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III. El Ninja que Copia

[Aclaración: La casa de Kakashi es efectivamente como la van a leer. Estuve investigando y, por lo que vi y leí, es así. Hasta yo me sorprendí]


CAPÍTULO III:
EL NINJA QUE COPIA

—¡Vamos, Sakuma! No estés así. ¿Dónde está tu Fuerza de la Juventud? —trató de animarla Lee, alzando un puño con convicción.

—La dejé en casa —contestó desanimada.

Rock Lee la miró algo afectado por su humor.

—¡¿Qué te parece si tenemos otro duelo?! —propuso entusiasta.

Ella solo emitió un sonido de negación, mirándolo con su mirada serena.

Ambos descansaban a la sombra de un árbol, ella sentada en una de las ramas más bajas y él de pie, apoyado en la corteza. El azabache había estado intentando que Sakuma estuviera de buen ánimo, sin éxito. El motivo era que ya había pasado una semana y no habían indicios del regreso de Kakashi.

¿Acaso tal vez se había enterado que su hija estaba en la aldea y había decidido no volver? ¿O la Hokage le advirtió y le dijo que no regresara? Esas preguntas se las había hecho muchas veces, pero terminó descartándolas. Ella confiaba en Tsunade y también en que su padre no era un cobarde. O eso quería creer.

No era justo para ella todo eso. Había estado toda su vida sin conocer ni siquiera el aspecto de un padre, creciendo sin una figura paterna, con solo unas cuantas historias que su madre le había compartido de las aventuras de su padre. Y ahora que tenía una oportunidad verdadera de conocerlo, parecía que el mundo se tornaba en su contra. Ya no tenía madre, no tenía sensei, no tenía nada. ¿Era muy difícil concederle el deseo de un padre?

Sakuma suspiró.

Estaba esperando ansiosamente al hombre qué había abandonado a su madre. ¿El tal Kakashi merecía esa espera?

Sintió algo de miedo. Por primera vez desde que su madre falleció, sintió miedo a que la figura concreta que se había establecido como su padre se desmoronara. Y es que era muy probable que él no fuera como ella lo esperaba.

Lo había imaginado valiente, que no le temiera a absolutamente nada y fuerte. Con una sonrisa reconfortante y una voz cálida. Lo imaginaba alto y con los ojos que su madre tanto había amado. Alguien gracioso y también guapo. Una persona amigable. El ninja más poderoso de su aldea y también uno de los más humildes. ¿Tendría demasiado altas sus expectativas?

Podría resultar ser un patán. No, no era posible. No sería la persona de la que su madre o Gai-sensei le habían hablado.

Sintió una brisa que le revolvió levemente su desordenado cabello. Como un rápido reflejo, Sakuma dirigió su mirada amenazante al sentir la presencia de alguien a su derecha. Y efectivamente así era.

La niña casi pierde el aliento.

Un hombre estaba de cuclillas en la misma rama que ella, con su rostro a escasos centímetros del de ella, mirándola meticulosamente. Su cabello era plateado y en punta, tan parecido al de ella. Su ojo derecho era casi lo único que podía verse de su rostro pálido, ya que el otro lo llevaba cubierto con su protector y traía una máscara hasta más arriba de la nariz.

Kakashi, luego de haber recibido tal noticia, había salido por una de las ventanas del despacho de la Hokage, dejando a Tsunade llamándolo a gritos. Pero él estaba demasiado conmocionado como para seguir órdenes de cualquier superior. Necesitaba comprobar él mismo lo que ella había dicho, asegurarse de que no era un engaño, yendo hacia donde la Hokage dijo que probablemente estaría.

Sakuma, al contrario de él, de inmediato supo que se trataba de su padre. Tan solo el verlo fue suficiente.

Se miraron en silencio. Ambos tratando de averiguar el más mínimo detalle de cada uno, siendo observados por Lee, a quien le había sorprendido la aparición de el Hatake.

—¿Quién eres? —habló finalmente el hombre desconocido por ella.

Su voz le sonó serena a sus oídos, tal como su mirada.

—Hatake Sakuma —respondió.

—Mientes —frunció el ceño, mirándola

No sabía quien pudiese ser esa niña, probablemente se trataba de alguna espía a la que habían mandado por su notable parecido con él, pero no era su hija. Mi hija, que palabras tan extrañas que creyó que jamás diría.

Vio como el ceño de la supuesta Hatake también se fruncía y sus labios firmaban una sola línea, probablemente enojada por negar "quien era".

—Ese es mi nombre, Hatake Sakuma, en honor a mi abuelo, el Colmillo Blanco de Konoha, dado por mi madre al nacer —lo miró—. ¿Y tú quién eres? —preguntó, aunque sabía la respuesta.

