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Capítulo 6

Me dirijo hacia donde está la patrulla y suspiro antes de entrar.

—¿Me puede decir como va el seguimiento de Cayetano? —es lo primero que le digo.

Adrián me mira.

—¿Por qué te intriga tanto el caso de ese feminicida?

—¿No basta con ser mujer? Creo que cualquiera estaría dispuesta a indagar sobre ese caso —entrecierra sus ojos.

—Mi papá dijo que estabas directamente involucrada —frunzo el ceño.

—A usted no le incumbe mi vida privada. Yo también voy a trabajar en el caso y necesito estar al tanto, ¿me va a decir o tengo que ir con el Capitán? —levanta sus manos en son de paz.

—Calma fiera, no te tienes que enojar —ruedo los ojos —. Luego de que revisemos el cuadrante te muestro el informe.

Héctor entra a la patrulla.

—Ruíz, vamos a dar un recorrido superficial para mostrarle el cuadrante al Teniente Cárdenas, luego nos llevas de regreso a la comisaría.

—Como ordene, mi Teniente.

Pone en marcha el vehículo.

—Además de bonita, imponente

Ruíz asiente y lo miro mal a través del retrovisor.

—¿Algún problema con eso, Teniente Cárdenas?

Sonríe.

—Ninguno, Teniente Medina. Me gustan las mujeres así —alzo una ceja.

—Aquí venimos a trabajar, que no se le olvide.

—Por eso digo, me gusta trabajar con mujeres así —ruedo los ojos y él sonríe.

Damos un recorrido por el cuadrante y todo parece normal, hasta que llegamos a una esquina y logro divisar a un hombre amenazando a una adolescente, al parecer, la quiere subir a un auto en contra de su voluntad.

—Detén el auto, Ruíz.

Me hace caso.

—Espera, no te bajes sin protección, no sabemos si esté armado.

—No puedo hacer eso. En lo que me pongo el chaleco, ese hombre se la lleva.

Me bajo de la patrulla. El sujeto le apunta a la chica con un arma y acelero el paso, casi corro.

—Policía nacional, baje el arma —le apunto.

Dirige su atención en mi dirección y me apunta.

—Otra puta, me voy a divertir acabando contigo también —carga el arma.

Cuando estoy a punto de disparar. Siento el cuerpo de alguien cubrirme y caemos al suelo. Se escucha un disparo y el grito de una mujer. El rostro de Adrián queda muy cerca del mío, nuestras narices casi se rozan; no puedo apartar mi mirada de sus ojos.

—¡Se escapa! —escucho la voz de Ruíz.

Me separo de él y nos ponemos en pie.

—Ve por la chica, yo lo persigo —frunzo el ceño.

—Las órdenes aquí las doy yo. Asegúrese de que esté bien.

Corro en la dirección que me indica Ruíz.

—Logré evitar que se subiera al auto, se fue por allá.

Me voy por donde señala él y corro lo más rápido posible para alcanzarlo.

—¡Alto! —le grito.

Voltea y hace otro disparo, lo esquivo. Me detengo, apunto a su pie izquierdo y aprieto el gatillo. Se escucha un quejido y lo veo caer al suelo. Corro los últimos metros y le apunto a la cabeza antes de que se pueda poner en pie. Intenta apuntarme, pero pateo el arma que tiene en su mano.

—Queda detenido, tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra en un tribunal. Tiene derecho a la asistencia de un abogado durante su interrogatorio. Si no puede pagarlo, se le asignará uno de oficio —hace muecas de dolor.

Lo requiso, le doy la vuelta y pongo las esposas en sus manos. Hago que se levante.

—Puta desgraciada, me duele, esto lo vas a pagar —un golpe en su rostro hace que me sobresalte.

Tenemos a Cárdenas frente a nosotros, él fue el que lo golpeó.

—Insultar a un agente, un cargo más que se suma a tu condena —el delincuente lo mira mal.

—¿Y la chica?

—Está a salvo —asiento.

Lo llevamos a la patrulla, donde encontramos a la chica hecha un mar de lágrimas. Subimos al sujeto a la parte trasera. Héctor se baja y me cede el puesto del conductor, se va a la parte trasera con Adrián y el hombre que acabamos de arrestar, lo dejan en el medio y ellos a cada lado.

—Tranquila, ya todo está bien —tomo la mano de la chica y ella asiente.

—La maldita solo sabe llorar —vuelve a decir el sujeto.

Harta de escuchar su voz, me volteo y le apunto con el arma.

—Cierra la maldita boca si no quieres que te de un balazo entra ceja y ceja.

Va a contestar y Cárdenas le aprieta las esposas.

—¿Nunca te enseñaron a respetar a las mujeres?

—El Gordo los va a encontrar y esto no se va a quedar así. Tú, putita, las vas a pagar.

Miro a Adrián a los ojos y nuestras miradas se cruzan. Estamos frente a una pista muy grande, este hombre puede ser de mucha ayuda en la investigación.

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