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06

─ ☆ ─

Al día siguiente, con el permiso e indicaciones de Dumbledore, todo volvió a la normalidad y los estudiantes pudieron regresar a sus dormitorios. A pesar de que algunos seguían asustados y se mostraban un poco paranoicos, todos intentaban distraerse con sus clases.

Emma y Hermione utilizaron el giratiempo para asistir a varias clases al mismo tiempo, lo que dejó a Ron y Harry perplejos por sus misteriosas apariciones y desapariciones. A pesar de sus intentos por obtener respuestas, las chicas siempre lograban evadirlos antes de que pudieran descubrir su secreto.

—Vamos a la página 394 —ordenó el profesor Snape, con voz aburrida mientras veía a los estudiantes.

—Disculpe, señor —interrumpió Harry, alzando su mano y sin esperar respuesta, continuó—, pero, ¿dónde está el profesor Lupin?

—No es asunto suyo, ¿verdad, Potter? —dijo Snape, con sarcasmo; sin embargo, en su rostro no había ni un solo signo de expresión—. Basta decir que su profesor se siente indispuesto para enseñarles en este momento.

Emma llegó junto a Hermione, después de su clase de estudios muggles. Emma procuraba ordenar sus materiales lo más rápido posible, así Snape no la regañaría. Odiaba los enfrentamientos con Snape, no porque le tuviera miedo, sino porque ella nunca había podido controlar sus impulsos cuando se trataba de él. Cuando Snape la atacaba, su boca hablaba por sí sola, ni siquiera pensaba antes de hacerlo, llevándose miles de castigos, de los cuales, la profesora McGonagall o el profesor Dumbledore la salvaban.

Emma sintió como Hermione le daba un ligero codazo, y al voltear, vio como señalaba a Ron, quien se encontraba absorto en su libro de DCAO, sin prestar atención a lo que Snape decía. Para su desgracia, el aburrimiento no duró mucho, ya que el profesor Snape agitó su varita con un movimiento preciso, y el libro de Ron se abrió de golpe en la página correcta, haciéndolo saltar en su asiento.

—Eso le pasa por distraído —murmuró Hermione mientras sacaba su libro, logrando hacer reír a la pelirroja. Después, con el ceño fruncido, Hermione objetó, levantando la mano—. Pero profesor, apenas íbamos a ver a los hinkypunks. Las bestias nocturnas son después.

—No pedí su opinión, señorita Granger —cortó Snape de manera tosca, rodando los ojos en el proceso.

Emma escuchó como un grupo de Slytherin, incluidos Malfoy y Avery, se burlaban de Hermione, así que se giró para lanzarles una mirada de odio. Por otro lado, Hermione trató de ignorar lo sucedido, hundiéndose un poco en su asiento.

—Gracias a su persistente ineptitud en mis clases, la cual, sin duda, se debe reflejar en las demás materias... Comenzaremos con una pregunta para todos —dijo, viendo a todos con frialdad—. ¿Quién puede decirme la diferencia entre un animago y un hombre lobo?

Cuando Emma esperaba que Hermione levantara la mano, se sorprendió al verla cruzar los brazos, demostrando su molestia por lo sucedido. Así que, con seguridad, Emma alzó la mano; nadie conocía la respuesta, salvo ellas dos, por lo que, le darían la palabra de manera rápida.

—Qué decepción —soltó Snape, ignorando la mano alzada de la chica de ojiverde—. ¿En serio nadie?

—Yo sé, profesor —se quejó, subiéndole el tono a su voz. Sabiendo que Snape la ignoraba, decidió seguir hablando—. La diferencia está en el control de la transformación. Un animago elige cambiar a voluntad, mientras que un hombre lobo sufre una transformación involuntaria debido a una maldición durante la luna llena. A diferencia del animago, la condición de hombre lobo se contagia por mordedura.

Tan pronto como la pelirroja respondió, Avery y Malfoy comenzaron a burlarse con exagerados aullidos de lobo, acompañados de miradas desafiantes hacia Emma. Ella, desde lejos, los observó con aburrimiento.

Desde que Harry y Emma rechazaron la oferta de amistad de los dos rubios en primer año, aquello marcó el inicio de una gran rivalidad. Avery y Malfoy, se unían constantemente para atacar a ambos chicos. Los dos provenían de familias con sangre pura, lo que solo aumentaba los prejuicios y el orgullo. Por supuesto, eso empeoraba al ser de casas rivales.

