14. Forjada con hierro
Don't Let Me Dawn - The Chainsmokers
Agradecía que Astra estuviera ocupada con la navegación como para notar que no solo no había leído los siete libros que sacó de la biblioteca para mí, sino que además los había escondido.
No leería una palabra más sobre Atenea, era perder el tiempo tratando de conectar con una persona cuyos registros en libros eran una fortaleza gigante. Encontraría la forma de hallar un deseo que completara mi Arma Divina sin necesidad de ella.
Cuando salimos de la biblioteca Astra dijo que sabía en dónde estaba Ares, pero que antes de buscarlo teníamos que entrenar, y claro, enseñarme a usar magia. Hice una mueca mientras lo recordaba. No quería hacerlo, involucrarme, pero Astra tenía razón en esa biblioteca, debía hacer algo o no serviría de nada que me hubiera sumado al grupo.
Cuando le pregunté sobre el misterioso entrenamiento ella solo dijo que tendríamos privacidad y tiempo, lo que fuera que eso significaba; hasta donde sabía no teníamos tiempo. Había dicho que me enseñaría lo básico de la magia divina, pero que controlar mis propios dones dependía de mí. También que nos enseñaría a trabajar como un grupo.
Me levanté primero que los demás, cuando todavía era de noche. Para cuando me serví el desayuno los demás apenas se estaban levantando. Mi mejor amiga fue la primera en acercarse, se quedó parada delante de la mesa mientras observaba toda la comida que había servida como si aún estuviera dormida y fuera un sueño de lo más raro.
—¿Te sientes bien? —quiso saber, su voz temblorosa—. ¿Qué es... todo esto?
Dejé en la mesa el plato lleno de pequeños pastelillos, justo al lado de la tarta de fresas y delante de la malteada de mango. En la mesa reposaban diez platos diferentes, suficiente comida entre tocino, tostadas, tarta de frutas, malteadas, jugos naturales, pastelillos y panes artesanales, también había un tazón con nueces y dos tipos diferentes de mermeladas.
—Lo encontré cuando me levanté.
Me miró, luego a la mesa, y por último a mí otra vez.
—¿Te comiste una tarta tú sola? —Enarcó una ceja.
—Claro que no. Me comí la tarda, dos malteadas, cuatro de los panes y otra caja que había de pastelillos. Pero no te preocupes, no toqué el tocino, sé que te gusta mucho.
Tan solo me miró con los ojos muy abiertos, como si lo último ni siquiera lo hubiera escuchado.
—¿Qué? —inquirí.
Se sentó a mi lado, una mirada preocupada en sus ojos. Intentó tocarme el brazo, pero se detuvo.
—Ailyn, ¿estás nerviosa? Es normal estar un poco ansiosa...
—No estoy ansiosa —la corté—, estoy aterrada. Es muy diferente.
Me sostuvo la mirada por varios segundos, hasta que soltó un pequeño suspiro y tomó de la mesa un trozo de tocino, solo eso. Guardó silencio mientras comía, como si se hubiera perdido en sus pensamientos.
—¿Es muy... difícil? —pregunté, avergonzada—. Para ti lo fue, ¿cierto?
Sus ojos oscuros cayeron sobre mí. Algo se estremeció en su mirada, noté cómo quiso abrazarse a sí misma, pero se contuvo.
—Estaba sola, Ailyn. Tú no lo estás. Te ayudaremos en todo lo que podamos, tienes a muchas personas que te guiarán. No tengas miedo, no dejaremos que nada te suceda.
Sonrió, yo le devolví la sonrisa. Su mirada de cariño y su sonrisa me apoyaban, me daban ánimos para seguir, para enfrentarlo. De repente mi corazón de caballo se calmó, me permití tomar aire y relajarme...
—Debería tener miedo.
Esa voz atravesó la cocina, los pasillos, cada parte del camper en la penumbra de la madrugada. Lo vi bajo el marco de la puerta, con el cabello húmedo por el baño y una mirada tan afilada como una espada. Se acercó a la mesa sin hacer ruido, mirándome, luego observó la mesa y tomó uno de los pastelillos, el más asimétrico de todos; se lo comió en silencio, como si no hubiera dicho nada.
Apreté mis manos en puños sobre la mesa.
—¿A qué te refieres?
No me volvió a mirar. Se comió el postre en silencio, ignorando mi existencia por completo. Sara lo miró, luego a mí y de nuevo a él. Abrió la boca, pero la presencia de un nuevo integrante la interrumpió.
—Andrew trata de decir que está bien tener miedo, eso hará que tengas cuidado —dijo el chico de ojos azules recién llegado. Se acercó a la mesa y le lanzó una mirada significativa a Andrew, pero el aludido le prestaba más atención al pastelillo que a su amigo. Posó sus ojos en mí entonces—. La magia, los dones, pueden ser muy complejos al comienzo.
Me miró con compasión, con empatía. Eso logró que relajara mis manos apretadas, que volviera a respirar.
Sentí la mirada de Andrew sobre mí como alfileres en la piel.
—Eso es algo que aprenderá a la mala. Los dones no se dominan en un par de días, pero eso no es algo que alguien que se niega a conectar con su predecesora logre entender. —Un brillo filoso se asomó en sus ojos—. Dudo que la cantidad de personas a su alrededor influya en algo.
Apreté el borde de la mesa, sosteniéndole la mirada tanto como pude sin retroceder.
—Andrew —regañó Evan—, no la pongas nerviosa.
No dejó de mirarme hasta segundos después, cuando se decidió a tomar algo más de la mesa, esta vez una tostada con mermelada.
—Ya está nerviosa. Decirle la verdad no cambiará ese hecho. Y por su bien, tanto por el nuestro, espero que pueda manejarlo. No puede ser peor de lo que pasamos, eso ya debería ser un consuelo.
Lo miré, él no me observaba, y los otros dos presentes guardaron silencio, apoyando su última afirmación.
Ahora sí estaba aterrada. No comí nada más luego de eso.
A los pocos minutos Cailye se nos unió, ignorando el silencio del ambiente. Ella terminó de comerse todo lo que había en la mesa en un corto tiempo; nadie parecía tener demasiada hambre.
Para cuando terminó Astra nos pidió que bajáramos del camper. Estábamos en un estacionamiento en plena mañana, poca gente cerca y ningún otro automóvil a la vista. Astra nos dejó bajar ropa adicional, pero solo eso. Nada de celulares, equipo, nada además de la ropa.
Ya afuera la seguimos a la edificación que se alzaba frente a nosotros. Grande, demasiado larga, tal vez de una manzana de tamaño. Paredes altas, gruesas, grises de concreto como una fortaleza de las antiguas. Tal vez unos cuatro o cinco pisos de alto. No había ventanas, solo una puerta gigantesca de entrada hecha de hierro.
Imponente, intimidante por su tamaño. El cielo gris a contraste la hacía lucir como una casa embrujada o un laberinto de la muerte. Tragué saliva mientras Astra guiaba a mis amigos por la puerta principal. Ya habían entrado todos cuando ella me llamó.
Vi en sus ojos esa llama de diversión, de coraje, como si todo el asunto fuera de sus actividades favoritas o un sueño cumplido. Me aterró esa mirada, temí lo que nos obligara a hacer o su entrenamiento misterioso.
