Su tono era amenazante. Aquella voz lograba asustar a cualquiera. Y más a mí, que me asustaba casi cualquier cosa. Y en lo único que pude pensar mientras el pánico se apoderaba de mí, era en huir. Pero por alguna razón que jamás entenderé, no lo hice ...

Y al oírla otra vez, a aquella voz que ahora sonaba más amenazante, hice lo que no debía hacer : detenerme ... y mirar.

Y fue allí que lo vi por primera vez. Era alto, iba vestido de negro y yacía en el suelo, apretándose contra la pared de ladrillos mojados mientras alguien se acercaba a él con lentitud, emitiendo una risa tan escalofriante que se me heló la sangre. Volví a pensar en huir. Pero mi cuerpo parecía cobrar vida propia y no me obedeció.

Avancé unos pasos hacia el joven, consciente de que deseaba salir corriendo y no estar allí en aquel callejón oscuro, en medio de una noche fría y de la lluvia que me calaba los huesos. El ruido de mis pasos en los charcos de agua los alertó. Y los tres me miraron. Porque recién allí me di cuenta de que eran tres.

Maldije para mis adentros por mi estupidez. Y pensé con ironía que aquella noche helada era una buena noche para morir.

Pero no acabé de pensar aquello cuando bruscamente, en lo que dura un parpadeo, el joven que estaba tirado en el suelo mugriento se puso de pie. Y antes de que los otros tres que lo rodeaban pudieran siquiera reaccionar, fueron noqueados con una rápida patada, tan veloz y tan efectiva que apenas si pude ver al joven ejecutarla.

Me miró por un segundo, tan fijamente que hasta sentí que por una fracción de tiempo dejé de respirar. Aún pensaba que estaba a tiempo de salir corriendo de allí. Y mientras lo pensé, juro que por el rostro pálido de aquel joven cruzó una mueca, que no llegó a hacer una sonrisa pero casi ...

" Es una buena idea, Gulf", escuché, aunque estuve seguro de que aquel extraño no había movido los labios para hablar.

Él parpadeó dos ó tres veces rápidamente y el hechizo pareció romperse. Y antes de que me diera cuenta caminaba directo hacia mí. Pensé fugazmente en golpearlo con mi mochila si se acercaba más pero vi las sombras de los tres por el rabillo del ojo. Parecían estar volviendo en sí, así que no protesté cuando aquel joven me tomó del brazo y casi a la rastra me hizo caminar con urgencia lejos de aquel callejón.

Unos cuantos metros después, fui consciente de que lo seguía por propia voluntad. Y por propia voluntad me dejé subir a su auto y sin cuestionarle nada, puso el motor en marcha y aceleró, perdiéndonos en las calles oscuras del pueblo que aquellas horas de la noche parecía un pueblo fantasma.

—A próposito...— me dijo— Soy Mew, para servirte...