10.1. Un camino escabroso
Titanium - Sia
«Una amiga» ¿Dónde lo había escuchado antes?
—Esa no es una respuesta —repuso Andrew, conservando su postura intimidante, el filo amenazante en sus ojos.
Fui incapaz de alejar mis ojos de la mujer, ella igualmente me sostenía la mirada con un cariño incómodo. Lucía feliz, resuelta, sus ojos violetas destellaban como si albergaran la vida de miles de estrellas.
Intenté dar otro paso hacia ella por puro instinto, pero Andrew sujetó mi muñeca antes de que pudiera hacerlo. Lo miré por el rabillo de mi ojo derecho, comprobando su postura, su expresión peligrosa. Había algo en sus ojos, en sus labios, que parecía decirme sin palabras que no me dejaría ir más lejos. Definitivamente estaba enojado por haberlos abandonado.
—At —susurró la mujer, como si decirlo fue un deseo oculto que por fin vio la luz—. He esperado tanto tiempo para verte de nuevo.
¿At? Así llamaban a Atenea. Algo dolió en mi pecho, el amargo sabor de la culpa se instauró en mi boca.
—¿Quién eres? —repetí la pregunta, ahora con más énfasis, como si tratara de buscar en mi mente el nombre de su rostro.
Mantuvo la serenidad, la confianza. Una sonrisa en su rostro y una mirada cálida.
Los demás permanecieron alerta. Sara se había acercado, estaba al lado de Andrew, y al igual que él su mirada no era más que filosas cuchillas. Evan observaba todo desde atrás.
—Responde —exigió Sara con tono severo.
La mujer parpadeó dos veces, como si saliera de sus pensamientos de repente. Los miró a todos, con la misma atención que a mí, de una forma tan íntima y profunda que se sentía como si no pudiéramos guardarle secretos.
—Entiendo su precaución, Dioses Guardianes —dijo ella con el mismo tono gentil—, pero pueden relajarse, no soy una amenaza. —Por supuesto, ninguno de mis amigos se lo tragó. El azul cian de Andrew que revoloteaba a su alrededor se intensificó—. Me comuniqué antes con ustedes, pero me temo que mi carta fue recibida un poco tarde. Se suponía que debían reunirse antes de que At... digo, Ailyn, despertara, cuando sus sueños apenas comenzaban. Me disculpo por eso, tuve algunos imprevistos con lo planeado.
El azul de Andrew menguó, seguía ahí pero más sutil. Los hombros de Sara se tensaron. Lo único que hice fue sostenerle la mirada, mis ojos con la pregunta persistente desde el comienzo, pero con el impacto de sus palabras sobre mí. Contuve el aliento, tenía tantas preguntas...
—La persona que envió la carta... eres tú —dije, algo evidente.
Ella asintió.
—Mi nombre es Astra. Hija de Zeus y Hera, portadora de su mensaje y de su esperanza. Yo, Dioses Guardianes, he acompañado a cada una de sus reencarnaciones a lo largo de los siglos. He estado con ustedes desde que nacieron, a lo lejos, velando por su seguridad.
Una diosa. Una diosa de verdad. No reencarnaciones como nosotros, una deidad en todo su esplendor, en toda su belleza y poder. Lucía más normal de lo que imaginé, humana.
Se me erizó el vello del cuerpo. Retrocedí. Andrew y Sara intercambiaron una mirada, Evan nos alcanzó, pero guardó el mayor silencio posible y se limitó a observar.
Sara aprovechó para dar un par de pasos al frente, tan inquieta y confundida como yo, con la duda aun en sus ojos. Si no la conociera diría que evaluaba la posibilidad de usar su habilidad en ella.
Las imágenes de mi recuerdo aparecieron ante mis ojos como una vieja película. Recordé la niña de cabello blanco, las manos de la mujer sobre ella, cómo lloraba. Nunca olvidaría esa expresión, ese dolor, el pleno conocimiento de que se quedaría sola.
Astra, la misteriosa mujer, hizo brillar el báculo. Éste se redujo al tamaño de un dije, igual que las Armas Divinas de mis amigos. Pese a la insistente duda, ella no parecía en lo remoto preocupada. No supe interpretarlo. O bien sabía que ninguno la atacaría, o sabía que, aunque lo hicieran no lograrían nada.
—Cuando los portales se sellaron y los dioses fueron separados de este mundo, fui de las pocas deidades que permaneció de este lado. Mi madre me dejó atrás como guardiana del cetro de Zeus hasta su regreso, de lo que representa. Unión. Fuerza. Era mi trabajo vigilar a las deidades que como yo se quedaron aquí, pero más allá de eso mi deber era velar por la seguridad de los futuros Dioses Guardianes. En cada una de sus vidas, yo estaba cerca, en silencio, oculta. —Regresó su atención a mí—. Solo cuando Atenea reencarnara tenía permitido presentarme ante ustedes. —Sonrió, se le escapó, y a continuación inclinó la cabeza. Un gesto formal y respetuoso, algo que dejaba en claro una línea—. Es mi deber y honor preparar a los Dioses Guardianes para recuperar el control de los dos mundos, para que ustedes le devuelvan la gloria al Olimpo y protejan este mundo una vez más.
Silencio. Un viento frio y un murmullo al pasar sobre nuestros oídos fue todo lo que escuchamos en ese momento. Toda la magia de Andrew se esfumó, en el rostro de mi amiga solo había tallada la expresión del más profundo impacto. Evan nos observó a todos, como si le interesara más nuestras reacciones que la suya propia. Yo... yo me limité a quedarme como estaba, tan callada como una piedra.
—La carta que le enviaste a Andrew... —mencioné al cabo de un largo e incómodo silencio.
Ella aún no se enderezaba, pero cuando hablé retomó su posición normal ante nosotros.
—Fue un poco incompleta de mi parte, me disculpo por eso. Debía elegir las palabras correctas y la información precisa para orquestar su reunión. Era la única forma de interferir que tenía a mi alcance. Buscar la Luz de la Esperanza me pareció el ideal perfecto, de esa forma estarían al lado de Ailyn hasta que ella descubriera por sí mima lo que es. —Su mirada se tornó un poco más seria—. Pero los días pasaron y se convirtieron en semanas. Ya no podía esperar más. Tuve que intervenir de más para apresurar las cosas.
Los demás me miraron, Evan con más énfasis, como si tratara de decirme que él estaba seguro de que yo sabría lo que era mucho antes que ellos.
—¿Yo debía darme cuenta sola?
Volvió a asentir, pero esta vez frunció un poco la frente, como si le extrañara mi incertidumbre.
—¿El conjuro del pasado no te ayudó?
Mi cabeza estaba en blanco, siempre que trataba de recordar hechos de mi visita al pasado mis pensamientos se enredaban y no llegaba a ningún lado. ¿Acaso olvidaba algo importante?
