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"Por si acaso"

Tenía doce años. Lindy fue la que le avisó.

En el segundo año, todos los niños ya tenían un pequeño grupo, alguien con quien se sentaban a comer, alguien para hablar, alguien con el que se llevaban bien, y con el que no. Harry tenía a Lindy, y a veces, a Connor. No quería imaginarse lo que habría sido, de entrar con un año de retraso al colegio.

—…es un intercambio —Le contaba Lindy, en voz baja.

Los tres niños se colaron, en un despiste de los profesores, hacia el balcón de madera que corría alrededor de la Sala de las Estatuas, la cúpula de cristal y algunos bombillos con forma de lágrimas, iluminación no maj, pero encantados para permanecer encendidos. Faltaba poco para el atardecer y era difícil ver más allá de la neblina que servía de escudo en el exterior, así que tampoco había nada mejor que hacer.

—Si es un intercambio —Connor había decidido que podía honrarlos con su presencia ese día; se inclinaba desde el otro costado de Harry, recargándose en la misma barandilla en que lo hacían ambos—, ¿quién toma su lugar allá? ¿Y cuándo se va?

Lindy apretó los labios un instante. Connor sonreía, burlón, a la espera de su respuesta.

Harry le dio un codazo, en señal de reprimenda, y le frunció el ceño. Aprendería a no molestar a las otras personas en algún momento. Quizás.

—Estoy seguro de que su mamá no le cuenta todo a Lindy…¿cierto? —Le echó un vistazo. La niña asintió con ganas, enseguida. Su madre era profesora de TransformacionesAnimagia y la guía del club dramático, por lo que era de suponer que fuese la más informada de los tres acerca de lo que ocurría en el colegio.

Claro que Connor no podía aceptar tan fácil que alguien supiese más que él.

—Sólo hay que verlo para saberlo —Carraspeó, se peinó hacia atrás con un movimiento practicado y luego se inclinó más sobre la barandilla, entrecerrando los ojos en dirección a la entrada. Un niño respondía a lo que el director le decía en ese instante, se imaginó que con respecto a las Casas de Ilvermorny—. Viene de Francia —dicho esto, volvió a enderezarse.

Retó a Lindy con un gesto, elevando la barbilla. Harry, en medio de ambos, rodó los ojos.

—¿No debe estar hablando inglés…?

—Pudo aprender inglés como segundo idioma.

—¿Por qué alguien se cambiaría desde un colegio en Francia hasta acá?

—Porque somos mejores, eso es obvio. Mi padre siempre dice…

Y allá iba de nuevo. Su padre era un no-maj de alto rango militar; por lo poco que se veían, cada palabra que le decía, era para Connor como las escrituras sagradas de Isolt. Harry sólo lo ignoró, se estiró más hacia adelante y siguió el trayecto del niño rubio con la mirada.

El proceso de Selección de Ilvermorny era simple. La sala constaba de cuatro estatuas, una por cada Casa. La que reaccionase durante el paseo, sería la que lo elegía.

Harry iba a Thunderbird, la Casa que simbolizaba el alma y a los aventureros. La estatua había empezado a batir sus alas desde que él se paró en el nudo gordiano del centro de la sala, sin que tuviese que moverse un centímetro; era una decisión definitiva. Su padrino le compró un broche con el ave del trueno correspondiente, emocionado por lo que significaba. Por entonces, aún no lo entendía.

Si el ave batía las alas, el niño rubio iría a su Casa. Había llegado con una semana de retraso, en relación al inicio de las clases, y seguro estaría confundido. Harry no era el mejor estudiante, pero si se hacían amigos, podía presentarle a Lindy, que sí lo era.

Pero el niño caminaba por la sala y el pájaro no se sacudía. Sintió un ligero pinchazo de decepción.

Tal vez lograría que se encendiese la piedra de cristal en la frente de la serpiente cornuda. Los Horned serpent eran los sabios; si quedaba allí, conocería por su cuenta a Lindy, que también pertenecía a esa Casa.

De nuevo, pasó de largo. A unos metros de las otras dos estatuas, el niño rubio vaciló y echó una ojeada al director, que lo alentó a continuar.

