16. Nuestra fuerza
DNA - Little Mix
La ciudad de Nueva York. No podía pensar en otra cosa diferente a eso: Nueva York. El hogar de Ares. Me sentía ansiosa, entusiasmada, y con miedo. Mi mente no alcanzaba a imaginar cómo sería el dios de la fuerza y la guerra, por mucho que tratara la imagen era borrosa en mi cabeza. Los recuerdos que había obtenido de Atenea no eran tan claros como para construir su imagen del dios, además de que podría ser muy diferente en esta vida.
A pesar del dolor muscular como recuerdo lejano del entrenamiento infernal, me incorporé del sofá donde durante cuatro horas permanecí acostada. Habíamos abandonado el bucle hacía cuatro días, pero aun así todo me seguía doliendo, o quizá solo eran imaginaciones mías.
Mis amigos no parecían haber pasado por mayor prueba, no se veían cansados o diferentes, algo envidiable. Me acerqué a ellos, a unos pasos de mí, tratando de ignorar el dolor fantasma y las marcas intangibles que me dejó el tiempo en ese bucle.
Trataba de olvidar esa experiencia, a pesar de que Astra decía que había valido la pena porque me dio claridad y me volvió una de ellos, algo en lo que yo no estaba de acuerdo. A veces sentía que hacía parte de ellos, otras no podía sentirme más excluida.
Evan realizó un raro movimiento con las manos, y como resultado obtuvo una proyección cuyo único color azul era lo que hacía que se viera como tal. Era la forma del planeta Tierra, bastante grande. El chico de ojos azules movió de nuevo las manos, y esta vez la visión de la Tierra se redujo a Estados Unidos.
—¿Cómo lo hiciste? —pregunté.
—Así fue como encontré a Sara —confesó Evan. Acercó más el mapa, hasta lo que yo deduje era la vía que conectaba a Pensilvania con Nueva York—. ¿Ven esos puntos de colores? —Había cinco, cada uno de un color diferente—. Esos somos nosotros, y ese —Señaló un punto naranja en algún lugar de la ciudad—, es Ares.
Se veía lejos, y en movimiento, lo que me hizo preguntarme cómo se suponía que lo íbamos a encontrar, y más aún, a hablar con él.
—La ubicación no es precisa —admitió mi amigo—, es tan solo una aproximación, por lo que el encontrarlo depende de nosotros.
—Así es —apoyó Astra, apartando la vista del mapa—, y por eso nos vamos a dividir. Formaremos parejas y buscaremos cerca del área que señala. La energía divina es más precisa mientras más cerca esté. Si alguno se encuentra cerca de él lo notarán.
—¿No es más fácil que lo busques y lo traigas? —pregunté, y todos me miraron. Astra abrió mucho los ojos.
—Ese es su trabajo, ¿por qué tendría que hacerlo también?
—Dijiste que has estado con nosotros siempre —le recordé—. Lo conoces.
Me sostuvo su mirada violeta por unos segundos. Por un momento me pareció muy diferente a su habitual semblante agridulce, que iba de lo cálido a lo fiero en poco tiempo. Ahora, frente a mí, me observaba como si yo hubiera dicho algo horrible.
—Sé como luce, pero no sé en donde está. Dentro de los Dioses Guardianes actuales es que mejor desempeño ha tenido de forma individual. Al contrario de los hermanos y Evan que siempre han estado juntos, él dominó sus artes solo, por puro instinto. Es el que menos me ha necesitado desde que nació, por eso no lo busco hace muchos años. Su ubicación actual la desconozco. Deben buscarlo con sus propias habilidades.
—No sentí nada con ustedes —les dije a mis amigos, en parte para cambiar algo de tema. Sentí cierta hostilidad de parte de nuestra mentora, como si la cuestionara, cosa que no hacía.
—Eso fue porque conociste a los chicos justo cuando despertaste. —explicó Sara—. Nos has sentido cuando estamos cerca, es parecido, solo que lo sentirás diferente porque lo estarás conociendo, adaptándote a su energía divina.
—Pero no será hoy —dijo Andrew, de brazos cruzados—. No llegaremos hasta dentro de uno o dos días, hasta entonces lo mejor será descansar. No sabemos cuanta energía consuma encontrarlo.
¿Andrew cansado? Era más probable que nevara en verano. Sin embargo, me quedé con la boca cerrada. A pesar de nuestro desempeño en el bucle de tiempo, él seguía sin hablarme más de lo necesario, y no le hablaría solo para darle el gusto de ignorarme. A veces me daba la impresión de que quería poner toda la distancia posible entre nosotros.
Cailye bostezó, llamando nuestra atención.
—Yo todavía estoy cansada —informó, y por un momento creí que se acurrucaría en el sofá como una especie de gato.
—Tienes razón —concordó la mujer de blanco cabello—, por ahora deben descansar.
Nadie se opuso, así que luego de que Evan desvaneciera el mapa, todos nos fuimos a nuestras habitaciones correspondientes.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó Cailye, mi pareja.
Tomé aire. Era la primera vez que visitaba esa ciudad. Estaba llena de gente, cada calle y cada edificio, cada pasaje. Demasiadas personas ocupadas con sus cosas, en sus vidas. La mayoría iban muy deprisa, como si fueran tarde a algún compromiso. Otra parte hablaban por teléfono. Nadie se preocupaba por nadie a su alrededor. Edificios muy altos y calles muy anchas, algo más caótico que mi ciudad.
Era temprano, casi las nueve, y en compañía de Cailye nos dispusimos a emprender nuestra caminata cerca de donde el camper se estacionó. Astra y Sara decidieron buscar en el lugar que el punto naranja indicó, y los chicos tomaron otra ruta para redondear el área de la misma señalización.
—¿Qué tal por allá? —Señalé una concurrida calle neoyorquina.
De por sí era una de las ciudades más pobladas de Estados Unidos, así que el espacio era nuestro primer inconveniente. El segundo era que no sabíamos por dónde buscar hasta no sentir la energía de Ares, lo que significaba básicamente que caminaríamos sin rumbo hasta sentirla.
Ella asintió mientras frotaba su abrigo para escapar del frio. Empezamos a caminar, evadiendo cada cinco segundos a alguna persona que pasaba corriendo por nuestro lado.
—Pronto será invierno —notificó la rubia al lado mío—; no me agrada el invierno.
Sonreí a pesar de la incomodidad con la que caminábamos. Era como si el rio de gente nos arrastrara con él.
—Tampoco es de mis favoritos. Prefiero la primavera, el olor y los colores no se comparan ni siquiera con el verano.
Cailye se rio por lo bajo y me miró de reojo.
—En primavera... Fue en primavera que mis padres murieron.
Sentí un frio recorrer mi espalda.
—Lo siento, no quería traerte malos recuerdos.
Negó con la cabeza y sonrió ligeramente.
—No lo haces. No pues traer recuerdos que nunca se van. Es solo que hace mucho no hablo sobre la primavera, también es mi estación favorita. A mi hermano no le gusta tocar ese tema.
—Lo sé, pero a ti no parece causarte tanto dolor hablar de eso.
