EL CONTRABANDISTA DE COAST CITY
Extracto del Diario de Vuelo de Hal Jordan.
"¿De qué tienes miedo?"
Le gustaba a la gente preguntarme eso. Lo hacían con una expresión delatora en sus rostros. Casi como esperando a que yo contestara: "De nada".
Les daba esa satisfacción casi siempre, por que es lo que querían que dijera.
"No tengo miedo de nada".
Todos creen que nací sin miedo, pero se equivocan.
Creían que con el anillo que portaba podía hacerlo todo, y también se equivocaban.
Antes de que me otorgasen la mejor arma del Universo, antes de que viajara a las estrellas... mi padre me dio el poder de hacerlo todo.
Me dijo que yo podía hacer lo que quisiera.
Yo solo quería ser como el, pero resulto que Sinestro, los Guardianes de Oa, Carol... y Parallax tenían otros planes para mí.
Los años que pase en los calabozos de Oa solo hicieron que viera las cosas de un modo más cínico, oscuro... opaco en todos los sentidos, y cuando caí a la Tierra, estaba en un desierto inhóspito de Australia, y sin mi anillo y mis poderes no pude regresar a tiempo a advertirle a la Justice League del peligro que se avecinaba.
Para cuando llegue a Melbourne, ya era demasiado tarde. Las naves de Apokolips arrasaron todo a su paso y mataron a todos cuantos pudieron para después imponer a Luthor como su gobernante humano y ocupar todo el planeta.
Y por fin, tuve miedo y me volví a esconder.
El miedo es enemigo de la esperanza, y la esperanza es inútil sin fuerza de voluntad. La esperanza puede crear fuerza de voluntad. Pero no al revés. Toda la voluntad del mundo no importa si luchas por nada. Normalmente, los héroes tienen ambos en masa. Incluso Batman la tenía; en estar con la mujer que amaba o en ver realizados como hombres a sus "hijos"... en lo más profundo de su interior, claro. Hijo de perra hipócrita.
Espero que mis antiguos compañeros se hayan escondido del Régimen, aunque finalmente creo que todos murieron o simplemente ni siquiera estuvieron en la primera línea de pelea. Yo creo que ya no vale la pena luchar, y si ellos están vivos, también piensan igual.
Siempre hice lo que realmente creía era correcto. Al principio, la gente me llamó héroe por eso... y luego traidor. No justifico lo que hice como Parallax, pero al menos si hubiera tenido su poder, hubiera podido contener a Darkseid.
Ahora entiendo a Sinestro y a lo que quería combatir usando el poder del miedo.
Aunque... tal vez ahora pienso que el miedo no es suficiente.
***
Años antes...
Carol juraría que iba a matar a Hal.
Carol Ferris había recorrido un largo camino desde que era una niña en ese fatídico día del trágico accidente del vuelo de prueba que acabó con la vida de uno de los empleados más valiosos de Ferri's Aircraft y un querido amigo de la familia Ferris.
Normalmente, una ocurrencia como esa dejaría una profunda huella de miedo dentro de una persona. De ninguna manera Carol seria esa persona.
Carol se había negado a permitir que el miedo definiera lo que ciertamente hacia en todos los logros que había logrado en su corta pero ocupada vida.
Se graduó como la mejor de su clase en la universidad y se convirtió en una piloto de primer nivel después de sobresalir en la escuela de vuelo de la academia naval.
Verdaderamente Carol había superado todo lo que se había atrevido a interponerse en su camino. Todo excepto por un pequeño detalle.
Hal Jordán.
Fueron amigos cercanos durante años, siempre mantuvieron estable al otro. Más tarde, su amistad se convirtió en algo más y los dos se convirtieron en un elemento muy difícil de controlar.
Eso fue un desastre.
Ella rompió con él y los dos habían mantenido una relación profesional pero tensa desde entonces. La actitud inmadura, arrogante, desagradable y constantemente ignorante de Hal definitivamente no ayudaba.
Y sin embargo, Hal todavía se había convertido de alguna manera en el mejor piloto de su escuadrón, tal como lo fue su padre antes que él.
