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11. Entre lunas y flechas

What Hurts The Most - Cascada

El camper era bastante grande y demasiado similar a una casa, por lo que siempre que me asomaba por una ventana tenía que recordar que estaba en un vehículo. Se conducía gracias a la energía divina de Astra, por lo que no era necesario que estuviera al volante todo el tiempo, solo ser consiente del camino y la dirección, de día y de noche.

Dos habitaciones, una para los chicos y la otra para nosotras. Dos camarotes en la nuestra, no sabía cuántos en el de los chicos, con dos armarios grandes y un tocador, un par de muebles muy sencillos y una gran ventana. Lo necesario tanto en utilidad como en espacio.

El viaje era cómodo, pacifico incluso. Mis amigos estuvieron practicando su magia, sus dones, con guía de Astra. Al parecer era una buena maestra y tenía cosas que decirles respecto a sus habilidades que ellos aún no sabían. Pero no me detuve a prestarles mucha atención, la magia me seguía rechazando tanto como yo a ella. Nos deteníamos poco, solo para conseguir comida y para que Astra descansara un poco, pero tratábamos de seguir un ritmo constante.

Llevábamos cinco días de viaje y faltaba muy poco para llegar a Columbus. Pocas horas para llegar a la casa de Andrew, para conocer a su tan misteriosa hermana de la cual poco había oído hablar por mucho que preguntara.

Cinco días desde que nos fuimos, desde que dejé a mi familia. Papá estaba furioso, dijo que cortaría el roble él mismo y que me buscaría para llevarme de vuelta. Mamá no lo dejó, no supe qué conversación tuvieron, pero papá se abstuvo de hacer algo tan tonto; seguía enojado, pero solo eran preocupaciones y rabietas. Hablaba con mamá al menos una vez al día, eso la mantenía tranquila, pero ambas sabíamos que era muy posible que pasáramos días sin hablar con tranquilidad.

Astra insistía en que esas cosas regresarían, que mientras más nos acercáramos al Olimpo más agresivos serían sus intentos por llevarme. Repetía que debíamos estar alerta y no bajar la guardia ni siquiera al dormir.

Sobre por qué debíamos hacer el viaje por carretera en lugar de solo trasportarnos con magia, era algo que solo Astra sabía. Siempre que le preguntábamos al respecto tan solo sonreía y decía que el tiempo es valioso y que nuestros cuerpos eran muy frágiles.

Aquello era tan misterioso como la hermana de Andrew. No podía imaginarme nada de ella, ni su apariencia ni su personalidad. ¿Cómo podía ser la hermana de alguien tan antipático y amenazante como Andrew? Temía que fuera como su hermano y tenerme que aguantar a dos mal humorados todo el viaje.

—¿Qué sucede? —replicó Andrew, molesto, volviendo la atención hacia mí. Debió notar mi mirada sobre él desde hacía varios minutos.

Se encontraba sentado en el sofá junto a Evan, jugando un partido de ajedrez con más concentración de la necesaria. Yo nunca lo había jugado, así que no lo entendía, tampoco por qué algunos parecían adictos al juego.

—¿Cómo es tu hermana? —pregunté sin rodeos como por quinta vez ese día.

Enarcó una ceja, sus ojos entrecerrados.

—Tan ordinaria como cualquiera de nosotros.

Fruncí el ceño ante su falta de información.

—Eso no me dice nada.

—No es mi problema.

Regresó su atención al tablero. Evan sonrió, sus ojos se centraron en mí.

—Es simpática, seguro se llevarán bien —dijo él.

En ese momento Sara salió de la habitación de las chicas y se reunió con nosotros en la sala. Le lanzó una mirada filosa a Evan, igual a una tijera, algo que como siempre el chico de ojos azules ignoró. Comenzaba a notar que mi amiga, conforme nos acercábamos más a nuestro primer destino, se enfurecía más. Un humor de pulgas la dominó, su expresión amarga se convirtió en su nuevo rostro.

—Sara, ¿la conoces? —inquirí.

Gruñó, trató de ocultarlo, pero se le salió en el momento en que se dejó caer en el sofá, al lado de Andrew, con fuego en su mirada.

—Sí. Está loca —soltó como si nada—. Bien loca.

Abrí los ojos de impresión y esperé, esperé la respuesta de Andrew a que Sara llamara loca a su hermana, pero él no dijo nada, estaba muy ocupado con el juego.

—Sara... —llamó Evan con advertencia—. No hables así de ella, sabes que eso no es cierto. Exageras las cosas.

Sara bufó, casi pude ver sus colmillos asomarse.

—La conoces desde siempre y aun así niegas su lado psicópata. Hasta Andrew lo sabe y no se esfuerza en negarlo.

Evan endureció un poco su mirada y la posó sobre su amigo.

—Ella tiene razón, no defiendes a tu hermana.

—No necesita que lo haga —respondió Andrew sin apartar la vista del tablero y con total tranquilidad y despreocupación—. Nunca se han llevado bien, no veo por qué ahora sería distinto.

—Porque ahora son parte de un equipo —argumentó Evan, con calma, a lo que Sara volvió a gruñir. Y entonces Evan suspiró, rindiéndose, y posó su mirada en mí—. Cuando la conozcas, Ailyn, tú misma la juzgarás. No te dejes lleva por viejos rencores.

¿Viejos rencores? Era fácil que Sara odiara a las personas, pero era la hermana de Andrew, que vivía en otro estado, dudaba que se conocieran personalmente. ¿Cómo odias a una persona así? Y más importante, ¿esa chica también odiaba a Sara? No me quería ni imaginar cómo vivirían bajo el mismo techo.

La conversación quedó a la mitad cuando Astra apareció en la sala. Sonreía con gracia, con elegancia, como siempre. Una belleza frágil, sin dudas.

—Chicos, me complace anunciarles que ya hemos llegado a Columbus, Ohio —anunció.

Ni Andrew ni Sara se inmutaron ante la noticia, Evan fue el único que se puso de pie y me alcanzó en la ventana.

Prado, eso era lo único que veía, verde y húmedo. Y muy a lo lejos, luego de pasar por un letrero que decía «Bienvenidos a Columbus», alcancé a ver los suburbios.

—Es bueno volver —comentó Evan con entusiasmo y una gran sonrisa, sus ojos azules reflejaban la luz del sol, su felicidad.

Doble piso, fachada color amarillo claro, enrejado blanco, una casa tan normal como cualquier otra. Sin embargo, la casa donde Andrew se detuvo estaba llena de girasoles. Todo el antejardín tenía cientos de girasoles, gigantes y radiantes, dándole un toque alegre a esa casa sobre las demás de los suburbios.

