EL SENTIMIENTO DE IMPOTENCIA
Batman se despertó. Se dio cuenta de que había tenido otro de sus sueños, del tiempo anterior... el tiempo antes de que Superman se volviera contra la humanidad. Suspiró al levantarse de la cama. Al mirar a su alrededor vio lo sucio y desgastado que estaba. No se trataba de una mansión Wayne ni de ninguna Batcueva. Solo un complejo carcelario abandonado hace mucho tiempo. Los prisioneros murieron o se fueron. Apenas se habían acomodado hace unas semanas, ya que lo que quedaba de la resistencia necesitaba un nuevo escondite o base de operaciones. El último había sido destruido por las fuerzas enemigas, pero habiendo planeado esto, Batman y sus hombres escaparon de la carnicería.
Casi seis años después de la primera invasión de Darkseid y el Día Omega, la guerra todavía estaba en curso, pero cualquier forma de resistencia había tenido poco impacto en el régimen de Darkseid, y menos ahora con Kal-El de su lado. Batman esperaba cambiar eso.
Saliendo de la vieja cama, aturdido, bebió de la cantimplora de agua. El planeta se estaba convirtiendo en un páramo y el agua era más preciada que los combustibles fósiles en los viejos tiempos. Se frotó los ojos doloridos, cansados y estresados. Sus patrones de sueño han sido irregulares, apenas dormía. A diferencia de antes de la guerra, donde tenía una rutina regular como Bruce Wayne de día y justiciero de noche, ahora era un estratega constante, un luchador de la resistencia y un guerrero incansable. Por lo general, tenía poco tiempo para relajarse. Y no es que pudiera relajarse con sus demonios internos recordándole constantemente sus fracasos, la muerte y el sufrimiento que había sobrevivido.
No había podido salvar a Clark, y había dejado morir al amor de su vida, a Selina Kyle y a sus hijos, Richard Grayson y Jason Todd. Y así como ellos Barbara Gordon, Hal Jordan, J'onn J'onzz, Oliver Queen, Arthur Curry, Tatsu Yamashiro, Diana Prince, y muchos otros héroes más. Ahora no había nada más en su corazón que impotencia y venganza.
Después de ponerse el antiguo traje, noto que estaba más gastado ahora, pues los rasguños y los agujeros de bala lo ensuciaban. El polvo y el barro le daban un aspecto adecuado al paisaje. Debajo del traje, vestía ropa adecuada para un estilo de vida en el desierto, visible a lo largo del atuendo.
Todavía no se ponía la capucha, cuando termino mirándose en el espejo... vio cómo se veía. Vio la tortura, el dolor, la impotencia que sentía. Quedaba poco rastro del hombre que había decidido a ponerse la capucha para tratar de darle algo de esperanza a su ciudad. Se había vuelto aún más quebrantado, cansado del mundo y cínico. Cualquier moral que alguna vez tuvo, excepto los vínculos con algunos aliados, se habían esfumado.
Lentamente se cubrió la cabeza con la capucha. Agarró y usó su cinturón de herramientas completo con un arsenal de artilugios, armas y herramientas.
Ahora completo, se dirigió al cuarto de guerra improvisado. Las habitaciones antiguas y celdas de la prisión ahora eran hogares para los seguidores de Batman, entre los que se encontraban Hippolyta, la antigua reina de las amazonas caída en desgracia, Barry Allen al límite de sus fuerzas, y Slade Wilson, mejor conocido como Deathstroke, el antiguo rival de Bruce Wayne. Difícilmente era un santuario, pero estaban a salvo por ahora. Mientras caminaba por el complejo, sus hombres lo saludaron y él les devolvió el saludo. La mañana era relativamente pacífica. Uno pensaría que el fin del mundo no estaba sucediendo en ese momento.
Batman sabía que era mentira, perdió la esperanza hace mucho tiempo.
Llegó a donde tenía que estar, la antigua oficina del director. Ahora era una sala de guerra, mapas y archivos estaban por todas partes, los tablones de anuncios ahora se usaban para investigaciones y planes de guerra. Batman estaba satisfecho con la rapidez con la que se configuró, era más importante que nunca hacer el trabajo rápido. Especialmente con Superman cazándolos. La gran mesa principal tenía un mapa y se usaba para planificar movimientos y carreras de suministros. Bruce todavía echaba de menos su Batcomputadora, ya que todo parecía demasiado primitivo en comparación con la supercomputadora. Pero como hombre bien versado en muchas habilidades, podía manejarlo.
