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12

─ ☆ ─

—Harry, tengo sueño —se quejó la pelirroja en medio del oscuro pasillo.

Los mellizos se encontraban vagando en los largos pasillos del castillo. ¿El culpable? Harry.

A pesar del cansancio de Emma, el azabache insistió en llevar el Mapa del Merodeador. Él la guiaba con entusiasmo, señalando cada rincón o persona que aparecía en el mapa.

—Lo siento, Emma —sonrió, apenado. —Sé cuánto amas dormir, pero no quería salir solo. Necesito la compañía de mi hermana favorita.

—Obviamente que soy tu favorita —dijo, rodando los ojos—. Soy tu única hermana.

—Quién anda ahí? —preguntó una voz fría a la distancia. Interrumpiendo la risa de Harry.

Reprimiendo su respiración, los mellizos trataron de perder de vista al profesor Snape, quien según el mapa, se encontraba casi a unos cortos pasos de ellos.

—Ah, señorita Evans y señor Potter —dijo Snape, justo cuando Emma se dio la vuelta para huir—. Siempre queriendo llamar la atención. ¿Qué hacen a estas horas afuera?

—Somos sonámbulos —respondió el azabache, agarrando del brazo a su hermana para huir a otra dirección.

—No tan rápido —arrastró su voz, viéndolos con sospecha—. Muéstrenme sus bolsillos.

—Antes que nada —habló la pelirroja, entrecerrando sus ojos por la intensa luz—. ¿no podría bajar su varita? La luz molesta.

Snape frunció el ceño ante la petición de Emma. —Dije que me mostraran sus bolsillos.

Con una mueca, Harry le mostró un bolsillo, y Emma, le mostró vagamente los dos.

—Muéstreme el otro, señor Potter.

Desganando, el azabache sacó aquel pergamino mágico.

—¿Qué es eso? —preguntó el profesor Snape a Harry, analizando el mapa luego de arrebatárselo.

—Un pergamino en blanco —respondió Emma con obviedad.

—¿En serio, Evans? —sonrió falsamente—. Abran el pergamino.

Cuando Harry lo abrió, el profesor Snape susurró un hechizo, el cual mostró el contenido del mapa, aunque por suerte, solo fue el principio.

—Evans, lea lo que dice.

Con flojera y de mala gana, Emma empezó a leer—: Los señores, Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta saludan cordialmente al profesor Snape y...

Al ver que la pelirroja paraba, Snape frunció aún más su ceño. —¿Por qué para, Evans? Continúe leyendo

Con una sonrisa burlona, se giró para ver a su hermano, quien también estaba aguantando la risa.

—... Y le piden que no meta su larga nariz en los asuntos ajenos.

Snape parecía casi dispuesto a lanzarle un hechizo. Su rostro rojo no tenía precio. —Mocosa insolen-

—Profesor —, interrumpió una cuarta voz. Salvando a la pelirroja.

—Vaya, vaya, Lupin —se burló el profesor Snape, viendo a Lupin de arriba hacia bajo, siendo despectivo—. ¿Estás dando un paseo a la luz de la luna?

La mente de Emma hizo click.

Tenía la ligera sospecha de que el profesor Lupin era un hombre lobo por varias señales: no daba clases en noches de luna llena o faltaba por algunos días. En ocasiones, tenía una venda en su mano con algunas heridas, específicamente rasguños en su rostro y manos.

Era algo evidente, y cuando se lo dijo a Hermione, ella no le creyó mucho. Supuso que ahora sí lo haría.

El profesor Lupin ignoró su sarcasmo y se dirigió a los mellizos con cautela. —Emma, Harry, ¿están bien?

Antes de que alguien pudiera responder, el profesor Snape interrumpió—: Eso está por verse —amenazó, mientras le arrebataba el Mapa a la pelirroja—. Les he confiscado un artefacto bastante curioso al señor Potter y a la señorita Evans. Míralo, Lupin. Se supone que es tu especialidad. Seguro que está lleno de magia negra.

«¿Magia negra?» Pensó Emma, con el ceño fruncido y la ceja alzada.