—Todavía me duele, pero a mi hermano le duele muchísimo más. Aún se castiga por ello.
Abrí los ojos con interés, intrigada por estar tan cerca de averiguar más sobre Andrew, sobre ellos. Durante el entrenamiento me había enfocado tanto en seguirles el ritmo que había olvidado que aun con todo el disgusto hacia ese chico, en verdad quería saber qué fue lo que les pasó a esos hermanos.
—¿De qué hablas?
Al notar que Cailye ya no caminaba a mi lado, me volví hacia atrás y me di cuenta de que había parado en seco. Parecía estupefacta, y lo único que movía de su cuerpo era su juguetona nariz.
—¿Qué hueles?
—Hierro —balbuceó—, pino fresco, sol. —No entendía de lo que hablaba, hasta que pareció darse cuenta de que no hablaba su idioma y tradujo—. Es Ares, estoy segura.
Una punzada de expectación atravesó mi corazón. Fuerte, no pensé que tanto.
—¿Cómo puedes estarlo? Nunca lo has olido.
—Lo hice, pero no lo recuerdo, su aroma está grabado en mí tanto como el de ustedes.
—¿Dices que compartimos el olor con los Dioses Guardianes originales? No me agrada la idea.
—No, es algo diferente. Tu olor es distinto al que sé que es el de Atenea, como el de mi hermano, es muy diferente al de Apolo.
Ya me estaba confundiendo.
—Ares, ¿dónde está? —le recordé.
Volvió a mover la nariz, en un gesto muy gracioso, parecía un pequeño hurón.
—Creo que está cerca de un restaurante, puedo oler la comida desde aquí. Se mezclan con su olor.
—Espera un momento, ¿Sara no dijo que había un restaurante cerca del área que el punto indicó?
La pequeña rubia frunció el entrecejo.
—Alardeó durante veinte minutos sobre que cuando venía a Nueva York de viaje con sus padres siempre cenaban en ese lugar.
—Para el estándar de Sara eso es una muy buena critica. Pero no importa. —La tomé del brazo—. Creo que recuerdo la ruta que Sara tomó para ir a ese lugar.
—¿No es más fácil llamarla y decirle que está en el restaurante? —inquirió mientras me abría paso entre la multitud con ella sujeta a mi mano.
Sonreí con emoción.
—No. Quiero verlo, conocerlo. Cuanto antes mejor.
Eso decía, pero no estaba segura de lo que él opinaba sobre los Dioses Guardianes. Astra dijo que era bueno, que tenía buen desempeño y que no la necesitaba para protegerse. Pero el que fuera fuerte y apto como dios no significaba que fuera a aceptarnos en su vida. Y tampoco quería ser yo la que le dijera que debía venir a una misión para encerrar a Hades, era la menos indicada para pedirle que arriesgara su vida.
Bajamos del taxi que nos dejó frente al restaurante «Sourire D'ange» y corrimos hacia el interior aun cuando tuvimos que atravesarnos la calle. Era un lugar grande, rustico pero elegante, el tipo de lugar de Sara. Nos preguntaron si teníamos reserva, a lo que respondimos que buscábamos a alguien. No estaba adentro, pero Cailye le seguía el rastro cerca. Sí estuvo ahí, al menos.
Afuera, Cailye siguió oliendo el ambiente en su búsqueda, mientras yo observaba las estanterías del restaurante. Era también una pastelería, y sus estanterías de cara a la calle estaban llenas de postres de colores que parecían brillar.
No alcancé a comprar uno de esos postres, porque cuando levanté la cabeza Cailye ya había comprado uno. Un pastel pequeño. Ella arrugaba la nariz, llena de placer por probar el dulce, y sonreía como si llevabara meses sin probar algo así.
—¿Y el rastro?
Ella, que tenía los ojos cerrados mientras se comía el postre, los abrió como de repente y se encogió en su lugar.
—Perdón, me distraje. —Olió el ambiente otra vez—. Sigue cerca, creo.
Abrí la boca para protestarle, pero en ese momento lo sentí. Un vuelco en el estómago, una sensación familiar, y luego el calor sobre la marca. Una sensación urgente, de reconocimiento. Energía poderosa. Diferente a los chicos, a Astra, era una nueva energía divina.
Giré a mi alrededor, buscando con la mirada a esa persona que yo sabía que iba a reconocer. Observé infinidad de rostros desconocidos, varias mujeres mayores, hombres de traje, adolescentes en grupo, y niños tomados de las manos de sus madres. Di vueltas, me alejé de Cailye, tratando con desesperación encontrar la fuente de la reacción de mi marca.
Por mi lado, entre tantas personas que pasaron por ahí, me fijé en particular en un joven pelirrojo. Captó mi atención como un punto brillante en la oscuridad. Sin embargo, lo único que pude distinguir de él debido a la cantidad de gente fue solo su cabello. Intenso, único.
Intenté seguirlo, no perderlo de vista, pero entre tanta gente caminando y los semáforos en verde para los transeúntes, lo perdí. Dejé caer los hombros, con una sensación de perdida y decepción.
Lo sentí tan cerca...
Alguien tocó mi hombro entonces, por un momento pensé que era Cailye quien estaba a mi espalda, pero cuando me giré no solo la vi a ella.
Evan tenía el brazo aún estirado hacia mí, Andrew se encontraba al lado de Cailye mientras ella terminaba de comerse su pastel sin la menor preocupación del mundo.
Evan me ofreció una sonrisa amiga, Andrew ni siquiera me miró.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó entonces Evan, entre sorprendido y confundido.
—Cailye olfateó a Ares —expliqué con sencillez—. ¿Y ustedes? Creí que recorrerían otra zona.
—Lo hicimos —corroboró él—, pero sentimos la presencia de Ares aquí cerca, así que decidimos venir a investigar.
—¿Y si nos dividimos? Por separado recorreremos más terreno. Aún debe estar cerca...
—Lo dudo mucho —me interrumpió una nueva voz.
Los chicos miraron más allá de mí, a mi espalda. Me di la vuelta, en busca de la dueña de la voz. Ahí, a unos pasos, se encontraban Sara y Astra. Mi amiga sonreía, Astra lucía seria. Era lo más esperable, esa era su área.
—¿Por qué...? —empecé a decir.
—Ya se fue. No está cerca —explicó Sara—. Su energía divina se esfumó.
—Vamos, veamos donde está ahora y volvamos a empezar —dijo Astra.
Regresamos al camper juntos, dispuestos a reubicar a Ares antes de volver a salir a caminar como exploradores perdidos. De seguir así tardaríamos toda la vida en encontrarlo en una ciudad como esa.
Me dejé caer en el sofá, sin ninguna idea de dónde podría estar metido el dios de la fuerza. Ni siquiera sabía cómo fue que se escapó del radar de cinco dioses y medio, y por medio me refería a mí, simplemente fue como si se esfumara.
—¿Qué están haciendo? —le preguntó Cailye a Evan.
Él, junto con Andrew, revisaba nuevamente el mapa en busca de la señal perdida de Ares. El chico de ojos azules frunció el entrecejo, a lo que Andrew explicó la preocupación de su amigo con una expresión igualita. Se cruzó de brazos sin despegar los ojos del mapa.