Atravesamos un pasillo estrecho y oscuro, con una luz al final como guía y nada a nuestras espaldas. Me pegué de Sara, Cailye a su vez se pegó de mí, cada una más nerviosa que la anterior. Viento helado, como si el aire se burlara de nuestra suerte, el vello de mis brazos se erizó, incluso me pareció oír un susurro extraño a mis espaldas.
Tuve que parpadear cuando abandonamos el pasillo, cuando la nueva iluminación me segó por un segundo. Parpadeé, me adapté al nuevo ambiente, y cuando realmente vi lo que tenía en frente un escalofrío me recorrió la espalda.
Un coliseo, de paredes altas y un espacio realmente amplio, demasiado. Una manzana de grande, en efecto, con forma circular que parecía querer imitar, pero sin éxito, el antiguo coliseo romano. El techo era alto, de paredes gruesas, con pocas graderías por secciones al otro lado de la puerta de entrada, y con una claraboya abierta de vidrio en lo alto, casi tan extensa como el terreno total. Entraba la luz del sol, por lo que no hacía falta ninguna luz artificial. Las paredes estaban pintadas de gris nube, con una capa de arena sobre el suelo. Había una puerta cerca de nosotros, marcada como «Bodega»; estaba cerrada. Iluminado, bastante, pero por alguna razón lucía como...
—Una prisión —susurró Cailye a mi lado, tensa.
Una tensa calma, así se sentía. A pesar de la luz, a pesar del color de las paredes, a pesar del aire fresco y de las gradas para espectadores, a pesar de su similitud con un gimnasio escolar.
Astra soltó una risita detrás de nosotros. La miramos, ella seguía con esa llama en sus ojos.
—No es una prisión, pero sí tiene su encanto.
Levantó sus brazos bajo la túnica violeta, su cabello blanco al aire ondeante ante una repentina corriente de brisa. Tomó aire... y entonces sentí la corriente de aire en mi propia piel. Susurrante y cálida, como si tuviera una ruta ya trazada entre todos nosotros.
El piso bajo nosotros se movió un poco, el vidrio sobre nuestras cabezas también vibró. Y fue entonces cuando la luz del sol desapareció, dando lugar a un cielo completamente nuevo. Colores rosas y anaranjados tiñeron el cielo sobre nosotros, tintes de azul rey y un ambiente casi nocturno, la luz de día se vio reemplazada por luz de estrellas, tan brillantes como si fuera plena noche. Luces flotantes se encendieron a lo largo del coliseo, compensando la luz de sol que se apagó, tan iluminado como antes, pero con un cielo en pleno atardecer sobre nosotros.
Me mordí la lengua, solo eso.
Astra bajó los brazos, el cetro de Zeus brillando sobre su pecho, sus ojos violetas más intensos en contraste con el ambiente. Sonrió con autentica alegría.
—¿Qué...? —murmuró Cailye, sorprendida.
—Es un bucle, cortesía del padre del tiempo —explicó Astra—. Les permitirá desarrollarse en un espacio alterno y paralelo al mundo real. Diferente y aparte, no es su mundo, pero tampoco deja de serlo realmente. El tiempo aquí no transcurre como lo haría normalmente, día y noche por igual. No pueden salir, dormirán y comerán al otro lado de esa puerta. —Señaló la única otra puerta que había—. Pero salvo el tiempo que pasen en esas dos actividades, estarán aquí el tiempo que haga falta para avanzar.
—Eso es...
—Nos encerraste —solté.
Ella me miró con atención.
—No es cierto. El conjuro no es eterno, solo les da algo de tiempo. Todo lo que necesiten está del otro lado de esa puerta. —Sonrió con cariño—. No pueden progresar si no se dedican de pleno a ello.
Me encogí, apreté mis labios con fuerza. Me sostuvo la mirada un poco más antes de continuar.
»No avanzarán en el entrenamiento hasta que hayan dominado lo básico. Sé que la mayoría ha tenido años para aprender a dominar sus dones, pero es más difícil que seguir los pasos de un viejo libro. Estaré con ustedes durante el proceso, en cada parte. Y les prometo que no nos iremos hasta que todos hayan crecido como dioses.
»Empezarán con preparación física. Son humanos, no pueden usar toda la capacidad de sus predecesores o romperían sus propios cuerpos. Preparen su cuerpo, afilen su mente, eso puede salvarles la vida. Los dioses originales no lo hacían salvo pocas deidades, dependían demasiado de su divinidad. Ustedes no lo harán, deben ser capaces de proteger su vida con o sin magia. Por esa razón no podrán usar sus dones hasta que yo lo diga, se valdrán solo de sus habilidades físicas.
—¿Eso qué significa? —quise saber.
De nuevo vi encendida esa llama violeta en sus ojos, emocionada.
—Que no deberían estar ahí parados. A calentar, ese es el primer paso.
Y aplaudió, empujándonos a obedecerla. Mis amigos se pusieron en marcha, Sara tuvo que halarme para que yo los siguiera.
Corrimos alrededor del coliseo por horas, no supe cuántas, pero sí sabía que para cuando dejamos de correr me dolían músculos en las piernas que nunca me habían dolido.
Me dejé caer en el piso cuando Astra nos permitió descansar. ¿Cuánto había pasado? ¿Medio día? Solo sabía que tenía mucha hambre.
Respiraba con dificultad, mantenerme de pie me dolía. Por otro lado, mis amigos parecían estar perfectamente bien. Yo era la única que sudaba como si me hubieran tirado un cubo de agua encima, la única que encontraba consuelo en el suelo. Los demás, salvo por su leve respiración agitada, no mostraban mayores cambios. Andrew, el perfecto y bien visto Andrew, se veía incluso aburrido.
Tras una momentánea pausa, en la que Astra nos ofreció algunos refrigerios, retomamos la actividad. Astra nos dio una extensa clase de anatomía, nos indicó los puntos débiles de los cuerpos y a proteger los nuestros, dónde nunca dejar que nos dieran, cómo esquivar ciertos tipos de ataques y sobre todo nos recalcó que, si nos enfrentábamos a un oponente de mayor resistencia física, una batalla cuerpo a cuerpo era una pésima idea. Nos dijo muchas veces que esa preparación física era de defensa, que pocas veces serviría contra una deidad, pero que si no sabíamos proteger nuestro cuerpo de entrada ya estaríamos perdiendo.
Ella se enfocó en eso durante horas, en cómo movernos, cómo correr y cómo saltar, en cómo golpear y cómo pararnos, cómo ejercer mayor peso en ciertas áreas del cuerpo, cómo aprovechar nuestras características físicas y cómo soportar grandes golpes. Esa última fue la peor parte.
Nos retó a todos a derrotarla con lo que sabíamos, con lo que mis amigos habían entrenado esos años. Eso los incentivó de alguna forma. Empezó conmigo, yo sin saber el motivo.
Me golpeó muchas veces, casi llegué a pensar que le agradaba hacerlo, no pude hacer nada para siquiera intentar atacarla. Reiteró muchas veces que aquellos golpes no nos dejarían ninguna herida, solo sentiríamos el dolor, aunque ese no fuera mayor consuelo.
No se movía de su lugar, los golpes llegaban como puños invisibles, como el aire. Primero en brazos, luego en el centro de mi cuerpo, evitó darme en la cara al menos al comienzo, pero esa dicha duró poco. Me golpeaba y yo caía, y siempre que lo hacía me decía que recibiría golpes más fuertes que esos y que debía recuperarme rápido, que esos segundos podrían significar mi vida. Ni siquiera Sara pudo evitar que me golpeara con fuerza, cuando intentaba oponerse parecía que se quedara muda gracias a un agente externo a su voluntad.
