Prólogo
El bosque estaba cubierto por una niebla espesa y ominosa que parece devorar toda la luz. Los árboles retorcidos y los murmullos de las diversas criaturas hacen el ambiente aún más inquietante. Las plantas de sus pies golpeaban el suelo con suavidad en un ruido sordo. Nuevamente a hacer su trabajo, no estaba solo, tenía algunos compañeros con la misma meta esa noche. Con apuro, los kakushis llegaron donde los restos de una feroz batalla entre cazadores de demonios y demonios yacen dispersos por todas partes. Había unos civiles heridos dejados en el olvido, esperando por ser atendidos. Con organización, cada quien acotó una tarea, ya sea atendiendo lastimados o limpiando el desastre.
El más joven de los kakushis limpiaba el recuerdo de una pelea, analizando cuidadosamente el lugar. El bosque se sumergía en un silencio sepulcral, solo roto por el susurro de hojas movidas por la brisa nocturna. La luz de la luna se filtraba entre las ramas, creando patrones de sombras danzantes en el suelo cubierto de hojas caídas. El aroma de la tierra mojada y la vegetación llenaba el aire, mezclado con un sutil olor a sangre y metal. Aquel líquido rojo vital para el ser humano siempre dejaba al joven paralizado, aún no encontraba la manera de sobrellevarlo. Una vez más uno de sus compañeros tuvo que hacer esa parte por él. Había visto sangre en diversas ocasiones, incluso de sus seres queridos y él mismo. ¿Por qué simplemente no se acostumbraba?
Soltó un gutural suspiro volviendo a su labor. Era admirable el cómo los cazadores de demonios arriesgaban su vida por los demás. También era aterrador. Esta batalla fue perteneciente a un grupo de hinotos, no quería ni imaginar cómo sería la pelea con un pilar. ¿Sería una tarea fácil para ellos? ¿Los demonios encomendados tendrían fuerza descomunal? De solo pensarlo sentía un escalofrío. La tarea es ardua y desalentadora, aún así él quiere más. ¿Cómo podría él aventurarse como cazador de demonios si el solo ver estas escenas le bajan mucho la moral? El no es valiente, tampoco fuerte, solo aparenta serlo de carácter, pero eso pareció desmoronarse desde hace tiempo. Lo único que lo movía a seguir ese "sueño", si podría llamarse así, era su gemelo, Muichiro. Muichiro era un pilar, un prodigio de hecho, por más fuerte que ahora fuera, tenía la necesidad de cuidarlo, después de todo, solo era su hermanito pequeño.
Cada día se siente más desmotivado a cumplir su objetivo, no puede evitar repudiar a su persona por no tener las agallas de ser un cazador común y corriente. Él sí pasó la selección final, en teoría tiene lo necesario para enfrentarse a un demonio, incluso puede manejar una respiración. El miedo lo retenía, cada pensamiento y acción se ve restringido por el miedo, que actúa como un grillete invisible que impide avanzar. ¿Tal vez perder un brazo fue su limitante? ¿O que tal el sentirse más débil que su hermano? ¿Muichiro siquiera lo seguía necesitando?
Agitó la cabeza una y otra vez, como si pudiera desterrar las negativas que asaltaban su mente. Junto a sus compañeros, emprendía el retorno a sus respectivos destinos: algunos se encaminaban hacia nuevas misiones, otros hacia la finca de las mariposas, y unos afortunados tenían la tarea de limpiar las propiedades de los pilares. En cuanto a los más cercanos a su confianza, incluido Yuichiro, se dirigían hacia la finca de Oyakata-sama. A pesar de sus renuencias, ahora conformaban su familia, una verdad que Yuichiro se resistía a aceptar, aunque Amane no le daba opción.
Quizás aquella mujer no era tan vil como Yuichiro la había pintado. Después de todo, los había cuidado a él y a su hermano durante un par de años, tratándolos como sus propios hijos sin mostrar favoritismos. Se preguntaba si había sido demasiado duro con ella, si se había negado a escuchar su versión de la historia. Sin embargo, no podía ignorar las reservas que había sentido desde el principio, cuando se conocieron. Aunque Amane había sido generosa y afectuosa con ellos, sin esperar nada a cambio, Yuichiro no podía perdonarle por permitir que su hermano siguiera el camino de los cazadores.
No valía la pena seguir molestándose y culpándola a ella por eso en este punto. Lo único que podía hacer era velar por su hermano, o al menos intentarlo.
Los días parecían deslizarse entre los dedos de Yuichiro, cortos y veloces, una repetición monótona de lo mismo una y otra vez. A veces, lograba encontrarse con su hermano después de que completara algunas misiones. Sin embargo, cada vez que lo veía, una oleada de pena lo invadía al observar la expresión vacía en su rostro, como si no hubiera nada ni nadie que lo impulsara a vivir. La impotencia lo embargaba al darse cuenta de que no podía hacer nada por su hermano, paralizado por su propia cobardía.
Uno de esos muchos días se le fue asignado el ir a ayudar a la Finca Mariposa. La pilar del insecto no había solicitado su presencia,solo fueron azares del destino el que le encomendaran ir allí. Conocía a Shinobu, no era cercano a ella, aunque la joven pilar intentaba sacarle plática, ella solía atenderlo durante los primeros días después de su inconsciencia, posteriormente corroboró con su terapia. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, la joven Hashira había encontrado un lugar en su corazón. La mayoría del tiempo, su semblante dulce y amable era un refugio, pero había algo en ella que le infundía temor y desconfianza, un misterio aún por desentrañar. Shinobu no solo había cuidado de él, sino también de su gemelo, Muichiro, y eso bastó para que Yuichiro le otorgara su respeto.
Yuichiro estuvo ayudando con algunos deberes a Aoi, Naho, Kiyo y Sumi. Su intento por atender heridos dió resultados a medias, todo parecía genial con sus primeros pacientes, algunos raspones, torceduras, huesos rotos, efectos no deseados de las técnicas de sangre demoníacas, pero se volvió difícil para el joven en cuanto le tocó atender a una persona en específico, llegó muy herido, podía ver el fémur traspasar su piel, al igual que el músculo quedaba al descubierto, el fétido aroma no era mejor. Yuichiro miró con repulsión la escena, quedándose congelado, su estómago se revolvió, como si una helada y gélida mano revolviera sus entrañas sin compasión alguna.
Se quedó estático ante la imagen, escuchan sus propios latidos retumbar como tambores en sus oídos. Sentía como si de repente, por fracción de minuto, se desconectara de la realidad, estando en algún lugar divagando en su traicionera mente. Si esa era su reacción ante una herida así, ¿qué haría empuñando una noble estaba pisando tierra de batalla?
Aoi miró exasperada al menor, arrugando sus cejas, y soltando una exhalación notoria y llena de pesar. —Hazte a un lado.— Dice sin tacto alguno, como si ella nunca hubiera enfrentado lo mismo, sacando de su shock a Tokito. La chica, con fervor y experiencia, empieza a tomar cartas en el asunto, manteniendo la situación bajo su control y comando. —Deberías hacer mejor el almuerzo.— Sugiere en un tono demandante.
El niño parpadea un par de veces, pasa su mano por su rostro enmascarado intentando apaciguar sus emociones. Sin decir nada sale de la habitación llena de gritos de agonía, la anestesia aún no servía efecto. Conociendo el camino, mueve sus pies directo hacia la cocina, mientras su mente empezaba a tejer una sarta de pensamientos de repudio e impotencia a su propia imágen. Era algo simple, ¿por qué no simplemente se armaba de valor para tratar con algo así? Aoi, Naho, Kiyo y Sumi lograban hacerlo sin problema alguno, eran diestras en la actividad, sanaban heridas con tranquilidad todos los días, eso a pesar de que las últimas tres eran niñas menores que él. Amane y sus hijas lo habían cuidado más de un año, curando su muñón cuando estaba en un estado hediondo y a nada de infectarse, además, cuidaba de Kagaya, el pobre hombre parecía que en cualquier momento sería un cadáver viviente, y no solo eran predicciones de Yuichiro, había escuchado al doctor decirle que pronto su cuerpo no lo soportaría más, aún así, Ubuyashiki se aferraba a la vida. Shinobu no se quedaba atrás, para Yuichiro era una mujer increíble, no solo era la médico mejor capacitada de la finca mariposa, si no era una talentosa pilar, habilidosa y valiente.
Yuichiro quería superar ese temor que consumía su alma, quería aventurarse en aquella guerra sin fin oculta para los civiles. Quería ser fuerte, ser de ayuda para su hermanito. Aquél sentimiento de impotencia, parecía ser absorbido por la comida, lanzando los ingredientes con precisión en una danza maestra de su mano, bullendo en una melodía de olores y sabores. El cocinar era terapéutico, era una creencia heredada de su madre. De niños, mientras Muichiro prefería ir a recolectar los ingredientes con su padre, a Yuichiro le gustaba ayudar a su madre con la comida. Simplemente los olores, las texturas, el ver a su madre moverse con delicadeza y maestría, cocinando con mucho cariño para su familia. Él no se cansaría de cocinar jamás, era una forma de mantenerla viva.
Los colores de los aromas envolvían la cocina, escapando hacia los pasillos, un aroma a hogar. La bruma de emociones poco a poco se fue disolviendo, dejando nuevamente la paz y tranquilidad momentánea en él. Con sus manos le daba su forma tan característica a los onigiris de forma delicada y precisa. A veces cocinar era lo único que necesitaba, era su medicina para la niebla de emociones que tenía en su cabeza.
1605 palabras
04 de agosto de 2024
Espero les guste, este es el fanfic reescrito, y aunque me esforcé mucho reescribiendo esto, no pude dar más xd.
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