—Ni siquiera un poco.
—¿Tú no sabes lo que es? —inquirió Sara, como si fuera evidente que debía saberlo.
Astra tan solo me miró, analizó mi rostro, mis ojos, con una atención demasiado pesada. Soltó un casi imperceptible suspiro.
—Incluso durante el auge de los Dioses Guardianes la Luz de la Esperanza era un tema secreto. La información al respecto solo la sabían unos pocos y cualquier evidencia escrita fue destruida. Zeus siempre tuvo miedo de que muchos conocieran su existencia más allá de susurros entre los mortales. Atenea no era diferente, era muy recelosa al respecto, cuidadosa en extremo. Así que no, mi conocimiento difiere muy poco del suyo.
Eso rompió mi burbuja, noté que también la de mis amigos. Si ella, la persona que envió la carta, no sabía más que nosotros entonces estábamos en problemas. Se suponía que encontrarla resolvería nuestras preguntas, pero como todo últimamente, solo generaba más.
—La presencia que ha estado siguiéndonos —mencionó Andrew, que por fin se decidió a participar. Fruncía su ceño, su mirada peligrosa no flaqueaba—, era la suya.
Ella lo observó, pero ahora su mirada era más firme, casi desafiante, como si quisiera demostrarte a Andrew que ambos eran muros y que ninguno podría derribar al otro. Aun así, mantuvo su postura, su calma.
—No. Esa extraña esencia fue uno de los motivos por los que apresuré las cosas al presentarme ante ustedes. Es un enviado de Hades, aunque desconozco su naturaleza no cabe duda de que es un espía. Vigila de cerca los movimientos de todos, en especial los de Ailyn. No es apropiado quedarse en el mismo lugar, algo que de hecho es conveniente para nosotros. El tiempo es corto, me temo que sus pequeñas vacaciones han terminado.
Se me erizó la nuca, sentí como si el viento frio me recorriera la piel, pero justo en ese momento no había tal corriente de aire. Me mordí la lengua, algo en ese enunciado no me gustaba.
—¿De qué hablas? —En el tono de Sara noté un delgado hilo de pánico, como si intuyera de alguna forma lo que aquello significaba.
Astra la miró con un nuevo temple autoritario. Y así escaló. Lo que antes fue calidez y comprensión, cariño, se transformó en dureza, en poder. Había algo diferente en su mirada, en la postura de sus hombros y espalda, en su misma voz. Por la forma en la que habló a continuación no parecía estar solicitando un favor, más bien parecía una orden.
—El sello de Hades se rompe, las catástrofes aumentan día a día. En cuestión de semanas se abrirá la puerta del Inframundo y Hades proclamará los cielos, los mares y la tierra como suyos. La humanidad se verá sumergida en una era de oscuridad. Los Dioses Guardines fueron creados para ese propósito, para proteger este mundo y a su gente. Juntos pondrán fin a esa amenaza, abrirán la puerta de los dioses y regresarán a esta era la gloria de los dioses.
Contuve la respiración, no me atreví a abrir la boca. Fue Evan quien, por primera vez desde que la mujer apareció, habló.
—Aún no sabemos nada sobre la Luz de la Esperanza. Creímos que la necesitaríamos para sellarlo de nuevo.
Ella le sonrió, una sonrisa diferente a las anteriores, con una pizca de complicidad hacia Evan que me pareció curioso. No hubo mucha reacción por parte de mi amigo, así que pensé que solo eran imaginaciones mías.
—Hades busca la Luz de la Esperanza, su propósito aun lo desconozco. Es por eso por lo que Ailyn es su principal blanco ahora que el sello está tan débil —explicó la mujer de blanco cabello—. Pero eso no significa que la necesiten para reforzar el sello. Los primeros Dioses Guardianes no lo hacían, contaban solo con su poder y sus dones. Su utilidad sigue siendo un misterio, pero con los siete Dioses Guardianes nuevamente reunidos no supondría una imposibilidad. Como dije, solo juntos pueden proteger este mundo. Deben reunir a los demás Dioses Guardianes y dirigirse al Olimpo, es la única manera de ponerle fin a los planes de Hades.
Silencio de nuevo. Su voz quedó suspendida en el aire, sus palabras sobre nuestras cabezas. Nadie se movió ni siquiera para intercambiar una mirada.
Me tomé un minuto para procesar lo que eso significaba, lo que todo eso que dijo conllevaba para mí.
—Eso es ridículo... —susurré, llevándome una mano a la cabeza. Me daba vueltas el mundo, me hacía falta aire en los pulmones.
—¿Ailyn? —Sara posó su mano en mi hombro, como si me diera consuelo, ¡como si yo estuviera de duelo!
—¡Es una completa estupidez! —exclamé—. No dejaré a mi familia ni a la poca vida normal que me queda por una misión suicida. Solo tengo dieciséis, nunca deseé una gran aventura ni quise ser parte de algo grande. Yo solo quería... terminar la escuela. —Parpadeé, consiente del nudo en mi garganta, del ardor de mis ojos—. No iré a ninguna parte.
—Ailyn... —empezó Astra, con la misma compasión en el tono de Sara—, te necesitan para lograrlo. Son siete por una razón. Sin uno de ustedes los resultados podrían ser nefastos. Los Dioses Guardianes originales dieron sus vidas para compensar ese desequilibrio, sin ti es muy posible que ocurra de nuevo.
Negué con la cabeza una y otra vez. Pensé en mis padres, en Cody, en Melanie. Si no regresaba, ¿qué iba a ser de ellos? No podía enfrentarme a ese tipo de compromiso, apenas procesaba mi nueva realidad como para dar un salto tan grande.
Retrocedí varios pasos, alejándome del agarre de Sara con un rechazo que noté que le dolió. No quería estar ahí, necesitaba más aire del que ese lugar podía ofrecerme, necesitaba todo el aire del mundo.
—¿A dónde vas? —preguntó Sara, preocupada.
—No participaré en esto. Es más, he estado soportando todo esto por mucho tiempo. ¡Ya estoy harta!
Caminé sin rumbo por un rato, divagando en el parque siempre cerca de las luces, cerca del camino principal, cerca de la gente. Sabía que estar sola era una mala idea, por lo que procuré no quedarme lejos de un grupo grande de transeúntes.
Solo pensaba en las palabras de Astra, en lo convencida que estaba y en lo firme que sonó. Me hizo sentir que no tenía opción, que era lo único que podía hacer, como si fuera mi obligación. Y no lo era, no tenía por qué lidiar con algo que yo no elegí.
Era demasiado grande, mucha responsabilidad para mí. Apenas sí salí viva de mis encuentros anteriores con esas cosas monstruosas, no llegaría viva a Grecia y tampoco reuniría a nadie. No podía hacerlo. Imposible.