Minutos después me dejó descansar. Llamó a Cailye y me dijo que podía sentarme un rato. Eso hice, molesta por cada golpe y todavía más por saber que no pude defenderme en ningún momento.
Ella lo soportó un poco mejor, corría y se movía de un lado a otro para que esos golpes invisibles no le dieran. Nunca intentó defenderse.
Se centró en nuestra debilidad, cada movimiento que hizo fue pensado para que lo viéramos, noté luego de muchos golpes y demasiadas horas, después de que golpeó y tiró al suelo a todos mis amigos, para que entendiéramos que dolía, que morir era una posibilidad muy real y que nuestro nivel no nos alcanzaba ni siquiera para sobrevivir.
Se enfrentó a cada uno de nosotros, no supe si usó magia, pero ninguno, ni siquiera Andrew, pudo golpearla y todos recibimos sus golpes como sacos de boxeo. Ella no sudó ni una gota.
Al final soltó un suspiro agotado y nos miró a todos.
—Son fuertes, más que un humano promedio, pero aún no es suficiente. Cuando sean capaces de defenderse de mí habrán completado una parte del entrenamiento. —Nos miró a todos—. Vayan a dormir, continuaremos cuando descansen.
Y desapareció en el aire en medio de un puff.
Silencio, reinó el silencio por varios segundos. Nadie se movió, nadie respiró.
Al final fui yo la que tomé aire y abrí la boca.
—¿Están...?
—No toques el tema —me advirtió Sara sin mirarme, en un tono lúgubre.
La obedecí.
Los demás se dirigieron a la única puerta que había en silencio, con una sombra sobre sus rostros. Yo los seguí segundos después, tratando de entender lo que significaba para ellos.
Del otro lado se encontraba un comedor para seis personas, sobre él ya habían servido cinco platos de comida, un vaso de jugo y una porción de fruta. Mis amigos miraron el comedor, pero solo Cailye se acercó a comer. Los demás se veían demasiado abatidos para eso. Pensé, solo se me ocurrió, que aquel entrenamiento brutal había lastimado en ellos su ego.
No lo mencioné, pero tenía muy presente que para ellos ese entrenamiento era diferente a lo que significaba para mí. Debilidad, no sabía si ellos habían notado la propia, pero eso fue lo que yo vi. Y una parte de mí, por muy pequeña que fuera, se alegró de saber que la brecha que nos separaba no era tan grande, que yo no era la única que debía alcanzar a alguien. Eso me hizo sentir menos nerviosa.
Había tres puertas atrás del comedor. La de en medio decía «Bodega», las otras dos estaban marcadas con una M y una H. Andrew no dudó en entrar a la H y cerrar la puerta con fuerza a su paso, más enojado que de costumbre, Evan suspiró y lo siguió luego de despedirse. Sara hizo lo mismo con la otra puerta y unos segundos más tarde, luego de despedirme de Cailye porque sabía que se quedaría comiendo, la seguí.
El interior de la habitación era muy parecido a nuestra habitación en el camper, solo que en esta ocasión había tres camas, no cuatro. Dejé pasar el detalle debido a lo cansada que me encontraba. Sin ventanas, las mismas luces de afuera nos iluminaban, y con no más en la habitación que las camas y tres cofres al pie de cada una con nuestras cosas. Había una mesa en un extremo de la habitación, al igual que una nevera al otro extremo.
A pesar de lo cerrado y vacío, no se sentía como una prisión. Los colores eran cálidos y claros, como si estuvieran pensados para darnos más luz. Aun así, quería regresar al camper cuanto antes.
Mi amiga se tiró sobre una de las camas tal cual se encontraba, no dijo nada y tampoco me miró. Quería saber cómo estaba, lo que sentía, pero sabía que ella en especial nunca me diría nada de eso.
Llegué a una de las camas y me dejé caer, al día siguiente me ducharía, ahora estaba demasiado cansada.
Astra nos despertó horas después. No supe cuánto había pasado, pero cuando salimos a la arena el cielo seguía en el mismo atardecer estrellado. En nuestra habitación había ropa de cambio, así que tomé el primer pantalón y blusa que encontré y me metí a la ducha. Astra remarcó mucho el hecho de que no debíamos demorarnos en arreglarnos y desayunar.
No sentía mayor molestia que el reclamo de mis músculos por el repentido ejercicio intensivo. No habían heridas o cicatrices, tampoco dolor.
La diosa de cabello de nieve nos saludó con una sonrisa cuando nos reunimos, luego nos habló unos minutos acerca de los efectos de los ataques de otros sobre nuestros cuerpos humanos.
Nos dijo que sanábamos rápido por la magia de nuestros predecesores, pero que eso no impediría que una herida mortal no nos matara. Podríamos soportar algunas clases de heridas, pero también mencionó que había un sinfín de magia, de deidades, que podrían matarnos solo con mirarnos a los ojos. No ahondó mucho acerca de ellas, al parecer era tema para otro momento.
Ese día, o lo que supuse era un nuevo día en ese buble de tiempo, Astra nos indicó comenzar con calentamiento igual que el día anterior. Así que eso hicimos. Ejercicios y trote, fue así incluso después de almorzar.
—Tomé un curso de defensa personal hace dos años —mencionó Cailye mientras hacíamos ejercicios de estiramiento juntas. Yo le empujaba la espalda—. Junto con mi hermano. Era un instructor privado, nos ayudó a entrenar.
Por inercia le lancé una mirada a Andrew. Él estaba haciendo lagartijas muy lejos de nosotras, demasiado inmerso en su trabajo. Traté de no mirarlo por mucho tiempo, me recordaba a mí misma que seguía molesta.
—No le sirvió de mucho ayer —solté. Me mordí la lengua en cuanto lo dije—. Es decir, a él. Esperaba más ya que se ve tan invencible y actúa como tal.
Ella soltó una risa sofocada por la posición de su abdomen.
—Sí, es cierto. ¿Sabes? A pesar del tiempo y todo eso, nunca nos hemos enfrentado a un dios real. Deidades sí. Pero no dioses, no hay dioses en la Tierra y si los hay nunca los hemos visto. Creo que no esperaba que fuera tan difícil.
—Astra lleva siglos separada de los dioses. Algo me dice que son peores.
Esta vez ella no se rio, por el contrario, creí sentir un leve espasmo atravesar su cuerpo.
—Espero que no lo sean —susurró.
No tuve tiempo de responder porque justo en ese momento Astra nos pidió que nos reuniéramos al centro.
En esta ocasión fue todo menos intenso. Astra nos mostró paso a paso algunas posiciones de defensa en caso de golpes físicos, nos mostró cómo esquivarlos y cómo proteger partes vitales de nuestros cuerpos.
Posturas y movimientos, observación y paciencia. Nos aconsejó obedecer a nuestros instintos, reconocer nuestro entorno y usarlo a nuestro favor.
Para cuando nos pidió ir a descansar no estábamos tan agotados como el día anterior. Esta vez todos nos sentamos a comer antes de ir a dormir, o casi todos. Andrew se encerró en su habitación sin siquiera despedirse.
El día siguiente no fue muy diferente, primero ejercicio y luego entrenamiento de defensa física. Esta vez nos puso en parejas para practicar lo del segundo día.
Ya me sentía un poco más cómoda con los ejercicios y mis propios movimientos de defensa, pero todavía me agotaba rápido y no era capaz de esquivar todos los golpes, eso me frustraba.
El cuarto día fue una copia del tercero y el segundo. Ese día me dio la impresión de que Astra nos mandó a descansar más temprano de lo habitual, eso me dio tiempo para comer y ducharme, incluso para descansar en la cama un rato antes de que fuera hora de dormir.
El amanecer del quinto día me pareció que fue antes de lo normal. Astra nos puso a hacer ejercicios por muchas horas, casi la totalidad del tiempo de entrenamiento. Para el final del día nos pidió una demostración de posturas y reacciones, al parecer quería saber cuánto tardaban nuestras respuestas en llegar ante un estímulo.
No dijo nada más cuando terminamos, tan solo se despidió y nosotros nos retiramos a las habitaciones.
El sexto, séptimo y octavo día no fueron diferentes. Ya me había cansado de la rutina física al igual que Cailye, las dos estábamos hartas de pelear, de los golpes y los ejercicios.
Andrew no me dedicó la palabra en todos esos días, dudaba incluso que se dignara a mirarme. El remordimiento ante sus palabras seguía fresco a pesar de los días, y a juzgar por su forma de ignorar mi existencia, seguía sosteniendo su argumento. Eso me molestaba todavía más.
Luego llegó el noveno día de entrenamiento y las cosas cambiaron.
—Herramientas —decía Astra luego del desayuno, parada a pocos pasos de nosotros en la arena—, armas, a veces representa su poder, a veces les salva la vida. Sus Armas Divinas. Representaciones de su conexión con sus predecesores y emblemas de éstos. Son más que armas, son de las pocas cosas que pueden conservar de sus vidas pasadas. Sin embargo, no son solo lo que parecen. El tipo de arma tiene una razón especifica de ser, se relaciona con sus habilidades en vidas pasadas y sus dones. Pero para poder manejarlas por lo que son y lo que pueden ofrecerles, practicar la habilidad base de cada arma es lo primero.
Cailye y yo intercambiamos una mirada curiosa. Astra lo notó y nos sonrió, como si por un momento compartiera nuestra expectación.
El coliseo se estremeció, la arena bajo nuestros pies se movió como un cernidor y poco a poco montones se elevaron de ella. No tomaron forma hasta que emergieron de la arena: cinco mesas con diferentes armas reposando en su superficie. Se veían pesadas y un poco rusticas, de material tosco y gastado.
Cinco mesas, cinco armas, una para cada uno. En una mesa reposaba un arco de madera de tamaño manejable con sus respectivas flechas, otra mesa exhibía lo mismo, pero en esta el arco era mucho más grande, las flechas más largas. Vi un látigo negro, cuero, que me pareció bastante pesado, tan largo que se enrollaba en sí mismo varias veces. En otra me pareció ver estacas de metal, largas y concisas; lucían todavía más pesadas que el látigo.
Y, por último, frente a mí, sobre la mesa que parecía tener mi nombre, vi una espada, no tan larga y grande como mi Arma Divina, de un tamaño más acorde para mis manos inexpertas. A su lado un juego de dagas lo acompañaba, cinco, todas iguales, esas lucían más nuevas que la espada.
—Elijan un área de la arena y practiquen, el entrenamiento de hoy será individual, cada uno debe enfocarse en sus herramientas y acostumbrar su cuerpo a ellas. Algunos están más acostumbrados a la parte práctica de sus Armas Divinas, pero aun así deben practicar con armas que no poseen energía divina.
Los demás se dirigieron a sus mesas como si fuera de lo más esperado, yo en cambio me quedé un rato mirando la mesa, observando las armas, pensando en cómo se suponía que debía tomarlas.
No supe cuánto tiempo me quedé inmóvil, prácticamente sin parpadear, hasta que vi una mano pálida tomar una de las dagas. Parpadeé, me encontré con los ojos de Astra fijos sobre mí, sobre la duda en mi rostro.
—Comienza con estas. —Me ofreció la daga—. Acostumbra tu mano a ella, a su mango y su peso, sé muy consciente de su filo. Te ayudarán a defenderte, te protegerán, pero siguen siendo armas. Nunca olvides cómo hieren.
La tomé del mango, y debí de sujetarla mal porque enseguida ella me mostró cómo hacerlo. Me repitió varias veces que debía tener firmeza, que mi mano no debía titubear cuando tuviera en ella una espada.
Se quedó conmigo por un largo rato, me mostró cómo pararme para tener más firmeza a la hora de usar un arma de filo, cómo debía considerar su peso respecto a mí misma y mi enemigo, me dijo que debía tener un propósito claro cuando empuñara una espada.
Pasadas las horas me dijo que hiciera los mismos ejercicios que hice con las dagas, pero ahora con la espada. Era mucho más pesada que una daga, debía sostenerla con ambas manos y el largo de su hoja me hacía más difícil moverme con ella. Me enseñó a considerar distancia y presión, también mencionó que mi Arma Divina era mucho más larga y grande, más certera.
En la tarde la dinámica cambió un poco.
Varias dianas aparecieron en la arena, al menos unos veinte tiros al blanco acomodados en zigzag y alejadas entre sí varios metros.
Astra se volvió hacia nosotros.
—Dominio de armas —explicó con determinación—. Deben usar sus armas de la forma que les parezca más cómoda y efectiva para dar en el blanco. Lo harán al final de cada día durante tres días, lo que hagan durante el día debe servirles para acercarse al éxito. —Hizo una pausa y miró las dianas, éstas en respuesta comenzaron a moverse a través del coliseo—. Solo se considerará exitoso si les dan a todos los blancos. Adelante, pueden empezar.
Sara fue la primera en intentarlo. Corrió hacia los blancos y movió su látigo con fuerza. Pude ver la forma en la que sus músculos se movían y se tensaban para manejar el arma tan pesada, era cuero, me recordé, a diferencia de su Arma Divina que parecía un trozo de tela fino y ligero.
Corrió y saltó, evitó que los blancos la golpearan y atacó. Les dio a ocho en el blanco, a diez en alguna otra área de la diana y a los dos restantes no pudo tocarlos. Me pareció un buen inicio, pero cuando me acerqué a mencionarlo ella soltó su látigo con fuerza al piso, como si no pudiera cargarlo un segundo más.
El chico de ojos azules fue el siguiente. Evan lo hizo muy bien, consiguió darle en el blanco a quince y a los cinco restantes en alguna otra parte. Cailye, por otro lado... le dio en el blanco a cinco y a los demás apenas los rozó. Tal vez esa increíble puntería se debiera al Arma Divina, una teoría que descarté cuando fue turno de Andrew y les dio a todos los blancos menos a uno, al último, cuya flecha falló por mucho.
Me enfoqué en él mientras tiraba, en cómo estiraba su espalda y la fuerza que hacía con los nudillos, su mirada de concentración y en el trabajo que le dedicaba a su propia respiración. Había algo en su postura, en él mismo, que me hacía difícil la tarea de dejar de mirarlo. Envidiaba esa seguridad en sí mismo que desprendía.
De repente sus ojos cayeron sobre mí, y fue ese sobresalto lo que me obligó a regresar a mi mundo.
—¡Ailyn! —llamó Astra. Sacudí la cabeza y la miré, avergonzada—. Es tu turno.
Asentí por inercia, tratando de concentrarme en las dianas y no en la mirada de Andrew sobre mis movimientos. Tomé aire varias veces, me enfoqué en el centro del objetivo y las dagas en mis manos. Traté de recordar y poner en práctica las recomendaciones de Astra, de alcanzar el objetivo, pero con cada tiro me sentía más lejos del blanco.
Al final, cuando lancé las veinte dagas, no logré darle en el blanco a ningún objetivo y solo aterrizaron tres dagas en la diana.
—Es cuestión de practica —me consoló Sara cuando me acerqué a ellos.
Miré a Andrew de reojo, él ni siquiera me miraba, y suspiré. Me molestaba que él pudiera hacerlo tan bien, pero me molestaba todavía más que yo lo hiciera tan mal.
—Lo que digas.
Al día siguiente las armas nos dieron la bienvenida. Sobre sus respectivas mesas reposaba cada una de ellas, pero en la mía ahora solo se encontraba la espada, dos de hecho.
Astra se movió frente a nosotros, ese día la capa cubría su cabeza y sus ojos se veían un poco más cansados, toda su postura se sentía agotada. Y, aun así, nos sonrió.
—Hoy practicarán en dos grupos el uso de sus armas en un campo más flexible, algo más real. Dispondrán del espacio suficiente y del tiempo que necesiten, así que enfóquense en su contrincante. —Miró a mis amigas, cada una a un extremo opuesto del grupo—. Sara y Cailye entrenarán juntas, cada una con su correspondiente arma. Deben mejorar su combate a corta y larga distancia, además de corregir esa actitud frente a la otra. —Sara frunció el ceño, Cailye bufó—. Andrew, dado su desempeño con las dianas, asistirá a Ailyn con el entrenamiento de hoy; debes instruirla con tus conocimientos sobre la esgrima. Practicarán ambos con la espada.
Abrí la boca a punto de refutar. Quise renunciar, decir que ni por todo el oro del mundo formaría pareja con un tipo como él, pero me tragué mis comentarios en cuanto noté que Andrew asintió. Lo miré, él lucía sereno dentro de su propio margen, confiado, como si no lo molestara en lo absoluto obedecer a Astra.
Me entraron deseos de ir hasta él y golpearlo por ser tan idiota, de quitarle esa mirada de autoconfianza, pero al observarlo bien me descubrí de nuevo fijándome en cosas que no debería estar viendo. Quería que se viera mal, pésimo, para no tener en qué perderme cuando lo miraba.
Andrew tomó aire, como si hubiera llegado a una conclusión.
—¿Solo una mañana? No hago milagros —le dijo a Astra—. ¿Qué esperas que consiga exactamente?
Astra medio sonrió, sus ojos brillaron en desafío. Yo, por otro lado, repasé lo que él acababa de decir.
—¿Cómo que milagros? —exclamé, molesta.
Andrew no me miró cuando contestó.
—No se volverá experta por practicar unas horas, dudo siquiera que logre concentrarse por más de cinco minutos. Puedo instruirla, enseñarle la técnica, pero no puedo convertirla en una guerrera en solo eso. Ni siquiera yo puedo.
Me moví, las mejillas me ardían, y lo encaré. Él, por supuesto, ni siquiera se movió cuando me encontré frente a él, a medio metro de distancia.
—No lo hagas entonces —le dije—. No necesito que me enseñes nada, en especial tú.
Me miró por un segundo, sus ojos oscuros sobre los míos sin titubear, sin cambiar esa dureza impresa en ellos todo el tiempo. Luego miró a Astra, y debió notar algo cuando lo hizo porque entonces suspiró. Regresó su atención a mí con la misma firmeza de antes.
—Sin duda lo haría.
Y retrocedió, evasivo y hermético. No supe el contexto de su comentario, si era una respuesta a mis palabras o a lo que fuera que vio cuando miró a Astra.
Astra aplaudió, llamó la atención de mis amigos.
—Bien. Entonces comencemos. Ambos grupos usarán la arena, pero la dividiré para evitar distracciones. Usen bien su espacio y no salgan de su sección hasta que termine la práctica. Andrew y Ailyn se quedarán aquí, los demás, síganme. Evan, ven conmigo, tengo algunas cosas de qué hablar contigo.
Vi a mi amigo acercarse a la mujer, y cuando me giré los vi alejarse. Fue en ese momento que un muro se alzó en medio del coliseo. A la altura del tragaluz, dividiendo el espacio justo por la mitad. Sara y Cailye los siguieron luego de desearme buena suerte, las dos, y a los pocos segundos Andrew y yo nos habíamos quedado solos.
Lo miré en silencio, sin moverme, hasta que él pareció cansarse de mi colaboración y caminó hacia la mesa de las espadas. Las examinó minuciosamente y las tiró en el aire un par de veces a cada una, luego regresó conmigo y me la ofreció.
Dudé antes de tomarla, y cuando lo hice estiró mi brazo derecho hacia delante, me hizo inclinar mi rodilla izquierda hacia atrás, y al final de uno que otro jalón más terminé en una extraña posición, diferente a las que Astra me había mostrado.
Levanté más mi brazo derecho y luego él tomó la misma posición. Su mirada seguía siendo de concreto, al igual que sus facciones, demasiado malhumorado y serio.
—En garde —dijo él. Le respondí con una mueca de confusión y de fastidio—. Significa, Will, que estás en guardia. Es la posición inicial, te dará firmeza y opciones de movimiento en caso de evasión. Tu pie dominante será tu guía, te impulsarás con el otro cuando vayas a atacar.
Asentí, sin captar muy bien su método. Al ver mi desconcierto, suspiró, y me indicó que me relajara. Adoptó otra posición, con la espada más estirada al frente.
—Lunge, posición de ataque.
Cambió de posición de nuevo, esta vez con la espada casi contra el hombro.
—Parry —indicó—, posición de defensa. Hay más movimientos, depende de tu atacante y de tu posición respecto a él. Se supone que no debe ser tan difícil para ti, tu Arma Divina es la espada, tienes predisposición a usarla. Confía en tus movimientos, puedo instruirte y tratar de enseñarte esgrima, pero cómo manejes la espada depende solo de ti.
—Bien, entiendo.
Tenía las manos sudorosas, así que por accidente se me resbaló la espada y cayó sobre el suelo en medio de un ruido metálico molesto. Andrew rodó los ojos y soltó un pequeño suspiro.
—Va a ser una larga mañana —comentó en tono bajo y de resignación, mientras sus ojos recorrían mi cuerpo de pies a cabeza.
—¡Estira más el brazo! —gritó Andrew desde el otro extremo de nuestra zona.
Gruñí y obedecí. Seguí moviendo las piernas, girando y saltando como él me había indicado hacer. Sudaba, jadeaba, estaba cansada y quería sentarme, pero siempre que disminuía el ritmo él volvía a gritarme.
—¡Con más fuerza!
Lo miré mal. Él estaba recostado en la pared más cercana, con la espada anclada al suelo y sus ojos afilados sobre mis movimientos.
Apreté el mango de la espada y empujé con más fuerza, con más impulso en mis piernas y con los ojos bien abiertos.
