12. Un deseo en común
Cold Water - Justin Bieber
Debía buscar una oportunidad para hablar con Cailye, si iba a arreglar las cosas entre ella y Sara tenía que conocer las dos versiones de la historia.
Como había dicho antes, no era curiosidad, en serio quería ayudarlas. Más allá de que las dos fueran Dioses Guardianes, lo hacía porque las dos tenía más en común de lo que creían, solo necesitaban a alguien que se los mostrara.
La hermana de Andrew estaba en el jardín, un hermoso y verde espacio rodeado de una cerca y girasoles gigantes donde al parecer comían sus mascotas. Todo se veía limpio de maleza y cualquier desecho, como si todos los días Cailye se tomara el trabajo de limpiar, porque imaginaba que ese lugar era utilizado como baño por Tom, los gatos y los conejos. El tamaño de aquellos girasoles era anormal, casi de mi altura, mucho más grandes que cualquiera que haya visto. Producto de la magia, seguro.
Me acerqué a Cailye, quien estaba organizando el comedero de los conejos, arrodillada en el piso en completo silencio.
Sin embargo, algo llamó mi atención. En la parte de atrás, lejos de las flores, había un objeto cubierto por un impermeable gris, no tuve que acercarme para saber lo que era, reconocería esa figura y esas ruedas en cualquier parte.
—¿De quién es esa moto? —quise saber, Cailye dejó lo que hacía y siguió la dirección de mi mirada.
La observaba desde atrás, por lo que no supe qué expresión tenía en los ojos.
—De mi hermano, le encantan esas cosas. Pero no la usa desde... desde hace un tiempo.
—¿Desde que sus padres murieron? —se me salió.
Ella guardó silencio unos segundos. Al final se puso de pie y me miró a la cara, con una sonrisa.
—No, la compró mucho después de eso. A él no le gusta...
—Hablar del tema —completé.
Asintió sin dejar de sonreír. A pesar de su situación Cailye era brillante y vivaz, mantenía la casa llena de felicidad y calidez, era algo admirable.
—Por cierto, ¿qué haces aquí? —preguntó, con su dulce voz cantarina.
Me acerqué a ella, tanteando el terreno, la forma adecuada de abordar el tema.
—Quería preguntarte... —Me miró impaciente, a la espera de mi pregunta—, quería preguntarte por qué odias a Sara. Sé que no se llevan bien y quiero saber la razón.
La sonrisa de su rostro desapareció, dejando en su lugar una expresión llena de resentimiento, de amargura. Hizo una mueca y sacudió la nariz como un sabueso.
—Ella...—dijo sombría, en un tono que me recordó a Andrew, y apretó los puños— es una intrusa. Es una serpiente que retiene a todo el mundo, que quiere que todos giren a su alrededor y solo sirvan para sus propósitos. Asfixia, destroza, separa. Eso hace ella a donde quiera que vaya. Que todos la respeten y la admiren es parte del camuflaje de Afrodita, su método de caza. Si no es ella, no es nadie. Si no le sirves le estorbas. Te lo quita todo, es capaz de dejarte sin nada para satisfacer sus propios caprichos.
No pude evitar fruncir el ceño. Aquello no sondaba para nada como mi amiga.
—¿Por qué lo dices?
Posó sus ojos en mí, ojos oscuros y severos, como si te juzgaran, como si pudieran condenarte. Rabia y rencor en un rostro rosado, en un cuerpo pequeño, en una casa hermosa.
—Arruinó mi vida. Se llevó lo poco que me quedaba. Antes de ella éramos tres, éramos una familia. Cuando ella apareció de repente fuimos cuatro, y cuando me di cuenta yo ni siquiera estaba incluida. Evan y mi hermano eran mi mundo y yo era el centro de suyo. Entrenábamos juntos, me ayudaron en cada etapa, estuvimos juntos siempre. Me ayudaron a invocar mi Arma Divina, a conectar con Artemisa, a ser una con mis dones. Ellos me dieron estabilidad, nos la dimos mutuamente.
»Y luego llegó ella y rompió esa estabilidad. Se los llevó, los alejó de mí. Éramos tres, entonces ella llamaba, o enviaba alguna carta o necesitaba algún favor. Le prestaban más atención a ella que a mí, los dos, siempre. No importaba si estábamos entrenando o me ayudaban con algo mío, si ella llamaba le daban prioridad. Dejaron a medias mis actividades muchas veces por hablar con ella. Siempre era ella y siempre me dejaban atrás. Ellos... ni siquiera me pidieron que fuera a Michigan con ellos cuando despertaste, no me necesitaban ahí porque ella ya estaba allá.
Frunció más el ceño, su rencor crecía con cada palabra, con cada recuerdo.
—Te sentías amenazada por su presencia.
—Una familia... Es algo hermoso y no ves lo preciosa que es hasta que ya no está. Todos quieren ese amor, sentirlo. Yo lo tenía. Mi hermano y Evan eran lo único que me quedaba, los únicos que me daban ese amor. Pero entonces ella apareció y se lo llevó, lo hizo pedazos, rompió mi vida y se quedó con lo único que me quedaba. No quería que estuviera cerca de nosotros, de ellos, solo deseaba que nunca la hubiéramos conocido. Es una víbora, lo devora todo.
Lo sabía. Era eso. Eran celos. Tan simple y humano como eso.
Ella solo quería la atención de la gente que quería, la aparición de Sara provocó de forma inconsciente una amenaza en su entorno, la hizo creer que el amor se podía «quitar». Por eso se sentía celosa, porque creía que Sara estaba tomando el cariño que era para ella.
Así no era como funcionaba. No podía quitárselo, no se podía dividir. El amor se multiplica, no se resta. Eso era lo que Cailye no veía, aunque tal vez Sara tenía el mismo problema.
—Las cosas no son como crees. Es solo que lo entendiste mal. Ella no es lo que piensas, ella...
—Tú también... —me interrumpió con un hilo de voz.
—¿Qué?
—¡Tú también la defiendes! ¡¿Qué es que no lo ven?! Es una persona horrible, egoísta y violenta. ¡Está loca! ¡¿Por qué no lo quieren ver?! ¡¿Por qué no me creen cuando les digo la verdad?!
Debía explicarle que estaba confundida, que Sara solo los quería como amigos y que nada de lo que ella pudiera hacer cambiaría los sentimientos de los chicos hacia Cailye. Todo era una gran confusión.
Antes de que pudiera contradecirla, que pudiera explicarle la situación, Sara apareció de repente. Se quedó parada bajo la puerta al jardín, mirándonos con aura negra rodeándola.
—Ailyn, acompáñame a comprar las cosas de la cena. —Le dedicó una mirada de muerte a Cailye—. Comeré mi propia comida en esta casa, sé que me pueden envenenar en cualquier momento.
Hice una mueca. Eso no ayudaba en nada.
Arrastré a Sara hacia adentro solo para impedir una matanza, antes de que Cailye tuviera oportunidad de responder. Hablaría con ellas ahora que sabía la verdad, pero no mientras estuvieran tan alteradas.
Y es que todo era un muy gran mal entendido. Sara odiaba a Cailye por impedir la comunicación entre ella y los chicos durante varios meses, y Cailye odiaba a Sara porque la consideraba una amenaza a su estabilidad.
Ninguna de las dos conocía las intenciones de la otra, por eso solo veían lo que creían verdad. Sara buscaba a alguien a quien atribuirle mi despertar, y Cailye... no me extrañaba que reaccionara así luego de perder a sus padres, debía sentir pánico de perder a Evan y a Andrew. Las dos tenían miedo, si las hacía ver eso tal vez no intentarían matarse.
Había pasado toda la mañana y Andrew aún no bajaba de su cuarto. Me estaba empezando a preocupar por él, no era normal que se encerrara en su habitación tanto tiempo, ¿o sí? Tal vez me había acostumbrado a verlo la mayor parte del día y había olvidado que él también necesitaba tiempo para sí mismo.
Me recogí más en el sofá, abrigada con una manta de lana ante el frio de la lluvia en ese momento, y seguí pasando las páginas de la revista sobre mi regazo, intentando pensar en otra cosa además de todo.
—Ailyn, ¿has visto a las chicas? —inquirió Evan, acaba de bajar por las escaleras hasta la sala.
Negué con la cabeza.
—No las veo desde esta mañana.
—Qué raro.
—¿Qué?
—Las he estado buscando desde hace un buen rato, pero no están en sus habitaciones y tampoco puedo sentir su presencia.