Sin duda ese era un toque femenino, lo que me hizo pensar en cómo eran los padres de Andrew. No recordaba ni una sola ocasión en la que se hubiera mencionado algo al respecto, siempre evadía el tema.

Andrew golpeó la reja con un extraño patrón, luego silbó.

La puerta se abrió poco a poco, demasiado lento para mi gusto. Mi corazón se aceleró, la lengua se me secó.

Cabello rubio, brillante, igual que todos esos girasoles. Dos coletas rebotando sobre sus hombros. Una enorme sonrisa, tan radiante como el sol. Una chica, entendí de pronto, como si no lo hubiera notado, un poco menor que yo tanto en edad como en altura. Su sonrisa me dejó congelada, tan pasmada como recibir el abrazo sorpresa de un extraño.

Su ropa estaba sucia, llena de lodo, ropa de trabajo en el jardín. Unas botas de campo le hacían juego, embarradas hasta arriba.

Se acercó a nosotros corriendo, saltando a veces, a través del jardín, tan feliz como un niño al ver a sus padres luego de mucho tiempo. Ojos familiares, oscuros, castaños, enormes, pero tan cálidos que por un momento dudé de su parentesco.

Algo estrujó mi corazón como una esponja, sin ninguna piedad. Dolió. La tristeza me invadió de pronto y un nudo se instaló en mi garganta.

Cundo se nos acercó creí que saltaría sobre Andrew por la forma en la que extendió los brazos, pero en lugar de eso, cuando la reja se abrió como si fuera automática, saltó sobre Evan y lo abrazó. Él correspondió su gesto. Yo estaba escondida tras Evan, por lo que cuando ellos se abrazaron yo di un traspié hacia atrás.

Gracias a eso el saludo fue corto, los dos se volvieron hacia mí, los ojos de la chica cayeron sobre mí como una pared, tan expresivos y repentinos que me sentí observada desde todos los ángulos.

Evan la soltó, ella dejó de sonreír en cuanto me vio. No parpadeó, no despegó sus ojos de mí, pero los abrió tanto como sus músculos se lo permitieron. Se quedó pasmada, mirándome con una fijeza aterradora, tan sorprendida que todos los presentes nos quedamos expectantes a lo que diría o haría.

Sentí un ardor leve en mi nuca, justo en la marca, caliente, no mucho pero soportable. Abrí la boca para decir cualquier cosa, para romper la tensión y el silencio, para intentar tragarme ese nudo que no hacía más que crecer, pero entonces ella comenzó a llorar.

No fue un llanto con sollozos, fueron lagrimas silenciosas. Salían de sus ojos como si ni siquiera supiera que estaba llorando, sin siquiera parpadear o moverse. La observé, pasmada, manteniendo a raya mis propios deseos de llorar.

Nadie hizo nada, ninguno le preguntó por qué lloraba, tan solo observaron. La chica contuvo la respiración de pronto, luego susurró en apenas un hilo de voz:

—Eras tú. —Hizo una pausa, maravillada—. Era tu olor. El arcoíris, el camino hacia ti... Siempre fuiste tú.

—Ella es Cailye, mi hermana menor. —Por fin intervino Andrew, colocando su mano sobre el hombro de la rubia, un gesto familiar. Lo hizo en tono alto, fuerte, como si quisiera cortar ese sentimiento extraño en las dos—. Reencarnación de Artemisa.

Por fin la chica parpadeó, pareció salir de su trance tan de repente como si la hubieran empujado. Cuando dijo lo del camino, ¿se refería al camino que mencionó antes Andrew? Un camino que los guiaba hacia mí... Alejé el pensamiento de mi cabeza junto con el nudo en mi garganta.

—Lo siento... Yo no...

Se sonrojó, bastante, muerta de la vergüenza. Linda. El color de sus mejillas, sus ojos grandes, sus gestos tiernos, todo eso la hacían lucir como una muñeca. Se limpió las mejillas, eso solo hizo que el color en su cara se remarcara. Se veía confundida, como si hubiera algo que fuera incapaz de comprender.

Le ofrecí una sonrisa.

—Soy Ailyn. Me alegra conocerte.

Dejó lo que hacía y me miró, ahora con más conciencia, como si yo fuera de carne y hueso y no una ilusión. Una sonrisa tierna se deslizó por su rostro, alivio y calidez. Y entonces dio varios pasos hacia mí, eliminó la distancia que nos separaba y se inclinó sobre mí. Me olfateó, tal cual, como si fuera un perro.

—Tu olor es... Me agrada.

Retrocedí, confundida. Nunca nadie me había olido, mucho menos una completa desconocida.

Andrew dejó salir un suspiro y Evan soltó una risita divertida. Solo entonces la tensión despareció, la chica, Cailye, ya no se veía tan afectada con mi presencia. Sonrió de nuevo, ahora con gracia, sin dejar de sonrojarse.

—No le hagas caso, suele hacer eso con personas desconocidas. —dijo Andrew—. Es su forma de hacer amigos, supongo.

Cailye sacó el mentón, orgullosa.

—El olor de una persona, hermano, es lo que define su personalidad —espetó ella con calma y confianza—. Además, el olor no miente, las personas sí.

Era una chica muy extraña, aunque no me sorprendía considerando la personalidad de su hermano. Sin embargo, me agradaba su amistosa actitud, más cálida que Andrew, en definitiva.

Ella siguió observándome de pies a cabeza, esta vez con ojos curiosos, pero no alcanzó a abrir la boca para preguntar nada porque entonces Sara se hizo notar. Se paró a mi lado con esa pose que era imposible ignorar, con la cabeza en alto y las manos en la cintura.

En cuanto Cailye y Sara intercambiaron miradas, podría jurar que el suelo templó. La sonrisa de Cailye y mirada cálida fueron reemplazadas por fuego, su mirada se cargó de odio, de odio puro, sin diluir. La mirada de Sara no fue nada diferente, casi pude oír los gruñidos de leona de fondo. Las dos con el ceño fruncido, las dos con esa postura firme, ninguna quería parpadear primero.

Tragué saliva, nerviosa de ver a Sara tan rencorosa con alguien.

—¿Qué les parece si entramos? —Agradecí la interrupción de Evan, o de lo contrario me escondería en un remoto lugar, legos de la batalla de miradas de las dos chicas.

Nadie se opuso así que eso hicimos. Atravesamos el jardín en silencio, y cuando llegamos a la puerta principal fue Cailye la que abrió para nosotros. Me segué por un momento antes de entrar, la casa parecía tener más luz adentro que afuera. Luz de día, de medio día, nos recibió, y eso no fue todo.

Vi animales, varios de ellos, por toda la casa. Cinco gatos en el sofá amarillo de la sala, un conejo en una hamaca en pleno pasillo, un gran perro labrador durmiendo en el suelo, y lo más importante: docenas de pájaros volando de un lado a otro, cantando, graznando, comiendo. Parecía un habitad, una reserva natural con ramas y plantas cada dos pasos, y con palmeras en masetas.

