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Habitación 001

Ten cuidado con el fuego o te quemarás.

۞ IMPORTANTE DE LEER ۞

۞ Satoru Gojo.
۞ Habitación lemon.
۞ Idea de la autora, no pedido.
۞ Dedicado a JeRiOl.
۞ Lemon ubicado canónicamente entre el arco del Intercambio Escolar y El Origen de la Obediencia.
۞ 5, 207 palabras.
۞ Créditos del fanart: @kkaipo_en Twitter.

—Chiba, gracias por venir.

—No me tienes que agradecer, Ijichi. ¿Nitta sigue con los de primer año?

—Sí, todavía no regresan de la situación del puente Yasohachi. Yo debo irme con los de segundo año, así que nos falta personal para cumplir la petición de Gojo.

—Yo me encargo de ese idiota. Si los altos mandos preguntan, diles eso. No quiero volver a tener problemas por culpa de Satoru.

—Sé que lo harás bien, te lo encargo.

La chica azabache soltó un largo suspiro. Aquí venía un nuevo dolor de cabeza y espalda. ¿Cómo ese hombre se atrevía a disponer de ellos como si fueran sus criados? En fin, entre antes lo dejara en el aeropuerto, antes disfrutaría de su día libre.

Una hora después, la mujer ya se había estacionado en la entrada de la antiquísima mansión propiedad de los Gojo. Al salir del auto, se tomó unos segundos para contemplar el inmenso lugar. ¿Cómo ese lugar solo era mantenido por el excéntrico hombre y seguía en pie? Solo esperaba que el interior no fuera un desastre, porque conociendo a Satoru.

Al dirigirse a la entrada, la puerta principal se encontraba abierta. Aquello le pareció extraño, por lo que entró con su arma desfundada. Se mantuvo atenta a su alrededor, pero pronto se dio cuenta que no parecía haber nada extraño. Probablemente Satoru la había dejado abierta esperando la llegada de su grandísimo amigo Ijichi. Al cruzar el gran patio exterior y entrar al vestíbulo, fue imposible no mostrarse impresionada.

—Ay mierda, solo esta cosa mide quinitas veces más que mi departamento —murmuró para sí misma al mirar todas las reliquias que decoraban el recibidor.

—¡Ah! ¡No pensé que vendrías tú, Jessie!

Al girarse, se encontró al hombre de pie frente a la puerta que llevaba a la casa principal de la residencia. Jessie intentó mantener la compostura, fingiendo que aquello no era más que un encuentro casual.

—¿Dónde quedó Ijichi? ¿Te deshiciste de él? ¿Tanto querías venir a verme?

La chica ignoró las preguntas burlonas, retirándose los zapatos para así poder acercarse a él, manteniendo cierta distancia entre ambos para no tener que alzar tanto la vista. Al final que le sacara casi medio metro solo era divertido para él. Puso un brazo en su cadera, intentando recordar que, aunque era su día libre, debía mantenerse firme en sus deberes del trabajo.

—Tenía una situación urgente que atender con los chicos de segundo. Y Akari sigue con los de primero. No había nadie más libre, así que vine yo, aunque era mi día libre.

—Owww, ¿tanto me vas a extrañar? Que adorable, solo me iré un par de semanas al extranjero, no llores por mi ausencia, cariño.

La chica solo atinó a quedarse callada y pasar de él, entrando a su sala principal, buscando sus maletas.

—¿Dónde están tus cosas? Es mejor irnos ya o perderás el vuelo. Hay mucho tráfico, peor día no se te pudo haber ocurrido para irte de viaje.

—Ah, sabes que nosotros no elegimos estas cosas. Los viejos son los que solo hoy tenían el jet disponible.

—Con esta casa me sorprende que no tengas uno tú.

—¡Ja! Ese jet es mío, solo se los rento a los viejos. Hay que saber invertir, tonta. Las maletas están en mi cuarto, ven.

Y dándose media vuelta, el hombre se dirigió a través del largo pasillo a la derecha de la chica.

