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16

─ ☆ ─

—Pero es casi imposible eso, Emma —intervino Hermione. Rezando para que su amiga no cayera en la trampa de los dos hombres—. Si Peter Pettigrew hubiera sido un animago, las personas lo habrían sabido. Tengo entendido que el Ministerio vigila a los magos que pueden convertirse en animagos. Hay un registro que indica todos los datos de eso.

—Tienes razón, Herms —murmuró la pelirroja, pensativa—. Sin embargo, el ministerio ignora la existencia de animagos que se hayan convertido de forma ilegal.

Remus asintió. —Así como dice Emma, Hermione. El ministerio ignora la existencia de tres animagos. Los cuales se convirtieron de manera ilegal, aquí, en Hogwarts.

—¿Les contarás lo que sucedió, Remus? —preguntó Sirius. Al recibir un asentimiento por parte de Remus, el hombre de pelo oscuro suspiró, demasiado aburrido—. Que sea rápido. No tenemos mucho tiempo, Remus.

El profesor Lupin comenzó a relatarles sus años en Hogwarts, revelando cómo él y sus compañeros, «Los Merodeadores» solían molestar a Snape, lo que eventualmente llevó al odio del profesor de pociones hacia todos ellos. También compartió anécdotas sobre las bromas pesadas que les gastaban y como Lily, la madre de los mellizos, solía intervenir para defender a Snape, dado que eran mejores amigos.

Esa confesión resultaba impactante para el cuarteto de oro.

Después de la explicación, Sirius se puso de pie y comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación, con la mirada perdida en sus pensamientos, quizás buscando una solución a su situación.

En ese preciso instante, apareció Snape, subiendo las escaleras con pasos rápidos y decididos. Al ver a Sirius, levantó su varita y pronunció—: Expelliarmus.

La varita de Sirius salió disparada y todos en la habitación dirigieron atención hacia él.

Snape esbozó una sonrisa llena de satisfacción y dijo—: La venganza es dulce, Black. Esperaba ser yo quien te atrapara.

—Severus, yo...

—Le dije a Dumbledore que estabas ayudando a un viejo amigo en el castillo y ahora aquí está la prueba, Lupin —confesó, acusadoramente. Su mirada delataba la furia que sentía.

Sirius soltó una risa seca. —Brillante, Snape. Volviste a emplear tu mente aguda y penetrante... Y como siempre, te equivocaste con la conclusión, ¿no? Ahora si nos disculpas, Remus y yo tenemos un asunto pendiente que...

Sirius se vio interrumpido en medio de su frase por la presión de la varita del profesor Snape contra su cuello, una amenaza silenciosa, pero palpable.

La mirada fría y penetrante de Snape parecía atravesar hasta lo más profundo de Sirius, dejando claro quién tenía el control en ese momento.

—Dame una razón para matarte ahora mismo y te juro que lo hago, Black —susurró, casi perdiendo sus cabales.

—Severus, no seas tonto —advirtió suavemente el profesor Lupin.

—No puede evitarlo, Remus, siempre lo es —interrumpió Sirius, con sarcasmo, y aún con la varita en el cuello.

—¡Sirius! —Lupin le envió una mirada de advertencia—. Cállate. No ayudas.

—¡Cállate tú, Remus!

—Escúchense —soltó Snape, con una risa burlona—. Ambos peleándose, al igual que un viejo matrimonio.

—¿Por qué no te vas a jugar con tu juego de química en vez de meterte, eh, Severus? —espetó, con un tono desafiante, mientras su mirada chispeaba con un destello de provocación.

Los ojos del profesor Snape brillaron de furia y amenazó con más fuerza a Sirius. —Sabes que puedo matarte, Black. ¿Pero por qué negárselo a los dementores? Tienen muchísimos deseos de verte, ¿no crees?

Las palabras de Snape cobraron efecto en el hombre de cabello oscuro. Abrió los ojos como platos, como si miles de flashbacks llegaran a su mente.

Sirius comenzó a retroceder.

—¿Acaso detecto un destello de miedo en tu mirada? El beso del dementor, eh... Es difícil imaginárselo, dicen que es casi insoportable de ver, pero yo me esforzaré por...

—Severus, por favor... —volvió a hablar Remus, intentando calmar la situación mientras levantaba las manos en busca de paz.

—Me encantaría saber cómo se lo toma Dumbledore —continúo, ignorando las súplicas del hombre de cicatrices—. Él estaba convencido de que eras inofensivo, ¿sabes, Lupin? Pero en realidad, eres un licántropo domesticado...

