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15.2. De magia y estrellas

Ghost - Jacob Lee

Astra no me habló ni me miró durante algunas horas al día siguiente. A mediados de la mañana ella entró a mi sección. Tenía la capa cerrada al frente y una mirada seria. No me saludó cuando se acercó, tan solo se detuvo frente a mí y abrió su capa.

Algo saltó, blanco y negro, peludo, pequeño. De ojos azules y grandes, con una herida en una patita delantera y una mirada llena de miedo. Un gato. En cuanto el gato saltó corrió como pudo a una esquina, se acurrucó con los ojos bien abiertos y miraba hacia todas partes. Temblaba, casi pude oír su corazón galopar a toda velocidad.

—Es callejero, alguien lo hirió hace tiempo. Debes curar su herida y ganarte su confianza —dijo ella en tono neutro—. No puedes usar el Filtro en tus compañeros, no es correcto ni seguro. Pero debes practicar.

Miré al gato acurrucado, muerto de miedo, y luego a ella.

—¿Puedo usarlo en animales?

Esa fue mi única pregunta. Algo sabía sobre ese código de los dones entre dioses. No podía usarlo en ellos por la misma razón que Sara tampoco lo hacía, era mal visto y una invasión. Eso me dijo Evan en algún momento.

Astra se dio la vuelta.

—Tienes el día de hoy para conseguirlo. Ponte a trabajar.

Y de nuevo me dejó sola. Sola con el gato.

Solté un suspiro. No tenía idea de cómo hacerlo y sabía que Astra no me lo diría. Aún seguía molesta por mi comentario sobre Atenea.

Miré al gato agazapado en el rincón, con los ojos bien abiertos y temblando de miedo. Lo miré por unos minutos antes de decidirme a acercarme. Despacio, con cuidado y visibles todas las partes de mi cuerpo. El gato me gruñó, acurrucó más su cuerpo a la pared; sus ojos saltaban desde mi cabeza hasta mis pies, como si esperara el movimiento final de mi parte.

Estiré mi brazo, despacio, mirando a sus ojos y tratando de transmitirle toda la confianza que pude.

Pero no fue suficiente. Un movimiento repentino y ágil, un ataque a mi brazo, un rasguño largo, casi del largo de mi antebrazo. Ardió. Lo retiré de inmediato y me recogí, el gato hizo lo mismo y me gruñó con más fuerza. Una advertencia.

No le quité los ojos de encima mientras me limpiaba la herida con la manga de mi suéter. Dejaría de arder pronto. Pero la herida valió la pena, gracias al movimiento del gato pude ver su pata lastimada. Tenía la patita completamente doblada, desgaste muscular hasta el hombro y heridas de defensa por todas partes, incluso le hacía falta parte de su oreja izquierda. Debía curarlo con magia, lo sabía, pero no podría hacerlo si no se tranquilizaba primero.

Intenté acercarme de nuevo, pero obtuve la misma reacción y me libré por poco de otro arañazo.

Suspiré y me dejé caer en el piso. Antes, con Melanie, había usado el Filtro por puro instinto, sin saber controlarlo. No sabía cómo activarlo ni direccionarlo, mucho menos en un gato.

Lo miré, sus ojos cargados de temor, su cuerpo temblante. Debía hacerlo, al menos intentarlo. Me concentré en sus ojos, en lo que percibía en su mirada. Esa tristeza y soledad, ese terror constante...

—Lo siento —le dije—. En verdad lo lamento. No es tu culpa, nunca lo ha sido ni lo será. En nombre de ellos te ofrezco mis disculpas. No debería ser así, no deberías sentir ese dolor. Te prometo que no eres el problema.

«Tengo miedo»

Oí una voz a lo lejos en mi cabeza, igual que esa vez con Melanie. Los ojos del gatito no cambiaban.

Estiré de nuevo mi mano hacia él. Intenté seguir esa voz en mi cabeza hacia el lugar donde se ocultaba, un lugar frio y aterrador, demasiado grande. Me perdí en los ojos del gato, afilados, como si estuviera rodeado de púas y lo lastimaran con solo respirar.

Contuve el aliento. Más al fondo, más en la oscuridad, una pequeña luz tan débil como la seguridad de ese minino. Seguí adelante, estiré más mi brazo. Estaba cerca, demasiado cerca...

Fue entonces cuando las flores estallaron en mi cabeza. Luego fuego, luego viento. Me quedé inmóvil, mi mano estirada hacia el gato, sus ojos sobre los míos como si de alguna manera viera a través de los míos las flores y el fuego.

Un campo lleno de flores apareció en mi cabeza. Verano. Una cabaña a lo lejos. Había una chimenea encendida y cojines por todas partes, mantas y... comida. Platos llenos de carne, con agua en el piso. Un lugar cálido, seguro, donde nadie lo podría lastimar y nunca más sentiría hambre.

El golpe llegó entonces. Abrupto, tanto que me puse a llorar a mar tendido en cuanto sentí la primera oleada de temor, cuando la soledad me abrazó y cuando el hambre se llevó lo que quedó. Lo sentí propio, devastador. Y luego se fue, se perdió en algún punto de la oscuridad.

Parpadeé, aturdida. Tenía los ojos nublados por las lágrimas y las mejillas empapadas. Pero, lo que más me llamó la atención, fue que ahora el gato se encontraba recostado en mi regazo. Ocultó la cabeza en sí mismo y se acurrucó sobre mis piernas. No temblaba, no gruñía.

Su patita lastimada estaba estirada hacia mí, como si esa fuera su muestra de confianza, su petición silenciosa.

Me sequé las lágrimas como pude y extendí la palma de mis manos sobre el gato. Mis hombros me temblaban.

Curarlo, debía hacerlo. No era suficiente con quitarle el peso de su miedo, necesitaba más...

Una tenue luz rosa apareció bajo mis manos, cálida y débil, apenas un brillo. Pero con eso fue suficiente. La patita se movió, poco a poco se acomodó en su lugar. Sus heridas de defensa también se cerraron poco a poco. Tan lentamente como tejer, requería la misma paciencia.

Dejé caer mis brazos cuando las heridas se cerraron y la patita volvió a su lugar. El gato levantó la cabeza, sus ojos se encontraron con los míos, una mirada oscura y tranquila, como si por primera vez se sintiera seguro. Intenté tocarlo, acariciarlo, pero se levantó de golpe y arrancó a correr.

Por un momento pensé que ahora que podía correr huiría o se escondería en alguna parte, pero en cuando le seguí la mirada y lo vi correr hacia la persona que acababa de entrar a mi sección supe que no lo haría.

Cailye, con una sonrisa cariñosa, se arrodilló para recibir al gatito. Lo tomó en brazos como si se conocieran de toda la vida y lo abrazó. Le susurraba cosas mientras lo acariciaba. El gato se olvidó por completo de mí.

La rubia no venía sola, Evan estaba a su lado. Se le adelantó cuando ella se concentró en el gato. Evan, como siempre, me extendió la mano en cuanto llegó a mí. Sus ojos azules destellaban, ese azul tan concentrado e intenso.