Honestamente, a Carol le molestaba que Hal no se tomara la mayoría de las cosas en serio, incluida su relación. Sin embargo, ella sabía que a pesar del molesto exterior que él mostraba en su mayor parte, eran los otros momentos los que hacían que su sangre hirviera.
Después de eso, ambos fueron asignados como pilotos en la Marina de los Estados Unidos, y la vida adquirió un nuevo sentido. En aquel momento, cuando el teniente Harold Jordan y la teniente Caroline Ferris ocupaban las cabinas de vuelo de los dos aviones al frente del escuadrón que surcaba el cielo sobre el portaviones USS Howlett, el capitán de entrenamiento les ordenó por radio desde la cubierta:
-¡Jordan, Ferris, aflojen la formación!
-Usted dijo que la cerráramos – replicó Jordan que, pese al sonido metálico de la radio, conservaba su peculiar timbre de voz. Cuando Jordan estaba en el aire, siempre parecía que se estaba riendo – ¿No dijo que cerráramos, Sapphire?
-Sí que lo dijo, HighBall – intervino Carol Ferris, y el capitán hubiera jurado que las puntas de sus aviones, que ya estaban a menos de cien metros de distancia, se acercaban hasta quedar a pocos centímetros una de otra –
-¡Sí, pero no tan cerrada! – ladró el superior.
Le gustaban aquellos dos; no había nada como un piloto con una confianza ilimitada, con tal de que pudiera echar marcha atrás con precaución. Y desde su primer día en la escuela de cadetes, aquellos dos chicos de Coast City habían demostrado tener tanta habilidad volando como cualquiera de los instructores que se suponía tenían que enseñarles.
Si la Fuerza Aérea de la Marina hubiera tenido más pilotos para entrenar y no tantos veteranos sin otra cosa que hacer, los dos mocosos se habrían convertido en instructores. De todos modos, al capitán le gustaban los dos jovencitos: aunque eran bastante tenaces, conservaban la buena educación de dos chicos hogareños.
Jordan (en el avión F-18 de cabeza), dirigía a la escuadrilla en un giro rápido, mientras el capitán observaba con admiración la maniobra; los otros ocho pilotos del grupo lo seguían con más habilidad y seguridad que nunca: era como si Jordan y Ferris les abrieran surcos en el aire, dejando un rastro de entusiasmo en sus estelas que los demás jóvenes absorbían con sus tomas de aire y vertían fuera a través de los tubos de escape.
-Esto es todo – ordenó por radio el capitán – Regresen a cubierta.
Los F-18 (los mejores cazas de las fuerzas armadas) empezaron a aterrizar en orden en la cubierta del portaviones. Corretearon por la pista, dirigiéndose directamente hacia los ganchos de seguridad que frenaban su velocidad. Apagaron los motores, descorrieron las cúpulas de las cabinas con gesto elegante, y saltaron fuera llenos de vida y adrenalina. Fue entonces cuando el capitán se percató de que los aviones habían terminado de aterrizar, pero faltaban dos F-18. No tuvo necesidad de comprobar las caras para saber quiénes eran los dos ausentes.
-¿Dónde están Jordan y Ferris? – preguntó –
Entonces vio a los dos aviones que permanecían en el aire. Habían trazado un círculo para dirigirse hasta dos extremos opuestos de la pista y en ese preciso instante volaban directamente uno contra el otro como dos balas que jugaran a la ruleta rusa.
-¡Ah, no...! – el capitán se quejó cuando todos los pilotos jóvenes miraban ya al cielo –
En el interior de las cabinas (donde Hal y Carol empujaban gradualmente el acelerador y sentían el aumento constante de velocidad, viendo cómo los dos aviones se acercaban mutuamente a una velocidad que doblaba la normal de cualquier otro avión) la excitación crecía de forma impresionante.
Desde la cubierta, los pilotos miraban mudos de asombro los F-18 lanzados uno contra el otro a toda velocidad. "Ace" Morgan miraba hacia sus mejores amigos con pánico creciente. Cuando los aviones estuvieron tan cerca que parecía imposible que pudieran esquivarse, Ace aulló para ahogar el estruendo de la colisión.
