XXXIV. El Interrogatorio y el Cuervo
CAPÍTULO XXXIV:
EL INTERROGATORIO Y EL CUERVO
Sabía que al momento en que ayudara a Naruto esto pasaría, y aún así no le había importado. Lo había ayudado y no se arrepentía de haberlo hecho.
No le importaba si la Hokage le había gritado por diez minutos, sobre el cómo es que podía ser tan insensata, que por qué no había seguido sus órdenes, que nada de esto estaría pasando si tan solo hubiese hecho caso. No, no le importaba, porque estaba feliz de haber sido útil y evitar que alguien saliera lastimado y que luego Naruto se sintiera miserable por eso.
Regaño tras regaño ella no se molestó en responder una palabra, después de todo no era como si a Tsunade o a alguien le interesara qué era lo que tenía para decir en su defensa, estando demasiados enfocados en lo que hizo.
Había sido capaz de detener a Naruto antes de que las cosas empeoraran, previniéndolo de transformarse en su estado más letal, pero por algún motivo en vez de que le dieran las gracias, le gritaban que era una tonta.
¿Una tonta por querer ayudar a su amigo?
El Consejo de Ancianos arribó poco después de su llegada a los despachos de la Hokage, se veían casi sin aliento, como si hubiesen corrido hasta allí. Debían sentirse tan satisfechos consigo mismos al haber predicho la situación, pensó Sakuma.
Así que ahí estaban, la Senju discutiendo una vez más con ese Consejo que tanto había despreciado a su madre en el pasado, y que ahora en el presente redirigían ese sentimiento hacia ella, sin ningún otro motivo más que el ser la hija de su madre.
Sakuma no miraba a nadie en particular, tratando de mantenerse calmada al otra vez oír a los adultos discutir como si ella no estuviese en frente.
Su padre estaba fuera, podía oírlo caminar de un lado a otro desde su lugar en la silla en la que la Hokage le había obligado a sentarse. Aún recordaba el rostro de preocupación con el que la recibió una vez había salido de la mente de Naruto, al que ella tuvo que atrapar en sus brazos al caer inconsciente. Él sabía que debían de reportar lo sucedido, y sabía que no traería nada bueno. Sakuma estaba de acuerdo.
—¡La División de Inteligencia no es una opción, ya cierra la boca, Danzō! —explotó la mujer, harta de que aquel vejestorio sacara a la luz nuevamente aquella idea.
—¡Tsunade, Danzō es un miembro importante del Consejo! —Koharu, la anciana, exclamó ofendida—. ¡Dirígete hacia él con respeto!
—No se preocupe, Koharu. Es comprensible su comportamiento, teniendo en cuenta que se habla de esta niña a la que tan desesperada está por encubrir —la "tranquilizó" Shimura.
—¡Yo no encubro a nadie porque nada malo se ha hecho!
—¡La chica ha podido calmar a la Bestia de las Nueve Colas! ¡Sin duda Uchiha Fumiko ha dejado conocimientos en ella! —replicó el anciano de gafas, Homura.
—¡Lo único que ella hizo fue salvarnos a todos del Zorro de las Nueve Colas! ¡Naruto había perdido el control, Yamato no estaba en condiciones de detenerlo! ¡No es una criminal, no merece ser llevada a ese lugar!
—¡¿Y cómo es que sabía que el sharingan funcionaría, ah?! ¡Según tú ella apenas y tiene conocimiento sobre los Uchiha!
Tsunade abrió la boca, dispuesta a replicar, cuando entonces unas manos impactaron contra la mesa en un estruendo que desvió la atención de todos.
—¡Ya basta! —bramó Sakuma. Su padre, fuera de la oficina, se exaltó también al oír su voz—. ¿Tanto miedo me tienen? Bien, llévenme allí, interrógenme. Nada me dará más placer que ver sus arrugadas caras cuando se den cuenta que no hay nada en mi mente que amenace Konoha, porque yo no soy ninguna traidora.
—Sakuma, cierra la boca. No sabes lo que dices —gruñó entre dientes la mujer.