Podía tratarse de otro Wampus. Eran los guerreros. De acuerdo a su experiencia, no, la mayoría no era tan imbécil como solía comportarse Connor, que estaba ahí.

El Wampus no rugió. Sólo restaba una opción, así que el niño rubio se detuvo frente al Pukwudgie. Los sanadores iban a esa Casa.

Pasó un instante y nada sucedió; Harry no había visto que le ocurriese a alguien en su propia Selección. El niño parecía dispuesto a huir de ese lugar, cuando el Pukwudgie cobró vida y arrojó una flecha al aire. Sus hombros se relajaron de forma visible, el director de inmediato se aproximó para indicarle dónde dormiría y el horario.

Era una verdadera lástima. Harry no se relacionaba mucho con los Pukwudgie. A decir verdad, casi nadie lo hacía. Tendían a ser tímidos, o muy reservados.

Le hubiese gustado hacer otro amigo, para que pudiesen jugar partidos de Quidditch dos a dos. Siempre tenían problemas con Lindy cuando querían jugar, porque ninguno tenía ganas de ponerse de su parte, pero no podían sólo botarla. No Harry, al menos. Connor sí se lo decía de frente y la hacía rabiar o maldecirlo.

—Vamos —indicó Connor. Harry se sobresaltó cuando le agarró el brazo. Se dejó arrastrar a causa de la sorpresa—, ¡vamos, Harry, muévete! ¡El nuevo se escapa!

Connor se reía. No estaba seguro de si sería una buena señal o no, así que giró el rostro y pidió auxilio a su amiga, que se colgó su mochila y los siguió escaleras abajo, hacia el pasillo del vestíbulo, donde se alzaban las enormes estatuas de Isolt y James, los Fundadores. El niño los hizo bajar saltando de dos en dos y alcanzaron a interceptar al director en su trayecto. El pequeño rubio los observó con reticencia.

—¡Hola! —Connor les cortó el paso con toda intención. Sonrió radiante—. Me llamo Connor McGuire. ¿Juegas Quidditch?

Harry quería palmearse la frente. En cuanto lo escuchó Lindy, le atinó una patada sin fuerza en las pantorrillas y le siseó un "primero se pregunta el nombre, grosero", que su amigo ignoró con maestría.

El niño dio una ojeada al director y asintió, titubeante. Connor parecía no caber en sí mismo de la alegría, incluso se olvidó de que sostenía a Harry o de que ellos también tendrían que presentarse.

—¡Deberías venir a jugar con nosotros! Siempre nos falta uno, ¿qué posición quieres tomar? Yo hago de Cazador, por supuesto. Harry es mi Guardián. Pero si te gusta más ser Guardián, Harry puede ser, uh, no sé, lo hablaré con él….ah, ¡pero si prefieres Cazador, podemos ser los dos Cazadores! Iremos contra Harry, podemos turnarnos y-

Uhdésolé. Je ne parle pas anglais.

Connor boqueó por unos segundos. Luego, despacio, se inclinó en dirección a Lindy, cubriéndose a medias la boca, como si ellos no pudiesen escucharlo al preguntar:

—Eso fue francés, ¿cierto?

Ella suspiró.

—Sí.

Sonrió, de nuevo.

—¡Yo tenía razón! —Le sacó la lengua y volvió a fijarse en el chico de intercambio—. Me imagino que me acabas de decir que no entiendes nada, ¡pero está bien, porque yo tampoco te entiendo nada! Realmente no es como que se necesite hablar para jugar Quidditch…

Lindy meneaba la cabeza. Harry intentó contener la risa.

Junto al niño nuevo, el director ponía una expresión angustiada. De pronto, interrumpió su charla, colocándole una mano en el hombro al pequeño e indicándole que podría verlos después.

—¡Te vamos a buscar para la cena! ¡Veremos que no te pierdas y jugaremos un rato! —Connor se despidió agitando ambos brazos en el aire, muy rápido. Aún sonreía cuando desaparecieron al doblar en la esquina. Se giró hacia ellos—. Eso salió bien.

Los otros dos intercambiaron miradas.

—Sí, claro.

—Lo que tú digas, Connor.