Los aparatos se encontraron cuando estaban a seis metros sobre sus cabezas, y en el último momento (cuando a los espectadores les parecía que el choque ya era inevitable), los dos F-18 dieron un brusco cuarto de giro para poner las alas en la vertical y panza contra panza, pasaron uno junto al otro como balas. El viento agitó las ropas de los que estaban en tierra, arrancándoles las gorras de las cabezas como si estuvieran en el centro de un huracán.
En las cabinas, Hal y Carol estallaron en carcajadas mientras los aviones se alejaban a la misma velocidad con que se habían acercado; sus corazones compartían idéntica excitación: la del eterno placer de vivir el presente con total intensidad. Carol saboreó el momento con una silenciosa serenidad, dejando que el aparato remontara el vuelo solo y subiera por el aire con la inmovilidad de un halcón. Hal por su parte, celebró su entusiasmo haciendo girar el avión como si fuera un sacacorchos antes de tirar de la palanca hacia arriba, como si quisiera perforar la gravedad de la tierra y navegar sin trabas hacia las estrellas.
En tierra, los demás pilotos reían y se felicitaban mutuamente como si también estuvieran en las cabinas.
El capitán de entrenamiento dejo su gorra en el suelo con enojo y sólo consiguió decir:
-¡Maldita sea! Esos chicos son una amenaza para la seguridad nacional.
Ace recogió la gorra del capitán y se la entregó con una sonrisa.
-Ya conoce el dicho, capitán: Se puede sacar al chico de la playa... pero no meterlo en un F-18.
-Ese dicho lo inventaste, ¿verdad? – le pregunto el capitán a Ace, como si el joven tratara de tomarle el pelo –
-No... lo invento Hal Jordan.
Carol aterrizó, llevando su avión hasta donde estaban los demás aparatos y apagó el motor antes de detenerse del todo. Deslizó hacia atrás la cúpula de la cabina y se quitó el casco que traía pintado con letras rosas "Sapphire", lo que dejó al descubierto toda su juvenil cabellera castaña y un rostro hermoso digno de una modelo de Sports Ilustrated que relució al sonreír a sus amigos. Se había desabrochado el cinturón de seguridad, y ya tenía medio cuerpo fuera de la cabina cuando echó una mirada alrededor.
-¿Dónde está Hal? – pregunto ella –
Ace levantó la vista hacia el cielo en dirección al avión de Hal, que subía y subía en una pausada e intencionada espiral.
-¡Le dije que bajara, HighBall! – ladró el capitán a través de la radio –
La única contestación que le llegó fue una oleada de interferencias y unas palabras sospechosamente confusas
-... no lo oigo. ¿Puede repetírmelo?
Carol soltó una maldición, se lanzó de nuevo sobre su asiento y empezó a abrocharse otra vez el arnés.
-¡Bájese, Ferris! ¡Es una orden! – le ordeno el capitán –
-¿Y él? – contesto Carol, saltando afuera sin dejar de observar la espiral ascendente del F-18 de Hal –
-Él ya no recibirá mis órdenes nunca más – dijo el capitán, casi para sí –
Carol estaba a punto de preguntarle qué demonios quería decir con eso, cuando vio que Hal enderezaba el avión y establecía una velocidad uniforme, como el jinete que se acomodaba sobre su caballo antes de un salto peligroso.
-Lo va a hacer – afirmo Carol –
-¿Hacer qué? – preguntó Ace –
-Eso.
Encima de ellos, el avión de Hal era como una manchita, y por un instante dio la sensación de estar inmóvil en el aire.
-¿Y qué es eso? – insistió Ace, esta vez acompañado por una multitud de compañeros pilotos, que miraban a Carol con el ceño fruncido –
-El rizo exterior.
