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Capítulo 9

Me subo en el auto y cierro la puerta. Escucho que me llama, pero lo ignoro. Estoy a punto de arrancar cuando golpea el vidrio de mi auto.

Bajo el vidrio y lo miro con fastidio.

—Déjeme en paz, no voy a dejar las formalidades con alguien que solo es un compañero más que acabo de conocer —él suspira.

—Acabas de malinterpretar las cosas, yo no tengo pareja. Estoy completamente soltero...

—No tiene que darme explicaciones sobre su vida privada, Cárdenas.

—Yo quiero hacerlo, por favor, escúchame —suspiro con cansancio y lo miro —. ¿Puedes salir del auto?

Hago lo que me dice y me pongo frente a él con los brazos cruzados.

—Tiene cinco minutos.

—¿Por qué la prisa? ¿Acaso te está esperando tu novio? —frunzo el ceño.

—Cuatro minutos o ¿quiere que me vaya?

Levanta sus manos en señal de rendición.

—No tengo pareja, pensaste mal. Estaba hablando con mi hija —lo miro asombrada.

—¿Hija? —eso no me lo esperaba.

—Sí, tengo una hermosa hija de 9 años —sonríe.

—No lo sabía...

—Porque no te has tomado el tiempo de conocerme, creo que ni leíste mi expediente. Nada más no es venir a trabajar, aquí debemos consolidar una familia, la comisaría es nuestro segundo hogar.

Alzo una ceja divertida.

—Que profundas palabras, teniente —se ríe y yo sonrío.

—Empecemos de nuevo —me tiende su mano.

Asiento y tomo su mano.

—Muy bien, princesa Anastasia. Entonces, te invito a cenar.

—Acepto, Adrián, te sigo —señalo su moto.

Me mira sorprendido y sonríe. Camina hasta su moto y yo me subo en el auto. Él arranca, lo sigo y descubro que el lugar es un pequeño restaurante bar que no queda tan lejos de mi casa. Aparco el auto y él hace lo mismo con la moto.

—Bienvenida al lugar donde siempre como.

—¿Acaso no haces comida en tu casa? —sonríe.

—Me la paso todo el día en la comisaría, pedimos el almuerzo y cuando salgo lo menos que quiero es llegar a cocinar...

—¿O es que no sabes cocinar? —comenzamos a caminar dentro del establecimiento.

Nos sentamos en una mesa y uno de los empleados nos trae el menú, hacemos nuestro pedido y él se retira.

—Me atrapaste —se ríe —. Sé hacer lo básico, pero me gusta comer variado. Así que no cocino para no aburrirme comiendo siempre lo mismo.

—Buena idea.

Tomo un sorbo de agua de la copa que nos trajeron.

—Entonces, Adrián, tienes una hija... Supongo que eres casado —niega con la cabeza.

—Para tu tranquilidad, no soy casado. Me divorcie hace tres años, el matrimonio no era lo que esperaba.

—¿Y qué esperabas?

—Se supone que debe ser una relación sincera, aparte del sentimiento que te une a la otra persona deben ser amigos, compañeros; y eso no fue lo que recibí.

—Según todo lo que me dices puedo deducir que tu esposa te fue infiel.

—Llegaste a la conclusión correcta, mi teniente —hago una mueca.

—Lo siento mucho, debió ser un golpe duro —asiente.

Nos traen la comida y agradecemos.

—Lo fue, yo creí que ella me amaba y lo que yo sentía también era muy fuerte. Además, Alondra estaba muy pequeña, ella recibió la peor parte. Fue traumático para una niña de 6 años.

—Debió serlo, estaba más pequeña. Además, tú también tuviste que separarte de ella y también me imagino que fue muy duro.

—Lo fue, ella es mi vida —siento esa punzada en mi pecho.

—Lo entiendo, aunque no lo creas, pero me imagino que ahora ya es más llevadero.

—Ya aprendimos a organizar nuestros tiempos. La mayoría de fines de semana se la pasa conmigo y cualquier rato libre que yo tenga. Además, la llamo para saludarla cada vez que puedo —asiento —. Ahora, cuéntame algo sobre ti.

Lo pienso por un momento.

—¿Qué te puedo decir? Me pongo en los zapatos de tu hija y la entiendo. Aunque yo estaba más grande, vivir sin alguno de tus padres es duro. Mi mamá murió cuando yo tenía 12 años —pone su mano sobre la mía —. Mi papá supo sacarme adelante solo y se lo agradezco. No pensó en él como hombre hasta que yo cumplí 16 años, ahí fue me presentó a una pareja, su actual esposa.

—Siento mucho la muerte de tu mamá y tu papá hizo lo correcto, espero que no le hayas hecho la vida imposible a tu madrastra —sonrío.

—Puede que me haya incomodado mucho al saber de su existencia, pero no la odié; ella no llegó a ocupar el lugar de mi mamá, nadie podría. Solo la vi como alguien que mi mamá mandó para que me aconsejara y para que mi papá no se quedara solo, además, yo iba a ingresar en la academia, inevitablemente lo dejaría solo.

—Buena conclusión, muy madura para tener 16 años —asiento —. Puedo preguntar, ¿de qué murió tu mamá?

Me quedo pensativa, con muy pocas personas he hablado sobre ese tema.

—No tienes que responder si no quieres... —interrumpo.

—A mi mamá la mataron, Adrián.

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