que me detuve en un vestido que con solo verlo supe que era para mí. Era negro, brillante, una tela que resaltaba con la luz y que se sentía suave sobre la piel. De cuello alto y sin mangas, con un cinturón plateado muy delgado con una rosa como dije colgando a su lado derecho. Era corto, me llegaría a las rodillas, con una falda de dobleces ligeros.

—Me probaré este. —Lo tomé y sin esperar opiniones entré al probador.

Había pasado una hora desde que llegamos a la boutique Miss Marie, yo ya tenía mi vestido brillante y Sara eligió uno color lila, largo y con un gran escote. Las dos estábamos sentadas frente a uno de los probadores, en un sofá fucsia a juego con el lugar, esperando a que Cailye se decidiera por uno de los ocho vestidos que se probó.

—¿Qué tal este? —preguntó Cailye saliendo del probador con un vestido plateado; con ese ya iban nueve vestidos.

—Solo decídete de una vez —exclamó Sara, impaciente.

A Sara no le gustaba en absoluto ir de compras, por lo que después de cinco vestidos fallidos de Cailye ya estaba harta de verla cambiar una y otra vez. Y no era la única.

—Tranquilízate un poco —exigió Cailye—, es solo que no me quiero equivocar en elegir mi vestido. No quiero ser el hazme reír en un evento de modas.

—Pero si ya lo eres —farfulló Sara.

—Por favor Cailye, solo elije el que más te guste —supliqué.

—Ese es el punto —rebatió ella —: ninguno de los que me he probado son lo que busco.

Sara suspiró con desdén, yo solo rodé los ojos.

—Victoria, tráeme por favor el vestido verde de seda —le pidió Cailye a la vendedora.

Victoria, la vendedora, al igual que nosotras, ya estaba cansada de los cambios de vestido de Cailye. Durante todo el rato que Cailye se tardó yo ya había elegido los zapatos, al igual que Sara, pero mi amiga le adicionó un collar de piedras que cubría gran parte de su pecho.

La vendedora hizo lo que Cailye pidió y regresó con un lindo vestido largo se seda con detalles dorados y plateados. Se lo entregó y Cailye entró de nuevo al probador.

Fue entonces cuando una sensación extraña recorrió todo mi cuerpo. Eléctrica, enfermiza, como si algo ahí estuviera terriblemente mal. Observé los alrededores, pero a pensar que no había nada que se viera diferente, se sentía como si un velo tratara de ocultar algo importante.

Me levanté del sofá con esa sensación sobre mí, a cada segundo más fuerte y amenazante. Había una alarma en alguna parte de mi cabeza, como si detectara una bomba a punto de explotar.

Caminé por la boutique con cuidado, percatándome de cada fuente de energía cercana, de todo lo que tuviera vida. Sin embargo, la extraña sensación aún no desaparecía. Pasé por la sección de zapatos y de joyería, pero todo parecía normal...

Hasta que en una de las esquinas noté una mancha oscura. Se parecía a la mancha que hacían los espectros en las paredes de las películas de terror.

Me acerqué poco a poco y de la mancha salió una especie de tentáculo que se sacudía como la cola de una lagartija cuando se la cortaban. Retrocedí de un salto. Algo había oído al respecto durante las horas y horas que Astra pasó hablando en el entrenamiento.

Los huecos eran agujeros que aparecían en cualquier parte del mundo a causa de un desequilibrio en la naturaleza. Provenían del Inframundo y no solían durar mucho en este plano. Eran algo así como filtraciones a nuestro mundo. Cuando estaban cerca llegaba la calamidad. Incendios, desastres, la gente moría. Como si succionaran las almas de los vivos.

Después de unos minutos, el agujero se cerró hasta quedar reducido a una simple mancha de humedad.

—Así que aquí estabas. —La voz de Sara a mis espaladas me sobresaltó—. Cuando no te vi en el sofá supe que algo había ocurrido. Ya que por lo general solo sales corriendo cuando vas a hacer algo que sabes que no debes. —Su tono no era del todo reproche, más bien resignación—. ¿Qué pasó ahora?

—Un hueco en la boutique —expliqué—. Justo aquí.

Los ojos de Sara se abrieron de par en par y pasó su mirada de la mancha de humedad a mí y viceversa.

—¿En serio? ¿Aquí? ¿Ahora? No se supone que deban estar en un lugar como este a no ser que...

—Ah, lo siento tanto —la interrumpió Victoria en tono de disculpa—. Esas manchas de humedad han estado apareciendo en toda la ciudad, nadie sabe a qué se debe. Las autoridades creen que es un daño en el sistema de acueducto, pero encontrar la fuente es complicado.

—¿En toda la ciudad? —repetí.

—Así es. Pero no se preocupen, pronto lo solucionarán. Por cierto, su amiga las está llamando.

Se alejó hacia los probadores con un vestido blanco y corto en las manos, probablemente para Cailye.

—¿Eso qué significa? —le pregunté a Sara una vez nadie nos podía escuchar.

Ella parecía concentrada en su propia burbuja de lógica y conclusiones, así que quizá no escuchó mi pregunta.

—Sara —repetí, y esta vez clavó su mirada en mí—. Te pregunté lo que eso significa.

—¿Ah? —Parpadeó y soltó un suspiro—. Significa que tal vez tengamos menos tiempo del que supone Astra.

Permanecimos en Miss Marie una hora más, hasta que Cailye por fin se decidió por un vestido corto de color naranja de destellos amarillos; era colorido, como un caramelo, perfecto para ella.

Caminamos por el centro comercial hacia la salida. Los chicos de seguro nos estaban esperando con impaciencia.

Durante el trayecto no podía sacarme de la cabeza lo sucedido en la boutique. Que los huecos aparecieron solo significaba que las cosas estaban empeorando, rápido, tal vez más de lo que debería.

Por un lado una parte de mí me decía que tenía que seguir con la misión y que desafiar a Astra de esa forma fue un grave error, además de que no debería ir a una fiesta. Pero la otra parte de mí, y la más grande, me gritaba que fuera al evento, que me merecía un regalo y por esperar unas horas más nadie moriría.