Al caminar sobre la suave madera, la chica tuvo algunos destellos de recuerdos. Esa no era la primera vez que estaba ahí, era cierto. Aunque, sí era la excepción después de tantas ocasiones de ir sin estar precisamente en sus cinco sentidos. Recordaba haber atravesado esos pasillos, a veces haberse quedado a la mitad. En cuanto cayó en cuenta de a dónde se dirigían sus pensamientos, se sonrojó. Estaba en horas de trabajo, no podía fantasear con esos recuerdos difusos.

En el momento en que alzó su mirada para contemplar la espalda de Satoru, fue sorprendida de encontrarse con el hombre mirándola sobre el hombro con una sonrisa juguetona. Sabía que el hombre no podía leer sus pensamientos, pero por un momento sintió como si fuera así y todas esas vulgaridades quedaran expuestas frente a él. Finalmente, ambos tenían los mismos recuerdos, pero ella no estaba segura de si acaso él realmente les había tomado importancia.

—Te dije que este es mi cuarto, por si lo habías olvidado. Venías distraída. ¿En qué pensabas?

—Ah, en nada en especial. Solo estaba intentando pensar en cuál es la mejor ruta al aeropuerto.

—Uy, ya casi suenas igual de aburrida que Ijichi, no te juntes tanto con él, eso es contagioso.

Una sincera y nada discreta risa se le escapó a la muchacha. No podía evitarlo, le agradaba mucho ese idiota.

—Creí que te encantaba Ijichi.

—Lo hace, pero me gusta más cómo eres tú.

Jessie no supo cómo interpretar aquel comentario, pero no tuvo mucho tiempo porque el hombre ya se había metido a su habitación. Lo terminó por seguir, apenas cayendo en cuenta que el lugar no estaba vuelto un total desastre como estaba segura que debía de estar. Quien fuera que se encargara de ese trabajo, lo hacía bien y se lo agradecía.

Tal como Satoru había prometido, sobre la alfombra había dos maletas negras con un bobo llavero a juego colgando en cada una. Al menos no se veían muy pesadas. Satoru se sentó sobre su cama sin mencionar nada, dejándola a ella encargarse de ir a dejar las cosas al auto, al volver, parecía estarla esperando.

—¿Lista?

—Eso me pregunto yo. Tu ropa está hecha un desastre, cámbiate. Si vas vestido así, los altos mandos me van a matar. Ya saben cómo se ponen. Así que anda, mueve ese trasero.

Apenas la chica se había dado cuenta de que lucía como si hubiera estado tomando una siesta mientras esperaba que pasaran por él. La ropa estaba arrugada y la cama estaba deshecha. Aquello sería inusual, pero no improbable.

—Ah, ¿qué tiene de malo?

—No actúes como un niño, Satoru.

—Si quieres que me cambie, tendrás que venir a hacerlo tú.

Y se tiró sobre las mantas, como si no le importara poder perder el vuelo.

En ese momento Jessie quiso llevarlo arrastrando así hasta el aeropuerto. Pero sabía que no podría ni siquiera moverlo. Así que se dio por vencida. Finalmente, aquellas veces que habían tenido encuentros íntimos había muy escasas y, además, solo después de varias copas de alcohol. Ambos eran adultos y profesionales, no era como si tuvieran esas segundas intenciones.

La chica fue a su vestidor, buscando entre los distintos atuendos casuales y trajes de diseñador, algo decente. Finalmente se decidió por ropa de vestir, volviendo con el cambio que dejó sobre la mesita de café que tenía en la habitación.

—Ya te traje la ropa, anda póntela. No tenemos tiempo que perder.

Pero al volver, el hombre solo respiraba tranquilamente, sin responder. Genial, se durmió. Pensó, pero al reflexionar se dio cuenta que, en realidad, lo único que estaba pasando era que ese tonto estaba buscando sacarla de sus casillas. Pero no lo iba a dejar quedarse con la satisfacción de poderla molestar tan fácilmente, por lo que dejando a un lado toda su vergüenza, se acercó a la cama, colocándose entre sus piernas abiertas e inclinándose sobre él para poder comenzar con su trabajo.