Cuando el profesor Lupin agarró el pergamino, echó un vistazo a los mellizos y notó que Harry lo miraba nervioso, mientras que Emma simplemente observaba a Snape con fastidio.

Al inspeccionar el pergamino, Lupin reprimió soltar una risa al reconocer de inmediato el Mapa del Merodeador, aquel artefacto que él mismo había creado junto a sus amigos en su época escolar.

—Lo dudo seriamente, Severus —sonrió levemente, suspirando con paciencia—. Parece un pergamino diseñado para insultar al que lo trate de leer. Debe ser de la tienda de Zonko.

Snape observaba a los mellizos de reojo, con una mirada cargada de enojo y sospecha. Miles de pensamientos y sospechas cruzaban su mente, sin confiar del todo en lo que decía Remus. Además, la indiferencia de Emma le resultaba aún más sospechoso.

Con superioridad, Snape intentó arrebatarle el pergamino al profesor Lupin, pero este fue más rápido, levantándolo fuera de su alcance, evitando que se lo arrebatara.

—Sin embargo, Severus —continuó el de cicatrices, lleno de calma—. Averiguaré si posee características ocultas. Después de todo, como dices, es mi especialidad —girándose hacia los mellizos, volvió a hablar—: Emma, Harry, vengan conmigo, por favor... Ah, y profesor... Buenas noches.

El alivio que sintió Harry era incomparable. Él no tendría un castigo esa noche. Para la pelirroja; sin embargo, no tuvo importancia, ya que estaba más que acostumbrada a los castigos de Snape o de cualquier otro profesor.

La expresión de enojo del profesor cada vez crecía, aún más cuando veía como la pelirroja lo veía con un brillo de burla en sus ojos. Para él, estaba claro de que Lupin los había encubierto, pero, ¿qué cosa tramaban esos tres?

─ ⊹ ─

—No tengo la menor idea de cómo consiguieron este mapa, chicos, pero la verdad, me asombra que no lo hayan entregado —dijo Remus, con una expresión severa, y preocupada mientras observaba el pergamino con detenimiento.

Sus ojos se posaron en Emma con una mezcla de sorpresa y reproche, como si esperara una explicación de ella en particular. —¿No se les ocurrió que esto en manos de Sirius Black sería una herramienta buena para encontrarlos? —remarcó, con una mirada que buscaba respuestas en los rostros de los jóvenes.

—No, profesor —murmuró Harry, con pena en su voz.

—Su padre tampoco obedecía las reglas, pero él y su madre dieron sus vidas para salvarlos a ustedes. ¡Y ustedes desprecian su sacrificio caminando por los pasillos solos donde hay un asesino suelto! Me parece que ustedes les corresponden muy mal a sus padres —expresó Remus, con un tono de enojo que apenas podía ocultar, aunque en realidad sentía una profunda preocupación por los hijos de su mejor amigo.

Emma apretó sus labios, sintiendo como la incomodidad se mezclaba con enojo. Claro, entendía la lógica del profesor, pero no podía evitar pensar que él estaba siendo injusto. ¿En serio estaban desperdiciando el sacrificio de sus padres al pasear por Hogwarts? ¿Todo por un asesino suelto? No eran unos niños asustados; sabían cuidarse.

—No volveré a mentir por ustedes, ¿me escucharon? —advirtió, con firmeza.

Emma se cruzó de brazos, mirando a Remus con un destello desafiante en los ojos, que nadie notó. Sí, entendía la preocupación, pero no podía evitar pensar que estaba exagerando. Después de todo, ellos nunca le habían pedido que mintiera. Si lo hacía, era por decisión propia, no por obligación. Por mucho que él quisiera cuidar de ellos, esa no era su responsabilidad.

—Sí, señor —murmuró Harry, sintiéndose intimidado ante el tono de Remus.

—Quiero que vuelvan a sus dormitorios y se queden ahí. Nada de tomar atajos, si lo hacen, lo sabré.

En todo momento, Emma no dijo ni una sola palabra. Estaba más atenta a sus pensamientos que a lo que pasaba en su alrededor y lo supo cuando sintió el brazo de su hermano arrastrándola hacia la salida.

Emma ya se dirigía a la puerta de salida, cuando sintió como Harry la detenía.