—Gracias por su demostración, señor Malfoy y señorita Avery —habló el profesor, con calma. Luego, dirigió una mirada llena de frialdad hacia Emma y añadió—: Señorita Evans... Debe aprender a no hablar sin permiso. ¿Es incapaz de contenerse o se enorgullece de ser la insoportable sabelotodo?

Con una ceja levantada, Emma lo retó—: La pregunta era general, es decir, para todos, ¿o ahora se contradice?

Con voz cortante, el profesor respondió—: Su desprecio por seguir las reglas parece ir de la mano con su creciente ego, señorita Evans. No olvide que la arrogancia y la falta de respeto es el reflejo de una mente débil.

Siguiendo con su sonrisa fría, y manteniendo su compostura, ella le contestó—: El respeto se gana, profesor Snape, y hasta ahora, no he visto mucho esfuerzo por su parte. ¿Era necesario ignorar mi mano levantada?

También simulando una sonrisa, Snape respondió—: Ah, señorita Evans, su rebeldía es tan conmovedora, pero lamento informarle que no impresiona a nadie aquí. Me pregunto si alguna vez podría utilizar su cerebro para algo productivo o al menos, para evitar buscar ser el centro de atención.

—Es curioso, ¿sabe? Agradezco que se preocupe tanto por mi actitud, pero no tengo la intención de cambiar mi forma de ser solo para complacerlo, profesor.

Todos estaban completamente absortos en la discusión, incapaces de apartar la mirada del intenso intercambio de palabras entre Snape y Emma, los cuales seguían tirándose veneno entre sí.

—Su actitud arrogante solo demuestra su falta de madurez, al igual que la de su padre, un hombre tan débil como su hija —sentenció Snape, observando con satisfacción el ligero destello que tenían los ojos de la pelirroja—. Los Potter siempre han sido una decepción, en mi opinión. No me sorprende que usted vaya por el mismo camino.

Ella detestaba que mencionaran a sus padres. Cada vez que Snape hablaba de James, su padre, le recordaba a sus tíos, los cuales siempre menospreciaban todo el esfuerzo que él hizo. Emma siempre había evitado hablar sobre sus padres. Simplemente no le gustaba. No porque los odiara, sino porque el dolor de no tenerlos era más fuerte y siempre se rompía. Había tratado de ignorar la mezcla de rabia y desolación que sentía su interior, pero su corazón cada vez latía con más fuerza mientras luchaba por contener las lágrimas de indignación.

Odiaba sentirse vulnerable, sí, pero no iba a permitir que pisotearan el apellido de su familia de esa forma.

—Me pregunto qué tan inferior se debe sentir para menospreciar constantemente a mi familia —soltó la pelirroja, colocándose firme en su lugar, con su voz llena de odio—. ¿Acaso no se da cuenta de lo patético que es?

—No necesitas preocuparte por lo que yo piense, Evans. Lo que realmente te debería preocupar es que tu sangre nunca llegará a ser tan valiosa como crees —sonrió de forma hostil, viéndola directo a los ojos—. Lo que nunca entenderás, Evans, es que por mucho que lo intentes, no eres más que una copia barata de tu madre. Nunca tendrás ni lo suficiente para hacer algo realmente relevante. Al final, eres idéntica a tu padre.

Y eso fue el colmo para Harry, quien golpeó su escritorio con furia. —¡Basta ya, Snape! No tiene derecho a hablar así de mi hermana ni de mis padres. ¡Guarde sus comentarios despreciables para sí mismo!

—Ah, el famoso Potter alza la voz —comentó, desatando risas en los Slytherin—. La ira sin control solo muestra su inmadurez, pero si creé que sus arrebatos van a cambiar algo, adelante. Solo demuestra cuán débil es ante la realidad que le rodea.

Con el nudo en la garganta y la ira cegándola, la pelirroja se levantó ese golpe. —No soy la copia de nadie. Y si hay algo que no puedo soportar, es que alguien como usted, lleno de odio y rencor, venga a decirme quién soy o no soy. Deje de meterse en temas que no le corresponden, ¿quiere?

Con un último destello de furia, Emma miró a Snape a los ojos, y sin perder la compostura, intentó sujetar sus libros, pero en un gesto de rabia, los arrojó al suelo con fuerza, el sonido resonando en el aula. El silencio que se escuchó luego de eso fue aún más pesado, casi insoportable para ella.

Así que sin mirar atrás, se dirigió a la salida, con su corazón todavía latiendo y su respiración agitada. Sabía que no había ganado la discusión, incluso comenzaba a sentirse pequeña. Estaba seguro de que eso no se quedaría así, pero intentando calmarse, caminó a paso apresurado para salir del castillo, ganando algunas miradas de los pocos estudiantes que no estaban tomando clases en ese momento.

