XXV. El despertar
CAPÍTULO XXV:
EL DESPERTAR
«¿Alguna vez haz sentido tanto dolor que no te permitía siquiera respirar? ¿Alguna vez haz sentido tanto miedo que sentías que sería tu fin? ¿O tanto odio que consumía tu ser por completo como si estuvieras cayendo en un pozo frío lleno de oscuridad y rencor?»
Todas las estrellas lograban verse esa noche, el clima era cálido y la brisa traía consigo el aroma de la primavera. Nadie dudaría en decir que estaba siendo un día perfecto, no obstante en una habitación una joven azabache tosía dolorosamente para su pecho, empapando ya el quinto paño de las últimas horas en su propia sangre.
Había empeorado, lo sabía. Ya no tenía fuerzas siquiera para mantener sus ojos abiertos y el dolor que le arrasaba el pecho en cada inhalación le era insoportable. No era secreto alguno para ella que seguramente no volvería a ver el amanecer luego de esa noche y, extrañamente, aquello ya no le entristecía como debería. Hace mucho ya lo había aceptado, hace mucho le había aterrorizado y superado.
Había sido separada de su familia, de sus amigos, de su novio, de su hogar y visto tantas muertes y sangre que la idea de la muerte no se comparaba al dolor de todo lo que aquello le provocó. ¿Así que por qué sufrir ante la idea de que todo terminara? Ella ya había hecho todo lo que pudo de sí para acabar con las guerras y, aunque no pudo cumplir con su sueño sabía que otro mejor lo haría, ese fue su grano de arena. Lo único que le dolía era dejar atrás a su pequeña peliplata en un mundo que aún no conocía en absoluto.
—Sakuma, acércate. Déjame verte —murmuró la mujer.
La niña de inmediato dejó la jarra con la que le servía agua a su madre y se acercó a la cama. Kimi sonrió mientras colocaba su pálida mano en el rostro de Sakuma. Apartó con sus dedos el flequillo rebelde y lo colocó detrás de su oreja. Y así estuvo un rato, memorizando cada facción de su hija: sus ojos negros como el carbón pero brillantes como una estrella, sus largas pestañas, su piel blanca, su pequeña nariz, su hermoso cabello plateado. Todo le recordaba a él, a Hatake Kakashi, y eso de cierto modo le apaciguaba el corazón al sentir que al menos algo de él estaba con ella en ese momento.
—¿Mami, qué sucede? —se asustó la niña al notar como sangre comenzaba a brotar de la comisura de los labios de su madre.
—Lo siento mucho, cariño. Mamá ha dependido de ti todo este tiempo.
Sakuma negó con la cabeza.
—¿Te traigo otro paño? ¿Quieres agua? —preguntó sin saber que hacer al verla toser.
Más sangre brotó de sus labios.
—No, linda. Ya no tendrás que hacer eso por mí, ¿sí? —le sonrió con ternura—. Quiero solamente que me escuches, ¿de acuerdo? —esperó a que su hija asintiera antes de continuar—. El destino de uno no se escribe por otro mas que por uno mismo. La tinta son las desiciones que tomas a lo largo de tu vida y la pluma que lo escribe está en tu mano. Nada de lo que hice fue hecho por otro que no fuera yo, así que no hay otros culpables además de mí, recuérdalo.
—Mami, no entiendo —sollozó Sakuma, sujetando la mano de su madre.
—Lo harás en su momento, cariño —acarició con su pulgar su mejilla—. No hagas nada que tú no quieras por más que otros te digan que es lo correcto. Si tú no sientes que lo es, entonces sigue tus instintos. No mientas, nada bueno sale de las mentiras aunque sean las más pequeñas. Haz amigos y seles leal y paciente, ya que muchas veces se equivocan. Esfuérzate y jamás te rindas por más que parezca imposible, nadie llegó jamás a la cima por el camino fácil y duró mucho tiempo, tarde o temprano dependerán de su talento y es ahí cuando la verdad se sabe. Sé feliz, ¿sí, Saku? Sé feliz y sé buena. El odio es algo que ha dominado nuestra familia por generaciones y no quiero eso para ti, ¿puedes hacer eso por mí?
Sakuma volvió a asentir, esta vez con lágrimas en los ojos.
—No llores, linda. No es una despedida. Nos volveremos a ver, te lo prometo —acarició nuevamente su mejilla.
