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Capítulo 29

Adrián Cárdenas

Vamos en camino al lugar donde tienen secuestrada a Anastasia, hace una hora me llamó y pudimos rastrear la llamada. Sabía que ella haría todo lo posible por enviar señales de vida.

En el instante en el que dejé segura a Alondra intentamos rastrear su reloj, pero cuando llegamos a donde indicaban la coordenadas descubrimos que estaba tirado junto con su ropa. Me dio mucha rabia, porque estoy seguro que la obligaron a desnudarse y no me quiero imaginar lo que ese hija de puta es capaz de hacer.

Peinamos la zona, pero no había rastros de ella. Lo más raro es que el capitán Isamel también desapareció, en un principio pensé que iba tras una pista, pero pasaban las horas y no daba señales. Fue hasta ese momento que Rogelio dijo la verdad, confesó que él colaboraba para el narcotrafico en compañía de Ismael. Ellos planearon el rapto de mi hija y fueron los que dañaron el operativo principal. Mi papá tuvo que detenerme, porque casi lo mato a golpes.

En la llamada que nos hizo Anastasia confirmamos que él estaba allá gracias a lo poco que se pudo escuchar de la llamada. Ese hombre no es una buena persona y cuando le ponga las manos encima se va a enterar de todo lo mal que me cae.

—Ya estamos cerca —dice Ruíz.

—Prepárense, todos alerta y con cuidado cuando vayan a disparar. Saben que La teniente Anastasia también está ahí.

—Sí, mi teniente.

Todos obedecen y nos preparamos para atacar.

Anastasia Sandoval

Ya solo me quedan dos balas y el Gordo está cada vez más cerca de mí.

Suspiro.

—No te vas a escapar —lo siento cerca.

—Lo mismo digo, infeliz.

Me volteo para disparar y lo tengo frente a mí. Con una patada le quito el arma y le lanzo un golpe. Él me lo devuelve, pero lo esquivo. Intenta correr por su arma, pero le meto el pie y cae en el suelo a pocos pasos de su pistola. Neutralizo su cuerpo y le apunto en dirección a su cabeza.

—No te voy a dejar escapar, ya te atrape una vez y ahora no voy a volver a fallar.

—Debo admitir que tienes más agallas que tu madre, ella solo gritaba y lloraba por su vida. En el fondo me aburrió y descansé cuando dejé de escuchar su voz tan chillona.

—No tenías derecho a quitarle la vida.

—Se me antojó hacerlo y yo siempre hago lo que quiero.

—Más nunca va a ser así.

Voy a disparar, pero el grito de Adrián me interrumpe.

—¡Anastasia! —miro en su dirección.

Vino por mí, ya está aquí.

Pierdo el equilibrio y mi arma se cae.

—¡No! —lo escucho gritar nuevamente.

Escucho dos disparos y siento como una bala atraviesa mi piel. Me dejo caer y a los segundos tengo a Adrián frente a mí.

—Tranquila, ya viene la ayuda. Mírame.

Siento mi cuerpo muy débil, sin embargo hago lo que me dice y sonrío.

—Ya todo acabó —susurro.

—Sí, por eso tienes que estar bien, para que disfrutemos de la tranquilidad de ahora en adelante.

—Gracias por llegar a alegrar mi vida...

—Tú también estás alegrando la mía, eres mi sueño y mi realidad —derramo una lágrima.

—Te amo, Cárdenas —intento acariciar su mejilla.

Pero solo queda en un intento, porque pierdo la fuerza y todo se vuelve completamente negro.

Adrián Cárdenas

Acaricio su mejilla y ayudo a que la suban en la camilla. Los paramédicos detienen la hemorragia de su hombro.

—Va a estar bien, solo es una herida superficial en el hombro, tranquilo —me dice uno de ellos.

Asiento.

—Ruíz, vete con ella y me informas, yo debo recoger todo este desastre. Estoy seguro de que ella también haría lo mismo.

—Así lo haré, teniente.

Beso su frente y la suben a la camilla, Ruíz se sube y cierran las puertas.

Miro a mi alrededor y suspiro. El cuerpo del Gordo está a centímetros de mí, tiene una bala entre ceja y ceja que yo le proporcioné. Cuando Anastasia se distrajo, él aprovechó le iba a disparar directamente en el pecho, pero yo lo impedí. Aún así alcanzó a dispararle en el hombro.

—Recojan el cuerpo, el país entero agradecerá el deceso de este criminal.

Los forenses hacen su trabajo. Divisamos a los lejos una especie de casa vieja y nos apresuaramos en ir hasta allá.

Dentro de la casa hay varias latas de cerveza, la revisamos y entramos a uno de los cuartos. Nos llevamos la sorpresa de ver dos cuerpos tendidos en el piso. Me acerco a ellos, uno es el del sobrino del gordo, reviso su pulso, pero está muerto. Se le ven dos impactos de bala y estoy seguro de quién es la responsable. El cuerpo que está a su lado pertenece a Ismael. Lo toco y poco a poco reacciona.

—¿Qué haces aquí? —me mira con rabia.

—Desátenlo —ordeno.

—No deberían seguir órdenes de un inepto como tú.

Le disparan al candado de la cadena y lo levantan, quedamos al mismo nivel de altura.

—Parece que te estuvieras viendo en un espejo y hablaras sobre ti. Que desgracia es que hayas sido el capitán de la policía.

—Todos son unos ineptos, nunca se dieron cuenta. Yo estaba rodeado de inútiles como ustedes.

No puedo contenerme y estampo mi puño contra su rostro.

—Por tu culpa casi matan a mi hija y a la mujer que amo. Haré que te pudras en la cárcel.

Saco las esposas y me pongo detrás de él.

—Isamel Núñez, quedas detenido por el delito de narcitrafico, secuestro y traición. Tienes derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra en un tribunal. Tienes derecho a la asistencia de un abogado durante tu interrogatorio. Si no puedes pagarlo, se te asignará uno de oficio —recito las palabras reglamentarias.

—Maldito, no sabes cuanto te odio. Debí matarte cuando tuve la oportunidad.

Mo obligo a caminar.

—Parece que agregaremos otro delito a la lista de tantos que has cometido —se queja y sonrío.

Se siente tan bien hacer Justicia.

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