—Se ocultó. Tal vez piense que lo siguen, pero dudo que crea que somos nosotros. Tal vez también recibió visitas de las harpías o de demonios.
—¿Podemos hacer eso? —pregunté, con las cejas juntas sobre mi entrecejo.
—A veces —me contestó Andrew, para mi sorpresa, desviando su mirada hacia mí por unos segundos. Al sentirme bajo su mirada tan intensa me encogí por pura inercia, él intentó relajar su expresión, pero no pudo—. Por periodos de tiempo cortos. No quiere que lo asocien con un lugar, eso parece.
Asentí, y Andrew retomó lo que decía al comienzo.
—No aparece en el mapa, al igual que Hermes, no hay nada. Solo estamos nosotros.
Entonces, el estómago de Cailye interrumpió la conversación.
—Tengo hambre —comunicó.
—Siempre la tienes. —Sara rodó los ojos.
La pequeña Cailye le lanzó mirada felina muy filosa, y Sara la correspondió. Me interpuse entre ambas, evitando que su disputa llegara más lejos.
—¿A quién le corresponde llenar la despensa esta vez? —indagó Evan, observando la situación al lado de Andrew.
Dejé salir un suspiro al recordar la colorida tabla de labores que habíamos construido una semana después de empezar el viaje, para organizar los turnos de lavado y de compras, porque no, convenientemente teníamos que salir a conseguir nuestra comida. Astra siempre se encargaba de la cocina, pero a alguien le correspondía comprar lo que comeríamos. Había olvidado esas tareas en el bucle, pues la comida siempre aparecía en la mesa, pero ahora debíamos volver a los acuerdos previos.
—A mí —admití.
Andrew posó sus ojos sobre mí y levantó el mentón.
—Ve con cuidado, si sientes algo raro nos avisas y te devuelves. No divagues por la ciudad. —me advirtió—. Que no haya sucedido nada últimamente no significa que estés a salvo sola.
Lo miré mal y bufé. Habíamos acordado reducir ciertas protecciones desde que aprendí a usar magia y a defenderme. Una de ella era salir sin guardaespaldas, algo que Andrew consideraba que era muy pronto ya que nunca me había enfrentado a un enemigo real yo sola. Astra los calmó asegurándome protección, aunque estuviera lejos.
Sara me entregó el monedero, y sin prestarle más atención al chico «no te metas en mi vida» me acerqué a la puerta.
—Sí, mamá. ¿También me vas a recordar que no debo hablar con extraños? —Le lancé una mirada desafiante—. Si tanto te preocupa, ve tú.
Frunció más su entrecejo. Aproveché su silencio para salir del camper, sin darle tiempo para responderme.
Pensándolo bien, eso de salir a buscar a Ares cerca del lugar que un mapa casi exacto indicaba no fue la mejor idea. Sin embargo, era la única que teníamos. O era eso, o buscar de persona en persona. A pesar de ello, no pude evitar pensar en que si Astra nos vigilaba desde siempre, debía de saber en dónde vivía Ares, o al menos algo que nos proporcionara más información sobre él.
Cuando pasé al lado de una banca, en Central Park, dejé las cuatro bolsas llenas de comida que había comprado y me senté en aquella solitaria banca de parque. Me entusiasmé comprando, lo admitía, pero si a mí me correspondía comprar al menos lo haría a lo grande.
Agradecí mi abrigador suéter de manga larga que me protegía del frio que gobernaba el lugar. El parque era inmenso y con muchos senderos, fácilmente alguien se podría perder ahí o desaparecer.
La gran cantidad de gente me hacía sentir normal.
Todas eran familias en una armoniosa tarde, paseadores de perros, o simples adolescentes de paseo. Por unos minutos me imaginé como una simple chica turista, comprando comida para su familia y admirando la vista de Central Park, preocupándose solo por a dónde irían de visita.
Pero eso estaba lejos de la realidad.
Era mi primera vez en Nueva York, por lo tanto, mi primera visita al Central Park; y podía decir, con total orgullo, que era como me lo imaginé: hojas secas por doquier, patos adultos con sus bebés, perros ladrando y gente haciendo ejercicio. Lo mejor era las personas que ignoraban mi existencia por completo. No se podía ser más invisible ante tantas personas, y eso me gustó, porque algo dentro de mí, un presentimiento oscuro, me decía que esos momentos de cotidianidad y anonimato pronto se irían para siempre.
Pasaron varios minutos, hasta que un sujeto extraño pasó por delante de mí. No le presté atención, era solo una persona más, pero al notar que algo se le había caído no pude omitir su presencia. Me agaché para recoger el sobre blanco que cayó, pero cuando me dispuse a devolvérselo al extraño, él ya no estaba ahí.
Sentí curiosidad por conocer el contenido del sobre, así que lo abrí y me encontré con seis boletos para una fiesta en el Sky-Room del Time Square, con fecha para la noche siguiente. Una fiesta en honor de la gran diseñadora Milky-S Broulie. Me quedé sin aliento. Era una de mis diseñadoras favoritas, una que pronto se iba a retirar. El evento era para celebrar el ultimo lanzamiento de su línea. Había leído en internet al respecto, nunca esperé tener en mis manos un boleto para algo así.
Sabía que no era correcto husmear algo ajeno, y de un completo extraño, pero si la persona no estaba cerca no los podía dejar en la calle. Me pareció interesante ir todos juntos, eso si por algún milagro aceptaban, pero me dio lastima por el sujeto que los perdió.
Estaba guardando el sobre dentro de uno de los bolsillos de mi pantalón, cuando noté la sombra de alguien a un par de pasos de mí.
Levanté la vista, un gesto tan común como ese. Una brisa acarició mi piel, elevó mi cabello con suavidad y obligó a unos patos cercanos a salir volando. Las hojas del parque danzaron, y por un segundo me pareció sentir que todo fue un poco más lento.
Una sonrisa me deslumbró, la luz del sol la hacía ver demasiado blanca. Vi a un chico pelirrojo, su cabello del mismo tono que todas esas hojas en el suelo y tan salvaje como el viento. Mucho más alto que yo, de hombros anchos y sorprendentes ojos amarillos, casi dorados. Sonreía con genuina alegría, como si todo en el mundo estuviera bien. Atractivo, joven, su presencia se sentía como...
—Eres tú —susurró el pelirrojo. Su voz sonaba divertida, como si se riera con las palabras, pero al mismo había un deje de incredulidad y asombro.
Me miró, clavó sus ojos dorados sobre los míos, y además de facilidad vi otras cosas en ellos, un sentimiento agridulce, extraño. Se acercó un solo paso, mi pecho se contrajo. Inclinó la cabeza dejó salir una risita victoriosa. Lo que fuera que pensara no parecía poder creérselo.
—¿De qué...? —empecé, pero cerré la boca en cuanto sus ojos se colocaron vidriosos.
Parpadeé varias veces. Tu presencia era tan... extraña. Mi corazón estaba demasiado agitado, su cercanía me ruborizaba las mejillas. Era como correr, mis latidos iban cada vez más rápido.
—El arcoíris me guiaba a ti.
