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Juzgado y sentenciado

Loki se debatió furiosamente entre los poderosos brazos de Thor, pero era como luchar contra una pared de roca. Se hacía más daño a sí mismo que a su captor, así que pronto desistió y caminó obedientemente bajo ese agarre.

—Yo no hice nada... —empezó, pero Thor cortó por lo sano.

—Sabes muy bien lo que hiciste, Loki.

No dijo más, pero su tono daba a entender demasiado claramente que no admitía réplica. El dios del engaño consideró seguir discutiendo, pero decidió cerrar la boca cuando vio el gesto amenazador de Mjölnir, el poderoso martillo del dios del trueno.

Antaño, a Loki le bastaba poner cara de "Yo no fui. Todos me odian injustamente. Yo sólo quería ayudar.", y Thor se tragaba el cuento y se ponía de su parte. Pero esa confianza había ido decayendo con los años, y el asesinato de Balder había terminado por cortarla del todo.

No iban solos. Unos cuantos dioses Aesir los rodeaban, caminando como una comitiva. Una amarga sonrisa se dibujó en los labios de Loki. Sabía que todos estaban allí a causa de él. Nadie se perdería el espectáculo, claro que no. Querían reírse de él del mismo modo que él se había reído de ellos luego de matar a Balder, el dios de la luz.

Balder era un estúpido que pedía a gritos que intentaran matarlo, creyéndose invencible. Loki sólo se había enterado de que el muérdago era la única cosa capaz de vencerlo y le había sugerido a Hödr, el hermano ciego de Balder, que probara dispararle con una flecha hecha de esa madera. Técnicamente, él no había matado a Balder, lo había hecho Hödr.

Y además... ¿Acaso nadie pensaba en cómo se había sentido él cuando le habían quitado a tres de sus hijos? No le importaba que Fenrir fuera un lobo gigante con instintos asesinos, Jörmungandr una serpiente tan grande que podía rodear toda Midgard, y Hela una diosa mitad mujer bella y mitad cadáver descompuesto. Eran sus hijos, y se los habían quitado y encerrado "para que no dañaran a nadie". Él tenía todo el derecho de vengarse, pero al parecer nadie notaba eso. Como siempre. Los odiaba. Los despreciaba. Detestaba sus máscaras de dioses buenos cuando no eran más que bestias hipócritas.

Thor se detuvo, y Loki tuvo que hacer lo mismo, frunciendo el ceño en un gesto de hostilidad.

Odín estaba frente a él, montado en su corcel de ocho patas, Sleipnir. Sleipnir también era hijo de Loki.

—Loki.

El dios del fuego se negó a mirar a Odín. Dirigió la vista al follaje del árbol bajo el que estaban parados, como si no supiera que su destino pendía de un hilo.

—Loki —volvió a decir el rey de los dioses, esta vez con más autoridad.

Loki se tomó su tiempo para bajar la mirada y fijarla en Odín, con total parsimonia. Hermano de sangre... ¡Ja! Qué rápido olvidaban los dioses sus promesas.

—Has asesinado al dios más amado...

—Eso rima —interrumpió con mordacidad. El odio no retardaba su lengua cáustica.

El rostro de Odín permaneció completamente serio. Loki esbozó una mueca de rebeldía. No iba a derrumbarse ni pedir clemencia enfrente de esa pandilla de embusteros.

—Todos sabemos que tendrás un papel que cumplir en el Ragnarök, así que tienes el consuelo de saber que tu castigo no será eterno...

Ragnarök, sinónimo del fin del mundo. No, claro que su castigo no sería eterno, sería casi eterno. Y además, estaba profetizado que moriría a manos de Heimdall en la batalla final. Gran consuelo.

—Serás encadenado hasta que llegue tu hora. He dicho.

Muy teatral. Demasiado. Típico de Odín.

El rey de los dioses se hizo a un lado, dejando ver lo que había detrás de él.

Tres piedras planas en hilera, con un arbusto raquítico en uno de los extremos. Loki tuvo que reprimir la risa. Si pensaban que podían encadenarlo y que él se dejaría hacer, estaban muy equivocados. Aún le quedaba su magia, y ella nunca le fallaba.

—¿Me encadenarán? ¿Y dónde están las cadenas?

Pronto se borró la sonrisa sarcástica de sus labios, cuando los dioses Aesir empujaron hacia adelante a Narfi y a Váli.

—¿Padre? —vaciló Narfi. Era aún un niño pequeño, de cabellos rubios como el sol y ojos verdes.

Váli era un poco mayor, con cabello rojo como su padre, y con ojos más azules que el cielo. Estaba de pie tras su hermano menor, rodeando sus hombros con un brazo como si desafiara a quien se atreviera a hacerle daño.

Loki descubrió sus dientes en una mueca feroz, adquiriendo un parecido sorprendentemente lobuno. Miró a Odín, inmóvil sobre su caballo.

—¿Qué se supone que es esto? ¿Qué hacen ellos aquí?

—Ellos son tus cadenas, Loki.

Ni siquiera le dieron tiempo a decir nada. Frey y Freya, los dioses gemelos Vanir, dieron un paso al frente y extendieron las manos a la misma vez en dirección a los hijos de Loki. Pronunciaron el hechizo al mismo tiempo, y Loki supo lo que iba a pasar antes de que sucediera. Cerró los ojos, no quería verlo, pero el grito de Narfi traspasó sus oídos.

Loki clavó las uñas en el brazo de Thor, intentando soltarse. Abrió los ojos. No quería ver lo sucedido, pero una curiosidad siniestra lo instaba a mirar.

Váli ya no era Váli. Un lobo rabioso se encontraba en su lugar, con los dientes profundamente clavados en el cuello de Narfi, en una atroz parodia del abrazo protector de un minuto antes. El niño rubio ya no respiraba.

Loki inclinó la cabeza, ocultando su rostro bajo sus largos mechones de pelo color fuego. No quería que nadie lo viera llorar. No eran lágrimas de arrepentimiento. Reflejaban dolor, pena, odio, rabia, y una promesa de venganza.

Luego oyó otro grito, femenino, agudo, de puro dolor. Al alzar la cabeza vio a Sigyn romper la barrera de dioses, corriendo hacia sus hijos. Váli, el lobo, trastabilló, lanzó un grito como si estuviera herido y salió corriendo hacia el bosque. Los dioses se abrieron para dejarle paso, sin intentar detenerlo.

Sigyn estaba de pie al lado del cuerpo de Narfi, inmóvil, pálida como una estatua de marfil. La diosa más bella, la diosa más buena. Loki no sabía cómo se la había ganado y tampoco quería saberlo. Le bastaba con tenerla, sin preguntas.

Ante las lágrimas silenciosas de Sigyn, el agarre de Thor se aflojó, y Loki se desasió con un ademán.

—¡Sigyn! —exclamó, corriendo hacia su esposa. Ella se giró y lo miró, con ojos azules y fríos como el cristal.

Loki le devolvió la mirada, intentando consolarla, pero ella simplemente dijo una palabra que lo golpeó más fuerte de lo que hubiera podido golpearlo el martillo de Thor:

—Asesino.

Se dio la vuelta como un vendaval, agitando su largo vestido blanco, y se marchó, dejándolo solo, sin importarle su destino.

—¡Sigyn! ¡Yo no...! ¡Yo no quise hacerlo! —le gritó Loki, pero si ella lo oyó, no quiso demostrarlo, y desapareció en silencio.

Loki gritaba como desquiciado cuando lo agarraron y lo acostaron sobre las piedras planas. Se debatía con la ferocidad de un lobo, pero la magia de los hermanos Vanir lo mantenía sujeto en su lugar, y Thor y Tyr, los dioses más fuertes, lo tenían cada uno de un brazo.

—¡Malditos! ¡Asesinos! ¡Yo los maldigo por asesinar a mi hijo! ¡Un día me alzaré y volveré para destruirlos! ¡Lo juro! ¡Yo...!

El poderoso puño de Thor impactó contra su pecho, dejándolo momentáneamente sin aire. Sus hechizos de ataque no surtían efecto, desvaneciéndose como gotas de agua sobre una piedra caliente. Cerró los ojos gimiendo como un animal herido cuando lo ataron con las vísceras de Narfi. Se rompió la garganta de tanto gritar, y comenzó a ahogarse con su propia sangre y a toser con violencia.

Las vísceras de Narfi lo sujetaron más fuertemente que el acero más poderoso. La sangre de un hijo... Loki había oído hablar del poder de la sangre de los hijos, pero nunca había reparado en eso.

Abrió grandes los ojos, aterrado y furioso a medias.

—Thor... —gimió. Él no le hizo caso.

—Odín... —pidió. El rey ni lo miró.

—Freya. Frey. Tyr —nadie le respondió.

Reducido a pedir por su vida, Loki se odiaba a sí mismo, pero más odiaba a todos los demás dioses.

Al toque de las manos de los gemelos Vanir, las vísceras se convirtieron en eslabones de hierro. Loki cerró los puños, tirando para soltarse, pero no hubo ningún cambio. Estaba en la cárcel más poderosa jamás creada.

—Los odio. Los odio... —sollozó.

La diosa giganta Skadi se abrió paso entre los dioses. En su mano llevaba una serpiente plateada. La lanzó hacia Loki con un gesto, y el animal se retorció en el aire y se enlazó al arbusto raquítico que crecía detrás de la piedra donde estaba la cabeza de Loki. Éste abrió la boca para lanzar alguna última burla por su mala puntería, cuando una gota de veneno cayó de los colmillos de la serpiente.

Nunca había sentido tanto dolor. El ácido cayó sobre sus labios, los deshizo y resbaló por su garganta, destruyendo todo a su paso. Ni siquiera pudo gritar. Se estremeció, sus ojos se pusieron en blanco y cerró los puños espasmódicamente. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Otra gota cayó. No podía hablar. Casi no podía respirar.

Oyó un ruido como de viento, todo a su alrededor se oscureció, y el aire puro de Asgard dio paso a un ambiente húmedo y mohoso.

Le costó enfocar la vista mientras otra gota de veneno caía sobre su rostro, pero pudo discernir que se hallaba en una caverna, oscura y fría. Extendió unos débiles hilos de energía desde las puntas de sus dedos, que recorrieron el suelo de la caverna. Luego de un momento, tuvo la certeza de dónde se hallaba. Midgard. Estaba debajo de Midgard, el reino de los humanos. ¿Qué, en nombre de los Nueve Mundos, le había dado la idea a Odín de encerrarlo debajo de Midgard? Hubiera hecho una mueca de desprecio, pero no tenía ya labios con que hacerla. Ya no le dolía tanto... claro, si ya no había nada que pudiera dolerle. Loki odiaba a los dioses. Le habían puesto en la peor situación posible. No podía morir, no a causa del veneno de una serpiente. Pero sí podía sentir dolor, y sí podía ir desintegrándose poco a poco. Dentro de unos años, no quedaría nada más que su mente, dispersa y sin un cuerpo sobre el cual actuar. Cómo los odiaba, oh, cómo los detestaba...

Algo se movió en la entrada de la cueva. No había casi nada de luz, pero Loki pudo vislumbrar la silueta de una mujer muy conocida. Quiso decir algo, pero sus cuerdas vocales ya no funcionaban.

Sigyn se acercó a él. Sus ojos estaban rojos de tanto llorar, su rostro era pálido y doliente como un espíritu de Hel, pero era Sigyn. La dulce Sigyn. La valiente Sigyn. La fiel Sigyn.

Ella extendió una mano hacia adelante. Al principio Loki no supo por qué, pero luego vio el cuenco que ella sostenía bajo los colmillos de la serpiente. El goteo de veneno se detuvo, y Loki sintió un cosquilleo bajo su piel. Lenta y reconfortantemente, su cuerpo empezó a reconstruirse por sí mismo, usando la magia arraigada en la mente de Loki. Respiró hondo, ensanchando sus pulmones lo más posible. Nunca se había sentido tan agradecido de poder respirar hondo. Apenas recobró la fuerza, comenzó a toser. Al fin pudo calmarse, y entonces simplemente dijo:

—Viniste.

Sigyn asintió sin decir nada, mirando a un punto situado en la pared detrás de Loki.

Hubo un silencio incómodo. Al final Loki volvió a hablar:

—¿Por qué?

Ella se encogió de hombros, sin hablar y sin mirarlo.

Tendría que haber dicho "Gracias", pero Loki nunca agradecía nada, y menos a su esposa.

Un rato después, el brazo de Sigyn comenzó a temblar levemente bajo el peso del cuenco lleno de veneno. Ella apretó los labios, como si estuviera intentando no llorar, pero de todos modos sus ojos se llenaron de lágrimas, brillantes como estrellas.

—Lo siento —susurró antes de retirar el brazo.

Loki no podía moverse, ya que estaba completamente encadenado a la roca, pero lanzó un grito salvaje de puro dolor, tan fuerte que las paredes de la cueva se estremecieron, y la onda expansiva de su voz recorrió los cimientos de la tierra, extendiéndose sin límites, agitando casas, bosques, ciudades, mares, toda Midgard. Ese fue el nacimiento del primer terremoto.

Sintió el veneno corriendo garganta abajo, deshaciéndolo con total facilidad, y enseguida corroyó sus cuerdas vocales, con lo que el grito se cortó bruscamente. Apretó los párpados, aún más fuerte, aunque de todos modos no logró contener una lágrima que se escapó entre las pestañas y resbaló por su pómulo.

Un dedo suave como la seda se deslizó por su mejilla y atrapó la lágrima rebelde. El veneno dejó de caer sobre su boca. Abrió los ojos, y varias lágrimas que estaban encerradas escaparon. Sigyn estaba de nuevo a su lado, interceptando la toxina. Su esposa parecía despedir luz propia, irradiando rayos de sol desde sus ojos color cielo y sus larguísimas trenzas color miel. Diosa de la fidelidad. El nombre le venía como anillo al dedo. Si había una frase que podía definirla, era: "Sigyn nunca se ha portado mal."

—Tenía que vaciar el cuenco —murmuró ella.

Loki asintió sin decir nada, mientras nuevamente su cuerpo comenzaba a regenerarse.

Y allí están. Siguiendo el mismo ciclo una y otra vez, esperando el día en que nazcan dos humanos predestinados, Lífthrasir y Líf, elegidos para ser los únicos sobrevivientes del Ragnarök. Entonces Loki se liberará de sus cadenas y llevará a los ejércitos de gigantes a la guerra más sangrienta de la historia, de la que será víctima.¿Qué cuándo será eso? Ah, sólo lo sabe Odín.

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