—Pero no quiero que me dejes, mami. No quiero estar sola.
—No, no, no. No te dejaré —negó con la cabeza—. Ven, pon tu mano en mi corazón —sujetó su pequeña mano contra su pecho—. ¿Lo sientes? Late igual que el tuyo, ¿cierto? Es porque son uno mismo, pequeña. Y cuando este ya deje de latir será porque decidió unirse al tuyo. Así es cómo podré acompañarte por siempre hasta que volvamos a vernos.
—¿En serio? —la miró esperanzada.
—Por supuesto —susurró, sintiendo poco a poco al cansancio incrementar—. Mamá te ama, mucho, copo de nieve.
—Yo también te quiero —extendió la mano al rostro de su madre para limpiar con ella la sangre de su barbilla.
—¿Serás fuerte? —preguntó. Un leve gargoteo se escuchó provenir de su garganta.
Sakuma asintió.
—¡Mamá, ¿qué sucede?! —exclamó de repente al oír cómo se ahogaba. De inmediato la enderezó en la cama como pudo—. ¡Mamá!
La azabache arrastró la mirada hacia su pequeña.
—Lo s-siento tanto... —tosió algo de sangre que salpicó el rostro de su hija.
—¡Mami, no me dejes! —suplicó.
La débil mano de su madre se extendió hacia ella, posándose en su nuca para atraerla hacia ella y posar un beso en su frente.
—Será hasta la próxima, mami lo prometió, ¿recuerdas? Y mamá... —comenzó, incapaz de terminar.
Sakuma la abrazó con fuerza, apoyando la cabeza en su pecho.
—No rompe sus promesas —terminó por ella.
Fue en ese momento cuando sintió la mano de su madre deslizarse por su cabello con lentitud en una última caricia, hasta caer sobre la cama tal como cae cualquier objeto carente vida. Los ojos de la niña se cerraron con fuerza al notar que el pulso de su madre había cesado, deseando que aquello fuese un sueño. La desesperación no tardó en invadirle. Por más que dijo que no lloraría, lo hizo. Por más que dijo que no estaría asustada, lo estuvo. Por más que dijo que sería fuerte, no lo fue.
El dolor le abrasaba por dentro y se posaba en la garganta no permitiéndole emitir palabra alguna. Su cuerpo temblaba por los sollozos y el miedo de la soledad. ¿Qué haría ahora sin ella? ¡¿Por qué tuvo que sucederle eso a su madre?! ¡¿Por qué a ella siendo la única persona que tenía en el mundo?!
«¿Alguna vez haz sentido tanto dolor que no te permitía siquiera respirar? ¿Alguna vez haz sentido tanto miedo que sentías que sería tu fin? ¿O tanto odio que consumía tu ser por completo como si estuvieras cayendo en un pozo frío lleno de oscuridad y rencor?»
Entonces abrió los ojos, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Pero aquellos ya no eran los mismos de antes.
Un grito desgarrador escapó de su garganta sin que fuera capaz de reprimirlo.
—Ahí está —se escuchó la voz complacida de Orochimaru—. El sharingan.
—Lo hizo, mi señor.
—No hables tan pronto, Kabuto. Aún no es todo.
—¿Cuánto chakra podría tener sellado?
—Parece que una generosa cantidad —se regocijó el Sannin.
Sus rodillas dolían por estar tantas horas arrodillada frente a la tumba de su madre, más eso no le había hecho dudar en su desición de quedarse allí sin moverse por más que el sol brillara con tanta fuerza sobre su cabello plateado. Y se hubiera quedado allí todo el día si no fuese porque la anciana cascarrabias la había arrastrado lejos del lugar por la oreja, diciendo que estaba muy vieja como para que su madre le tirara de los pies mientras dormía si dejaba que su hija muriera de hambre justo encima de su tumba.
—Traga la comida, vamos —demandó.
—Sabe asquerosa —espetó.
—Lástima, y yo que le había puesto tanto amor en ella —rodó los ojos.
Sakuma tragó la comida con esfuerzo dado que trató de no masticarla demasiado para no sentirle el gusto repugnante, mirando a la arrugada mujer con enojo.
—Ahora, acompáñame —se levantó la anciana del piso cuando la vió terminar con su plato y se alejó de la mesa donde comían. Sakuma no se había movido—. ¿A qué esperas, mocosa? ¿Quieres que te traiga de la oreja nuevamente o que me ponga creativa y te golpeé con un palo?