—Soy Hatake Kakashi, hijo de Hatake Sakumo, el Ninja que Copia. Y si tú eres mi hija, ¿cuál es el nombre de tu madre? —preguntó intrigado.

—Se llama Kimi.

—¿K-Kimi? —sus ojos la vieron sorprendidos.

Ahora fue el turno de Kakashi de perder el aliento por la sorpresa. Kimi... un nombre que no oía desde hace tanto tiempo, desde su época en el Escuadrón Especial ANBU. No podía tratarse de una coincidencia. Su compañera Kimi, una mujer difícil de olvidar. Ahora que observaba mejor a la niña, tenía los mismos ojos profundamente negros como los de ella. No obstante, hasta lo que él sabía, Kimi había muerto hace poco más de diez años... Esa niña lucía de esa edad.

La idea de que Kimi hubiese sido capaz de abandonarlo estando embarazada de su hija le pegó como una patada en el estómago. Lo más doloroso fue saber que era algo muy probable, conociéndola.

Pasó saliva procesando todo en su cabeza, uniendo cabos. Todo llevaba a la niña de cabello plateado en frente de él.

—Así que sí eres mi hija... —murmuró.

Sakuma asintió, cerrando los ojos feliz.

(...)

—Hum, ¿aquí vives? —murmuró desde la puerta de entrada.

—Acogedor, ¿no? —cerró los ojos, llevándose la mano a la nuca.

—Muy —le dio la razón, asintiendo.

Sakuma estaba consternada al descubrir que Kakashi vivía en, literalmente, una habitación. Su casa era sólo una pequeña habitación de unos pocos metros cuadrados y una ventana en la pared de enfrente a la entrada, con una cama de dos plazas en un rincón del lado derecho de la misma. Tenía un mueble que abarcaba toda la pared de la ventana con unos libros y un par de cuadros, un reloj y una planta. También había un escritorio del lado izquierdo con una pizarra de corcho encima, con varias notas pegadas.

La peliplateada se sacó los zapatos, dejándolos en la puerta y entró algo cohibida. El sitio olía a polvo y madera, pero también había otro aroma... Olfateó disimuladamente el aire. No podía definir el olor, sin embargo supo que era el mismo que el de Kakashi.

—¿Decepcionada? —preguntó mirándola desde arriba con su ojo bueno.

Sakuma caminó hacia el escritorio y dejó sobre él su cepillo de dientes.

—A mí me gusta —se encogió de hombros.

A Sakuma le daba igual si vivía debajo de un puente o en un palacio, mientras estuviera con él. Esperó demasiado como para que eso fuese a ser un obstáculo. Quería conocerlo, pasar tiempo con él y llegar a quererlo como un padre. Quería que no fuese un desconocido y se tuviesen confianza y cariño, tal como cualquier otra relación padre-hija. Le hacía mucha ilusión.

—Oh... —murmuró él, algo sorprendido.

Y esa fue la única conversación que tuvieron en un buen rato.

Luego de varios minutos, Sakuma se había sentado sobre el escritorio y era observada por él, quien estaba cruzado de brazos apoyado en una de las paredes. Ninguno sabía qué decir, y como ella no era muy habladora y él solo hablaba lo suficiente con las personas que conocía, tampoco era de ayuda.

Ambos eran nuevos en eso. Él, en ser padre y ella en tener uno, por lo que no podían esperar mucho de sí mismos.

A Sakuma se le vino de repente a la mente toda la película que había creado en su mente antes de llegar a la aldea: que Kakashi la vería, y preguntaría su nombre y que cuando le contestara se lanzaría a abrazarla comenzando a llorar o algo parecido. Ahora que lo recordaba le sonaba demasiado estúpido. Pero era preferible eso a quedarse viendo como un par de tontos sin abrir la boca.

Y Kakashi tampoco era que la estuviera pasando bien. Por más que por fuera seguía viéndose igual de tranquilo que siempre, por dentro estaba que corría en círculos con total pánico, pidiendo instrucciones de qué demonios hacer. ¿Cómo rayos se aprende a ser el papá de una niña de once años de la noche a la mañana? Fácil, ¡no se puede!

—¿Quieres hablar de chicos? —fue su intento de conversación.

Sakuma dejó caer la cabeza a un lado, mirándolo tratando de saber si hablaba en serio.

—Tengo casi once.

—Claro —cerró la boca y se llevó la mano a la barbilla, tratando de pensar en otra cosa—. Hum, ¿Quieres que te compre un juguete?

Debía de estar bromeando.

—Depende. ¿Tú quieres que te compre un bastón? —replicó ofendida porque la tratara como si tuviese cinco, cruzándose de brazos.