Me pasé casi toda mi vida deseando asistir a un evento de modas y ahora tenía la oportunidad de hacerlo. No sabía si algún día se me volvería a presentar algo así, ni tampoco si sobreviviríamos a la misión, ni mucho menos cómo cambiaría mi vida después de reunirnos. Era ahora o nunca.

—Tres refrescos, un sándwich especial, y dos colitas cubanas —le respondió Sara al camarero que le había preguntado sobre su orden. Él terminó de escribir y desapareció en la cocina.

Al terminar las compras, el siempre presente hambre de Cailye nos obligó a detenernos a comer algo antes de ir a la casa de Daymon. Un SubWay nos pareció la mejor opción, sin embargo, mis pensamientos divagaban tanto que poco o nada le presté atención a lo que mis amigas hablaban.

—Eso no es cierto —espetó Cailye en voz alta—, mi vestido no parece una cortina de los años ochenta.

No entendí su comentario, pero de igual forma me reí.

—Claro que lo es, pero no quieres verlo —se burló Sara—. Pareces un caramelo con patas, qué vergüenza.

Cailye respondió, por supuesto, pero no me interesé en detener una guerra de palabras. Tratar de hacerlo me resultaba agotador, y mientras no hubiera armas o comentarios demasiado hirientes no había problema.

El camarero llegó con las órdenes, y de inmediato tomé mi refresco y empecé a beberlo tranquilamente mientras las chicas seguían peleando.

—¿Escuchaste sobre el nuevo incendio en Miami? —comentó una mujer a mi espalda. Me giré lo suficiente para notar que le hablaba a su amiga.

—No, ¿qué pasó?

—Fue hace tres días, y ocurrió justo después de una inundación que arrasó con una escuela secundaria.

Ellas siguieron conversando al respecto, pero no tuve que escuchar mucho para entender que sucesos tan extraños eran obra de la debilitación del sello. Se filtraba, la energía divina de Hades, las calamidades. Por eso ocurrían desgracias. ¿Cuánto llevaba ocurriendo eso? Los desastres naturales siempre se atribuyeron al cambio climático, pero tal vez todo se debía a la influencia del Inframundo.

Sacudí mi cabeza, intentando alejar la culpabilidad.

Me fijé en que Sara había dejado de discutir con Cailye y me observaba fijamente.

—¿Te arrepientes del evento? Todavía estamos a tiempo de volver, poner en marcha el camper, y así cuando Astra despierte nos perdone con más facilidad.

Negué con la cabeza y dejé el refresco en la mesa.

—Quiero ir, una noche no cambiará el curso de la misión. Y sigo creyendo que nos lo merecemos.

Sin mencionar que yo en verdad lo necesitaba.

Ella suspiró, miró más allá de mí, a las chicas de antes, y volvió su mirada a mí.

—No puedes tapar el sol con un dedo, eso es cierto. Pero tampoco quieras cubrir todos los orificios de un tejado al mismo tiempo, o de lo contrario te caerás.

—Sabes que no te entiendo cuando hablas así —repliqué.

—Solo digo que deberías pensar en una cosa a la vez. Créeme, tener muchas cosas en la cabeza te desarma.

Solté una sonrisa burlona.

—¿Eso quiere decir que estás de acuerdo conmigo y que no te molesta lo que le hice a Astra?

Levantó una ceja y me miró como si eso fuera pedir demasiado.

—No, estoy lejos de compartir tus elecciones, pero si tú vas si o si yo también debo ir.

—¿Te vas a comer tu colita cubana? —indagó Cailye de repente, con la boca llena.

Sara rodó los ojos, y casi logré ver una sonrisa de gracia. Yo solo reí y dividí mi colita en dos.

—Puedes comer la mitad. —Le di una de las partes y ella sonrió con los ojos iluminados por el apetito.

—¡Gracias!

Si hubiera sido un perro estaba segura de que movería la cola de un lado a otro. A veces casi lograba verla con cola y orejas de perro, o gato, pero puede que haya sido solo por su comportamiento.

No estaba segura si Cailye era consciente de las charlas que interrumpía, o del ambiente que cambiaba; en varias ocasiones lo hizo y de esa forma todo cobraba más color. Tal vez lo hacía por ayudar, o quizá no lo hacía a propósito.

Nos habíamos tomado una hora más para arreglarnos antes de pasar por los chicos a casa de Daymon y valió la pena hacerlo.

Me sentía humillada por Sara cuando se paraba muy cerca de mí; ella, no contenta con ser alta, se subió en unos zapatos de tacón que le deban un efecto más elegante y arrogante que de costumbre. Me gustaba su peinado, algo dedicado, pero en especial me alegraba cómo se le veían los pendientes de plata que le regalé.

Cailye y yo nos veíamos menos formales. Me agradaba ver a Cailye con el cabello suelto, sin coletas, y un maquillaje tan ligero que no parecía traerlo. Debido a mis zapatos Cailye se veía mucho más pequeña, pero eso no la afectaba. Y en cuento a mí, solo esperaba no sobresalir mucho gracias al brillante vestido negro reflectante y maquillaje de noche.

—¿Estás segura de hacerlo? —le pregunté a Sara, quien propuso teletransportar nuestra ropa al camper.

—Claro que sí, no pienso dejarlo aquí, y es algo que puedo controlar.

Cailye y yo intercambiamos una mirada de duda, pero no nos opusimos a que terminara de ejecutar el conjuro. Movió sus manos como director de filarmónica, y acto seguido un tenue brillo iluminó la maleta que contenía nuestras cosas. Cuando el brillo se detuvo, la maleta había desaparecido.

—Espero que no le caiga encima a Astra —comenté, y al hacerlo supe que Sara no pensó en esa posibilidad.

Dejé salir un suspiro, y entonces la puerta principal del edificio frente a nosotras se abrió.