Y fue entonces cuando lo sentí, la reacción de mi marca, los latidos desbocados de mi corazón, esos inmensos deseos de llorar, y ese sentimiento confuso que parecía no pertenecerme.
Ares.
No pude dejar de mirarlo a los ojos, y de igual forma él se veía tan estupefacto que parecía que se fuera a desmayar. Mi pecho quería explotar, rebosante de tantas cosas que no podía retenerlas todas. Imágenes aparecieron en mi cabeza, tardes acompañadas de un hombre de ojos feroces y sonrisa poderosa, de guerras y de risas. Vi a Atenea en mi cabeza, compartiendo una copa con Ares en el jardín, algo que no me pasó con ninguno de ellos. Los sentimientos de Atenea hacia Ares eran... fuertes.
—Te encontré... —solté sin pensar.
No tuve tiempo de detenerlo, se movió demasiado rápido, de un segundo a otro el chico pelirrojo se abalanzó contra mí y me rodeo con sus brazos. Me elevó sobre su cabeza, con sus fuertes brazos rodeando mi cintura al borde de provocarme un paro respiratorio. No solo sonreía, se reía a carcajadas victoriosas y con júbilo, como una persona reaccionaría si se ganara la lotería. Sus ojos, su expresión, era simplemente hermosa.
—¡No puedo creer que seas tú, líder! —exclamó, entre abrazos y risas.
Me depositó en el suelo con sumo cuidado, me tambaleé antes de recuperar la estabilidad. Tosí un par de veces, pero él no pareció darse cuenta de que casi me provocó un infarto. Había una infinita felicidad en su sonrisa, en sus ojos, en la forma en la que movía sus brazos.
—¿Sabes quién soy? —indagué con la voz apenas audible, tratando de recuperar el control sobre mis pulmones, sobre mi propio corazón que estaba tan emocionado como él.
—¡Por supuesto que sí! —confirmó—. Eres Atenea, la líder de los Dioses Guardianes. Es un honor conocerte. Eras quien estaba al final del arcoíris.
No sabía qué decir. Los chicos habían visto un arcoíris que los llevaba a mí cuando desperté, como una señal de reunión o algo así. Me observó con detenimiento, y ahora que sabía que era él me permití observarlo mejor.
Su rostro era perfecto, simétrico, fino. De labios rosados y tan solo unas cuantas pecas por su ascendencia pelirroja, de cejas pobladas y pestañas largas. Sus brazos trabajados, de cintura delgada y unas piernas larguísimas. Igual de hermoso que Evan y Andrew, pero la de él era una belleza más salvaje, como si su presencia quisiera retar a la misma naturaleza. Su chaqueta verde oscura acentuaba sus músculos, sus movimientos lo hacían ver más atractivo de lo que debería.
—Te estuvimos buscando todo el día —le dije, sin saber cómo comportarme.
—¿Estuvimos? —inquirió, un brillo entusiasta surcó sus ojos dorados—, ¿es decir que estás con los demás?
Su sonrisa ya no cabía en su rostro, y al final terminé sonriendo junto a él. La luz que irradiaba, su calidez y la forma en la que sonreía sin ninguna atadura lo hacían ver como un sol. Era contagiosa toda esa libertad.
—Así es. —Todo eso me parecía tan increíble, ahí, justo frente a mí—. Tengo que contarte muchas cosas.
Soltó una gran carcajada.
—¡No tenemos tiempo que perder! —exclamó con alegría—. Quiero conocerlos, llévame con los demás. ¿Esas bolsas son tuyas? Te ayudaré.
—Sí, por supuesto.
—Nunca pensé... —Sonrió más, ahora con una timidez adorable. Se rascó la nuca, su chaqueta se ciñó más a su cuerpo esbelto. Sus ojos lucían tan pacíficos, como si hubiera alcanzado un objetivo y estuviera viendo todo el camino que recorrió para alcanzarlo— encontrarme con nadie más. Creí que siempre estaría solo...
Le puse una mano sobre su antebrazo, pensando que tal vez fue así como se sintió Sara al comienzo. Solo, en todo eso. Y, aun así, por lo que oí, su desempeño como Dios Guardian era excelente.
—Dudo que vuelvas a sentirte así. Es grupo es... particular.
Le ofrecí una sonrisa. Había algo en él que me hacía bajar la guardia, que me decía que él era una persona confiable. Él, por respuesta, me mostró una sonrisa todavía más grande. Debería trabajar en comerciales de pasta dental, ganaría millones. Tenía el perfil y el carisma de un modelo.
—¡Oh, dioses! —Levantó las manos al cielo. La gente que camina por ahí lo observaba como un bicho raro, pero eso a él parecía no importarle— ¡Estoy tan emocionado por conocerlos que no puedo esperar! Dime, ¿cómo son? No, espera. No me digas. Quiero que sea sorpresa.
Emprendió su caminata, pasos dichosos, como si bailara, pero lo que él no sabía era que se dirigía en la dirección equivocada.
—Eh... es hacia el otro lado —indiqué.
El chico se detuvo y se volvió en redondo hacia mí. Su sonrisa impecable y brillante no se borraba de su rostro, ya me estaba empezando a asustar. Tomó el otro camino, pero de nuevo llamé su atención.
—¿Me ayudarías con las bolsas? Ahí está nuestro almuerzo.
—¡Oh, claro, lo siento, lo olvidé! —Tomó tres de mis bolsas, dejándome solo con una. Y sonrió a forma de disculpa.
Retomó el camino por uno de los senderos del Central Park. Yo me apresuré a seguirlo. Me pregunté qué se estaba imaginando en ese momento para lucir tan feliz.
—¿Cómo me encontraste? —quise saber—. En tu caso eres difícil de hallar.
Se rio, como si fuera muy chistoso mi comentario.
—Vi de nuevo el arcoíris y lo seguí. Cuando te vi ahí sentada supe quién eras. ¡Y mira nada más! Resulta que también me buscabas. Ha de ser el destino.
Deslumbrante. En cuando un rayo de sol atravesó su rostro e hizo brillar su sonrisa, supe que el chico tenía su propio centro de gravedad que atraía incluso a la luz del sol. Las miradas que recibía de la gente eran diferentes a las que recibían los chicos, más de ensoñación y añoranza.
Sonreí de nuevo, dejándome llevar por su energía.
—Por cierto, soy Ailyn. ¿Cuál es tu nombre?
Sus ojos cayeron sobre mí de nuevo, llenos de vitalidad.
—Daymon.
Daymon. Sí, sin duda un diamante.
—¿Así que por eso viajan en un camper? —inquirió Daymon.
—Sí, pero no te preocupes, no se siente como si fuera un camper. Es más como... como una casa con ruedas.
—Esa es la definición de camper —concluyó él con una radiante sonrisa en el rostro.
Reí con diversión. Ese chico me agradaba, era despreocupado y gracioso. Se sentía refrescante entre la cotidiana seriedad de Andrew y la abrumadora amabilidad de Evan.
—A lo que me refiero es que no se siente el movimiento. Es cómodo. Aunque sobre la razón de por qué hacemos el viaje por tierra en lugar de transportarnos con magia, es algo que solo una persona sabe.