—No —dijo algo indignado—. ¿Qué edad crees que...? Oh... —abrió los ojos comprendiendo a dónde quería llegar—. Así que no quieres un juguete.

Ella negó con la cabeza, causando un suspiro de Kakashi.

—Mira, no tengo ni idea de qué estoy haciendo, ¿de acuerdo? —se tomó el puente de la nariz con frustración.

Había peleado con shinobis muy peligrosos, casi muerto en algunas ocasiones y hasta había perdido un ojo, pero nada de eso se comparaba con lo difícil que le resultaba esto.

—Quiero dangos —habló de pie a su lado.

Kakashi ni siquiera la había oído moverse.

—¿Ah? —apartó la mano de su rostro y abrió los ojos, inclinando la cabeza para verla debido a que era muy pequeña.

—Dangos —repitió cerrando los ojos, tratando de facilitar las cosas entre ambos.

—Umm, claro... —asintió y caminó hacia la ventana.

—¿Tú sólo entras y sales por las ventanas o no sabes abrir puertas? —preguntó divertida con las manos en los bolsillos.

Kakashi se sonrojó un poco, apenado. Retrocedió alejándose de la ventana, yendo a abrir la puerta.

—Es la costumbre —rascó su cuello apenado.

(...)

Caminaron juntos tranquilamente por las calles de Konoha hacia el puesto de dangos. Mientras caminaban Sakuma notó que Kakashi atraía algunas miradas y que la mayoría se trataban de mujeres jóvenes, que reían sonrojadas y susurraban entre ellas. Aparentemente su padre tenía admiradoras y al ver que caminaba con una niña tan "adorable" por la aldea, les parecía tremendamente tierno por lo que no dejaban de verlo.

Ella rodó los ojos.

—¿Hum? —murmuró Kakashi, dirigiendo la mirada a unas jóvenes que dijeron su nombre algo alto en la conversación que llevaban.

Las chicas chillaron enloquecidas y murmuraron entre ellas al notar la mirada del ninja en ellas. Sakuma bufó molesta ante todo el efecto que causaba Kakashi en las mujeres.

El del sharingan la oyó y bajó la mirada a su derecha para verla. Un recuerdo fugaz pasó por su mente, donde estaba una mujer con los mismos ojos que ella y con exactamente la misma mirada de molestia.

—¿Así que te gustan los dangos? —preguntó como aquella vez, para atraer la atención de su acompañante.

—Son mis favoritos —lo miró—. Mamá me los hacía todo el tiempo aunque no le gustaran, decía que le recordaba a alguien muy querido para ella y que solo por eso me los hacía —recordó con casi imperceptible tristeza en su rostro, al contrario de como se sentía realmente.

Kakashi notó su mirada sin saber a qué se debía. Miró al frente y metió las manos en sus bolsillos.

—¿Y como está Kimi? ¿Por qué no te trajo ella? —cuestionó, tratando de contestar una de sus más grandes dudas respecto se todo ese asunto.

Si Sakuma era su hija, no veía porque la madre de ella no la hubiera traído a conocerlo. Al menos que no fuese cierto.

—Ella está muerta —dijo casi sin tacto—. Murió cuando tenía seis.

Kakashi detuvo su andar, con la mirada clavada en un punto indefinido. Sakuma también dejó de caminar, arrepintiéndose de haber sido tan fría.

El saber que Kimi había sobrevivido a lo de hace diez años le había caído como una bofetada. Descubrir que ella había escapado, embarazada de la hija de ambos, y no intentó jamás comunicarse con él, pese a que él la recordaba todos los días, arrepentido por no haberla podido salvar, lo había dejado profundamente decepcionado. ¿Acaso no confiaba en él luego de todo lo que habían compartido? ¿Luego de todo lo que pasaron juntos? Que tonto se sentía. Jamás nadie lo había engañado, pero bueno, ¿qué más podía esperar de ella, una de las más grandes shinobi que había conocido.

Con la aparición de Sakuma, la esperanza de volver a verla surgieron en su interior. Quería pedirle explicaciones, gritarle y que ella le gritara de regreso. Abrazarla y decirle cuanto la había extrañado, y luego pedir aún más explicaciones. Saber donde había estado, con quien, si había sido feliz esos años separados, si lo había echado de menos. Algo. Quería preguntarle de Sakuma, el porqué la había ocultado de él y reprocharle. Decirle que era un egoísta, que era desconsiderada, pero que aun así no había dejado de pensar en ella ni un solo día, yendo a visitarla a su lápida en Konoha y que era la causa de sus llegadas tarde.

Pero ya no podría. Kimi estaba muerta. Otra vez, de hecho.