Aunque sus manos temblaban, se tragó todo lo que sentía y se dio el trabajo de desabrochar todos los botones de su camisa blanca. Al llegar a los últimos, tuvo mucho cuidado de no rozar con su pantalón. Sin embargo, cuando la prenda se abrió y dejó a la vista su ejercitado torso, fue imposible no mirar con detalle la piel que quedaba al desnudo. Jessie tragó pesado, negando al intentar no distraerse ni sucumbir ante sus encantos varoniles, procediendo con su trabajo. Con dificultad, fue capaz de moverlo lo suficiente como para sacarle la camisa, tirándola sobre el cesto de ropa sucia.

Al regresar, Satoru seguía igual. Tenía sus lentes de sol puestos, por lo que no podría estar segura de si la miraba o no, pero no le dio importancia. Si a él no le importaba perder su vuelo, a ella menos. No pensaba dejarlo con la satisfacción de ganar. Volvió a su postura anterior, con su aliento rozando la pálida piel de su torso. Notó la suave reacción de su cuerpo a causa de la cercanía. Sus propias mejillas se iluminaron cuando el corazón se le aceleró. ¿Hacía cuánto que no habían estado así de juntos? ¿Seis meses o quizá más? No tenía idea, pero maldita sea, le había extrañado. Satoru no era un chico fácil de superar en ese aspecto.

Tomó aire, buscando relajarse. Ya no era una colegiala. Ni tampoco eso era algo ilegal. Además, si él hubiera querido, ya la hubiera detenido. Eso significaba que quizá él también estaba esperando a que se repitiera la ocasión, ¿no? Debía confesar que era más difícil ahora que no estaba bajo el efecto del alcohol, pero... Sí, lo deseaba. Lo había anhelado repetir todo ese tiempo lejos, así que ahora no había vuelta atrás, ¿no era así?

Jessie movió su mano que descansaba sobre las mantas, deslizando con delicadeza el dorso de su dedo índice sobre los abdominales del hombre. Le pareció escuchar un suspiro tembloroso, pero al seguir sin recibir algún movimiento notorio en Satoru, decidió que podría aventurarse a ir más allá. Uso las yemas de sus dedos para acariciar la cálida piel que usualmente nadie siquiera rozaba a causa del infinito que podía manipular a su gusto. Ella había hecho ese recorrido tantas veces, sin embargo, ahora se sentía distinto. ¿Quizá era por estar totalmente consciente? Podría ser.

La chica cerró sus ojos, recostando su cabeza sobre el pecho del hombre, logrando escuchar el suave latido de su corazón. Quería estar con él, casi se atrevería a decir que lo necesitaba. Pero, ¿acaso sería solo un encuentro casual nada más? Esa pregunta la detenía y la hacía sentir un nudo en su estómago. Sabía la respuesta a su cuestionamiento, pero no deseaba ser consciente de ella.

Rozó sus labios con el pectoral derecho de Satoru, logrando sonreír suavemente al notar al cuerpo del hombre reaccionar. Le gustaba. Demasiado. Sabía que una relación seria no estaba ni de lejos en los planes del hombre. Así que... ¿Por qué al menos no se daba una oportunidad de disfrutar? No había mucho más a lo que podría aspirar.

—Satoru... —lo llamó con su delicado y jovial timbre de voz. No tuvo respuesta—. Si no te despiertas, te voy a coger aquí mismo y no te voy a pedir opinión sobre lo que haré.

Seguía recostada, por lo que no lo podía verlo, pero sus instintos le dijeron que el maldito había sonreído. Pero como no había respuesta, demostraría que no se iba a retractar.

—Idiota.

Pronto el hombre, quien solo tenía los ojos cerrados al estar fingiendo que dormía, dejó de sentir un peso encima suyo. Notaba la presencia de la chica aún muy cerca, pero decidió no invertir mucho esfuerzo en saber lo que planeaba, quería ser sorprendida por sus ideas.

Por su parte, Jessie se acomodó de rodillas frente a él. Se estiró, desabrochando su pantalón de vestir y de un solo movimiento, liberó lo que escondía debajo de su bóxer. La firme erección la recibió enérgica. Ah sí, ahora recordaba qué había extrañado tanto del molesto sujeto.