No era como los demás, como Sara, Evan o Andrew. No usaba magia ni movía mi cuerpo como ellos lo hacían. Ellos actuaban cuando el peligro se acercaba, yo tan solo... cerraba con fuerza mis ojos. La diferencia se mostraba ante mí como una montaña rocosa.
Seguí caminando por unos minutos más, hasta que me topé de frente con una fuente con luces fluorescentes en pleno de una de las plazas del parque. Eran tan grande que, del otro lado, aunque hubiera una pareja, no los escuché ni los vi en cuanto me senté. Les di la espalda, observando a la gente que iba y venía, los que se tomaban fotos en la fuente iluminada a veces de rosa y otras de verde, sumida en mis pensamientos.
—¿Qué se supone que debo hacer? —susurré al viento, mirando el cielo estrellado sobre mi cabeza.
—Esa es una muy buena pregunta —respondió una voz familiar.
Me sobresalté, consternada. Busqué al portador de la voz, ofendida y molesta por su intromisión en mi propia cabeza. Él estaba justo ahí, sentado a pocos metros de mí sobre esa misma fuente. Miraba hacia el cielo, ojos brillantes bajo la luz de las estrellas, sus manos sosteniendo su cabeza desde la nuca. No vi nada en su expresión que delatara sus pensamientos, tan cerrado y serio como siempre.
—¿Te dijeron que vinieras a buscarme? —acusé, a la defensiva.
No hubo respuesta. Andrew siguió con la mirada fija en el cielo.
—No iré —declaré—. No trates de convencerme.
—No lo iba a hacer —admitió todavía sin dirigirme la mirada.
Fruncí el ceño.
—¿No vas a pedirme que vuelva y que renuncie a todo lo que he conocido por un estúpido viaje del que quizá no regrese?
—No. Nadie puede obligarte a hacer algo que no quieres.
Relajé un poco mi expresión, mi enfado.
—Entonces ¿por qué estás aquí?
—Cerca de la feria hay demasiada luz, buscaba un lugar tranquilo para pensar. Solo eso.
Señaló hacia el cielo. Seguí su dirección, intrigada, y me encontré de nuevo con el hermoso paisaje sobre nosotros: el cielo estaba libre de cualquier nube, y tanto la luna como las estrellas brillaban en el firmamento; además, el viento de otoño acariciaba el césped de una forma sutil, como si se deslizara en su propia belleza.
Me senté al lado de Andrew por impulso, con un nuevo aire de paz. Justo en ese momento, en ese lugar, en ese cielo, nada ocurría. Era solo estrellas y luna, nada más.
—Constelaciones —dijo él con una calma inusual—. No siempre son vivibles, pero siempre están ahí. Un grupo de estrellas que juntas forman algo más grande que ellas mismas. Sin embargo, si falta una sola de ellas, ya no sería una constelación. Solo muchas estrellas juntas sin más.
Tragué saliva sin dejar de mirar las estrellas. Las veía, a veces parecía que bailaban, juntas. Siempre juntas. Solo juntas.
—No sé de qué hablas.
—Es solo tuya. La decisión de hacerlo te pertenece solo a ti. Es una decisión importante, no a todos se les hace fácil elegir cuando pueden hacerlo. Es más difícil cuando crees tener opción.
Dejé de mirar el cielo, miré el césped en su lugar.
—¿Crees que no sé lo que ocurrirá si van sin mí? —Subí mis piernas a la fuente y puse mi cabeza sobre las rodillas mientas las abrazaba con fuerza, en busca de algún refugio—. Ahora mismo no puedo tomar esa decisión, no estoy lista para hacerlo.
Andrew me miró por el rodillo del ojo. Un escalofrío me recorrió, empezaba a ser una noche fría.
—Ninguno lo está. Pero no tenemos opción.
—Yo la tengo —aseguré, con más énfasis del que pretendía, casi se oyó grosero—. Y me quiero aferrar a eso. Ustedes tienen experiencia, poder, magia. Yo no tengo nada importante para ofrecerles más que retrasos. Estarán mejor sin mí.
Se mantuvo tan tranquilo que me asustó. Esperaba que me obligara a hacerlo, a ir con ellos, que me gritara en la cara lo que ocurriría si no lo hacía. Pero él tan solo...
—Las cosas que enfrentamos hasta ahora no se comparan. No es fácil para nosotros. Es algo que nunca pensamos enfrentar.
—Ese no es el punto. —Me volví hacia él—. No quiero. ¿No lo entiendes? No me quiero ir, ni dejar a mi familia ni lo que queda de mi vida atrás.
—Si no lo haces ellos morirán. Tú también lo harás. Hacerlo al menos te dará esperanza.
Ahí estaba. No lo dijo en un tono autoritario o severo, pero había cierta firmeza, cierta certeza en sus palabras que me asustó.
—Creí que no habías venido a convencerme de unirme.
Frunció el ceño y regresó su atención al cielo.
—Constelación. Incluso yo puedo ver eso. Y el que tú decidas no hacerlo solo refuerza tus propias palabras. Eres la reencarnación de Atenea, es algo que te va a perseguir aunque no nos vuelvas a ver en tu vida. Te engañas a ti misma, Will, si crees que con nosotros lejos tu antigua vida regresará.
Me aferré más a mí misma, queriendo cerrar mis oídos para no tener que escucharlo. Intenté que él no notara la forma en la que mis dedos temblaban al solo pensar en que fuera cierto, en que así sería siempre, en que lo que fue no regresaría nunca.
—Eres el primero en estar de acuerdo conmigo en que solo sería un estorbo. No me necesitan, estoy segura de que harán un buen trabajo sin mí...
—Moriremos sin ti.
Frio de nuevo, como si el viento fuera un testigo con un pésimo humor. No me moví ni siquiera en busca de sus ojos. Casi no pude hablar cuando abrí de nuevo la boca.
—Eso no lo sabemos...
—La mujer lo dejó en claro. Y después de lo que vimos en el pasado yo también lo veo como una gran posibilidad. —Hizo una pequeña pausa, como sopesando sus palabras—. Los demás lo harán, correrán el riesgo para mantenerte a salvo. En especial Sara, sabes que daría su vida si así asegura tu futuro. Es por eso por lo que soy el único que está aquí. No me importa lo que implica tu ausencia, pero no puedo dejar que elijas por esas otras tres reencarnaciones. Evan y Sara eligieron, eligieron dejarte fuera de esto, yo respeto su elección. Pero no puedo respetar la tuya si implica que arrastrarás a personas que aún no lo han decidido.
Lo miré de repente, y lo sentí en mi pecho, como si alguien me hubiera golpeado de repente en el corazón. Él también me miraba, de frente, con ese filo en sus ojos y esa mandíbula tensa.
