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05

─ ☆ ─

Las sospechas de Oliver eran ciertas, Emma tramaba algo, pero jamás se imaginó lo que ocurría.

—¿Sí que tienes fuerza, eh? —comentó Oliver, al ver que Emma siempre le mandaba quaffle con una fuerza brutal. Si no fuera por sus reflejos o por sus años de experiencia, Oliver ya estaría en la enfermería.

—No llores, Oliver —negó Emma, con una sonrisa burlona.

Otra quaffle salía disparada de sus manos, directa hacia el aro izquierdo, mientras Oliver se lanzaba a atraparla.

Algo que admiraba el castaño era la forma en la que Emma jugaba. Siempre era ágil, y tenía una fuerza increíble. Incluso en sus sueños, él siempre sostenía la copa de quidditch de hogwarts, pero ella siempre estaba en su equipo. Gracias a ella habían ganado, de hecho, y al despertar, se frustraba porque sabía que ella jamás aceptaría entrar en el equipo.

Cuando terminaron de practicar, ya se había hecho de noche. Emma admitía que le había gustado jugar con Oliver, no sabía si era porque le daba risa ver como Oliver casi perdía el equilibrio cuando ella jugaba brusco o porque el juego le gustaba.

—Mañana jugamos contra Hufflepuff, ¿recuerdas? —habló el castaño, rompiendo el silencio—. Espero contar contigo. Tu presencia siempre me ayuda.

Con un brillo en sus ojos, Emma sonrió: —Sabes que siempre estaré dispuesta a verte, Oliver, pero mañana tenía planeado ir con la profesora Babbling. Tengo una duda con mi tarea de Runas Mágicas —recordó con una mueca, viendo hacia abajo. —¿Te importa si me quedo hablando con ella?

Con preocupación en su mirada, él respondió—: Emma, realmente te necesito en las gradas. La profesora Babbling puede esperar un poco, ¿no? Te prometo que yo te puedo ayudar con las tareas después.

—Es que realmente necesito la opinión de la profesora, Oliver. La tarea se entrega pronto y...

—¡Por favor! —Interrumpió, suplicando.

Mirando hacia el interior del castillo, ella comentó—: Quizá termine rápido de hablar con ella, pero si no puedo estar, te prometo estar en un próximo partido.

Con un quejido, Oliver seguía repitiendo lo importante que es el partido para él. El castaño sabía que la pelirroja siempre estaba centrada en sus estudios y que sería muy complicado convencerla. —Sé que es importante para ti, pero puedes preguntarle luego del partido o antes. No puedo hacer esto sin ti.

Con una mueca, ella frunció el ceño. —¿Y por qué dices que no puedes jugar sin mí?

—Me tomarás por loco, pero siempre logras calmar mis nervios antes de cada partido —suspiró, recordando todas esas veces en las que la pelirroja estuvo para él. Desde que ella y él comenzaron a hablar, Emma nunca dejó de asistir a sus partidos, incluso cuando Harry no jugaba por alguna lesión, ella siempre estaba. Cuando iban perdiendo o cuando no bloqueaba del todo las quaffles, él siempre la miraba entre la multitud y su presencia lo hacía no querer decepcionarla, obligándolo a esforzarse el doble. Ella era importante para él—. Me da confianza verte en las gradas, Emma.

Suspirando, ella divagó. —No puedo prometerte nada... Yo ya había quedado a esa hora.

Con ansias, él sugirió—; Aunque sea solo para los primeros minutos del partido, Emma. Prometo luego dejarte.

—Bien, pero solo unos minutos.

—Te lo agradezco infinitamente, Emma —exageró, sonriendo emocionado mientras se inclinaba para darle un beso en la frente—. Sabía que podría contar contigo.

—Ya admite que piensas que me necesitas más que a tu escoba —se rió, cruzándose de brazos mientras fingía superioridad.

—No lo pienso, lo sé —corrigió él—. Sin ti en las gradas, no hay forma de que gane.