—¿Por qué hay tantos animales? —quise saber.

—Artemisa —comunicó Astra—, diosa de los animales y de la luna. No solo tiene atributos de guerra, también fue de las deidades más indomables y salvajes.

Cailye miró por primera vez a Astra, como si todo el rato la hubiera pasado por alto, olfateó el aire a su alrededor, sus ojos tomaron un nuevo brillo de impresión, y asintió. Pero no mencionó nada respecto a ella.

—Las aves llegan y se van, los gatos solo vienen a dormir y a comer, regresan a sus casas en algún momento, y el conejo... pues, un día solo llegó. Pienso dárselo a una amiga en adopción. —Hizo una pausa, admirando a sus mascotas y su casa—. El perro sí es mío, se llama Tom. Cuido de los que tocan a mi puerta, es todo.

—¿Y los cuidas tú sola? —quise saber.

Ella sonrió de nuevo y asintió.

—A mi hermano no le agradan sus pelos y plumas, pero lo soporta.

Cailye no parecía una mala persona, no teniendo un corazón tan bonito como ese al recibir a criaturas sin hogar de manera tan abierta. Entonces, ¿por qué Sara la odiaba a muerte? Nada en el rostro en llamas de mi amiga me dio una pista más allá de la obvia.

No me di cuenta en qué momento Cailye había desparecido de la sala, ya que cuando me fijé ella traía en sus manos una bandeja con varios pocillos y una jarra, con una sonrisa inocente en sus labios. Parecía ignorar a Sara con toda la intensión; solo traía cinco pocillos y uno era para ella.

La colocó en la mesita del centro de la sala y nos invitó a sentarnos. Evan, Astra, y yo la obedecimos. Andrew se paró al lado del sofá, como si no hubiera estado fuera de su casa por más de un mes, como si hubiera visto a su hermana tan solo hacía par de días. Ahí me di cuenta de que era seco incluso con ella, eso me hizo más difícil de entender su relación.

Sara, por otro lado, pareció entender el mensaje de cero invitaciones y se quedó en el rincón más apartado del resto, fulminando a Cailye con la mirada, quemando la pared. Ni siquiera las aves querían volar cerca de ella. Balbuceaba algo, solo esperaba que no fuera algún tipo de maldición.

La rubia sirvió un líquido caliente en los pocillos, al mismo tiempo que una de las aves se posaba en su hombro con total naturalidad.

—¿Qué edad tienes? —pregunté al notar la forma tan fácil en la que ejercía roles que no correspondían a su apariencia. Se veía aniñada e inocente, pero poseía un sentido de responsabilidad admirable.

Andrew me miró con toda intención, frunció el ceño ante mi pregunta e incluso tensó sus hombros. No le gustaba mi intromisión, pero Cailye, quien sonrió como un perrito, no parecía tener problema.

—Quince, desde hace dos meses.

Me ofreció un pocillo con té. Yo lo tomé, con el tema en el aire. Le dediqué otra mirada a la estancia, todavía en espera de que algún adulto se presentara. No podían vivir solos, ¿verdad?

—Y sus padres... ¿Dónde están?

Las aves se esfumaron como si nunca hubieran estado ahí, Tom lloró, la luz natural de la sala menguó, oscureciendo la estancia. Incluso el fuego sediento de sangre que rondaba a Sara se apagó como si le hubieran echado agua. Cailye se quedó inmóvil, pálida, Evan cerró los ojos. Sentí algo pesado sobre mí, un muro, un bloque de concreto que no me dejaba espirar.

Miré a los demás en busca de una respuesta a ese cambio tan brutal del ambiente, pero no encontré más que miradas ausentes y posturas tensas a mi paso. Hasta que di con la mirada de Andrew, y hacerlo se sintió como si extrajeran todo el aire de mis pulmones.

Siempre que creía que había visto lo peor de Andrew, me sorprendía. Sus ojos eran un abismo oscuro, un aura negra emanaba de él, sus manos tan apretadas que casi pude ver sus músculos marcarse a través de su chaqueta. Su cuerpo se tornó amenazante, su ceño fruncido parecía ser lo último que cualquier quisiera ver antes de morir.

Empecé a sudar. Mi instinto me dijo que cerrara los ojos, que mirara para otra parte, pero no pude. Cada centímetro de mi piel se erizó, sentí tanto frio que bien podría estar en medio de la Antártida y no saberlo.

Su mirada era más que fría, rugía en un fuego frio, mortal, paralizante. Todo fue silencio, todo fue oscuridad y frio. Hasta que pareció congelar mi alma y se enderezó. Parpadeó una sola vez, despacio, sin cambiar en nada su postura, su ceño fruncido. Le dedicó una última mirada a Cailye y comenzó a caminar.

Atravesó la sala, el pasillo hacia la puerta principal, y aun después de que se fue y cerró la puerta a su paso, la tensión y la oscuridad persistían.

Exhalé con fuerza cuando se fue, llevaba muchos segundos conteniendo la respiración. Y mis manos temblaron cuando dejé el pocillo en la mesa.

Cailye no me miró, no veía nada en realidad. Sus manos temblaban como las de una anciana, sus labios mostraban una mueca de miedo. Vi una sombra en sus ojos, casi oscureciéndolos tanto como los de Andrew.

—Están muertos —masculló ella como única respuesta, sumida en sus recuerdos, en el miedo más que en la tristeza.

Maldición.

Me llevé una mano a la boca, como si eso borrara lo que dije, y me mordí con fuerza la lengua. Ninguno de los otros dijo nada al respecto, su silencio era más claro que cualquier palabra.

—L-Lo siento... —tartamudeé, avergonzada—. No era mi intención... lo siento mucho.

No podía ni imaginarme lo que sentían o lo que fue para ellos perderlos, mucho menos las circunstancias, pero fue suficiente para que cerrara la boca. ¿Por qué habrían pasado esos hermanos? ¿Cómo murieron sus padres? Ahora entendía la reacción de Andrew siempre que metía a los padres en la conversación, cómo siempre evadía el tema y se molestaba. Sus reacciones alimentaron mi deseo de saber más, de conocer la historia completa.

—No importa, Ailyn, tú no lo sabías —me tranquilizó Evan en tono suave, comprensivo—. Él nunca te lo dijo.

Apreté mis manos en puños. Hubo un incómodo momento de silencio, donde no sabía si seguir tomando mi té o enterrarme en la tierra tan profundo que nadie me encontrara nunca.

—¿Se quedarán a dormir esta noche? —preguntó Cailye de repente, con el tono de voz de antes y su calidez. Cuando la miré a los ojos no vi ni rastro de aquella sombra.