—No, no lo haré —la miró decidida, haciendo que la mujer apretara los labios con enojo—. Lo único que han hecho todos ustedes es acusarme, jamás escucharme. ¿Creen que mi madre es una desertora que traicionó a su aldea? Bien, que así sea. Pero no piensen por un segundo que yo soy en algo parecida. Así que háganlo, interrógenme, me da igual. Ya me tienen harta.
Las caras de los del Consejo parecían contener la furia e indignación ante tan irrespetuosas palabras, mas no emitían palabra alguna al finalmente haber conseguido lo que querían. En cambio, la Hokage estaba boquiabierta.
Todo el esfuerzo que había empeñado, para que la menor de los Hatake no fuera a ese lugar, se había ido a la basura en un ataque de locura de la chica. La División de Inteligencia era un lugar donde acudían criminales, no chicos inocentes como ella. El personal de allí pocas veces eran piadosos—tal vez con excepción de Yamanaka Inoichi— y sabía que si Danzō estaba allí, sacaría el máximo provecho ahora que poseía a la hija de Fumiko.
No se detendría con simples sueros de la verdad, no. Querría indagar en lo más profundo de su mente, ante la más mínima posibilidad de que algún genjutsu estuviera ocultando información. Podría llegar a lastimarla y era evidente que nada le daría más placer que eso.
Danzō se puso de pie, con una sonrisa siniestra en el rostro que trataba de ocultar, haciendo un pésimo trabajo.
—No estoy de acuerdo con esto —siseó la Hokage al verlo aproximarse a la menor.
—Creo que todos oímos que ella cedió a hacerlo —dijo el anciano, satisfecho—. Además, si de verdad tienes razón y la niña es completamente inocente, no tienes nada de qué preocuparte, ¿cierto?
Tsunade apretó los puños, sin responder, solo observando cómo el hombre de abundantes vendas tomaba a la Hatake del brazo. Sakuma lo miró desafiante, pero no pronunció palabra.
—Supongo yo que la reunión ya terminó. Las medidas a tomar con respecto a Hatake Sakuma serán discutidas luego de su interrogatorio —declaró el Shimura, mirando con superioridad a la Senju que se había quedado sin argumentos. Con la voluntad de Sakuma no había nada que ella podría hacer para evitar su destino.
El resto del Consejo se puso de pie, y cuando las puertas se abrieron, Hatake Kakashi los esperaba del otro lado.
El peliplateado estaba de pie justo delante de Danzō y su hija, su mirada ya no era la misma que siempre traía, notó ella. No era una serena, no era una divertida o una despreocupada. Era una mirada fulminante, que lo hacía ver cómo si estuviera a punto de cortar la mano del hombre que la sujetaba del brazo.
—Hatake Kakashi, tiempo sin hablar —sonrió el ex-líder de Raíz.
—¿A dónde lleva a mí hija? —soltó, sin molestarse en regresar el falso saludo del hombre.
Sakuma, quién desconocía el tono frío con el que su padre se dirigía a su superior, abrió los ojos al oírlo llamarla por primera vez de esa manera: hija.
—Oh, Sakuma se ofreció a ser interrogada por la División de Inteligencia —dijo, asegurándose que su satisfacción se oyera con claridad en sus palabras.
—¿Que tú hiciste qué cosa? —se dirigió ahora a ella, alzando unos volúmenes su voz.
—Es la única manera de que me dejen en paz —respondió, repentinamente callada ante el tono serio de su padre—. Y puedo caminar sola, gracias —sacudió su brazo fuera del agarre del hombre.
—Ella no sabe lo que dice —habló nuevamente Kakashi, alzando la mirada hacia Danzō—. Desconoce todo lo referente a esa División. Yo soy su padre, y opino que no vaya.
—Pues el Consejo y la Hokage ya aprobaron la decisión —alzó una ceja el de las vendas—. ¿O acaso tiene una objeción con respecto a la toma de decisiones de sus superiores?
Kakashi endureció la mirada, al igual que la tensión en sus músculos que se contenían de apartar a Sakuma lejos de aquel hombre.
—No, señor —se forzó a decir. Esas palabras parecieron saber a tierra en su boca al decirlas.
—Bien, entonces... —habló, tomando el bastón que había posado bajo su brazo vendado para poder sujetar a la Hatake—. Sígueme, Sakuma.