Mi mandíbula casi tocó el suelo al observar a tres guapos chicos salir del lugar, parecían modelos para una revista, y difícilmente pasarían desapercibidos. Si antes llamaban la atención ahora se la robaban.

Los tres llevaban puesto casi el mismo esmoquin negro, con leves diferencias en el cuello. Caminaban juntos, despacio, como si cada uno fuera peligrosamente consciente de su belleza, de cómo a los tres se les ceñía los trajes a los brazos y en los hombros, sobre cómo resaltaba su figura y dejaba al descubierto su cuello. Ninguno tocó su cabello, y qué bueno, porque si así lucían irresistiblemente atractivos no quería imaginarme si se cambiaban algo más.

Evan era el único que llevaba un moño negro y el traje bien puesto sobre su cuello. Respetaba los dobleces de la tela, algo que reconocía, y la camisa bajo el saco cerrado era de un tono azul casi tan intenso como sus ojos. Daymon, por el contrario, llevaba una corbata naranja bastante suelta, con el saco sin abrochar y un chaleco debajo de todo de un tono gris.

No pude apartar los ojos de Andrew mientras bajaba las espaleras hacia nosotras. No tenía moño ni corbata, no se abrochaba el saco y no tenía un chaleco bajo el mismo. De hecho, los últimos botones sobre su cuello y parte del pecho estaban desabrochados, dándole un aire de despreocupación y una vibra de ser dueño de las reglas que resultaba demasiado sexy.

—Perdón por la tardanza —se disculpó Evan.

Sin embargo, yo seguía estática ante sus presencias. Por completo atrapada por la apariencia de Andrew, de cómo cuando se movía también lo hacía el saco negro abriéndose sobre su pecho. Esos botones sueltos... Por los dioses, necesitaba mirar hacia otra parte.

—¿Por qué...? —balbuceé— ¿Qué se hicieron? Se ven más dioses griegos que de costumbre.

Daymon soltó una gran carcajada y Evan lo acompañó con una sutil risa. En cambio, Andrew tan solo me miró.

—Lo mismo podríamos preguntárselos a ustedes —respondió Evan—. Se ven hermosas, las tres.

—Gracias —dijeron Sara y Cailye al unísono.

Sentí la penetrante mirada de Andrew sobre mí, y cuando nuestras miradas se cruzaron ninguno la apartó. Él me observó por unos segundos, estudiando mi aspecto, de pies a cabeza como si fuera un scanner. Su mirada era demasiado intensa, como si marcara con ella su recorrido sobre mi piel. Sentí frio en los brazos y en las piernas, el viento me movió el cabello y el vestido. De repente me sentí demasiado expuesta.

Al final fue a mí a la que me dio vergüenza de ver que el chico de ojos asesinos no tenía intención de mirar hacia otro lado, y desvié mi atención.

Sacudí mi cabeza, consciente de que aquella mirada de Andrew no estaba cargada de enojo ni lucía peligrosa en un sentido físico. Esa mirada, por primera vez, se sentía de genuina atención sin ningún reproche. Sentí que me veía como una mujer en lugar de una niña malcriada.

—Vámonos de una vez —pedí, supliqué.

Cuando llegamos al Sky-Room el recepcionista nos informó que la fiesta era en el último piso de seis. En lugar parecía hecho de cristal. Todo era vidrio y luces demasiado brillantes de colores fluorescentes, alcanzaba a oír la música desde ahí. Una alfombra roja les daba la bienvenida a los invitados, muchos dejaban sus abrigos y otros tomaban las copas de champan que los meseros nos ofrecían.

—Subiré por las escaleras de emergencia —les dije, con una sonrisa nerviosa mientras se subían al elevador. Daymon detuvo las puertas.

Los demás me observaron como si me hubiera vuelto loca, excepto mi mejor amiga, quien sabía la razón y no se oponía a ello.

—¿Cómo piensas subir todos esos pisos por las escaleras? —preguntó Evan con las cejas levantadas—. Terminarás con ampollas.

Retrocedí dos pasos. Había gente que quería subir, yo les estorbaba en el camino al ascensor.

—No se preocupen por mí, nos veremos arriba.

Estaba acostumbrada a subir más pisos a pie, la única diferencia era mi calzado. Lo manejaría.

—Estás loca si piensas que puedes subir todos esos pisos con esos zapatos. —Andrew señaló mis pies con los ojos y luego los clavó sobre mí. Expectantes, con esa mirada suya que parecía querer leer cada secreto que guardara.

—Ese no es tu problema —declaré mientras retrocedía todavía más.

Andrew suspiró y salió del elevador, éste se cerró a su espalda en cuanto Daymon liberó las puertas. La intensidad de su mirada no cambiaba. Traté de mirar hacia otra parte, pero mi atención terminaba en él por mucho que quisiera que fuera diferente.

Pasó un minuto, en el que me vi atormentada por su penetrante mirada. Cuando me miraba así era como si tratara de que confesara mis peores pecados. Me di la vuelta, dispuesta a buscar las escaleras.

—¿Por qué le tienes miedo a los elevadores? —soltó de repente.

Me detuve ante su comentario. Él se acercó hasta que se ubicó frente a mí.

—¿Cómo lo supiste?

—Eres un libro abierto, por si no lo has notado.

Tragué saliva. Me debatí entre decirle el motivo o seguir mi camino, pero él no me dio oportunidad de contestar. Se movió y cuando me fijé estaba sobre el primer peldaño de las escaleras.

—¿Qué esperas? —dijo—. Te acompaño.

Abrí los ojos de par en par. Las personas se detenían a observarlo y a murmurar, en especial las mujeres. Supe que él lo notó por la forma en la que se aferró del barandal.

Lo alcancé y él comenzó a subir.

—¿Por qué? Puedo subir sola.

Lo seguí. Él se mantuvo a mi lado mientras subíamos, cerca, a no más de un metro de distancia. Las escaleras eran amplias y hermosas, muchas más personas también las eligieron.

—Sí, pero yo también quiero subir por las escaleras. —Me dedicó una mirada diferente, como si fuera muy consciente de mi lugar ahí—. Podemos subir al mismo tiempo.