Se quedó mirándolo en silencio y al momento de notar un suave movimiento con el que se acomodó, sonrió con burla. Sujetó el falo con su pequeña mano, envolviéndolo con delicadeza, haciendo apenas un suave movimiento por inercia, logrando notar mejor el suspiro que se le escapó a Satoru.

—¿Te sigues haciendo el dormido?

Al imaginarse la tonta sonrisa que debería de tener en el rostro, no lo dudó y lejos de lo que él debería de estar esperando, le dio un apretón firme a su longitud. El albino no tardó en reaccionar al largar un gemido adolorido, incorporándose en medio segundo, terminado sentado y con su mano izquierda sobre la derecha de ella, teniendo las mejillas ardiendo.

—¡Espera, espera! ¡Es sensible! ¡Trátalo bien! ¿Ya se te olvidó?

—Ah, sigues con vida.

—¡Claro que lo hago! No te hagas la ofendida, tú eres la que entró a mi cuarto y me está tocando sin mi con...

Satoru se trabó con su lengua, no logrando terminar la oración a causa del segundo apretón que recibió por parte de su acompañante. Fingió un lloriqueo, envolviendo la mano de ella.

—¡Deja ya! Te voy a tener que volver a enseñar.

—No, yo creo que lo recuerdo bien. Te gustó tanto que te hice reaccionar, ¿no?

—¡No seas así! Mi pobre pene acaba de ser cruelmente asesinado, ¡necesita de un doctor urgente! O una buena sesión de mama...

Y un tercer apretón lo mandó a callar.

—¡Jessie!

—Di una cosa más y lo del doctor será en serio.

El albino alzó sus manos, fingiendo inocencia. Todavía traía las gafas puestas, algo que le parecía demasiado innecesario y molesto.

—Quién lo diría. Encontré la debilidad del Hechicero más fuerte de todos. Creo que sería una información de suma importancia que no puede salir de aquí, ¿no? Así que cállate y será nuestro secreto.

La cara que puso el chico la hizo reír. Era imposible molestarse con esa cabeza hueca. Pero que más daba, ella era la primera en estar interesada en el encuentro. Pero no pensaba dejar que Satoru le tomara la delantera.

Volvió a usar su mano con un movimiento repetitivo, logrando muy pronto que el miembro de Satoru volviera a animarse. Su mano se llenó del líquido presiminal que extendía por su longitud cada vez que acariciaba la punta con su pulgar. Su figura la llamaba, por lo que al notar cómo estaba tan atento a ella, supo que no había porqué mostrarse inocente.

No se lo pensó demasiado al inclinarse, introduciendo el grueso miembro en su pequeña boca. Al principio el movimiento le costó, estando ya desacostumbrada a eso, pero al escuchar la cómica expresión del chico, lejos de molestarse, algo dentro suyo sufrió un fuerte cosquilleo. Con cuidado, envolvió la erección con sus labios hasta donde logró, usando ambas manos para estimular la base de su miembro. Coordinó sus movimientos, retomando el ritmo que había logrado obtener gracias a los encuentros previos.

Ni siquiera pasaron muchos minutos antes de escucharlo jadear, sintiendo cómo sus cabellos eran sujetados por él, terminando por ceder ante el ritmo que él le comenzó a marcar. Cerró sus ojos, disfrutando de cada sonido que se le escapa a él, siendo solo un mayor motivador para dar lo mejor de sí misma. Y si sus bragas ya estaban húmedas por culpa de la felación que le estaba haciendo, sus muslos terminaron empapados cuando lo escuchó gemir su nombre con voz ronca.

Se encargó de dejarlo bien satisfecho usando sus manos y boca, apartándose cada tanto para dejarlos tomar un respiro, usando esos espacios para también atender a sus testículos que ansiaban de ser estimulados también.