La mirada de ambos Hatakes se prolongó. La del padre con preocupación y enojo, enojo por no poder hacer nada al respecto y proteger a la persona que tenía enfente. Y la de la hija en una silenciosa disculpa al no haber podido seguir soportando todo aquello y finalmente haber accedido.
—¿Joven Sakuma?
Su conversación silenciosa fue interrumpida por la cínica voz del Shimura, quién esperaba más adelante.
—Lo siento —musitó la nombrada a su padre, antes de seguir al hombre fuera del Edificio Hokage.
(...)
Sakuma no estaba nerviosa. No solo porque no tenía nada que ocultar, sino porque luego de haber sido secuestrada y torturada, y haber estado en presencia del mismísimo Zorro de las Nueve Colas, podría decirse que sus nervios ya eran de acero. Ni siquiera la situación en la que se encontraba podía cambiar eso.
La habitación era cerrada, oscura. En ella solo habían una mesa y una silla, en la que ella estaba situada, siendo iluminada por una única bombilla que colgaba del techo.
Frente a ella, de pie, se hallaban Danzō junto a otro hombre de aspecto sombrío y dos notorias cicatrices cruzándole el rostro. Él se había presentado a sí mismo como Morino Ibiki, antes de inyectarle el suero de la verdad.
Ante la vista de la jeringa, Sakuma se tensó, recordado que las últimas veces que le habían inyectado algo las cosas no habían salido bastante bien. Aún así, reprimió el recuerdo y mantuvo la compostura.
Ibiki se había encargado del interrogatorio, la mayoría de las preguntas eran respecto a su madre, otras sobre Orochimaru, y todas fueron respondidas con la verdad por parte de la adolescente.
Sin embargo, al contrario de lo que esperaba el ex-líder de Raíz, la verdad no era nada reveladora. La menor no sabía nada acerca de su madre que podría llegar a usar en su contra o en contra de la aldea, y eso le enfurecía. No le parecía posible que no hubiese nada en ella, no cuando su madre había sido Kimi.
Ella había sido tan meticulosa que puso un sello en su propia hija para que su sharingan no llamara la atención, e incluso mentido acerca de su identidad para que no descubriera su pasado como el Fénix de Konoha y así evitar los ojos del Consejo puestos en ella. Y por todas esas razones, sabía que Sakuma debía tener información importante, ¿sino para qué hacerla invisible? No podía correr el riesgo.
—La llevaremos con Inoichi —dijo Danzō cuando las ambos hombres se encontraban ya fuera de la sala de interrogatorios.
El Jōnin lo miró. Su semblante era tan duro como la piedra del suelo bajo sus pies.
—No creo que sea necesario. Parece que la niña de verdad no sabe nada —opinó. No la estaba protegiendo, solo decía la verdad.
—¿Y tú qué sabes? —espetó—. Puede que tenga alguna clase de genjutsu protegiendo sus recuerdos.
—¿Genjutsu? ¿Dice que ella puede ser capaz de un genjutsu más poderoso que el suero de la verdad? —cuestionó.
—Ella fue capaz de detener al Zorro. Creo que podría ser capaz de un genjutsu poderoso.
—Aún así cr-
—¿Estás desobedeciendo mis órdenes? —lo cortó el de bastón.
Ibiki frunció el ceño. Sus labios eran una sola línea.
—No.
—Entonces avisa a Inoichi.
Morino no respondió, solo asintió y se retiró de allí en busca del Yamanaka, regresando no mucho después.
—¿Ya puedo irme? —preguntó la Hatake apenas los tres Jōnin ingresaron a la habitación. Su mejilla estaba apoyada en su puño y su expresión era una de total aburrimiento. Su dedo índice golpeateaba distraídamente la mesa de metal.
—Aún no —respondió Danzō.
—¿Por qué no? Ya respondí todo lo que preguntaron —frunció el ceño, su golpeteo deteniéndose al instante.
—Así es. Pero no fue suficiente —dijo, para luego dirigir una mirada al hombre de cicatrices y su compañero Yamanaka.
—¿Qué quiere decir? —se puso de pie, cuando ambos hombres avanzaron hacia ella.