—¿Qué...?

—Astra me envió para ver cómo ibas, Cailye se unió cuando escuchó que había un gato. —Me lanzó una mirada cómplice—. Pero es evidente que no necesitas ayuda.

Le devolví la sonrisa. Mi atención se desvió a Cailye, al gato en sus brazos y cómo él se veía tan a gusto.

—Toma. —Evan me ofrecía una barra de chocolate cuando me enfoqué en él de nuevo—. Ayuda para la energía. Y debes tener hambre.

Casi me puse a llorar otra vez.

—Es... —La tomé vacilante— Es como...

—Empatía —me interrumpió—. El principio del Filtro es la empatía. Se pasan a ti y los cargas hasta que el Filtro los purifica. Los dioses no pueden hacer eso, solo Atenea tenía la habilidad. Era una de las razones por la que los humanos la adoraban tanto. Para muchas deidades podría parecer inútil, pero para Atenea... era un regalo.

Lo miré a los ojos, confundida, conmocionada. Lo había sentido también con Melanie, igual con el gato. Agridulce. No me imaginaba a Atenea considerándolo un regalo.

Me quedé en silencio. Él tan solo me miró. Y al cabo de un par de minutos Cailye se nos acercó. Lucía una mirada decidida y abrazaba al gato mientras él se le estregaba en el pecho.

—Me lo llevaré a casa.

Astra se ausentó al día siguiente. Evan no nos dio mucha información al respecto, solo que tenía cosas que hacer y que nos recomendó entrenar mientras regresaba.

Eso hicimos. Repasamos lo que sabíamos y practicamos los conjuros en grupo. Mis amigos me ayudaron a entrenar, tanto en magia como de forma física. Me dieron consejos y reforzaron las bases.

Astra en ocasiones desaparecía por varias horas, e incluso de un día para otro, y nunca mencionaba a dónde iba. De igual manera, nunca me animé a preguntárselo, y dudaba que me respondiera. Pero el cielo seguía igual y nada se sentía diferente.

—¿Sabes a dónde fue? —le pregunté a Evan en algún momento del día.

Se detuvo y me miró. Noté la mirada de Andrew sobre nosotros en ese momento, pero no quise verificar la expresión en sus ojos. Evan casi desvió la mirada hacia él mientras contestaba.

—No.

No añadió nada más y siguió con lo suyo. Estuve muy cerca de preguntarle a Andrew si sabía algo al respecto, pero si Astra no me respondía entonces Andrew mucho menos. Mucho más ahora que no me quería ni ver en pintura.

Había perdido la cuenta de los días, de la última vez que hablamos o que tan siquiera intercambiábamos una mirada. Vivir ignorando la existencia del otro se había sentido más cotidiano y fácil de lo que esperaba. Andrew... él sabía cómo ignorar a alguien más. A veces creía que se olvidaba de mi presencia la mayoría de las veces.

Ese día, como estábamos todos juntos y no había tantas reglas, lo observé entrenar unos minutos. Me fijé en los movimientos con su arco, en el color cian que adquiría su magia, en cómo sus ojos se iluminaban con un brillo filoso cuando entrenaba. Su concentración y seguridad eran envidiables, se metía de lleno en lo que hacía y parecía ignorar todo lo que no fuera relevante.

Su arma y naturaleza divina eran de larga distancia, por lo que sabía Apolo era de actuar a lo lejos, no se involucraba tanto como otros dioses. Sus atributos eran cálidos, por lo general significaba prosperidad. Pero Andrew...

Cuando lo veía me parecía ver algo diferente. Su presencia no era cálida ni reconfortante, era fría, una seguridad gélida y filosa. Sus movimientos no vacilaban, su postura no flaqueaba. Había algo en su mirada, un brillo peligroso, que lo hacían ver implacable.

Dejé de mirarlo y concentré en lo mío. En ocasiones, cuando estábamos los cinco juntos como ese día, sentía que el coliseo no era lo suficientemente grande para los dos.

La diosa de blanca apariencia no se pareció los dos días siguientes. Seguimos con lo nuestro, esperando que ella regresara o el bucle se rompiera, lo que ocurriera primero.

No fue hasta cuatro días después de usar el Filtro con el gato que Astra nos acompañó nuevamente. Apareció como si nada y no nos dio ninguna explicación. Pero había algo diferente cuando regresó, algo en su rostro o en su mirada. Era algo que no sabía exactamente qué.

Noté que Andrew frunció el ceño cerca de mí mientras miraba a Astra. Ese gesto confirmó mi sospecha de que había algo raro en la diosa, algo que no debería estar ahí.

—Entrenamiento de equipo. Durante los próximos días entrenarán como equipo, no solo los conjuros, también sobre cómo moverse. Deben conocer las fortalezas y debilidades de los demás. Asignar tareas y especialidades —explicó ella—. Deben volverse uno.

—¿Y los otros dos? —preguntó Sara— ¿Qué harán cuando se unan a nosotros?

Una sonrisa pícara se deslizó por el rostro de Astra. Sus ojos brillaron.

—Ellos se acoplarán bien al equipo que formarán. —Nos miró a todos—. Es hora de comenzar.

Astra nos indicó comenzar con ejercicios de confianza. Debíamos hacer un círculo y rotarnos para dejarnos caer en brazos de los demás, a ciegas. Una tarea fácil. A pesar del poco tiempo que llevaba de conocerlos sabía que podía confiar en ellos mi vida y estaría bien.

Luego tuvimos que subir plataformas con el impulso de los demás y ayudándonos entre todos para alcanzar la sima. Era mucho más altas que las ultimas que usamos, casi del alto del coliseo. En otra actividad teníamos que trabajar con nuestras manos atadas contra tallados de madera que se nos acercaban, usar nuestras piernas contra ellos y movernos al mismo tiempo para lograr sincronización.

Y así continuamos con diferentes actividades de ese tipo por los tres días siguientes. Hubo una ocasión donde debíamos actuar como espejos del otro, otra donde nuestras piernas estaban atadas y otra de carreras de relevos contra figuras creadas con la magia de Astra.

Cuando habían pasado cuatro días Astra nos pidió que demostráramos nuestros puntos fuertes y puntos débiles. Justo antes de que mis amigos comenzaras Astra se me acercó.

—Observación —me susurró—. Analiza la situación y reúne información, sobre el entorno, el enemigo y tus aliados. Memorizarte sus fortalezas y debilidades, sus especialidades, es tu trabajo como líder.

Abrí los ojos de par en par y la miré. Una mirada como acero me devolvió el gesto.

—¿Mi trabajo como líder?

Miró a mis amigos unos metros delante de nosotros.

—Atenea era la líder de los Dioses Guardianes. La sabiduría le permitía desempeñarse en el papel y mantener el orden y la armonía entre sus integrantes. Atenea unía a los Dioses Guardianes, sin ella ellos no habrían funcionado. —Volvió su mirada hacia mí—. Tú serás su líder, Ailyn. No todavía, aun debes aprender a ser una diosa, pero un día lo serás. Debes acostumbrarte al papel desde ahora.