Durante el camino desde Central Park le había estado contando lo que más pude y que me pareció importante que supiera. Desde cómo empezó todo hasta lo que debemos hacer. Le conté detalles de los demás, entre ellas sus personalidades y lo que hicimos antes de conocerlos.
También le mencioné algunas anécdotas, como la del hechizo del pasado, el bucle de tiempo para entrenar, y la cosa o persona que nos seguía. Pero el tiempo no era suficiente para ponerlo al tanto de absolutamente todo.
—¿Irás... con nosotros? —le pregunté luego de terminar de contarle la mayoría de las cosas. Lo miré de reojo, nerviosa y expectante, conteniendo la respiración sin siquiera notarlo.
Por lo general nunca era buena esa parte. Yo salí corriendo cuando lo supe, Cailye se mostró indecisa. Pedirle algo así, a alguien que acaba de conocer y del que no sabía nada, sin duda era complicado. Estaría en todo su derecho de negarse.
Daymon levantó la cabeza, permitiendo que la luz del sol lo acariciara. Los rayos de luz atravesaban sus pestañas pelirrojas, resaltaba el color de su piel como diamantes. Sonreía, tan ligero como una nube.
—¡Claro! —exclamó. Su mirada dorada cayó sobre mí, observándome con todo el entusiasmo que solo podía verlo en él en aquella situación que nos causó conflicto a todos—. Para eso me buscaban, ¿no? Me necesitan. Siempre pensé que era el único, encontrarlos es algo que sin duda no estaba en mis planes de vida.
Mis labios se curvaron en una gran sonrisa. Saber que iría sin problema me quitaba un peso de encima. Y, aun así, también me dolió que tuviera que arrancarle a otra persona la oportunidad de estar con su familia, igual que a mí.
—Líder —llamó Daymon—, ¿dijiste que su mentora se llamaba Astra?
Asentí, sin entender su repentina pregunta. Daymon sonrió con gracia, como si un recuerdo le causara risa.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque ese es el nombre de mi guía de yoga.
Mis pies se detuvieron al escuchar eso. Astra había dicho que Daymon no necesitaba apoyo, que su desempeño y habilidades le permitían cuidarse solo, entonces, ¿por qué ahora resultaba que sí que estuvo presente en su vida?
No me di cuenta en qué momento llegamos al estacionamiento, ya que cuando mis pensamientos volvieron a mí Daymon señaló el camper con entusiasmo y una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Ese es el camper?
—S-Sí —tartamudeé—, es ese.
Parpadeé varias veces, tratando de unir los cabos de por qué si Astra conocía a Daymon personalmente nos dejó buscarlo como aficionados toda la mañana.
Abrí la boca para preguntarle más respecto a su relación con su guía de yoga, sin embargo, no llegué a emitir palabra alguna, ya que la presencia de Sara me interrumpió.
Se veía preocupada e impaciente, de seguro salió con el propósito de buscarme; caminaba hacia mí. Me había demorado más de lo esperado en ir de compras, era de esperar que alguno saliera en mi búsqueda tarde o temprano. Su mirada se clavó en mí de inmediato, frunció el ceño y vi la protesta sobre mi demora, pero entonces, como si notara a mi acompañante de la forma más abrupta, sus ojos cayeron sobre él y podría jurar que algo en el ambiente cambió.
Se detuvo de golpe, paralizada casi por completo, ni siquiera vi que respirara. Esperé su usual hostilidad hacia las personas nuevas, ese recelo extraño hacia lo desconocido. Pero no hizo nada de eso. Se quedó mirando a Daymon, como si estuviera viendo un fantasma o espectro en lugar de una persona de carne y hueso.
Enarqué las cejas, confundida, hasta que me fijé en el chico a mi lado y su reacción era una copia idéntica de la de mi amiga. Tenía los ojos bien abiertos, sus labios levemente separados, como si se hubiera quedado a medias en una exhalación. Y no le quitaba los ojos de encima a Sara.
Recordaba ese tipo de mirada de algún momento previo a la locura apocalíptica, pero tal vez estaba exagerando. O quizá era algún recuerdo lejano de Atenea, después de todo Afrodita y Ares fueron de las parejas con más drama entre los dioses.
Afrodita fue comprometida con Hefesto, era su esposa, pero ella no dejaba de engañarlo con Ares. Amantes trágicos. Por los recuerdos de Atenea sabía que ese par le habían causado buenos problemas a mi predecesora.
Sonreí recordando su historia. Me agradaba no ser la única con un amor gravado desde vidas anteriores.
Mi nuevo amigo sonrió todavía más, sus ojos se iluminaron de un nuevo brillo. Sara retrocedió un paso, sin ninguna sonrisa. Daymon dejó salir una exhalación e intentó dar un paso hacia ella, pero Sara de nuevo retrocedió sin dejar de mirarlo. No parpadeó, pero se veía como si cada musculo de su cuerpo le pidiera huir.
Pasaron cerca de dos o tres minutos así, tan inmóviles como un par de estatuas. Esperé a que cualquiera de los dos dijera lo que fuera, tan curiosa por saber qué saldría de sus bocas al conocerse. Cuando conocí a Andrew no fui capaz de hablar, ahora entendía que lo que sentí esa noche no me pertenecía, eran los sentimientos de Atenea por Apolo, exactamente igual que en ese momento.
—Hola —dijo Daymon al fin, dando un nuevo paso hacia mi amiga.
Los ojos de Sara se estremecieron, no, pareció que todo su cuerpo se estremeció. Y salió corriendo hacia el camper. Cerró la puerta detrás sin siquiera dedicarme una última mirada.
No sabía si romper a carcajadas o simplemente golpearme la frente con la palma de mi mano. Solté un suspiro, y eso que siempre era yo la que salía corriendo.
—¿Qué...? —empezó Daymon, confundido, pero al borde de la risa. Había una chispa de curiosidad y encanto en sus ojos.
—Ella es... —No pude evitar reírme—. Complicada. Vamos, tengo hambre y los demás ya deben saber que estás aquí.
—¡Es cierto! —exclamó Daymon—, ¡lo había olvidado!
La atención cayó sobre nosotros cuando entramos al camper como una gran piedra. Cuatro pares de ojos con expresiones variadas nos estudiaron de pies a cabeza. Ni siquiera se preocuparon por las bolsas de comida, solo tenían ojos para nuestro nuevo integrante.
Entonces, Astra salió de la cocina como un espectro hermoso. Nos observó con ojos tiernos un segundo y no pudo evitar que una sonrisa se deslizara por su rostro.
—¡Astra! —Daymon la reconoció—. Sabía que eras tú.
Ahora, todos miramos a Astra, en busca de respuestas. Ella atravesó la sala, y sin la menor sutileza abrazó a Daymon. Los demás guardamos silencio, demasiado sorprendidos como para hablar. El pelirrojo correspondió su abrazo, era como una extraña reunión familiar.
—Él es Daymon Bruks —presentó Astra, separándose de él pero sin mirarnos. Lo observaba, cada parte de su rostro, cada detalle—. Ares, el dios de la fuerza.
—Sí, Astra, lo sé. Pero ¿por qué no lo dijiste antes? —repliqué.
