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La pelirroja ahogó un grito al despertar, con el cuerpo tembloroso y empapado en sudor. Había perdido la cuenta de cuántas veces las pesadillas habían perturbado su descanso. Con la respiración entrecortada, miró sus manos y suspiró aliviada al no encontrar rastro de sangre en ellas.
Su pesadilla había sido... Inquietante.
Sangre, gritos y caos por doquier. ¿Lo peor de todo? Ella siempre era la asesina en esos sueños, casi sin escape y sin perdón.
Extendió sus manos temblorosas hacia la lámpara de noche, encendiéndola con dificultad. Se recostó lentamente en la cabecera de la cama, dejando escapar un suspiro pesado.
Cerrando los ojos con fuerza, intentó recordarse a sí misma que solo había sido una pesadilla; sin embargo, cada escena se repetía en su mente una y otra vez, asustándola más.
Al ver que era imposible, empezó a analizar su sueño, dejándose llevar por la incomodidad que sentía cada vez que recordaba los asesinatos que había presenciado en dicha pesadilla. No entendía el motivo, pero Voldemort siempre era el primero en aparecer en sus pesadillas.
Emma dirigió su mano hacia su nuca, tocando suavemente su cicatriz, la cual le ardía como nunca.
Recordando los consejos de Hermione, decidió escribirle una carta al profesor Dumbledore sobre aquella pesadilla.
"Querido profesor Dumbledore,
Espero que se encuentre disfrutando de sus vacaciones. El motivo de esta carta es para informarle que he tenido varias pesadillas con Voldemort y todo gira en torno a muertes. Yo soy la asesina y es horrible.
Mi cicatriz ha vuelto a doler. No sé qué podría significar.
─Emma Evans"
Con un suspiro pesado, dejó su pluma y la carta en su escritorio.
Era demasiado tarde como para mandarle una carta al profesor Dumbledore. A fin de cuentas, eran como las dos de la mañana, así que no se complicaría y la enviaría mañana a primera hora con Olsen, su lechuza, quien ahora se encontraba dormida.
Las vacaciones de la pelirroja estaban siendo aceptables. Ella no se quejaba.
Pasaba la mayor parte ignorando a los Dursley, por lo que se evitaba muchos enojos, aunque las peleas seguían existiendo. Hablaba con Harry algunas veces al día, pero ella siempre se mantenía con sus dos mascotas y con sus libros, lo que la hacía ignorar su entorno.
Sin embargo, nunca dejó de enviarle cartas a sus amigos. Hablaba tres veces a la semana con Hermione, quien, si no hablaba de libros, le contaba cómo no había parado de soñar con Ron.
El pelirrojo era igual o peor, contándole siempre cómo Hermione lo fastidiaba incluso en vacaciones, irrumpiendo en sus sueños.
Era irónico que los dos se estuvieran soñando.
Oliver jamás le había dejado de escribir, incluso a veces se le acumulaban las cartas porque el chico no esperaba respuesta y volvía a mandar otra.
Él mentiría si dijera que no le gustaba escribirle a la pelirroja. Se sentía comprendido por ella, además de que la pelirroja le resultaba divertida. Él leía cada detalle que la pelirroja escribía y la animaba cuando ella le comentaba aquellas tediosas discusiones que Harry tenía con sus tíos o primo.
Dejando de lado sus pensamientos, la pelirroja decidió acostarse nuevamente con su perrita, Athena, para poder conciliar el sueño, aunque para su desgracia, aún se removía entre las sábanas al imaginar la posibilidad de volver a tener otra pesadilla mientras que Athena la veía con curiosidad.
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—¿Quiénes son la familia Weasley y por qué nos mandaron una carta? —preguntaba Vernon severamente, mientras veía el sobre en sus manos con sospecha.
En su correo había visto una carta de "procedencia desconocida", como él mismo la llamaba.
Como de costumbre, al verla pensó en los mellizos, quienes estaban sentados en el sofá a pocos metros de distancia. No quería abrir la carta, temiendo que pudiera contener algún tipo de magia poderosa o, peor aún, magia peligrosa.