La niña se levantó a regañadientes. Odiaba a esa mujer por cómo la trataba y eso no iba a cambiar solo porque era la amiga de su madre. Mas teniendo en cuenta que no tenía a nadie más por el momento, decidió hacerle caso mientras recorría por primera vez la choza oscura y sucia de esa mujer.
—¿Hacia dónde me lleva?
—Tú solo cállate y siéntate allí —apuntó a un lugar en la habitación en la que entraron, donde había una silla. Parecía que aquella era una sala de estudio al juzgar por los libreros.
Sakuma arrastró los pies hacia allí. De verdad no estaba de humor. Se sentía pésimo y solo quería volver a donde su madre estaba sepultada para llorar unas seis horas más, pero esa mujer parecía querer arruinar sus planes.
—Ahora, muéstrame —se cruzó de brazos frente a ella.
—¿Qué cosa? —desvió la mirada.
—Soy vieja, no estúpida —aclaró—. Sé que sabes de qué hablo. Muéstrame tus ojos.
Sakuma tragó saliva algo nerviosa. Lo había descubierto al verse accidentalmente en uno de los espejos de la habitación de su madre y se había dado el susto de su vida. Tener ojos de ese color le parecía aterrador a una niña de seis años que no tenía ni idea de qué era. Por lo que creyó que tal vez no debía decírselo ni mostrárselo a nadie por si acaso tenían su mismo pensamiento.
—¿Usted sabe qué es? —preguntó.
—Sí.
La pequeña Hatake volvió la vista al frente y en tan solo un pestañeo dejó ver el iris escarlata con un aspa negra en él. Vió a la anciana suspirar en lamento y extender la mano hacia ella.
—¿Qué hace? —retrocedió Sakuma.
—Hago esto por tu bien, mocosa. Se suponía que tú no poseías el sharingan, no muchos Uchiha lo desarrollan, menos las mujeres. Pero supongo que por quien es tu madre y su familia era muy probable que lo tuvieras —colocó la mano en la nuca de la menor, ignorando su mirada de confusión—. Mucha gente querrá hacerte daño por esos ojos que tienes, así que tendré que sellar ese chakra que los activa.
—¿D-de qué habla? ¿Sellar? —trató de empujarla lejos, siendo incapaz dado a sus débiles fuerzas comparadas con una ex-kunoichi.
—Deja de lloriquear, me agotas la paciencia —la tomó con firmeza por la nuca, impidiéndole que se retorciera demasiado.
—¡Déjeme en paz, anciana! ¡No quiero que selle nada! —bramó pateándola en vano.
—Descuida, no es como si fueses a recordar esto tampoco. No es tan fácil deshacer el sello de un Uzumaki.
Y dicho esto, la niña perdió la conciencia mientras miraba al vacío aún con los ojos abiertos volviéndose nuevamente de color negro.
Ese recuerdo terminó y le dió paso a uno más reciente, con una Sakuma más crecida y fuerte, ahora en el lecho de muerte de la anciana que había pasado a ser su sensei.
—¿Sensei? ¡¿Sensei?!
—No grites, idiota. Aún no he muerto —gruñó.
—No es como que pudiera pensar lo contrario cuando usted ya se ve como un cadáver desde antes de estar muriendo —replicó, oyendo una risa provenir de la mujer.
—Ven, acércate —le pidió la Uzumaki, extendiendo la mano hacia su rostro.
Sakuma obedeció, sintiendo una molestia en el pecho por lo familiar de la situación al día en que su madre falleció.
—Haz sido una mocosa insoportable e impertinente todo este tiempo, no tienes idea cuánto me hace querer quedarme en este mundo solo para darte una buena paliza de vez en cuando, pero la gente muere, incluso una persona tan fabulosa como yo —posó la mano la cabeza de su alumna, acariciando su cabello con pulso tembloroso—. Así que no quiero que estés triste por mí.
La niña bajó la mirada con tristeza.
—Me prometió convertirme en la más poderosa shinobi para enorgullecer a mi padre cuando lo conociera finalmente y que usted me acompañaría. Es de mala educación no cumplir con las promesas —replicó, sintiendo su garganta picar.
—Oye, niña. Yo no soy tu madre. Yo no cumplo la mayoría de mis promesas —se excusó usando su tono cascarrabias de siempre.