Durante años ese había sido el Santo Grial de la aviación; una proeza sólo intentada por los pilotos de pruebas y los acrobáticos que solían acabar con sus restos esparcidos y calcinados por el combustible. Hacía mucho que se había conseguido ejecutar con éxito por el mismísimo capitán Martin Jordan, el padre de Hal. A partir de entonces, lo intentaron otros: unos pocos con éxito, pero los demás se mataron. En el rizo normal o "interior", el piloto tan sólo tiraba para atrás de la palanca de mando y dejaba que la proa subiera hasta que todo el avión caía; igual que un niño que se tira desde un malecón haciendo un salto mortal de espaldas. El impulso y la aerodinámica del aparato provocaban que la maniobra pareciera algo natural y que casi se corrigiera sin ayuda externa. Se había estado ejecutando durante décadas y era algo habitual. Pero el rizo exterior era otra historia. Una vez que un piloto situaba el avión en su punto máximo de picado, e intentaba completar un círculo con la cabina hacia el exterior del rizo (en lugar de hacia el interior del mismo), ya no podía ver el rápido acercamiento de la tierra u océano, y tenía que confiarle su vida a su instinto y habilidades en un momento en el que todo actuaba en contra de él. Se trataba de la muerte o la gloria; no había término medio.
Y Hal Jordan, bueno... él ya tenía rato que bailaba con la muerte.
-¡Oh, no no no...! – repetía una y otra vez el capitán –
Carol, Ace y los demás se le unieron en las maldiciones al sentir que se les congelaban las entrañas; como si el hielo se les hubiera metido en los corazones.
Mientras tanto Hal, en su cabina, con una lenta y profunda inspiración, encontró aquel lugar interior al que había aprendido a retirarse en los momentos de tensión y peligro y que estaba muy cerca de aquel otro al que acudía siempre que se sentía solo, despreciado por ser diferente o perseguido por sus errores escolares: el mismo sitio en el que se había encerrado cuando vio caer al avión de su padre. Aquel lugar tranquilo y seguro estaba cerca del dolor, la furia y la determinación; y también del aliento terrible de un dragón que arremetía como un soplete. Y cuando Hal conseguía extraer la energía de estas emociones desde el centro de su alma, ni la pureza de sus instintos ni la claridad de sus metas resultaban contaminadas.
Hazlo, era la única palabra relacionada con la experiencia, y era subliminal, como si fuera el eco de un sueño más que un sonido en su mente. En cuanto tomaba la decisión de hacer algo (y había previsto lo que estaba a punto de realizar hacía mucho tiempo) su cuerpo empezaba a moverse sin necesidad de que su mente enviara ninguna orden verbal. Como ahora, cuando su mano izquierda se movió hacia el acelerador y gradualmente lo llevó hacia delante, mientras la derecha cambiaba la palanca de mando hacia la proa: el horizonte ascendió ante él y el océano empezó a venírsele encima.
Cayó en picado.
El F-18 tomó velocidad y aulló camino al portaviones. Al precipitarse a toda velocidad, el avión estaba empezando a superar la velocidad máxima para la que se había diseñado, por lo que una serie de fuerzas físicas orquestadas empezaron a sacudir y hacer vibrar el aparato. El viento en contra podía frenarlo, pero Hal Jordan necesitaba cada fuerza de la velocidad posible. Tiró del acelerador lo suficiente para aliviar el estremecimiento del fuselaje y se dejó caer cada vez a más velocidad.
Abajo en el portaviones, Carol decía algo parecido a una oración.
-Puedes hacerlo, Hal. Tú puedes.
El F-18 (precipitándose contra el océano a una velocidad de náusea) efectuó media voltereta de golpe y pasó como una centella, boca abajo sobre la pista de aterrizaje. Hal era víctima de una fuerza de gravedad inhumana, colgado al revés en su arnés, con el asfalto de la pista pasando como una bala a tres metros de su cabeza. Ninguno de los presentes había visto hasta entonces viajar un objeto a semejante velocidad; las balas serían más rápidas, pero no se podían ver. El F-18 se convirtió en un destello que emitía aullidos mecánicos y eólicos.
