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Capítulo 25

Adrián Cárdenas

Revisamos las coordenadas y vemos que indica que están detenidos en dirección al sur muy cerca de las zonas boscosas.

—Eso está casi a 2 horas de aquí —comenta Ismael.

—Debemos intervenir, hay que ir hasta ese lugar sí o sí —miro a mi papá.

—Ya organizamos el operativo para que vayan. Hijo, tú te quedas conmigo monitoreando.

—No papá, yo tengo que ir. Es mi hija la que está desaparecida, tú te quedas aquí y nosotros vamos en compañía de los demás.

—El teniente tiene razón, también es nuestra única oportunidad para atrapar a esos delincuentes.

Asiento.

—Muy bien, haremos eso. Prepárense, ya doy aviso a los demás.

Salimos de la sala de cómputo y me armo con todo el equipo necesario. Busco a Anastasia, pero no la encuentro, me cruzo con varios agentes y pregunto por ella, pero ninguno me dice nada. Esto no me da buena espina. Busco el teléfono de la jefatura y marco su número, no me contesta. Intento dos veces más y en la segunda me contesta.

—Anastasia, soy Adrián, ¿dónde estás?

—Te voy a regresar a tu hija sana y salva, cueste lo que cueste.

—¿De qué estás hablando? Dime dónde estás.

—De camino a buscarla, recibí un mensaje y para allá voy.

—Regresa, tenías que decirme. No puedes exponerte así.

Siento la impotencia subir por mi cuerpo.

Esto es mi culpa, yo te metí en mis problemas con esos feminicidas y es algo que tengo que arreglar. Te amo, Adrián y te prometo que Alondra va a regresar sana y salva.

—No hagas nada sola, pasame tu ubicación... ¡Anastasia!

Cuelga la llamada y la rabia me invade. Me controlo para no estrellar el teléfono.

—¿Qué pasa? —pregunta mi papá.

—Anastasia se fue, recibió un mensaje en su celular donde le enviaban la dirección de donde está Alondra. Estoy seguro de que es una trampa para que ella vaya, mi hija no era el blanco directo, la tomaron de rehén para hacer ir a Anastasia hasta ellos. Ayúdame papá, no las puedo perder a las dos.

—Primero mantengamos la calma, ¿tienes alguna forma de rastrear a Anastasia?

Asiento.

—Ella me pidió que nos pusiéramos de acuerdo para hacer relojes e interconectarlos por seguridad. Los teníamos nosotros tres y su familia.

—Eso fue una muy buena idea. Lo más probable es que vayan al mismo sitio que indica el reloj de mi nieta... Ya los agentes están listos y te están esperando. Desde aquí estaré monitoreando los relojes y los mantengo al tanto, ten cuidado —asiento.

—Estamos en contacto —asiento.

Salgo de la comisaría y encuentro a todo el equipo. Ismael se va solo con un agente y se adelantan. Yo me voy en otra camioneta, le ruego a Dios que mi hija y Anastasia estén sanas y salvas.

Anastasia Sandoval

Llego al sitio correspondiente y veo la camioneta negra que me dijeron. Me meto el celular en uno de mis bolsillo y escondo el arma dentro de mi ropa, también guardo una navaja. Me bajo del auto.

—¡Anastasia! —escucho el grito de Alondra y miro en su dirección.

Intento correr hacia ella, pero alguien me toma por el brazo.

—Hasta ahí, policía —susurran en mi oído.

Esa voz... Es el sobrino del Gordo. Me volteo.

—Sueltame y déjala ir —me muevo para alejarme, pero saca un arma.

—Te llegas a mover y te disparo —la pone en mi sien.

Veo llegar al Gordo en compañía de Alondra. La tiene fuertemente agarrada por el brazo, ella tiene un golpe en su rostro y las manos atadas; siento rabia.

—No tenías que golpearla, hijo de puta.

La niña tiene los ojos llenos de lágrimas y su uniforme desarreglado.

—Controla tu vocabulario, no quieres que me enoge y le pida a mi sobrino que le haga lo mismo que a tu hija. Créeme que sería divertido verte sufrir nuevamente.

Cierro mis manos en forma de puño y las aprieto con fuerza.

—No le hagas nada, esto es entre tú y yo, nada más. Deja que se vaya —lo miro a los ojos.

Sonríe y acerca su rostro al de Alondra, pasa su lengua por la mejilla de la niña, ella llora y grita.

—¡Déjala! Hago lo que tú quieras, pero deja que se vaya —me mira.

Empuja a Alondra y se acerca a mí, me tenso. Intenta besarme, pero aparto mi rostro, huele mi cuello y siento náuseas.

—Eso me interesa, debo admitir que estás muy buena, mucho más que tu mamá. Me divertiré mucho contigo putita —lo miro con odio.

—Eres el ser más repugnante y asqueroso que he conocido —me da un golpe en la mejilla.

—¡No le pegue! —grita Alo.

Siento el sabor metálico de la sangre en mi boca.

—Cállate mocosa —va a caminar hasta ella, pero mi voz lo detiene.

—Ya me tienes aquí, no que muy marchito con todos esas niñas. ¿Solo puedes con ellas porque no se pueden defender? Te quedó grande tener a una mujer —su sobrino descarga la pistola.

Voltea hacia mí y sus ojos botan fuego. Me da otro golpe.

—Ya verás que puedo con todas —mira a su sobrino —. Encierrala en la camioneta y haz lo que quieras con esa niña.

—¡No! ¡Tienes que dejar que se vaya! —me resisto.

—Aquí el que da las ordenes soy yo —escuchamos las sirenas de las patrullas.

Siento esperanza.

—Maldita, te dije que vinieras sola —me da otro golpe en el rostro, caigo en el suelo y escupo la sangre que se acumula en mi boca.

Miro a Alondra y está asustada viéndome, le hago señas para que corra.

—!Vámonos, tío!

—No me voy sin ella. Te dije que la metieras en la camioneta.

El sobrino del gordo jala mi cabello, pero me niego a ponerme en pie. Las sirenas se escuchan cada vez más cerca.

—¡Alondra, corre! —le grito y me hace caso.

La veo desaparecer en la dirección que se siente el sonido de las patrullas.

—Deja a esa niña, tío. Ya tenemos a nuestro objetivo.

Saco la navaja y se la entierro en el muslo a su sobrino, escucho su grito y aprovecho para ponerme en pie, pero cuando voy a correr siento un golpe en mi cabeza que me deja inconsciente.

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