—Profesor —, llamó el azabache, con curiosidad—. Creo que ese mapa no siempre funciona... Hace rato nos mostró a alguien que según el mapa, estaba en el castillo, pero esa persona está muerta.

—¿Ah, sí? —preguntó el hombre, con cautela. —¿Y quién era?

—Peter Pettigrew —vaciló Emma, sin prestarle mucha atención.

Frunciendo el ceño, Remus negó mientras que su mente se paralizaba. —Eso es imposible...

—Eso fue lo que vimos —replicó Harry, —De todas formas, feliz noche, profesor.

─ ⊹ ─

El humor de la pelirroja no había mejorado, y sus amigos podían ver cómo estaba más irritada de lo normal. Ahora, estaba sentada en el jardín de Hogwarts, apoyada en un tronco, que para ella, era cómodo. Rocco, su perro, descansaba tranquilamente en su regazo mientras ella intentaba concentrarse en su lectura.

Sin embargo, su ceño fruncido y los movimientos bruscos con los que pasaba las páginas traicionaban su irritación.

Cada pequeño sonido a su alrededor parecía empeorar su humor: el sonido de los pájaros, las risas de los estudiantes a la distancia, e incluso el viento que revolvía ligeramente su cabello. De vez en cuando, ella suspiraba con impaciencia, o murmuraba algo entre dientes, haciendo que Rocco levantara su cabeza para mirarla con curiosidad.

Oliver, que la había estado observando al salir de su práctica de Quidditch, frunció el ceño cuando se acercó a ella. Sin decir una palabra, se dejó caer en el césped junto a ella, manteniendo cierta distancia.

—Si vienes a decirme algo que ya sé, ahórratelo —espetó, antes de que Oliver pudiera siquiera abrir la boca.

Rocco levantó la cabeza, moviendo su cola como para suavizar la tensión, pero Emma no estaba de humor para ceder.

—Vaya, hola para ti también —respondió con calma, apoyando los codos en sus rodillas mientras la miraba.

Emma chasqueó la lengua y volvió a centrarse en su libro, aunque sus dedos golpeteaban sobre la página con un ritmo nervioso.

—¿Qué necesitas, Oliver? —preguntó finalmente, sin apartar la vista.

Oliver dejó que pasaran unos segundos antes de contestar, evaluando la expresión de la pelirroja con cuidado.

—Nada, solo pensé que parecía que necesitabas compañía. Aunque creo que me equivoqué.

—¿Compañía? Lo último que necesito es que alguien me diga cómo debería sentirme o cómo debería actuar.

Oliver inclinó la cabeza, como si intentara leer entre líneas. Sí, ese comentario podía ser porque todos sus amigos la interrogaban o intentaban darle consejos de qué para que su humor mejorara, sin que ella se los pidiera, pero el castaño sabía que había algo más.

—¿Esto tiene que ver con lo que te dijo el profesor Lupin?

Emma lo miró de reojo, con el ceño ligeramente fruncido. —¿Qué importa si sí o no?

—Importa porque llevas días como si todo esto te molestara, y eso no es normal en ti —respondió Oliver con tranquilidad, sin apartar su mirada de ella—. Siempre que algo te molesta, tiendes a alejarte o esconderlo, pero esta vez estás... Diferente. ¿Quieres hablarlo?

Emma dejó escapar un suspiro, sintiéndose expuesta por un segundo. Oliver siempre la había logrado descifrar, como si pudiera leer lo que pensaba, incluso cuando ella no lo decía en voz alta. Era algo que le molestaba, pero le sorprendía porque no entendía cómo lo hacía.

Emma bajó su mirada al libro, apretando sus labios. —No es nada, de verdad —mintió, sin mucha convicción.

—No te lo compro —dijo, sin perder su tono calmado. Antes de que Emma pudiera reprocharle, volvió a hablar—: Y sé que no es nada, si fuera eso, estarías igual que siempre. Pero no lo estás.