—Ustedes no... Eso no pasará. Los he visto, son capaces. Y los demás los seguirán, estoy segura de que...
—Yo lo haría solo si pudiera, pero eso es todavía más imposible. Y aunque no lo creas, hay cosas que quiero proteger. Cosas que ahora están en tus manos. —Suspiró—. No te estoy obligando, solo te pido que lo pienses mejor. No ahora, no cuando estás muerta de miedo, sino después, cuando puedas ver más allá de tu propio temor.
Se quedó callado, esperando una respuesta. Yo solo me abracé más, me recogí en mi lugar. No cambiaría de opinión, no podía, no quería. Me aferraría con uñas y dientes a mi vida, a lo que era mío. Era mi decisión. Ellos estarían bien, mejor sin mí. A diferencia de la primera vez ahora Apolo estaban con ellos, no hacían falta dos.
—Rezaré a los dioses por su éxito y devuelta pronto.
Vi algo parecido al odio en sus ojos antes de que se pusiera de pie, pero su expresión no cambió y tampoco insistió.
—Los dioses no nos ayudarán. —Se apartó unos pasos, su espalda hacia mí como un muro demasiado alto. Se detuvo y me dirigió una última mirada sobre su hombro—. Cuando lo veas, cuando lo entiendas, espero que no sea demasiado tarde.
Y se fue, desapareció entre la gente y los senderos.
Me quedé ahí por un rato más, pensando, viendo al cielo, recogida. Hasta que se hizo más y más tarde. Al final me puse pie y me dispuse a regresar con los demás, a acompañarlos hasta que se fueran. Quería verlos partir, asegurarme de verlos bien antes de que se fueran de mi vida.
La silueta de mis amigos se alzó frente a mí en cuanto los alcancé. Igual de reunidos que antes, hablando, preguntando a Astra sobre cosas que apenas sí registré. Se callaron en cuanto me vieron llegar, y tanto Sara como Evan se dieron la vuelta en cuanto Astra posó sus ojos violetas sobre mí. Andrew ni siquiera me miró, permaneció recostado en un árbol cercano con el ceño fruncido y la boca bien cerrada.
—Ailyn —Sara soltó el aire, aliviada, y se me acercó. Posó su mano en mi hombro, compasiva, preocupada.
Tomé aire.
—Yo... —empecé, pero Astra me interrumpió.
—Es entendible. Pero aun así desafortunado. —Mantuvo su barbilla en alto, ojos cálidos—. No tienes que decidirlo esta noche, te daré unos días para que lo pienses mejor. No puedo arrastrarte, pero sí darte espacio para que lo pienses. Solo te repito que tu asistencia podría garantizar el éxito de la misión.
Sara frunció el ceño, le lanzó una mirada feroz a Astra, y me dio la espalda, como si quisiera cubrirme con su cuerpo.
—Si ella dijo que no irá, entonces no lo hará. No necesita tiempo, ya tomó su decisión. Lo que suceda durante el viaje es solo nuestra responsabilidad. Si triunfamos o fracasamos también.
Ahora, casualmente, sí era mi decisión... Sacudí la cabeza, no debía pensar eso en ese momento.
Andrew apretó la mandíbula, una muestra silenciosa de su desaprobación. Aun así, no intervino.
Fue Evan el que posó su mano sobre el hombro de mi amiga, acompañando el gesto de una mirada tranquila. Ella lo miró y bufó, solo eso, como si no hiciera falta que dijera nada para hacerla comprender lo que quería decir.
Astra no pareció ofendida y mucho menos molesta.
—Como dije, tiempo. Hasta que nos vayamos podrá cambiar de parecer.
Tragué saliva, tenía seca la garganta.
—¿A dónde irán primero? —quise saber— ¿Cuándo se irán?
Astra tan solo miró a los chicos, y Evan a su vez le dirigió una mirada a Andrew; el mencionado ni siquiera se movió, demostrando todo su interés en la conversación.
—A Ohio —dijo Evan, en un tono titubeante algo inusual en él. Lo vi tragar saliva a pesar de la serenidad de su cuerpo y de sus ojos.
—¿Regresarán a casa? ¿Por qué? —seguí.
—Por mi hermana —contestó Andrew para sorpresa de todos. No miraba a ninguno en el grupo, incluso cerró los ojos y recostó su cabeza en el árbol.
Parpadeé un par de veces. Oí un gruñido por parte de Sara y casi sentí su cambio de humor ante las palabras de Andrew, no vi sus ojos, pero pude hacerme una idea de su mirada. Evan retrocedió, casi por impulso.
—Tienes una hermana —repetí—. ¿Tienes una hermana?
No dijo nada más a pesar de mi claro desconcierto. No podía imaginarlo ni siquiera con familia. Una hermana, ¿una reencarnación igual que él? Apuesto a que Sara la conocía, todos ahí de hecho, excepto yo.
La pregunta quedó en el aire, se la llevó en el viento. Nadie me dio más detalles al respecto.
—Nos iremos al atardecer de mañana. —Astra me miró, debió advertir la inquietud de Sara cuando habló—. Te visitaré cada mañana para asegurarme de tu bienestar. Reforzaré tus sellos y colocaré barreras, te mantendré oculta ante los ojos de las demás deidades. Seré tu protección de ahora en adelante, tu escudo. Mientras viva, pequeña Atenea, juro que nadie te tocará un solo cabello.
Yo solo asentí, frunciendo los labios. Vi el alivio en los ojos de Sara mientras me frotaba el brazo, como si aquello fuera suficiente para ella. Mi seguridad, mi protección. Astra me daría eso, de esa forma ¿podría regresar a mi vida? Pero ¿qué vida sería esa sin mi mejor amiga? ¿Qué vida podría tener luego de saber todo lo que sabía?
—¿Qué les dirás a tus padres? —le pregunté a Sara—. Y en la preparatoria. Eres de las mejores estudiantes, te harán preguntas.
Sara soltó una risita con un bufido, como si mi pregunta en medio de todo eso fuera el mejor chiste.
—Tengo mis medios. Nadie hará preguntas. Y mis padres... dudo que lo noten. Tomaré precauciones por si acaso. —Su mirada se suavizó cunado se enfocó en mis ojos—. Saber que estarás lejos del peligro me tranquiliza de una forma que no te imaginas, solo me habría gustado... protegerte personalmente.
Sentí una punzada en mi pecho, un sabor amargo en mi lengua. Una sensación que solo se intensificó cuando Sara me abrazó. Y que se multiplicó por mil cuando descubrí la mirada de Andrew sobre mí.
Había algo que no encajaba en la aparición de Astra, algo que no estaba viendo. Eso era en lo único que pensaba de camino a casa, en el auto de Sara.
—¡Ailyn! —chilló Sara a mi oído, sacándome un salto del susto—. Hace rato te estoy hablando, ¿escuchaste lo que dije?