—¿Por qué la pregunta? —respondió Harry, vacilante mientras se inclinaba a ver la carta.
Sin decir nada más y mirándolos fríamente, Vernon les entregó un papel. —Léanlo
"Estimados señor y señora Dursley,
No nos conocemos personalmente, pero estoy segura de que Emma y Harry les habrán hablado mucho de mi hijo Ron.
Como ellos les habrán dicho, la final de los Mundiales de Quidditch tendrá lugar el próximo lunes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de conseguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
Espero que nos permitan llevar a los mellizos al partido, ya que es una oportunidad única en la vida. ¡Hace treinta años que Gran Bretaña no es la anfitriona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada! ¿Puede creerlo?
Nos encantaría que ellos pudieran quedarse con nosotros lo que queda de vacaciones de verano y acompañarlos al tren que los llevará de nuevo al colegio.
Sería preferible que Emma o Harry nos enviaran la respuesta de ustedes por el medio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.
Esperando ver pronto a los mellizos, se despide cordialmente,
—Molly"
—¿Podemos ir? —soltó Emma, quien había estado ignorando todo mientras leía su libro, hasta que escuchó la posibilidad de alejarse de esta casa y de los Dursley el resto de las vacaciones.
Harry levantó la vista, sorprendido de que Emma hubiera roto su silencio.
—¿Quién es esta mujer? —preguntó Vernon con tono serio, ignorando a la pelirroja.
—La conoces —recordó Harry con nerviosismo en su voz—. Es la madre de nuestro amigo Ron. La viste cuando llegamos al Expreso... —vaciló, buscando otro término para no mencionar "Hogwarts".
La palabra estaba prohibida para ellos.
—En el tren del colegio —añadió Emma, ayudando a su hermano, quien suspiró aliviado.
—¿Un mujer gorda con un montón de hijos pelirrojos? —inquirió, con burla en su voz.
De inmediato, Emma frunció el ceño. Era tonto que se burlara de Molly, cuando su hijo había engordado mucho más en este verano.
—Sí —cortó Harry, incómodo.
Ante esto, Vernon empezó a hacerles miles de preguntas absurdas.
La pelirroja juraría que el tiempo pasaba mucho más lento al ver como su tío intentaba desesperarlos. Rodó los ojos en impaciencia.
—Está bien, no iremos al Mundial —interrumpió Emma, fingiendo frustración, mientras mantenía un plan en su mente—. ¿Podemos subir ya a nuestra habitación? Yo tengo que terminar una carta para Sirius. Ya sabes... Mi padrino, el que es asesino.
A Harry le brillaron sus ojos al entenderla, así que ayudándole, él habló—: También estoy pensando en hablarle a mi padrino, el que es hombre lobo, ¿lo recuerdas?
El plan de Emma era sencillo. Ella era más inteligente que Vernon y sabía el miedo que su tío le tenía a sus padrinos, así que ¿por qué no usarlo a su favor?
—¿Sigues en contacto con...? —tartamudeó el hombre de bigote, con el rostro cada vez más pálido y sin terminar la frase—. ¿Tu padrino? Y tú, Harry... ¿Aún hablas con ese... Hombre lobo?
—Sí, nos hablamos con ellos —respondió ella, fingiendo inocencia—. Hace tiempo que mi padrino no ha tenido noticias mías y bueno, si no les escribo pueden pensar que algo va mal —explicó, vacilante mientras ocultaba una sonrisa.
—Bien, de acuerdo —suspiró su tío, bastante temeroso—. Pueden ir a... Esa estúpida... Copa del Mundo. Escríbanles a esos —hizo una pausa para tratar de recordar el nombre—. A esos «Wizzy» para que vengan a recogerlos, porque yo no tengo tiempo para llevarlos a ningún lado. Pueden pasar con ellos el resto del verano y... —tragó grueso, mientras sus manos comenzaban a sudar—. Díganles a sus padrinos que irán.