-¿Qué es lo que hoy tenemos? – les preguntó Batman –
-Batman, anoche los corredores de suministros volvieron sanos y salvos. Pero no encontraron nada. Los depósitos y almacenes de víveres del Régimen están vacíos. Es como si ellos los dejaran así a propósito – Slade Wilson termino su informe. Batman gruñó, asimilando la información –
-¿Cuánto tiempo tenemos para que nuestros víveres se terminen? – pregunto Bruce –
-Al menos dos semanas – ahora la que respondió fue Hippolyta – Tenemos más problemas. Los exploradores notaron a algunas de sus patrullas en el oeste, incluyendo a Parademons.
-Ya no tenemos más escondites y los suministros no nos van a durar – Slade intervino – ¿Estás seguro que tu plan de contingencia está listo?
-¿Estás listo para lo que sigue... Barry? – Bruce se dirigió a Flash –
El joven velocista los vio a todos con mirada confusa. Había pasado por mucho y en este momento, no podía flaquear en su objetivo. Tenía una misión que cumplir y un mundo al cual salvar.
-Si... estoy listo – contesto el, viéndolos a todos –
A Hippolyta no le gustó eso, pues no quería arriesgarse a perder a más gente a su alrededor.
-¿Estás loco, Bruce? – pregunto la antigua reina amazona – ¿Cuantos de tus amigos murieron por tu culpa? Mi hija creyó en ti y murió, todo por tus estúpidos planes... ¿y si pasa algo malo, como una trampa, por ejemplo? Puede que Barry no regrese, piensa en lo que nos pasará, y al mundo.
-¡Solo quiero que volvamos a tener una oportunidad en el pasado! – Bruce respondió – Ojala los demás no hubieran muerto, pero así son las cosas. Es lo que tenemos y no hay más.
-Bruce... está bien – respondió Barry con nerviosismo – Yo puedo con eso.
Fue entonces que Bruce, Slade e Hippolyta salieron de la habitación, dirigiéndose a buscar el resto de su equipo. Barry por otro lado, fue hasta una habitación apartada donde se encontraba un aparato electrónico similar a una máquina de correr para realizar ejercicio.
Barry estaba a punto de embarcarse en un viaje que cambiaría el curso de la historia.
Batman agarró la gabardina que usaba cuando estaba en el desierto. Proporcionaba protección y camuflaje adicionales, también tomó sus gafas como protección para los ojos. Se las puso sobre la capucha y ahora estaba preparado para la operación de distracción. En la armería, agarró dos pistolas y un par de cargadores. Los colocó en las pistoleras de su cinturón. En el pasado, Batman no se habría atrevido a usar tales armas, pero eso fue antes de la guerra, de la invasión de Darkseid. Dejó la armería y se dirigió a la entrada principal, donde Slade Wilson e Hippolyta ya preparaban sus armas. La luz brillante del desierto era bastante cegadora, haciendo contraste con un lugar espantoso. Mirando a su alrededor, notó la devastación, los pueblos y ciudades destruidos... al páramo sin vida. Los restos de la civilización.
Todas las ciudades destruidas hacían contraste con las nubes grises y el Sol que casi quemaba a los seres vivos aún existentes, en el planeta que aún podría llamarse Tierra.
Bruce estaba listo para estar un paso más cerca de perder su impotencia... y finalmente destruir a un dios. O al menos, revertir las cosas.
-¿Exactamente qué es lo que hará Flash? – pregunto Deathstroke –
-Va a volver en el tiempo... ira a un punto exacto. Va a activar la Fuerza de la Velocidad y volverá para... arreglar lo que hice – concluyo Batman –
-Entonces... ¿a esto se reduce todo? – pregunto Slade, mientras preparaba su ametralladora SAW – ¿A dar nuestras vidas para que los demás se puedan salvar en el pasado?
-¿Tienes problemas con eso? – pregunto Bruce –
-Realmente ya no, pero quiero estar seguro de que va a valer la pena.