Cuando finalmente el chico había perdido por completo la compostura, ella supo que no necesitaría mucho más para hacerlo llegar a su límite. Lo había terminado por conocer bien. Por lástima sus mejillas dolían ya para ese punto. El maldito tenía una increíble resistencia, aún en ese aspecto. Aumentó el ritmo de sus manos y labios, hasta que escuchó cómo pronunciaba su nombre de una manera tan obscena que ella misma casi sufre de un orgasmo ahí mismo mientras tragaba su carga.

Jessie se apartó jadeando, tragando el líquido blanquecino. Alzó su rostro para mirarlo, teniendo los labios y barbilla manchados. Se preocupó de manchar la ropa del trabajo, por lo que, usando sus dedos, limpió los rastros de Satoru de su rostro. Por su parte, Satoru casi se corría de nuevo por esa imagen tan lasciva que le había regalado. Quizá sí se había topado con su único punto débil.

No dejó a la chica terminar de recuperarse, cuando la tomó de la muñeca, haciéndola levantarse de sus rodillas hasta sentarla sobre su regazo. Soltó una maldición al sentir la ropa de ella estorbar y rozar contra su firme erección. La sujetó del mentón, deleitándose con la manera en que sus ojos lo contemplaban. Le encantaba. Decidió que, aunque no tenía excusas para justificarse después como en otras ocasiones, simplemente disfrutaría de ese instante y dejaría que sus más profundos deseos salieran a la luz.

Acortó la distancia entre ambos, uniendo los labios que se buscaban con necesidad en un beso cargado de lascivia y deseo. Las manos de él exploraron cada una de las curvas de la pequeña mujer, quien estaba tan sensible que le fue imposible no soltar uno que otro gemido tembloroso cada que era tocada por él.

No pasó mucho hasta que el saco de la chica salió volando sobre la alfombra. Pronto siguió la blusa blanca de botones, que apenas se salvó de ser rasgada por las ansias de tocarla que sufría el hombre. De un movimiento rápido el sujetador de ella terminó por desaparecer, terminando con el torso totalmente desnudo.

Jessie pronto sintió la ausencia de los labios de Satoru sobre los suyos, cosa que la frustró. Le encantaba la manera en que él la besaba, sabiendo que sería imposible que alguien pudiera besar mejor, ¿acaso había algo que no supiera hacer a la perfección? Pero sus pensamientos se desviaron cuando sintió las cálidas manos del hombre recorrer su piel desnuda, mientras sus hambrientos besos jugueteaban con los lugares más sensibles de su cuello.

Sin embargo, había algo que la estaba molestando demasiado, las malditas gafas.

—Satoru, espera —rogó en un susurró, agitada, tomando su cabeza en un intento vago de alejarlo de ella.

—Uhm, ¿qué pasa? —murmuró de vuelta, aferrándose su abrazo a la cintura de ella, continuando con sus besos y usando su mano libre para pesar sus pechos.

—Quitátelas... Quiero verte. Necesito verte.

Quizá fue la urgencia de su ruego o la manera en que arrastraba las palabras, pero Satoru no fue capaz de contenerse y sin siquiera atender su petición, bajó la mano que estaba jugando con sus pechos hasta su pantalón, desabrochando sus botones para deslizar sus traviesos dedos dentro de las bragas, alzando una ceja al notar su estado actual.

—Ah, veo que te gustó mucho jugar con mi amigo, ¿tanto me extrañaste?

La chica se sintió avergonzada y frustrada por ser ignorada. Decidió que no lo esperaría más, por lo que, sin previo aviso, tomó sus gafas para tirarlas a otro lado, acomodándose encima suyo para disfrutar de cada caricia en su parte más íntima. Jessie gimió sin decoro, haciendo el descomunal esfuerzo de no cerrar sus ojos para poder admirar las joyas celestes que la miraban llenas de lujuria. Amaba esos malditos ojos, la volvían loca.

Terminó por cerrar sus ojos, totalmente alocada por la rapidez en que el hombre movía sus dedos en el interior de ella, sintiendo que desfallecería por la constancia de los latidos de su corazón. Todo su cuerpo tembló y se contrajo alrededor de los dedos de Satoru, no demorando nada en llegar al clímax y correrse en la mano de él. Necesitó de unos segundos para recuperarse, sintiendo las lágrimas caer por sus mejillas a causa del fuerte placer que había experimentado.

