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#sospechoso4| jhs


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              ⌇❐  Cómo destruir tu vida en tres simples pasos

              ⌇❐  PetitPau

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—Tome, está fresca— oí que dijo con calma el policía a la vez que un vaso descartable lleno de agua entraba en mi campo visual para ser depositado con cuidado sobre la mesa de metal.

Asentí, sin animarme a hablar por miedo a que mis cuerdas vocales decidieran traicionarme y dejaran al descubierto la opresión desesperante en mi pecho. Me atreví, sin embargo, a alzar la vista de aquella fría superficie gris que había estado observando desde el momento en que me hicieron pasar a la sala de interrogatorios, para ver al hombre tomar asiento frente a mí. Sus ojos afilados se clavaron en los míos, sosteniendo en sus facciones un gesto tan neutro y falto de emociones que volvió a hacerme disparar las pulsaciones que tanto me había esforzado por controlar.

Mierda

Mis manos, que descansaban sobre mis rodillas alejadas de la atenta mirada del moreno uniformado que me analizaba en silencio, se retorcieron entre sí con fuerza. ¿Podría oír mi corazón desbocado? Quizás era solo yo, pero podía jurar que el retumbe en mis oídos era un show de tambores de carnaval tan estruendoso como una murga.

No me atrevía a desviar la mirada, a pesar del sudor frío que me provocaba tener esos ojos calculadores y fríos clavados en los míos. Es que, pensé, ¿No sería sospechoso hacer tal cosa? Secar mi frente, por ejemplo, no parecía en absoluto una buena idea. Fingí que no sentía las gotas empezando a formarse, mientras el negro de las pupilas del detective parecía absorberme en un abismo oscuro y aplastante que me cortaba el aire.

Mierda, mierda, mierda. 

Mis manos volvieron a retorcerse, pero frené el acto casi al instante. Cualquier acción o movimiento que hiciese ya sea con mis manos o incluso por mi postura corporal podría hacerme ser tachado como "culpable", como si tuviera un cartel luminoso sobre mi cabeza delatándome al instante, como una condena que se dictaría prácticamente sola y con la tinta que yo cedería personalmente como el idiota número uno del país. La saliva, espesa y ridículamente abundante, se agolpaba en mi boca, pero no me atrevía a tragarla. 

—Jung HoSeok, ¿correcto?— Me dijo entonces el hombre de porte imponente dándome un respiro de su mirada al momento en que leyó los datos de unos documentos que celosamente guardaba en una carpeta de papel madera que supuse habría traído consigo.

—Sí...— respondí con la garganta seca y la voz aguda. Quizás debí haber bebido de ese vaso antes, intenté tragar la saliva que se había acumulado debajo de mi lengua, pero se sentía como si hubiera querido pasar una enorme bola de papel por mi garganta. Mientras más trataba, más se transformaba en un engrudo pegajoso que se adhería como goma de mascar a mi tráquea. Debería haber tomado, aunque sea un sorbo, me golpeé mentalmente por no haberlo hecho.

—Mi nombre es Kim Namjoon, el encargado del caso. Sabe por qué está aquí, ¿cierto?

Estaba pasando. Carajo, estaba pasando. Quería llorar.

—Me dijo el oficial que me trajo— modulé intentando fingir tranquilidad, aunque dudaba mucho estar consiguiéndolo. Era consciente de que estaba hablando por lo menos dos tonos más arriba de como normalmente suena mi voz, pero a pesar de notarlo parecía que el control de mis cuerdas vocales se había desvanecido cuando esposaron mi muñeca a esa fría mesa de metal.

—¿Y qué le dijo, si puedo saber?— Las cejas de aquel moreno se alzaron ligeramente, como advirtiéndole a mi torpe cerebro que estaba siendo demasiado ambiguo. ¿La estaba cagando? Apreté mis rodillas con ansiedad.

—Por la muerte de Min YoonGi— agregué entonces, dudoso.

—El asesinato de Min YoonGi, para ser más exactos, señor Jung.— recalcó con firmeza, casi interrumpiendo mi patética respuesta y volviendo a fijar sus ojos en mí. De la carpeta que tenía, deslizó tres fotografías que dejó ordenadas en fila frente a mi sudoroso y enclenque ser, que se esforzaba por respirar del aire pesado de la sala intentando no parecer un pez al que acaban de quitar de su pecera. Aparté la vista antes de que termine de enderezar la primera de ellas al instante en que pude vislumbrar el reflejo rojo en el papel fotográfico. Todas las alarmas de mi cerebro estaban sonando a la vez con un claro mensaje: no mires.

Me reencontré con los ojos de dragón y mi cuerpo se tensó incluso más.

—Contusión en el cráneo.— comentó como si fuera un dato banal, como si hablara de la cantidad de humedad en el ambiente del día o del tráfico que tuvo para llegar al trabajo. Mis tripas se revolvieron. No supe si por la sentencia en si o por la forma tan cínica y fría en que lo dijo.— Fue una muerte lenta y dolorosa por desangramiento porque el golpe no fue suficientemente fuerte para matarlo. Los últimos momentos de la vida de Min Yoongi posiblemente fueron desesperantes y tortuosos hasta que finalmente la muerte vino por él mientras se desangraba solo en el piso.  

Mierda, mierda, mierda y más mierda.

La saliva pasó espesa por mi garganta como si estuviera tragando cemento. El vaso de agua se veía absurdamente delicioso debajo de mis narices, pero temía genuinamente que mis manos temblasen si las ponía en uso.

Al lado del vaso estaban las dichosas fotos, y me fue imposible no desviar la vista hacia las imágenes. Un hombre estaba en el suelo, con la boca abierta en una queja muda, los párpados levantados con la rigidez de la muerte y un charco de sangre empapando el cemento donde reposaba su cabeza.

—¿Por qué me cuenta esto?— Logré murmurar entonces con lentitud. 

Había muchas sensaciones que pensé que sentiría si alguna vez veía un jodido cadáver. Horror y asco definitivamente encabezaban la lista de posibilidades. No sentir ninguna de ellas, sin embargo, fue incluso peor que todas las opciones juntas de aquella enumeración imaginaria.

Los latidos de mis tímpanos se trasformaron en un único pitido, como si algo se hubiese roto dentro de mí en aquel momento en el que entendí que lejos de lo que esperaba, me sentía aliviado. ¿En qué me había convertido? ¿En qué me había transformado ese pálido muchacho con olor a tabaco?

—¿Era usted cercano a Min YoonGi?— Oí que preguntó el moreno, quien probablemente seguía analizando mis reacciones mientras que yo era incapaz de apartar mi atención de esa perturbadora fotografía, los fragmentos de cráneo y seso sobre el cemento polvoriento. Los detalles parecían surgir uno a uno, e incluso tuve que contenerme para no tomar la fotografía y verla de cerca.

—No. No somos cercanos.— Respondí.

Había restos de polvo y tierra seca en su mejilla, como si hubiese caído sobre aquella mugre de forma estrepitosa. Lo imaginé cayendo, levantando una nube de polvareda que tapaba todo lo que lo rodeaba. Había incluso, un deje de poesía y karma, en una escena en cámara lenta que se reproducía con música clásica de fondo.

Se lo merecía. 

—¿Está usted seguro?— Insistió Kim.

Mi atención entonces se iba a una gota bordó que se había alejado del resto, caprichosa y solitaria. Se la veía caer por su rostro, deslizándose desde la frente y trazando un camino fino hasta la punta de su pequeña nariz redondeada.

Por supuesto que lo merecía.

—No sé ni en qué barrio vive.— Volví a contestar, abstraído.

Los cabellos oscuros empapados de lo que parecía ser sangre, se le pegaban a la cabeza. No había rastros del pomposo peinado ondulado y algo rebelde con el que se presentó la primera vez que lo conocí. ¿Era normal sentir gratificante ese detalle? Lo dudaba. Pero no podía evitarlo.

Quizás en serio algo se acababa de romper en mí. Quizás estaba más jodido de lo que creía.

—Ya veo. Entonces, ¿No se consideraba usted un amigo suyo?

Las últimas palabras me sacaron del trance en el que me encontraba.

¿Amigos?

Quise decir que preferiría haber perdido un brazo en vez de haber tenido que conocer a ese mal nacido hijo de puta, que mi vida se había ido a la mierda desde el instante en que esa cabellera negra se cruzó en mi camino y que, Dios sabe que es cierto, el mundo estará mejor sin ese tipo. 

De haber podido decirlo, claro, lo hubiera hecho. Y no me habría arrepentido ni de una sola de las gotas de veneno que habría escupido, enajenado de sólo recordar el calvario que me hizo pasar.

Pero hubiera sido estúpido de mi parte, y ya bastantes estupideces había cometido en los últimos tiempos.

Tomé aire, e intenté suavizar mis facciones.

—Nunca fuimos amigos cercanos.—sentencié.

—Interesante.— murmuró Kim, tomando las fotos y volviendo a colocarlas en su carpeta. Suprimí mis ganas de pedirle que las deje, mordiendo el interior de mi mejilla.— Es un dato curioso, Señor Jung. ¿Usted suele dar dinero por caridad a gente que no es cercana?

Carajo.

Mi expresión debió decir algo que yo no fui capaz, porque fue entonces cuando el policía me dedicó la primera sonrisa desde que me senté en la sala, dejando a la vista dos simpáticos hoyuelos que en absoluto concordaban con el resto de la escena que estaba viviendo allí.

Una nueva hoja salió de la maldita carpeta marrón. Namjoon dejó nuevamente frente a mí un papel, que tomé con genuino pánico. Sabía lo que era, incluso antes de que mis desorbitados ojos lleguen a coordinar lo suficiente para leer lo que estaba allí.

—Esto es---

—Es el resumen de la cuenta bancaria de Min Yoongi. Más específicamente, es el detalle de una transacción triple bastante generosa que está hecha por usted.

Si me costaba tragar la alarmante cantidad de saliva que se acumulaba bajo mi lengua minutos antes, en aquel instante con esas palabras mi boca perdió toda capacidad de producir humedad, secándose como si acabara de tragar kilos de polvo. 

¿Cómo explicaría eso sin que...?

—¿Sabe su mujer de estos movimientos bancarios, señor Jung?

Palidecí. Ahí estaba materializado mi más profundo miedo una vez más: que ella finalmente lo sepa. Que todos mis esfuerzos por ocultarlo todo, salga a la luz, exponiéndose como una verdad maloliente y repulsiva, que infecte de podredumbre todo lo que había conseguido. Todos mis logros a la basura, en tan solo un instante. ¿Por qué toda mi vida estaba sostenida por cimientos tan frágiles?

No le diga. Por Dios, no le diga.

—¿Señor Jung?.

Mi lengua parecía haber perdido la fuerza para moverse mucho menos intentar modular palabras, estaba inerte dentro de mí boca seca. Quise decir algo, lo que sea, al menos para no seguir quedando en evidencia bajo esa mirada penetrante. Pero mi voz no salía, se negaba a salir.

La puerta de la sala de interrogatorios se abrió de pronto, y vi pasar a mi abogado con cara de pocos amigos. El aire estancado, pareció entonces comenzar a fluir otra vez para al fin pasar por mis pulmones como un ungüento sanador. Se sentía como respirar luego de haber nadado desde las profundidades de un lago helado que me estaba ahogando hasta el punto de casi perder la consciencia.

Con que así se sentía ser salvado por un milagro.

—Mi cliente no dirá más nada.— Zanjó mientras se acercaba a mí a grandes zancadas y apoyaba protectoramente su mano en mi hombro, consiguiendo que al fin mis músculos relajen parte de la tensión a la que los estaba sometiendo. 

Namjoon volvió a sonreír. El contraste entre la calidez de ese gesto y lo que sucedía volvió a parecerme grotesco, extraño, absolutamente fuera de lugar.

—Estabamos sólo hablando un poco con el señor Jung, no hay nada de qué preocuparse.

—¿Está mi cliente detenido, señor Kim?— Lo cortó mi abogado con educación pero sin perder firmeza.

La pausa que hizo el uniformado se me hizo eterna. Yo contenía expectante la respiración mientras me perdía en la dualidad curiosa de los hoyuelos que portaba en comparación con esa mirada que me perforaba de lado a lado el cráneo. ¿Ya lo sabía todo o yo sólo estaba siendo paranoico?

—No lo está.— Admitió finalmente, sin dejar de sonreír. 

—En ese caso, nos retiramos.— dijo el abogado con profesionalidad, dando un apretón ligero donde tenía su palma en una silenciosa petición de que me levante de esa silla endemoniada y salga de ese maldito sitio cuanto antes. Tomé la propuesta al instante. Ni siquiera hice la correspondiente reverencia para saludar... o quizás sí lo hice, no estaba seguro, sólo quería huir de allí y de la hoja de la cuenta bancaria para siempre.

Los pasillos de la comisaría pasaron por mi periferia como un borrón difuso. No me detuve hasta salir de allí y sentir el aire helado de la noche golpear mi rostro.

—¿Qué demonios pasó, Hoseok? ¿Por qué te tienen de sospechoso?

Me giré intentando parecer confundido, para enfrentar a mi abogado con una inocencia que esperaba que fuese convincente.

—No tengo idea.

El hombre me miró con dureza, pero a los pocos segundos acortó los pocos pasos que nos separaban con genuina consternación en su rostro. Quise pedirle que no lo haga, que no me mire de esa forma, que me hacía trizas por dentro verle ese semblante a él, que su preocupación me generaba demasiados sentimientos encontrados que no podía ni quería analizar.

—Sabes que además de abogado y cuñado, siempre serás mi amigo. Lo fuimos siempre, Hoba. Desde la primaria. Si algo pasara, me lo dirías ¿cierto?

Tragué una vez más el engrudo espeso que sentía en mi boca, y pude sentir como se abría paso con lentitud por mi garganta. La culpa era un sentimiento conocido, pero hacía años que no la sentía de forma tan física. Quizás estaba llegando a mi límite. Quizás la casa de naipes que me esforcé por levantar, iba a caer en cualquier momento y algo dentro de mí lo sabía.

Le tomé las manos, y mi cuerpo sintió una electricidad que me recorría, un escalofrío intenso que cosquilleaba desde las yemas de mis dedos tocando su piel hasta la punta de mis pies. Era como las primeras veces que noté mis sentimientos cuando era adolescente. Me maldije por mis impulsos, por mi necesidad de sentirlo incluso en esa situación crítica que estaba viviendo.

—Lo sé, Han. Esto es un malentendido, estoy seguro.

Pude notar que no me creía, pero que se estaba esforzando por hacerlo. Se lo agradecí en silencio, y le sonreí con una calma que no sentía, pero que había aprendido a fingir. No solté sus manos. Me negaba a hacerlo. Si todo se iba a la mierda, probablemente no podría volver a tenerlo tan cerca. 

Tan egoísta. Siempre lo fui.

—Bien. Te llevo a casa. Lisa debe estar preocupadisima, casi viene conmigo. Logré convencerla de que se quede con los niños.

Ah... Maldita realidad, maldita elección de palabras de ese hombre tan dulce y noble. Hubiese querido enojarme por hablar de ella, pero no podía, por supuesto que no podía. Maldije mi suerte y mi vida. 

Yo no quería ir allí. Ver a mi esposa sería lo último que querría hacer, quería seguir tomando su cálida mano en esa noche helada, admirando de cerca sus cachetes redondos que me suplicaban que los acaricie y sus labios rellenos que me hipnotizaban con su movimiento al hablar.. Eso quería, sí. Pero asentí y lo seguí al coche sin emitir palabra.

En el trayecto tampoco hubo conversación, y se lo agradecí porque temía vomitar mi verdad de forma escandalosa, salpicando con mi confesión de amor hediondo todo nuestro pasado. Y no podría haber lidiado con lo que seguiría a esa acción, no podría porque estaba seguro que únicamente le provocaría repulsión y rechazo al entender las razones escondidas de todas mis enfermizas acciones.

Cuando estacionó en mi hogar, ya estaba Lisa en el umbral abrazándose a sí misma para combatir la temperatura del exterior. Debió haber estado mirando por la ventana esperando mi regreso hasta que vio el auto de su hermano de lejos, y ese hecho estrujó una vez más mi corrupto corazón. No tenía derecho a sentirme mal, pero ser hipócrita aparentemente se me daba bien, porque cuando ella se lanzó a mis brazos antes de que pueda siquiera llegar a modular alguna palabra de explicación me sentí llorar de tristeza. 

—Tranquilo, cariño.— Me susurró ella secando mis lágrimas con su pulgar, desconociendo el verdadero motivo de mi llanto que para entonces solo se intensificó más que antes.

—Llévalo dentro, Liss... Fueron muchas emociones juntas. Me encargaré personalmente del caso, y haré un descargo por esta situación. No tenían que llevárselo a interrogar, esto es una jugarreta sucia para ensuciar su coartada.—Oí que dijo él a mis espaldas, claramente enojado con el oficial a cargo y creyendo (o queriendo creer) que no merecía nada de lo que sucedía.

Tan dulce, como siempre. 

Tan noble.

Tan opuesto a mí.

Tan inalcanzable.

Lloré más fuerte, y Lisa me escoltó dentro de la casa, donde los niños vinieron a mi al instante. Supe entonces que estaban en la sala, esperando por mi también.

Nos abrazamos los 4. Y yo me sentí más sucio que nunca.

****dos meses antes****

A la 1 am Hoseok salió del establecimiento por la puerta trasera, como ya era habitual para él. El alcohol se había ido bastante de su sistema para esas alturas, pero seguía algo mareado y su vista no enfocaba con la misma velocidad con la que movía su cabeza.

Se recostó en la pared de ladrillos un momento con sus ojos cerrados, tratando de recobrar un poco más de lucidez y calmar sus latidos aún algo acelerados después del último encuentro.

—¿Noche larga?— preguntó una voz grave y algo rasposa que le hizo erizar ligeramente el vello de la nuca. 

Abrió sus ojos al instante. Aquel tono lo hizo pensar tanto en Han que automáticamente se había agitado su corazón. Estaba tan jodido. Tan malditamente jodido.

Frente su rostro, había un cigarrillo que amablemente estaba siendo ofrecido por un jovencito de menor altura y piel nívea impoluta, similar a la porcelana. Hoseok lamió su labio inferior reseco con una ansiedad que le hizo zumbar los oídos, recorriendo con sus ojos cada facción sin ser capaz de responder. Podía contar un sinfín de similitudes con su cuñado en aquel muchacho. Más de los que solía encontrar en los trabajadores del burdel de primera clase del que acababa de salir ebrio.

—Algo así...— consiguió murmurar finalmente cuando con toda la fuerza de voluntad que poseía alejó su atención del joven y la centró en el cigarrillo que entonces tomó con dedos algo temblorosos.