Tragué saliva. ¿Líder? No estaba segura de poder hacerlo, ni siquiera de intentarlo. Sabía menos y tenía menos experiencia que todos ellos, ¿cómo funcionaría eso entonces?

Me uní a los demás y observé mientras ellos compartían sus puntos a favor y en contra.

La magia de Cailye funcionaba mejor de noche, de la misma forma que la de Andrew lo hacía de día. Supe que los dos estaban muy relacionados con sus astros correspondientes y su magia derivaba de ellos de forma directa. Cailye mencionó que no requería mucho esfuerzo para ella hablar con los animales, algo similar con los dones curativos de Andrew. Fluían de forma natural.

—La luz de sol a veces es difícil de controlar —mencionó Andrew—. La energía que cura y la que enferma las divide una línea delgada, debo concentrarme para diferenciarla. El ataque indirecto era el fuerte de Apolo, también de Artemisa. De cerca es complicado de manipular. Es...

—Como encender una luz y esperar detenerla con los dedos —completó Cailye—. En vorágines y gigante. La magia de luna es fuerte. Dual. Caprichosa. Pero muy simple también —Ella sonrió—. Es como yo. Es complicada manejarla, pero ayuda tener clara la situación. La confusión la descontrola.

Andrew tenía un punto fuerte en la aptitud física. La vitalidad de sol. Cailye tenía más afines con la magia. Era sensible para lo que no se podía ver. Algo relacionado con el misterio de la luna y el origen de la magia. Tangible e intangible, dos hermanos que representaban el todo de un ser. Si Andrew era el cuerpo entonces Cailye era el espíritu. Pero tal vez solo le estaba dando más vueltas de lo necesario.

Sus armas protegerían la espalda de cualquiera de nosotros. Fortaleza de defensiva, pero Andrew funcionaba tanto de ofensiva como de defensiva. Había desarrollado la parte de ataque para no tener que esperar al enemigo. Cailye se sentía más segura atacando a distancia, le noté cierta resistencia a los enfrentamientos cuando explicó sus capacidades divinas.

—Poseidón influía en su mayoría en el ambiente, mi magia me permite un mayor dominio sobre el escenario —dijo Evan—. Además, poseo una mayor resistencia que ustedes. Mi propia energía divina es más fuerte. —Sonrió. No fue una sonrisa de superioridad o confianza, fue una sonrisa de seguridad, de apoyo, como si respaldara un hecho innegable—. Cuando ustedes caigan yo protegeré sus espaldas.

Le sostuve la mirada. ¿Eso qué significaba exactamente?

—De las reencarnaciones Poseidón tiene más fuerza y resistencia hablando de energía divina —continuó Astra—. Era el respaldo de los Dioses Guardianes. Si bien sus fortalezas eran diferentes a las de Atenea, le daba soporte al equipo. No es igual, pero hablando de términos generales, Evan tiene más resistencia que los demás, debido a eso su poder es...

—Fuerte —le cortó Evan. No sonó grosero, pero había cierta firmeza en esa palabra que le quitó las palabras a Astra—. Le dará apoyo y tiempo al equipo cuando lo necesite. Mi fuerte es el territorio, pero mi habilidad no se limita a eso.

A pesar de su sonrisa y su actitud, no podía dejar de pensar que había algo que no terminaba de explicar completamente. Sus dones eran sencillos, lo que decía era exactamente lo que había visto. Me había dicho poco sobre Poseidón, a simple vista era el más fácil de entender y de explicar. Me pregunté si en verdad era así de fácil.

Sara, a diferencia de los demás, fue más demostrativa. Manipuló telas y colores a su alrededor, cambió su apariencia muchas veces e incluso el olor del ambiente cambió sin que ella parpadeara.

—Mi magia afecta directamente al individuo, al contrario de Evan mi poder pierde efectividad en territorio. Controlo el ego. —Sara se oía más seria de lo normal cuando lo explicó—. Es... difícil de contener. A veces quiere todo y te deja sin nada. Es fácil romper algo. Los conjuros que uso sobre los demás son más efectivos con mis dones.

Era lo contrario a Evan. Mientras él manipulaba el ambiente, todo lo físico, ella atacaba el corazón de su oponente. Su fuerte no era la fuerza bruta o abismal, era más sutil y punzante. Cuando lo supe pude entender un poco mejor su actitud hacia los demás.

Cuando llegó mi hora de hablar me quedé callada. No sabía mayor cosa sobre mis dones ni tenía claros mis límites. Aun no sabía si mi fuerte era los ataques físicos; sin duda era superada por Andrew. Tampoco si lo era la magia, como Cailye. Tal vez el Filtro se podía comparar con la habilidad de Sara, pero si los medía me quedaba corta. Y sin duda sabía que mi fortaleza no se encontraba en manipular el terreno como Evan.

—Cabeza fría. Elegir cuando nadie puede hacerlo —dijo Astra—. Atenea podía hacerlo. Tal vez sea solo instinto, tal vez te equivoques mucho antes de comprender lo que significa elegir y vivir con las consecuencias de la elección. Pero lo tienes solo por ser ella. —Me miró a los ojos, los de ella de un violeta casi vibrante—. Ahí encontrarás tu fortaleza.

Ese día no hicimos mayor esfuerzo físico salvo compartir nuestra magia. Traté de prestar atención cuando mis amigos usaban su magia, sus dones, de seguirlos.

Para cuando habían pasado algunos días acoplamos los ejercicios de confianza y físicos a los de magia y conocimientos. Astra nos obligó a recorrer pistas de obstáculos en equipo, a ir a siegas cuando solo uno de nosotros podía ver, a usar magia especifica y nuestros dones en determinados momentos para superar la prueba.

Los días pasaron, ¿una semana? Había perdido la cuenta de los días en ese bucle que nos consumió entrenar en equipo. Se volvió rutina estar juntos, movernos juntos, incluso pensar al mismo tiempo.

Evan siempre aportaba buenas ideas, Sara le agregaba sensatez. Cailye era rápida y precisa, captaba bien la intención. Andrew... él era complicado. Era difícil trabajar con alguien que se negaba a hablar conmigo, a comunicar sus ideas y solo hacerlas.

Me pregunté si así sería siempre. Si en verdad nunca me hablaría ni me ayudaría, aunque mi vida dependiera de ello. Comenzaba a creerlo en verdad.

Comencé a notar algo extraño conforme pasaron los días y la única indicación de Astra fue reforzar y entrenar en equipo. La veía cada vez menos.

Las desapariciones de Astra no eran lo único raro. El cielo en permanente atardecer estrellado a veces titilaba. Lo había visto vacilar en varias ocasiones, vestigios de día y de noche se dejaban ver cuando ocurría.

Hacía más frio en algunos momentos del día en el bucle, las luces titilaban a la par del ambiente.