Mi cuerpo se estremeció ante una irracional suposición. Un presentimiento frio, oscuro.
—No creo que sea buena idea dejarlas solas. —Evan juntó las cejas, preocupado de verdad, como si para él todo eso fuera más que una simple rivalidad o rabieta de chicas.
—¿Alguna vez pasó algo entre ellas? ¿Se han peleado en serio?
Me miró con más atención.
—No. Ambas son fuertes, tienen un buen dominio sobre sus dones, su magia, siempre me preocupó que se fueran a algo físico. Es algo serio, Cailye nunca se molesta con nadie y Sara evita meterse en problemas con los demás. La forma en la que se miran... me preocupa que estén solas por mucho tiempo.
Tragué saliva, sentí más frio, y el presentimiento de antes me rodeó como una voz que gritaba en mi cabeza. Una advertencia. Un llamado de auxilio.
—Ve por Andrew.
Me levanté con rapidez del sofá tras soltar esa única petición, dejando sobre la mesa una revista de ropa que estaba ojeando, y corrí.
Llovía, eso me ponía más nerviosa, las peores cosas ocurrían bajo la lluvia, donde no se podían oír los gritos. Fui hasta el jardín: no había nadie. Adentro de la casa estaba igual. Cada habitación vacía, sin rastro de ninguna de las dos.
Estaba corriendo por el pasillo del segundo piso cuando oí los ladridos de Tom. Me detuve de golpe, él ladraba hacia el techo, movía la cola con energía y saltaba, como si quisiera subir, como si le urgiera subir.
Lo comprendí en cuando un sonido fuerte vibró en toda la casa. Tembló, los cimientos se movieron, eso casi me tiró al suelo. Vi a los chicos en el piso de abajo, mirando a Tom, mirándome a mí.
—¡Están arriba!
Y corrí. No me detuve a verificar que siquiera me hubieran oído. Encontré una ventana cerca, la lluvia me mojó en cuanto la abrí. Evité mirar al suelo mientras sacaba la cabeza, mientras las gotas de lluvia se resbalaban por mi piel. No era solo lluvia, era una verdadera tormenta.
Oí que Evan me llamó, pero justo en ese momento vi el brillo de su magia y luego llegó el temblor. Violeta en el cielo gris tormentoso, turquesa en las gotas de agua. Luz en la oscuridad, en medio del viento y la lluvia.
No esperé a los demás, me sostuve como pude del marco de la ventana, el techo a centímetros de la ventana, y me impulsé hacia afuera. Puse un pie en la ventana, eso me permitió asomar la cabeza sobre el tejado, fue así como las vi. Ahí, en medio de luces y flechas.
Cailye y Sara, mojadas por completo y con sus Armas Divinas en lo alto. Vi un arco en manos de Cailye, flechas hechas de luz turquesa, y el látigo de Sara en su mano derecha, iluminado por un subido tono de violeta. Resaltaban las dos en la oscuridad de las nubes de tormenta, en medio de la lluvia, rodeadas por su magia y su poder.
Ambas fruncían el ceño, sus ojos casi brillando por el odio en ellos, por la ira reprimida, por el miedo y la desesperación. Una frente a otra con metros de diferencia, sus armas como defensa y muchas palabras no dichas de por medio.
Cailye tiró una flecha, la luz de su recorrido iluminó el tejado, tan rápida como las de Andrew y tan certera. Sara movió su látigo, se movió en el aire como una serpiente, interceptando a la flecha para acerca luces con su fuerza. Sara frunció más el ceño, su cuerpo tan tenso como alerta, su mirada llena de tantas cosas que no sabía si ella misma era consciente de lo que sentía.
Gruñeron, no intercambiaron una sola palabra. No había nada que decirse, todo parecía estar tan claro para ellas que las palabras sobraban. Su enemigo estaba enfrente, si acaban con él se sentirían mejor. Así lo veían ellas.
Corrieron hacia la otra, cuerpos entrenados, acostumbrados a la magia. No había ley de gravedad que valiera para ellas, el clima no era su problema, sea como fuera solo una ganaría. ¿Cómo habían llegado a eso? ¿En verdad se querían hacer daño? Sus vidas en verdad peligraban, no podían pensar en serio, no por algo tan ridículo.
—¡Sara! ¡Cailye! —grité sobre la lluvia, tan mojada como ellas, con los pies en el filo de la ventana y tratando de soportar mi peso con mis manos.
No me oyeron, estaban demasiado metidas en su propio odio para oírme. Debía detenerlas, rápido, antes de que se hicieran daño en verdad. Pero ¿cómo? No me escuchaban, no podía detenlas con magia. ¿Yo qué podía hacer?
Me impulsé hacia el techo, mis manos resbaladizas me hicieron más difícil el trabajo. Oí las voces de los chicos desde adentro de la casa. Me arrastré por el agua hasta arriba, resulté ser más pesada de lo que creía, casi no pude conseguir subir una pierna...
Una de las tejas se vino abajo, otro estruendo sacudió la casa. Me resbalé, creí que me iría al piso, pero conseguí aferrarme a la tubería y terminar de subir.
—Ailyn, no te acerques a ellas —dijo Evan desde el interior de la casa. Miré hacia abajo, tanto él como Andrew sacaban sus cabezas por la ventana—. Nos encargaremos, solo no te muevas.
Andrew me miraba con severidad, su ceño fruncido, su pelo mojado tanto como el mío.
Giré la cabeza, moviéndome con cuidado hasta quedar sentada, mirando fijamente a las chicas pelearse. Vi luces, sombras, siluetas y centellas. Y entonces un gran sonido y una gran explosión. La casa volvió a moverse, tirándome de nuevo sobre el tejado. Una luz mezclada explotó, entre el violeta y el turquesa, luchando entre sí en una esfera que creció, creció y creció hasta que se expandió de repente. Las chicas volvieron a encontrarse en el medio del techo, apenas siluetas blancas en medio de la luz de colores.
Tomé aire y me puse de pie como pude. Me pareció ver por la periferia a los chicos, saltando el aire como si subieran escaleras imaginarias, pero no me fijé en ellos, solo tenía ojos para las dos chicas frente mí.
Vi flechas, lazos violetas y la lluvia volviéndose loca a nuestro alrededor. Las vi a las dos encontrarse en medio de techo y separarse, rodearse como animales de pelea y esquivar sus propios ataques.
Alto.
Debían detenerse. Me pareció ver a los chicos sobre nosotras, iluminados por sus propias magias, pero no detallé demasiado en sus presencias. Y sea lo que fuera que hicieran, sabía que no lo harían a tiempo.
Sara se estrelló contra el techo luego de recibir una flecha de Cailye muy cerca de su costado. Incluso cuando se puso de pie se tambaleaba. Me pareció ver sangre en medio de las luces.
Alto.
Cailye se vio atrapada en medio de las telas de Sara, de su látigo y su luz. La estrujó con fuerza, con demasiada fuerza. La rubia gritó mientras Sara ejercía más y más presión. Hasta que como cuchillas las uñas de Cailye cortaron la tela.
Alto.
Aterrizó a unos diez metros de Sara, su arco en mano, sus ojos furiosos. Sara le devolvió el gesto, postura recta y orgullosa a pesar de lo mojada, con el látigo frente a ella, listo para sus órdenes. Fuego en sus miradas, decididas a ponerle fin.
—¡Alto! —grité con todo lo que mi garganta me permitió. No me oyeron, estaban demasiado sumergidas en su propio rencor.
Corrí hacia ellas cuando noté sus intenciones de un nuevo ataque, uno más grande y poderoso, que les causara mucho más daño. Paso a paso, tejas mojadas, móviles, un terreno inestable para correr. La lluvia intensa no me dejaba ver con claridad.
Eran mis amigas, no podían lastimarse. No quería que se hirieran, que se sintieran tristes o llenas de odio. No quería ver sus lágrimas ni oír su llanto. No quería que cargaran esas cruces.
Recordé la sonrisa de Sara, su alegría. También la risa de Cailye y su brillante calidez. Paz, un hogar, seguridad. Felicidad.
Solo deseaba su felicidad.
«—Eran mis amigos. Yo no tenía amigos —dijo una voz en mi cabeza, muy muy en el fondo—. Era nuestro mundo. Por ellos. Por su felicidad, por la nuestra. Era uno de mis deseos.»
Cailye soltó tres flechas al mismo tiempo, mucho más fluorescentes que las anteriores. Luces violetas, como rayos, salieron de Sara directo a la rubia.