Emma lo miró, sintiendo el peso de sus palabras. —Es solo que... —comenzó, pero se detuvo. El miedo a decirlo la había hecho vacilar—. Es que no sé cómo lidiar con esto. Mis padres... Todo lo que hicieron, lo sacrificaron por mí y por todos. Y yo... Yo no soy como ellos —el nudo en su garganta creció, mientras intentaba ordenar sus pensamientos—. Siento que lo que hago no es suficiente, que tal vez estoy perdiendo el tiempo o que no debo ser como soy... No sé, solo sé que es absurdo y que no soy lo suficientemente buena.

—No es absurdo —interrumpió Oliver, con firmeza y preocupación en sus ojos—. No tienes que ser como ellos, Emma. Ni ellos esperan eso de ti. Lo que hicieron fue por amor, no para que vivieras con esa carga. Estás aquí, haciendo lo mejor que puedes, y eso es suficiente.

Emma sintió el peso de su propia vulnerabilidad. Un escalofrío pasó por su columna vertebral, haciéndola estremecerse bajo su propio cuerpo, y por un segundo, la sensación de impotencia se apoderó de ella. Como si todo se desmoronara. La tristeza la envolvió con fuerza, y una gota de lágrima, comenzó a formarse en la esquina de su ojo.

Oliver, al ver el cambio en ella, se acercó un poco más, con su expresión suave, pero seria al saber la importancia de la situación. Había algo en la vulnerabilidad de la pelirroja que lo conmovió profundamente. Él sabía que había algo más detrás de sus palabras, algo que ella nunca había dejado querer salir. Oliver sabía, más que nadie, como la pelirroja siempre evitaba el tema de sus padres y ahora entendía el por qué: miedo a la vulnerabilidad.

Emma siempre había sido como un enigma cuando se trataba de abrirse. Él había visto cómo se cerraba ante el menor indicio de emoción que no pudiera controlar. Él notaba cada cosa: como sus ojos se volvían distantes, cómo se escondía tras su actitud fuerte o a veces distante, incluso, a través de las bromas. Y, sin embargo, Oliver siempre la había conocido de una manera que nadie más podría.

Con una pequeña y temblorosa exhalación, Emma cerró sus ojos brevemente, como si eso la ayudara a reunir el valor. Rocco se revolvía con incomodidad en el regazo de Emma, y como si entendiera la angustia de su dueña, se acurrucaba más cerca de ella, haciendo que la pelirroja le diera una sonrisa débil.

—No es justo... —murmuró, casi inaudible, pero Oliver sí la escuchó.
 
Él se inclinó un poco más hacia ella, sus ojos fijos en su rostro, transmitiendo su apoyo sin palabras. —¿Qué no es justo?

Él deseaba que ella liberara esa carga, y ella, en su silencio, solo quería que alguien la escuchara.

Emma se quedó en silencio por un largo rato, con la garganta y el corazón pesados. Las palabras querían salir, pero su garganta no cedía.

—Lo que mis padres hicieron por nosotros... Ellos dieron sus vidas, pero yo no soy como ellos, Oliver. No soy tan valiente cómo para que su sacrificio haya valido la... Pena. Siento que no hay nada que yo pueda hacer que se acerque siquiera a lo que hicieron por mí. Cada cosa que hago, realmente desperdicia su sacrificio. Entonces, ¿cómo debo actuar?

Oliver no dijo nada por un momento, solo la observó. Sabía lo difícil que era para ella enfrentarse a sus propios sentimientos, a esa herida que llevaba en su interior desde que perdió a sus padres. A veces, ella no sabía cómo lidiar con el dolor, y la única manera que ella conocía era esconderlo.

Pero él no podía dejarla sola, no ahora.

—Ellos no esperan que seas como ellos, Emma —Oliver se acercó más, colocando su mano sobre la de ella, como si fuera un recordatorio de que él estaba para ella—. Un día me dijiste que la valentía no se mide por lo que uno hace, sino por lo que se sigue haciendo cada día, incluso cuando todo parece perdido. Tú sigues adelante, cada día, aunque no lo veas.

Emma lo miró, sintiendo la calidez de sus palabras. Una parte de ella quería seguir negando ese dolor, cerrar los ojos y apagar todo lo que sentía, pero la otra parte de ella, la que temía ser más vulnerable, empezó a ceder.