—Vaya, qué presión —respondió la pelirroja, con interés—. ¿Qué pasa si pierden y yo estoy ahí?

—Entonces será culpa de Madame Hooch —respondió Oliver, guiñándole el ojo mientras colocaba su brazo en el hombro de ella.

─ ⊹ ─

Desde lejos, Emma vio a su hermano conversando tranquilamente con Hermione y Ron, así que decidió aproximarse al trío, los cuales aún no notaban su presencia.

—La tienda de dulces es fantástica, pero no es nada comparada con la tienda de bromas de Zonko —opinó Ron, con entusiasmo mientras subía las escaleras—. Aunque no pudimos ir a la Casa de los Gritos. Saben que es la más embrujada.

—Sí, lo sabemos —asintió el azabache. —Jamás he ido.

—Siempre he querido saber cómo se ve ese casa por dentro.

Todos los presentes se sobresaltaron al escuchar una cuarta voz, aunque se relajaron de inmediato al reconocer a la chica de pecas que acababa de llegar.

—¡Emma! —exclamó, con alivio. —No nos asustes así por-

Antes de poder continuar, Ron tropezó con la espalda de un estudiante de primer año que se había quedado quieto al igual que los demás.

—¿Qué sucede? ¿Por qué no avanzan? —preguntó Hermione, con el ceño fruncido.

—Quizá Neville volvió a olvidar la contraseña, como siempre le pasa —dedució Ron, bastante fastidiado.

Tocándoles el hombro, Neville negó tímidamente. —¡Claro que no! Aquí estoy.

El cuarteto se giró al escuchar a Neville, cuya expresión nerviosa delataba su incomodidad al ser nombrado.

Divagando, Harry habló, intentando ver más allá de los demás estudiantes. —¿Entonces qué pasa?

Antes de que pudieran formular ideas, comenzaron a escuchar una voz autoritaria entre todos los murmullos.

—Déjenme pasar, por favor —pedía Percy Weasley, abriendo paso entre los estudiantes dé Gryffindor —. Con permiso, ¡recuerden que soy un Delegado! —decía, en un tono muy arrogante.

Después de un tiempo, el chico de aspecto pulcro logró llegar a la puerta de la sala común, aunque su rostro se puso mucho más serio al notar que algo andaba mal. Tras examinar detenidamente, el tercer hijo del matrimonio Weasley empezó a dar órdenes hacia los estudiantes. —¡Retírense todos! ¡Nadie entrará al dormitorio sin que revisen esto primero!

Mientras más minutos pasaban, más murmuros se podían lograr oír; entre ellos, los de Ginny Weasley: —¡Dicen que la Dama Gorda se fue! —exclamó la pequeña, con voz asustadiza.

En medio del silencio que el cuarteto mantenía, Ron habló, sonando bastante despreocupado. —Se lo merecía. Era un cantante horrible.

Ante eso, Emma soltó una carcajada, al recordar las veces en las que la Dama Gorda fingía haber roto una copa con su agudo canto.

Con un rostro severo, Hermione los reprendió:—No es gracioso, chicos. Deben aprender a respetar.

Como respuesta, el pelirrojo le dio una mirada burlona, demostrándole que no parecía afectado por el sermón.

—¡A un lado, quítense! —gritó otra voz chillona y áspera, cargada de irritación—. ¡Den paso al Director Dumbledore!

Filch y Dumbledore subían apresuradamente las escaleras, conscientes de la gravedad del asunto. La expresión de Dumbledore reflejaba una mezcla de seriedad y preocupación mientras avanzaba hacia el retrato. Su ceño se frunció aún más al notar que el retrato estaba vacío y que la Dama Gorda no se encontraba ahí.

—Qué Merlín nos ayude —murmuró Dumbledore, con inquietud.

Filch, a su lado, miraba nerviosamente alrededor, tratando de detectar cualquier indicio de lo que pudo haber sucedido. Entrecerrando sus ojos, Filch señaló—: ¡Señor! La Dama Gorda se encuentra en ese cuadro.