Kakashi deseó no haberse ilusionado con todos esos pensamientos estúpidos que le habían abierto viejas heridas. El hueco en su pecho que había causado su perdida y que durante todos esos años había podido hacerlo disminuir, ahora se hizo más grande. Y es que le dolía toda esa situación y le dolía el ver a la niña que ahora llevaba a almorzar, de la que se había perdido los primeros once años de su vida y tenia los mismos ojos que Kimi.

—¡Casi me olvidaba! —exclamó de repente Sakuma, sacando a Kakashi de su ensismamiento.

Él vio como la niña sacaba un libro de su bolsillo trasero y se lo extendía con una pequeña sonrisa.

Kakashi miró la tapa del libro con nostalgia. No tenía título, solo un dibujo algo mal hecho de un espantapájaros sonriente. Eso lo hizo sonreír. Kimi disfrutaba molestarlo con el significado de su nombre.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—No lo sabrás si no lo abres —dijo obvia.

Kakashi asintió y eso hizo. Reconoció de inmediato la letra en la dedicatoria.

"Para el espantapájaros más pervertido de toda Konoha. Este libro es para que dejes esos inapropiados tuyos y leas algo de calidad".

Pasó las páginas, cada hoja amarillenta tenía su letra, la de Kimi, y algún que otro tachón desprolijo.

—Es mi libro favorito. Tú y mamá están en él —comentó—. Mamá lo escribía en sus ratos libres cuando era pequeña. Creo que quería dártelo cuando se vieran.

Kakashi sonrió debajo de la máscara y cerró los ojos sintiéndose algo acongojado. Había juzgado incorrectamente a Kimi. Después de todo, parecía que ella si quería volverlo a ver, solo que la desgracia la alcanzó antes de que lo lograra.

—Lo leeré esta misma noche y te lo devolveré —golpeó cariñosamente la cabeza de ella con su libro, no percatándose de su acto.

—No, es tuyo. De todos modos me lo sé de memoria —cerró un ojo con molestia por el golpecito y frotó su cabeza.

—Hum, de acuerdo —se encogió de hombros.

Rato después, finalmente Kakashi compró un palito grande con los dangos en él.

—¿Solo uno? —se extrañó ella.

—Ah, ¿querías que te comprara? —bromeó.

Los mofletes de Sakuma se tiñeron de rojo, algo enojada. Nadie se metía con los dangos de Hatake Sakuma. Nadie.

—No, planeaba comprármelos yo misma con mi dinero imaginario —respondió con sarcasmo.

El dinero se le había acabado ese mismo día, al comprarse algo de ropa.

—No sé si aceptan de ese —hizo el amague de bajar su máscara y comer los dangos, mirándola burlón.

—Era sarcasmo.

—Ah, ¿lo era?

Sakuma soltó un gruñido de frustración, recordándole a Kakashi a Naruto, quien estaba fuera de la aldea hace ya un tiempo, entrenando con el maestro Jiraiya.

—Bien, tranquila. Solo bromeaba. Ten —le dio el palillo, junto con una bolsa que traía oculta detrás de la espalda, con algunos más

Los ojos de ella brillaron, mirando con amor la comida que prácticamente le arrebató de las manos y no tardó en zamparse varios en la boca.

—¿Eres genin? —curioseó Kakashi, cuando ambos se hubieron sentado en un banco cerca de la salida de la aldea.

Ella asintió.

—Lo soy, aunque mi sensei me dijo que puedo ser chunin si quiero. Pero es mucho trabajo, prefiero quedarme así —masticó feliz, balanceando sus pies que no llegaban a tocar el suelo.

Kakashi se sorprendió un poco ante el hecho de que fuese considerada ya como chunin a su edad, pero no dijo nada al respecto.

—¿No quieres tomar el examen de la Academia? Obtendrías tu banda —dio un par de golpecitos a su protector.

—No.

—Deberías.

—Pero no quiero.

—Es algo muy importante.

La niña ya comenzaba a enojarse. Ese hombre ni siquiera la conocía y ya estaba haciendo sugerencia sobre su vida.

—No hables como si fueras mi padre —frunció el ceño molesta, pero luego se percató a quien le hablaba.

—Pero lo soy —replicó.

—Hace tan solo diez horas —dejó de comer.

—Bueno, yo creí que lo era desde que naciste —se encogió de hombros.

—Sabes a que me refiero —gruñó la niña.

—Si no quieres ser una Ninja de Konoha, no lo seas —dijo sereno.

—Bien.

—Bien.

Silencio.

—¿Me das unos? —Kakashi extendió la mano a la bolsa.

—No. —soltó cortante, alejando los dangos de su mano.

—De todos modos no me gustan las cosas dulces.

—Oh, más para mí —masticó nuevamente.

Él bufó.

Esto era demasiado complicado.

Sabía como ser sensei, no padre.

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