Lo miró con timidez, pensando en decir algo, antes de que sus muñecas fueran atrapadas por sorpresa detrás suyo, estando acorralada por la mano de Satoru. La que seguía en sus bragas se deslizó al exterior, terminando pronto dentro de la boca del hombre, quien se complació de saborear los fluidos de ella. En ese momento la chica juró por todo lo sagrado, siendo lo único suficiente para dejar su cuerpo totalmente necesitado por más de él.

Sus labios no tardaron en encontrarse una vez más, no apartándose ni siquiera porque terminaron hinchados y mordisqueados por el otro. Sin saber cuándo o cómo, la ropa restante de ambos había desaparecido, a excepción de sus bragas, que era lo único que hacía que el roce entre sus intimidades fueran solo movimientos superficiales. Ella se sentía hasta rozada, rogando entre un gimoteo que terminara con ese sufrimiento. Su primera confianza se había terminado por esfumar, ahora solo logrando destacar lo mucho que lo necesitaba.

Sabiendo que se arrepentiría después de eso, no se quejó cuando Satoru rasgó sus bragas, dejándolas caer en algún sitio antes de continuar con aquel jugueteo que solo la enloquecía.

—¡Maldita sea, Satoru! ¡Entra de una vez!

Deseaba arañar su piel, tirar de sus cabellos, pero no podía, le era imposible, prohibido. Sus muñecas seguían siendo presas de la mano izquierda de la de él y la derecha la mantenía bien sujeta. Estaba totalmente a merced de aquel caprichoso hombre. Vaya castigo le había venido. Había intentado jugar con fuego y se había terminado por quemar hasta terminar hecha ceniza.

Mientras divagaba en esos pensamientos, Satoru aprovechó que estaba distraída para adentrarse en su interior de un solo movimiento, terminando por volverla loca. Jessie sintió que podría llegar al orgasmo ahí mismo, pero ni siquiera fue capaz de procesarlo por completo cuando el hombre ya estaba comenzando a moverse rápidamente.

La chica solo fue capaz de dejarse arrastrar por las sendas de placer que la invadían, gimoteando de forma temblorosa con cada embestida que el hombre daba contra su interior. El movimiento de sus caderas se volvía un vaivén tan placentero como prohibido. ¡Él era su compañero de trabajo! Y, además, uno de los hechiceros más poderosos de toda la historia y ahí estaba ella, dejando que el deseo la consumiera en brazos de aquel ser que ni siquiera parecía ser humano.

Decidió que apartaría todos esos pensamientos innecesarios de sus pensamientos, concentrándose solo en quedar rebosada de aquella lascivia que la llenaba con cada estocada, beso o susurro obsceno. Los sonidos de sus pieles chocando resonaban por toda la lujosa habitación y cada pulgada de su sensible piel parecía llamar a gritos a su acompañante, quien decidió no darse a desear.

Satoru llenó el cuello de su amante de besos, mientras dejaba sus dedos marcados en los muslos de la mujer. Se regocijó de escuchar cada vez que ella lo llamaba, vuelta loca por el placer que la hacía experimentar. La hizo arquearse para tener un fácil acceso a sus pechos, los cuales estimuló de manera juguetona, tentadora, casi cruel. La escuchaba quejarse y aguantar el orgasmo.

Aquello solo lo motivó más y soltando sus manos, llevó sus hábiles dedos a la zona que los unía para poder estimularla en aquella perla con cientos de terminaciones nerviosas. El grito en forma de su nombre que ella le obsequió fue tan satisfactorio, que le fue imposible darle un respiro aun cuando presenció cómo del orgasmo al que llegó, le siguieron un par más. Cuando su interior lo apretó tanto que no logró mantener la compostura, terminó descargando su semen sobre el vientre de Jessie.

La pobre, pero muy afortunada chica, descansó su frente sobre el pecho del albino. Necesitaba retomar la respiración o se moriría ahí mismo. Él decidió no ser malvado y permitirle tener un descanso. Se estiró para tomar unos pañuelos desechables de su mesa de noche y poder limpiar un poco los fluidos que los manchaban a ambos.