Con mucha curiosidad, Dumbledore se acercó a un cuadro de un jabalí, en donde se encontraba la Dama Gorda temblando de miedo. Con voz suave y sutil, Dumbledore se dirigió a ella—: Querida Dama. ¿Quién le hizo esto?

—¡Él tiene unos ojos como el mismísimo demonio y un alma tan oscura como su nombre! —respondió la Dama en gritos, con sus ojos más abiertos de lo común—. Yo lo vi. ¡Es él! Del que todos están hablando. ¡Sirius Black está aquí y se metió al castillo!

Ante la confesión, con prisa, Dumbledore se giró al celador. —Cierre el castillo, señor Filch. Todos los demás, ¡Al Gran Comedor! Rápido.

De repente, la pelirroja sintió como una mano cálida envolvía la suya. Al girarse, vio que era Hermione, que la había agarrado instintivamente. Esa simple acción, le dio un poco más de fortaleza y calma para enfrentar la situación que se avecinaba. Sabía que Sirius Black no se quedaría con los brazos cruzados.

Durante ese tiempo, los mellizos comenzaron a prepararse mentalmente. Un asesino fugitivo los estaba buscando, tal y como dijo el señor Weasley.

La pelirroja, percibiendo la inquietud de su hermano, levantó su mano temblorosa y la posó suavemente sobre el hombro de su hermano en un gesto de consuelo. Él estaba inmóvil, sus ojos abiertos de par en par, tratando de asimilar la impactante noticia. A pesar de eso, el contacto de su hermana le dio una breve sensación de calma, aunque seguía aturdido.

Ella debía proteger a su hermano y por supuesto que lo haría con su vida si fuera necesario. En su mente pasaban miles de escenarios y dudas posibles. ¿Realmente Black iba por ellos? ¿Cómo se salvarían esta vez?

─ ⊹ ─

Cuando los Gryffindors entraron al Gran Comedor, encontraron una escena poco común... El Gran Comedor estaba sin aquellas mesas características, ahora eran remplazadas por un montón de sacos para dormir, esparcidas por todo el suelo y estudiantes de todas las casas en pijama.

Cada uno decidió buscar un lugar para poder pasar la noche, como fue el caso de Hermione y Emma, quienes tenían una corta conversación de lo que les había sucedido en el día.

—Fingí perder el equilibrio en mi escoba para que Oliver se distrajera —admitió Emma, entre risas—. Lástima que no viste su rostro.

—Pasaron toda la tarde juntos, eh —sonrió la castaña. ella admitía en silencio que hacían una increíble pareja, aunque también sabía que Emma la mataría si pudiera escuchar sus pensamientos. Su amiga no se caracterizaba por hablar o coquetear con chicos, eso jamás le había interesado, y miles de veces ella le había aclarado que Oliver no le gustaba.

—Síp —afirmó, alargando la p. —Nunca puedo decirle que no.

Antes de que la castaña respondiera, escucharon unas risas burlonas detrás de ellas, por lo que, con confusión, se giraron y pudieron ver quiénes eran.

—Miren lo que tenemos aquí —se burló una chica rubia, viéndolas de pies a cabeza—.¿Necesitan ayuda para acomodar sus sábanas o sólo quieren llamar la atención?

Ambas dedujeron que lo decía porque habían pausado la organización de sus cosas para ponerse al día de todo lo que les había sucedió, y ella malinterpretó la situación. Sin duda, Avery solo buscaba fastidiarlas.

Una chica pelinegra, soltando risas burlonas, añadió—: Imagino que se enteraron de que Sirius Black está aquí, ¿no?

Con arrogancia en su rostro, Evelyn vio a la pelirroja con desdén. —Estoy segura de que Evans querrá nuevamente ser el centro de atención e irá tras Black —y dirigiéndose a Hermione, añadió—: En el caso de Granger, la seguirá como un perrito detrás de su dueña, al final, es una sangre sucia.

—Cállate, Avery —cortó la pelirroja, viendo con frialdad a la rubia—. No tienes idea de lo que dices.

Manteniendo una mirada penetrante, la rubia continuó—: Oh, querida, no seas dramática. Solo estoy siendo honesta, ¿no lo crees, Seraphine?

La pelinegra, Seraphine, siguiendo el juego, sonrió maliciosamente. —Ya las conoces, Evelyn. Siempre han sido así de sensibles, pero parece que Evans y Granger están muy tensas hoy.

—No estamos aquí para escuchar sus comentarios, Montclair —dijo Hermione, en voz alta y con el ceño fruncido. —¿No tienen nada importante que hacer? ¿como irse a dormir tal vez?

—Oh, pero qué valientes son las niñas perfectas. —dijo Avery, dando un paso hacia ellas, manteniendo su sonrisa burlona. —Me preguntó cuánto les durará.

—¿Todo bien por aquí? —interrumpió una voz fría detrás de las dos chicas de Slytherin.

—Sí, profesor Snape —respondió Evelyn, con una voz falsa y angelical, girándose para darles la espalda a las dos chicas. —Solo les deseábamos una linda noche.

Hermione y Emma se miraron con incredulidad, pero se mantuvieron en silencio. Después de todo, Snape era el jefe de la casa de Avery y Montclair, ambas sabían que no debían desafiarlo.

─ ⊹ ─

Era la madrugada, pero ninguno de los mellizos podía conciliar el sueño. Tanto Harry como Emma, estaban completamente despiertos, preocupados por la presencia de Sirius Black en el castillo. La sola idea de tener a un fugitivo peligroso merodeando por los pasillos de Hogwarts los mantenía alerta.

De repente, un crujido resonó fuera del Gran Comedor. Los pasos eran apenas audibles, pero suficientes para poner en guardia a Harry y Emma. Intercambiaron miradas rápidas y decidieron fingir estar dormidos, conscientes de que cualquier ruido podía delatar que estaban despiertos y hacerles perder la oportunidad de escuchar lo que sucedía.

Se acurrucaron en sus bolsas de dormir, con los ojos entrecerrados y sentidos agudizados, esperando captar algún fragmento de la conversación de los adultos que se acercaban.

—Ya revisé la torre de astronomía y la lechucería, señor, pero no hay nada —informó Filch, quien ya se encontraba fastidiado al no encontrar a Black.

—En el tercer piso tampoco hay nada —añadió una segunda voz, la cual era más chillona, proveniente del profesor Flitwick.

—Ya revisé los calabozos —comunicó una voz fría y monótona—. No hay señales de Black por ningún lado.

—Gracias por ayudar a buscar. Pueden retirarse a dormir, si así lo gustan —agradeció el Director, caminando entre el Gran Comedor junto a Snape—. En realidad, Severus, no esperaba que se quedara.

—¿Increíble hazaña, no creé? —ironizó el profesor, caminando junto con Dumbledore—. Entrar al castillo sin ayuda y lograr pasar desapercibido.

—Sí —divagó el hombre de barba larga, bastante pensativo ante la situación—, es muy sorprendente.

—¿Tiene alguna teoría de cómo pudo haber entrado?

—Demasiadas, pero una tan improbable como la otra.

—Recuerde que antes de comenzar el curso, le expresé mi preocupación por el nombramiento del profesor Lupin.

—Ningún profesor ayudaría a Sirius Black a entrar al castillo, Severus —afirmó Dumbledore, con calma, pero con firmeza al mismo tiempo. Viendo como todos los estudiantes dormían—. Estoy seguro de que el castillo está a salvo y creo que enviaré a los estudiantes a sus dormitorios.

—¿Y qué hay de los Potter? ¿No deberíamos ponerlos en sobre aviso? —sugirió Snape al director, viendo como los mellizos estaban profundamente dormidos.

—Sí, tal vez —coincidió Dumbledore, suspirando en el proceso—, pero por ahora, hay que dejarlos dormir... Al dormir, se entra en un mundo que es completamente nuestro, Severus. Déjalos nadar en el más profundo océano o que se deslicen sobre la nube más alta.

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últ. actualización
21/12/24

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