—De hecho, psicópata, nos tenemos que ir. Por desgracia solo vinimos por ti —respondió Sara, en tono colérico cargado de veneno.

Estaba cerca de mí, a mi espalda, no sabía cuánto tiempo llevaba ahí ni si se acercó con intención de hacerlo. El fuego de su odio volvía a estar encendido en sus ojos cuando hizo contacto visual con Cailye.

No me involucré, por una parte, porque aún me recuperaba de las miradas de Andrew, y por otra porque consideré que era mejor preguntarle luego cuál era el problema entre ellas.

Cailye le lanzó una mirada igual de desafiante a Sara, como si lo único que esperara fuera una razón para pelear. Casi lograba ver la chispita que chocaba entre ellas como en las caricaturas.

—No iré a ninguna parte hasta que hable con mi hermano —espetó Cailye, medio en tono de berrinche, pero firme.

—Por cierto, ¿a dónde se fue? —quise saber.

—A visitar a una persona —respondió Evan—, volverá para el anochecer.

—¡Dormirá conmigo! —gritó Cailye halándome del brazo izquierdo.

—¡No! ¡Conmigo! —espetó Sara realizando la misma acción, pero con el brazo derecho.

No entendía bien la situación, ni siquiera me di cuenta en qué momento todo terminó así. Solo sabía que, según lo que dijo Astra, el camper necesitaba una revisión y no podíamos usarlo esa noche, así que Cailye ofreció su casa para pasar la noche.

El único problema era que había solo tres habitaciones: la de Andrew, la de Cailye, y la de huéspedes. Y por supuesto, éramos seis personas.

Era la primera vez que veía a Sara tan infantil por algo como eso; aunque debía admitir que nunca le había gustado que durmiera con Melanie cuando éramos pequeñas. Pero comportarse como una niña con juguete nuevo era el colmo; no parecía ella misma: la inteligente, madura, elegante y seria Sara; ésta parecía una niña de cinco años.

Cailye era otra cosa. No me dejó sola cinco segundos desde que nos conocimos y estaba super interesada en conocerme y pasar tiempo conmigo. Le hablé sobre todo lo que me había ocurrido desde que conocí a los chicos, y ella me contó que durante ese tiempo había estado muy ocupada con los animales como para sentirse sola. Su relación con Andrew, por lo que pude ver, era muy buena; ella sabía llevarle el genio y leer su silencio, a veces se ponía a hablar sobre lo maravillosamente talentoso que era su hermano, algo un tanto irritante.

Eran más de las diez y Andrew no mostraba señales de vida. Comenzaba a preocuparme por su tardanza, pero Cailye lucía tan calmada que supuse que sus horarios de llegada eran de lo más normal.

—Es mejor que ella lo elija, ¿no creen? —sugirió Evan, quien observaba la escena desde el pasillo. Sonreía con diversión, una mirada cargada de cariño.

Las chicas se detuvieron luego de un gruñido de ambas partes y por fin pude sentir mis brazos de nuevo. Sus ojos expectantes cayeron sobre mí, presionándome.

Para ser sincera, esa Sara me daba miedo.

—Cailye —decidí.

Ella saltó de alegría y miró a Sara con victoria, con un aire suficiente. Mi amiga frunció el ceño y me observó como si la hubiera traicionado, con el orgullo herido. Vi el mismo fuego en su mirada, el mismo que rondaba alrededor de la rubia.

—Ella está loca —musitó Sara—. Para cuando te des cuenta va a ser muy tarde.

Cailye le lanzó una mirada amenazante, furiosa, y casi saltó sobre ella antes de defenderse.

—La loca aquí es otra —dijo ella, con sus ojos cargados con el mismo fuego vengativo que Sara—. Obsesiva y peligrosa, una víbora en cada aspecto. Eso es lo que eres.

Sara gruñó, pero antes de que diera el primer paso hacia Cailye y la situación se volviera física, Evan la tomó por el hombro. Fue apenas un toque, un aviso, y eso fue suficiente para que su control regresara. Ella se calmó un par de niveles, relajó sus músculos, pero no alejó sus ojos de la chica. Cailye, por otro lado, pareció enfadarse mucho más.

Mi amiga soltó un bufido, le lanzó una última mirada amenazante a Cailye y subió por las escaleras sin siquiera despedirse.

—Estará bien —aseguró Evan con gentileza—. Es Sara, sabes cómo puede ser.

Cailye frunció el ceño, con más rencor en su mirada que antes; le lanzó una mirada acusadora a Evan. La estadía en esa casa me recordaba que antes de llegar a la vida de los Knight, había pasado muchas cosas que desconocía.

—Lo sé. —Miré a Evan y le sonreí—. Buenas noches.

Él me regaló una suave sonrisa y me tomó del antebrazo con sutileza. Un gesto de despedida. Cailye no le apartó los ojos de encima mientras lo hacía. Y luego se despidió de ella, sonrió diferente, con más autenticidad, antes de palmear su cabeza con delicadeza. La chica le devolvió la sonrisa.

—Buenas noches —dijo Evan en tono suave.

Cailye se quedó mirándome por algunos segundos, con una atención aterradora. Su rostro no me dijo nada acerca de sus pensamientos, parecía una niña tratando de entender algo desconocido.

—Cailye —llamó Astra desde la sala—, gracias por ofrecer tu casa. Necesitaba revisar el camper, cada cierto tiempo la magia que lo mantiene se debilita.

Cailye sonrió como un solecito y asintió animadamente.

—No hay problema. —Miró fijamente a Astra, ojos bien abiertos—. Por cierto, ¿cómo logras pasar desapercibida con esa túnica? —Señaló el vestuario de Astra con el dedo índice.

Astra le mostró una amplia sonrisa, una gracia genuina. A pesar de su aspecto fantasmal cuando sonreía se veía preciosa, delicada, como una escultura de cristal.

—Te sorprendería saber lo que la gente ignora por permanecer metida en sus propios problemas.

Levanté una ceja, imponiendo la duda.

—Bien, lo admito, la magia tiene sus ventajas —aclaró.

Cailye y yo nos reímos. Después de despedirnos de Astra, nos dirigimos a su habitación.

—¿No es raro para ti? —pregunté mientras me arropaba en un colchón que Cailye organizó para mí. Del cual tuve que retirar a un gran gato regordete que dejó lleno de pelos mi nueva cama.

En serio prefería dormir en el camarote del camper, en especial por tener que haber elegido entre una recién conocida y mi mejor amiga, que además se odiaban.

—¿Qué cosa? —Cailye le estaba dando de comer a su perro, sobre su cama, que por su tamaño ocupaba casi todo el espacio.