Llegué en el momento justo, cuando ambos ataques llegaron a la mitad, cuando se encontraron. Cuando se encontraron conmigo. Y solo entonces ambas por fin me vieron.
—¡Ailyn! —gritaron las dos al unísono.
No alcancé a cerrar los ojos para recibir el golpe, porque entonces una luz nueva apareció frente a mí. Demasiado brillante, demasiado grande, tan blanca que quemaba la piel.
Vi una imagen en mi cabeza, un recuerdo lejano de otra persona. Seis sonrisas, hombres y mujeres juntos, alegres, unidos, vestidos como dioses y con un paisaje natural a su alrededor. Paz. Felicidad. Seguridad. Casi pude oír sus risas. No eran mis amigos, no era mi recuerdo. Ahí lo supe, en cuanto los vi los reconocí, eran los Dioses Guardianes originales y ese recuerdo era de Atenea.
El tiempo se detuvo, fue realmente lento. Vi los ataques de mis amigas a centímetros de mí, a ellas gritando y saltando hacia mí. A los chicos sobre nosotras con su magia dirigiéndose hacia ellas en forma de polvo plateado.
Rosa, dorado, colores salieron del centro de la luz frente a mí. Una figura. Un sentimiento nostálgico, triste y feliz al mismo tiempo, agridulce. Un deseo incompleto, un sueño roto. Eso vi, eso sentí, casi quise soltar a llorar por no saber cómo me sentía. Dolía, al mismo tiempo sanaba.
Una silueta formó las luces, una sensación cálida y reconfortante, fuerza, como si pudiera hacer mil cosas que antes no podía. Estiré mi mano, atraída por la silueta, ajena al peligro en el que me encontraba, y tan solo toqué la luz. Y ésta tomó otra forma completamente nueva.
Entonces se transformó en espada, en una realmente hermosa. Su hoja era dorada, larga, con una línea rosa en el centro. Me reflejaba en ella, en su perfecto brillo, tan reluciente como una armadura. Una flor de loto acompañaba el mango rosa como un amuleto, rodeado de joyas incrustadas y ornamentos elaborados. Brillaba con una tenue luz rosa, cálida al tacto. Un fino hilo colgaba de ella y se enredaba con delicadeza alrededor de la hoja, desafiante a la gravedad.
No alcancé a poner mis manos sobre la espada porque el impacto llegó. Creí que sería doloroso, que perdería la conciencia, pero se sintió como la nada.
Mis pies dejaron de sentir el techo, la espada voló lejos, mi cuerpo hacia otra dirección, la gravedad me llevó hacia abajo. No supe qué fue exactamente lo que pasó, no sentí ninguna flecha ni ningún golpe, solo el vacío bajo mi cuerpo.
El suelo. Dos pisos. Una dura caída. No pude abrir la boca para gritar y aun así ellas estaban ahí. Saltaron conmigo, hacia mí. Sara y Cailye con sus manos extendidas para alcanzar las mías, juntas, el mismo objetivo. Vi la desesperación en sus rostros, el conocimiento de que era una caída muy corta y no podrían hacer nada.
Gritaban, no oía lo que decían. Me sentía agotada, demasiado cansada para mantenerme despierta. Intenté alcanzar sus manos, pero seguían estando muy lejos.
La oscuridad de mi cansancio cerró mis ojos antes de llegar al suelo, de sentir el golpe.
Fui consciente de que alguien me llevaba en brazos, eso o aluciné con el pecho de un chico, de sus brazos bajo mis piernas y mi espalda, de cómo me dejó sobre una cama y de cómo extrañé la sensación de seguridad mientras me cargaba.
Iba y venía, me movía de un lado a otro en la cama. Abría los ojos y veía siluetas familiares, luego nada. Así por un largo rato. Me sentía incómoda, cansada pero alerta, un estando de inconciencia que me agotaba.
Después de muchos intentos por mantener los ojos abiertos, lo conseguí. Una cama, mi cuerpo seco, arropada. Eso fue lo primero que noté. La lengua me pesaba, la cabeza me daba vueltas, me costaba respirar. Estaba demasiado cansada físicamente, como si hubiera cargado mil cajas pesadas en pocas horas.
—¿Qué me pasó? —indagué.
Intenté levantarme, pero la mano de Sara sobre mi hombro me obligó a quedarme acostada.
—¿Lo de tu Arma Divina o lo de cómo te metiste en plena batalla usando tu cuerpo como escudo? —dijo Andrew, al lado de la cama y observándome con detenimiento.
—¿Mi qué...? Pero ¿cómo?
Un momento de silencio.
—Lo que hiciste fue estúpido y peligroso —habló de nuevo Andrew a pesar de que ahí estaban los dos chicos y Sara.
Pero mi amiga no parecía ser capaz de hablar. Solo me miraba, una mirada sin brillo y sin nada. Tan quieta que me asustaba.
—Dijiste algo sobre mi Arma Divina. ¿Qué pasó?
Andrew gruñó, como si le molestara más el hecho de que no correspondía sus reclamos de por qué me metí en medio.
—El Arma Divina aparece cuando conectamos con los deseos de los dioses originales —dijo Evan en su lugar—. No sé qué deseo usaste ni cómo se conectó con Atenea, pero la aparición de tu Arma Divina evitó que recibieras el impacto de los conjuros de Sara y de Cailye. Eso te salvó. Lo que te envió lejos no fueron los ataques de las chicas, fue la magia de la espada que repelió los ataques.
Mi Arma Divina... ¿Mi Arma Divina? El deseo de Atenea... ¿Acaso ella deseaba la felicidad de sus compañeros? No podía imaginarme a una Atenea que tuviera un deseo así en su interior. Y esa voz... Yo la había oído antes en alguna parte.
Intenté moverme, cambiar de posición, pero mi cabeza me daba vueltas y pensaba en demasiadas cosas al mismo tiempo.
—¿Dónde está...?
Andrew me señaló antes de terminar la pregunta, justo en mi cuello. Y sentí la cadena, el roce del dije sobre mi piel. Lo tomé entre mis dedos, suave y pequeña en mi mano, no más grande que mi meñique. Una espada idéntica a la que vi antes, con el mismo tono dorado de la hoja y los detalles en rosa. Se veía normal, no muy diferente a un collar.
Mía. Mi arma. Sonreí ante la idea, emocionada de pronto. Pese a mi reacia postura ante la magia y toda esa locura, adquirir mi propia Arma Divina se sentía personal, un regalo, un seguro. Como si alguien me dijera que estaría bien, que no estaba sola, que podría hacerlo.
No. Era más que eso.
Por primera vez desde que desperté me sentí como la reencarnación de una diosa, como si fuera parte de ellos, de mis amigos, igual a ellos.
—Aún no está completa —soltó Andrew sin anestesia, tan en bruto como pudo. Su mirada se tornó afilada, mucho más fría.
Fruncí el ceño, la sonrisa que se me había formado en los labios se esfumó.
—¿De qué hablas?
Evan le lanzó una mirada de reproche a Andrew, como si le hubiera pedido específicamente que no lo mencionara por el momento.
Mi amigo de ojos azules soltó un suspiro mientras Andrew mantenía la postura, ahora sí con la boca cerrada y los ojos fijos en mí.
—No está completa, no como las de nosotros —dijo Evan con todo el tacto del mundo—. No podría resistir una pelea y tampoco estoy seguro de su alcance en cuanto a magia.
Me sentí dolida, como si de repente alguien me rompiera una burbuja que había construido con mucho cuidado.
—¿Por qué? —susurré.
Bajó la cabeza, su mirada compasiva.
—No lo sabemos. Tal vez el deseo que usaste no fue tan significativo para las dos o el lazo entre Atenea y tú sea aún muy débil. O... —Le dirigió una mirada a Sara casi imperceptible, ella se recogió en su lugar, pero no dijo nada— tal vez fue algo externo. Te recomiendo que no la uses por el momento.
No era como si supiera cómo hacerlo. Ni siquiera sabía cómo regresarla a su tamaño real. Un dije, tan solo un collar, nada más que eso.
—Déjenla descansar. —La voz de Astra nos sorprendió a todos. Mis amigos se movieron, dándole espacio en la habitación. Ella estaba parada bajo el marco de la puerta con su usual túnica violeta y mirada perspicaz. No creí verla hasta el día siguiente, de seguro los demás tampoco—. Ya habrá tiempo para esas cosas hacia dónde vamos.