Ante esto, la pelirroja frunció el ceño. No le gustaba el rumbo de esa conversación.

—Idiota —insultó Remus, en voz baja—. ¿Vale la pena volver a meter en Azkaban a un hombre inocente por una pelea de hace años?

De repente, un estruendo se escuchó por toda la habitación.
«¡PUM!».

Del final de la varita del profesor Snape surgieron unas cuerdas delgadas que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de Remus. Él, incapaz de moverse, perdió el equilibrio y cayó al suelo.

Ante esta situación, Sirius se abalanzó sobre Snape, pero este último apuntó directamente a sus ojos con la varita. Finalmente, pensó Emma, Snape parecía más loco de lo que ya era.

—Te lo repito, Black. Dame un motivo para matarte y te juro que lo haré.

Sirius se detuvo en seco, mientras la tensión en la habitación era demasiado grande.

Emma se quedó paralizada, sin saber qué hacer ni a quién creer. Dirigió su mirada a sus mejores amigos y a su hermano, pero sus miradas no le dieron alivio ni mucho menos una respuesta.

Ron parecía más que confundido, aún reteniendo a su rata... O ¿a Peter? Harry parecía estar teniendo una crisis, él estaba demasiado desesperado como para pensar en soluciones.

Hermione también lucía desconcertada, pero tras un suspiro, tomó valor y habló—: Profesor Snape, no... No perdería nada escuchando lo que tienen que decir, ¿verdad?

Los dos hombres ya habían convenido a la chica. Hermione creía en ellos, por lo que, dentro de sí había un poco de esperanza.

—Señorita Granger, me temo que vas a ser expulsada del colegio —sonrió Snape, la cual destilaba de satisfacción y arrogancia—. Tú, Evans, Potter y Weasley se encuentran en un lugar prohibido, en compañía de un asesino y un licántropo. Y ahora te ruego que, por una vez en tu vida, cierres la boca.

—Pero si... ¿Y si todo fuera una confusión? —volvió a protestar Hermione—. Profesor, necesita escucharlos porque...

—¡Cállate imbécil! —gritó, empezando a temblar de la rabia—. Deja de meterte en asuntos que no te incumben, niñita. ¿No estás muy grandecita para hacerte la heroína?

No habían pasado ni cinco segundos cuando del extremo de su varita, la cual aún apuntaba a la cara de Black, sacó algunas chispas, haciendo que Hermione guardara silencio, sintiéndose demasiado avergonzada, pero ninguno estaba dispuesto a permitir que Snape la tratara de esa manera.

—¿Por qué siempre tiene que ser así, profesor? —dijo Harry, frunciendo el ceño—. No todo el mundo está en su contra, ¿sabe? Si los escuchamos, quizá podemos ayudar a...

—¿Ayudar? —respondió Snape, sin apenas disimular su incredulidad—. Qué... Noble de su parte, Potter. Pero dudo que comprenda la mitad de lo que está en juego aquí. Hay un asesino en este cuarto.

—¿Está tan seguro de que él es el culpable? ¿Por qué no escucha primero?

Snape, ya harto, cortó con desdén. —¿De verdad crees que entiendes lo que está pasando, Evans? Quédate callada y deja que los adultos se encarguen. Tú y tus amigos siempre haciendo todo más difícil.

Luego de un breve silencio, Snape volvió a hablar—: Vamos todos. Muévanse... Arrastraré al licántropo. Puede que los dementores lo besen también a él.

La habitación se llenó de silencio, hasta que un sonido repentino hizo girar la cabeza de Emma hacia atrás. Era Harry, quien en un movimiento brusco, se posicionó en el umbral de la puerta, impidiendo el paso.

—Quítate de en medio, Potter. Ya estás metido en bastantes problemas —amenazó Snape, despacio—. Si yo no hubiera venido para salvarte...

—El profesor Lupin ha tenido cientos de oportunidades de matarme en este año —dijo Harry, cruzándose de brazos mientras miraba fijamente a Snape—. He estado solo con él un montón de veces, recibiendo clases de defensa contra los dementores. Al igual que mi hermana. Si es un cómplice de Black, ¿por qué no nos mató?

—Por favor, no me pidas que desentrañe la mente de un licántropo —susurró Snape, perdiendo aún más la paciencia—. Quítate de en medio, Potter.

—¡Usted da pena! —Harry elevó la voz, exhausto—. ¡Se niega a escuchar sólo porque se burlaron de usted en el colegio!