Por suerte Cailye era más pequeña que yo y su cuerpo no necesitaba tanto espacio. Porque Tom no tenía cama propia, era la de Cailye.

—Lo de los Dioses Guardianes.

Sonrió cuando Tom dejó limpio su plato, luego lo acarició en la cabeza y le dio mimos. Me miró de reojo, prestándole más atención a su perro. Su expresión se volvió más amena, simple, triste.

—Al comienzo fue horrible, más de lo que podrías imaginar. El despertar nunca es fácil, siempre se lleva algo de ti, pero para algunos, a veces, es peor que malo. —Tomó aire—. Tener a mi hermano y a Evan me ayudó a llevar la situación, entre los tres aprendimos aceptarlo y a controlarlo.

¿Qué tan horrible habrá sido su despertar? El de Sara fue malo, el mío pudo haber sido menos traumático, pero el de los Knight lo ocultaba una niebla oscura.

Tom sacudió su cabeza amarilla llena de pelo y se acurrucó en un rincón de la cama. Ella se rio y buscó la manera de acostarse sin molestar al perro.

—¿Fue hace mucho tiempo?

Se tardó unos segundos en contestar.

—Hace siete años, yo tenía ocho años cuando sucedió.

—¿Cómo pasó?

Su mirada se oscureció, igual a la de Andrew.

—Es complicado, no hablamos de eso.

—¿Por qué?

—Porque ese día murieron mis padres y a mi hermano no le gusta tocar el tema.

Fue más que directa, se oyó casi igual de severa que Andrew. Le puso punto final al tema. Me mordí la lengua en cuanto sentí el escalofrío en mi espalda, y me alegré de que en ese momento no me estuviera mirando a la cara o no podría ocultar mi vergüenza.

—¿Por eso Andrew es tan...? —Mi tono de voz se volvió casi imperceptible.

—¿Amargado? ¿Molesto? ¿Irritante? ¿Despectivo?

—Iba a decir frio.

Ella guardó unos segundos más de silencio, al final se removió en la cama y continuó:

—En parte. Pero incluso antes de eso era serio, siempre fue muy serio. Luego de nuestro despertar él tan solo se cerró. Descubrió que con esa actitud aleja a la gente, más luego de enterarnos del poder de atracción que los humanos sienten hacia nosotros.

—Es antisocial por naturaleza.

—No le agradan las multitudes, odia que se le acerquen debido al instinto humano de hacerlo.

—Aun así, ¿alejar a la gente? —repetí—. ¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—Cuando lo averigüe te digo. Llevo siete años tratando de descubrirlo y aún no me lo dice.

Sin duda cada vez entendía menos a Andrew. Era un cavernícola, debería irse a vivir a una cueva y no salir nunca si tanto odiaba el contacto humano.

—Antes él era una persona muy comprensiva y amable, era inteligente y algo arrogante, pero autentico. Cambió poco a poco desde entonces, tiene días en los que se despierta de muy mal humor.

—¿Te ha tratado mal?

Oí su risa.

—Claro que no. Es malhumorado, no grosero ni violento. A veces creo que con la única persona que sigue demostrando su comprensión en conmigo.

No comenté nada al respecto. Andrew, a veces, daba bastante miedo. No me lo imaginaba consolando a nadie si estaba triste o siendo gentil con cualquier forma de vida.

Ella no me miraba, estaba acurrucada, lista para dormir. No quería que se estancara la conversación, ni seguir hablando de Andrew, ya que ella conocía a uno muy diferente al que yo conocía. Quería conocerla, me generaba una gran curiosidad saber cómo era en realidad y por qué Sara decía que estaba loca.

—Háblame de ti. ¿Cómo es eso del olor de las personas?

Se le escapó una pequeña risa. Se removió hasta que sus ojos castaños encontraron los míos, había una sonrisa en su rostro.

—Es mi habilidad. Mi sentido del olfato está mucho más desarrollado que el de una persona normal, Artemisa lo necesitaba para poder cazar y era su defensa contra las deidades más poderosas que ella. Gracias a eso soy capaz de saber cuándo alguien miente, o está nervioso, o feliz, o enamorado, o...

—Hueles las emociones.

Ella asintió.

—Pero a veces me confundo. Hay sentimientos y personas cuyo olor es similar. El amor y el odio es un buen ejemplo. Sus aromas se parecen demasiado.

Qué habilidad tan útil, una habilidad para sobrevivir, entendí. Tanto para Artemisa como para Cailye.

—¿Ustedes viven solos? —Me miró enarcando una ceja—. No estoy preguntando sobre sus padres ni nada de eso, es solo que me llamó la atención el estado general de la casa. Todo se ve ordenado, limpio y alegre. Lo que más me gustó fueron los girasoles, aunque prefiero las flores de loto.

Volvió a reír con alegría genuina.

—Gracias. Mi hermano no permanece mucho en casa, así que me acostumbré a las tareas del hogar. Además, los animales son muy demandantes. Tenemos amigos... Amigos que nos ayudan.

No parecía querer dar más detalles sobre esos «amigos».

—¿Cómo que no permanece mucho en casa?

Cailye desvió la mirada al techo y soltó un pequeñísimo suspiro casi imperceptible.

—Supongo que no fue fácil para ti despertar ¿verdad? —Evitó por completo mi pregunta y cambió de tema—. Tu amiga... ¿ella cómo te lo dijo?

—Te refieres a Sara —intuí—. Es una muy larga historia.

—Tenemos bastante tiempo.

—Quizá en otra ocasión. Y ahora que la mencionas ¿por qué se llevan así? No se conocen, no es usual que se odien de esa forma.

—Nos conocemos, lo hicimos hace tiempo. Es una persona muy... arrogante y posesiva. Solo piensa en sí misma todo el tiempo; cree que el mundo gira a su alrededor.

Parpadeé. Era cierto que Sara me había parecido egoísta en algún momento, pero jamás la había visto como alguien que pensara que el mundo daba vueltas a su alrededor.

—Es una buena persona, he pasado la mayor parte de mi vida junto a ella para asegurarlo.

Frunció el ceño.

—Yo conozco otro lado de ella.

—¿Cómo se conocieron?

—Fue cosa de Evan, yo solo la conocí por casualidad. Evan nos presentó a mi hermano y a mí poco después de que despertara. Y al parecer fui la única que vio a través de sus intenciones. Es una serpiente, asfixia a su presa antes de comérsela.

Hablaba de Sara como si fuera una súper villana que planeaba devorarla mientras dormía. Lo que me causó gracia considerando que la lealtad de Sara podía llegar a ser demasiada. Algo posesiva, sí, pero no era una mala persona.

—¿De qué hablas? —pregunté, casi riendo.

—No importa lo que te diga, creerás en ella de todas formas.