—¿No es raro? —pregunté a mis amigos cuando terminábamos un ejercicio a ciegas en equipo—. A veces se ve el cielo, el de verdad. Y Astra. ¿No la ven demasiado distante? ¿Cuándo fue la última vez que estuvo un día entero con nosotros?

Sara y Evan intercambiaron esa mirada, esa que usaban ellos dos que a veces dejaba ver una complicidad que me empezaba a molestar.

—Astra lleva con este bucle mucho tiempo, debe sentirse cansada —dijo Evan con calma, restándole importancia.

—Verde —soltó Cailye a mi lado. Su nariz se movía como la de un perro—. Huele a verde. Nauseas. Viscoso. ¿Todos se sienten bien? Se parece a la enfermedad.

Fruncí el ceño.

—¿De qué hablas, Cailye?

—Evan tiene razón —dijo Sara—. ¿Cuánto ha pasado? ¿Un mes? ¿Más? Debe agotarse a veces.

Mi mirada cayó sobre Andrew por puro instinto. Cuando nos conocimos él era el pez que nadaba contra la corriente de Sara, el que sacaba a relucir la sinceridad a través de un orificio.

No supe de qué forma lo miré, pero fue lo suficientemente firme para que por primera vez en demasiados días él me devolviera la mirada. El muro de concreto y el hielo seguían en esos ojos oscuros. Creí que no me hablaría, que me ignoraría e iría a beber agua como solía suceder al terminar un ejercicio. Pero, para mi sorpresa, no fue así.

—Ve a preguntarle tú misma si tanto lo quieres saber. —Señaló la puerta que daba a nuestras habitaciones, sin dejar de mirarme.

Seguí su mirada, dudosa. Me abstuve de preguntarle si ella en verdad estaba ahí y cómo lo sabía. Caminé antes de que alguien me persuadirá de lo contrario, y me detuve en el comedor a las afueras de nuestras habitaciones.

Vacilé antes de abrir la puerta, desde nuestra última charla ella no quería hablarme demasiado. La notaba más frívola, más severa conmigo.

Astra se encontraba sentada en la cama de Sara, con los ojos cerrados y la espalda recta. No tenía puesta su túnica. Así, con un jersey común y corriente y tenis, lucía como una humana casi normal salvo por el color de su cabello. Esa era la primera vez que la veía sin la túnica. Joven, en calma, como una dama. Respiraba con regularidad, como si meditara.

Me acerqué. Incluso sus pestañas eran blancas, y aun así resaltaban en la palidez de su piel. Porcelana, una muñeca cuidadosamente arreglada. No lucía demasiado mayor que yo de esa forma. Con vestido se vería como una princesa, pensé en ese momento.

—¿Qué necesitas, Ailyn? —dijo.

Abrió sus ojos con calma, violetas fantasía. La realidad me golpeó de repente. Una diosa. No debía olvidar que no era una princesa, era una diosa.

Su mirada fue determinante.

—Vine a hablar contigo. Quiero saber si estás bien. El bucle... a veces titubea.

Me sostuvo la mirada por unos segundos hasta que tomó aire. La túnica reposaba a su lado cuando la tomó en manos y se puso de pie. Se la colocó sobre sus hombros en un solo movimiento, como si se colocara de nuevo una corona, y su mirada se suavizó solo un poco.

—Me canso yo también —dijo con calma—. Mantener el bucle requiere constante concentración y energía, a veces titila porque me canso.

Avanzó hacia la puerta, pasó por mi lado, pero le hablé antes de que saliera.

—¿Por qué no te detienes entonces? —Me volví hacia ella—. Hemos estado durante semanas aquí, ¿qué más esperas conseguir? Ya ni siquiera hacemos otra cosa aparte de practicar lo que ya nos enseñaste.

Se frenó en seco, por varios segundos se quedó inmóvil. No se giró hacia mí hasta que me atreví a acercarme. Me miró sobre su hombro, una mirada que me obligó a detenerme. No podría asegurar que estaba enojada, más bien lucía perpleja, perpleja al filo de la incredulidad.

—Porque cuando deje de hacerlo el tiempo seguirá como antes, Hades estará pisando nuestros talones y estarás en su mira de nuevo. Aquí pueden fortalecerse, una oportunidad que no tendrán allá afuera.

Tomé aire.

—Ya lo hicimos. Solo repetimos lo mismo una y otra vez. Debes dejarnos ir.

Fruncí el entrecejo.

—Aun no estás lista. No puedes volver así o el tiempo que pasamos aquí no servirá de nada.

—¿Y cuándo lo estaré si nos mantienes aquí? ¿Planeas encerrarnos por cuánto? ¿Meses? ¿Años? No podemos quedarnos en este mundo por siempre. Lo sabes, lo sé. Quiero salir, ver el sol otra vez y hablar con mi familia.

Permaneció inmutable aun cuando alcé mi tono de voz.

—Te matarán si sigues así. Has aprendido, has practicado. Pero no estás a su nivel, aun no puedes sobrevivir sola. ¿Crees que yo quiero estar aquí? Me quema, también me desgasta mantener este mundo, pero si no lo hago ni siquiera los demás podrán asegurar tu vida.

La miré de hito en hito.

—¿Eso querías? ¿Qué aprendiera a sobrevivir sola?

Ella suspiró.

—Ailyn, no se trata de aprender a usar magia o a controlar tus dones. Es aceptación. Dime, cuando regresemos a tu tiempo, ¿serás capaz de usar magia para protegerte? No te acostumbras a ella, no confías en ella. Siempre corres. Debes dejar de depender de tus amigos, ellos siempre tratarán de estar para ti, pero a veces eso no será posible y solo dependerás de ti misma. Cuando llegue ese momento debes sobrevivir.

Fruncí el ceño, me mordí la lengua.

—¿Y nos dejarás aquí hasta que pueda crear montañas como los demás?

Cerró los ojos.

—Soy muy consciente de que no puedo hacer eso.

—¿Entonces hasta cuándo? Dijiste que te lastima, si sigues con esto también resultarás herida. Entonces detente.

Los abrió de nuevo, despacio. Vi más calma en su rostro del que pensé que tendría.

—Cuanto encuentres claridad. Entonces regresaremos a tu tiempo.

Y se fue. Me dejó ahí, con sus palabras revoloteando por doquier. Nunca. Eso entendí. Nunca saldríamos de ese bucle.

Los días continuaron pasando uno igual al otro. Entrenamiento en equipo, uso de magia y habilidades físicas. De todo un poco. Las veces que veíamos a Astra se volvieron cada vez más raras, los titubeos del bucle aumentaron. A pesar de que cuando estaba presente su semblante no dejaba entrever agotamiento, yo sabía que estaba ahí. Trataba de moverse menos, de usar menos magia; llevaba mucho tiempo sin que invocara el cetro de Zeus.

Ya estaba harta de lo mismo día tras día, del agotamiento físico y de todo ese mundo de tiempo congelado. Quería volver, terminar con ese círculo infinito de entrenamiento.