Una vez que estuvo seguro que la chica estaba más recuperada, le dirió una sonrisa juguetona mientras la observaba con aquellos ojos tan atentos a su alrededor. Jessie se sintió cohibida, como una pequeña ratoncita que era contemplada por el gato glotón que esperaba el momento exacto para devorarla. Sabía que ahora que le había dado entrada al hombre, sería imposible detenerlo. Y lo peor de todo, o quizá lo mejor, era que ella misma era la primera en desear que aquel pasional encuentro no tuviera su final tan apresurado.

Una cosa que era necesaria destacar de Satoru era su incansable stamina y lo dejó bien claro cuando, después de la cuarta ronda, parecía tan fresco y excitado como cuando habían comenzado. Por su parte, Jessie reposaba boca abajo sobre las finas mantas de seda de la cama del hombre. Había decidido ignorarlo abiertamente mientras recuperaba algo de fuerzas, ¡era como un maldito monstruo!

La azabache deslizó sus dedos por la tela que la rodeaba y al tener su cabeza descansando sobre una de las mullidas almohadas, le fue imposible no hundir su rostro en ella y aspirar el suave aroma que se había quedado impregnado. Olía un poco a acondicionador, tenía un suave toque a suavizante de ropa y, sobre todo, el aroma a un caro perfume de hombre se destacaba. Una boba sonrisa se le plantó en los labios al no ser capaz de describir aquel olor más que el de la esencia de Satoru. Sí, aquello era nada más y menos que eso y sin lugar a dudas, estaría encantada de aspirarlo por el resto de sus días.

En el momento en que ella se había distraído e ignorado la presencia de Satoru, él había terminado por tomar provecho de la situación, terminando encima de ella. Cuando Jessie se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Sintió las amplias del hombre acariciar y masajear sus muslos, poniéndola de todos los colores. ¡Era un sin vergüenza pervertido! Pronto sus labios se unieron al recorrido, dejando besos aún en sus partes más íntimas y haciendo un recorrido por su espalda hasta llegar a su oído, donde susurró unas palabras con voz tan roca, que la prepararon para recibirlo.

—No creas que te perdonaré tan fácil por dejarme olvidado tantos meses. Te daré tu debido castigo.

Lo siguiente que Jessie sintió, fue la manera en que Satoru se adentraba en ella y la llenaba de aquella pasión que la encendía desde lo más profundo de su ser. Se abrazó a la almohada en la que ahogo sus gemidos y balbuceos, impregnada por el aroma del que sentía que se volvería adicta. Aunque, a decir verdad, ya comenzaba a volverse a adicta del hombre y dudaba que hubiera vuelta atrás para ello.

Cerró sus ojos, acomodando su cadera para poder recibirlo mejor, sintiéndose completa cada vez que él se adentraba entre sus pliegues. Sintió los dedos de él peinarla y eso lejos de relajarla, la encendió más. Necesitaba todo de él. Y como si Satoru le hubiera leído los pensamientos, hizo una coleta descuidada de sus cabellos y sin previo aviso dio un tiró a sus mechones, haciendo que en cada estocada pudiera entrar por completo en ella.

Las lágrimas se le escaparon a Jessie, pero lejos de ser dolor, eran solo de un placer tan puro que la cegaba y atontaba todos sus demás sentidos. Dejó que Satoru se encargara de llenar su cuerpo de marcas, besos y su esencia. Se permitió olvidarse de todo pudor y simplemente ser en ese momento su mujer, su amante, la confidente de aquel momento tan íntimo.

Cuando por fin Satoru decidió que sería suficiente por ese encuentro, Jessie se encontraba tirada sobre la cama, deshecha. Se preguntaba si acaso sería capaz de volver a casa en aquel estado. Todo su cuerpo temblaba y se sentía que podría dormir tres años enteros, estaba totalmente exhausta. Mantenía abrazada la almohada contra su rostro, imaginándose que era el hombre que estaba ahora mismo quién sabía dónde. Sabía que no podía ni debía ilusionarse con el albino y, aun así, ahí estaba ella, desnuda, recién cogida y con el corazón en la mano para aquel hombre.