Se giró hacia la ventana, dándome la espalda. Quise reírme ante sus suposiciones, pero era demasiado descortés de mi parte burlarme de su perspectiva sobre Sara, una que ella creía bien fundada.

De algo estaba segura: si las dos no solucionaban sus problemas lo antes posible, alguien terminaría lastimado, y dudaba que fuera alguna de las dos; además, según viendo las cosas, era muy posible que ese alguien fuera yo. No podría soportar sus discusiones por el resto el viaje.

—La casa se siente... acogedora —mencioné—. Creo que es un lugar donde cualquiera se sentiría seguro, incluso Andrew.

—¿Seguro? —Por un segundo soné alarmada—. ¿Piensas que debe sentirse seguro?

—No, no es eso. Es solo que la casa parece un refugio, o alguien que te espera con los brazos abiertos. Un lugar al que querrías volver.

Silencio por unos segundos. Cuando oí su voz de nuevo se oía vidriosa.

—Mamá decía que un hogar debía sentirse como un lugar al cual volver, un refugio de lo malo. Es bueno saber que sí se siente así. Evan pasa mucho tiempo aquí, y mi hermano se siente tranquilo cuando está en casa. Me alegra que los tres sí seamos una familia.

No supe qué decir.

—Siempre pensé que, de conocer a los otros Dioses Guardianes, me aseguraría de que fuéramos una familia —continuó—. Ellos antes fueron amigos, nunca he visto imposible que nosotros también lo seamos. Mientras más grande sea la familia mucho mejor.

—No eres amiga de Sara.

—Y nunca lo seré. Siempre hay alguien en la familia que no te agrada, pero debes soportar. Podrá ser tu amiga, pero jamás podrá ser la mía.

Dejé salir un suspiro. Comenzaba a ver complicado el objetivo de evitar que se mataran.

—Buenas noches, Cailye.

Me acomodé para dormir.

—Ailyn —llamó—. El olor de las personas cambia todo el tiempo, a veces es gradual, a veces es de repente. A veces ni siquiera nos damos cuenta de que algo ha cambiado hasta que alguien más lo nota.

—¿De qué hablas?

—Buenas noches, Ailyn. Descansa.

Y entonces escuché sus ronquidos, que se mezclaron con los de Tom. Me acomodé para dormir, pero uno de los gatos se subió a mi espalda, dándome la bienvenida a una incómoda noche de desvelo gracias a un incesante ronroneo gatuno.

Bajé por las escaleras al día siguiente y me encontré a todos —excepto a Andrew— sentados en el comedor, pasándose los platos y la jarra de jugo de naranja entre ellos. Sonreían, Sara era la única que no lo hacía. Visto desde ahí, parecían una familia, una muy rara, pero familia a fin de cuentas.

Al acercarme Evan me sonrió a forma de saludo, al igual que Sara, que pareció cambiarle el humor de repente. Cailye ubicó un plato frente a mí con huevos revueltos y una tostada, y me indicó que me sentara.

—¿Dónde está Andrew? —pregunté mientras tomaba asiento.

—Aún no llega —respondió Astra mirándome con curiosidad.

—¿Pasó afuera toda la noche? ¿Hace eso siempre?

—Sí —confirmó Evan—, pero solo en ocasiones. —Estudió mi rostro y luego añadió—. ¿Dormiste bien? Pareces cansada.

Cailye dejó caer un vaso vacío sobre la mesa, pero lo levantó en seguida. Parecía distraída.

—Sí —mentí—. Para ser la primera vez que un gato duerme sobre mi espalada, dormí bastante bien. Ahora sé por qué mamá no me dejaba tener mascotas.

—Oh, Ailyn, como lo siento. —Cailye se apresuró a disculpar, posando sus enormes ojos cafés en mí y me miró con vergüenza—. A Vainilla le gusta dormir sobre las personas, por eso mi hermano no la deja entrar a su habitación.

—No te preocupes, no fue tan malo.

—Ailyn, no debes mentir para hacerla sentir mejor —mencionó Sara con lengua filosa—. Fue su culpa que no durmieras, ella olvidó sacar a su gato de la habitación. Y ahora se hace la inocente. No le creas, apuesto a que fue intencional.

—Sara...

—Te encanta echarle la culpa a los demás, tú nunca haces nada malo —expresó Cailye, sin sonrisas y ojos brillante, solo ira y el fuego de su mirada—. Para ti es muy fácil ¿verdad?

Sara la miró como si con eso la apuñalara cien veces. Mientras que los ojos de Cailye no se quedaban atrás, la miraba como si con eso pudiera hacerle daño. Ambas intercambiaron de nuevo esa colérica energía y el ambiente se volvió más pesado a su alrededor, a oscurecer.

Astra no pareció afectarle la situación, ya que permaneció degustando su comida con total naturalidad al tiempo que observaba la escena con cuidado, como si aquello fuera de lo más normal.

El chico a mi lado se inclinó hacia mí.

—Deberías hacer algo, ¿no crees? —susurró a mi oído.

Sara apretó los dientes, frunció el ceño con fuerza, y Cailye formó puños con sus manos, sus ojos como fieras, las dos seguramente frustradas de no poder... ¿golpearse? No sabía lo que podrían ser capaces de hacer.

—¿Cómo qué? Me da miedo moverme y quedar atrapada en su fuego cruzado.

—Haz lo que mejor sabes hacer.

—¿Qué cosa? ¿Interrogarlas?

Creí que sonreiría por la gracia, pero en su lugar asintió, totalmente de acuerdo con mi chiste.

—¿Es enserio? —inquirí. Él volvió a asentir—. Evan, míralas, me da miedo preguntar ahora mismo. Tengo la seguridad de que, si hago algún comentario, me comerán viva.

—Ahora no. —Las miró, ojos azules calculadores—. Pero quizá cada una por separado lo hagan. —Posó su mirada de nuevo en mí—. Sara es tu mejor amiga y Cailye se encariñó mucho contigo. Solo necesitan a alguien a quien las dos escuchen, que les hagan ver el problema.

—¿Y por qué no lo haces tú? Las conoces mejor que yo, al parecer, a las dos.

Él negó con la cabeza.

—No me escuchan. Ya lo intenté. Creo que al interponerme solo hice más grande el problema. —Frunció el entrecejo, preocupado—. No las entiendo, tal vez tú sí podrías.

Sus palabras me dieron el primer indicio de su problema, y si era lo que yo sospechaba entonces era bastante tonto. No veía a Sara peleando por algo como eso.

Tras unos segundos, con la mirada expectante de Evan sobre mí y la curiosa de Astra que al parecer escuchó todo, suspiré y me levanté de la mesa, con una completa resignación.

Las chicas seguían con su desafío de miradas, sus dedos peligrosamente cerca de sus respectivos tenedores, así que agarré a Sara del brazo.