No sabía hacia dónde se dirigía, solo quería desaparecer por un momento. Quería aire. La cabeza le dolía demasiado, y todavía no se daba cuenta de que sus manos le temblaban por impotencia. No supo cuánto tiempo caminó, pero empezó a divisar más árboles y menos ruido. Parecía el Lago Negro porque se encontró de frente con él, así que suspirando, se sacó sus zapatos y levantó un poco su túnica, para adentrarse un poco en el agua.

Agarraba varias piedras pequeñas y las lanzaba con toda su fuerza, tal vez, intentando calmar esa rabia que sentía. Luego de un rato, se cansó, pero aún no se sentía bien, así que decidió sentarse y observar el inmenso lago, que de cierta forma, la invitaba a hundirse en sus propios pensamientos.

Algo húmedo la hizo sobresaltarse. Giró rápidamente su cabeza, y para su sorpresa, un perro de pelaje negro y abundante le lamía la mejilla.

—¿qué haces aquí, amigo? —preguntó ella, acariciándole la cabeza, y al parecer, eso le generaba cosquillas, porque el perro se dejó caer y se puso boca arriba. —Sabes, desde pequeña siempre quise tener un perro —suspiró la pelirroja, recordando las veces en la que los Dursley le habían negado el permiso.

Se sorprendió más cuando escuchó que el perro soltó un suave gruñido, después de emitir un ladrido corto, casi como si el perro la entendiera.

—¿Quieres que te cuente mis intentos fallidos para conseguir un perro? —preguntó, bastante curiosa al ver que el perro parecía prestarle toda su atención.

Ante esta pregunta, el perro se levantó y empezó a perseguir su cola, haciendo reír a la pelirroja. Eso parecía un sí, y lo confirmó cuando el perro acostó su cabeza en su regazo, dispuesto a escucharla. Seguido de eso, ella le contó todos sus intentos para conseguir un perro, narrándole cada vez que la habían atrapado en el intento, pero se cansó cuando sus tíos amenazaron con castigar a su hermano si seguía trayendo perros callejeros a la casa.

—También debería contarte que yo no celebro mi cumpleaños —empezó, recibiendo una mirada curiosa del perro—. Mis tíos nunca nos han celebrado ni uno. Según ellos, es una pérdida de tiempo. La primera vez que me atreví a pedirle que lo hicieran, se negaron. Lo único que obtuve fue una respuesta como esta:

—¿Cumpleaños? —preguntó Petunia, con voz incrédula—. ¿Qué más quieres? ¿una fiesta de gala? Bastante hacemos con darles techo y comida. No entiendo por qué tendría que malgastar mi tiempo o dinero en algo tan ridículo.

—Exacto —afirmó Vernon, frunciendo el ceño—. Después de todo, no es como si se lo merecieran.

Emma hizo una pausa, como si revivir ese recuerdo la hiciera sentir mal.

—Y siempre fue así —confesó ella, acariciando al perro, quien ahora chillaba suave, como si sintiera lástima por ella—. Intenté hacer que solo le celebraran a mi hermano, así tal vez no tendrían que comprar cosas para mí y Harry podría pasarla bien, pero terminé castigada por seguir preguntando. No valió la pena.

—De todas formas, con Harry hacíamos un pastel con el polvo del piso y lo soplábamos cuando eran las doce —confesó, con una leve sonrisa al recordar esas veces, pero se calló cuando el perro la miraba impactado—. Puede ser que suene... ¿Triste? pero conforme pasaron los años, empezamos a recibir regalos por parte de nuestros amigos Hermione y Ron. También recibo regalos de los gemelos Weasley, son mis mejores amigos —entre risas, añadió—: Y bueno, también recibo regalos por parte de Oliver, él es el capitán del equipo de quidditch. No sé si sabes cómo jugarlo...

La pelirroja fue interrumpida por un suave ladrido del perro, incluso, aún acostado, movía mucho la cola.

—Creo que ese deporte te gustaría mucho —sonrió, al ver la emoción del perro negro—. Pero sí, sus regalos son... Especiales. Las primeras veces me regalaba libros de quidditch. No lo juego, pero desde que entré a Hogwarts, él siempre ha querido que me una a su equipo... En fin, no todo es tan malo, ¿sabes? Al final del día, tengo a mi hermano.

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Últ. Actualización
21/12/24

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