En ese momento estábamos atravesando un campo de muñecos de paja que se movían en nuestra contra. Me distraje pensando en lo agotada que estaba y uno de los muñecos me golpeó.

Volé por la arena y me golpeé la espalda. Dos muñecos se fueron sobre mí al mismo tiempo. Yo tan solo los miré.

Tratar de recordar un conjuro que me sacara de apuros era demasiado trabajo y tardaba mucho, por lo general recurría a mi espada, pero en esa ocasión no fue necesario. Ambos muñecos se partieron a la mitad, cortados por el viendo cálido de Sara.

La paja cayó al suelo mientras mi amiga se me acercaba. Me extendió una mano.

—¿Estás bien?

Me levanté sola. Me molestaba que yo fuera la única inconforme con todo eso, que ninguno quisiera volver ni se molestara en reclamarle a Astra.

—Es ridículo —mascullé—. Espera que los alcance, de lo contrario no nos dejará volver. No puedo hacerlo, es imposible. Ya no quiero estar aquí, quiero regresar.

Los demás se habían acercado, solo Andrew conservaba la distancia.

—Astra ha de tener sus razones —dijo Sara a modo de consuelo—. Hemos aguantado semanas, aguantar un poco más no será nada.

Apreté las manos en puños.

—Ella espera que esté a su nivel. Y no es justo. Porque no importa lo mucho que me esfuerce, que corra detrás de ustedes, simplemente no los alcanzo. Es como si persiguiera una meta demasiado lejos de mi alcance.

—Ailyn... —farfulló mi amiga.

—Todos ustedes se ven tan cómodos, se desenvuelven en sus habilidades y se mezclan con su predecesor de forma tan natural... —Me mordí la lengua para que mi cuerpo no temblara de ira. Me sentía frustrada, demasiado—. Son fuertes, superan cada ejercicio tan fácil y controlan su magia como si fuera de lo más normal. Ustedes tienen dones geniales, útiles, yo solo...

«Solo soy la reencarnación de la diosa que empezó todo este caos.»

Mi amiga se quedó callada, como si lo que pensara se viera reflejado en mi cara. La verdad más grande de todas. Todo ese lio era culpa de Atenea, si ella hubiera hecho su trabajo nada de eso estaría sucediendo.

Yo no era nada comparada a ella, a ellos. ¿Qué esperaba Astra de mí? ¿Qué me defendiera a mí misma? Con una Arma Divina incompleta, con dones tan inútiles como la sabiduría y con magia que a duras penas controlaba, ¿qué podía esperar?

Andrew se movió entonces, se acercó a mí en dos grandes pasos y se plantó frente a mí. Me miró a los ojos, los de él más severos que de costumbre.

—¿Por qué viniste? —preguntó él, con firmeza y algo rudo.

Parpadeé. Su pregunta me tomó por sorpresa.

—Yo...

—¿Por qué viniste? —repitió con más énfasis, su tono más rudo. Entrecerró los ojos—. Es evidente que no quieres estar aquí, entonces ¿por qué lo estás?

Lo miré a los ojos sin parpadear, paralizada. Ese brillo estaba ahí, en su mirada, su voz y su expresión parecían querer exponer algo de mí, sacarlo a la fuerza. No me tocó a pesar de la cercanía, estaba tan cerca que su respiración golpeaba mi cara, y aun así no se acercó más. Pero no hacía falta, era intimidante sin siquiera tocarme. Podía sentir su presión con tan solo una mirada.

—¡Responde!

—¡Porque quiero protegerlos! —solté sin pensar casi al mismo tiempo que su exclamación.

Abrí los ojos con fuerza, cerré la boca de un tirón.

Lo había pensado antes de decidir salir de mi casa por la ventana y seguirlos. Quería que estuvieran a salvo. El deseo se hizo más grande cuando las chicas se estaban peleando. Los quería felices, verlos reír, juntos y sanos, a salvo. Pero más que eso quería ser capaz de protegerlos, de usar eso que nunca pedí para hacerlos felices. Lo sabía, lo había olvidado, pero ahí seguía. No había nada que quisiera más en el mundo que todas las personas que me importaban estuvieran bien.

Y aun así...

—¿Y qué has hecho para conseguirlo? —dijo en voz baja, unos centímetros más cerca de mi rostro.

Me mordí la lengua con fuerza y apreté mis manos en puños.

Quería decirle que había entrenado, que me había esforzado por seguirles el ritmo y estar a su alcance. Pero por alguna razón no me pareció la respuesta correcta. Y algo me decía que él tampoco la consideraría así.

Me di la vuelta en silencio, con la lengua con un gusto metálico y las manos temblando. Nadie me detuvo mientras me marchaba, no oí ningún comentario después de eso tampoco.

Me quedé en mi habitación al día siguiente, Astra no fue a buscarme y yo no salí ni siquiera a buscar a Sara, quien también me dio espacio. Pasaron las horas, perdí el hambre luego de un rato largo. Pasé la mayor parte del tiempo acostada, escondida bajo las sábanas, sin ganas de ver ni de hablar con nadie.

¿Qué estaba haciendo? Realmente, ¿yo qué hacía ahí? No pertenecía a ese mundo, me rechazaba tanto como yo a él. Mis amigos sin duda no necesitaban que los protegiera, entonces, ¿por qué seguía ahí?

«Moriremos sin ti». Esas fueron las palabras de Andrew cuando no quería acompañarlos. ¿Acaso entendí mal todo? En verdad creía que morirían si no iba, que mi participación era vital. Pero ¿en verdad yo significaba un cambio tan grande?

Quería darles posibilidades. Creía que participando todos sobreviviríamos, todos estaríamos a salvo. Ya no estaba segura, no luego de pasar más de un mes encerrada en un bucle de tiempo de percibir la brecha entre mis amigos como un golpe en la cara.

Quería salir de ahí, ponerle fin a ese entrenamiento infinito y terminar con la misión de una vez por todas. Mis amigos también debían estar hartos de lo mismo, Astra estaba agotada.

Pasé todo el día dándole vueltas al mismo tema en mi cabeza, hasta que me di cuenta de que siempre llegaba a la misma conclusión. Me levanté de la cama adolorida de estar acostada y con el rostro pegajoso.

No esperaba encontrar a Astra muy pronto, pero cuando abrí la puerta la vi sentada en la mesa en común, con los ojos cerrados, casi dormida. Su capa reposaba a su lado en la mesa.

Tomé aire antes de acercarme y ganarme su atención. Ella, al sentirme cerca, abrió los ojos despacio y me miró.

—Tengo algo que proponerte —le dije.

—¡¿Una prueba?! —exclamaron las chicas al mismo tiempo cuando Astra nos anunció la prueba final.

Astra asintió.

—Se realizará mañana, tienen todo el día de hoy para prepararse —continuó la diosa con su explicación—. No les daré mayores detalles, solo deben saber que el trabajo en equipo será fundamental.