Hal inició el ascenso; con la cabina hacia el exterior del círculo, subió de nuevo hacia el cielo como una bala propulsado por la enorme velocidad adquirida, pero no tardó en reducirla. Carol y sus amigos miraban sin aliento cómo el avión alcanzaba el punto cúspide de su arco y casi entraba en pérdida. Si la velocidad relativa de vuelo se reducía lo suficiente, entonces desaparecería toda la mística fuerza sustentadora del aire en movimiento, y el avión caería al mar sin control como la caja de metal inánime que era en realidad.
Como lo que era en realidad... a no ser que estuviera en las manos de un piloto. Hal puso el acelerador en posición horizontal y enfiló de nuevo la proa del avión hacia el suelo. Pero en esta ocasión disponía de muy poca altitud. Y éste era el verdadero problema con el rizo exterior. Los interiores, en los que los pilotos levantaban la proa del aparato y giraban éste hacia atrás de manera natural sobre la cola, no ofrecían ninguna dificultad y llevaban años haciéndose. El avión se diseñaba para subir en esa dirección y el piloto podía ver en todo momento en dónde estaba. En cambio el exterior parecía algo contra la naturaleza; Hal recordaba al Ícaro de la mitología griega, tan embriagado por la emoción de volar que se acercó demasiado al sol y se autodestruyó.
A Carol, Ace y al capitán de entrenamiento, así como al resto de pilotos del escuadrón que estaban en la pista, les pareció que Hal no tenía suficiente altura para hacerlo. Su avión casi había llegado a la cumbre del arco, pues había aprovechado la velocidad de subida hasta el límite para conseguir la mayor altura posible; pero con todo, estaba demasiado abajo.
A decir verdad, también se lo parecía a Hal. Aquel tranquilo lugar en su interior, el lugar en el que se hacía frente al peligro, ahora no estaba del todo en silencio; vibraba con la absorbente sensación de una voz a punto de gritar. Un frío repentino le golpeó las entrañas.
Pero ya estaba cayendo. Empujó el acelerador hasta el límite.
No podía empujar sus otros controles y esperaba sobrevivir. Para lograrlo tenía que conseguir velocidad y escoger con exactitud, el instante adecuado para lograr que los controles del avión transformaran la velocidad en potencia de giro.
El avión descendía, todavía con su panzada hacia el interior de la curva...
Y con apenas treinta centímetros de margen, trazó un círculo completo. Dentro del invertido avión, la cabeza de Hal corría a tan poca distancia del océano que parecía que de abrir la cúpula, lo habría tocado.
Sus amigos (todos, excepto Carol y el capitán) rompieron en vítores de celebración.
En su cabina, Hal se permitió sonreír.
Los corazones de los que estaban en la pista de aterrizaje todavía saltaban cuando el F-18 de Hal aterrizó y rodó hasta ellos. Los pilotos del escuadrón corrieron a su encuentro; el capitán permaneció en su sitio, sacudiendo la cabeza.
Carol fue la primera en llegar al avión y cuando Hal se detuvo y deslizó la cúpula, se subió al ala de un salto. Lo agarró por el arnés y lo sacudió con tanta fuerza que lo golpeó contra el aparato.
-¡Podías haberte matado, idiota! – le grito Carol –
Entonces, se lanzó dentro de la cabina y lo abrazó, mientras los demás pilotos (arremolinados alrededor) irrumpían en felicitaciones.
-Ha sido la cosa más maravillosa que he visto en mi vida – le susurró Carol a Hal al oído –
A pesar de todo, ella seguía creyendo en él, y aunque sus tonterías provocaban que la sacara de quicio, Carol se seguía repitiendo que esos momentos eran los que hacían que ambos se sintieran vivos.
Claro, Carol Ferris y Hal Jordan nunca imaginaron que sus vidas darían un giro de ciento ochenta grados algunos años después.
***
Ahora...
Zona neutral de La Habana, Cuba.
Estaba a punto de ser un día realmente malo.