—Acompáñame afuera un momento.

No la dejé objetar, ya que la halé hasta el antejardín, cortando la tensión en el momento en que dejaron de competir con la mirada. Cailye parpadeó, confundida, y Sara trató de resistirse, pero la agarré con más fuerza.

—Oye, ¿qué te pasa, Ailyn? Me lastimas.

La solté cuando estábamos lejos del radar de los demás y la miré a sus ojos negros. Aún tenía el ceño fruncido y una mirada cargada de ira. Tragué saliva.

—¿Por qué te llevas tan mal con Cailye?

Frunció los labios, casi se le escapó una mueca.

—No es tu asunto.

Ahora fue mi turno de fruncir el entrecejo.

—Lo es si tengo que soportarlas durante toda la misión. Es como esperar a que un volcán haga erupción y nos arrastre con él.

Sus hombros se tensaron, sus ojos querían otro punto de enfoque que no fueran los míos.

—A Andrew no le molesta y es su hermano.

—¡Él ni siquiera está aquí! —Tomé aire para hablar con más calma—. Quiero ayudar ¿bien? Pero no puedo si no sé lo que pasa.

Resopló.

—Solo es tu curiosidad, te molesta no saber lo que ocurre.

—¿Qué? No es eso. Son mis amigas, no pueden pelearse así. Más todavía porque de seguro alguno de los demás terminaremos perdiendo un ojo el día que ambas se levanten de mal humor.

Se enfocó en mí, su mirada de nuevo encendida en ese fuego rencoroso.

—Ahora resulta que es tu amiga. Solo ha pasado un día y ya son amigas del alma. Es una manipuladora y falsa, no te dejes engañar por sus ojos brillantes y sus mejillas rosadas.

Entrecerré los ojos, conteniéndome para no bajar los hombros y dar la vuelta, y dejar que se mataran a golpes o lo que quisieran hacerse.

—¿Quieres bajarle a tu humor? Yo no hice nada para que te enfades conmigo, solo intento ayudar.

—Pues no funciona.

—Sara, dime lo que ocurre, así entenderé la razón de tu ira hacia ella.

Ella me miró fijamente, aun colérica. Al final dejó salir un bufido y me miró a los ojos.

—La conocí a través de Evan. Siempre nos comunicábamos por correspondencia, así él lo prefiere, pero en algún momento quiso que conociera a los hermanos y organizamos una videollamada. Luego de conocernos ella comenzó a actuar extraño; siempre tenía excusas para cancelar nuestras videollamadas e incluso sospecho que gracias a ella la correspondencia se perdía en el correo. Tiempo después las cartas ya no llegaban con la misma frecuencia, las respuestas tardaban demasiado. Perdí contacto con los chicos durante más de seis meses. Creo que ella tuvo algo que ver. No le agradaba mi amistad con los chicos.

—Tal vez ella no tuvo nada que ver.

Enarcó una ceja.

—Lo investigué. Las cartas de Evan nunca llegaron a la corresponsal. Y las mías nunca llegaron a su casa. —Exhaló—. Decidí dejar de intentar comunicarme, tal vez así se calmaría. Pero entonces empezaron tus sueños. Intenté contactarme con Evan muchas veces desde tu primera pesadilla, pero él nunca contestó, ni cartas ni llamadas, ni siquiera le llegaban los mensajes divinos. Quise venir a buscarlo en persona, pero temía que algo te pasara en mi ausencia. Si ella no hubiera intervenido, los chicos me habrían ayudado desde antes de que las otras señales aparecieran. El propósito de contar con ellos era ese, estar listos para cuando las señales aparecieran, pero justo cuando los necesité tuve que hacerlo sola, decidir sola. Por eso la odio, porque sin ella en medio tu despertar no habría sido tan malo, tal vez ni siquiera hubiera ocurrido.

Así que ella le atribuía mi despertar y todo lo relacionado a Cailye, quien en ese entonces estaba muy lejos para tener algo que ver. Sara seguía buscando culpables en lo inevitable, algo que me empezaba a molestar más que de costumbre.

—¿Intentaste hablar con ella? Para solucionar las cosas y escuchar su versión de la historia. De seguro es un malentendido, ella es una buena persona. Estoy muy segura de que no lo hizo apropósito.

¿En verdad lo estaba? La acaba de conocer, no podía poner las manos al fuego por ella.

Apretó sus manos en puños, frunció más el entrecejo.

—No. No tengo nada que aclarar. Es una loca obsesiva, manipuladora y demente. Es un peligro para cualquiera que la rodea, incluso para sí misma. Una bomba de tiempo.

Estaba segura de que Cailye diría cosas peores de Sara. Y justo entonces me dieron más deseos de conocer la versión de la rubia, porque lo de manipuladora era un término que ella también usaba para describir a Sara, así que algo en común habría que haber.

—Hablaré con ella, deben solucionar sus diferencias. Ambas son Dioses Guardianes y deben aprender a tolerarse, si bien no por ustedes sí por nosotros, los que nos vemos atrapadas entre su odio y sed de sangre.

Ella se rio como si lo que dije fuera una completa ironía.

—¿Y Andrew? Te recuerdo que tu relación con él no es la mejor. Siempre piensan lo peor del otro y discuten todo el tiempo. Pero ahí sí no hay malentendidos ni puntos medios ¿verdad?

Así que él pensaba lo peor de mí. Era bueno saberlo.

Abrí la boca para responder, pero el sonido de la reja me hizo cerrarla de golpe. Ambas nos volvimos en esa dirección al mismo tiempo, con las palabras en la lengua, y me quedé helada al observar a esa persona avanzar por el antejardín.

Era Andrew.

Se veía cansado y con ojeras, como si no hubiera dormido en toda la noche o, mejor dicho, como si hubiera pasado una noche horrible. Su ropa estaba arrugada, con manchas de mugre en algunas partes, sin rastro de su chaqueta y con los brazos expuestos al frio del otoño.

Avanzó por el antejardín, ignorando nuestra presencia como si no fuéramos diferentes a los adornos del jardín. Su ceño permanecía fruncido, una sombra sobre sus ojos oscuros producida por su cabello todo revuelto. Entró a la casa en silencio, con pasos robóticos.

Lo seguí, Sara se quedó en su lugar unos segundos más antes de imitarme.

Adentro nadie le dijo nada, se hizo un rotundo silencio en cuanto apareció. Se limitaron a observarlo mientras subía las escaleras para luego perderse en el pasillo. Ni siquiera Cailye, su hermana, se dirigió a él ni siquiera para saludarlo o preguntarle cómo estaba dado su aspecto.

Me mordí la lengua. Yo tampoco intenté ganarme su atención, después de lo que dije el día anterior no me sentía capaz de alborotar el avispero que era su humor.