Cailye le preguntó cosas, Evan también le mencionó detalles, pronto incluso Sara le comentaba cosas respecto a la prueba. Lo único que Astra dejó claro desde el comienzo era que si superábamos la prueba el entrenamiento terminaría.

Yo estaba un poco lejos del grupo en la arena, sin hablar, hasta que Andrew se paró al lado mío y todo mi cuerpo se puso alerta. Me había acostumbrado a que siempre que se me acercaba me regañaba, por lo que ya no esperaba nada diferente.

—¿Esta es tu solución? —inquirió él. No me miraba, miraba a los demás, pero claramente me hablaba a mí.

No lo miré.

—No sé de qué hablas.

—Le pediste una prueba, ¿o me equivoco? Para salir.

Se me tensaron los hombros. Era cierto. Le pedí a Astra una prueba final, para evaluar mi desempeño. Pero ahí estaba el tema, la pedí para mí. Le dije que de pasarla nos dejaría salir y continuaríamos el viaje, y de perderla solo me tendría que dejar a mí en el bucle hasta que mejorara o desfalleciera, lo que ocurriera primero. Sin embargo, ella incluyó a mis amigos. O todos o nada, eso había dicho.

—A ustedes les será fácil superarla.

—No creo que nos evalúe a nosotros aunque participemos en la prueba —repuso—. Tampoco será suficiente que nosotros la superemos. Estamos atados a ti, Will. Para bien o para mal.

Y se alejó. Tenía razón, si yo ponía un pie el falso durante la prueba final arrastraría conmigo a mis amigos.

Ese día entrenamos, repasamos todo lo que Astra nos enseñó y el trabajo en equipo. Nadie mencionó nada más allá de lo práctico, no hablamos sobre cómo llegó Astra a esa conclusión ni nadie me preguntó cómo estaba. Notaba la tentación de Sara, pero se mantuvo callada.

Casi no pude dormir esa noche. Cuando Cailye me movió para que abriera mis ojos yo ya estaba despierta. Dormí por momentos, manteniéndome despierta gran parte del tiempo.

—Estoy despierta —balbuceé.

Ella se detuvo y me observó con fijeza mientras me levanta.

—No dormiste bien, ¿verdad? —Esa era la voz de Sara. Se encontraba al otro lado de la habitación, lista para salir y enfrentarse a la prueba final.

—¿Dónde están los demás? —indagué mientras me vestía con mis holgados pantalones de yoga y una camiseta, evadiendo su pregunta. A juzgar por la rapidez de sus movimientos parecíamos tener prisa.

Soltó un suspiro.

—En la arena, comerás de camino. —Sara me lanzó un sándwich.

Lo tomé y lo llevé a mi boca sin mucha energía. Cailye terminó de vestirse mientras yo comía.

Alcanzamos a los chicos en la arena, justo al otro lado de la puerta. Había niebla, una capa tan densa que no nos dejaba ver nada más allá de nosotros. La luz tenue del ambiente no ayudaba, las luces que antes reposaban sobre las pareces brillaban tan débilmente que apenas sí se veían. Se veía más oscuro que lo normal.

Evan observaba con atención la niebla, jugaba con ella moviendo su mano frente sí. Andrew, por otro lado, permanecía recostado en la pared cercana a la puerta.

—¿Ha dicho algo? —le preguntó Sara a Evan.

Mi amigo le ofreció una sonrisa.

—No, justo a tiempo.

Me atraganté con el último bocado de pan cuando la niebla comenzó a moverse. Despacio, como si quisiera dejar espacio para el misterio. Capa tras capa el escenario final se reveló, o al menos la parte inicial. Un jardín cubierto de lodo, largo, tal vez ocupaba un cuarto del tamaño total de la arena. El lodo burbujeaba, algo parecía asomarse sobre la superficie, escondido en el lodo.

Justo frente a nosotros se marcaba una línea con un polvo blanco, marcando el inicio de una carrera. Y más allá, aun visible a pesar de la niebla, alcanzaba a ver luces flotantes como las que generaba Andrew. Parecían luciérnagas.

Di un paso atrás en cuanto una de las esferas de luz, que era una de las pocas cosas que iluminaba el lugar, impactó contra el suelo a pocos centímetros de la línea de partida. Lo que creí luz era en realidad esferas de calor que vaporizaban lo que tocaban.

—¿Qué es todo esto? —La expresión de Sara demostraba lo mismo que la de Evan.

Ambos estaban confundidos. Sin duda lo que esperaban por prueba final era diferente a lo que yo creía que pasaría. Una prueba diseñada para matarme, no me esperaba nada diferente.

Noté a Cailye acurrucarse al lado de Andrew, y a éste observar la escena en silencio y con interés. Un viento frio recorrió mi cuerpo justo antes de escuchar la voz de Astra.

—Bienvenidos a su prueba final, Dioses Guardianes. —Habló desde alguna parte lejana, sin revelarse—. Han pasado mucho tiempo en este bucle de tiempo, preparándose y fortaleciéndose como equipo. Han sido semanas largas y agotadoras, pero hoy verán los resultados de todo el entrenamiento y el cansancio.

»Esta prueba determina su siguiente paso. Si la superan regresarán a su tiempo, continuaremos la misión e iremos en busca de sus dos compañeros faltantes. Si fallan deberán entrenar hasta que la superen. Pero no teman, no es diferente a lo que han estado haciendo todos estos días.

»Para mantener un nivel homogéneo en cuanto a habilidades generales, no podrán usar magia durante la prueba. Nada de dones ni conjuros, se limitarán a sus habilidades físicas y su desempeño como equipo para llegar a la meta. Pueden usar las armas que usaron para entrenar, pero ninguna ayuda adicional. La única condición para pasar, además de hacerlo en el tiempo límite, es que crucen la meta juntos. Si no lo hacen fallarán, si no alcanzan el tiempo fallarán, si usan magia fallarán.

El solo pensar en continuar en ese bucle me daba nauseas. Me encogí sobre mí misma, no podía evitar notar que aquella generalidad se debía a mí. Fue como si dijera «si ella no usa magia, ustedes tampoco lo harán». No entendí las intenciones de Astra con esa regla. Si lo que quería era saber si me podría defender afuera, entonces, ¿por qué no medir mis habilidades divinas?

—Será difícil si no usamos lo que llevamos practicando por tanto tiempo —farfullé para mí misma.

—Pues te sugiero que vayas pensando en algo, porque no tienen más de dos horas para conseguirlo —dijo ella, escullando hasta mis susurros—. Porque no, Ailyn, eso no es lo único que han aprendido estas semanas.

Solté un suspiro. Sin magia, con solo dos horas y como condición de alcanzar juntos la meta. Tenía la sensación de que ese campo de obstáculos sería muy diferente a todos los que ya habíamos pasado.

Un reloj digital flotante apareció sobre nuestras cabezas. Estaba pausado en dos horas, marcando una cuenta regresiva para nuestro comienzo.

Me volví hacia los demás, todos ya reunidos y listos para comenzar.