—¿Decir qué?
—¿Cómo que qué? Pues que eres su guía de yoga. Te pregunté si sabías en dónde estaba.
Astra me miró, y sonrió, no sabía si lo que había en su sonrisa era ternura de madre o malicia de hermana mayor.
—No mentí. No sabía en dónde estaba y les dije que sí sabía cómo lucía. Fui su guía de yoga hasta hace un par de años, no volví a acercarme desde entonces. Les dije que él no necesitaba que lo cuidaran.
—Pudiste habernos ahorrado toda una mañana de búsqueda en vano —repuse—. Tenías la información suficiente pero no quisiste compartirla.
Vi un destello filoso en sus ojos, pero parpadeó para ocultarlo y cuando me miró de nuevo solo estaba el color violeta tan místico.
—Daymon siempre estuvo cambiando de residencia, cuando comencé a vigilar a Ailyn de cerca él se mudó de nuevo. Prioricé a quienes más me necesitaban, ya se los dije. No sabía cómo encontrarlo, mis datos de él no estaban actualizados y luego del bucle de tiempo mi magia necesitaba descansar. Si me hubieran preguntado su nombre se los hubiera dado.
Abrí la boca de nuevo, pero Andrew tomó la palabra.
—Su nombre no nos habría servido de mucho —explicó—. No podemos encontrarlo por su nombre, solo por su energía divina. —Observó al recién llegado con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué la ocultaste?
Daymon, mientras descargaba las bolsas en el suelo, lo observó con una sonrisa y una ceja levantada. Se rascó la nuca, completamente despreocupado.
—¡Harpías! Han estado rondándome últimamente, desde el arcoíris. Cuando voy a casa y a ciertos lugares la oculto para que no me puedan encontrar. Un ataque público es un problema. ¡¿Se lo imaginan?!
Así que Andrew tenía razón, a él también lo atacaron. ¿Qué era lo que pretendía Hades? Si me buscaba a mí, ¿por qué ir tras ellos?
—Pero qué... —se quejó Daymon.
Volví mi mirada hacia él, para averiguar la razón de su queja; lo que descubrí me provocó una gran risa: Cailye se las arregló para acercarse a él y olfatearlo, algo que por supuesto puso incomodo al pelirrojo.
—No te preocupes, es su forma de hacer amigos —expliqué, y no pude evitar notar que por como lo dije pareció que le explicara que mi perro no le haría nada.
Cailye agudizó más su olfato y se acercó a su cuello. Ahí se apartó, y lo miró directo a los ojos.
—Pino fresco, sol, hierro —masculló la pequeña rubia—. Definitivamente es Ares.
Daymon sonrió con amplitud, pero todavía parecía nervioso.
—Gracias, es bueno estar seguro.
—Daymon, ella es Cailye —la presenté—. Artemisa, para ser exactos. Es la chica que te dije que le encanta comer, en especial todo lo que contenga azúcar.
—¡Oye! —replicó ella—. No tenías que decirle eso.
Contuve mi risa.
—De todas formas se iba a dar cuenta.
—¡A mí también me gusta comer en gran cantidad! —compartió Daymon—. No hay nadie que me gane cuando se trata de eso.
Y de pronto, una chispita competitiva y desafiante apareció en los ojos de Cailye. Los dos gozaban de una alegría diferente. La de Cailye era cálida, la de Daymon era feroz.
—¿Quieres apostar? —murmuró ella, entre advertencia y desafío.
Daymon rio nervioso al darse cuenta de que había metido la pata y se rascó la nuca. Cailye podía llegar a ser macabra, en especial si se trataba de Sara o de la comida.
—No te preocupes —susurré al oído de Daymon—, no te va a comer mientras no le de hambre.
No quería asustarlo, solo prevenirlo. Él se relajó y sonrió de nuevo.
—Está bien —le respondió a Cailye—, cuando tú quieras podemos hacer un concurso de comer.
Ese chico no sabía a lo que se enfrentaba, Cailye nos había retado a todos a un desafío de comida en algún momento del camino, pero todos lo habíamos rechazado porque sabíamos que no había quien le ganara cuando se trataba de comer. Al parecer había alguien lo suficientemente ingenuo para aceptar; Daymon tenía agallas, pero eso no lo salvaría de la tierna locura de mi amiga.
Ella lo contempló por un segundo, y arrugó la nariz. Entonces, la llama vengativa de sus ojos desapareció, dejando en su lugar una pequeña y cálida sonrisa. Sin duda ellos dos se llevarían bien. Genial, ya que no quería que hubiesen más malas relaciones entre nosotros.
—Es un trato —confirmó ella en tono cantarín.
Astra, que no me di cuenta en qué momento tomó las bolsas de las compras, se dirigió de nuevo a la cocina. Se veía tan extraordinariamente rara con una túnica violeta y delantal blanco que tuve que tragarme mis carcajadas.
Mi nuevo amigo posó sus ojos en Sara, otra vez, así que me vi obligada a seguir con las presentaciones por ella, ya que ninguno se dirigía la palabra y me aterraba la idea de que Sara saltara por una ventana solo para poner distancia entre ellos.
—Sara —expliqué—, o Afrodita. Mi mejor amiga.
La sonrisa de Daymon se hizo más grande, el brillo curioso en sus ojos se intensificó. Sabía que estaba feliz por conocernos, pero por Sara parecía que sintiera más que entusiasmo. Lo superarían con el tiempo, esperaba.
Sara asintió mientras apretaba los labios, sin quitarle los ojos de encima. Parecía un gato salvaje.
Daymon soltó algunas risas.
—¡No te preocupes, Sara! —dijo él—. Relájate, prometo no intentar nada. Eres hermosa, pero sigo siendo un caballero.
Las mejillas de Sara se encendieron en un rosa tan fuerte que sobre su piel pálida parecía pintura. Desvió la mirada con violencia, casi con desesperación. Nunca había visto a Sara perder la compostura, el control, era refrescante y divertido. Tomé una foto con mi celular con tanta sutileza como pude; nunca la dejaría olvidar ese momento.
Halé a Daymon, mostrando piedad con mi mejor amiga, ya que él seguía con los ojos sobre ella y Sara parecía querer volverse diminuta. Cailye sonrió con malicia, casi pude ver cuernos de diablo sobre su cabeza; sin duda ella era la que más lo disfrutaba.
Evan, que se encontraba de pie, estiró la mano frente a él, ofreciéndole un cordial saludo. No se podía esperar menos del amable de Evan.
—Evan Cowater —saludó mi amigo.
—Y Poseidón —agregué.
Daymon abrió los ojos de par en par.
—¡Un honor conocer a uno de los Tres Grandes Dioses!
Evan se limitó a soltar una risa nerviosa. Él era demasiado modesto y no le gustaba que se refirieran a él de esa forma, decía que se sentía incómodo y que era suficiente con que solo pensaran en él como un Dios Guardián que como hermano de Zeus y Hades.
No olvidé a Andrew, solo lo dejé para el final para que Daymon supiera que no todos éramos como él. Andrew, por cierto, se sentó en una se las sillas de la sala cuando comencé con las presentaciones, con los brazos cruzados sobre su pecho e inspeccionando al invitado de pies a cabeza con su fría e inescrutable mirada.