—¿Entonces para qué promete cosas?
—Estoy muriendo, dame un respiro, niña insolente —frunció el ceño.
Aquello de que no cumplía sus promesas no era del todo cierto, ya que cumplió con las que le hizo a aquella optimista e insoportable azabache tiempo atrás, de cuidar a su hija si ella no podía y de que en caso de que despertara su sharingan sellarlo urgentemente. También el jamás decirle a Sakuma quién era ella o su familia, ni qué le había sucedido. Todas eran peticiones muy grandes para ella, quién no estaba de acuerdo en ser la mano que decidiera algo tan importante como lo era la identidad de una persona.
—Creciste mucho, ¿sabes? Ya no lloras por los rincones como los primeros tiempos —la miró a los ojos con orgullo en su mirada.
—No es cómo si pudiera con usted haciéndome limpiar su choza todo el día —sorbió su nariz, mirando hacia un lado al sentir las lágrimas acudir a sus ojos.
La mujer sonrió, percatándose de su respiración volverse más trabajosa. Acarició el cabello de la niña con la mano que tenía en su cabeza, antes de situarla en la zona de su nuca. Debía de utilizar lo poco que le quedaba de chakra para reforzar su sello si no quería que volviese a despertar el sharingan gracias a su muerte. Sakuma estaba por viajar a Konoha a conocer a su padre y no podía permitir que aquello sucediera si el lunático de Danzō estaba allí.
—No te atrevas a llorar sobre mi cuerpo. No quiero tus lágrimas arruinando mi mejor kimono, ¿de acuerdo? —dijo, tratando de que no se notara la congoja en su voz.
—Acabó de decir que ya no soy una llorona. Eso no sucederá —trató de fingir reproche.
—Sé una buena niña, ¿sí? Los demás no tienen mi paciencia para soportarte —sonrió.
—Digo lo mismo, anciana —le devolvió la sonrisa con una a medias.
Estuvieron así unos cuantos minutos, casi una hora, hablando sobre nada y molestándose al igual que siempre, hasta el momento en que la anciana decidió fortalecer el sello con la poca vitalidad que le quedaba en su cuerpo y finalmente partir de ese mundo en los brazos de una niña que gritaba su nombre.
—Ahora sí es todo —afirmó Orochimaru, viendo una segunda y tercera aspa aparecer en los ojos de la chica.
(...)
¿Qué... qué demonios fue todo eso? era la pregunta que se hacía la chica una y otra vez mientras estaba en aquella habitación en la que le tenían prisionera.
El primero de sus recuerdos no lo recordaba de ese modo, y el segundo no lo recordaba en absoluto. ¿Su sensei había sido la causa de eso? ¿Alguien podía esconder las memorias de una persona solo con un sello? Se sintió enojada de repente. ¿Quién se creía que era para hacerle eso?
Aunque esas no eran las preguntas que debía hacerse ahora, las que debía hacerse era si Orochimaru tenía razón.
Él le había dicho que su madre era una Uchiha, los de Konoha que ella era una aldeana ordinaria y obviamente ese no era el caso. Ella había heredado el sharingan, después de todo. Por lo que si lo pensaba, hasta ahora, tenía la mitad de la historia del Sannin confirmada. Su madre era una shinobi perteneciente al Clan Uchiha. De ahí a que los de la Aldea de la Hoja le tendieran una trampa y trataran de asesinarla había un largo camino que recorrer para confirmar eso.
Se había dicho a ella misma no considerar lo que ese hombre le dijo como la verdad, pero hasta ahora su historia iba encajando, y recordando las palabras de su madre: «Nada de lo que hice fue hecho por otro que no fuera yo, así que no hay otros culpables además de mí, recuérdalo» ¿Acaso trataba de excusar a Konoha?
Suspiró exhausta de tanto pensar mientras tomaba el tazón de arroz que Kabuto le había dejado. ¿Y si los de Konoha tardaban tanto porque habían decidido abandonarla allí? Bien, ahora estaba siendo paranoica.
—Esto sabe asqueroso —escupió el arroz de regreso al tazón y lo dejó sobre la bandeja en la mesa nuevamente—. Mi sensei cocinaba mejor, y es decir mucho —suspiró recostándose con las manos bajo la cabeza—. Así que el sharingan, ¿uh? —habló consigo misma, mirando el techo.
