Bajamos del auto y me quedo mirando la casa de la madre de la hija de Adrián. Al final terminó convenciendome de salir con él y con su niña, era eso o seguir escuchando sus discursos.

Toca la puerta y le abre una mujer, supongo que es la madre de la niña, ella es rubia, de ojos marrones, bastante guapa.

—Buenos tardes, Estefanía.

—Vaya, casi que no se te despegan las sábanas, admito que me sorprendió. Eso no es habitual en ti —sus ojos se posan en mí —. ¿Quién es esta mujer?

Me mira expectante, Adrián sonríe y toma mi mano, lo miro de reojo. ¿Qué se supone que está haciendo?

—Ella es la Teniente Anastasia, mi novia —casi me atraganto con mi propia saliva.

Lo miro disimuladamente y él apreta mi mano.

—Mucho gusto, Estefanía, ya me han hablado de ti —ella hace una mueca.

—Y yo es primera vez que escucho de ti...

—¡Papá! —escuchamos el grito de una niña.

La hija de Adrián sale corriendo y se lanza a los brazos de su padre. Es hermosa, tiene el cabello rubio recogido es dos coletas altas y dejando resaltar su flequillo; sus ojos son idénticos a los de su padre y en sus mejillas se forman unos lindos hoyuelos cada vez que sonríe, sonrisa que me recuerda a la de Adrián.

—Princesa, pero que grande estás, cada domingo te creces montones —ella se separa un poco para mirar a su papá.

—La doctora dice que estoy en pleno desarrollo, debe ser por eso —se encoge de hombros.

Su mirada se posa en mí y me observa con curiosidad.

—Quiero que traigas a Alondra antes de las 8:00 de la noche, sabes que es su hora límite para estar despierta —habla su madre.

—No se me olvida, Estefanía, aquí estaremos antes de esa hora... Princesa, despidete de tu mamá.

Ella, aún en los brazos de su padre, besa la mejilla de su mamá.

—Te portas bien, Alo. No comas muchos dulces —le advierte.

—Yo siempre me porto bien, mami —responde la niña.

Su mamá le da una última mirada y luego me ve a mí.

—No puedo decir que fue un gusto conocerte, sería hipócrita de mi parte —asiento.

—Hasta otra oportunidad, Estefanía.

—Ojalá y no, Anastasia —besa la frente de su hija y cierra la puerta.

Miro a Adrián y este lo único que puede hacer es reírse.

—¿De qué te ríes, Papá?

Comenzamos a caminar en dirección al auto.

—Recordé un chiste muy bueno que me contaron... ¿Quieres que te lo diga?

—¡Sí!

—Ahí te va... ¿Por qué los leones comen carne cruda? —ella frunce el ceño.

—No sé, ¿por qué?

—Porque nunca aprendieron a cocinar.

Él suelta la risa y yo lo miro sin poder creerlo, al final termina contagiandome y su hija nos sigue la corriente.

Nos subimos al auto, él la deja segura en el asiento trasero y luego se sube en el asiento del piloto, yo voy de copiloto. Pone el auto en marcha.

—Señora, ¿le puedo preguntar algo? —me volteo y la miro.

Sus ojos me observan con curiosidad.

—Claro que sí, nena, dime.

—¿Quién es usted? Yo nunca la había visto.

Miro a Adrián y él sonríe, pero no dice nada.

—Yo... soy Anastasia, una amiga de tu papá.

—Pero yo escuché que eras su novia.

—Alo, es de mala educación escuchar conversaciones ajenas y más si son de adultos.

—Perdón, es que no pude evitarlo —vuelve a mirarme —. ¿Si eres la novia de mi papá?

Suspiro.

—Sí, yo soy la novia de tu papá.

—¿No me vas a robar su atención, verdad?

—Claro que no, nena, yo nunca haría eso. Además, tu papá te ama mucho, no hay nada que pueda desviar su atención hacia ti —ella sonríe.

—Yo también lo amo mucho —Adrián le lanza un beso —. Mi nombre es Alondra y podemos ser amigas, ¿verdad?

—Claro que podemos ser amigas, es un gusto para mí. Tienes un nombre muy bonito.

—Gracias, a mí también me gusta mucho —se ríe —. Tu nombre es como el de una princesa que aparece en una película que me vi con mi papá, ¿te acuerdas, papi? La princesa Anastasia —él asiente.

Ya entiendo de donde salió su apodo hacia mí.

—Claro que lo recuerdo, tengo a dos princesas en mi vida —sonrío y la niña igual.

—Eres muy bonita, princesa Anastasia.

—Gracias, corazón. Tú eres mucho más bonita —me sonríe.

Mira a su papá.

—¿A dónde vamos?

—Al parque de diversiones si no hay ninguna objeción.

—Ninguna.

Se entretiene con los autos que ve por la ventana y se concentra en contarlos. Adrián solo me mira de reojo y sigue conduciendo. En pocos minutos llegamos al parque y Alondra salta de alegría.

—Me quiero subir en todo, papi —se emociona.

—Claro que sí, cariño —nos jala.

En el primer juego que subimos es la montaña rusa. Termino con el estómago revuelto, pero valió la pena escuchar los gritos y las risas de Alondra.

—¡Vamos a ese! —exclama señanalando otro juego.

Es parecido a la montaña rusa, pero un poco más lento. Luego nos subimos en el paseo plano, en un carrusel, en los juegos de agua y paseamos en un tren; ahora vamos a entrar a la casa de los sustos.

—¿Segura que quieres entrar aquí? —le pregunto.

—Claro que sí, soy una niña muy valiente.

Nada más entrar y ver el primer espanto se pone a gritar, debo admitir que yo también me asusté. Salimos y Alondra está apunto de llorar por el susto, Adrián no hace más que reírse.

—¿No que eras una niña muy valiente, hija?

Ella lo mira mal y se cruza de brazos.

—Eso parecía muy real —se defiende.

—Yo también llegué a asustarme, así que te entiendo —admito.

Ella asiente y toma mi mano. Me sorprendo, desde que llegamos no había tenido ningún contacto físico conmigo.

—¿Quieres ese oso que está allá? —se lo señalo.

Está exhibido en un puesto de tiro al blanco.

—¿Puedes reclamarlo?

—Tengo buena puntería.

Vamos al puesto y en el primer intento tiro en el blanco. Me gané un oso más grande del que le había mostrado a Alondra, igualmente lo aceptó, estaba más contenta porque era muy grande.

Nos sentamos a tomar unos helados y ella me mira.

—¿Cómo conociste a mi papá?

—Yo también trabajo en la policía, soy Teniente.

—Como mi papá —asiento.

—Sí, como tu papá.

Se queda meditando y luego vuelve a preguntar.

—¿Tienes hijos? —mi estómago se encoge.

Adrián me mira y yo suspiro.