Hal Jordan miró a los demás jugadores de la mesa. Los cuatro parecían más duros, feos y apestosos que él. Sus ojos se movieron de su mano de cartas a las ganancias en el bote en el centro de la mesa. Justo en el medio estaban los papeles que declaraban la propiedad de la posesión más importante hasta ahora su vida, el Osprey V-22 modificado al que bautizo como Ángel of Coast City. Nunca lo habría apostado si no hubiera estado desesperado. Pero el último envío que había entregado fue un fracaso, los comerciantes que recogían los bienes se negaban a pagarle. Luego intentaron matarlo para encubrir cualquier prueba del turbio trato que habían hecho.
Así que aquí estaba arruinado, sin combustible, y acababa de apostar su transporte contra una mano de cartas que no valía mucho. Tenía que encontrar una salida a esto, y rápido. No había forma de que pasara el resto de su vida en Cuba, limpiando baños de contrabandistas rivales mientras escuchaba a Ruben DeSanta (su jefe contrabandista) sermonearlo sobre lo mucho que había desperdiciado su vida. Finalmente, se le ocurrió una idea. Era arriesgado y las posibilidades de éxito eran escasas, pero valía la pena intentarlo. Recorriendo la habitación, evaluó sus probabilidades. Esta era una de las cantinas más sórdidas de La Habana, medio llena de la variedad habitual de contrabandistas como él, extranjeros exiliados y borrachos habituales. El tipo de personas que resolvían disputas entre ellos. Bien. Eso definitivamente fue un factor a su favor.
Seleccionando al más pequeño de los jugadores de la mesa, un tipo chaparro con dientes de conejo, Hal se levantó rápidamente y golpeó la mesa con las manos, atrayendo la atención de la mitad de la cantina.
-¡Ey! – gritó, señalando al tipo – ¡Te vi! ¡Por qué no le muestras a todos tu verdadera mano de cartas, tramposo!
Escupiendo, el acusado se levantó claramente agitado. Hal lo fulminó con la mirada un instante antes de retroceder y golpear al hombre sentado a su lado tan fuerte como pudo. La mesa estalló en un caos y Hal se zambulló hacia el centro antes de que alguien pudiera intentar detenerlo. Tomo los papeles de su transporte y todo el dinero que pudo y se dirigió a la puerta. Mirando hacia atrás, vio que el tipo al que golpeo se acercaba, y que dos de los tipos más grandes con los que estaban jugando apartaban al tipo de los dientes de conejo de la mesa. De repente, su progreso se detuvo cuando se estrelló contra un mercenario fortachón.
Rezando para que fuera amigable, miró hacia arriba para descubrir que su mala suerte se estaba resistiendo. Un mercenario cubano muy grande y de aspecto muy enfadado lo miró fijamente. Retrocediendo, el mercenario rugió antes de golpearlo en el pecho y enviarlo volando hacia atrás. Hal se estrelló contra una mesa y aterrizó de espaldas. De repente, fue levantado por los antiguos ocupantes de dicha mesa. Luchando por liberarse, fue levantado en el aire y enviado a volar una vez más. Esta vez su destino era el bar. Navegando por encima, se estrelló contra los estantes de botellas y vasos, fallando de darle al cantinero por escasos centímetros.
Tambaleándose al ponerse de pie, miró al cantinero y le dedicó una sonrisa torcida.
-Oye amigo, deberías mirar dónde estás parado. ¡Casi me estrello contra ti! – le dijo el piloto americano –
El fornido cantinero lo fulminó con la mirada y lo agarró por el brazo y la nuca. Bruscamente, arrojó a Hal de nuevo a través de la barra hacia la multitud. En ese momento, todo el bar estaba en una pelea masiva. Personas aleatorias estaban siendo golpeadas y arrojadas y más de una silla pasó volando por su cabeza. El ruido se estaba volviendo increíble. Vidrios y muebles, mesas y gritos fuertes resonaron en las paredes. Tenía que salir de aquí. Ahora. No pasaría mucho tiempo hasta que aparecieran los mercenarios de algún gran capo para arreglar las cosas. Tan pronto como el pensamiento cruzó por su mente, las puertas delanteras se abrieron de golpe, derramando la luz dura del corredor hacia el bar tenuemente iluminado.