Se me enredaron los pies y me caí al dar mal una vuelta.
—De pie. Toma tu arma y levántate.
No me ayudó a parar, ni siquiera parpadeó ante mi caída. Ojos fríos, solo eso recibí de su parte.
Me incorporé presa del cansancio.
—Necesito descansar —le dije con enfado, tratando de que mis ojos no revolearan mi resentimiento por ser tan duro conmigo—. Siento que voy a vomitar. Presionarme no hará que mejore, solo harás que me lastime.
Él no parpadeó.
—En garde —ordenó, y por alguna razón yo obedecí luego de inhalar—. Pies firmes, abdomen tenso. Aprieta los músculos de tu abdomen y endereza las piernas. De nuevo toda la secuencia.
Lo hice, para mi dolor lo hice. Giré y salté en medio de un patrón que él mismo estableció. Arriba y abajo, manos firmes y cuerpo tenso, cortar el aire como si de eso dependiera mi vida. Quería llorar, sentarme en el suelo y llorar de cansancio y dolor muscular.
—Eres Atenea, lo reconozcas o no, posees su potencial, su poder —dijo Andrew—. Eres fuerte, tienes la capacidad para ser tan fuerte como quieras. Encuentra esa fortaleza y no notarás el cansancio.
Me molestaba que hiciera eso, que me dijera cosas así y luego me tratara como si fuera lo contrario. Me decía que no me subestimara a mí misma, pero luego él me subestimaba; me decía que podía ser fuerte cuando no dejaba de recalcar mi debilidad. Lo odiaba por ser tan perfecto, por conseguir sus objetivos con el mínimo esfuerzo. Lo odiaba por lucir tan seguro de sí mismo, por creer en sus capacidades ciegamente cuando yo a duras penas conseguía mantenerme de pie.
Volví a caer, ahora con más fuerza. Me lastimé la cadera y grité, dejé que la espada terminara lejos y me quedé en el suelo, abrazando ese descanso a pesar del dolor. Andrew no me dijo nada por unos segundos, minutos largos, en los que me quedé ahí tendida, descansando.
Al cabo de varios minutos vi su sombra a mi cabeza. Sus zapatos me saludaron y luego vi la espada, o mejor dicho, sentí al punta de la hoja sobre mi nariz.
Abrí los ojos y dejé de respirar en cuanto lo vi ahí parado ante mí, con una postura que eclipsaba la luz y con la espada en sus manos. Sus ojos seguían brillando peligrosos, su postura me intimidó.
—Ya descansaste, ya practicaste. Ahora levántate y muéstrame lo que has aprendido. Un duelo, Will. Si me vences podrás descansar todo lo que quieras, si no... —Su mirada se oscureció más.
No le contesté, no quería saber cuál era la alternativa. No me opuse tampoco. Derrotarlo sonaba tan tentador que olvidé que no tenía ninguna posibilidad contra él.
Se apartó lo suficiente para darme espacio para ponerme de pie y encontrar mi espada. Sin embargo, no fue tan gentil como para dejarme adoptar una buena postura.
Lo vi avanzar, correr hacia mí en una fracción de segundo. Levanté mi arma por instinto, para protegerme de su ataque. Ambas hojas chocaron, la fuerza de su golpe casi me lanzó lejos, pero conseguí mantenerme firme lo suficiente para evitar su objetivo.
Hice una mueca, él frunció más el ceño.
Retiró la espada, y repitió la acción anterior una y otra vez, cada una con más fuerza que la anterior. Intentaba con todas mis fuerzas esquivar sus ataques, analizando a dónde se dirigía su arma como él me enseñó, pero cada vez era más difícil hacerlo.
Me atacó con más fuerza, esta vez sí caí al suelo, sentada. Él apuntó su espada a mi nariz, estaba a centímetros de hacerme una perforación nasal, luego me miró con superioridad y cerró los ojos.
Apartó la espada de mí y me miró con seriedad. Extendió su mano ante mí, para ayudarme a levantar, pero la rechacé de una manotada. Me levanté del suelo sin su ayuda, con la ropa lleva de arena y el cuerpo pidiéndome parar.
—Sabía que no te agradaba, pero no sabía que fueras capaz de matarme —comenté con acidez—. Estás siendo demasiado rudo.
Enarcó una ceja.
—Los enemigos que vas a enfrentar lo harán para matarte. Si te entreno bajo un supuesto seguro, ¿qué objetivo tiene? Debes mantenerte alerta en todo momento, esperando el golpe, eso te mantendrá viva.
—¿Y quieres hacerlo tú primero? —Lo miré tan mal como pude—. Quieres lastimarme, se nota en cada ataque.
Mantuvo la serenidad, una calma que me pareció más delgada que el papel.
—Eso no es cierto. Nadie aquí quiere lastimarte, ni siquiera Astra. Pero tienes un complejo victimista que te hace ver enemigos donde no los hay.
Fruncí el ceño, me molestó tanto su comentario que apreté el mango de mi espada con demasiada fuerza.
—¿Qué dijiste?
Inescrutable, una fortaleza sin ventanas y puertas. Eso vi en sus ojos.
—Entre todos eres la que más apoyo ha tenido, la única que ha tenido una transición aceptable. La única que no perdió algo en el momento de despertar. Pero te compadeces demasiado de ti misma, y al hacerlo te burlas de nosotros.
¿Cómo se atrevía?
Levanté mi espada por reflejo, no lo pensé demasiado cuando la dirigí hacia él. No fue un movimiento limpio ni calculado, Andrew no tuvo problema en bloquearlo con su arma.
Lo empujé con fuerza, sus pies cedieron un poco ante mi intento de apartarlo. Gruñí, tenía tantos deseos de lastimarlo con lo que fuera que volví a moverme, a correr hacia él con toda la intención del mundo.
¿Cómo podía insinuar que me burlaba de ellos? ¿Acaso no tenía derecho a lamentar la situación? No era justo, yo quería estar triste y llorar los cambios en mi vida, las cosas que ahora caían sobre mí. ¿Era malo eso?
Él saltó cuando llegué a su encuentro, sobre mí, y aterrizó a mi espalda con la elegancia de un gato.
Intercambiamos miradas de desafío, y al mismo tiempo, como si los dos pensáramos igual, corrimos hacia el otro con decisión. Cara a cara, chocamos espadas varias veces, evadiendo los ataques del otro e intensificando más los propios.
Yo golpeaba, él evadía mis ataques, pero aunque lo hiciera los de él se sentían diferente, como si de alguna forma ahora se estuviera conteniendo. Eso me motivó a golpear con más fuerza.
Agudicé mis taques, de forma que cada vez fueran mucho más fuertes y precisos. Recordé cada postura y cada cosa que él me dijo, todo lo que Astra me indicó, y lo usé contra él. Estaba tan enojada, tan furiosa que quería llorar. Eso se veía en la forma en la que sostenía mi espada, en cómo la usaba de forma tan agresiva.
Entonces, uno de mis golpes, le dio con tanta fuerza a su espada que salió volando de entre sus manos; pero antes de que pudiera darle otro golpe para vencerlo, él se deslizó por la arena, pasando por debajo de mis piernas a velocidad imperceptible.
Mi espada, que ya tenía la ruta trazada, impactó contra el suelo donde Andrew estaba parado como si la arena fuera agua.