—Muy bien —asintió Harry, muy contento. Sin querer añadir más para no dañar el plan de su hermana.
—Gracias, Vernon. Estoy segura de que nuestros padrinos estarán muy contentos —dijo la pelirroja con su tono lleno de burla, recibiendo un golpe en el hombro por parte de su hermano.
—Eres muy mala —admitó el azabache, mientras reía al ver como su tío salía corriendo hacia la cocina.
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El día del Mundial finalmente había llegado, y los mellizos ya estaban en la Madriguera, donde habían pasado varios días preparándose y esperando ansiosos el gran evento. Ninguno de los dos había asistido a un Mundial antes, y se preguntaban emocionados cómo sería la experiencia.
Oliver, entusiasmado, se había encargado de narrarle a la pelirroja cada detalle sobre los mundiales pasados y hasta sus propias predicciones para el que estaba por venir. Emma, sin embargo, prefirió no decirle que asistirían; quería que fuera una sorpresa para él.
En la Madriguera, todos dormían, excepto Emma, que se encontraba en el baño lavándose los dientes antes de salir al jardín de los Weasley. Las pesadillas habían empeorado, y no lograba descansar bien, así que, para evitar la incomodidad de dar vueltas en la cama ─como lo hacía siempre─, decidió levantarse temprano y salir a leer un rato mientras amanecía.
Se acomodó bajo un árbol que resultaba sorprendentemente cómodo, mientras Athena se acomodaba en su regazo. Con calma, sacó su libro Primeros Auxilios Mágicos para Emergencias, al que le quedaban pocas páginas por terminar, y se dispuso a leer. Sin embargo, por más que lo intentaba, los minutos pasaban y no lograba avanzar ni dos líneas.
La emoción y los nervios la tenían inquieta: ¡era el día del Mundial! Aunque no conocía a ningún jugador, debía admitir que la idea de verlos volar le resultaba fascinante. Además, no podía quitarse de la cabeza a Oliver.
Incluso ahora, sentada en el jardín, se reía sola al recordar lo fanático que él era del Quidditch. Era imposible no emocionarse al imaginarlo saltando y gritando como loco cuando salieran los jugadores al campo.
Ambos chicos mantuvieron su palabra: Se escribían cada semana, ¿y cómo no hacerlo? los dos se extrañaban.
En la última carta, Emma solo le mencionó que irían a pasar las vacaciones con los Weasley, lo que emocionó al castaño. Él sabía cómo era la familia Dursley, y claro que no estaba contento con la ideología de ellos. No le agradaba cómo trataban a los mellizos, pero dado que eran la familia de la pelirroja, optaba por guardar sus comentarios, sin embargo, ella era la que no se los ahorraba.
Él siempre sonreía cuando leía las cartas de Emma, sobre todo cuando ella se burlaba de esas conversaciones que tenía con sus tíos —si es que podían llamarse así—. Él sabía que la pelirroja había cambiado. Sabía que ahora apenas les prestaba atención.
Lo sospechaba cada vez que Emma le escribía algo como:
—No tengo ni idea de qué dijeron mis tíos. Parece que discutían con Harry, ¿puedes creerlo? No entiendo a mi hermano. ¿Por qué no simplemente finge no escucharlos y los ignora por todo el maldito día? Es tan fácil de hacer, ¿no crees?
Si es que se podía, se habían vuelto más cercanos con cada carta que se enviaban. Oliver reconocía el valor de su amistad con la pelirroja. Al final, era la única que lo escuchaba porque siempre que hablaba de ese deporte con alguien, esa persona se terminaban alejando.
Pero Emma, esa pequeña pelirroja, aunque no compartiera el mismo gusto, no se alejaba, haciéndolo sentir cómodo.
Eso hizo a que Oliver se esforzaba por darle algo más que solo Quidditch en esas cartas. No quería ser el típico amigo narcisista que solo hablaba de sí mismo o de sus obsesiones. Procuraba distraerla, especialmente después de que ella le confesara sus constantes pesadillas.
Ambos intentaban acoplarse al otro, y eso estaba bien.
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