Dos mercenarios estaban en la entrada, flanqueados por soldados del Régimen. Cada uno llevaba un rifle M4. Abriéndose camino hacia la habitación, comenzaron a separar a los luchadores. Manteniendo un ojo en ellos y el otro en la puerta, Hal rodeó la habitación, encaminándose hacia la libertad. La habitación casi se había quedado en silencio cuando llegó a la entrada. Haciendo un descanso, Hal salió corriendo. Un grito sonó detrás de él y miró hacia atrás para ver a uno de los mercenarios ordenándole que se detuviera. Acelerando, corrió por el pasillo; el sonido de botas y pies metálicos estaba cerca de él.
Se disparó un tiro justo cuando doblaba la esquina hacia otro corredor. La explosión chisporroteó y estalló cuando chocó contra una pared lejana. Maldición. Estos tipos hablaban en serio. Tenía que perderlos antes de regresar a su nave. De lo contrario, nunca lograría salir de La Habana antes de que cerraran el lugar para evitar su escape. Obligándose a ir más rápido, Hal zigzagueó por el pasillo, esquivando disparos mientras giraba hacia otro corredor más. Su respiración se aceleró y el sudor brotó de su rostro mientras corría. Su espalda lo estaba matando por la colisión con la barra y la mesa. A este ritmo, lo atraparían en poco tiempo.
Tan pronto como su persecución se perdió de vista, Hal escogió una puerta al azar y la abrió. Saltando adentro, la puerta se cerró detrás de él. Momentos después, pasos rápidos pasaron y un grito ahogado de confusión señaló su éxito. Los había perdido. Recuperando el aliento, Hal se secó el sudor de la cara y miró alrededor de la habitación. Parecía ser la sala de estar de un apartamento. Se sintió aliviado por su buena fortuna. Estaba a salvo por ahora. Pero no estaba solo.
Sentadas en el sofá en medio de la habitación estaban dos mujeres. Una era morena y la otra era medio rubia. La morena era innegablemente hermosa, con cabello castaño largo que colgaba en rizos más allá de sus hombros. Llevaba un vestido plateado que se abría a los lados, mostrando sus piernas curvilíneas a la perfección. Su compañera era extremadamente alta y esbelta, con piel pálida casi translúcida y ojos verdes que le recordaban a una chica en particular. Ella también llevaba un vestido plateado, y el material de gasa fluía alrededor de su forma.
Lo miraron fijamente, con el ceño fruncido en ambos rostros. Rascándose la nuca, Hal les sonrió y les guiñó un ojo.
-Buenas noches, señoritas. Estaba en el vecindario y me preguntaba si ustedes... querrían unirse a mí para tomar una copa.
-Sal – ordenó la chica morena –
-Aww, vamos. Solo estaba preguntando – le respondió Hal casi suplicando –
Poniéndose de pie, la chica agarró un jarrón que estaba sobre la mesa junto a ella y se lo arrojó a la cabeza. Hal se agachó y se estrelló justo donde habría estado su cabeza. Trozos de vidrio y yeso llovieron sobre él, y se cubrió la cabeza con los brazos para no cortarse. Volviendo a ponerse de pie, levantó las manos en un gesto apaciguador. La chica lo miró con las manos en las caderas. Su compañera rubia continuó sentada donde estaba, observando su interacción con curiosidad.
-Está bien, está bien. Me voy. Pero si cambias de opinión, estaré en el bar "La Habanita" – dijo Hal antes de regresar por la puerta. Se cerró justo cuando un objeto más grande y pesado chocó con la puerta y aterrizó con un ruido sordo. Con un suspiro de alivio, Hal se dio la vuelta y se encontró cara a cara con dos mercenarios de seguridad muy sudorosos y enojados –
-Hola – dijo el estadounidense con una sonrisa –
-Hal Jordan, estás bajo arresto – dijo el guardia mientras los demás mercenarios se acercaban por detrás a Hal y se detenían, con las armas apuntando a su espalda –
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