Los dos chicos intercambiaron una mirada, Sara se quedó como estatua, igual de quieta e igual de muda. Miraba al piso, como si no estuviera del todo ahí.
—¿A qué te refieres? —quiso saber Evan.
—En la mañana partiremos a Pensilvania —comunicó, y luego sonrió—. Tuve al presentimiento de que algo no iba bien, por eso regresé. Debo admitir que no esperaba que invocaras tu Arma Divina tan pronto, Ailyn. Pero es un buen avance.
—Espera —intervine—, Cailye dijo que no sabía si iba a ir. No hemos hablado con ella sobre eso.
Andrew me miró y luego cerró los ojos. Había una tensión contenida en su mandíbula, como si algo al respecto no le simpatizara.
—Vendrá —tan solo dijo.
—¿Por qué a Pensilvania? —interrogó Evan, cambiando el tema apropósito.
—Ya lo sabrán. Ahora salgan todos, ella necesita dormir.
Obedecieron. Andrew fue el primero en alejarse, Sara se quedó un poco más de tiempo ahí sentada, en silencio. Al cabo de un par de minutos se levantó sin decir palabra y se fue. Eso fue raro, pocas veces la había visto sin palabras, cuya presencia apenas sí se notaba. La llamé, pero ella solo me pidió que durmiera y cerró la puerta tras de sí.
Dormir toda la tarde me ayudó a descansar y a recobrar energía. Pero me seguía preocupando por la pelea entre las chicas. De no haber ocurrido lo que ocurrió, de no haber estado en medio, ambas saldrían terriblemente heridas y ese equipo no iría a ninguna parte.
Casi eran las cinco cuando bajé por las escaleras hacia la sala, siguiendo mi suposición de que quizá estarían en la sala, con el collar-arma cosquilleándome sobre la piel oculto bajo el suéter. No obstante, lo que encontré en la sala fue distinto. Andrew estaba sentado en el sofá, leyendo un libro, más en calma de lo que lo había visto antes. Me sorprendió encontrarlo en la casa, ya que desde que habíamos llegado él se la pasaba fuera.
Me acerqué luego de tomar aire, deseando que lo que saliera de mi boca no empeorara todo.
—Andrew...
No me hizo caso, siguió con su libro. Me acerqué más y me detuve a su lado, centímetros separando mi rodilla de sus piernas.
—Andrew.
—¿Qué quieres?
Me estremecí. Usaba ese tono de «déjame en paz» que no me agradaba.
—Yo... —comencé. Él levantó la mirada de su libro, la clavó en mis ojos como una estaca, tan serios que sentí que confesaba un delito de muerte—. Lo siento.
Inclinó la cabeza a un lado, ni siquiera parpadeaba.
—¿El qué?
Tregüé saliva. Mis manos me sudaban.
—Por lo de ayer. Por lo que dije acerca de... de tus padres. No quería despertar recuerdos amargos. Lo siento.
Algo en sus ojos brincó, pero mantuvo su postura y para mi sorpresa no me gritó de inmediato. Me miró, tan solo eso, por prolongados segundos sus ojos un muro de concreto que me impedían adivinar sus pensamientos.
—Que no se te haga costumbre.
—¿Ah?
—Lo de disculparte. No hagas cosas por las que luego tengas que disculparte.
Me tensé, él siguió mirándome con atención.
—Yo...
—No te metas —dijo en tono gélido, severo—. Ahora que lo sabes no tienes excusa. No vueltas a meterte en los temas de los demás.
Me mordí la lengua, tan tensa que sentía que me iba a dar un calambre. Al final él parpadeó una sola vez y cerró el libro de un solo movimiento. Se puso de pie sin decir nada más y caminó hacia la puerta principal.
—¿A dónde vas?
No respondió hasta que abrió la puerta, llegué a creer que no lo haría.
—Volveré en la mañana —anunció y salió de la casa.
Suspiré, derrotada, en cuanto cerró la puerta. Me preocupaba que siguiera molesto conmigo, es decir, siempre estaba molesto, pero él tenía un nivel normal de enfado y uno elevado. No quería el segundo.
Desde que habíamos llegado a Ohio él actuaba de forma extraña. Bueno, al menos más extraña que de costumbre. Muchos recuerdos tal vez, o no le agradaba tener desconocidas en su casa. No lo sabía, y a ese paso nunca lo haría. Codificado, hermético, nada lo describía mejor. Y, de todos modos, ¿a dónde se iba toda la noche?
Subí de nuevo las escaleras y me dirigí hacia el cuarto de huéspedes para buscar a Sara. Debía ponerle fin a todo eso tan pronto como fuera posible.
Abrí la puerta y allí estaba ella, recostada en la pared, mirando por la ventana con el ceño fruncido y una batalla en sus ojos. Se veía igual que cuando desperté, con la tristeza y la ira en una mezcla confusa, demasiado enredada.
—¿Sara?
Me acerqué a la ventana. Ella se tensó al oír mi voz, pero no dijo nada.
Seguí la dirección de su mirada y noté lo que estaba observando tan fijamente: Cailye. La hermana de Andrew se encontraba en el jardín, dándole de comer a los conejos mientras Tom corría a su alrededor. La rubia lucía seria, un tanto apagada, con movimientos menos energéticos.
—Sara —repetí, ahora con más determinación.
Ella sostuvo la respiración, frunció más el ceño, pero lo relajó en cuanto se dignó a mirarme. Y se derrumbó. Abrió los ojos como si estuviera viendo el fantasma de su víctima, con tanto dolor y tanta culpa que sus manos comenzaron a temblar. Me miró la cara, el cuerpo, como si fuera un espejismo. Parpadeó rápido varias veces, hizo una mueca y se abrazó a sí misma.
—Ailyn... Lo siento tanto... —Y agachó la cabeza, más avergonzada de lo que la había visto jamás.
Si no se tratara de Sara creería que estaba a punto de arrodillarse ante mí.
Incliné la cabeza.
—No soy yo con la que debes disculparte.
Dejó de temblar de repente, ahora cambiando toda la culpa por ira, hirviente y desoladora ira. Frunció el ceño con demasiada fuerza, su rostro tenso y mirada filosa.
—No me disculparé con ella. Por su culpa casi sales herida. ¡Ella puso en peligro tu vida! No la perdonaré nunca, se merece lo peor...
—Ella no fue la única que atacó —la interrumpí, y fue como si hubiera desmoronado su muro de un solo tiro.
Palideció, su rostro fue la viva imagen del terror.
Solté un suspiro.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo llegaron a ese punto?
Hizo una mueca, se abrazó con más fuerza, como si ese fuera algún tipo de consuelo personal.
—Ella estaba muy alterada, yo muy enojada. Y las dos estábamos de acuerdo en una cosa: no podíamos seguir ignorándolo. La odio, lo sabes. Ella tiene la culpa de lo que te pasó. Ninguna excusa de huérfana la exime de sus actos.
Relajé mi postura.
—Sara. Ella también tiene sus problemas y sus propios motivos para odiarte. ¿Lo has pensado? Destruirse mutuamente no cambia lo que pasó ni nos beneficia.
Apretó los dientes con fuerza.
—Lo dices como si yo fuera la loca que la ataca sin razón.
—A mi perspectiva las dos lo están.
Ese comentario pareció avivar su furia.
—A ti también te engatusó. Esa apariencia de niña buena que no mata ni a una mosca es una máscara. Es sádica y una demente manipuladora. Deberías apoyarme, no a una desconocida con la que apenas sí has hablado.
Cerré los ojos e inspiré tan hondo como pude.
—¿Sabes qué? Ya tuve suficiente de esta estupidez.
Tomé a Sara del brazo, con toda la fuerza que pude, y la halé por toda la casa. Ella protestó e intentó zafarse, pero no quería usar su fuerza, noté que se contuvo de cualquier cosa que podría lastimarme, eso me ayudó a llevarla.
Ya estaba harta de sus discusiones e insultos, de sus peleas físicas, no soportaría más tiempo en esa situación y en definitiva no lo haría durante quien sabe cuánto tiempo encerradas en un camper. Alguna tarde o temprano terminaría lastimando de gravedad a la otra.
No sabía qué tanto podía hacer por ellas, influenciarlas hasta qué punto. Pero haría lo que estuviera en mis manos.
Llevé a Sara al jardín, a una furiosa y filosa Sara que pedía la cabeza de Cailye en bandeja. Y aun cuando llegamos ella seguía pidiéndome que la soltara.