No sabía casi nada al respecto de esos ojos a excepción de lo que su padre le había dicho una vez, pero por alguna razón podía usarlos a su antojo, comprobó por sí misma al activarlos en múltiples ocasiones. Al utilizarlos en frente de Orochimaru y Kabuto se le hizo extraño el poder ver sus flujos de chakra, pero no tardó en adaptarse a la visión y a la percepción de hasta el más mínimo de sus movimientos. Parecía como si su cuerpo supiera cómo reaccionar ante la posesión del sharingan incluso aunque ella desconociera de su existencia. ¿A eso se le llamaba instinto o subconsciente?
Suspiró nuevamente, harta de últimamente sentirse tan perdida. Un sentimiento similar deben sentir las personas con amnesia cuando recuerdan su vida, supuso ella.
La puerta de la habitación de repente colapsó en un estallido de relámpagos. Sakuma se sentó en la cama con pereza. Estaba a punto de tomar una siesta.
En el umbral se hallaba parado aquel azabache que tenía loquitos a todos en Konoha, pareciendo la ira personificada al juzgar por cómo la veía. Relámpagos provenían de una esfera encegecedora en su mano y recorrían su brazo izquierdo. Sus ojos del color de la sangre la observaban fulminantemente.
La Hatake frunció el entrecejo sin entender a qué venía tanto alboroto. Miró detrás de ella y a sus lados, fingiendo el hacerse la desentendida aunque era obvio que él venía por ella.
—¿Se te ofrece algo? —preguntó.
—Tú... ¿de dónde los sacaste? —masculló furioso.
—¿Ah?
—¡Dije que: de dónde los sacaste!
La menor rodó fuera de la cama cuando el adolescente se lanzó hacia ella. El mueble se partió en pedazos al igual que la puerta lo hizo momentos atrás con el impacto de su chidori.
¿Acaso ese idiota tenía algo con atacarla de esa forma? se preguntó a la vez que retrocedía y miraba al chico con cautela. Sasuke le daba la espalda, con una rodilla en suelo y manteniendo su puño en el hueco del suelo que había provocado su ataque. Parecía querer autocontrolarse para no asesinarla allí mismo.
—No sé de qué hablas —contestó.
Sasuke se enderezó con lentitud antes de darse la vuelta a verla. Antes de que ella supiera que sucedía él había vuelto a atacarla, solo que esta vez su sharingan se había activado y, al igual que la vez anterior, bloqueó la mano que se dirigía hacia su cuello.
Eso pareció incentivar más su deseo de lucha y Sakuma no pudo hacer más que bloquear y esquivar sus golpes un rato más hasta que él logró inmovilizarla colocando la espada en su cuello.
—No volveré a repetirlo, y no te hagas la estúpida. Esos ojos, ¿de dónde los sacaste? —gruñó.
Jujuju, Jenn cortando siempre el momento de tensión.
Bien, hoy finalmente me decidí a escribir la muerte de las dos mujeres más importantes para Sakuma.
Sé que no está muy bien hecho el capítulo pero quería ser breve para no aburrirlas con tanto drama y sentimiento y al final quedó casi sin diálogo todo. De todas maneras en un futuro eso va a reescribirse.
La sensei de Saku era Uzumaki, wee. Lo tenía pensado desde que comencé el fanfic, la verdad y me alegra poder ponerlo aquí ya que nadie jamás preguntó por ella, siendo uno de mis personajes favoritos de los que he creado junto a los compañeros de Kimi.
Sasuke se puso malote. No entiende nada el pendejo, aunque lógico: la pulga plateada que llegó el día anterior que dice ser es hija de Kakashi (aka el roba sharingan) resulta tener el sharingan. Necesita tener una explicación.
Ya escribo el siguiente capítulo, así que no se preocupen no tardaré tanto como en este. Lo que más se me complicó fue escribir las memorias y demás, sino hubiera terminado hace días.
No se olviden dejarme alguna crítica constructiva si tienen alguna, de verdad las apreciaría ya que aún no sé cómo lidiar con tanta trama. Lo hubiera pensado mejor antes y hacer un personaje plano sin vida previa antes de conocer a su interés amoroso como la mayoría de las personas 🙀
Pero bueno, ¡muchas gracias por leer! ¡Jenn, fuera! 🖖
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