No dijo nada más mientras subíamos las escaleras, aunque yo tampoco abrí la boca. A los pocos minutos llegamos al ultimo piso, una terraza, con la música a todo volumen y luces estrafalarias.

El lugar era espectacular y estaba dividido en dos partes totalmente diferentes la una de la otra. Por un lado estaba la pista de baile, con muchas personas bailando al ritmo de la música, con un DJ muy colorido en un rincón y luces de varios colores iluminado la pista; al otro lado se encontraba el bufet, y las mesas con manteles negros, que daban a la azotea, donde un barandal de vidrio recorría el piso completo. Los colores predominantes eran tonos dorados y negros brillantes; mi vestido encajaba perfecto ahí. En las paredes y en carteles cercanos se mostraban los diseños más recientes de Milky-S Boulie, rodeados de luces.

Me quedé con la boca abierta en cuanto puse un pie afuera. Reconocí los vestidos de la mayoría de las personas, diseños exitosos de la línea de oro de los diseñadores, los más antiguos y exigentes. Había una pequeña tarima contigua a una pared, ahí varios modelos lucían todas las líneas de diseño de Milky-S, desde sus inicios en una tienda pequeña hasta convertirse en una titan de la industria.

Casi me arrastré hasta la tarima para intentar tocar la tela de alguno de los diseños, pero Andrew se adentró a la fiesta y me vi obligada a seguirlo. La noche apenas empezaba, tendría tiempo para todo eso luego.

—¡Así que aquí estaban! —La voz de Daymon rompió la música. Las personas le lanzaron una mirada molesta, pero pronto continuaron hablando entre sí o bailando.

—Los hemos estado buscando —dijo Evan a su lado.

—¡Sígannos! Nuestra mesa está por allá. —Daymon señaló una de las mesas, donde las chicas bebían algo de una copa con forma de vestido.

Las cosas no salieron como las imaginé. El tiempo había pasado y no había visto ni luces de Milky-S, ni de ningún otro diseñador que conociera. Había mucha gente, era cierto, pero nadie que reconociera de la industria. No me podía acercar a los vestidos de las modelos y definitivamente no me podía robar ningún poster. Fracaso hasta el momento.

Pensé que gracias al poder que ejercíamos sobre los humanos, los chicos nos invitarían a bailar. Pero eso tampoco iba del todo bien.

—No creo que debas tomar otra copa de vino —sugirió Sara en tono preocupado.

Ya era la cuarta que tomaba esa noche, pero era vino inofensivo, por tomar unos tragos no me iba a embriagar. Me mantenía ocupada, de lo contrario mis ojos caían una y otra vez sobre la entrada esperando ver a alguien que admirara.

Me bebí lo que quedaba de la copa y me serví más, mientras observaba a los chicos disfrutar del ambiente, diferente a nosotras. Las mujeres presentes no habían dudado al ir sobre ellos, les coqueteaban con cierto descaro o simplemente los sacaban a bailar.

Ahora solo quedábamos Sara y yo, ya que Cailye estaba devorándose la mesa de la comida. La rubia nunca tuvo más interés en asistir además de poder comer lo que ofrecieran.

—No pasa nada —respondí a secas.

Clavé mis ojos sobre Andrew y la chica de cabello zanahoria que desde hacía ya un buen rato se convirtió en la sombra de Andrew. Estaban demasiado cerca de las modelos, bebiendo y hablando, por lo que disimulaba mi mirada cada vez que él miraba hacia la mesa.

La chica era hermosa, más de lo que quería admitir, mayor que él sin duda. De curvas perfectas y labios rojos. No dejaba que nadie más se le acercara, se contoneaba a su alrededor y le tocaba el cuello como si marcara territorio. La odiaba, pero no estaba segura de por qué exactamente.

—Que chica más misteriosa, ¿verdad? —dijo Sara siguiendo la dirección de mi mirada.

—No sé de qué me hablas. Estoy mirando las modelos, espero que salga un vestido de la temporada de hace tres años que me encantó.

Sara ahogó una risita. Obviamente no me creía.

Lo que más me enfurecía era que Andrew no parecía disgustado con su constante compañía. Sí tenía una expresión seria, pero en un par de ocasiones lo vi susurrarle algo al oído y ella le respondía con una risita coqueta. Apreté con fuerza la copa en mis manos cuando ella acercó su pecho al de él con toda la intención del mundo. Llevaba un vestido negro ceñido y super escotado, que resaltaba su enorme busto.

La copa se rompió en mis manos por la fuerza, eso llamó la atención de Andrew. Parpadeé y me volví hacia Sara, quien me tomó la mano para revisarla.

—¡Ailyn! Por los dioses, ten cuidado. —Tomó una servilleta, pero yo no tenía ninguna cortada—. Te vas a lastimar.

Solté un suspiro. Ella seguía concentrada en limpiarme la mano de cualquier vidrio.

—Creí que bailarías con Daymon después de esa canción.

Se tensó un poco.

—No lo digas en voz alta, él te va a oír.

—¿Por qué huyes de él? Lo tratas como... —«Como Andrew me trata a mí»— como si fuera contagioso de algo.

Agachó la cabeza y jugó con su copa vacía.

—No sé cómo actuar con él —dijo en voz muy baja, casi no la oí por la música—. Su mirada es... No sé explicarlo. Estar cerca de él me hace sentir extraña.

Me serví vino en otra copa y me lo tomé de un solo trago. A través del cristal pude ver a Andrew y a su nueva amiga.

—Es por la historia que tienen Ares y Afrodita —le dije sin darle mayor importancia—. Se te pasará con los días. Daymon es simpático, y no te ha hecho nada para que huyas de él. Dale la oportunidad de ser tu amigo. Que haya pasado algo entre sus antecesores no significa que deba ocurrir lo mismo con ustedes.

Se quedó callada, yo volví a mirar la puerta por si llegaba Milky-S, pero primero me saldrían raíces antes de ver a un diseñador conocido en ese lugar.