Slade se alejó después de decir sus palabras. Dejando a solas a Bruce, pudo pensar nuevamente en sus seres queridos. En los momentos breves pero felices que había pasado con Selina... si tan solo no la hubiera dejado atrás el día que se fue de Gotham, al menos no hubiera fallecido sola cuando se enfrentó a su destino. En Dick Grayson, que lo había perdido a manos de Darkseid, y Jason, que había muerto maldiciendo el nombre de Bruce Wayne. Les había fallado, como le había fallado a Alfred al momento de morir.
Sus pensamientos lo torturaban como cada día de su existencia... lo torturaban al punto de hacerlo volver a alucinar con el payaso... con ese maldito payaso.
Tu no por favor, ya me tienes harto...
-Ha...ha...ha...ha...ha...ha...haaaaa... tu sí que sabes cómo es perder a un ser amado, mi querido murciélago... como a tus padres... al amor de tu vida... al hombre que te crio... y a tus hijos...
-Ten cuidado con lo que salga de tu boca... Joker...
-Eres tan predecible... Bats – como si realmente estuviera ahí, Bruce vio al Joker en su traje blanco y sus cabellos verdes. La alucinación era tan real que incluso imaginaba sus movimientos manuales y expresiones. Desde hacía seis años que lo tenía en su mente – Siempre me pregunte sobre... ¿cuantos pueden morir en tus brazos antes de que la muerte no te afecte?
-No tuviste cuidado...
-¿Los gatunos ojos verdes de tu hermosa Selina... o el azul como el mar de tu hijo Richard Grayson? – Joker rio – Cuando ellos cerraron sus ojos... ¿Quién te dolió más? ¿Cuántos ojos muertos puedes mirar... antes de que tú mueras por dentro?
-Yo estoy muerto por dentro desde hace mucho tiempo, pero tengo límites. Y si los cruzas voy a...
-¿Matarme, Bruce? – Joker lo interrumpió, riendo – No puedes matarme... ya lo hiciste una vez. Además... ¿Quién va a recordarte a los fantasmas de tu pasado? Si quieres que deje de aparecerme frente a ti, pues pon la pistola en tu cien... y tira del gatillo.
Bruce lo pensó. No había nada más que quisiera que morir, pero no había tiempo para eso ahora. Tenía que darle tiempo a Barry Allen para completar su tarea.
-¿Te recuerdo a otra alma desafortunada que perdió la vida al cruzarse contigo? – Joker prosiguió, burlándose de Bruce – Pobre Lois... ¡Todo lo que habrá sufrido... no! – volvió a reír – Tú la mataste... Bruce – Joker reía, y reía. Esa estúpida risa que Bruce odiaba se hacía más constante en su mente – A veces me pregunto... ¿En cuantas líneas del tiempo destruyes el mundo? Es que no tienes las bolas para morir tú...
Bruce sabía que era verdad. Su mano comenzó a temblar y su rostro a palidecer. Pero decidió que no le daría satisfacción al Joker.
-¿Sabes... Jack? – Bruce sabía que el Joker se molestaba cuando le decían su nombre de verdad – Es algo curioso que hables de gente que murió en mis brazos... por que cuando tenía a Harley Quinn... desangrándose y muriendo, me suplico que cuando yo muriera, y ten por seguro que ese día se acerca... te encontraría en el infierno, y te volvería a rematar. Cumpliré esa promesa sin importar que...
Joker se intimido por las palabras de Batman. Sabía que eran ciertas, y que sin importar nada, Bruce haría todo lo posible para descender al Hades y destruir su maldita y enfermiza alma agonizante. Así que empezó a temblar y de su boca solo salieron unas últimas palabras balbuceantes.
-Ya estamos en el infierno... Bruce...
Solo hasta entonces fue cuando se dio cuenta de la horda de Parademons y soldados del Régimen que se acercaban al complejo.
Bruce sabía que ya era la hora de actuar.
Pero fue demasiado tarde, ya que un Superman demasiado amenazante aterrizo en medio del patio calcinado del complejo.
Joker tenía razón, estaban en el Infierno...
Y otra vez había una habitación a su alrededor... todo había sido un sueño.
***
Las Vegas, Nevada.
La brisa entró por la ventana entreabierta, empujando en su camino las finas cortinas. Luego, arrastrándose suavemente, Bruce acarició la joven piel de la muchacha que yacía desnuda en la cama. Jenny abrió los ojos y extendió el brazo hacia el hombre que dormía a su lado. Pero las sabanas estaban vacías. Se incorporó, cubriéndose los pechos inconscientemente con la manta.
Lo último que recordaba de la noche anterior era haber hecho el amor con un hombre que había conocido en el casino de Queen International. Después de un día de perros decidió salir con unas amigas. Necesitaba pasarlo bien y olvidar por unos momentos su trabajo como bailarina de poole dance. Demasiados patanes, demasiadas chicas envidiosas, demasiados jefes déspotas.
A la hora más o menos de estar allí, sus miradas se habían encontrado. Bruce estaba jugando al Black Jack y al parecer, le estaba yendo bastante bien. Él había sonreído y ella, sin pensar en lo que hacía, se acercó a él.
De entrada, un hombre de cuarenta y tantos no le había resultado especialmente atractivo, pero tenía algo que la había encandilado. Quizá sus ojos claros y su manera de hablarle, o tal vez esa sonrisa llena de picardía y amabilidad. O el cabello, corto y castaño con algunas canas en las sienes que enmarcaba unas facciones duras y que le otorgaba un aspecto de héroe de novela. A lo mejor fue eso lo que le gustó de él. El caso es que unas copas más tarde, habían acabado entre las sabanas de la cama de ella.
Y ahora él se había ido. Jenny sonrió sin ganas. ¿Cómo no lo había imaginado? ¿De verdad pensaba que, tal y como le iban las cosas últimamente él se quedaría? Con un suspiro, se levantó y comenzó a recoger su ropa. Su tanga había quedado a medio camino entre la puerta y la cama, y el resto de sus prendas estaban desperdigadas por la habitación. Tomo el jersey que llevaba la noche anterior y lo arrojó sobre un sillón. Sin embargo, frunció el entrecejo al ver que en una esquina, estaba la camiseta que vestía Bruce la noche anterior. Que ella recordara, él no llevaba ropa de repuesto.
Un atisbo de esperanza iluminó sus ojos. Dudaba mucho que se hubiera ido al amanecer sin camiseta, aunque con el calor que hacía últimamente todo era posible. Se volteo y salió de la habitación para llegar al salón. Allí tampoco estaba. Caminó mientras se ponía una camiseta que había recogido antes de salir del cuarto y llegó al balcón. Allí estaba él, con un cigarro en la mano y con la mirada perdida en el mar de piedra que era el desierto de Nevada.
Estaba apoyado en la barandilla, observando con ojos curiosos la ciudad. Las Vegas comenzaba ya a despertar y los rayos del sol se filtraban entre los altos edificios del centro iluminando el rostro de Bruce. La muchacha salió al balcón sin hacer ruido, sintiendo el frío del suelo en sus pies descalzos. Sin decir una palabra, rodeó su cuerpo con los brazos y lo besó en la espalda desnuda.
-Creí que te habías ido – susurró ella –
Él no se sobresaltó. En vez de eso, sonrió y extendió una mano hacia atrás para acariciar la cintura de Jenny.
-¿Por qué iba a irme? – preguntó Bruce – Aún no he desayunado.
Ella rió en silencio. Esa era otra de las cosas que le había gustado de él: su sentido del humor. Con cada frase, con cada comentario, Bruce conseguía arrancarle una sonrisa y hacerla olvidar su trabajo... y su vida en general. No exageraba al pensar que aquella había sido una de las mejores noches de su vida.
Él se volteo por fin y la agarró con suavidad de la cintura y la atrajo hacia él. Sus labios volvieron a unirse de nuevo, como la noche anterior, y ella sintió que el mundo desaparecía a su alrededor.
-¿Tienes hambre? – preguntó él cuando se separaron – Puedo bajar a comprar algo.
-No te preocupes – ella se volteo y entró en la casa con paso decidido –
Bruce la siguió y observó su cuerpo semidesnudo contoneándose.
¿Podría ser ella? Se parece bastante a Selina, pensó Bruce. Meneó la cabeza apartando esos pensamientos. No iba a pensar en ello. Al menos no por el momento.
Jenny trasteó en el frigorífico y se deslizó en la cocina. En un momento tenía preparado un buen desayuno a base de café y tostadas. Bruce se sentó en una silla, frente a ella. Realmente era una mujer hermosa. Tenía un cabello castaño que le llegaba hasta el cuello y unos ojos verdes en los que el hombre no había podido evitar perderse durante toda la noche. Justo como con Selina.
Desde que se conocieron la noche anterior, habían congeniado muy bien. Pero entonces ¿por qué no podía disfrutar? ¿Por qué se negaba a dejarse llevar? En el fondo conocía la respuesta, aunque no quisiera pensar en ello. No quería enamorarse. De hecho, no debía hacerlo. Su vida era demasiado complicada, demasiado peligrosa. No estaba dispuesto arrastrar a nadie al agujero en el que él mismo se había introducido.
Se había ido de Gotham City como un fugitivo. En su ciudad natal todo lo que había querido desapareció de un plumazo. Primero, todos sus rivales de antaño se unieron en su contra y después ocasionaron su caída como Batman y luego de Wayne Industries, y también mataron al hombre al que consideraba su padre. Por si eso fuera poco, Selina Kyle aka Catwoman, la chica de la que había estado enamorado la mayor parte de su vida, había sido utilizada para sus fines macabros y le habían arrancado el corazón. Bruce había tenido que alejarse de Selina, de Dick y de Jason para que nadie pudiera volver a usarlos para lastimarlo a él, y deseaba lo mejor para ellos. Pero no podía continuar en esa ciudad habiendo tanto dolor entre sus calles.
Todo eso cambió por completo su personalidad cuando se fue. Poco a poco se volvió una persona más egoísta, más oscura. Cuando llegó a Las Vegas, después de vagar por Estados Unidos por algunos meses, decidió que viviría sólo para él. Su único objetivo sería embriagarse y buscar un modo de vida autodestructivo, aunque ello significara destrozar las vidas de otras personas.
Se metió de lleno en la vida nocturna de Las Vegas. Allí tenía todo lo que la Ciudad del Pecado podría ofrecerle: dinero, diversión, mujeres... En aquella ciudad encontró un hogar, aunque a veces luchaba por contener la maldad y el egoísmo que se había apoderado de su alma.
Pasaba las noches con una mujer diferente; cada una de ellas con la que disfrutaba, con cada trabajo oscuro y cruel que realizaba, con cada cuerpo que poseía, se iba hundiendo más y más en la miseria.
Y por esta ocasión, Jenny García no sería la excepción.
-¿Qué vas a hacer hoy?
La pregunta de Jenny lo sacó de sus pensamientos. Guardó silencio porque no sabía qué contestar. Por un momento le asaltó la idea de quedarse con ella, de disfrutar de su compañía durante todo el fin de semana. Pero por otro lado se resistía a ello. No quería hacerle daño.
El sonido de su teléfono lo salvó de contestar. Bruce se levantó y sacó el aparato del bolsillo de su chaqueta, que permanecía colgada sobre una silla. Era un mensaje de Steve Lewis.
"Te conseguí una pelea en el casino Grand Price".
Bruce hizo una mueca y chasqueó la lengua. Odiaba cuando le avisaban con tan poco tiempo. Pensó por un momento en no acudir a la cita. Tenía suficiente dinero para pasar varios meses relativamente holgado, y seguro que saldría otro trabajo en poco tiempo. Aunque por otro lado, era una oportunidad única para salir de aquella casa y poner un poco en orden sus pensamientos, sin necesidad de hacer daño a Jenny.
-Tengo que irme – dijo acercándose a la chica y posando un beso en su cabeza –
La muchacha pareció desilusionada, pero aguantó y le puso una hermosa sonrisa.
-¿Trabajo?
-Sí – contestó Bruce mientras le daba un bocado a la tostada que descansaba en el plato – Lo siento. Te llamaré ¿de acuerdo?
Ella se levantó y lo rodeo con sus brazos. Luego posó un dulce y húmedo beso en los labios de él y susurró:
-Gracias.
Bruce sólo pudo sonreír y después, tras dedicarle una cariñosa mirada, se volteo y desapareció tras la puerta.
Jenny levantó las piernas y las colocó sobre la silla, rodeándolas con los brazos. Ahora volvía a sentirse sola. Desayunó con la certeza de que Bruce Wayne no la llamaría nunca más.
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