—Y por último Andrew; es el hermano mayor de Cailye, y la paródica reencarnación de Apolo.
Andrew frunció el ceño y me lanzó una mirada de advertencia, ofendido por el adjetivo que usé para describirlo. Eso me sacó una leve sonrisa. Él no tenía inconveniente con herir mis sentimientos, así que yo no tenía por qué ser piadosa para referirme a él.
—Un momento, ¿él no es el idiota que te ofendió y echó de su casa?
De acuerdo, tal vez le conté muchas cosas a Daymon, y es que el camino de vuelta fue bastante largo.
Sentí que la mirada de Andrew sobre mí, como si sus ojos lanzaran una flecha en mi columna vertebral y ésta atravesara mi alma. Gélida, como el frio de la muerte. Nada de lo que no estuviera acostumbrada ya.
Andrew odiaba que lo llamaran idiota.
—Sí... —respondí a secas.
Daymon estiró la mano como había hecho con Evan, con inocencia, como si no le afectara la taladrante mirada del chico ante él. Andrew ni siquiera se molestó en observar al pelirrojo, ya que su mirada seguía atravesando incluso mis vidas pasadas.
Soltó un suspiro. Se levantó de la silla y observó el saludo de Daymon, luego lo miró a los ojos. Había una sonrisa picara en los labios del pelirrojo, ladeada mientras los dos se observaban con una intensidad que solo ellos entenderían.
Asintió, tan solo eso, y luego de dejar a Daymon con el saludo extendido pasó por su lado hacia la cocina.
—Gusto en conocerte a ti también. —Daymon retiró la mano extendida, con una sonrisa tensa.
—Lo siento, pero este «idiota» tiene que sacar la basura. —El tono de Andrew fue de todo menos amigable.
Se perdió por el pasillo que daba a la cocina, dejando una atmosfera ligeramente tensa a su espalda. Antipático ayer, antipático hoy, antipático mañana. No entendía cómo Evan lo soportaba.
—¿Siempre es así? —Daymon se frotó el cuello, incomodo.
Suspiré. Andrew daba una muy mala primera impresión. Pero yo no era quién para defenderlo, conmigo nunca había dejado de ser un gruñón y un grosero. La oveja negra, sin duda.
—La mayor parte del tiempo, pero no te preocupes, solo se comporta así conmigo. Luego te dará la bienvenida que corresponde.
Andrew era algo así como un perro con cara de mataperros que nunca mataría ni a una mosca. Podría ser todo lo mal humorado y antipático del mundo, pero a casi todos nos daba el lugar que correspondía. Estaba segura de que incluso él se llevaría bien con Daymon.
—Ailyn, ¿qué le dijiste a Daymon? —preguntó Evan, en ese tono parecido al de Sara cuando me quería regañar.
Fruncí los labios. Daymon levantó una ceja, confundido.
—Le comenté algunas cosas, el tiempo no fue suficiente para entrar en detalles.
—Él estaba preocupado por ti —soltó. Ah, pero claro que sí—, quería salir a buscarte, pero Sara se le adelantó.
—Sí, claro. Dejó bien en claro que jamás volvería a proteger mi vida. Le preocupa que muera por razones muy diferentes a las que debería.
Lo conocía desde hacía meses, debería preocuparse por mi vida como un amigo, como yo me preocupaba por la de los demás. Pero, para Andrew, mi muerte no representaba más que un espacio vacío en el equipo que les daría muchos problemas. Y entender eso, que nunca podríamos ser amigos, me dolía de una forma que no quería entender. Al fin y al cabo, ¿qué me importaba lo que él pensara de mí? Se suponía que nada, pero aun así...
Evan bajó la mirada y soltó un suspiro.
—Definitivamente parecen un par de niños —masculló él entre dientes, casi con una sonrisa. Y me dedicó una intensa mirada azul—. Solo no lo rodees de prejuicios, en especial con los nuevos integrantes. ¿Puedes?
—¡Oh, vamos! Andrew haría lo mismo. Me ha dicho cosas peores desde que lo conocí.
—No ha hablado mal de ti con nadie —continuó Evan, su fiel abogado—. Te ha dicho cosas, claro, y horribles. Pero solo a ti y solo cuando tú estás presente.
Solté un fuerte resoplido. No tenía sentido debatir el comportamiento de Andrew con su más devoto seguidor. ¿Qué importaba si me las decía de frente o a mis espaldas? El punto es que salían de su boca, solo eso tenía valor.
Daymon me estudió con detenimiento y entonces soltó varias carcajadas.
—¡Ya entiendo lo que sucede! —exclamó.
—¿A qué te refieres? —Fruncí el ceño.
—A nada, no me hagas caso. —No podía ocultar su sonrisa.
Lo ignoré, ignoré también el tema de Andrew. Durante el entrenamiento me quedó claro que no podríamos hablar sin terminar gritándonos. Sin embargo, una parte de mí, una molesta e insistente, se preguntó si tal solo estaba abordado todo mal con él, si en verdad no habría ninguna esperanza para nosotros.
Pasaron las horas y Daymon habló tanto con los demás que ya era como si siempre hubiera estado con nosotros. Era carismático, simpático, cuando hablaba simplemente todo el mundo se detenía a escucharlo. Entre todo lo que dijo mencionó que trabajaba como animador de fiestas infantiles y que despertó a los quince años. No dio muchos detalles sobre su despertar, pero por cómo vaciló su sonrisa al mencionarlo supe que había sido igual de mala que las de todos. Algo que al parecer siempre tendríamos en común.
Lo bueno era que con el pasar de los minutos Sara se incorporó al grupo y dejó de ver a Daymon como si fuera un asteroide a punto de impactar contra su mundo. Se sentó con sutileza a mi lado y Daymon le dio espacio, ni siquiera la miró, como si entendiera que ella necesitaría tiempo para acostumbrarse a su presencia.
Andrew había hecho lo que dijo que haría y ahora se encontraba sentado al lado de su hermana, fingiendo estar dormido para no entrar a la conversación pero que yo sabía que oía cada palabra.
Antes, Daymon había dicho que quería hablar con él a solas, que quizá había descubierto algo que le podría interesar, pero no dio detalles al respecto.
Curiosa de lo que tenía que hablar con el chico «no te metas en mi vida» me escondí tras la puerta trasera para tratar de escuchar su conversación. No obstante, el barullo de la ciudad y la lejanía desde los contenedores de basura hasta el camper, me impidieron enterarme de su plática.
Al comienzo Andrew no parecía perturbado por la presencia de Daymon revoloteando a su alrededor, pero luego de unos minutos se cansó de que el pelirrojo lo irritara tanto o más que yo y tan solo le dio pie a una conversación. Así comenzó su charla, una que me permitió observar el rostro de Andrew ser recorrido por la sorpresa, la incredulidad, la negación, la ira y por ultimo la desolación. Lo que fuera que le dijo parecía que lo dejó bastante destruido. Andrew no se reunió con nosotros hasta entrada la noche.
Eso solo provocó que sintiera más deseos de saber de lo que hablaban.
