EL DIABLO QUE NO CONOCES
Los Ángeles, California
El ascensor se abrió y salió humo de un cigarrillo recién encendido. John Constantine salió de este, caminando con toda la arrogancia del mundo. Su gabardina estaba algo floja y su corbata granate atada descuidadamente alrededor de su cuello.
Camino por el bar, tan lujoso y lleno de gente rica como John lo esperaba.
Una sonrisa jugo en el lado izquierdo de su boca al encontrarse con los ojos oscuros de nadie más y nadie menos que Lucifer Morningstar.
-Supongo que está bien fumar aquí – preguntó John, dándole otra calada al cigarrillo –
-Por supuesto – contesto Lucifer, encendiéndose también uno aunque más caro – ¿Un trago, John?
-Pensé que nunca lo preguntarías – sonrió John acercándose al Diablo –
Lucifer miró al hombre, sabía quién era John Constantine. Cualquiera que hubiera estado en el infierno había oído hablar del exorcista y sus habilidades. También se habían conocido años atrás, en muy al norte en Irlanda. Constantine lo había humillado. Y por supuesto, Lucifer también sabía lo que le pasó a esa pobre chica.
-No eres el mago picaron y joven que recuerdo – Morningstar ladeo la cabeza – No tenías tantas arrugas.
-Yo pensé que aun eras rubio – John se rió entre dientes tomando un sorbo de whisky –
-Touché – se rió Lucifer –
-Entonces dime, ¿qué demonios podría querer el diablo de un exorcista como yo?
-Bien, esto es realmente difícil de decir para mí – Lucifer tomo un largo trago de su vaso, y suspiro – Yo... – hizo una pausa antes de mirar a John a los ojos – Necesito un favor.
Se hizo el silencio en el bar. John volteo a ver a todas las personas presentes, y se sorprendió con lo que vio. Sus ojos se volvieron negros como ébano. Desde el bar tender hasta el portero del elevador. Todos eran demonios siguiendo las órdenes de su jefe.
Por una vez, John se quedó sin habla. El cigarrillo entre sus dedos se quemó hasta el papel chamuscando sus yemas.
-Pendejadas – dejó caer la colilla sacudiendo su mano – Esto es una pendejada... Lucifer necesita un favor – Los ojos de John volvieron a mirar a Morningstar – Te ayudaré tanto como pueda... – hizo una pausa encendiendo otro cigarrillo. Dio una calada y el humo fue expulsado de su boca mientras continuaba – A cambio, necesito tu ayuda.
-No puedo curarte el cáncer, John – respondió el Diablo en voz baja – Es el ciclo natural de la vida humana. Pídeme otra cosa y te la concederé – dijo tomando otro sorbo – Te daré todo lo que desees a cambio, pero no me pidas eso.
John miró a Morningstar por un largo momento. Estaba molesto y el tiempo se le terminaba.
-Picaste mi curiosidad... ¿Por qué el Diablo pediría verme? – John rio, con algo de malicia – ¿Por qué el Diablo estaría tan asustado como para pedir mi ayuda?
-Si aceptas te lo diré, pero si no, mis labios permanecerán sellados – respondió Morningstar sin entrar en detalles –
-Quisquilloso ¿verdad? – John se rio – Sobre este favor que necesitas...
-A ver si enseñándote esto te animas – dijo Lucifer dirigiéndose a la pared opuesta a la barra. Abrió la caja fuerte de la pared sacando un objeto envuelto. Le acercó el objeto cubierto de tela a John y lo dejó en la barra desenvolviéndolo. El Diablo dejo al descubierto una daga plateada con una empuñadura blanca –
-Es... – la boca del exorcista cayo y sus ojos se engrandecieron –
-Sí – respondió Lucifer – El favor que necesito de ti es que ocultes esto.
-¿No lo tienes seguro ahí adentro?
-Tengo unos subordinados que quieren usarla para algo... macabro – las palabras enérgicas del Diablo se tornaron bastante preocupadas – Algo grande está en camino. No todos los demonios vienen del espacio.
-Supongo que quieres que tome esta pequeña chuchería y la esconda en algún lugar profundo y oscuro donde nadie se atreva tocarla... ¿verdad, Lu?
-Exactamente – Lucifer envolvió la hoja de nuevo –
-Pues no confió en ti – le dijo John apagando su cigarrillo. Terminó el vaso de whisky y se paró del banco – Esta es solo otra de tus tretas para llevarme contigo, así que no gracias.
-Ni el Hombre de Acero ni los planes del fallecido Bruce Wayne podrán contra la amenaza que se viene – dijo Lucifer haciendo una pausa por un momento mientras Constantine llegaba a las puertas del ascensor – ¡Ni yendo con el ángel snob y tu amiga Zatanna te vas a poder curar el cáncer! – le refregó el Diablo – Escúchame bien John. El fin del mundo como lo conoces se acerca.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron, John aún se quedó pensativo.
Por una parte, sentía que el Diablo lo quería engañar, ya que la humillación que le hizo pasar en la torre de Brendan Flynn no había sido nada ligera. Y ahora el Diablo quería engañarlo para llevárselo al infierno, pero... ¿Por qué hasta hora? ¿Por que después de casi veinte años de que eso ocurrió?
La preocupación en las palabras de Lucifer Morninstar y el simple hecho de haberlo mandado llamar a uno de sus aposentos en la Tierra le habían sembrado la duda.
¿Y si era cierto de que algo peor que Darkseid se aproximaba a la Tierra?
¿Y si esto era algo tan fuerte que ni todos los héroes juntos podrían vencerlo?
John solo tenía más dudas ahora que respuestas.
Y justo en ese momento, comenzó a toser. Una tos tan violenta y áspera hizo que John se tumbara en el suelo.
Su garganta se le reseco. Sus pulmones de quemaban.
Él sabía lo que vendría después.
Tomo un pañuelo de su gabardina y se lo llevo a la boca. Cuando escupió la sangre, sabía que Lucifer estaba en lo cierto.
-¡Maldita sea! – dijo John para sí mismo – Tengo poco tiempo.
Y sin decir más, salió del edificio poniendo paso apresurado hacia la calle.
-¡El fin del mundo es placentero! – dijo un vagabundo a John mientras pasaba por la calle – ¿Verdad? John Constantine...
Y él lo sabía. Las fuerzas oscuras siempre lo vigilaban.
Como si Constantine no estuviera acostumbrado a ello.
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