Cailye se nos unió entonces.

—¿De qué me perdí? —preguntó la recién llegada, colocando sobre la mesa varios bocadillos.

Tomé aire, miré hacia el cielo estrellado. Me estaba colocando de mal humor.

—De nada en realidad. Supongo que pasaremos toda la fiesta aquí, a no ser que quieran ir conmigo a bailar sin pareja.

—No quiero bailar —dijo Sara—, las espero aquí.

—Y yo solo sé bailar la Macarena —agregó la otra—, así que tampoco cuentes conmigo.

Dejé salir un suspiro y continúe bebiendo.

—Al menos sabes bailar algo —mencioné—, yo tengo dos pies izquierdos.

—Dile a mi hermano —sugirió Cailye—, él es bueno en eso.

Pero claro que era bueno bailando.

Me bebí el último sorbo de vino y al dejar la copa en la mesa noté que ahora Andrew bailaba con la mujer zanahoria.

—No, está enseñándole a otra persona ahora mismo.

El DJ dio un aviso por micrófono anunciando algo sobre que tomaran a una persona especial y la llevaran al centro de la pista, luego empezó a sonar una suave balada romántica.

—Cualquiera que te vea diría que estás celosa —observó Daymon al llegar a la mesa. Levantaba una ceja mientras me miraba con doble intención.

Yo ya tenía las mejillas rosadas por el licor, por lo que a pesar de sonrojarme nadie lo notaría. Qué suerte.

—¿Por Andrew? —exclamé. Daymon asintió con una sonrisa pícara—. Nunca me ha dado motivos ni siquiera para sentir por él una simple amistad. ¿Celosa? Por mí ella se lo puede quedar.

Levantó las dos cejas y ladeó la cabeza, como si fuera una broma. De nuevo, me serví más vino.

—No deberías tomar tanto vino. —Una nueva voz se sumó al grupo, perteneciente a Evan. Su cabello estaba despeinado, como si alguien se lo hubiera revuelto, y las gotas de sudor corrían por su rostro—. Te puedes embriagar.

—Estoy bien, esta clase de vino no embriaga —espeté, ganándome una mirada dudosa por parte de mis cuatro amigos.

Entonces, la canción terminó, dando paso a una eléctrica más movida.

—¿Bailas, Sara? —le preguntó Daymon a mi mejor amiga, extendiendo su mano frente a ella y con su típica gran sonrisa.

Sara me miró, como si me pidiera permiso. Yo moví mi cabeza para que fuera con él. Ella extendió la mano hacia la de él, pero titubeó y quiso retirarla, entonces él la tomó antes de que ella la bajara. Los dos se fueron hacia la pista.

—Cailye —llamó Evan y le sonrió—. ¿Y tú? ¿Quieres bailar conmigo?

—¿E-Es en serio? —Ella por poco se atragantó con un bocado de galleta con queso.

Él, aún sonriente, asintió.

Ella se levantó de la silla, todavía con comida en la boca y mejillas rosadas, y al igual que Sara y Daymon los dos se perdieron en la pista de baile. ¿Cailye no había dicho que solo bailaba la Macarena?

Pasé mi mirada de la botella de vino frente a mí, a la pista de baile y a la puerta. ¿Y si algo le pasó a Milky-S y no pudo asistir? Mis amigos se estaban divirtiendo, eso era bueno, pero yo solo estaba ahí, esperando a alguien que no iba a llegar.

Con una sonrisa, y decidida a disfrutar la velada, tomé la botella de vino como compañera de baile y me adentré en la pista de colores.

La música inundaba mis oídos, y entre acorde y acorde le daba un pequeño sorbo a la botella de vino. Lo que hacía no se podía considerar como bailar, pero era lo mejor que podía ofrecer.

Movía mi cuerpo como la música me intuía, sin saber muy bien si mis pasos eran acertados, pero aunque no me viera sabía que lo hacía horrible. Noté la mirada de los invitados sobre mi peculiar estilo de danza, pero estaba muy concentrada en el vino en mi boca y la fuerte música como para que me importara.

Entonces, alguien arrebató la botella de mi mano.

—¡Ey! —protesté, y le lancé una mirada de odio al chico de ceño fruncido frente a mí—. Es mío, devuélvemelo.

—No. —Andrew colocó la botella casi vacía sobre una mesita, lejos de mi alcance—. Eres menor de edad, no deberías beber.

Sus ojos escrutaron mi rostro. Me encogí de hombros y seguí con mi intento de baile. El que Andrew ahora estuviera frente a mí no me quitaría el éxtasis que sentía al percibir la música vibrar en mi piel.

—Nadie nos ha pedido la identificación —repuse—, ni siquiera el recepcionista. Así que no tengo de qué preocuparme.

—Estás ebria —replicó, con el ceño aún fruncido; lucía enojado, igual que siempre.

—No lo estoy, nadie se embriaga con un par de copas. Además, ¿no deberías estar con tu nueva amiga?

Alzó una ceja, me miró de hito en hito, y se me acercó más.

—Bailas horrible —observó—. Estás haciendo el ridículo.

—¿Y a ti qué? Ese no es tu problema.

Para mi molestia, la música electrónica cambió, dejando en su lugar una suave melodía de pareja. Solté un gruñido, y quise salir de la pista para volver a la mesa hasta que esa canción terminara, después de todo no podía bailar una canción de dos yo sola; pero cuando me dispuse a hacerlo Andrew me impidió el paso sujetándome del brazo.

—Bailas horrible —repitió en un susurro—, te enseñaré cómo se hace.

No tuve tiempo de replicar, ya que en un rápido movimiento me ubicó frente a él. Posicionó mis manos sobre sus hombros y colocó las suyas sobre mi cintura.

Mi voluntad para apartarme de él fue nula por completo, así que simplemente relajé mis músculos hasta que el sonido del corazón de Andrew llegó a mis oídos.

—No sé bailar —reiteré, en un débil intento por detener el movimiento naciente de sus pies.

—Solo sígueme —murmuró cerca de mi oído.

El olor a su perfume inundó mis fosas nasales, y en esa posición podía sentir con facilidad que Andrew estaba tenso, igual que siempre. Parecía una roca, o una escultura de mármol, pero eso era algo natural en él; en ocasiones era como si no conociera el significado de relajarse.

Dejé que mi cabeza se recostara en su pecho, en parte porque no quería que notara mis sonrojadas mejillas, y por otra parte por simple reflejo. A pesar de su temperatura corporal siempre fría, estar tan cerca de él me resultaba reconfortante.

Poco o nada presté atención a mis movimientos, Andrew guiaba mi cuerpo con bastante fluidez, así que no me preocupé por pisarlo. Me enteré de que lo hice, en varias ocasiones, pero él no protestó.

Entonces, esa relajante sensación de protección y seguridad que Andrew me transmitía fue reemplazada por un nudo en mi garganta que me dificultó la respiración.

«Eres insoportable, un completo fastidio que quiere saber todo, de todos, ¡todo el maldito tiempo!» Los deseos de llorar se acumularon en mis ojos, y por mucho que todo ese tiempo hubiera tratado de retenerlo, me seguía doliendo su actitud conmigo.

—¿Por qué lo hiciste? —Traté de que mi voz no sonara rota, pero a pesar de todas las copas de vino en mi sistema, seguía lo suficientemente lucida para recordar mi enfado hacia él.

—¿Lo del baile? Sé que no ha llegado esa diseñadora importante. Supuse que querías distraerte —respondió sin darle importancia, pero noté su tono de voz más severo.

—No, no me refiero a eso, y lo sabes. Hablo de todo. Me ignoraste durante todo el entrenamiento, me trataste horrible en tu casa e incluso antes de llegar me tratas como criminal.

—Necesitaba concentrarme durante el entrenamiento, igual que tú. —Me apartó un poco de él, lo suficiente para observar la sombra oscura que generaba su cabello sobre sus ojos—. La mayoría de nuestras interacciones terminan en discusión, no quería que eso afectara el desempeño de ninguno de los dos.

De nuevo omitiendo preguntas a elección. ¿Por eso me ignoró durante semanas? Tenía una forma muy extraña de proteger nuestro desempeño.

—No soy adivina, Andrew, ni puedo leer mentes, me lo tienes que decir o no podré entenderte. Entiendo lo de tu privacidad, pero no tenías que ser tan monumentalmente imbécil al expresarlo. Creí que... Creí que me protegías, pero en tu casa me rompiste el corazón.

Hubo un largo silencio, tanto que la canción terminó y comenzó otra con la misma suavidad de acordes. Me preparé para que se apartara de mí y no me volviera a dirigir la palabra en toda la noche, pero en su lugar continuó moviendo mi cuerpo al ritmo de la música.

—Perdón —soltó, y casi me detuve de la impresión. Quise mirarlo a la cara, pero él no me dejó. Me sostuvo con más fuerza, su cabeza sobre la mía. Sentí que dejé de respirar—. Por lo que te dije en mi casa. Estaba enojado y tú solo estabas ahí. Sé que eres entrometida y nunca te callas, y es algo que todavía me irrita bastante, pero no es excusa para echarte de mi casa. Lo lamento.

Olvidé cómo respirar. Mi pecho me dolió por la forma en la que mi corazón latió con fuerza. Andrew se disculpó conmigo. No pensé que fuera siquiera posible. Cuando puse una mano sobre su pecho para apartarlo vi que temblaba, ¿por el alcohol tal vez? El mundo me empezaba a dar vueltas.

—Lo siento —susurré en un tono demasiado bajo—. Lo que fuera que dije en tu casa y antes de eso. Lo siento.

Dejamos de bailar, captando la atención de muchos en la pista. Me mantuve con la cabeza gacha, mareada, sin tener el valor para mirarlo a los ojos.

No me dijo nada, ni siquiera me tocó. De repente fue como si se desconectara.

En cuento la música se detuvo, la chica zanahoria de antes apareció a nuestro lado. Sus oscuros ojos me generaron un escalofrió, y su mirada era mucho más oscura que su vestido. Tragué saliva, y retrocedí unos pasos. La miré mal, algo que la zanahoria descubrió.

Ahora sí levanté la cabeza.

—Dijiste que solo te irías por un momento. —La voz de aquella mujer sonaba suave, seductora, y le habló a Andrew mientras jugaba con los mechones de su cabello como si lo conociera de toda la vida.

Le ordené a mis pies dar media vuelta y desaparecer del radar de ambas personas frente a mí, pero una parte de mí, por muy pequeña que fuera, se negaba a dejar solo a Andrew de nuevo.

—Lo sé. —Andrew tomó su mano y la sujetó con fuerza. Miró a la mujer a los ojos, los de él intensos y severos.

Fruncía el ceño, sus hombros y su mandíbula estaban muy tensos, su mirada en ese momento la conocía. Ahí entendí, o la parte sobria de mí lo hizo, que él en realidad desconfiaba de ella.

—Te estuve esperando donde te dije. —La mujer de vestido corto se acercó a la oreja de Andrew, y por un breve momento creí que en serio la mordisquearía.

De acuerdo, las nauseas se querían apoderar de mi cuerpo.

Intenté escabullirme de ahí y con suerte encontrar más vino para olvidar lo que escuché, pero entonces la chica de extravagante cabello reparó en mi presencia.

Me quedé estática mientras su perturbarte y oscura mirada recorría mi cuerpo de pies a cabeza con diversión, como si se burlara de mi aspecto, y se detuvo en una de mis manos.

—Lindo brazalete —comentó, estirando su brazo para tocarlo.

El brazalete que Cody me dio antes de irme de casa. Nunca me lo quitaba, ni siquiera para ducharme.

No alcancé a apartar mi brazo, mis movimientos se habían vuelto muy lentos, por lo que ella tocó mi brazalete...

La mujer soltó un espeluznante grito que llamó la atención de todos los presentes. La música se detuvo de golpe. De repente todo se quedó en silencio.