—Pero yo —volvió a intentar, quebrándose al empezar a recordar—. A veces me siento tan... Vacía. No logro llenar el espacio que dejaron. Es tan injusto que, todos los días que despierto, el recuerdo de no tenerlos me atormente. Cada que tengo una buena o mala noticia, no puedo correr a escribirles una carta. Simplemente no puedo.

Oliver la miró en silencio, notando el dolor profundo en sus ojos. Lentamente, se inclinó hacia ella, y sin pensarlo, la rodeó con sus brazos, acercándola a él.

La pelirroja, sin poder contenerse, se dejó caer en su pecho, como si el mundo fuera un lugar demasiado pesado como para cargarlo ella sola.

Rocco, expectante de todo, decidió levantarse del regazo de Emma para acurrucarse en medio de ambos, como si él también buscara consuelo.

Eso fue suficiente para que Emma empezara a soltar las primeras lágrimas del día. Su cuerpo se estremeció, como si su mente le trajera varios escenarios difíciles, pero pronto se sintió rodeada por el consuelo de la cercanía del castaño. Las lágrimas comenzaron a fluir con más fuerza, y se aferró a él, como si él fuera el único que no la dejara sumergirse en ese océano oscuro.  

En ese momento, Emma se entregó al abrazo, dejando que su cuerpo se relajara poco a poco. Ella sabía que, aunque el dolor no desaparecería de inmediato, al menos no estaba sola.

─ ⊹ ─

—El arte de mirar la bola de cristal yace en abrir el ojo interior —declaró la profesora de Adivinación, su voz resonando en el aula, que llenaba el espacio con una sensación de misterio.

La pelirroja escuchaba la voz de su profesora a lo lejos del salón, sin prestarle mucha atención, ya que su mente estaba inmersa en sus pensamientos. Ella tenía opiniones algo complicadas sobre esa materia. Cada que entraba a ese salón, notaba una tensión incómoda y eso no le gustaba.

Trataba de darle una explicación lógica, como que la escasa luz de la habitación era el que le daba ese a ambiente, o quizá las velas que rodeaban la habitación. Porque, de todas formas, ella se mantenía muy escéptica.

—¡Inténtelo! —gritó la profesora Trelawney, con voz extraña y paranoica.

Emma salió de sus pensamientos para observar a la bola de cristal que se encontraba delante de ella, aunque lanzó un suspiro pesado al no ver nada, decidida a volver a ignorar la clase con sus pensamientos.

—¿Qué tenemos aquí?

Los tres dieron un salto simultáneo en sus asientos cuando la profesora se acercó a su mesa. La repentina voz de ella hizo que Ron se despertara de golpe, con los ojos abiertos de par en par y su cuerpo enderezándose bruscamente, casi perdiendo el equilibrio en su asiento.

—¿Podría intentar ver qué hay en la bola? —preguntó Hermione, con un leve tono burlón y brillo en sus ojos. Al recibir un asentimiento por parte de la mayor, ella empezó a mentir—: El Grim. Aquí está. Lo veo.

—Mi niña, desde el primer momento en que pusiste un pie en mi clase, noté que —, la profesora tomó la mano de Hermione con firmeza, mientras esta la observaba con expectación—. No posees el espíritu adecuado para el noble arte de la adivinación. Sí, mira, aquí está —dijo, señalando una línea en la palma de la mano de Hermione—. Tu corazón está tan marchito como el de una solterona. Tu alma está tan seca como las páginas de los libros que devoras con tanta ansiedad. Estás amargada, mi niña.

Tanto como Hermione y Emma fruncieron el ceño.

Con un gesto de rabia, Hermione quitó su mano de la de la profesora, como si esta se quemara, y lanzó la bola de cristal al suelo con fuerza. Sin pronunciar una palabra, se levantó y abandonó el aula.

Como si no hubiera pasado nada, la profesora Trelawney se giró hacia Emma, con mucha curiosidad.

—Querida... ¿Me dejas decirte algo? —preguntó la profesora, con sus ojos vidriosos.

Cuando Emma iba a negarse, la profesora continúo, tomando una voz distinta.