—No se puede estar totalmente seguro si ocultas algo o no detrás de algún genjustu —explicó el anciano.
—¿Qué clase de estupidez es esa? —espetó—. No me toquen —retrocedió cuando quisieron sujetarla.
—No es ninguna estupidez —habló mordaz, comenzando a perder la paciencia—. Entraremos en tu mente y veremos todo.
Los ojos de la Hatake viajaron entre Ibiki e Inoichi de pie frente a ella, sintiendo su espalda chocar contra la pared al haber estado retrocediendo sin darse cuenta. La idea de que alguien estuviera dentro de su mente, fisgoneando, no le gustaba para nada. No quería eso.
—Yo no accedí a esto. Quiero irme. Ahora —habló firme, furiosa, mirando al Shimura con intensidad.
Ella había accedido, solo por eso estaban allí. Por lo que así como se había ofrecido para aquello, también podía oponerse.
Pero al ex-líder de raíz poco le importaba.
—Inoichi —llamó Danzō.
—Jutsu: Destrucción de Mentes —citó, sus manos formando un rectángulo entre ellas.
Entonces, su cuerpo dejó de responderle. Trató de mover los pies, las manos, los dedos, incluso pestañear, pero aunque su cerebro sabía cómo debían sentirse esos movimientos, cómo funcionaban, sus músculos no ejecutaban la orden. Su cuerpo ahora era ajeno a sus deseos y eso la hizo entrar en pánico. Era prisionera de su propio cuerpo.
—¿Q-Qué...? ¿Qué me pasa? —logró murmurar en un gruñido, esfuerzo notándose en cada sílaba.
Nadie le respondió, solo avanzaron hacia la puerta. Y cuando ella también los siguió a pesar de querer con todas sus fuerzas huir de ahí, sabía que estaba bajo la merced del hombre que más la odiaba y no había nada que pudiese hacer al respecto.
(...)
Uno tras otro sus recuerdos pasaron ante sus ojos en un flash de imágenes que no solo lograban causarle náuseas, sino también una increíble jaqueca. Sentía que su cabeza explotaría, no, sentía como si ya lo hubiese hecho, y el zumbido en sus oídos solo empeoraba su agonía.
Sentía que habían pasado días, cuando en realidad sólo transcurrieron minutos, y es que los recuerdos de toda su vida —incluso los que ya había olvidado— aparecían frente a ella, retrocediendo cada vez más a una velocidad que sus ojos eran incapaces de seguir.
Quería gritar, gritar y patalear para poder huir de la tortura a la que la sometían, pero todo era inútil al no ser capaz de hacerlo ni tener la habilidad suficiente para escapar de aquel genjutsu. Desconocía cómo hacerlo, pero sin duda podría detenerlo si lo supiera.
Recuerdos felices, recuerdos dolorosos, recuerdos tristes. Cada uno de ellos se mostraban nuevamente ante los ojos de ella, donde la mayoría de ellos la torturaban al no ser los más placenteros de recordar.
Las pesadillas, los días solitarios, la muerte de su sensei, la muerte de su madre, todos aquellos días de luto e incluso los días en los que cuidaba de ella al su enfermedad haber agravado. No eran memorias del todo placenteras de rememorar.
Pero cuando Yamanaka Inoichi llegó hasta los recuerdos de los que ella no tenía ya conciencia, vio algo que le hizo dejar de luchar y prestar atención.
Era su madre, se hallaba agachada en la pradera cerca de su casa, con su pequeño cesto donde guardaba las hierbas medicinales que recogía para emplear luego en sus medicinas para cesar su constante agonía. Vestía una larga capa, la que siempre utilizaba al salir de la casa con una capucha que alejaba su rostro de ojos ajenos, se veía igual de hermosa que siempre. No obstante, eso no fue lo que a Sakuma le había hecho detener sus esfuerzos de huida. Sino la lejana figura que también llamó la atención de su madre.
Las manos de Fumiko se detuvieron, su cuerpo irguiéndose lentamente a medida que la oscura figura se acercaba a ella hasta detenerse a unos metros. Se miraron unos extensos segundos en los que los pies de la Uchiha avanzaron temblorosos, mirando al chico como si se tratara de una alucinación, para finalmente envolverlo en con sus brazos con su capucha deslizándose fuera de su cabeza por lo ansioso de la acción.
El joven no devolvió el abrazo de la hermosa azabache, no porque no quisiera hacerlo, solo que parecía que sus fuerzas no eran las suficientes. Por lo que en retribución, se dejó recargar en la pequeña figura de ella, permitiéndose consolar por su familiar aroma. Aún luego de todo ese tiempo, ella era la única que podía hacerle sentir mejor, que lo hacía sentir amado, y eso era algo que necesitaba luego de lo que acababa de hacer.
Pasó un minuto antes de que finalmente se separan. Las manos de su madre tomaron el rostro del chico con el que compartía los mismos ojos, sus dedos apartando las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Sus labios se movieron con palabras de consuelo fluyendo por ellos.
Entonces la escena se fue haciendo más y más cercana, y Sakuma se percató entonces que ella era la que se acercaba con pasos torpes.
—¡Mami! —se oyó a ella misma hablar. Su voz era la de una pequeña niña y la risa que brotó de su garganta era igual de infantil.
Ambas personas la vieron correr hacia ellos entre tropiezos, siendo sacados abruptamente del emotivo momento en el que por fin se reencontraban luego de años separados.
Sus figuras eran altas a comparación de la suya, parecían gigantes, por lo que Sakuma dedujo que ella no podía tener más de dos años. Sin embargo aquella diferencia de altura terminó cuando al extender sus pequeños brazos su madre la alzó del suelo.
—Su nombre es Sakuma —oyó la dulce voz de su madre dirigirse al muchacho.
Entonces la pequeña Sakuma lo miró por primera vez, y la Sakuma mayor lo reconoció de inmediato.
El muchacho también la observó, su expresión siendo una maravillada al verla. Sus irritados ojos viajaron desde su adorable vestido azul cielo hasta la melena plateada que apenas le llegaba bajo las orejas. Sus rosadas rodillas estaban llenas de banditas a causa de sus constantes caídas al ser más rápida de lo que sus reflejos le permitían controlar.
—Es... Es hermosa —murmuró. Lágrimas aún seguían retenidas en sus ojos, sostenidas por el joven que no quería dejarlas caer.
Una risa brotó de la garganta de la pequeña que logró provocar una rota sonrisa en el rostro del joven.
—Sakuma, amor, él es Itachi —dijo su madre, su voz siendo más clara y aguda al dirigirse hacia ella, en un típico tono maternal.
—¡Itadi! —aplaudió ella.
—Es un placer, Sakuma —murmuró conmovido, pasando una mano por su corto y suave cabello plateado.
—¡Itadi! —repitió, ahora extendiendo los brazos hacia él.
Los ojos de Itachi fueron hacia los de su hermana, pidiéndole permiso con ellos. Ella asintió con una sonrisa y entonces las manos del Uchiha la tomaron con delicadeza y la alzaron hacia él.
La pequeña Sakuma volvió a reírse, llevando las manos al rostro del chico y tocándolo torpemente, haciendo que él arrugara la nariz al ella apretársela. La niña rió más fuerte ante eso, antes de acariciar su cabello, imitando el gesto que él había tenido con ella. Su cabello azabache hacía contraste con la palidez de sus pequeñas manos.
—Siempre le caíste mejor a los bebés que a las personas—dijo divertida la Uchiha.
Y con la sonrisa de él fue que aquel vago, casi extinto recuerdo que había ya desaparecido de su conciencia, terminó y pasó hacia el siguiente. Sakuma ahora sabía porqué era que aquella vez, cuando él la salvó, se había sentido a salvo.
Ahora ella estaba sola. El cielo estaba teñido de un hermoso color rosa al atardecer ya estar presente en él y ella jugaba en la misma pradera. Sus manos estaban repletas de flores que había estado recogiendo con la esperanza de que hicieran a su madre sentirse mejor al últimamente no haberse casi levantado de su cama. Sakuma tenía tres años.
Estaba distraída, tratando de contar cuántas flores tenía, siempre confundiendo el seis con el siete y teniendo que volver a empezar, cuando una sombra voló sobre ella.
La pequeña levantó la mirada y notó que se trataba de un ave negra que volaba sobre ella.
—¡Pajadito! —se levantó con prisa, extendiendo las manos hacia él como si pudiese alcanzarlo.
El cuervo soltó un graznido antes de aterrizar en el suelo frente a ella. Sakuma sonrió, con una expresión juguetona apareciendo en su rostro antes de lanzarse hacia el animal, buscando atraparlo. Él emprendió vuelo, haciendo que ella inmediatamente saliera detrás de él.
—¡Hey, no huyas! ¡Eso es grosero!
El cuervo volvió a graznar, haciendo que Sakuma riera al creer que le había respondido. Su persecución duró unos cuantos minutos en los que ella se divertía persiguiéndolo, hacía mucho que no jugaba de esa manera, no desde que su madre se cansaba de tan solo trasladarse de la cama hasta el baño. Por lo que aquello, para ella, era el momento más divertido que había tenido en meses.
Tanta era la diversión que no se percató muy bien de lo empinado del terreno hasta que tropezó con una piedra y cayó. Chilló asustada al tiempo que su pequeño cuerpo rodaba en dirección desconocida, incapaz de detenerse. Cuando entonces, se detuvo.
—Te tengo, pequeña —escuchó a alguien decirle.
Sakuma solo se echó a llorar sin siquiera abrir los ojos para ver de quién se trataba, inmediatamente rodeando a la persona con sus brazos. Estaba asustada por la caída y triste de haber perdido el regalo de su madre.
Una mano se deslizó por su espalda repetidamente, susurrando shh's para tranquilizarla, hasta que sus sollozos se calmaron.
Sakuma se apartó, sorbiendo la nariz.
—¿Itadi? —preguntó al verlo.
Itachi asintió, con una pequeña sonrisa ante su nombre siendo nuevamente distorsionado por su infantil habla. Ya había pasado un año desde su última visita y aún así ella lo recordaba.
—¿Te lastimaste? —le preguntó, recorriéndola con la mirada y hallando que sus rodillas y codos ahora sangraban al igual que las palmas de sus manos.
—No duele. Soy fuedte —sonrió orgullosa.
—Claro que lo eres —dijo con el mismo tono—. Aún así déjame ver.
Sakuma murmuró quejas por lo bajo, pero aún así dejó que el chico limpiara sus heridas con cosas que ella no sabía qué eran, que había sacado de una bolsa sujeta a su cintura. Ella estaba sentada en el césped, recargada en sus manos, mientras que el azabache estaba acuchillado frente a ella.
—¿Has visto un pajadito negro? Estábamos jugando —preguntó entonces luego de un rato de silencio en los que se distrajo viendo a Itachi curar sus rodillas y manos, desviando la mirada al cielo en busca de su compañero de juegos.
—Oh, sí. Es un amigo mío. Se sintió mal por hacer que cayeras así que vino a buscarme para ver cómo estabas —dijo, haciendo a la niña abrir los ojos sorprendida.
—¿Eres su amigo? —preguntó.
—Así es. Viajamos juntos —asintió.
—Dile que venga más seguido, entonces. Es divedtido.
—Le diré —sonrió levemente—. Ahora, ¿qué te parece si te acompaño de regreso?
Sakuma asintió feliz y cuando Itachi se puso de pie, cediéndole su mano, ella la tomó sin dudar. Itachi la observó, apenado de que por su culpa se lastimara, pero feliz de que, si ese era su último encuentro antes de que ya no pudiera visitarla, al menos haya podido hablar con ella.
Entonces, el escenario desapareció de los ojos de la adolescente Sakuma al momento en que el jutsu llegó a su fin.
—¿Y, encontraste algo? —la voz de aquel despreciable hombre llegó a sus oídos al mismo tiempo que el alivio la invadía.
Sakuma volvía a estar consciente. Inhaló con ansias, pareciendo que había estado ahogándose todo ese tiempo en que el jutsu del Yamanaka había estado manipulándola. Tosió mientras trataba de calmarse a sí misma, abriendo sus ojos entre constantes pestañeos al aún seguir desorientada por la velocidad en que sus recuerdos habían viajado.
El Yamanaka la miró. Su gesto era uno de molestia, no hacia ella, sino hacia su superior por haberlo hecho emplear un jutsu como el suyo en alguien inocente como Sakuma.
No había visto absolutamente nada que amenazara la seguridad de la aldea. Nada.
No había ningún complot como el paranoico de Danzō creía. Solo una niña que había sido hija de una desertora con una familia complicada de la que ella no tenía nada que ver. Había crecido humildemente y se hizo fuerte para ganarse la aprobación de un padre al que no conocía. Llegó a Konoha con ningún otro deseo que no fuese una familia y había vivido felizmente con su padre y amigos. Fue secuestrada, torturada y luego rescatada por un chico que ella en su momento no reconocía.
Nada en su mente significaba un riesgo para Konoha. Ella no tenía información respecto a nada, mucho menos planeaba algo.
Y eso lo enfurecía, porque si al menos hubiese encontrado algo no se sentiría así de miserable por haber utilizado una técnica como aquella en una niña con un corazón tan grande y noble como el de ella.
—No hay nada —respondió—. No hay absolutamente nada.
Sakuma lo miró. Su agotamiento ya se había desvanecido casi por completo gracias a su gran resistencia. Se preguntaba porqué el hombre no mencionaba nada acerca de la escena de su madre con su hermano, o la charla que había tenido con Orochimaru respecto a la posible traición de Konoha hacia su madre, o incluso de sus interacciones con Uchiha Itachi de niña.
—¿Cómo que no hay nada? —espetó furioso Shimura.
—Hatake Sakuma no tiene ningún secreto conocimiento ni nada que amenace la seguridad de Konoha. Es tan solo una niña inocente sin malas intenciones.
Danzō abrió la boca varias veces, como queriendo decir algo pero sin poder emitir palabra alguna. Estaba tan seguro de que aquella niña era la venganza personal de Kimi que no podía creer que se había equivocado todo ese tiempo.
—Ya lo oyó —gruñó la adolescente—. Ahora déjeme salir o yo misma destruiré este lugar hasta convertirlo en cenizas.
El hombre apretó los dientes, rabia corría por sus venas. No podía aceptar aquella humillación. Tendría que darle la razón a la Hokage, y el Consejo se pondría en su contra por lo que hizo al Sakuma ser ahora una "niña inocente".
Yamanaka Inoichi avanzó hacia la chica, liberándola de la silla en la que la habían sentado para leer sus recuerdos, abriendo las esposas que rodeaban sus muñecas y tobillos. Se sorprendió de que ella pudiese ponerse de pie, aún más de que apartara sus manos con resentimiento al él ofrecerse como apoyo para que caminara.
La mirada Danzō se encontró con la de ella. La menor apretaba sus puños con fuerza.
—Ahora que tiene todas sus respuestas, no podrá seguir lo molestándome. Ni usted ni nadie del Consejo —espetó con ira—. Yo seguiré con mi vida, seré cercana con quien yo quiera serlo, saldré de la aldea cuántas veces quiera e incluso averiguaré lo que se me antoje sobre quién fue mi madre y sobre el Clan Uchiha, y no habrá nada que pueda hacer al respecto.
—Eres bastante valiente para hablarle así a alguien como yo —murmuró con desprecio.
—No le tengo miedo —respondió.
—Deberías.
—Yo creo que no.
Danzō se mantuvo serio. Sakuma podía notar lo furioso que estaba aunque su gesto fuese uno inexpresivo. No había conseguido lo que sea que estaba buscando y eso lo volvía loco.
—Sácala de mi vista, Inoichi —ya no podía seguir viendo la mirada de Kimi y de Itachi en los ojos de aquella mocosa.
—Como diga, señor —asintió, para luego indicarle con la mirada a la menor que lo siguiera—. Ibiki y yo reportaremos enseguida a la Hokage los resultados del interrogatorio —informó a Danzō antes de salir de allí acompañado de la Hatake.
No fue hasta que quedó solo que Danzō soltó un rugido, estrellando su bastón contra el suelo.
(...)
—¡¿Cómo es que pudiste tomar esta clase de decisión sin preguntarme primero?! —bramó su padre una vez estaban la casa, lejos de ojos ajenos. El trayecto hasta allí desde la División de Inteligencia había sido dominado con un silencio sepulcral y Sakuma sabía que eso solo podía significar que se venía un regaño como ningún otro. Y había estado en lo cierto—. ¡Ese hombre es un despiadado, y tú caíste en su trampa!