Cailye dejó su labor y nos miró. En cuanto sus ojos cayeron sobre mí vi lo mismo que en los ojos de Sara, esa mezcla de ira y de culpa, ese sabor agrio de furia y querer dirigirla a alguien. Luego miró a Sara, y sus ojos se tiñeron de rencor de nuevo.
Solté a Sara, bloqueé su camino de vuelta.
Vi los destellos, el brillo tenue que las rodeaba. Ese tono violeta que rondaba las manos de Sara, ese tono turqués que elevaba el collar-arma con forma de arco de Cailye. ¿Por qué con magia? ¿No podían solo halarse del cabello al pasar como la gente normal?
—Las dos están equivocadas. Las dos están locas. Ambas son igual de irracionales y volubles, así que no, no apoyo a ninguna de las dos —empecé. Ninguna me miró, parecía que si se quitaran los ojos de encima de la otra perderían el primer encuentro—. Así que hagan lo único que no han hecho: oír a la otra. Su problema es la comunicación, nada más.
—Ella es una intrusa, ¡una serpiente! —bramó Cailye—. ¿Qué parte de eso es mentira?
Mi paciencia se quebró.
—¡Eso es ridículo! ¿Siquiera te escuchas? —grité—. Sara no te robó nada, no ocupó tu lugar ni mucho menos lo hará. Las personas no ocupan el lugar de otras, crean uno nuevo en sus corazones. Sara se hizo amiga de Evan y de Andrew, nada más. Quería su apoyo en todo este lio y su ayuda para cuando yo despertara. Tú los tenías a ellos, ellos te ayudaron a sobrellevarlo. Sara estaba sola, quería a alguien con quien hablar. ¿Era muy difícil entenderlo? Si hubieras estado en su lugar habrías hecho lo mismo. La ayudaron, es todo. Pero tus celos no te dejaron verlo. Fuiste egoísta, lo que hiciste estuvo mal; no debiste evitar su comunicación durante tanto tiempo ni alejarla del único apoyo que tenía. Estaba sola, ¿cómo te habrías sentido si tú también lo hubieras estado? Asustada, confundida, sin nadie a quien pedirle ayuda.
Cailye parpadeó, dejó de mirar a Sara y se enfocó en mí. Su dije cayó sobre su pecho, sus ojos tan perplejos como si le hubiera dado una abofeteada. Parecía a punto de llorar. Vi el dolor en sus ojos, puro, como si mis palabras la afectaran más de lo que pretendía.
Pero de eso se trataba, eso quería. Conexión, empatía, que supieran que la otra seguía siendo humana.
»Te entiendo, Cailye, sé que las cosas no han sido fáciles para ti y no puedo ni imaginarme cómo ha sido tu vida. Entiendo que la presencia de Sara te hizo sentir amenazada, pero eso no te justifica. Ellos tienen derecho a relacionarse con otras personas y eso no significa que dejarán de quererte a ti. No es así de fácil, no es algo que alguien pueda robarte. Te aman, eso no cambiará aunque conozcan a otras personas. Eso no reduce tu amor, se multiplica. Más personas podrán quererte y las querrás a ellas. Tu familia se hará más grande, no la romperá.
Dejó salir un suspiro casi roto, la postura de su cuerpo perdió firmeza. Creí que se iría al suelo, pero tan solo se quedó ahí, pasmada, tan pálida como un fantasma.
Tomé aire, recuperé el que había perdido, y me giré hacia Sara. Ella también me observaba con cierta perplejidad.
»Y tú, Sara. Tu comportamiento no fue mejor. Debiste hablar con ella, buscar una solución, no ignorarla y dejar que el problema creciera. Ella tampoco la tuvo fácil, cuando te conoció su mundo se vino abajo. La hiciste sentir que era dejada afuera, que la excluían. ¿Recuerdas lo que se siente? Que te den la espalda, sentir que ya no te quieren. Lo sabes, Sara, sabes lo que siente que no te presten atención, que otras cosas parezcan más importantes que tú. Ella también era tu apoyo, ella también pudo ayudarte. Te gusta hacer enemigos, para ti es más fácil que hacer amigos, pero debes detenerte o en verdad te quedarás sola.
No movió ni un solo musculo de la cara, sus ojos fijos en los míos, como si fuera otra persona la que le hablaba, no yo. Como si le hubiera dado en un punto sensible. Y así fue, lo fue para las dos, tanto para ella como para Cailye.
»Ella no tuvo la culpa de lo que pasó. Ni en la cafetería, ni en el centro comercial, ni en el parque. Hubiera pasado con o sin ella, hubiera hecho lo que hubiera hecho. ¿Sabes por qué? Porque era algo que tarde o temprano pasaría, no lo podías evitar como a una piedra en el camino. Buscas a alguien a quien echarle el peso de la culpa de mi despertar, pero no lo encontrarás nunca. Es así, si sigues pensando en lo que pudo ser te atormentarás por siempre. Lo hemos hablado, debes perdonarte a ti misma.
La expresión de Sara no cambió. Palideció igual que Cailye, sus ojos envueltos en sorpresa y una calma tristeza.
Respiré varias veces en busca de tranquilidad para seguir. Me latía con fuerza el corazón, el collar-arma me quemaba contra la piel.
—Ambas tenían miedo, lo siguen teniendo —seguí, ahora más calmada—. Y el miedo... hace que tomes decisiones que luego lamentas. Y está bien. Lo que pasó ya quedó atrás. Pero deben hacer algo ahora. Las dos son parte del equipo, un equipo en el que están las personas que más quieren. Si siguen así les harán daño a ellas —Tragué saliva—, a mí. Y también a ustedes.
Silencio. Tenso y doloroso. Perplejidad. Eso vi en sus rostros, con expresiones tan idénticas que casi me dio risa. Me volví a sentir cansada, demasiado esfuerzo en tan poco tiempo.
Tomé aire una vez más y me di la vuelta. Ninguna brillaba, no parecía que tuvieran intenciones de pelearse, parecían demasiado sumidas en sus propias tristezas para prestarle atención a la otra. Alcancé a dar tres pasos antes de tenerme y hablar.
—El deseo que usé para invocar mi Arma Divina —las miré sobre mi hombro— fue su felicidad. Deseé su felicidad.
Seguí mi camino.
Me alejé, hundida en mis pensamientos, tan concentrada que cuando me di cuenta de la cuarta persona presente bajo el marco de la puerta ya me había chocado en ella. Parpadeé y retrocedí, sorprendida y avergonzada.
En cuanto noté sus ojos oscuros sobre mí, mirándome con una profunda calma y una atención casi incomoda, me sonrojé de golpe.
—¿Q-Qué haces aquí? —tartamudeé, entrando poco a poco en un nuevo pánico.
El que Andrew estuviera justo ahí, bajo el marco de la puerta, en ese momento, me desbloqueó un nuevo pánico. ¿Cuánto llevaba ahí? ¿Qué tanto escuchó?
—Regresé por mi billetera, la había dejado en la sala —tan solo dijo, como si fuera suficiente.
Tragué saliva.
—Si tu billetera estaba en la sala, ¿cómo terminaste en el jardín?
Sus ojos viajaron hasta las chicas, en medio del jardín, y luego de regreso a mí. Me observó con detenimiento, con una atención filosa. Demasiado cerca, aun con el paso que retrocedí estaba demasiado cerca.
—Es mi casa, puedo estar donde quiera —repuso, ahora en un tono más relajado—. Y por lo visto, ahora crees que también es la tuya.
—No sé de qué estás hablando. ¿Hace cuánto estás aquí?
Me moriría de la vergüenza si oyó todo el discurso que les aventé a esas dos, en especial a su hermana, a la que acababa de conocer, en su propia casa.
Se acercó más a mí hasta que nuestras narices quedaron a pocos centímetros. Estaba tan cerca que podía sentir su respiración, su aliento se mezcló con el mío.
—Lo suficiente. —Escrutó mi rostro e inclinó la cabeza. Cuando entrecerró los ojos de repente ya no me parecieron tan oscuros—. Por lo visto es imposible que no te metas, ¿cierto?
—Yo no...
—Es una estupidez, todo el tema de su pelea y de su odio —me interrumpió—. Tarde o temprano lo verían o alguien haría que lo vieran. Creo que te escuchan más que a nosotros después de todo.
No tuve tiempo de responder. Al segundo siguiente él ya se había apartado de mí y cuando parpadeé Andrew se alejaba por el pasillo otra vez.
Me quedé en mi lugar hasta que se fue, tan perpleja como las chicas a mi espalda.