—No sé... —Suspiré—. No sé lo que nos espere en esa prueba, y tampoco estoy segura de qué tan buena líder pueda ser para ustedes... pero superaremos esta prueba juntos y saldremos de este bucle. Podemos hacerlo, ustedes son fuertes, sé que pueden con cualquier cosa que nos encontremos ahí.

Ellos asintieron, menos Andrew, y tomaron las armas que estaban sobre la mesa. Andrew tomó el arco y se acomodó el caraj, pero además también eligió una de las espadas. No me miró cuando me acerqué para tomar la otra, pero yo sabía que su atención caía sobre mí.

—Espero que recuerdes lo que te enseñé, lo que todos te hemos enseñado —dijo él mientras se daba la vuelta—. O de lo contrario estamos en problemas.

Tomé mi espada sin decirle nada, sin siquiera voltearme a mirarlo. Me acomodé la funda que traía alrededor de mi cintura y me reuní con los demás, Andrew me pisaba los pies.

—No voy a dejar que reprobemos la prueba —decreté—. Tal vez no sea tan buena como ustedes, pero usaré lo que me enseñaron para no retenerlos.

—Ailyn, estamos listos —informó Sara, con una sonrisa de confianza─. Contamos contigo.

Asentí y me ubiqué sobre la línea de salida, mis amigos igual y justo cuando la cruzamos el reloj comenzó su cuenta regresiva.

Habíamos atravesado muchos campos de obstáculos los últimos días, enfrentamos cocodrilos gigantes, pirañas venenosas, monstruos de lava y aves asesinas. Estuvimos a oscuras y tuvimos que atravesar espacios muy estrechos. Pero nunca me imaginé que la prueba final fuera una mezcla de cada uno de esos obstáculos anteriores.

Llovía sobre nosotros en ese momento, con menos de veinte minutos para atravesar una plataforma que nos llevaría a la meta. Me sostuve del borde de la plataforma, intentando subir mientras movía mis pies para escapar de un cocodrilo con la habilidad para saltar. Me dolían los hombros luego de caer de tres metros cuando me resbalé a oscuras, mis dedos se deslizaban por el agua. Casi no podía ver con los ojos empapados.

Fue Andrew el que me tomó de ambos codos y me ayudó a subir. Me estrellé contra su pecho cuando por fin pude poner mis pies sobre la plataforma flotante, pero aun así él no me soltaba de los codos.

Me aparté en cuando mi corazón me golpeó contra mi pecho como si se tratara de un grito. Él me observó con atención y se puso de pie sin decir nada. Quería que esa prueba se acabara, ya no quería más golpes ni más monstruos.

Cuando me puse de pie fui hacia mis amigos, que esperaban expectantes lo que ocurriera. Estaban tan sucios y casi tan heridos como yo. Los cuatro miraban fijamente el letrero que se veía bajo la niebla con la palabra «meta» en letras blancas.

Debido a una fuerte corriente de viento la niebla se disipó, permitiéndonos observar lo único que se interponía entre nosotros y el final de la prueba: cinco figuras sombrías con apariencias humanas, altas y fornidas.

La exclamación de sorpresa de Sara me hizo volverme hacia ella, y descubrí que tanto su látigo como las armas de los demás habían desparecido, incluyendo mi espada.

—No siempre van a contar con sus Armas Divinas. —Se escuchó la voz de Astra—. Por alguna razón el enemigo puede despejarlos de sus armas, y si esto ocurre deben ser capaces de proteger su vida.

Nadie alcanzó a pedir explicación, o a decir algo en realidad, ya que las sombras que se encontraban frente a nosotros se nos acercaron a gran velocidad. Eran altas, casi tres metros, y sus cuerpos eran más oscuros que ese tenebroso ambiente. No tenían ni ojos ni boca, solo eran seres humanoides con extremidades ridículamente largas.

Noté, tarde, que mis amigos ya no estaban a mi lado, ahora se enfrentaban a sus propias sombras. Además, una de ellas se acercó tan rápido a mí que no me dio tiempo de moverme. Recibí un fuerte golpe por parte de mi adversario, en mi pecho, uno que me tiró al suelo.

Me golpeé la cabeza al caer y por un segundo mi mundo dio vueltas. Me retorcí en el suelo, presa del dolor punzando en mi cabeza y en mi pecho, hasta que capté que la oscura figura se dirigía a mí por un segundo asalto.

Logré evadir su puño moviendo mi cabeza unos centímetros, a consecuencia su «mano» realizó una grieta en el suelo de la plataforma. Usé mis pies como palanca, recordando uno de los tantos movimientos de Cailye; empujé a esa cosa en lo que supuse era el pecho con toda la fuerza que pude, en respuesta él voló cuatro metros lejos de mí.

De un salto me levanté y corrí hacia la meta, alejándome de esa sombra. No podía vencer a algo tan grande y fuerte sin siquiera usar un arma, todavía no era capaz de algo así, por mucho entrenamiento que hubiera recibido.

Entonces, algo me agarró el tobillo. Me giré de inmediato, y el terror cruzó mi rostro cuando noté que esa cosa me sostenía. Quise forcejear para liberarme, pero la sombra me levantó en el aire antes de llegar a ejecutar alguna acción. Sentí vértigo sobre su cabeza, y luego otro golpe impactó contra mi cuerpo cuando me azotó al suelo.

Si Astra quería matarme, lo hacía de maravilla. Sentía tanto dolor que apenas era consciente de que la sombra ahora caminaba a mi alrededor, inspeccionando si todavía respiraba. Si lograba salir viva de ese último obstáculo, no volvería a abandonar mi Arma Divina, jamás.

El reloj digital sobre mi cabeza me advirtió que tenía menos de quince minutos para pasar ese obstáculo.

La sombra se quedó quieta, observando mi reacción ante sus golpes. Me moví lentamente para tratar de pasar desapercibida ante los ojos de esa cosa. Después, tan rápido como mi cuerpo me lo permitió, moví mis pies para derribar a esa cosa. No cayó, pero se desequilibró lo suficiente para ponerme en pie.

Me alejé de la sombra, no tanto para huir, pero sí para pensar en cómo vencerla. Sin fuerza, ni agilidad, ni arma, no me quedaban muchas opciones.

De soslayo me fijé en que Sara y Evan ya casi derrotaba a su sombra, y que no había rastro de la de Andrew, cuando posé mis ojos en él por un par de segundos me di cuenta de que se dirigía a ayudar a su hermana, quien necesitaba ayuda.

No podía contar con mis amigos, ellos no podrían salvarme. Debía poder proteger al menos mi vida si quería proteger algo más. Estaba ahí, estaba tan metida en eso como cualquiera de ellos, no podía seguir corriendo.

Analicé mis pocas opciones: o combatía cuerpo a cuerpo con esa cosa y tal vez morir en el intento, o buscaba la forma de vencerlo sin usar la fuerza de la que carecía.

Opté por la segunda.

Tomé aire, y corrí hacia la sombra ahora recuperada y lista para atacarme. Por suerte, durante esas semanas había desarrollado velocidad en distancias cortas.