Parpadeé para al final negar con la cabeza. Sara suspiró, derrotada.
—¿En dónde está tu cabeza ahora?
—He estado pensando en cómo sabía Astra lo de la Feria Estatal y que justo entonces nos atacarían. Sé que nos vigilaba, pero no pudo saber incluso lo de los sueños si no pudiera...
—¿Ver el fututo? —concluyó Sara, a lo que asentí.
—¿Cómo lo supo? No creo que pueda ver el futuro, entonces...
—Es tu hermano —soltó Andrew con mal genio y poca paciencia desde atrás.
Lo miré por el espejo con las cejas arqueadas, él me regresó la mirada tan filosa como una espada.
—¿De qué hablas? ¿Mi hermano qué?
Pero Sara captó su atención y debió decirle algo en silencio, porque Andrew se recostó y cerró los ojos; no dijo nada más.
—A veces las cosas no son como parecen a primera vista —dijo Evan a su lado, ignorando la mirada de Sara—. Habla con tu hermano, Ailyn, te sorprenderás al ver el lado del mundo que los humanos ignoran.
Abrí la boca para pedir más información, pero Sara me ganó la palabra.
—Cody es... especial. Habla con él, entenderás por qué no lo toqué cuando manipulé la mente de tus padres.
Salté del auto cuando Sara estacionó, y sin despedirme o hacer algún otro comentario corrí escaleras arriba. Ni siquiera cuando Andrew me persiguió por aquellas escaleras yo había subido tan rápido. Llegué considerablemente mucho antes de lo normal, con el corazón en una mano y la cabeza en los pies.
Mi hermano no podía ser... «especial». Tenía que ser un niño normal de diez años, porque si no era así terminarían por encerrarme en un psiquiátrico. No quería que fuera especial, solo Cody, solo un niño, solo mi hermano.
Mi corazón me latió con una fuerza abrumadora mientras abría la puerta de mi departamento, con miedo, pero también con furia.
La penumbra me recibió por un momento hasta que me enfoqué en la única luz de la habitación. La luz del televisor en mute le daba una iluminación parcial a la sala, enfocando específicamente a las dos personas ahí. Mamá se había quedado dormida en el sofá con un pasillo en las manos, la habitación de mis padres estaba abierta y en la cama papá dormía como un bebé. Y ahí, recostado al espaldar del sofá, se encontraba mi hermano pequeño de pie.
Miraba hacia el techo, sus manos sobre el espaldar para darle firmeza a su cuerpo, la luz del televisor iluminando su cabello castaño. En cuanto entré parpadeó y me miró, sus ojos iguales a los míos, pero con una mirada muy diferente. Un vacío, por un breve momento, hasta que se enfocó en mí y adquirieron ese tinte burlesco, de superioridad.
—Tienes muchas cosas que explicarme —declaré, cerrando la puerta de un portazo y encendiendo la luz amarilla de la sala.
Mamá movió los músculos de la cara, Cody se dio la vuelta y le quitó el pocillo de las manos antes de que se cayera, y solo entonces me habló:
—Baja la voz, despertarás a nuestros padres. Papá tuvo una semana larga y mamá hizo dos turnos dobles en menos de cinco días. Déjalos dormir. Ella se quedó esperándote, pero al final le venció el sueño.
Vi un brillo en su mirada, uno astuto y un disfraz. Miré de nuevo el pocillo en sus manos y la idea de que le dio algo para dormir se me pasó por la cabeza como una estrella fugaz. Sacudí la cabeza varias veces.
Abrí y cerré la boca un par de veces antes de ir directo al punto.
—Tú... ¿Qué sabes?
Sonrió.
—No sé de qué me hablas.
Di un paso hacia él, luego tres y así hasta llegar a su lado.
—Lo sabes, lo veo en tus ojos, esa chispa de picardía. Dime qué es lo que sabes.
Me miró a los ojos, luego desvió la mirada hacia el televisor. Aun con ese brillo divertido.
—Atenea. Es un bonito nombre, si tengo un hámster lo llamaré así.
Un frio recorrió mis piernas, un vacío se extendió frente a mí.
—¿Cómo lo...? —¿Tenía oportunidad de negarlo todo? A él, a Cody, ¿podría?—. ¿Cuánto sabes?
Arqueó una ceja y apagó el televisor, como si la conversación fuera de lo más cotidiana. El solo pensar en que él tuviera alguna cosa rara me revolvía el estómago.
—Más que tú eso seguro.
Me miró de nuevo, ojos inteligentes, vivaces. Fruncí el ceño, los dedos de las manos me temblaron.
—¿Qué sabes? —insistí—. Sin juegos, Cody, no estoy de humor para tus juegos de palabras e incertidumbres.
—Humm. —Fingió pensar, incluso se tocó la barbilla—. Como dije, más que tú.
Me acerqué más.
—¿Y eso qué sería? ¿Cuánto?
—¿Cuánto? —repitió, y debió ver algo en mi expresión que lo hizo abandonar sus rodeos porque se puso un poco más serio—. Lo sabía mucho antes de que despertaras. Es complicado, ¿verdad? Son muchas cosas, muchas personas, muchos sucesos y muchas consecuencias, seguirlas todas me tomó meses. Y siempre estabas en ellos. Ramificaciones sin fin... —suspiró— y luego todo de repente pasó. Si te soy sincero solo sabía el camino que seguirías cuando ya estabas en él. Sigue siendo confuso de entender, mucho más de explicar.
—Ahora sí no entiendo lo que dices.
Parpadeó, como si de repente recordara que sus palabras solo las entendía él mismo. Soltó un bufido.
—Videncia, Ailyn. Hablo de videncia. Me preguntaste cuánto sé, no lo sé, mucho, todo, nada. Es complicado.
Mis piernas temblaron, tuve que sostenerme del sofá para no caerme. Lo miré a los ojos, una mirada segura, honesta, y ver eso me aterró.
—Tú... ¿eres un vidente?
—Baja la voz —repitió, dándole una rápida mirada a mamá—. Y sí, es una forma de decirlo.
Tragué saliva. No podía ser cierto.
—¿Ves... el futuro?
—Ya te lo dije, es más complicado que eso —Recorrió mi rostro con su mirada—. Pero para que lo entiendas, sí. También vestigios del pasado. Es como un gran rompecabezas sin fin.
Eso explicaba tantas cosas. Esa actitud de vejez, como si hubiera visto cosas que no se suponía que un niño debería ver, esa arrogancia de sabelotodo, su inteligencia...
Y aun así dolió, me enfureció saber que Cody tenía algo diferente, que era un bicho raro igual que yo. Un vidente. ¿Por qué? Solo era mi hermano, ¿se debía a eso? No podía... estar en el mismo barco que yo.
—¿Desde cuándo... desde cuándo puedes hacer eso? —pregunté con un hilo de voz.