El punto es que después de hablar con él, misteriosamente, se habían vuelto buenos amigos. Era extraño cómo funcionaban las relaciones masculinas, en tan solo algunas horas pasaron de desconocidos hostiles a compañeros de equipo.
Cuando Daymon habló sobre sus presentaciones en Central Park y cómo era un pésimo lugar para eventos infantiles, recordé el sobre con los boletos dentro que encontré ese día en la mañana.
Busqué en el interior de mi sudadera dicho sobre y me quedé mirándolo por un minuto hasta que Sara se me acercó.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó, curiosa.
—Lo encontré en un banco en Central Park, son boletos para una fiesta en el Time Square. —expliqué y se los entregué para que los ojeara—. Es en honor a una diseñadora, había leído al respecto en una revista hace tiempo. La diseñadora pronto se retirará, será de sus últimas apariciones en público. Habrá exhibiciones inéditas.
Sara frunció el ceño, Andrew abrió un solo ojo.
—¿Boletos para una fiesta? ¿Así de la nada? —Mi amiga revisó el interior, dudosa.
Me encogí de hombros.
—Intenté devolverlos, pero el sujeto ya se había ido, creo que su grupo de amigos va a estar muy decepcionado. Es exclusivo, las entradas solo se dan por invitación.
—¿Y qué piensas hacer con ellos? —indagó Daymon, con una sonrisita que parecía saber exactamente lo que cruzaba mi cabeza.
—Ir, por supuesto —respondí con simpleza.
—¿Ir a dónde? —Astra apareció en la sala de repente.
De un momento a otro la conversación involucró a todos los presentes, incluso al chico que se hacía el dormido pero no podía estar más despierto. Me miraron a mí, luego a Astra. Ella me observaba con ojos severos.
—A una fiesta.
La diosa elevó una sola ceja.
—¿A una fiesta? ¿Ahora? Pero por supuesto que no.
—No creí que necesitáramos permiso —admití.
Sus ojos violetas me atravesaron como si quisiera lanzarme una piedra.
—La mayoría de ustedes son menores de edad. Pueden ser las reencarnaciones de los Dioses Guardianes, pero no dejan de ser unos niños.
Solté una risita sarcástica.
—Qué curioso que para entrenar a muerte seamos dioses, pero para ir a una fiesta seamos niños. Decídete cómo nos tratas, Astra, porque hasta donde sé no eres madre de ninguno.
Andrew se incorporó del sofá como un resorte. Todos los demás contuvieron el aliento. Los ojos de la diosa literalmente se encendieron en un color violeta sobrenatural, su cabello se movió por una corriente de aire inexistente. Me sostuvo una mirada fiera, pero luego de unos segundos parpadeó varias veces y tan solo tomó aire, el brillo y el viento se fueron.
—Estoy a cargo de sus vidas, su seguridad es mi responsabilidad —dijo con toda la calma y firmeza del mundo—. Y mientras esté con ustedes deben obedecer mis ordenes si quieren permanecer con vida. No permitiré que se arriesguen por ir a un evento del que misteriosamente tienen entradas. Podré ser inmortal, pero no soy tan estúpida.
Bufé y la miré con desafío. No recordaba haber firmado ningún contrato para entregarle mi vida y mucho menos encomendarle mi seguridad. La seguíamos porque era una diosa, ¡porque era enviada de Hera! Pero los límites de lo que podíamos o no hacer no los definía ella.
—¿De qué hablas? Lo dices como si fuéramos a nuestro matadero.
Astra se llevó la mano a la cian y la masajeó.
—Ailyn, por Madre Gea, me estás diciendo que quieres ir a una fiesta cuyos boletos encontraste en un parque público cuando casualmente estabas sola. Boletos exclusivos, de invitación, que ninguna persona en su sano juicio dejaría tirados. ¿Acaso te estás oyendo?
Enarqué una ceja.
—Sigo sin entender.
—¡Es una maldita trampa! —exclamó.
Cada mueble en el camper se estremeció, su cabello blanco saltó tras su espalda y sus ojos de nuevo se encendieron. Sacudió la cabeza y todo regresó a la normalidad. Cailye se acurrucó en el sofá, Sara abrió mucho los ojos y los chicos pues, tan solo conservaron la compostura. Noté a Andrew un paso más cerca de mí, pero tal vez solo fue mi imaginación.
Tragué saliva. Ver vestigios de la divinidad de Astra aterrarían a cualquiera. Cerré las manos sobre el borde del sofá.
—Eso no puedes saberlo.
—Claro que sí, es más que evidente. —Hizo una pausa y sus ojos nos recorrieron—. Es mi última palabra, nadie irá a esa fiesta.
Se dio media vuelta y desapareció por el pasillo hacia la cabina del conductor, dejando tras de sí una advertencia en el aire. Nos tomó unos segundos recuperar el aire y procesar lo que acababa de pasar.
Los demás me observaban con fijeza, incluso Andrew.
—¿Ustedes quieren ir? —pregunté.
Hubo un silencio pesado.
—Yo sí —aceptó Cailye en voz baja, asomando sus ojos entre sus brazos. Estaba completamente recogida en su lugar—. Sería divertido y a ti te gustan esas cosas.
Barrí la sala con la mirada, en busca de la aprobación de los demás. Solamente Daymon, con exagerada energía, asintió repetidas veces. Sin duda para él las advertencias y el tono de Astra no eran de qué preocuparse.
Pero los correctos del grupo aún lo dudaban.
—La cuestión no es si queremos —expuso Evan—. Astra tiene razón, ella está a cargo de nuestra seguridad hasta reunirnos los siete. Mientras no estemos todos reunidos no nos dejará arriesgarnos. Y también tiene razón en lo sospechoso que parece todo.
—No somos niños —repliqué—, y no es nuestra madre. La obedecemos porque es nuestra mentora, una diosa cuya misión es guiarnos, pero no tiene derecho a prohibirnos nada. Además, no es como si nos fueran a atacar o a raptar. Cualquiera puede perder unos boletos y yo ya sabía del evento desde hace tiempo. No es falso.
—Si, claro, y justo seis boletos —cuestionó Andrew con una ceja alzada. Ahora estaba recostado en la pared con los brazos cruzados sobre su pecho. Me miraba con los ojos entrecerrados.
Lo ignoré.
—¿Y bien? —me dirigí a los demás, en busca de más apoyo.
No hubo respuesta, todos permanecieron en silencio. Recuperé el sobre con los boletos y me quedé observando el colorido contenido con la idea de asistir al evento gravada con fuego en mi mente.
Respetaba a Astra, y no le quería llevar la contraria debido a su experiencia, pero en serio quería ir a esa fiesta, era una oportunidad única para mí. Admiraba a Milky-S Boulie, poder conocerla era mucho más de lo que alguna vez imaginé. Lo merecíamos luego de habernos encerrado durante semanas en un bucle de tiempo y presionar nuestros cuerpos al límite. Era apenas justo recibir un compensatorio.
En ese momento lo decidí, con sin el permiso de Astra iría a esa fiesta. Con o sin mis amigos. Y ellos claro que no me dejarían ir sola.
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