Rodeé a la sombra, corriendo a su alrededor a tal velocidad que sus golpes resultaron imprecisos. Y cuando ya estaba molesta, me ubiqué al filo de la plataforma, y lo miré con desafío. No me sentía confiada, si algo me salía mal no solo la sombra se iría abajo, yo también.

Esa cosa siguió mi plan y corrió rápidamente hacia mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, salté con toda la fuerza que mis piernas me permitían y recé a cualquier dios que no me resbalara por el agua. La sombra siguió su trayectoria y cayó de la plataforma; mi cuerpo me dolió cuando caí en el suelo, un dolor que recorrió cada nervio. Esperaba caer de pie, como una gimnasta o algo así, pero en su lugar caí de espaldas, golpeando mi cabeza de nuevo.

No podía ver con total claridad, me dolía mucho la cabeza. Levantarme me resultaba difícil.

El sonido de una cuenta regresiva captó mi atención, y usando la voluntad que me quedaba me incorporé. Todo me daba vueltas, y la gravedad me jugaba una mala pasada, aun así, logré identificar que el reloj digital marcaba menos de un minuto para el final de la prueba.

Vi a mis amigos correr hacia la meta con toda la velocidad que podían. Tardé un segundo en entender que tenía que correr, al igual que ellos, pero me dolía la cabeza y mi cuerpo se quejaba a cada movimiento.

Paso a paso, y con el incesante conteo del reloj, traté de alcanzar a mis amigos, sin embargo, me era imposible hacerlo. A mi paso no llegaría a tiempo.

Entonces, como salvador para mi doloroso reconocimiento, Andrew me cargó. No me di cuenta exactamente de cómo pasó, solo supe que Andrew me cargaba hacia la meta como si fuera un bebé, en sus brazos. No tuve tiempo de asimilarlo, ni de reclamar, ya que su mirada llena de determinación calló cualquier reclamo.

Reboté en su pecho, obligándome a aferrarme a su camiseta para amortiguar los constantes golpecitos que en mi cabeza se sentían como el sonido de una campana.

Tres... dos... estábamos muy cerca de la meta, pero entonces, Andrew saltó sobre la marca la meta justo cuando el uno se hizo audible. Esa vez, debido a las habilidades de Andrew, creí firmemente en que caería de pie y que no me golpearía de nuevo. Pero me equivoqué, ya que ambos nos estrellamos contra en suelo.

Solté un quejido de dolor y apreté con fuerza mis ojos. Si antes no tenía nada roto ahora era todo un hecho. Gritar no me serviría, así que me limité a apretar con fuerza mis dientes.

—¿No se supone que siempre caes de pie? —le pregunté a Andrew, mientras trataba de ignorar el dolor de mi cuerpo.

—No soy un gato —Andrew se incorporó con facilidad sin apenas mirarme—. Además, llevaba peso extra.

Fruncí el ceño aún en el piso, y ahí me quedé; no quise levantarme, o moverme, me limité a permanecer boca arriba y tratar de olvidar que hacía pocos minutos casi fui asesinada por las alocadas invenciones de Astra. Esa mujer estaba loca, y nosotros también por seguirle el juego.

Cailye se arrodilló a mi lado y me miró con los ojos desorbitados, noté que en su frete había un gran chichón rosado, y un pequeño rasguño cerca de su ojo, pero no parecía nada grave.

—¿Te puedes levantar? —inquirió la rubia.

—Sí, pero por ahora estoy bien aquí.

—No estuvo mal. —Era la voz de Astra—. Ya habían enfrentado todas las pruebas antes. La única diferente fue la última. Y aun así todos lo hicieron bastante bien.

La vi del otro lado de la línea de meta, nos observaba a todos en general, hasta que posó sus ojos sobre mí.

—¿Cómo te sentiste, Ailyn? —me preguntó, acercándose más. Su capa ondeaba tras ella al igual que su cabello, a cada paso.

No me moví demasiado.

—Como si me quisieras matar. —La miré a los ojos cuando estuvo lo suficientemente cerca—. Fuera de eso, agotada.

Sus ojos brillaron.

—No quería matarte. Pero, dime, ¿crees que pasaron la prueba?

Me senté con todo el dolor del mundo. Su sonrisa inquisitiva y esa mirada intuitiva me ponían nerviosa.

—Eso nos lo dirás tú. Ya sabes, siempre buscas algo en específico con tus pruebas y tus preguntas.

Eso le arrancó una sonrisa aún más grande.

—Superaron la prueba antes de llevarla a cabo —dijo ella con la cara en alto, llena de orgullo—. Sé cómo trabajan en equipo, no necesitaban otra prueba de obstáculos para demostrarlo.

Le lancé la mirada más cargada de indignación que puse. De haber podido me habría puesto de pie y arrojado encima.

—¡¿Entonces por qué lo hicimos?! —grité, presa de la rabia.

Ella enarcó una ceja.

—Tú la pediste.

—¡No me refería a esto! ¡Maldición! Solo quería que nos dejaras ir.

—Y eso estoy haciendo. —Se volvió hacia los demás—. Mañana regresaremos al camper, luego de ir por Ares nos reuniremos con Hermes. Han pasado casi dos meses aquí, pero allá afuera ha pasado una semana; aún tenemos tiempo.

—¿Y luego? ¿Cómo lo sellaremos? —preguntó Sara antes de que yo pudiera abrir de nuevo la boca.

—Cuando los siete se reúnan el sello sobre Kamigami, el sello de los dioses se liberará, y cuando pase los mundos volverán a estar conectados. El caos y la inestabilidad de los mundos crearán grietas, debilitará la tela que los separa y por eso Hades podrá dejar su asilo y volver a la Tierra. No habrá mucho tiempo desde que se encuentren hasta que él llegue, además, habrá caos, las deidades de Kamigami no son compasivas con los humanos, por lo que actuar rápido es lo primordial.

»Hades es egocéntrico, le gusta regodearse de sus hazañas, eso lo mantendrá en el palacio al que le prohibieron la entrada, su primer reto será atravesar el caos de los mundos para llegar al Olimpo. Deben dirigirse al Olimpo y sellarlo, los siete, de la misma forma que los Dioses Guardianes lo hacían antes. Abrir el portal y obligarlo a cruzar, luego cerrar la puerta, así se irá con él todo su ejército, cada rastro de su influencia lo seguirá.

—Enfrentarlo en el Olimpo, abrir el portal físico, obligarlo a cruzar y cerrar la puerta de nuevo para sellar su salida antes de que él nos ponga las manos encima —resumió Andrew, con una ceja alzada—. ¿En serio?

Astra asintió. No dio más explicaciones al respecto.

—Vayan a descansar. Saldremos temprano.

Me dejé caer de nuevo en la plataforma, cansada. Feliz por saber que nos iríamos, pero al mismo tiempo furiosa por los juegos de Astra, sobre lo que debíamos hacer y no hacer. Me estaba cansando tener que obedecerla.

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