Alcanzó su espada justo antes de que ella llegara al suelo y se incorporó de un pequeño salto. Su mirada se veía más filosa, como si estuviera impresa en ella una advertencia.
—¿Y era yo el que quería lastimarte?
Gruñí de nuevo.
—Me la debes, pienso cobrártela.
Corrí de nuevo hacia él sin darle tiempo para responder, pero esta vez, cuando blandí la espada contra él, Andrew la detuvo sin problema y luego con fuerza me empujó. Me deslicé por la arena un par de metros, pero sorprendentemente no caí.
Escrutó mi rostro y me miró con los ojos entrecerrados.
—No sé de qué hablas. Tendrás que ser más específica.
Apreté los dientes y también la empuñadura de mi espada. Que no supiera la razón de mi enfado era un completo insulto, considerando que él la era. Él y sus insultos, él y sus regaños, él y su extraña forma de actuar. Todo él era la razón de mi ira.
—¡¿Qué fue lo que te hice?! —grité con furia, tomé impulso y corrí hacia él tan rápido como pude.
Abrió los ojos todo lo que pudo, sorprendido de verdad, y detuvo mi ataque de nuevo. No me empujó, no me apartó, simplemente evitó que mi espada alcanzara su rostro.
Frunció el ceño y mantuvo su fría mirada sobre mis ojos.
—¿Por dónde empiezo? —ironizó, lo que provocó que yo ejerciera más fuerza sobre mi arma.
—Me dijiste fastidio, entrometida, e idiota; cuando yo lo único que quería era acercarme a ti. —Vi mis manos temblar, mi cuerpo entero queriendo llorar—. Cuando me miras lo haces como si fuera el peor error de tu vida, una mancha en el equipo. No me consideras para nada, ni siquiera me miras a no ser que sea por accidente. ¿Qué demonios te pasa conmigo? ¡¿Qué mierda te hice?!
Su mirada se oscureció. Volví a agitar mi espada, cerca de él y tan rápido que tuvo que retroceder un paso.
—Nunca te lo pedí —dijo en tono lúgubre—. Tu presencia me parece un insulto, tu insistencia en querer estar metida en la vida de todos me parece irritante. Eres como una astilla en el zapato que me hace querer cortarme el pie.
Cada palabra que salía de su boca, en ese tono tan condescendiente, me enfurecía más.
—¡¿Y qué tiene eso de malo?! —Moví mi espada cerca de su cabeza, pero él solo se agachó para esquivarla—. Solo quiero conocer a mis amigos, ¿cuál es la parte que está mal?
Me pareció ver que Andrew bajó la guardia, como si algo lo hubiera distraído. Mi espada siguió su camino, no estaba preparada para que bajara su arma, y le hizo un largo corte en su mejilla. No era profunda, pero sí lo suficiente para que le saliera sangre.
Andrew hizo una mueca y se tambaleó hacia atrás.
Me llevé la mano a la boca para ahogar una exclamación de sorpresa y dejé caer la espada en el suelo, como si fuera ella y no yo la que lo hizo. Él me miró atónito, pero no se movió por un momento. Solo se quedó así, mirándome.
Lo había hecho, lo había herido. Eso era lo que quería, pero cuando lo hice mi corazón se contrajo. De repente me sentí culpable, un monstruo que quería herirlo y lo hizo. Tal vez, en realidad, nunca pensé que pudiera llegar a hacerlo. No a él, no al perfecto y bien calculado Andrew.
Después de unos segundos en completo silencio, él se llevó la mano a la mejilla, tocó la herida y contempló el color rojo en sus dedos con incredulidad.
—Andrew, yo... —traté de excusarme. Estiré mi mano para tocarlo, pero él se apartó de inmediato— lo siento mucho, no era mi...
¿Intención? Gran mentira, vaya que lo era. Quería que se callara, que dejara de mirarme así, que no me hiciera sentir como si fuera culpable de algo imperdonable.
Él no dijo nada, tan solo se dirigió a la salida.
Esa tarde, en la práctica conjunta con las dianas en movimiento, no vi a Andrew por ninguna parte.
Practiqué con las dagas con toda la concentración y fuerza que me quedaba, pero si le pude dar a un par en la diana fue demasiado. Me encontré a mí misma buscando a Andrew con la mirada en tres ocasiones, y me regañé mentalmente por eso.
—Concéntrate, Ailyn. —Astra me llamó la atención esas mismas tres veces—. Le terminarás sacando el ojo a alguien.
Asentí y continué.
A mitad de la practica debí dar demasiada pena, ya que Evan se acercó a ayudarme. Me indicó cómo hacerlo mejor. Gracias a él pude clavar la daga cuatro veces en la diana, muy lejos del blanco claro, pero era un avance.
—Andrew estaba irritable antes de la practica —me dijo Evan en algún momento—, más de lo normal. Su humor deja mucho que desear, la gente le suele temer por eso. Se irrita con facilidad. Lo que haya sucedido entre ustedes no fue tu culpa. Estamos entrenando, lesionarse es algo que puede suceder.
Hice una mueca. Él sonreía como siempre, sus ojos amables no cambiaban.
—¿Te dijo lo que pasó?
Sonrió más y negó con la cabeza.
—Él tiene muchas expresiones de enojo, Ailyn, una diferente dependiendo de cada situación y motivo. Pero desde que te conoció tiene una expresión especifica cuando eres la causa de esas emociones.
No entendí por qué ese comentario tan simple me hizo saltar el corazón. Me mordí la lengua con fuerza y miré al frente, a las dianas en movimiento.
—Me odia. Y fue un accidente. Está furioso conmigo. Yo debería ser la que estuviera furiosa con él.
No lo vi, pero casi pude visualizar su mirada cuando contestó.
—Andrew odia muchas cosas, pero dudo que formes parte de esa lista. Quien sabe, tal vez se vuelvan buenos amigos con el tiempo.
No le rebatí su afirmación, no debido a la forma en la que hablada de Andrew, de la misma que hablaba de Cailye. Con todo el amor del mundo. Igual que Sara hablaba de mí.
No veía, ni por error, un escenario donde Andrew y yo fuéramos amigos. Ya no.
La mañana del onceavo día de entrenamiento se suponía que la iba a pasar con Andrew. Pero no se apareció en mi sección cuando nos separaron en los grupos de entrenamiento. No lo había visto antes de dormir y definitivamente tampoco en el desayuno. No sabía si eso me hacía sentir aliviada de no verlo, o molesta por su constante evasiva. Ni que yo tuviera ébola para que me evitara como un vampiro al sol.
Astra fue la que apareció para ayudarme con el entrenamiento. Estuve toda la mañana reforzando lo que había aprendido con Andrew y con ella antes.
No le pregunté sobre la ausencia de Andrew y ella tampoco tocó el tema. Nos limitamos a repasar la técnica y a combatir entre nosotras. Luchar contra Astra con la espada era mucho más manejable que hacerlo con Andrew. Mientras él se mostraba más determinado y de movimientos precisos, Astra se movía más y usaba la espada de forma diferente, como si casi no estuviera acostumbrada a usarla. Enfrentarme a ella me pareció un poco más justo, no era tan agresiva y en definitiva no me molía la energía negándome los descansos básicos.
Me pregunté si así se movía desde el primer día. No podía evitar pensar que se había vuelto un poco más lenta y predecible en sus movimientos.
—Progresas con la espada, te felicito. —Astra sonrió, una sonrisa cálida y maternal, incluso orgullosa.