—¡Silencio! ¡No permitiré que me hables así! —chilló Snape, más furioso que nunca—. ¡De tal palo tal astilla, Potter! ¡Acabo de salvarte el pellejo, tendrías que agradecérmelo de rodillas! ¡Qué lástima que no te pasó algo peor para que entendieras las consecuencias!

—¿Por qué mejor no deja de crearse enemigos imaginarios? —soltó Emma, con total enojo y disgusto en su mirada—. Mi padre está muerto, ¿con quién más quiere competir?

Y sin pensarlo dos veces, la pelirroja levantó su varita para lanzarle un hechizo rápido. Snape, completamente desprevenido, no tuvo tiempo de reaccionar y salió disparado hacia atrás, aterrizando contra una de las camas con un golpe seco, quedándose inconsciente.

Sintiendo las miradas de todos en ella, caminó, demasiado segura e hizo un contrahechizo para liberar al Remus de las sofocantes cuerdas.

Al instante, Remus se incorporó, sobándose en los lugares entumecidos por las cuerdas.

—No debiste haberle hecho eso a Severus —le dijo Sirius, mirándola fijamente con una mueca dolorosa, aunque demasiado admirado de la chica—. No te debiste comprometer, tendrías que habérmelo dejado a mí... Pero gracias, Emma.

Cuando Emma iba a responder, Hermione soltó un leve grito, lleno de angustia.

—¡Hemos agredido a un profesor! ¡Hemos agredido a un profesor...! —repetía la castaña, asustada—. ¡Vamos a tener muchos problemas!

—Necesito que prueben lo que dicen —dijo la pelirroja, dirigiéndose a los dos hombres—. Pero no con palabras, sino con hechos.

—Al fin —suspiró Sirius, acercándose a Ron—. Chico, entrégame a Peter.

Pero Ron no tenía intenciones de dárselo a Sirius.

—¡Vamos! —respondió Ron, en susurro tembloroso. —¿Quiere que me crea que escapó de Azkaban solo para atrapar a Scabbers? Quiero decir —divagó, mientras veía a Emma en busca de apoyo—. De acuerdo, supongamos que Pettigrew sí puede transformarse en rata... Pero hay millones de ratas. ¿Cómo sabía, estando en Azkaban, cuál era la que buscaba?

—¿Sabes, Sirius? Esa es una buena pregunta —afirmó Remus, volviéndose hacia Black y frunciendo ligeramente el entrecejo en señal de duda—. ¿Cómo supiste dónde estaba?

Emma vio cómo Sirius les mostraba un papel arrugado, el cual era un recorte de periódico con la familia Weasley en primera plana.

Él explicó que había visto a Peter en el hombro de Ron, reconociéndolo fácilmente por haberlo visto miles de veces transformarse. Ante esta información, Ron comenzó a retroceder, pegándose más a la pelirroja, en busca de apoyo.

—¡Por Merlín! Tienes razón —Remus retrocedió, demasiado impactado y pensativo—. Su pata delantera...

—¿Qué ocurre con la pata, profesor? —preguntó Ron, con temor.

—Le falta un dedo —aclaró Sirius.

—¿Nunca lo has oído, Ron? —preguntó el profesor Lupin, dirigiendo su mirada hacia ellos—. Lo único que encontraron de Peter fue...

—Un dedo —asintió Harry, recordando la conversación que había escuchado en Las Tres Escobas.

—Mire... Seguramente Scabbers tuvo una pelea con otra rata, o algo así. Ha estado con mi familia desde siempre.

—Pero ahora no tiene muy buen aspecto, ¿verdad? —interrumpió Sirius, viendo a Ron con atención—. Su salud empeoró cuando supo que había escapado de Azkaban.

—Eso es mentira. ¡La ha asustado ese gato loco! —defendió Ron, señalando a Crookshanks.

—Este gato no está loco —corrigió Sirius, viendo al gato anaranjado—. Él es el gato más inteligente que he visto en mi vida. Él reconoció a Peter de inmediato.

—¿Qué quiere decir? —murmuró Hermione, interesada en lo que su gato había hecho.

—Intentó que Peter se me acercara, pero no pudo —suspiró—. Así que, antes de Emma me adoptará en mi versión animaga, él fue quien me trajo las contraseñas para entrar en la torre de Gryffindor. Según creo, las agarró de la mesa de un muchacho.

Todo esto tenía sentido para Emma, pero ¿realmente era bueno confiar totalmente en ellos?

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Ult. Actualización
07/01/25

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