Mientras divagaba en sus pensamientos, el otro lado del colchón se hundió por el peso del tan aclamado. Duró unos instantes para abrir sus ojos, pero al hacerlo, se encontró con la bella mirada cristalina frente a ella. Sus mejillas se sonrojaron, como si hubiera sido descubierta espiando donde no debía y pronto cortó el contacto visual, incapaz de decir nada. Escuchó a Satoru reír y ella se sintió una boba. Quizá no era nada más que un rato de desahogo para él. Debería valorarse más, pero es que con tan solo estar cerca del hombre ya le era suficiente como para sentir sus piernas temblar y su interior desfallecer. Por lástima había comenzado a necesitarlo de una manera aún más allá de la carnal.

Sintió los dedos del hombre peinarle el desordenado cabello, gesto que le causó ternura. Debía aceptar que, cuando se lo disponía, el hombre podía llegar a ser realmente atento y gentil, ese era uno de sus tantos encantos que la tenían tan boba que ahí estaba ella, compartiéndole no solo su cuerpo, sino también su corazón y pensamientos. Duró un rato así, disfrutando del suave masajeo en su cuero cabelludo que la hizo sentir que se quedaría dormida. Sin embargo, ella misma se forzó a salir de esa ilusión, recordando su lugar en ese momento.

—Satoru, idiota... Perdiste tu vuelo.

—Ah, no te preocupes. Les urge más a ellos que a mí. Tendrán que agendar otro.

—Sí, supongo que tienes razón. Habrá que llamar para avisar, no quiero escucharlos molestos...

—Ah, ya lo hice. No te preocupes. Además, mantuve bien escondido nuestro secretito, así que no hay nada por lo que preocuparse.

Su comentario le sacó una sonrisa. Era un tonto muy atento.

—¿Cuánto estarás fuera?

—No mucho, un par de semanas apenas. Iré a encontrarme con Okkotsu, tengo unos temas pendientes con él.

—Uhm. Supongo que no es necesario decirlo, pero, aun así, ten cuidado.

—Owww, ¿te preocupas por mí? ¡Qué dulzura!

Jessie le lanzó un golpe que, aunque fue débil, terminó causando que ambos se soltaran a reír. Lo quería. Estaba segura de eso.

—Tienes una casa inmensa, ¿cómo es vivir solo en algo así?

—Aburrido, me hace falta un compañero de cuarto, ¿no te apuntas? Tengo lugares disponibles todavía.

La chica quiso intentar disfrazar la vergüenza que sintió, tomándoselo todo como una absurda broma de su parte.

—Sí claro, ¿cuándo me das las llaves? Para mandar a pedir la mudanza.

—Cuando vuelva del viaje, te llamo para pasar por ti.

—Espera, estás bromeando, ¿no?

Alzó su vista para encontrarse con la de él, no encontrando ni un solo rastro de burla en sus ojos.

—¿Satoru?

—Hablo muy en serio, ven a vivir conmigo. Te prometo que será divertido. Además, así no tendremos que darle explicaciones a nadie cada que queramos quedarnos aquí y olvidarnos de las ocupaciones de los altos mandos. Anda, te voy a hacer unos orales tan buenos a cambio que no querrás salir de mi cama jamás.

—¡Idiota!

Satoru ni se molestó en defenderse de los suaves golpes que recibió, estando totalmente muerto de risa. Le encantaba molestarla. Sin embargo, ese día Jessie no le dio una respuesta a su invitación. Lo terminó por llevar al aeropuerto, prometiendo que hablarían del tema cuando volviera de su viaje de negocios.

Jessie jamás creyó llegarse a arrepentirse tanto de algo como cuando, al terminal aquel infernal 31 de octubre en Shibuya, pensó lo tonta que había sido por no darle su respuesta a Satoru.

Sí quiero vivir contigo, tonto.

Ojalá el caprichoso mundo les permitiera vivir hasta el momento en que pudiera decírselo cara a cara si eran capaces de encontrarse una vez más.

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