Para calmarme un poco y retomar mi tranquilidad, organicé el colchón en el que me correspondía dormir. No me arrepentía de mis palabras con mis amigas, pero quizá fui un poco dura al expresarme de esa forma; sin embargo, independientemente de cómo lo dije, el mensaje seguiría siendo el mismo.
Solo las tres estábamos en casa, me dio la impresión de que hasta ese momento les preocupaba dejarnos solas. Evan se había ido a su casa a ver a su padre y Astra... no sabía en dónde se había metido, igual que Andrew.
La puerta de la habitación de Cailye se abrió y acto seguido las chicas entraron. Me quedé sin palabras en cuanto las vi juntas, sin desafiarse con la mirada o amenazarse. Tuve que acercarme a ellas para confirmar que no fuera un espejismo.
Se hizo el silencio. Cailye me miraba a mí y luego al piso, así varias veces, mientras Sara tan solo me observaba con demasiada fijeza.
—Yo... —empezó Cailye, tímida, nerviosa— no me he disculpado por lo que pasó en el techo. Lamento mucho... haberte lastimado. —Levantó la cabeza con determinación—. Te prometo que no volverá a pasar.
Enarqué una ceja, incrédula. Sara hizo una mueca, tan incómoda como Cailye.
—Lo que dijiste antes, sobre las dos. Es verdad —dijo mi amiga de pelo negro—. Las dos lo sabemos, pero aun así... —Suspiró—. Llegamos a un acuerdo. Nuestras discusiones te pusieron en peligro, fuimos las dos, y tú arriesgaste tu vida para proteger la nuestra. Y no es justo que aun con todo lo que debemos enfrentar, debas cuidarte también de nosotras.
—No queremos lastimarlos —siguió Cailye, imitando el tono bajo de Sara, pero conservando cierta distancia entre ellas—. Ni preocuparlos.
—Intentaremos tolerarnos el tiempo que dure la misión —anunció Sara con poco entusiasmo—. Nada de peleas ni amenazas, las dos nos comprometemos.
Le lanzó una mirada a Cailye, de naturaleza amenazante por supuesto. La rubia frunció un poco el ceño.
—Sí, nos comprometemos.
—Tolerarnos, por otro lado, no significa llevarnos bien —repuso Sara, como para remarcar lo que su tono de por sí ya hacía.
Cailye gruñó.
—Es difícil confiar en alguien cuyo don es manipular a los demás, pero correré el riesgo.
Sara frunció más el ceño, un tic en su ceja me puso nerviosa.
—Tan difícil como confiar en una diosa bipolar más peligrosa que una trampa para osos —contraatacó Sara.
La rubia apretó los dientes, su cuerpo dando el frente a Sara con una postura bastante sugerente.
—¿A quién llamas bipolar, Miss Egocéntrica? —Cailye elevó el volumen de su voz—. Te recuerdo que eres tú la loca sobreprotectora.
Sara dio un paso hacia ella, con total seguridad en su cuerpo.
—¿Y será que tú no lo eres? ¿Quién fue la que se puso celosa porque Evan y Andrew hicieron una amiga a más de diez mil kilómetros de distancia?
—¡Eres una serpiente! —gritó Cailye, enfurecida.
—¡Y tú un ratón de alcantarilla! —contraatacó Sara.
—¡Fue suficiente! —intervine yo mucho más alto que ellas—. Si así es como lo intentan no quiero saber cómo son cuando no. Accedieron a intentarlo, háganlo. Lo que les dije no fue algo que yo me hubiera inventado. Hablaba en serio. Si son capaces de verlo, de entender a la otra, notarán que sus razones para odiarse no tienen importancia. No se trata solo de dejar de pelear, se trata de relacionarse, de conocerse. Y lo harán, tienen un largo camino a Grecia para hacerlo.
Las dos soltaron un bufido casi idéntico. Fue Sara la primera en romper contacto visual para enfocarse en mí.
—Claro que sé que lo decías en serio —dijo ella en un tono triste—. Y eso fue lo que más me dolió. Porque tienes razón. Lo he pensado desde entonces. Lo sabes, entiendes cómo me sentía, pero aun así crees que no fue culpa de nadie, y no es verdad. Fue mi culpa, fue la de ella, así seguirá siéndolo. Y eso nunca me lo voy a perdonar.
—Sara...
—Esa es la parte que aún no logras entender, por qué no tiene perdón. Y está bien. Me aterra que algún día lo entiendas, porque ese día querrás nunca haberme conocido y sufrirás. Eres lo más importante para mí, Ailyn, y así como tú deseas nuestra felicidad, yo solo deseo tu bienestar, al costo que sea. Y créeme que espero que nunca logres comprender por qué eso es más importante que la felicidad.
Cailye se quedó inmóvil, oliendo el aire, sin palabras. Mi reacción no fue muy diferente.
—Tienes una vida —le dije—. No puedes dejarla a un lado por la mía. Sé que por más que te yo te lo repita nunca me entenderás, nunca me harás caso. Pero solo espero que algún día una persona pueda hacértelo ver. No me debes nada y nunca lo harás, no te sientas en deuda.
Abrió la boca y la volvió a cerrar. Cailye permaneció en su lugar en completo silencio. Al final Sara soltó un suspiro y una sonrisa extraña.
—Buenas noches, Ailyn. Descansa bien, hablaremos en la mañana.
Y salió de la habitación. No le dijo nada a Cailye y ella de igual forma la ignoró. Solo cuando se fue y nos quedamos solas, la rubia se me acercó. Lucía confundida, perpleja.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—El olor de Sara es confuso, por eso la mayor parte del tiempo no sé lo que siente. Es como si divagara siempre entre la ira y la culpa todo el tiempo. Pero tú, Ailyn, eres clara, de un olor fuerte. Cuando estás enojada, triste o feliz es reconocible. —Sonrió poco a poco, iluminando su rostro—. Las personas tienen combinaciones únicas dependiendo de sus estados, pero contigo sé cómo te sientes, aunque nunca lo hubiera olido antes. Eres rara, por eso me agradas.
Sacudí mi cabeza. Dudaba que la del problema fuera yo.
—Cailye, prométeme que lo intentarás. Es importante.
Sonrió débilmente y volvió a mover la nariz. Y de repente, me abrazó.
—Lo haré. Pero tú debes prometer que no te alejarás de nosotros.
—¿De qué hablas?
Aminoró su agarre, pero no se apartó.
—Tu olor es intenso. Las personas de olores intensos cambian cosas, cambian a las personas. Mueven al mundo, su influencia es tan fuerte como su olor. Lo he visto antes. Por eso te pido que no te alejes, tu influencia nos vendrá bien, lo sé.
Le correspondí el abrazo en cuanto sentí como temblaban sus ojos. No lloraba, pero se encontraba entre la idea de hacerlo o reprimirlo. La razón la desconocía.
—Si vienes con nosotros no los dejaré, ni a ti ni a ninguno de los demás. Son mis amigos y nunca abandono a mis amigos.
Se apartó y sonrió con genuinidad, como si aquello fuera una muy buena noticia.
—Entonces, es un trato.
—No deberías empacar tanto —sugirió Sara con ese tono provocativo.
Cailye le dedicó una mirada de tigre antes de responder.
—Nunca se sabe lo que pueda necesitar —tan solo dijo mientras metía más ropa en su maleta de la que le cabía.
No supe lo que Andrew le dijo a Cailye esa mañana, pero luego del desayuno Cailye accedió a acompañarnos. Incluso dijo que ya había conseguido a alguien que se encargara de cuidar a sus mascotas; me pareció escuchar que era la esposa de su abogado, pero no hice preguntas al respecto porque sin duda tenía que ver con su pasado.
Astra nos había pedido que ayudáramos a Cailye a empacar, algo que por supuesto no le agradaba a Sara, mucho menos a Cailye. A veces discutían, intercambiaban insultos y elevaban la voz, hasta que yo me interponía y se limitaban a mirarse mal. A veces lográbamos mantener una conversación normal por unos diez segundos, eso ya era un avance.
Me recosté en el vidrio de la ventana, sentada sobre el alféizar, observándolas discutir y empacar. Sara y Cailye conservaban una distancia prudente, como si de acercarse demasiado supieran que sacarían sus armas. Me conformé con su autocontrol.
—No necesitas tantos dulces —regañó Sara al tiempo que tomaba en sus manos una bolsa llena de golosinas.
La rubia le arrebató la bolsa de la mano, con una tensión palpable, y la miró con un fuerte enojo.
