Capítulo 4
Anastasia Medina
La lluvia comienza a caer y yo manejo lo más cuidadoso posible hasta la casa de mi papá. Después de la noticia que acabo de recibir no creo poder conciliar el sueño y estar sola.
Aparco frente a su casa y toco el claxon para no bajarme hasta que abran la puerta. Cuando se dan cuenta de mi presencia, me bajo de carro y corro hasta estar adentro.
—La lluvia es tan inesperada —la voz de Sonia llama mi atención —. Me alegra verte —me da un fuerte abrazo.
Ella es la esposa de mi papá. Se conocieron cuatro años después de la muerte de mi mamá, yo tenía 12 años cuando ella murió. Al principio me puse celosa, luego no tuve más remedio que aceptarlo y un años después Sonia se mudó con nosotros, trayendo consigo a su hija de ocho años y todo cambió. Dos años más tarde, Sonia quedó embarazada de Alberto y sentí que hacía parte de una familia nuevamente.
Me alegra mucho que mi papá haya encontrado a alguien con quién compartir su vida y también me hizo sentir menos sola a mí.
—A mí también me da mucho gusto verte, Sonia.
—Llegó mi tombo favorita.
(En Colombia a los policías se les dice "tombo", de manera coloquial).
Sonrío al verla y le doy un fuerte abrazo.
—Julieth, respeta.
—Es de cariño, mamá.
Julieth me da un beso en la mejilla. Es una linda chica de 20 años, nos hicimos amigas cuando nuestros padres se conocieron y la quiero como a una hermana, ella también a mí, porque creció viéndome como tal.
—¡Llegó, Ana! —grita Alfredo.
Él ya tiene 10 años.
—Hola, enano. Los extrañé —los abrazo a ambos.
—Y nosotros a ti.
Vamos a la sala y nos sentamos en los sillones. Mi pequeño hermano pide permiso para subir a su habitación.
—¿Y papá?
—No ha llegado del trabajo, linda, pero cuéntame. ¿Cómo estás? —sé que se refiere a lo que pasó con Valentina.
—Es difícil y muy duro de asimilar, en días como hoy me doy cuenta que no fue una simple pesadilla.
Julieth me abraza y Sonia toma mi mano.
—Siempre estaremos aquí para ti, no soy tu mamá, pero te quiero como a una hija —le sonrío tenue.
—Gracias, Sonia, yo también te quiero mucho —ella me sonríe y besa mi frente.
Escuchamos la puerta abrirse y ella se levanta para recibir a mi papá.
—Te amo, hermana, porque para mí eres mi hermana —la miro.
—Y tú la mía —toco su nariz.
Mi papá entra en la sala y lo saludo con un fuerte abrazo. Besa mi frente y acaricia mi mejilla. Se separa de mí un poco.
—Cada día te veo más grande.
—Estoy igual que la última vez que me viste, papá —alzo una ceja.
—Eso fue hace mucho.
—Fue solo un mes —respondo divertida.
—Eso es mucho para nosotros, estoy de acuerdo con papá —le sigue Julieth.
Abraza a mi papá y él besa su cabeza. Para ella su único padre es el mío, porque el suyo se fue y nunca volvió a aparecer.
Alfredo regresa para cenar y comemos entre risas. Tenía tiempo sin sentir un poco de alegría.
—¿Puedes quedarte hoy? —Alfredo me mira suplicante.
Niego con la cabeza.
—No puedo, cariño. El trabajo me queda más cerca de mi casa y debo llegar temprano —hace una mueca.
—Pero te puedes ir a tiempo. Es para ver películas como solíamos hacerlo con Valentina. Ella me hace mucha falta —su rostro se entristece y sus ojos se cristalizan.
Mi corazón se encoge. Él y mi hija se llevaban tres años, así que a ambos les gustaban las películas infantiles.
—A mí también me hace mucha falta, pero ella ya no va a volver a estar... puedo venir otro día y vemos ese maratón de películas, ¿te parece? —asiente un poco más entusiasmado.
—Dale un abrazo a tu hermana —le ordena su mamá.
Se pone en pie y yo me pongo a su altura. De mis ojos sale una lágrima que seco rápidamente, pero otra vuelve a caer. Él se separa de mí y seca esa otra lágrima. Besa mi mejilla y me vuelve a abrazar más fuerte.
Se hacen las 8:00 p. m. y decido que ya es hora de regresar a mi casa. Me despido de ellos y prometo regresar pronto.
Llego a casa y dejo las llaves en la encimera. Voy a mi habitación y me quito el uniforme. Me doy cuenta de que tengo dos armas y recuerdo que no le entregué la suya al nuevo teniente y exhalo el aire de forma brusca.
Me parece que es muy payaso para ser policía, y saber la razón por la que está aquí me causa mucho nerviosismo y rabia, porque la gente mala necesita tener su merecido. Es tan frustrante que lo hayan dejado escapar, espero que esas mujeres estén bien y no corran la misma suerte de mi mamá y mi hija.
Abro mi gaveta y saco su muñeca favorita... Mi niña, mi pequeñita.
—Perdóname, mi amor. Tuve que cuidarte mejor y no lo hice. No sabes cuanto lamento lo que pasó.
Abrazo la muñeca y me derrumbo. Esto no pasa todo el tiempo, porque aprendí a ser fuerte, pero mi mamá me enseñó que debemos desahogarnos de vez en cuando y llorar no nos hace débiles.
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