—Ya dije que lo sentía. No voy a decirlo de nuevo —se cruzó de brazos—. Además, ahora las cosas están resueltas.
—Puede que el Consejo ya no estará molestándote, pero debes saber que al hacer esas cosas no eres solo tú la involucrada, no eres solo tú a la que hacen sufrir —su padre suspiró, sentándose en el sofá frente a ella, con los codos apoyados en sus rodillas—. No tienes idea lo preocupado que estaba —cubrió su rostro con las manos.
Sakuma tragó saliva, sintiéndose repentinamente culpable al ver a su padre. Sabía que su decisión era la correcta, pero el ver a su padre en ese estado le ponía mal. Él nunca la había regañado de esa manera, nunca había actuado como lo hizo en el despacho de la Hokage. Kakashi no era ese tipo de persona.
—¿Estás segura que te encuentras bien? —preguntó como por décima vez ya, dejando caer las manos fuera de su rostro y entrelazándolas entre ellas. Se veía ahora más calmado.
—Sí —asintió—. No fue doloroso, solo... incómodo. Comparado con la ruptura del sello, no fue nada.
Kakashi soltó otro suspiro. Hacía eso constantemente esos días a causa de la preocupación que Sakuma le causaba. Si seguía así envejecería treinta años por su culpa.
—¿Y Naruto? Lo último que supe de él es que se desmayó encima mía —preguntó curiosa.
—Ah, él está bien. Cuando preguntó dónde fuiste le dije que te sentiste mal y regresaste.
Sakuma asintió, agradeciendo que no le hubiese dicho del interrogatorio.
—La que quiere arrancarte la cabeza es Sakura. Se enteró de lo que hiciste pero parece que te dejará descansar por hoy antes de venir a reprocharte —informó con una sonrisa divertida.
—¿Ah, te parece gracioso? —alzó una ceja—. Adelante, ríete.
—Lo siento —se disculpó, sin deshacerse de su sonrisa.
—Yo... no cenaré hoy. Aún sigo algo mareada así que pensaba ir directamente a la cama —habló un tanto apenada al no acompañar a su padre en la cena.
—Descuida, de todas maneras Asuma me invitó a cenar junto con Gai, Anko y Kurenai. Mañana se va a una misión con Shikamaru, Ino y Choji.
—Tráeme postre —medio sonrió.
—Por supuesto —sacudió su cabello con cariño antes de levantarse—. Sakuma...
—¿Uhum?
—No vuelvas a preocuparme así.
Hubo un breve silencio entre ambos antes de que ella respondiera.
—De acuerdo.
(...)
La puerta delantera se cerró, y esa fue la señal de Sakuma de levantarse de su cama.
La peliplata corrió hacia la cocina sin pensarlo dos veces y al abrir la misma ventana que abrió aquel día cuando encontró aquella pluma negra, sonrió al ver que estaba en lo cierto. Un cuervo negro como el cielo nocturno que ahora adornaba Konoha estaba allí, posado en la baranda de la escalera de incendios, viéndola.
—Sabía que estarías aquí. Tiempo sin verte, pajarito —sonrió.
¡Hasta acá el capítulo! 😏 No voy a comentar nada respecto al final, ustedes ya saben qué se viene.
Danzō al fin consiguió interrogarla, lástima que se llevó tremenda decepción. Pero nosotrxs no porque aparecieron Itachi y Fumiko 😭💙
Itachi es un amor y todos ustedes lo saben 😍 Yo siempre me lo imaginé así con Sakuma. Ella, al igual que Sasuke, le sacan lo tierno, ya'know
Espero que les hayan gustado las escenas y compensen lo aburrido del capítulo al no tener mucho diálogo.
Cómo pueden ver estoy actualizando seguido y es que no paro de escribir y escribir. Así que denme amor ahre
Pero lo malo de escribir rápido son las faltas ortográficas. Así que si ven alguna me avisan ;)
¡Bueno, eso es todo! ¡Hasta el próximo capítulo. Jenn, fuera!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro