#sospechoso2| jjk
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I
(Dos años atrás)
Jungkook tenía clientes de todo tipo y en todas las áreas: Trabajadores de la salud, constructores, cantantes, bailarines, maestros y así seguía la interminable lista. Sus favoritos eran los estudiantes: fáciles de manejar —aunque algo problemáticos en ocasiones— y eran el sesenta por ciento de sus ventas.
Muchos adolescentes llegaban a él pidiendo píldoras u otras sustancias que le sirvieran de apoyo para la época de exámenes; otros pocos, buscaban una diversión extra que Jungkook estaba dispuesto a darles para sus fiestas. La época de pre y post evaluaciones era su momento de oro.
Algunas veces le pesaba la conciencia saber que la mayoría de su segmento de mercado eran jóvenes estresados por sus estudios, o que simplemente querían divertirse aunque no fuera de la manera más sana, pero todo se le pasaba cuando veía los fajos de dinero en su mano y recordaba que su felicidad iba de la mano con su estabilidad económica.
—Gracias, campeón. ¡Suerte con las matemáticas! —gritó animado, sacudiendo la mano hacia el chico que poco a poco se alejaba de él.
No hubo respuesta, por supuesto.
Contó los billetes en su mano antes de guardarlos en la mochila a sus pies, y entonces busca su celular para confirmar las siguientes entregas que debía hacer antes de irse a trabajar. Unos toques en su espalda le hicieron voltear.
Sus ojos se pasean de arriba a abajo al ver a la chica parada ante él; era, por supuesto, una estudiante. Tenía la mirada en el suelo, el cabello largo y castaño le caían por los costados tapándole la cara. El uniforme estaba perfectamente puesto e impecable, parecía venir de alguna institución prestigiosa. La cadena de oro alrededor de su cuello captaron la atención de Jungkook, quien frunció el ceño al ver a la chica removerse en su lugar.
—¿Eres Jk?—preguntó tímida.
—En carne y hueso ante tus ojos... bueno, si alzaras la cara y me vieras, claro está —dijo cruzando los brazos. Luego se recostó en la pared detrás de él.
El rostro de la chica se tiñó de rojo. Aún así, no alzó la vista.
—Junghyun me dijo que tú... Él me dijo que... —empezó a balbucear—. ¿Podrías...? Tú...
Su voz baja y luciendo tan asustada como si temiera que le fuera a poner un cuchillo en la garganta, molestaron a Jungkook en un inicio. Quiso que hablara más alto, que dijera lo que quería de una buena vez para poder irse de ahí cuánto antes, y así no tener que volver a lidiar con estudiantes hasta el día siguiente. No obstante, cayó en cuenta de que la chica era una potencial cliente.
Entonces la interrumpió usando el tono más suave que jamás había usado en su vida, y dijo:
—Respira, no estás haciendo nada malo. Ojos que no ven, adultos que no se enteran. —Hizo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto—. Lo que sea que pase se queda entre nosotros.
Jeon Jungkook sabía reconocer cuando un potencial cliente podría beneficiarle en uno o más sentidos: grandes compras, o más clientes, y por ello siempre se esforzaba y daba preferencia a ellos.
Han Hyemin resultó dándole ambas cosas.
La chica que en un inicio era un polluelo en un nido de serpientes, en realidad se convirtió en su cliente VIP. Además de sus compras personales, Han había extendido sus ventas hasta su barrio y colegio. Con ello Jungkook le dio prioridad, centró su atención en el instituto de Formación- Hankuk que ahora parecía ser su nueva mina de oro.
Si en un instituto promedio los estudiantes eran sus principales clientes, en un lugar como el Instituto de Formación- Hankuk las ventas aumentarían en un ochenta por ciento. Pensó en la idea de mudarse, comprar una cama nueva para su hermana y cambiarla de colegio a uno más decente... ¡Quizás hasta podría viajar a Busan, o más allá de la frontera coreana!
Imaginarse el cambio de vida que tendría le hizo recibir con más emoción el dinero que un chico de primer año le entregaba. Contó el dinero antes de entregar la orden, entonces pasó al siguiente cliente.
—Quiero tres de las rojas, cinco de las verdes y diez gramos de...
—Espera. Detente justo ahí, campeón—dijo viendo cómo el chico frunció el ceño. Sonrió de forma burlona—. No soy una tienda de frijoles, ¿lo entiendes? Antes que nada se dice hola, no seamos animales, ¿sí? Segundo, el pedido se hace a mí manera. No me gustaría tener problemas con personas que llevan placa y joden mi existencia a la hora de entregar tus deseos de drogadicto—su tono de voz hace énfasis en la última frase—. Tercero, ¿acaso crees que esto es fast service? Si quieres delivery rápido, anda a un Drive-Thru del McDonalds. Aquí hacemos la entregas en veinticuatro horas si pides cosas más pesadas, ¿comprendes lo que digo, campeón?—pregunta con tono hostil.
El chico asintió, algo incómodo, pero una vez Jungkook atendió su pedido bajo las normas que dictó, el muchacho se fue con la mitad en la mano y la otra en espera para el día siguiente. A punto de irse de ahí, le llega un mensaje de Hyemin que no duda en responder.
( • • • )
Desde la entrada, el Instituto de Formación- Hankuk se veía tan prestigioso y perfecto como lo pintaban las revistas nacionales, los padres de estudiantes, y su amistoso director. No solía ir a exponerse de esa manera, pero Hyemin enfatizó la palabra urgencia y cincuenta mil por lo que decidió ir con la velocidad que requería una emergencia.
Había hecho una excepción por ella.
—¿Puedes traerme el triple de lo mismo mañana? Te esperaré junto al callejón—dijo la chica que ahora lucía el cabello corto y los inicios de unas ojeras negruzcas bajo los ojos—. Pagaré lo que pidas.
—A tus órdenes, corazón. ¡De hecho! Te haré un descuento por tu lealtad a los servicios de Jk's business—bromea luego de guiñar un ojo–. Como sea, fue un placer hacer negocios contigo, corazón. Nos vemos... Oh, y mándale saludos a tu Director Kim. ¡Cada vez luce más encantador!
II
Jungkook no era de recibir muchas visitas, las únicas personas que iban a su casa eran las amigas de su hermana que se pasaban los fines de semana por ahí. Sin embargo, aquel esquema se rompió el día que Hyemin llegó a su casa luciendo peor que un muerto, con los ojos rojos y las ojeras negras tomando gran protagonismo en su rostro.
En un inicio le había dejado pasar por lástima, la lluvia del día y el estado de la chica le hacía pensar que no era buena idea para ambos dejarla afuera, así que ignoró el hecho de que la muchacha había llegado a su casa sin él haberle dado la dirección antes y se dispusó a ayudarle.
—¿Qué sucede, Jungkook? ¿Quién es?—había preguntado su hermana en la cocina luciendo preocupada.
—Una amiga, se murió su perro hace unos días—mintió mientras veía a Hyemin estar en la sala de estar, inquieta—. Creo que le ha dado un bajón. ¿Podrías llevarla al cuarto de invitados y preparar algo de comer? Yo llamaré a sus padres.
Quería comprender qué demonios había sucedido, y cómo Hyemin había ido a parar a su casa de manera tan repentina luciendo como si fuera un cadáver, o algo peor si eso fuera posible. De todos modos, caminó hasta la sala donde el bolso de la chica estaba. Sus manos hurgaron en todos los bolsillos hasta que sacó el celular. Al no tener contraseña, Jungkook fue directamente a la aplicación de mensajes y buscó el número de alguien que pareciera ser de confianza para la chica.
—Iré a preparar la comida, la dejé arriba durmiendo.
—Ajá.
A pesar de ver a cada adolescente con uniforme como pequeños bancos andantes, Jungkook tenía sus límites así como también se veía incapaz de entregarlos directamente a sus tutores. Adultos significaban problemas, y él no lo quería. Además, ¿arriesgarse a tener un ingreso económico inestable por que bajaron las ventas? No se lo podía permitir, tampoco quería.
Hyemin parecía no tener amigos, solo compañeros de instituto. De su familia no había mucho que decir, entre los pocos contactos que la muchacha tenía no había visto ni uno solo que dijera algo como: Tía, Mamá, Papá o...
Un golpe en seco se escuchó. Provenía del segundo piso.
Quedó unos segundos ahí: quieto, callado. Intentando procesar e imaginar lo que pasó; esperaba que no fuera eso, pero las alarmas se dispararon en su cabeza.
—¿Qué fue eso, Jungkook?—preguntó su hermana.
Sin responder ni nada, el castaño salió corriendo hacia el segundo piso. Subió las escaleras de a tres peldaños y abrió las puertas de las habitaciones encontrando todas vacías; cuando intentó abrir la del baño, esta se mantuvo cerrada.
—¿Qué sucede?
Jungkook la ignoró.
—Hyemin, abre la puerta—dijo firme.
Nadie respondió, y Jungkook se imaginó lo peor.
—¡Hyemin, abre la puerta!
Nuevamente, nada pasó.
Entonces empezó a patear la cerradura de la puerta intentando tumbarla. Uno, dos, tres... Una vez la cerradura cayó al suelo y la puerta se abrió, Jungkook entró al baño.
Adentro, la luz y el espacio a su alrededor se volvieron fúnebres. El grito aterrado de Chayoung se escuchó lejano. Alrededor de Hyemin cientos de paquetes, pastillas y polvos de colores hacen que el corazón de Jungkook lata precipitado.
Por alguna razón, y sin verificarlo, sabe que Hyemin está muerta o cerca de estarlo. Aún así, decide no perder más tiempo y sale con ella entre sus brazos. Llevarla al hospital saldría caro, pero más caro saldría el abogado y estar en la cárcel.
—Llama al hospital, una ambulancia, lo que sea—ordena–. ¡Rápido, Chayoung! ¡Apúrate!
Acostó a Hyemin en el sillón y buscó el pulso; era débil, a duras penas perceptible. ¿Cuánto duraría así?
—¡Chayoung!
—¡Ya voy, dicen que ya vienen!
Sabiendo aquello, Jungkook corre de nuevo hacia el segundo piso y va directo hacia el baño. Debía deshacerse de toda prueba antes de empezar una mentira, desvincularse de esta parte era lo principal. Juntó todo en una bolsa de basura pequeña, y fue hasta la cocina en busca de las llaves de la antigua casa.
—Vigila a Hyemin, que tenga pulso. Ya vengo.
Tenía suerte de contar con su hermana en un buen sentido, sabía que ella estaría dispuesta a ayudar fuera lo que fuera, la conocía. El problema es que desconocía quién estaba detrás de la puerta de su casa cuando la abrió.
—Escuché un escándalo desde mi casa, ¿está todo bien?—pregunta el pelinegro y mira más allá del hombro de Jungkook. La sonrisa burlona y perversa que aparece en el rostro del contrario lo alarma.
Entonces intenta mantener la compostura –y la cordura también— antes de forzarse a responder usando el tono más calmado. Dice:
—Está todo bien, vecino. ¿Necesita algo? Porque estoy por salir.—De su voz se escucha algo de impaciencia.
—¿Segura? Porque...
Entonces escucha gritar a Chayoung las palabras que lo condenarían:
—¡Jungkook, Hyemin no tiene pulso!
Y ahora el de Jungkook tampoco lo tenía, al menos por un momento. Miró al vecino, alarmado. Pensó en las cosas que podría hacer; la cabeza le pensó a doler.
—Pareces estar en problemas, Jeon. ¿Qué te parece si te ayudo? Un favor de vecino a vecino... No creo que a tu hermana le guste la idea de estar envuelta en un caso de homicidio y contrabando de drogas, además de ir a la cárcel ¿cierto?—dice con facilidad, sonriendo cuando Jungkook parece estar a punto de entrar en pánico.
Si Hyemin estaba realmente muerta, ahora debía sumarle un testigo a la cosa. Aunque él no haya sido el asesino directo, sabía que su vecino no veía lo mismo. La idea de matarlo cruzó por su mente pero supo inmediatamente que solo empeoraría más las cosas; un cadáver es mejor que dos.
—Min Yoongi—se presentó sin borrar aquella sonrisa del rostro—. Un gusto hacer negocios contigo, Jungkook.
Él lo odió con el corazón desde ese momento.
III
(Presente)
–¿Cómo conoció a Min Yoongi?
Aunque la pregunta parece simple, Jungkook sabe que lo que responda será de gran importancia para determinar quién es el asesino del susodicho. Entrelaza sus manos al borde la mesa y empieza a jugar con sus dedos. Al mirar al detective se limita a encogerse de hombros, entonces responde:
—Éramos vecinos desde hace un par de años, fue el primero en darnos la bienvenida y nos guío los primeros días en la ciudad; se hizo cercano a nosotros con facilidad durante unos meses—dijo, aunque en alguna parte de la respuesta se mezclaban los hechos y las fantasías.
—¿Qué tipo de relación tenía con él?—pregunta el hombre enfrente suyo; lucía, ante los ojos del castaño, como una especie de detective de televisión: con su ropa arreglada y el cabello negro bien peinado, los zapatos pulidos, la placa en el cinturón cerca del arma y con su tono de hablar frío, algunas veces prepotente.
—Ya se lo dije: éramos vecinos—responde, rascando su mejilla con indiferencia.
Su comportamiento no era el mejor, de seguir sabía que las sospechas sobre el asesinato de Min Yoongi caerían más sobre él; su expediente lo ponía en la mira, y de conocerse su otro trabajo se iría directo a prisión incluso sin que el mismo Min interviniera en sus asuntos... No obstante, aquel hecho le daba igual. Sentía paz y tranquilidad, dos sentimientos que durante mucho tiempo en su vida no había vuelto a experimentar; se sentía capaz de reír, de bailar durante horas e incluso de volar por los cielos de Seúl si pudiera. ¡Y eso le asustó! Porque todo parecía un sueño, temía despertar y ver enfrente suyo a Min Yoongi de nuevo: jodiendo su existencia.
El detective negó con la cabeza y las comisuras de la boca se alzaron levemente dando inicios de una sonrisa. Le miró abrir y cerrar un sobre que estaba antes enfrente suyo, de ahí sacó varias imágenes donde él y el demonio terrenal de Min Yoongi compartían aire, y un gran saco negro que Jungkook le entregaba.
Pero aquello era pasado. Y el pasado está muerto.
—¿Suele entregar usted grandes sacos a sus vecinos en lugares peligrosos, solitarios o poco concurridos, Joven Jeon?—pregunta el detective con los brazos cruzados y moviendo la barbilla con la intención de señalar las imágenes. Entonces, hace otra pregunta—: ¿Qué había en los sacos?
La vida de mi hermana, pero sobre todo la mía. Pensó con resentimiento y asco, pero sabía que de responder eso estaría exponiéndose a algo mucho peor que un interrogatorio; abrirán investigación, los medios explotarán y los ciudadanos crearían una revuelta al saber que, durante mucho tiempo, hubo un desgraciado respirando el mismo aire.
Aquello era algo que tenía en común con Min: ambos, pero en diferente manera, eran hijos de puta que vivían a costa de la vida de otros; ambos aprovechaban las desgracias de quien pudieran para sacar ventaja. Claro que a diferencia de Min Yoongi, Jungkook no era un desgraciado mayor, ni era quién estaba muerto por un golpe mortal en la cabeza.
Inhaló aire por la boca, sujetándolo unos pocos segundos antes de soltarlo. Miró las manchas en la mesa, sus dedos sucios y las uñas rotas que almacenaban algo oscuro debajo de estas. Una vez pintó la realidad de una manera más agradable, Jeon Jungkook habló:
—Algunas veces eran herramientas, otras veces ropa, una gran variedad de cosas—dijo sacándose la mugre de debajo de las uñas—. El por qué le entregaba esas cosas, ni yo mismo sé. Yoongi solía llamarme cada tanto pidiéndome esas cosas, decía que algunas eran para donar mientras que otras eran para él, pero que no le daba tiempo comprarlas así que me las pedía—mintió, volviendo a encogerse de hombros.
Por supuesto, aquello sonaba demasiado falso ni bien se escuchaba la primera frase de toda esa farsa. Estaba consciente de ello, pero esperaría el momento pertinente para agregar datos — algunos manipulados, algunos comprados— que el detective y su equipo pudieran comprobar.
—¿Por qué los lugares más inestables de Seúl? Ambos sabemos que ninguna entrega de artículos para donar o de uso personal sería por los barrios más peligrosos de la ciudad—dice antes de mover la mano hacia una imágen en específico que señaló con el dedo índice—. Fue tomada por la cámara de un automóvil que pasaba por las afueras de Guryong, es de hace cinco meses. Ese mismo día, y a pocos metros de usted, hubo un homicidio.—Señala otra—. La Pensión Edén, sucedieron dos robos a mano alzada ese día, y uno el día después; Escuela de Deportes Han, un enfrentamiento entre unos drogadictos de la zona el día anterior. ¿Por qué esos lugares?
Suspiró antes de responder:
—Tengo dos trabajos, Detective Kim. Reparo casi cualquier cosa a domicilio, la gran mayoría de mis clientes me envían a esas zonas, ¿quiere que le dé una lista?—preguntó, medio burlón, medio serio—. Además, consigo cosas que los demás quieren, por supuesto siempre que estén dentro del ámbito de lo legal. De ahí que Yoongi y yo nos reunimos por esas zonas: estaba trabajando, él quería sus cosas y la única forma de obtenerlas era ir a buscarlas—mintió—. Aunque no crea que a mí me gusta la idea de ponerme en riesgo al ir a esos barrios. Voy solo por el dinero.
El detective asintió no conforme con la respuesta, mucho menos convencido.
—Anteriormente fue arrestado por un robo menor, ¿o me equivoco, Joven Jeon?—preguntó con tono áspero.
—Sí, ¿pero qué tiene que ver?
—Que ya tiene cargos que le perjudican, y ahora es sospechoso por el asesinato de Min Yoongi. ¿Le parece conveniente seguir mintiendo, Jeon? ¿Desde cuándo la idea de pasar la vida en la cárcel le pareció atractiva, eh?—cuestionó en tono altanero sin despegar la vista del sobre que agarró.
De nuevo, más imágenes aparecen enfrente suyo. Esta vez puede ver un saco negro, como el de las imágenes anteriores, pero abierto de par en par dejando ver varios fajos de dinero que le causaron un mal sabor en la boca. Entonces recordó cada reunión que tuvo con Min Yoongi; el mayor hijo de puta de toda Corea del Sur estaba muerto, y aunque no podía dejar de repetir cuán feliz estaba de eso, Jungkook seguía guardando rencor.
—Sus huellas están en los billetes, Joven Jeon. ¿Acaso también es capaz de conseguir más de dos millones y medio de wones, sin dejar rastros de movimientos bancarios? ¿Cuánto gana en sus trabajos para conseguir tal cantidad?—pregunta inclinándose sobre la mesa con las manos apoyadas sobre ella—. ¿Qué clase de relación tenía usted con Min Yoongi?
—Ya le dije, fuimos vecinos—respondió—. Vecinos que se hacían favores mutuamente, y sus cámaras lo pueden comprobar, ¿o no?
Min Yoongi, en vida, dejó vivir a Jungkook a cambio de un diminuto pago que se debía realizar mensualmente. Era un favor y acuerdo que tenían ambos donde las dos partes salían ganando, así lo decía él. Sin embargo, tanto Min como Jungkook sabían que los tratos tienen un final.
Al mirar sus manos atadas, Jungkook podía advertir lo sucias y lastimadas que estas estaban. Pero todo el dolor valía la pena cuando veía la expresión muerta de Min Yoongi en la foto sobre la mesa.
Los muertos no hablan, Yoon. ¿Cómo harás ahora?
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