—Tú no sabes lo que necesito.
Mi amiga le devolvió la mirada.
—Se te pudrirán los dientes y el olor no nos dejará dormir.
—¿Y qué? El que tú odies todo lo dulce y bueno del mundo no lo hace peligroso.
Sara frunció el ceño, pero no dijo nada más. Con indignación, se sentó a mi lado en la ventana, y bufó con orgullo a pesar de esa tormenta en sus ojos.
Me mordí la lengua. A veces me preocupa esa mirada en Sara, esa batalla interna que todo el tiempo parecía estar librando. No supe si antes de yo despertar no la tenía, o simplemente nunca la noté.
Estaba tan concentrada pensando en Sara, que cuando un escalofrío recorrió mi cuerpo, me sacó un buen susto. Me quedé inmóvil mientras esa sensación cosquilleaba mi espalda como si se trataran de dedos demasiado fríos. Primero la espalda, luego los brazos, una caricia, así se sentía. Pero había algo más en esa sensación, algo en mí la rechazó.
Me puse de pie en un salto, ignorando la pregunta de Sara sobre lo que me ocurría. Dirigí mi atención a la ventana con un nudo amargo en la garganta, mis manos temblando, y lo vi. Su sombra, esa silueta oculta entre los girasoles. Lo había visto antes, en mi edificio, nunca podría olvidar ese sentimiento ni esa figura. Sentí la mirada de esa persona sobre mí, directa, intensa, curiosa.
Y corrí. Me di media vuelta y salí de la habitación envuelta en preguntas de mis amigas, seguida por sus pasos y sus voces llamándome.
Cuando lo noté ya había atravesado gran parte de la casa, incluso me percaté de que las chicas no eran las únicas en seguirme en cuanto llegué a la sala. Evan y Andrew estaban ahí, y ambos al verme pasar corriendo como una loca se unieron a mis amigas.
Cuando salí de la casa me di cuenta de que algún día, el no explicar lo que ocurría y correr como loca, me traería muchos problemas.
El frio me recibió sin piedad en el exterior. El cielo estaba demasiado oscuro, igual al día anterior durante el encuentro de las chicas. Caería una tormenta en cualquier momento. Una corriente helada me enfrió la cara y me obligó a frotarme los brazos, tanto silencio... solo el sonido del mismo viento era perceptible. Incluso persistía una ligera niebla en el ambiente, producto del mismo clima tempestuoso.
Vislumbré la silueta de un hombre a unos metros lejos de mí, ya no se encontraba entre los girasoles, estaba más hacia la calle principal, pero la niebla que cubría la calle no me dejaba ver con claridad cómo era.
—¿Quién eres? —grité—. ¿Por qué nos estás siguiendo?
No hubo respuesta. La niebla cada vez se reunía más en ese lugar, impidiendo mi visión, como si alguien la controlara para ese fin. Sus rasgos perdieron definición, no era más que la silueta de un chico, alto, con una especie de abrigo largo hasta el piso. No pude ver más que eso.
—¡Ailyn! —llamó Evan.
Por reflejo me volví hacia ellos, los cuatro estaban a pocos pasos de mí, Andrew ya tenía su arco en mano. Me giré de nuevo, en busca del sujeto, pero al hacerlo noté que él había desaparecido.
Me quedé en mi lugar sin siquiera respirar, como si eso me permitiera ver más, saber más. No me moví hasta que mis amigos aparecieron a mi lado, Andrew un paso más adelante, como si de ser necesario fuera nuestro escudo.
—Se te está haciendo costumbre salir corriendo de la nada —dijo Andrew con voz ronca, pero en tono bajo, alerta—. Es problemático. No lo vuelvas a hacer.
Lo miré, fue el único momento en el que alejé mis ojos del lugar donde había estado el sujeto, cuando volví a respirar. Él se quedó callado, nuestras miradas en contacto.
Sentí las manos de Sara cerrarse sobre mis brazos, el dolor me obligó a parpadear y a mirarla.
—Ailyn, ¿estás bien? —preguntó ella en ese tono suyo alto, el que usaba cuando estaba preocupada. Preocupada por mí. Sus ojos seguían siendo una tormenta—. ¿Por qué saliste corriendo de esa forma? Casi nos matas del susto. Por Urano, no hagas eso de nuevo.
Miré los rostros de todos, todos me observaban con interrogación, con preocupación, alerta. Fijé mis ojos en Andrew antes de responder, como si le estuviera respondiendo una pregunta que jamás atravesó sus labios.
—La persona que nos ha estado siguiendo... estaba aquí.
El chocolate caliente que Cailye preparó estaba delicioso.
—No puedo creer que los haya seguido hasta Columbus —admitió Cailye sentándose a la mesa. Tenía los ojos bien abiertos, con sorpresa y preocupación en ellos, como si por un momento reconsiderara la posibilidad de acompañarnos.
Astra frunció el ceño, con la mirada fija en su tasa de chocolate. Ella no había salido con nosotros, pero al regresar a la casa estaba en la sala. No supe si presenció la escena desde alguna ventana o acababa de aparecer.
—Lo preocupante es que sabe camuflar muy bien su presencia. Bien podría estar todo el tiempo cerca y no poder percibirlo —dijo—. No sé lo que es, ni qué intenciones oculte, pero considerarlo enemigo es lo más apropiado.
—Nosotros tampoco sabemos lo que busca —confesó Evan, con expresión seria, intuitiva.
—¿Ustedes lo habían visto antes? Me refiero a tan cerca —inquirió Cailye. Se bebió su chocolate en pocos segundos.
—Claro que no —explicó Sara, removiéndose en su lugar, sus ojos una mezcla persistente de preocupación e ira—. Siempre está escondido en alguna parte, siempre cerca de Ailyn.
Un escalofrío de nuevo, esta vez puro temor. Sentí de nuevo miedo a estar sola, indefensa, sin ninguno de ellos cerca para protegerme, a la expectativa del próximo ataque, del siguiente golpe.
—Cuando nos advierte desaparece —recordó Evan—. No se deja ver por mucho tiempo, puede deberse a que se agote de ocultarse o a que quiere que lo vean. Pero la única que lo ha visto con mayor claridad y mayor tiempo ha sido Ailyn.
—Eso quiere decir que está tras ella —inquirió la rubia—. No debe de considerarla una amenaza ya que solo ante ella se ha mostrado.
Evan se mostró pensativo, al tiempo que Andrew levantaba una ceja.
—Si es así es más peligroso —concluyó el chico de ojos azules—. Ya que Ailyn es la más inexperta de nosotros, y considerando que su Arma Divina no está completa, no debe estar sola en ningún momento. Si la busca a ella, aprovechará cualquier descuido de nuestra parte para acercársele.
—Y es muy probable que se trate de un sirviente de Hades —añadió Astra. Sus ojos violetas un tono más oscuro de lo normal, como si su memoria estuviera muy lejos de ahí. Me miró por primera vez desde que nos sentamos—. Si es así su objetivo es llevarte a su amo.
Sara me miró con esa mezcla de emociones tan suya y gruñó, visiblemente molesta. Sus dedos temblaban.
—Más razones para mantenerte alejada de él —dijo ella—, y para que lo atrapemos. Si se va cada vez que estamos cerca entonces no podemos dejar sola a Ailyn. Sabe que no puede atacarnos así de fácil. Si se presenta, o intenta contacto con ella, yo misma cortaré su garganta.
Tragué saliva. La furia en su mirada respaldaba sus palabras. Y era capaz, Sara, por mí, era capaz, lo sabía y me aterraba.
—Oye, espera, Sara —intervine por primera vez desde que entramos. Cinco pares de ojos cayeron sobre mí—. No puedes suponer que es malo solo por ser sospechoso o no dejarse detectar por ustedes. No sabemos nada de él, no sabemos si es sirviente Hades, son solo suposiciones, no podemos decir si es malo bajo prejuicios. Tal vez solo quiere ayudar y no sabe cómo acercarse.
Me dolió la cabeza en cuanto lo dije, un extraño déjà-vú acompañó el dolor. El eco de esas palabras resonó dentro de mi cabeza, como si hubiera dicho algo parecido antes.
—¿Ayudar? —repitió Andrew, incrédulo, con una mirada dura sobre mí—. Él te ha perseguido desde que despertaste, no sabes de cuánto de lo que ha pasado puede ser responsable. Él no quiere ayudar, te quiere lastimar.
Lo miré, mi rostro contraído ante sus palabras y la dureza de su mirada.