—Desde siempre.
Tragué saliva, tratando de asimilar todo lo que me decía.
—Todo este tiempo... ¿Sabías lo que iba a ocurrir?
—Más o menos.
Dejé salir el aire que estaba conteniendo, ansiosa porque esa noche horrible llegara a su fin. Sin duda aquello ya era demasiado, que la anormalidad hubiera alcanzado a mi hermano parecía una venganza cruel.
—Él me ayudó.
Una nueva voz, femenina y cálida, me sacó un susto de infarto. Casi se salió mi corazón en cuanto la oí, pero mucho más en cuanto la vi. La capa la delató, ondeante en plena cocina, ahí parada, como si llevara horas en ese lugar, en la oscuridad. Su pelo blanco brilló bajo la luz de la sala, tan mística que parecía salida de una película.
Tanto mi hermano como yo la miramos al mismo tiempo, yo con mucha más sorpresa que él.
—¿Astra? ¿Qué haces aquí?
Ella sonrió. Fue una sonrisa que pretendía ocultar el hecho de que no respondió a una pregunta tan directa. Pero eso no fue en lo que me enfoqué. Sacudí la cabeza.
—¿Ustedes se conocen? —inquirí, aterrada, indignada.
Cody asintió.
—Se podría decir que sí. Le hice el terreno un poco más fácil.
—La exhibición... por eso te fuiste tan rápido —concreté—. Por eso no le dijiste a mis padres la verdad sobre mi ausencia, por eso mencionaste lo de la feria.
Él asintió.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Mi voz casi se quiebra—. Todo esto antes. Lo sabías antes que yo. Al menos me habría gustado saber que eres... así.
—¿Además de por ser divertido? —sonrió con burla, pero al ver mi expresión de horror completó su respuesta—. Conocer el futuro no siempre es bueno. Cambia todo el tiempo, mantener una línea es difícil si hay más de una persona enterada de su existencia.
Volví a negar con la cabeza.
—Esto no está bien, no se supone que tú debas... ¡Por los dioses! ¡No tendrías por qué estar metido en nada de esto! No deberías haberte involucrado, nunca, en ninguna circunstancia.
—Ailyn, cálmate... —dijo Astra.
—¡Tú no te metas! Lo arrastraste a esto. ¡Lo involucraste!
Me enderecé, las manos temblando. Me sentía furiosa por enterarme de que mi hermano, a quien mi deber era cuidar y proteger, no era el niño que creí que era. Y lo peor era que estaba tan metido en esto como yo.
Los dos me observaron con una fijeza fría, Cody más que Astra.
—Solo trataba de ayudarte —excusó Cody con tranquilidad, pero con un tinte amargo en la voz bien oculto.
—Créeme, me ayudarías más manteniéndote al margen.
Y al decirlo en voz alta entendí mejor a Sara, a su temor y a su rabia. Me sentía así en ese momento, enojada y muerta de miedo. No podía evitar pensar lo peor, imaginarme lo peor.
—No te enfades con él —dijo Astra con voz dulce—, no tenía malas intenciones. Siempre quiso ayudarte.
—Tú. —Clavé mi dura mirada en ella, ella abrió un poco más los ojos—. ¡De no ser por ti mi hermano no sería otro fenómeno!
Cerré mi boca de inmediato con tanta fuerza que por accidente me mordí la punta de la lengua.
¿Fenómeno? Le había dicho muchas cosas a Cody desde que nació, y nos insultábamos y amenazábamos mutuamente, pero llamarlo fenómeno era cruel.
Él se quedó muy quieto, mirando el piso por un momento. Intentó tragar saliva, pero noté que no lo consiguió. No quiso mirarme por un rato, tenía los ojos más abiertos de lo normal. Quise borrar lo que dije, decirle que no era cierto, pero no lo hice. Tras varios segundos de silencio Cody levantó la cabeza y me miró, una mirada tan fría que me recordó a Andrew.
—Nací así. Dime, ¿cómo pudo haberlo evitado ella o incluso tú? Tú mejor que nadie deberías saberlo. No se hacen devoluciones y tampoco se puede quitar como si decidieras cambiarte el color del pelo. No lo rechazo, lo acepté como parte de mí porque me pertenece, es mío y de nadie más.
De nuevo el puñal en el corazón. Lo miré a los ojos, ninguno parpadeó por varios segundos. Lo entendía. Y odiaba entenderlo. Y viendo esos ojos claros, brillantes como el ámbar, me sentí derrotada. Sentí como si hubieran lastimado mi punto más débil.
—No te metas más en esto, ¿puedes? —susurré—. Mantente tan lejos como puedas, te lo suplico.
—Sigues siendo mi hermana, ¿cómo me pides algo así? ¿Tú lo harías? No te dejaré si sé que me necesitas.
El dolor del puñal se fue. Me sentí tan preocupada como aliviada en partes iguales, ni siquiera entendí por qué. Quise abrazarlo, pero recordé que se trataba de Cody y se me pasó.
—Los demás... lo sabían, ¿verdad? —inquirí.
—Algo así —dijo Astra—. Es intuición, una visión que les permite ver esas diferencias, notar las múltiples naturalezas. No lo suelen mencionar por protección. Cuando perciben las esencias de las deidades lo ignoran porque saben que de toparse con una deidad de poder superior estarían en desventaja, y también ayuda a que esas mismas deidades anden con cuidado por miedo a acciones tomadas en su contra. Imagino que no se sentían adecuados para meterse entre ustedes, es algo que debías resolver con tu hermano.
Tuvieron más de un mes para decírmelo, pero no lo hicieron, ni siquiera una pista, nada. Y algo me decía que Cody también quería ocultarlo el mayor tiempo posible.
—Prométeme que me dirás las cosas importantes —le pedí a mi hermano, casi en suplica—, que no harás nada solo ni ninguna locura. Si me quieres ayudar necesito que estés bien.
Cody bufó, levantó el mentón y me dedicó una mirada de superioridad.
—¿Cómo crees que he vivido toda mi vida? No me subestimes, hermana, que me adapto mejor que tú.
Hice una mueca, él sonrió y Astra frenó la risa que estaba por salir de su garganta. No vi caso rebatirle nada porque lo cierto era que no sabía hasta qué punto hablaba en serio. ¿Acaso tuvo dificultades por tener ese don antes? Era solo un niño y parecía haber vivido demasiadas vidas, una tras otra.
Posé mi mirada en Astra.
—Tengo que hablar contigo en privado.
Ella asintió con toda la calma del mundo y me siguió a través del pasillo hasta mi habitación. Cerré la puerta tras ella luego de darle una última mirada a mi hermano y me acerqué a ella para que Cody no oyera nuestras voces.
Astra me miró en todo momento con una dulzura casi ridícula, con tanta paciencia que me ponía nerviosa. La miré con la misma dureza de antes.
—No vuelvas a usar a mi hermano para tus planes —dije con voz ronca pero firme.
Sostuvo su mirada, directo a mis ojos, sin alterar su postura.
—Fue él el que dio conmigo, no al revés. Tampoco lo usé, él me ofreció su ayuda.
—Pero lo aceptaste.
Unos segundos de silencio reinaron en mi habitación, un duelo de miradas y un frio molesto.
—No soy tu enemiga, Ailyn, espero que lo entiendas.
—Apareciste de la nada afirmando que nos vigilabas desde las sombras todo este tiempo; dejaste que siguiéramos una investigación innecesaria porque no es apremiante usar la Luz de la Esperanza para lograr el objetivo. Te presentaste como nuestra salvadora en una feria donde por casualidad los demonios nos atacaron, y ahora resulta que conoces a mi hermano menor. Astra, pareces una buena persona, pero no sé quién eres.
Sonrió con gentileza.
—No fue innecesario. El tiempo que pasaste aquí con ellos y ellos contigo no fue en vano. Lo entenderás más adelante. El tiempo nunca es en vano, nunca sobra, nunca es demasiado. Cada cosa que has experimentado estas semanas fue necesaria.
—¿Y esas cosas en qué me ayudan ahora?
—Ailyn, los cambios no son inmediatos, los importantes llevan tiempo. Los chicos te han instruido bien a pesar de tu negativa a aprender magia, entiendes mejor el mundo y la situación. Y usaste el Filtro por tu cuenta, nadie te dio instrucciones de cómo usarlo.
—No sabía lo que hacía.
—Y aun así lo hiciste.
Fruncí el ceño y me moví alrededor de mi habitación, queriendo quitarme esa mirada de encima.
—Ellos... estarán bien, ¿verdad? —mascullé—. Sé lo que dijiste antes, pero aun así...
Su sonrisa se esfumó.
—Lo siento, pero no te diré una mentira para calmar la culpa que puedas llegar a sentir. Conoces los riesgos y aun así te niegas a ir, no hay nada que pueda decirte que borre ese peligro. Pero te aseguro que daría mi vida para garantizar la de cualquiera de ustedes. Hice un juramento y no pienso romperlo.
Bloqueé cualquier idea que pudo llegar a cruzar por mi cabeza, cualquier imagen devastadora.
—Rezaré a cada deidad para que todo salga bien.
Ella solo asintió y se dirigió a la puerta de mi habitación, esperé a que se fuera, pero se quedó parada frente a ella, con la mano en el pomo.
—Saldremos del hotel de los chicos al atardecer, por si quieres ir a despedirte.
No dije nada y ella salió de la habitación. Y cuando estuve sola, cuando pasaron los minutos y nadie más entró, me permití dejarme caer en la cama y pensar en todo lo que había bloqueado ese día, en todo el terror de imaginar que ellos en verdad no regresaran.
Esa noche no tuve pesadillas porque no pude dormir, me mantuve despierta toda la noche mirando por la ventana y pensando todo tipo de escenarios y evaluando las opciones que yo creía tener. Esa noche, por primera vez desde que llegaron los chicos, no vi ni a Andrew en el árbol ni a Evan abajo. Supe, tarde, que estaba sola, y que a partir de esa noche lo seguiría estando.
—Creí que ibas a acompañarlos —comentó Cody con discreción mientras desayunábamos.
—Y yo creí que lo sabías todo —repuse.
—¿Por qué no vas a ir? —Ignoró mi respuesta.
—Porque no quiero, es mi decisión.
—¿Qué te da miedo exactamente? Eres tonta pero no eres así de egoísta.
Ante su repentino comentario me volví hacia él y descubrí que me observaba con esa fijeza analítica que odiaba ver en Andrew.
—¿Qué?
—Estuviste toda la noche en vela porque lo dudas, ¿cierto? Por eso me pregunto a qué le tienes miedo en realidad. Porque hasta tú debes ser consciente de lo estúpida que es tu decisión.
Dejé caer la cuchara en mi palto y clavé mis ojos en Cody con total sorpresa. No sabía si asombrarme o tenerle miedo.
—¿Te quedaste sin palabras? —Mi hermano sonrió con suficiencia.
No sabía qué decirle, todavía estaba consternada y sus palabras me daban vueltas en la cabeza. En ese momento el timbre de la puerta sonó y mamá se alejó del lado de papá para ir a atender la puerta.
Seguí con la mirada fija en Cody mientras él comía como si nada. A los pocos segundos mi madre volvió al comedor, ganándose la curiosidad tanto de papá como de mi hermano.
—Ailyn, un amigo tuyo vino a verte, quiere hablar contigo —informó mamá, ganando mi completa atención—. Le dije que entrara, pero no quiso pasar de la puerta.
Sabía perfectamente de qué chico poco educado se trataba. Porque si fuera Evan él habría aceptado la invitación.
Papá clavó su atención en mí con esa mirada analítica de científico, ignorando el periódico en sus manos.
—¿Qué amigo? —preguntó papá.
—Es un amigo que se irá a casa hoy. Tal vez vino a despedirse —expliqué, pero sin intentarlo mucho, ya que el hecho de que Andrew viniera a mi casa por la puerta como una persona normal no me cabía en la cabeza—. Vuelvo en un minuto.
Me levanté de la mesa con la atención de mi familia sobre mí y mi misterioso amigo. Del otro lado de la puerta, como predije, se encontraba Andrew de brazos cruzados recostado a la pared de enfrente.
—¿Qué haces aquí? —Él posó sus oscuros ojos en mí—. Creí que estarías empacando o algo así.
—Lo hacía —confesó con un tono serio y ronco—, pero recordé que no podía irme con las llaves de tu moto. Por eso vine, en la tarde podría olvidar devolvértelas.
Buscó en su bolsillo el objeto y lo extendió frente a mí. Lo tomé luego de vacilar. Sinceramente creí que tendría que mandar a sacarle copia o reportarlas como robadas. Nunca pensé que me las devolviera.
Fue en ese momento en que entendí que él ya no sería mi conductor designado, que ya no estaría conmigo como un fiel escolta y que en verdad se estaba despidiendo. Irse. Un vacío. Soledad. Lo sentí entonces como un hilo que se cortaba, una conexión que se terminaba.
Cuando me enfoqué de nuevo en él, Andrew ya se alejaba de la puerta escaleras abajo sin siquiera un adiós. Le vi la espalda, lo vi irse, y cuando me di cuenta yo también había salido tras él. Le sujeté el brazo por impulso. Él se detuvo.
Me miró, expectante, sobre su hombro. Yo lo solté y él esperó a que le dijera por qué lo detuve. Sentí el calor en mis mejillas antes de pedírselo.
—Antes de volver al hotel, ¿podrías acompañarme a un lugar? Astra está ocupada con los preparativos y me recomendó no dejar la seguridad del departamento. En verdad necesito ir, pero no puedo ir sola.
Lo miré a la cara, esperando no verme tan avergonzada como me sentía. En todas esas semanas nunca le había pedido tal cosa porque él siempre estaba conmigo a donde fuera, pero ahora era diferente, ya no tenía que ser mi niñera.
—Por favor —pedí en vista de su silencio dudoso—. Es importante.
Creí que se negaría, pero para mi sorpresa, al cabo de unos segundos, me dio su respuesta.
—Te espero abajo.
No supe en qué estaba pensando cuando le pedí a Andrew que me acompañara al centro comercial. Fue un impulso, uno muy tonto. Podría haber contactado a Astra para que me diera las protecciones que había dicho de una vez, pero no, en lugar de eso ahí estaba, estacionando junto a Andrew mi Suzuki en el sótano del Chic Center.
Había algo que quería comprar antes de que Sara se fuera, algo que quería hacer sola, pero luego de lo ocurrido en la Feria Estatal esa posibilidad se fue volando. Así que mientras tuviera oportunidad permanecería cerca de Andrew, por si ocurría algo primero que se lo comieran a él.
Porque era eso, ¿verdad? Solo era por protección.
—Haz lo que necesitas rápido, debo volver al hotel —dijo Andrew mientras caminábamos por el pasillo principal, en ese tono serio suyo.
—Sí, sí. Lo sé. Prometo no tardar para que puedas volver a tus actividades.
Iba a mi lado, era más alto, por lo que tuvo que bajar un poco la barbilla para observarme con atención.
—No has cambiado de opinión. —No era una pregunta.
Evité el cruce de miradas desviando la mirada al suelo.
—Y no lo haré, así que no hablemos del tema.
—¿Tanto miedo te da?
—Ya te lo dije, solo los voy a retrasar. Créeme, serán más eficaces sin mí.
Lo vi fruncir el ceño.
—Por supuesto que nos vas a retrasar, al menos al comienzo. No tienes experiencia ni conocimientos prácticos. Pero prefiero que nos retrases a que tu ausencia nos mate. —Hizo una pausa—. ¿A qué le temes en verdad?
Un espasmo me recorrió el rostro. De acuerdo, el parecido entre Cody y Andrew ya me estaba asustando, no tenían por qué pensar lo mismo y con las mismas palabras.
No supe qué responder ante eso, así que permanecí callada hasta que él volvió a hablar.
—¿Qué es eso que necesitas con tanta urgencia?
Respiré hondo. No me había dado cuenta de que la breve conversación previa me había quitado el aire.
—Unos pendientes de plata, para Sara.
Enarcó una ceja.
—¿Unos pendientes de plata? ¿Es enserio? ¿Por qué? No creo que los necesite en la misión.
—Pronto será su cumpleaños.
—Así que se los darás antes de irnos, como regalo adelantado —concluyó.
—No. —corregí—. Se los daré cuando regrese.
Me miró confundido, su ceño fruncido, y parpadeó como si eso aclarara sus oídos.
—¿Cuando regrese?
—De esa forma, no lo sé, tendrá un motivo para volver con vida, o será mi esperanza de volver a verla. Es confuso, pero el mensaje es el mismo. El hilo se corta, se... se cortó contigo cuando me devolviste las llaves, cuando ella se vaya también se cortará el vínculo. Tener algo físico que me reafirme la existencia de ese hilo me alivia, me hace sentir menos sola.
Me miró, no vi nada en su rostro que delatara sus pensamientos, pero sí me observó con esa fijeza penetrante que me dejaba al desnudo. Ambos nos quedamos callados luego de eso.
Al poco tiempo llegamos a nuestro destino: la joyería. El lugar me trajo recuerdos, todos los recuerdos del día en que mi mundo se volcó de cabeza. Y sin duda, el más largo de mi vida. No pude evitar recordar.
Compré los pendientes de plata y nos dirigimos de nuevo al estacionamiento sin desviarnos para nada. Los guardé en el maletín que llevaba ese día y cuando lo abrí me topé con ese objeto que todas esas semanas había olvidado devolver.
Lo saqué justo cuando pasábamos por el área de comida al aire libre, donde ocurrió el ataque de los cuervos. Recordé cada graznido, cada grito, los vidrios rotos y las telas flotantes. También a Sara y a su látigo, a su expresión de dolor y a su ira.
—¿Tienes frio? —inquirió Andrew al ver que me estaba frotando las manos.
Dejé mis manos quietas, manos sin cicatrices, como si ese momento horrible nunca hubiera pasado.
—No. Es solo que estaba recordando la última vez que vine con Sara.
—¿Te refieres al día en que nos conocimos?
—¿Cómo sabes que ese día había estado aquí?
—Dejaste la moto aquí. Tuve que venir por ella esa noche.
Me miró luego de echarle una última mirada a la plaza llena de gente, de familias, de amigos y de parejas comiendo, riendo y charlando. Aquel escenario se veía lejos de mí, como una pantalla o una película.
Sacudí la cabeza y le extendí a bolsa con su chaqueta a Andrew. Él la miró dudoso por un segundo, como si no la reconociera.
—Es la chaqueta. El día que nos conocimos, en el parque, me diste tu chaqueta y quedó hecha tirones. Tardé semanas en repararla y cuando lo hice siempre olvidaba devolvértela. La cosí y la lavé, no está como nueva, pero quería devolvértela.
Él la recibió, pero no la revisó, en lugar de eso tan solo me miró. Sus ojos tan oscuros como mi cabello aun conservaban ese brillo filoso.
—No tenías que repararla.
—Lo sé, pero quería hacerlo. No sé si ya lo hice, pero en verdad agradezco tu compañía estas semanas. —Tomé aire, evité sus ojos cuando hablé—. Tu presencia me ayudó a dormir la primera noche, tu compañía me dio la seguridad para salir de mi habitación luego de ese día. Gracias por estar a mi lado, aunque te enfadaras conmigo, y por salvarme la vida en ese parque. Sé que no soy tu persona favorita y que no lo hacías porque te gustara ser mi niñera, pero... para mí... significó más de lo que crees saber que estaba a salvo.
Esperé una respuesta igual de sincera que mis palabras porque sabía que esa era nuestra despedida, que él no me diría nada delante de los demás y que muy probablemente no volvería a verlo cuando la misión terminara.
Pero esa respuesta nunca llegó porque Andrew se quedó en completo silencio. Y luego tan solo caminó. No me miró de nuevo, no hizo ningún gesto y ni siquiera susurró mientras caminaba hacia el estacionamiento.
¿En qué demonios pensaba cuando se quedaba callado? Al menos debió decir gracias por la chaqueta.
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