Andrew tomó su brazo, lo levantó en alto y de esa forma pude notar que sus dedos estaban heridos. Negros, no, rojos, como si se hubieran quemado al contacto con mi brazalete.

La chica golpeó la mano de Andrew y retrocedió. El cabello se le vino a la cabeza; apretó su mano herida con la otra, como si de esa forma detuviera en efecto. Contuve la respiración, los ojos bien abiertos, mi corazón desbocado.

Los demás aparecieron a nuestro lado de pronto, rodeándonos. Nadie se movió, nadie tan siquiera habló. Un silencio tenso y delgado.

Harpías —masculló Andrew en voz baja, pero no lo suficiente para que no lo escuchara.

La risa macabra y siniestra de la mujer de vestido negro predominó en el lugar. El color abandonó mi rostro cuando ella, al igual que los demás invitados, alzaron su rostro. Ojos negros por completo y una nariz en punta, el cabello de la mujer se tornó negro como si la tinta abandonara cada hebra. Su piel perdió color.

Di un paso atrás, los recuerdos se arremolinaban en mi cabeza como fantasmas. Cuando las alas aparecieron, más grandes que su cuerpo, casi si un traspié.

Todos los hombres presentes se esfumaron en medio de un puff, se hicieron cenizas y solo dejaron su rastro.

¡Maldición! Astra tenía razón. Era una trampa.

Mis pies se anclaron al piso, y aunque sentía mi cuerpo temblar y mi corazón a mil latidos por minuto, no pude evitar que la parte ebria de mí pensara: «¡Ja! Tu nueva novia es una harpía».

Las luces mágicas de mis amigos al invocar sus Armas Divinas me devolvieron a la realidad, una donde Andrew se interponía entre la harpía herida y yo.

Me sentía tan aterrada, tan tremendamente asustada, que ni siquiera era capaz de tomar mi collar-arma e invocar a mi espada. El mundo me daba vueltas, quería esconderme bajo una mesa. Me escondí tras la figura imponente de Andrew, pero sin apartar la vista de la harpía frente a mí.

Tragué saliva, con los ojos abiertos de par en par y el rostro empapado de sudor. Mi corazón ya no cabía en mi pecho y los deseos de esconderme eran tan reales como todo lo demás. Quería vomitar y llorar, pero no en ese orden.

—¿Asustada, pequeña Atenea? —se burló la harpía. Sonrió con descaro—. Pues prepárate, porque mis ordenes no dicen nada sobre lastimarte.

No sabía que podían hablar.

El grito unánime que realizaron todas las harpías heló mi sangre. No había suficiente aire para mí en esa azotea. Las luces estallaron, dejando la mayoría de los rincones a oscuras.

—Distráiganlos —ordenó Andrew, con la mirada fija al frente—, y no dejen que se acerquen a Will.

Las harpías, llenas de alas y gritos, se abalanzaron hacia nosotros. Mis piernas no me respondían, era incapaz de parpadear. La mano de Andrew se aferró a mi muñeca, cuando me di cuenta me arrastraba hacia la parte libre de la azotea.

—Si no quieres que te maten —dijo Andrew en un todo firme. Tenía ese brillo filoso en sus ojos, su ceño fruncido. Estaba furioso—, invoca tu Arma Divina.

Tres segundos después asentí y con torpeza saqué mi collar-arma de entre la ropa. Sin embargo, cuando la intenté sostener en mis manos, ésta se resbaló y cayó al suelo.

Me agaché para buscarla, con el corazón en la boca, pero mis acciones se vieron interrumpidas cuando una de esas cosas saltó sobre mí. Grité, la harpía igual; pataleé para quitarla de encima de mí, pero eso no me ayudaría. Traté de recordar el entrenamiento físico, de cada pelea, pero mis recuerdos eran como una enciclopedia en la que no encontraba nada.

Sacó sus garras, negras y gruesas, y las lanzó sobre mí sin la menor piedad.

Abrí los ojos de par en par y sin meditarlo demasiado le lancé una llamarada directo a la cara. El monstruo gritó, su garra se detuvo. Me moví y busqué mi collar en esos segundos, y justo cuando el fuego cesó invoqué mi espada. La hoja atravesó a la mujer alada con más facilidad de la que creí. Hubo un brillo, luego solo cenizas. Vi el rostro de la harpía mientras la energía divina la consumía, su grito penetró en lo más profundo de mi cabeza.

Tardé unos segundos en asimilar lo que acababa de suceder. Seguía viendo sus ojos y oyendo su grito una y otra vez.

Me incorporé tambaleante solo por la idea de que si me quedaba ahí algo más me saltaría encima, y respiré hondo en busca de lógica. Necesitaba concentrarme. Me sentía mareada, mi cuerpo temblaba y quería vomitar, con una nube sobre mis pensamientos. No sabía si por el miedo o por el vino, tal vez ambos.

Moví mi espada cuando otra harpía se me acercó, movida por nada más que la adrenalina y mi desesperación por salir de esa situación, y la enterré en su pecho como si fuera algo automático.

Percibí los rayos sobre mi cabeza, cortesía de Evan, y el sonido del látigo de Sara perforar a las harpías. Además, entre movimiento y movimiento para deshacerme de esas cosas que se abalanzaban sobre mí, distinguí a Cailye retrocediendo hacia un rincón.

Mi amiga se veía asustada, mucho, y lo demostraba mediante su forma de sujetar el arco. No lo hacía igual que durante el entrenamiento, ahora parecía que fuera incapaz de dar en el blanco. Incluso, entre vuelta y vuelta, noté a Daymon saltar de mesa en mesa con su arma dividida en dos. Una espada doble, gigantes, acorde a sus músculos y tu altura.

Quería vomitar. Necesitaba ubicar a Andrew, necesitaba sentirme a salvo. Pero no lo veía, mi propio mareo y el terror no me dejaban encontrarlo.

Atravesé a una harpía que apareció por mi espalda, y un fluido oscuro cayó sobre mi cara, tibio. Retiré el cabello de mi rostro, eso tampoco me daba claridad. No podía caminar bien, me quité los zapatos y los arrojé lejos. Estuve cerca de tropezar con las mesas caídas y los posters.

En ese momento tres harpías se me acercaron a gran velocidad, salté por instinto, y con un corte limpio cerca de sus nucas las tres se desvanecieron en medio de un brillo dorado. Al caer, aterricé sobre el barandal de la azotea, y gracias a mi mareo perdí el equilibrio.

Mi cuerpo cayó hacia afuera, un hueco en la boca de mi estomago estimuló las náuseas, pero entonces, cuando creí que en lugar de morir en garras de un monstruo lo haría al colapsar contra el suelo, una mano me sujetó justo a tiempo. Esa persona me ayudó a subir, y ya en la seguridad de la azotea me percaté de que esa persona era Andrew.

—Abajo —ordenó, y sin objeción lo obedecí. Lanzó una flecha por encima de mi cabeza y ésta se clavó en la cabeza de una harpía, se encendió en llamas y desapareció en medio de la ceniza.

Me incorporé en cuanto dejó de disparar flechas. El mundo me daba vueltas...

Vomité sin poder retenerme, justo frente a Andrew. Tuve que doblar mi cuerpo para una mejor posición. Mi cabeza me dolió, mis piernas me fallaron. Me sentía como una maza de desorientación y nauseas.

Andrew se plantó frente a mí, disparaba más de una flecha al mismo tiempo. Vi luces mágicas y partículas explosivas cerca de nosotros, había demasiada luz, yo no podía ver bien.

—¿Puedes levantarte? —me preguntó—. ¿Usar magia? ¿Tu espada? ¿Algo?

Asentí a duras penas. Me sentía bajo un hechizo de confusión. Todo se mezclaba en mi cabeza y nada era tan claro como para distinguir demasiado.

Alguien tomó mi cabeza entre sus manos con gentileza y la levantó. Los ojos intensos y oscuros de Andrew se clavaron en los míos, eso sí lo vi con claridad.

—Escúchame, Will —dijo con demasiada firmeza, sus ojos recorrían cara parte de mi rostro—. Te buscan a ti. Si no eres capaz de defender tu propia vida ellas te matarán. Despierta, protégete a ti misma. No es momento para tener miedo.

Abrí los ojos de repente. Las nauseas y el mareo seguían ahí, no tenía suficiente fuerza en mis piernas y sentía los nervios dormidos.

Una harpía apreció a la espalda de Andrew. Él apenas se dio la vuelta cuando lancé a la criatura contra unas sillas metálicas tiradas en el suelo con toda la fuerza de aire que pude. Las patas de las sillas se enterraron en su cuerpo, en sus alas; no se volvió a levantar. Mi cabeza dolió con más fuerza.

—Bien, usa lo que sabes —dijo Andrew con cierto alivio.

Vi sus flechas volar por todas partes, sus luces mágicas y los rayos de luz que proyectaba hacia las harpías.

Alguien o algo me tomó el cabello, unas garras, y me haló con tanta fuerza que me obligó a apartarme de Andrew. Noté que se volvió hacia mí en ese momento, pero un grupo de harpías de cinco fue sobre él al mismo tiempo, evitando que me siguiera.

Grité con todo lo que mi garganta me permitió, moví mi espada para liberarme, pero no lograba atinarle ningún golpe.

Era la harpía de antes, la reconocí por la herida en sus dedos. Quise enfrentarla con mi espada, pero ella golpeó mi mano con tanta fuerza que mi espada cayó fuera de mi alcance. Me dejó caer, lejos de cualquiera de mis amigos y se ubicó sobre mí, su mano extendida.

Vi sus ojos negros, su sonrisa victoriosa y sus garras a centímetros de mí.

—Dulces sueños, pequeña Atenea. —La harpía, que antes solo era una mujer que no me caía bien, sonrió con sorna.

Bajó su mano hacia mí, como si fuera un cuchillo.

Levanté mi brazo por puro instinto, intentando defenderme, y fue entonces cuando sus dedos rosaron nuevamente mi brazalete.

Y solamente brilló.

Brilló tanto que las harpías retrocedieron ante la luz, cegadas, casi que amenazadas. La harpía que estaba más cerca del brazalete se desvaneció en medio de un grito ensordecedor; no dejó tan siquiera las cenizas.

Silencio, abrupto y tenso.

Cuando el brillo cesó por completo se escuchó el chasquear de los dedos de alguien. Una sola vez, fuerte. El sonido me paralizó en el suelo.

—¡Fue suficiente! —gritó una voz masculina, voz de seda con un tono perverso. Un cosquilleo extraño recorrió mi cuerpo, frio.

Me enfoqué en la tarima de los modelos por puro instinto y lo vi, la sombra, la silueta que había visto tantas veces antes cerca de mí. Contuve la respiración, abrí los ojos de par en par. No tenía fuerza para ponerme de pie.

Las harpías retrocedieron poco a poco, dándome espacio. Me mirabas, sus ojos sin color estaban sobre mí. Mis amigos me rodearon en un segundo, Sara se arrodilló a mi lado y por segunda vez en la noche Andrew se interpuso entre los enemigos y yo.

—¿Quién eres? —interrogó Andrew. Su tono me dio miedo.

Vi una sonrisa entre las sombras, burlona y egocéntrica. Dos puntos rojos resaltaron en la oscuridad, sus ojos. Nos observaba con cuidado. Mi corazón me golpeó con fuerza en cuanto cayeron sobre mí.

—Kirok Dark, mensajero del infierno —dijo él, con desafío y prepotencia—. Tiempo sin verlos Dioses Guardianes, siguen igual de ingenuos que siempre.

Una ráfaga de viento elevó mi cabello, y tanto los demás como yo tuvimos que cubrir nuestros rostros para protegerlo de los trozos de vidrio que estaban por todas partes, excepto Andrew, quien no despegó la visa del extraño. Para cuando se detuvo, ni el chico misterioso ni las harpías se encontraban en el lugar.

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