—Andrew tiene razón —apoyó Astra—. Ese sujeto es peligroso y quiere algo de ti, no tiene que ser sirviente de Hades para ir en busca de la Luz de la Esperanza. No puedes acercarte a él, te puede hacer daño.
«Puede, puede» eso era lo único que decían. Todas eran conjeturas, no teníamos forma de saber qué era, o sus intenciones... ¿o sí?
—Qué tal si usamos un conjuro que nos ayude a saber quién es, o a saber lo que quiere —sugerí.
No sabía exactamente cómo, pero la magia de dioses era todopoderosa. No había nada que no pudieran conseguir. Astra me lanzó una mirada firme.
—No existe tal magia que ustedes sean capaces de conjurar. Es magia divina para deidades superiores a los dioses olímpicos. Magia primordial de gran complejidad. Ni siquiera yo puedo hacer algo así.
Había advertencia en su voz, advertencia en base a experiencia.
El silencio se extendió por la mesa tras marcar ese punto final. Un callejón sin salida, un tema cerrado.
—¿Y si usamos los hechizos prohibidos? —solté.
El calor que la bebida de Cailye brindó al ambiente se esfumó. De nuevo todos posaron sus ojos en mí; la hermana de Andrew tosió, se atragantó con el chocolate, y Evan se hundió en la silla, incomodo.
—¿Los hechizos prohibidos? —repitió Cailye, entre tos y tos—. ¿Todavía los tienes contigo?
Ella le hablaba a su hermano, pero él solo me miraba como si en mí hubiera encarnado su némesis personal. Apretó las manos con demasiada fuerza, su mandíbula se tensó como un alambrado eléctrico.
¿Qué habré dicho en esa ocasión para llamar otra vez la tensión y disgusto a la casa? Me mordí la lengua y me recosté en la silla, queriendo hundirme hasta desparecer.
—Eso es imposible —decretó Andrew en tono definitivo. Noté cómo se contenía, cómo trataba de manejar su furia.
Tragué saliva, nerviosa, queriendo desaparecer.
—¿Por... qué? Los hechizos prohibidos... son parte de tu familia... ¿verdad? —Mi voz de fue apagando hasta volverse un susurro.
—Ailyn, cállate —ordenó Cailye para mi sorpresa. Tenía la cabeza gacha y la taza en sus manos temblaba.
Me hundí en mi suéter, ahora temerosa de la situación. Nadie habló, nadie se metió, ni siquiera Sara. Tanto ella como Astra observaron, sus cuerpos alerta, pero sin intervenir.
La paciencia de Andrew llegó a su fin.
—¡Sabes lo que puede ocurrir por usarlos! —exclamó—. Te lo dije cientos de veces, los hechizos prohibidos son peligrosos, por eso ¡están prohibidos! No puedes arriesgar tu vida por una causa tan idiota. ¿Qué crees que haremos si mueres por una estupidez como esa, eh? Si quieres morir búscate una forma más útil de hacerlo.
Mis manos se habían enfriado a pesar de estar rodeando la taza caliente.
—L-Lo siento, no sabía que te importara tanto si vivía o moría —solté con humor, tratando de desaviar el tema, de aplacar su ira.
Tal vez tenía que conseguir una lista de las cosas que no podía decir en esa casa, ya que cada vez que abría mi boca frente a Andrew solo conseguía enojarlo más. O quizá me odiaba tanto que todo lo que dijera estaría mal para él.
Andrew resopló, molesto, sacudiendo la cabeza en negación, y yo guardé mis manos entre el suéter para tratar de calentarlas. Me miró de nuevo, ojos como un par de jueces y el ceño tan fruncido que parecía doler.
—No lo haces, no me importa en lo absoluto lo que ocurra contigo. Pero eres tan irresponsable, torpe, e idiota, que por tu culpa puede morir gente inocente. No ves lo que una acción ahora puede afectar el futuro, y eso nos va a condenar a todos. No eres consciente de nada, no te importa nada. Empieza a usar tu estúpido cerebro para algo que no sea molestar la vida privada de los demás.
Astra miró a Andrew con los ojos como platos, parpadeó varias veces y volvió su mirada a la taza. Sara contuvo el aliento. Evan tan solo observó. Cailye parecía no querer estar ahí tanto como yo.
Me tomé un momento para procesar sus palabras y me mordí con más fuerza la lengua.
—Podrías decir las cosas con un poco más de tacto, eso no te mataría. —Le devolví la mirada que me ofrecía, ese ceño fruncido y esa cólera—. No tienes que ser un idiota todo el tiempo.
Tensó más su cuerpo, cuando lo noté se había puesto de pie como un resorte. Me miró desde arriba, una nube negra sobre su cabeza.
—¿Y qué me gano con eso? ¿Tu simpatía? Pues ahórratelo, no la quiero.
Le di un golpe a la mesa cuando me puse de pie yo también. Fue una respuesta automática de mi cuerpo el imitar su postura, su tono.
—¡¿Por qué siempre tienes que actuar así?! Todo el tiempo a la defensiva. Siempre con tus arranques de ira y con tus amenazas, como si fuera un delito intentar hablar contigo. No trates a todo el mundo como si tuviera la culpa de tu desgracia, como si el simple hecho de mirarte mereciera la muerte. No sé qué pasó en tu familia, pero nada justifica que seas un antipático y patán con todo aquel que te dirige la palabra.
Dejó caer los hombros y apretó sus manos en puños, como si hubiera recibido un puño en una parte expuesta de su cuerpo. Cailye se levantó de la silla, pero no se movió.
—Lárgate —susurró él.
El mundo bajo mis pies me dio vueltas.
—¿Qué...?
—¡Que te largues! —Levantó la cabeza de golpe y sus ojos centellaban de ira. Todo su cuerpo lucía enfadado—. No puedes estar en esta casa más tiempo, lárgate o te arrastro a la calle.
Sentí como si alguien me empujara con fuerza, como si me abofetearan. Mis labios temblaron, mis ojos ardieron. Me sentía humillada.
—¡¿Y yo qué demonios te hice?! ¿Por qué me tratas así? Maldición, yo solo quiero ayudarte...
—¡Deja de ser tan entrometida por una vez en tu maldita vida! —me interrumpió—. ¡No siempre tienes que saberlo todo! ¿No lo entiendes? ¡Todos tienen derecho a guardar secretos, a la privacidad, a no querer comunicar su vida con quien se le atraviese de frente! Eso es lo único que te importa, lo demás para ti es un juego, nosotros somos un juego. Solo quieres saberlo para tu propio entretenimiento, no porque en verdad vayas a ayudar. Eres insoportable, un completo fastidio que quiere saber todo, de todos, ¡todo el maldito tiempo!
Golpeó la mesa con su mano, su respiración como un tren, sus ojos como una hoguera, como una horca.
—¡Andrew, ya basta! —intervino Evan. No me había dado cuenta del momento en el que él también se había puesto de pie y lo había sujetado de un brazo. Y, aun así, Andrew no dejó de mirarme, de condenarme.
Sara también estaba de pie, a mi espada, como si estuviera lista para lazarle un cuchillo a la cabeza. Cailye, por otro lado, se había puesto tan pálida como la vajilla blanca sobre la mesa.
Sin darme cuenta sus palabras me lastimaron más de lo que pensé. ¿Cómo se atrevía a decirme esas cosas? ¿No me importaba? ¿Que ellos eran un juego? ¿Que no haría nada? Esa fue lo que realmente me dolió.
—¡Si, tienes razón, soy una entrometida! Pero no te preocupes, nunca voy a indagar en tu vida privada, nunca voy a tratar de acercarme a ti. ¡Nunca! Fui una tonta por pensar que podríamos llegar a ser amigos, que con el tiempo nuestra relación cambiaría, pero... me equivoqué. No dejas que me acerque a ti lo suficiente para hacerlo. ¡Eres un idiota, Andrew!
Corrí la silla para alejarme de la mesa y corrí hacia la puerta principal tan rápido como pude. Si no me iba en ese momento él me sacaría, y eso era todavía más humillante que el verme llorar.
¿Por qué explotó de esa forma? ¿Yo qué le hice para que me tratara así? Solo había mencionado un par de cosas que no debería, y me disculpé por la primera. Es más, yo ni siquiera sabía que el tema de los hechizos prohibidos fuera tan delicado como para no hablar de ello.
Porque claro, Andrew nunca hablaba sobre él, así que no tenía forma de saber qué le molestaba. Pero ya no me importaba, no más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro