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Capítulo 3

Adrián Cárdenas

—¿Vienes por mí más tarde?

Escucho la vocecita de mi hija del otro lado de la línea.

—Trataré de desocuparme temprano para ir a visitarte.

Por favor, quiero verte hoy, papá —sonrío.

—Está bien, ahí estaré, cariño. Tengo que colgar, te amo.

Y yo a ti.

Escucho el sonido de un beso y luego el pitido que me indica que la llamada se terminó.

Alondra es mi pequeña hija de 9 años, el trabajo me limita el tiempo para verla y estar con ella, siempre me extraña, al igual que yo a ella.

Guardo el celular en mi bolsillo y me doy cuenta que el arma también reposa en mi mano, cierro la puerta y me la guardo en el otro bolsillo delantero. Todo sería más fácil si le hiciera caso a mi papá y hubiese traído el uniforme. Siento pisadas y me quedo quieto, escucho la voz de una mujer a mis espaldas.

—Quieto, arriba las manos.

Por el sonido, sé que me está apuntando con un arma.

—No es lo que piensa, baje el arma...

—Voltee lentamente y mantenga las manos donde pueda verlas.

Dice nuevamente y no me queda de otra que hacerle caso. Cuando la tengo frente a mí trago en seco... es hermosa.

—Deja el arma en el suelo y lánzala.

—A ver, puedo explicarlo, esto es un mal entendido.

Hago lo que me dice para evitar que esto pase a mayores.

—Eso se lo dirás al agente ahora que te tome la declaración.

—No me estás entendiendo, preciosa... —le sonrío.

Ella me mira a los ojos por primera vez y siento que no puedo apartar la vista. Su mirada es hipnotizante.

—No me llame así, manos en la cabeza —su voz suena ruda.

Cuando pongo las manos donde me indicó, comienza a requisarme y la detengo con mi voz.

—Oye, no tengo más nada, no es necesario que me requises. No estaba haciendo nada malo.

Me pone las esposas. Estoy en serios problemas.

—Eso a mí no me consta y es mi deber hacer esto. Cierre la boca.

—Preciosa, no sabes quién soy yo, estás cometiendo un error.

Comenzamos a caminar hacia no sé dónde.

—Sé muy bien quién eres; un amigo de lo ajeno que está buscando lo que no se le ha perdido.

—Yo soy...

—Teniente Medina, ¿qué está haciendo? —la voz de mi papá se escucha.

Suspiro, después de esto sé que me dará un sermón bastante largo.

Nos detenemos frente a una sala, donde varios ojos se posan en nosotros.

—Este sujeto estaba hurgando en su oficina de forma sospechosa —mi papá me mira.

—¿Cuántas veces te he dicho que si vas a venir al comando traigas tu uniforme oficial?

—Lo siento, papá, no me dio tiempo.

La chica a mi lado se tensa. Creo que sabe que yo tenía razón y que estaba cometiendo un error.

—Teniente, quítele las esposas, por favor. Él es mi hijo y precisamente esta reunión es para hablar sobre él.

Su rostro se tiñe de un rojo muy leve. De cerca se ve aún más hermosa, sus facciones son delicadas, su tez es de color trigueño, de un tono claro; tiene unas cuantas pecas alrededor de su nariz, su cabello parece ser de un tono cobrizo. Levanta la mirada y nuevamente sus ojos color marrón claro están puestos en los míos. Sonrío.

—Te dije que era un mal entendido, preciosa —susurro.

—Esa no es manera de salir de la oficina de tu padre —me encojo de hombros.

—Me gusta ser misterioso —le guiña un ojo —. Adrián Cárdenas —extiendo mi mano.

—Teniente Medina —responde y toma mi mano.

—Pero que seriedad, preciosa. Ahora que sabes que no soy un ladrón puedes sonreír, seguro te ves aún más hermosa —rueda los ojos.

Es demasiado seria y su mirada es muy profunda, casi triste.

—No sea payaso y guarde silencio. Todos nos están mirando.

Hacemos un juego de miradas, donde puedo notar que le gustan los retos y no deja pasar nada.

—Por favor, entren a la sala.

—Cómo ordene, mi general —responde sin dejar de mirarme.

Suelta el agarre de nuestras manos y mi sonrisa crece.

—Primero las damas —me da una última mirada y pasa.

Mi papá me mira furioso.

—¿Nunca dejarás de ser rebelde? —susurra en tono de regaño.

—Es parte de mi personalidad, viejo.

—Más respeto, estamos en el trabajo.

—Como ordene, mi capitán —respondo con diversión.

Reposa sus manos en el puente de su nariz y entramos a la sala. Mi papá comienza el discurso y mi presentación. Durante toda la charla no puedo dejar de ver a la teniente Medina.

Mi padre es interrumpido por un tal Capitán Núñez, parece que está bastante molesto. Su ceño ha estado fruncido en todo el rato. Mi papá lo deja helado cuando menciona la razón por la que estoy aquí. Todos en la sala dirigen su mirada hacia el capitán y la teniente; ella, palidece y puedo notar que lucha por seguir respirando regularmente.

—¿Desde cuando? —la oigo preguntar.

—Hace semanas, no quise preocuparlos. Desde ese entonces, mi hijo ha estado monitoreando sus pasos y lo traje para que sean un equipo y juntos puedan volver a atrapar a ese criminal —ella traga en seco.

No vuelvo a hablar en toda la hora. Mi papá termina y todos me dan una cordial bienvenida.

—Espero que dé la talla, Teniente.

—Lo haré, Capitán Núñez, tomo mi trabajo muy en serio.

Me mira seriamente. Medina sale de la sala a paso apresurado. El capitán se va detrás de ella y los sigo inevitablemente; intenta detenerla tomando su brazo, pero ella se resiste.

—¡Déjame en paz! —le grita y sale de la comisaría.

Creo que entre ellos hay algo y parece que no va nada bien.

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