Estaba agitada de tanto moverme, me dolían las manos de manejar la espada. Pero aun así sonreí. Se sintió liberador saber que había mejorado en cualquier cosa, que estaba un paso más cerca de estar al mismo nivel que mis amigos.
—Gracias.
—Debes pulir algunas cosas, pero no lo haces mal para manejar un arma humana. Cuando uses tu Arma Divina notarás la diferencia.
—¿Cuándo? No es que me emocione mucho el tema de los conjuros, pero me gustaría usar mi Arma Divina y...
—A su tiempo, Ailyn —me cortó ella con suavidad. Su sonrisa seguía ahí, tan inusual como todo en ella—. Relájate y concéntrate en lo que haces ahora. Ve a comer, descansa un par de horas y reúnete con los demás para el tiro a la diana.
La miré con extrañeza cuando me permitió descansar un par de horas antes del entramiento de la tarde.
—Es...
—Te lo mereces. Sé que para ti ha sido más difícil que para los demás, más traumático el entrenamiento. Pero debes mejorar a un ritmo diferente que ellos para siquiera considerarte parte del grupo. Ahora, ve. Antes de que cambie de opinión.
La obedecí. Para ese punto tomaría todas las horas de descanso extra que Astra me ofreciera.
Para mi sorpresa, Andrew sí asistió al entrenamiento de tiro a la diana esa tarde. Se encontraba al lado de Evan cuando me acerqué, los dos hablaban de algo que no alcancé a escuchar. Me fijé en su rostro, no le vi rastro de la herida que le hice con el arma, pero su ceño estaba fruncido y había una sombra sobre sus ojos. Seguía molesto, su cuerpo tenso y su deliberada decisión de no mirarme me lo confirmó.
Al comienzo estuve distraída, igual que la tarde anterior no lograba concentrarme del todo. La puntería de los hermanos era envidiable, más la de Andrew que la de Cailye. Pocas veces erraban el tiro y la trayectoria era limpia, cada movimiento tan seguro de sí mismo como el anterior.
Andrew seguía luciendo para mí como una montaña. Demasiado alta y firme, inamovible y desafiante, como si supiera que nada lo doblaría a la mitad.
Me volví hacia mi mesa, hacia las dagas y dianas que se movían para mí, indecisa y cohibida. No fue hasta que Astra me insistió en lanzar que me decidí a hacerlo.
No supe qué paso hice mal o cómo fue que la física se burló de mi fuerza, pero la daga hizo de todo menos dirigirse a alguna de las dianas. Avanzó en horizontal por un par de metros, pero entonces golpeó contra el soporte de una diana y cambió de trayectoria. La vi alzarse en vertical, luego se quedó un par de segundos en el aire hasta que decidió su destino. Cayó, no hacia el piso o hacia las dianas, se dirigió hacia uno de los presentes. Apuntó a... Andrew.
Abrí la boca cuando la vi caer, pero no alcancé a decir nada. Andrew se dio la vuelta en el momento justo para alcanzar la daga en pleno descenso. La tomó del mango justo cuando quedó a centímetros de su cabeza.
Tragué saliva en cuanto sus ojos se posaron en mí con toda la intención del mundo. Una mirada gélida y acusatoria, como si pudiera jurar que aquello fue a propósito. No lo fue, ni siquiera si lo hubiera planeado habría ocurrido así.
Retrocedí por inercia, de repente los demás observaban en silencio. No fue hasta que Cailye se me acercó que me permití respirar. Ella me habló, dijo algo sobre su hermano, no supe si se disculpó o lo excusó, yo seguía sin poder quitarle los ojos de encima a ese abismo en la mirada de Andrew, ese pozo tan oscuro que parecía poder consumir mi alma.
Cailye tuvo que moverme del brazo para poder atraer mi atención. Parpadeé, y aunque Andrew ahora continuaba con lo suyo, no pude apartar la sensación de su mirada sobre mí. La rubia me acomodó una nueva daga en las manos.
—No es difícil. Mira, así.
Se dio vuelta y lanzó, un solo movimiento y un objetivo claro. No le dio al centro, pero estuvo cerca por pocos centímetros.
—No debería sorprenderme que sepas lanzar dagas —le dije. Aún sentía mi piel sensible por la mirada de Andrew.
Ella sonrió.
—Es puntería. Artemisa era buena en estas cosas. Llámalo instinto nato, pero funciona.
Sentí una punzada de celos de nuevo, igual que en esa ocasión en la biblioteca. Envidiaba su confianza al hablar de Artemisa, de sus capacidades transferidas de ella como si no hubiera diferencia entre una persona y otra.
—Mi hermano tiene un carácter complicado —dijo ella—. Pero es buena persona. Es solo que... Creo que... Las personas que tienen algo que proteger se vuelven algo sensibles.
—¿Algo que proteger? —enarqué una ceja.
Ella asintió y miró a su hermano lanzando flechas a varios metros de distancia.
—Tenle paciencia. Es receloso con las personas nuevas, incluso más que yo.
—Me conoce desde hace más de dos meses —mencioné.
—Él te ve, Ailyn, igual que a los demás. Puede parecer que no se involucra, pero se lanzaría por ti igual que por cualquiera de los demás. Es protector a un nivel increíble, por eso mismo es tan serio.
Lo miré por unos segundos, luego a su hermana. Mismos ojos, pero miradas tan distintas.
—Es difícil relacionarse con él.
Cailye sonrió, una sonrisa algo torcida y no del todo graciosa.
—Si... —Me miró de nuevo—. Hazlo como te mostré, no te precipites y ten calma. Aprender a respirar te ayudará.
Y se alejó, dejándome con mis dagas. Suspiré y me preparé, seguí practicando como me indicó Cailye, como me había enseñado Evan y como me dijo Astra al comienzo. Lo hice todo el mismo tiempo, respiré, apunté y lancé como me habían dicho. Pero aun así solo pude darles a cuatro dianas, y a ninguna de ellas le di en el blanco.
Los días siguientes fueron un poco más centrados en los sentidos. Practicamos la vista en campos donde tendríamos que decir lo que veíamos; y el oído y el tacto con una serie de pruebas de equilibrio, a ciegas. Astra nos repetía una y otra vez que debíamos confiar en nuestros sentidos, en nuestra intuición.
No me precipité con ese tipo de ejercicios, ya estaba acostumbrada a ir detrás de mis amigos todo el tiempo. Incluso Andrew me dijo un día que no podía esperar alcanzarlos con unos días de entrenamiento, que a ellos les había costado años y sangre. Me dijo que no podía dejar que eso me afectara, aunque aun no sabía si me lo dijo como animo o como critica.
Me caía todo el tiempo, algo siempre me daba en la cara. Si no avanzábamos a otro tipo de practica pronto iba a terminar muerta. Se suponía que éramos dioses, todo ese entrenamiento físico no terminaba de cuadrarme.
Cuando me di cuenta hacer ejercicio y pasar pruebas a ciegas era cosa de todos los días. Ya no sabía si Astra me iba a enseñar magia algún día, siempre todo se trataba de reforzar nuestros cuerpos y agudizar los sentidos, de usar armas y saber escondernos.
Éramos humanos, repetía la diosa todos los días, si queríamos usar energía divina primero debíamos evitar que nuestros cuerpos se rompieran como ramitas.
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