—¿Qué le pasó? —pregunté confundida.

Cailye, que estaba recogiendo los platos con ayuda de Astra, no me dirigió la mirada, siguió concentrada en la labor como si no hubiera dicho nada. Y Evan, todavía en la mesa, tan solo sonrió, una sonrisa triste, irónica.

—Estará bien, solo necesita dormir. No lo molestes, Ailyn.

—Pero...

—Déjalo, Ailyn. Solo déjalo por esta vez. —Sara me acarició el cabello con dulzura, olvidando que hasta hacía algunos segundos ella tenía encima un humor que rivalizaba con el del chico de cabello claro—. Es Andrew, cuando menos lo pienses volverá a ser como antes.

Bajé la mirada, cohibida ante sus casi suplicas. Prácticamente tanto Sara como Evan me rogaban que no me metiera en eso. Y no lo haría. No lo atacaría con preguntas como me gustaría, porque era cierto que merecía un poco de privacidad al menos en su propia casa.

—Gracias de nuevo por tu hospitalidad —le dijo Astra a Cailye mientras regresaban a la sala, poniendo punto al tema que rondaba en el aire, tanto al de Andrew como al de la pelea a muerte que las dos chicas presentes tenían declarada—. Espero que no te moleste que permanezcamos aquí otra noche.

—¿De qué hablas, Astra? —quise saber.

Ella, sonriendo, me miró. A veces sus ojos violetas me tomaban por sorpresa, olvidaba su inusual apariencia.

—Tengo algo que hacer antes de continuar, volveré mañana en la mañana, luego seguiremos con la misión.

—No tengo problema con eso. —Cailye parecía confundida—. Pero ¿qué misión?

—¿Tu hermano no te lo dijo? —dijo Sara, de nuevo en tono irritado y mirándola con ojos filosos—. Tenemos que encontrar a los otros dos Dioses Guardianes, viajar al Olimpo para reforzar el sello de Hades antes de que condene a la humanidad, y abrir la puerta de los dioses atrapados en Kamigami.

Cailye frunció el ceño y bajó la mirada, más abatida que enojada, lo suficiente para no devolverle la mirada a Sara.

—Él... no lo mencionó.

—A mí tampoco me emociona, pero no lo decido yo y ciertamente tampoco tú. Prepara tus maletas, loca, y de paso tu epitafio.

—¡Sara! —regañé.

Ella enarcó una ceja, sus ojos como guillotina.

—¿Qué? Solo se lo estoy advirtiendo para que no piense que regresará. Estoy segura de que ella será la primera en morir, su habilidad para hablar con las cucarachas no la salvará.

Lo sentí como un golpe, uno muy directo. ¿Eso era lo que creía Sara?, ¿que no regresaríamos con vida? Ahí lo supe, entendí que ella en verdad estaba preparada para morir, que hacerlo no suponía para ella un gran problema. Y eso fue lo que más me asustó, más que su negativa, más que sus palabras duras hacia Cailye, más que cualquier otra cosa.

—¡Sara! —exclamó Evan con firmeza y miró a Sara de la misma forma, con más seriedad de la que lo había visto antes—. Cuidado con lo que dices.

Sara cerró la boca de golpe, sus ojos se abrieron ante el entendimiento y cubrió su boca con sus manos justo cuando sus ojos se encontraron con los míos. No supe ella qué vio en mi rostro o cómo lo interpretó, pero definitivamente no pensábamos lo mismo.

—Ailyn, no quise decir eso —trató de excusarse—, solo quería asustarla... Lo siento, Ailyn, eso no es cierto, no es lo que pienso.

La miré y asentí, sin hablar. No tenía caso decir nada, no después de lo que dijo, de lo me dejó ver.

—Yo... —dijo Cailye con indecisión, parpadeando— tengo que hablar con mi hermano antes de tomar una decisión. No creo... no creo que pueda ir...

De nuevo se encendió el odio en los ojos de Sara, todo su rencor y frustración dirigidos hacia una persona, hacia la que ella consideraba la responsable de algo incontrolable.

—Ah no, tú no, maldita loca —escupió—. Si alguien no va no funcionará y Ailyn accedió a venir a pesar de todo por ayudar. No voy a dejar que tú, pequeña mocosa yandere*, pongas en peligro su vida por tus inseguridades estúpidas de niña huérfana.

Ya no sabía qué pensar ni qué decir. ¿La había llamado yandere? No, más allá de eso, aquello de «huérfana» incluso a mí me dolió. Vi cómo, en efecto, eso fue como un cuchillo para Cailye.

—Sara —intervino Evan—, ya cállate.

—¿Y tú qué, serpiente de cuna falsa? —contraatacó Cailye—. No a todos se les hace fácil abandonar su hogar... ah, espera, tú no tienes hogar. Porque a ti nadie realmente te quiere.

Los ojos de Sara chispearon de odio, de ira pura, y por un momento creí que se lanzaría sobre Cailye. Di un paso hacia ella en cuanto contemplé la posibilidad de que en verdad sucediera, pero ninguna avanzó hacia la otra.

—Cailye, no hables así. —Evan, como siempre, tratando de mediar el conflicto. Había una tristeza dolorosa en sus ojos cuando lo dijo, como si aquello lo hubiera herido más a él que a Sara.

Ambas fruncieron el entrecejo y apretaron los puños, con deseos iguales de pasar a algo físico. Fue entonces cuando Astra decidió intervenir.

—Fue suficiente, las dos —habló con firmeza. Cambió su sonrisa por ojos de acero—. Hay un límite para los insultos y los están rebasando. Para cuando vuelva no quiero escuchar sus peleas o me veré obligada a tomar medidas más drásticas. No permitiré este tipo de comportamientos en el equipo durante la misión. De una u otra forma le pondré fin.

Sara la miró y respiró hondo, nada más. La hermana de Andrew, a diferencia de Sara, hizo una mueca y subió las escaleras dando fuertes pisoteadas, con los labios fruncidos la nariz roja de ira.

Astra se volvió hacia Evan y hacia mí.

—Trataré de no tardar. Y Ailyn, si las cosas empeoran, haz lo que tengas que hacer.

Enarqué las cejas.

—No te entiendo.

Ella sonrió de forma maternal, recuperando su habitual actitud.

—Lo sabrás. Y Evan —Lo miró—, cuida a Andrew.

Él asintió, serio, como si entendiera exactamente a qué se refería. Luego de eso la diosa atravesó la puerta principal, dejándonos un gran problema entre manos tanto como a Evan como a mí.

Yo solté un suspiro. Después de lo que dijeron, intentar arreglar ese conflicto sin que ninguna terminara herida, lo veía cada vez más imposible.

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