—Eso es una jodida mierda.— dijo con calma el desconocido, encendiendo su propio cigarro con tranquilidad, ajeno (o quizás no tanto) a los ojos atentos que seguían el movimiento de sus manos, la presión del papel en sus labios y las pestañas curvadas moverse con lentitud al dar la primera pitada.

Los párpados se abrieron revelando una vez más una mirada intensa que fijaron su atención en la suya, descubriéndolo mientras lo espiaba embelesado. 

Se quedó en silencio. No supo qué decir. 

—Mi nombre es Min YoonGi, por cierto. 

—Jung HoSeok— respondió con la boca seca, sin poder evitar seguir el movimiento de los labios de aquel primer hombre, los cuales pintaron una sonrisa traviesa al sentir la atención que estaban recibiendo.

—¿Vas a fumar o sólo me lo aceptaste por cortesía?— comentó sin apartar su vista. Parecía estar divirtiéndose con su nerviosismo. 

Hoseok podía asegurar que aquel sujeto de rasgos gatunos estaba coqueteándole, pero lo sentía tan hermoso que le resultaba difícil de creer.

—Hace tiempo dejé.— comentó.

—Eso es una mierda más jodida que la primera mierda que me dijiste.

Una risa estruendosa escapó de Hoseok. Al parecer a ese tal Min le gustaba demasiado insultar, y a pesar de él ser muy correcto con las palabras, lo encontró bastante atractivo. O quizás, era su enamoramiento unilateral de más de 20 años que lo hacía adorar a todo lo que se asemejara a su amigo de la primaria: Han Jisung, el hombre que se había esforzado por mantener en su vida de formas tan retorcidas que ya no era capaz de reconocerse a sí mismo.

—Uno solo no hará nada.— determinó finalmente, encogiéndose de hombros y sonriendo coqueto él esa vez. Era mejor no ir por aquel camino de pensamientos retrospectivos y Hoseok lo sabía bien. 

Sí... Era preferible llenar sus pulmones de humo y distraerse en el cuerpo de alguien más, antes de regresar a su trabajo y continuar una vida totalmente falsa. Ser médico ni siquiera era una carrera que le gustaba, la había seguido porque su amigo lo había sugerido. Era agotador mantener su ocupación ideal, con su familia ideal, en la casa ideal de un barrio ideal. Era tan vacío que lo enfermaba, lo enloquecía. Se sentía un animal salvaje encerrado, con escasos metros cuadrados sobre los cuales dar vueltas de forma viciosa, viendo desde los barrotes al objeto de todos sus deseos: ese hombre inalcanzable.

—Joder que no. Uno no hace nada.—confirmó riendo también YoonGi, acercándo su cigarro al del propio Hoseok sin apartarlo de su boca. Sus ojos se sostuvieron la mirada con intensidad, con los rostros apenas separados por la distancia que esos dos pedazos de papel enrollado les brindaba. Aspiró para que el calor se transfiera, y pudo jurar que el tabaco jamás había olido de forma tan deliciosa. Su piel se estaba encendiendo con la misma velocidad en que el blanco de esa pequeña barra de cáncer se tornaba naranja y comenzaba a arder.

Jung se sentía en el inicio de un sueño húmedo, tan embobado con la experiencia que casi gritó de frustración cuando el jovencito se alejó y rompió la cercanía, dejando solamente humo en su sitio. Acaba de salir del burdel, sí, pero ese muchacho era tan parecido al hermano de su mujer que creía que ya había bebido demasiado y estaba delirando.

Aunque... Si era objetivo, como solía pasar en las noches de insomnio mientras ella lo abrazaba dormida, ya había cometido una locura al momento de contraer matrimonio. La culpa sin embargo, nunca superó a la obsesión enfermiza que había generado por Han y que solo crecía con el paso de cada minuto hasta que había copado todos los aspectos de su existencia. En su retorcida cabeza, se convencía cada vez que se lamentaba de sus acciones, que verlo tan cercano y casi a diario era todo por lo que valía la pena su actuación.

Él haría todo el resto bien, si el premio era la presencia de aquel hombre.

Bueno... Quizás no tan bien. Perderse en la sabanas que no eran de su cama y enredarse desesperadamente en un cuerpo que no fuese el de su esposa, era solo un pequeño desvío (al que ya se había hecho adicto con el paso de los años).

Tomó coraje, del mismo que carecía para poner en orden su vida, y se acercó al rostro de Yoongi. Jamás creyó que aspirar el humo ajeno se sentiría tan excitante, pero entre lo difuso del alcohol y aquel vaho blanco parecía ser su amado a quien tenía a escasos centímetros de su nariz, que picaba ligeramente con la nicotina.

—Antes de continuar... ¿Hay alguna petición en específico en la cama?— Le susurró con voz grave el joven, volviendo a llevar el cigarro a sus labios e impidiendo con ese acto que se lance sobre él para besarlo.

—Te pagaré si quieres...Pero sólo déjame llamarte Han.— murmuró con voz quebrada de anticipación, cerrando sus ojos con lentitud mientras le apartaba con la mano libre el tabaco y acortaba la distancia entre belfos.

—¿Como tu cuñado?

La excitación que segundos antes le hervía la sangre y erizaba su piel, murió al instante. Él se sintió morir, podría haber asegurado que su corazón dejó de palpitar y sus pulmones dejaron de funcionar por un instante.

—¿Qué dijiste?— Se apartó con rapidez, con las pulsaciones disparadas y el pánico pintado en la cara.

Yoongi lo miraba con sorna, parecía incluso aguantar la risa, como si algo de aquel momento fuera tremendamente cómico. Ni rastros había de su sonrisa coqueta ni de las intenciones de concretar un encuentro que juraba que había podido ver. El joven médico sólo fue capaz de abrir y cerrar la boca sin palabras, mientras el chico recuperaba su cigarro sacándolo de su mano temblorosa con poca delicadeza. El alcohol pareció evaporarse de su sistema al instante. Se sentía de pronto expuesto como jamás antes.

—Maldición, hombre.— dijo empezando a reírse el muchacho de cabellos negros, antes de dar una calada más, bajo la estupefacta mirada de Hoseok— Estas tan jodidamente enfermo. ¿Qué dirá tu esposa cuando lo sepa?

El médico sintió en aquel momento todo lo que él mismo en su propio consultorio habría calificado como un infarto. La realidad lo azotó con tanta fuerza que le cortó el aire: Él la conocía a ella y sabía quién era él.

—O aún mejor ¿Qué diría Hannie cuando se entere de que su mejor amigo de toda la vida, el marido de su única hermana, se coge a prostitutos todos los fines de semana imaginándose que en realidad se esta acostando con él? Si yo estuviera en sus zapatos— continuo el muchacho sin perder esa mueca burlona en sus labios— creo que te odiaría tanto que querria matarte.

Era tan aterrador como fascinante, pensó por un segundo eterno Hoseok mientras miraba al muchachito darle otra pitada a su cigarrillo, como alguien que nunca en su vida había visto antes había logrado describir con precisión y lujo de detalles a su peor pesadilla.  

Él podía lidiar con el odio de Lisa, incluso con el rechazo de sus hijos. Pero si todos ellos se enteraban de la verdad, si su oscura obsesión llegaba a ver la luz para mostrarse deforme y repulsiva entonces Han lo sabría también.

Si él supiera... Si uniera cabos...

Si entendiera sus enfermizas razones detrás de sus acciones...

Si ese tal Min Yoongi hablaba...

—¡No!— suplicó con las piernas endebles— ¡Por favor te lo suplico! —Se arrodilló de forma penosa y patética, en un ruego vergonzoso— ¡No a él! ¡Él no puede enterarse de nada de esto..!

La mueca de Min se extendió de punta a punta. Parecía estar realmente disfrutando.

—¿Cuánto vale mi silencio, Jung?



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