—Estarás sumergida en un océano sin fin, navegando en un abismo profundo, sin encontrar dirección ni respuestas en tu viaje por las aguas del destino. En medio de esta incertidumbre, te encontrarás perdida en la niebla del desconcierto, buscando desesperadamente una luz que te lleve hacia la claridad. Sufrirás mucho en ese momento, y los de tu entorno también —suspiró la mujer, casi en un trance, ignorando las miradas confusas que todos le mandaban—. Habrá un joven contigo —. susurró, pensativa, pero pausó, viendo a la nada.

La pelirroja, llena de confusión, se giró para ver al pelirrojo y a su hermano, quienes tenían la misma expresión de confusión. Incómoda, Emma veía a la profesora, esperando que terminara, aunque anotaba mentalmente cada palabra, solo por si acaso.

—Habrá un joven que sufrirá mucho por ti, querida, cuyo corazón se verá sumido en la aflicción y el tormento por tu causa. Tiempos oscuros se acercan para ti, mi niña.

De repente, la profesora la miraba con lástima. Emma se sintió confundida ante las palabras de la vidente. Con un suspiro pesado, la profesora se alejó lentamente del trío, los cuales empezaron a susurrar entre sí.

─ ⊹ ─

—Nunca la entiendo —se quejó Ron—. Hermione siempre hace drama. Hoy se le ocurrió tirar la bola de cristal al suelo, mañana de seguro será otra cosa.

—Espera, Ron —Harry se agachó a recoger la bola de cristal que yacía en el suelo—. Acompáñenme a dejarla.

—Yo ni loco vuelvo.

—Yo tampoco quiero ir, Harry —Emma cambió el peso de un pie a otro, claramente incomoda.

—¡Por favor! Vamos.

Suspirando, volvió a negar. —Yo debo buscar a Hermione. Ron te puede acompañar.

Antes de que Harry pudiera volver a reprochar, Ron se apresuró a hablar—: ¿En serio la irás a buscar?

—Sí, Ron —afirmó la chica, como si fuera lo más obvio. —Es mi mejor amiga, claro que lo haré.

Sin esperar respuestas de ambos, Emma comenzó a bajar las escaleras restantes, aunque a paso pesado.

—Yo creo que Hermione ya le pegó la locura —admitió Ron, sin darse cuenta de que Emma lo escuchaba desde unos escalones más abajo.

─ ⊹ ─

Después de buscar en varios lugares, Emma finalmente encontró a Hermione en la biblioteca, leyendo en una mesa apartada. Lejos de las personas.

—¿Puedo sentarme, Herms? —preguntó Emma, mientras dejaba su mochila en el suelo junto a la mesa.

—Claro, Emma —respondió Hermione, casi en un susurro, evitando su mirada.

Emma la observó por un momento, notando que parecía estar ocultando algo. —Herms... ¿Está todo bien?

—Sí, Emmy —sonrió la castaña, mientras veía a su amiga, ocultando el ceño fruncido que amenzaba con aparecer. —No me pasa nada.

—Claro que te pasa algo. ¿Es por lo que te dijo la profesora Trelawney?

—No... —divagó Hermione, con una mueca. Emma la conocía tan bien—. Bueno, tienes razón. Me molestó lo que dijo. ¡¿Por qué tenía que decirlo delante de todos?! Es decir, la adivinación me parece patética, pero ¿por qué tenía que señalarme de esa manera?

—Sinceramente, Herms —suspiró, evaluando la situación. —Tampoco me gusta la adivinación y creo que la profesora inventó todo eso, es decir, nadie puede predecir el futuro y tampoco tiene derecho a llamarte amargada... Recuerda que su opinión no debe importarte, al final, es charlatanería. Sabes lo que opina la profesora McGonagall.

—Tienes razón, Emy —hermione esbozó una leve sonrisa, mostrando su gratitud hacia Emma. A pesar de sus dudas y su enfado, decidió intentar ver más allá de la situación. —No debo prestarle atención. Tal como dice la profesora McGonagall, sí.

—A mí me dijo algo loco también.

—¿En serio? —Rió Hermione, con diversión, aún más calmada al ver cómo su amiga tenía una sonrisa burlona—. ¡Cuéntamelo!

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Ult. Actualización
04/11/24

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