—Me pregunto cómo va a entender las clases si no habla inglés —continuó él, ajeno a sus tonos irónicos. Se llevó una mano a la barbilla y empezó a caminar, sin esperarlos. De repente, señaló a Lindy—. Deberíamos ayudarlo. Dame tus apuntes y yo se los paso.

Lindy elevó las cejas.

—Te doy mis apuntes y  se los pasas. Le pasas mis apuntes —repitió ella. Connor asentía, encantado con la idea, hasta que Lindy le dio un manotazo en la espalda—. ¿Y por qué no le das tus apuntes?

Él se rio con ganas, a pesar de los quejidos por el golpe.

—¿Y todavía crees que yo escribo apuntes? ¡Ay, Lindy, a veces eres…! —Ella lo apuntó con su varita, amenazante. Connor sonrió un poco más—. Tan boba.

Harry no se sorprendió del escupebabosas que le arrojó. Cinco minutos más tarde, sostenía el balde en medio de la enfermería y esperaba que Connor dejase de soltar asquerosas babosas por la boca, o que Lindy aplicase el contrahechizo que pocos conocían, hecho por su madre, lo que sucediese primero.

—¡Harry! ¡Harry…! Ah —Sirius se asomó por la puerta de la enfermería y se rascó la barbilla, distraído—, sí, me había parecido oír a una chica muy lista que lanzaba un escupebabosas por ahí…—Miró de reojo a una enfurruñada Lindy, cruzada de brazos y sentada sobre una camilla desocupada—. Hey, buena puntería —En lugar de responder a la petición silenciosa de Harry, de que le quitase el embrujo, el mago le ofreció la palma a la niña y chocaron los cinco.

—Padfoot —masculló Harry, cabeceando en dirección a su amigo, para darle a entender que era su deber, como profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, reaccionar ante esa situación. Su padrino negó y volvió a dirigirse a la niña.

—¿Qué te dijo ahora?

—Me llamó "boba".

Sirius asintió, solemne.

—Nada que hacer. Se lo merece, Bambi.

Harry ya estaba resignado a que su padrino jamás pararía de llamarle por un apodo que lo relacionase a sus padres. Resopló.

—Sirius, está hechizado…

Él dio un vistazo alrededor.

—No veo a ningún otro profesor por aquí. Que se quede así un rato —Le arrebató el balde, para ocuparse él de sostenerlo, y le palmeó varias veces la espalda a Connor, provocando que saliesen más babosas—. A su edad, todos necesitamos que nos muestren qué pasa cuando somos pequeños idiotas; lo digo por experiencia. A James le hacía bien tener a Lily maldiciéndolo…

Era un buen punto. Más o menos. Tras unos instantes, Sirius ahogó un grito y soltó el balde para sujetarle los hombros a su ahijado; se olvidó del pobre Connor, y Lindy, aún irritada, tuvo que acudir en su ayuda y sostener el balde, mientras le daba palmadas más suaves en la espalda y susurraba "estas cosas te pasan por idiota, Coni".

—Te estaba buscando para mostrarte algo —Sirius se puso serio alrededor de diez segundos, para luego sonreír enormemente—. Te va a encantar. Te conseguí un amigo para que juegues Quidditch cuando estemos de vacaciones y San Connor y San Lindy están ocupados con sus familias y bla, bla, bla…

Ya que Harry sólo elevó las cejas, él lo tomó como una respuesta entusiasta y empezó a arrastrarlo fuera de la enfermería. Apenas tuvo tiempo de decirle a sus amigos que regresaría en un rato.

—¿Sirius…? ¿A dónde…? —Al oírlo, su padrino se giró para pedirle silencio con un gesto y siguió llevándolo entre débiles empujones en la espalda—. Padfoot…

—Ya, ya, está bien —Soltó un dramático suspiro, pero no dejó de moverse—. ¿Recuerdas lo que te dicho de mi familia?

Harry asintió. Claro que lo recordaba; familia sangrepura y antigua, medio incestuosos, amantes de la magia oscura. Apoyaron al mago loco que inició la guerra en que mataron a sus padres, misma por la que Sirius lo acogió y se lo llevó a otro continente sin mediar palabra con nadie, cuando todavía era un bebé. Eran detalles difíciles de olvidar.

—¿Qué hay con eso? —Frenó en seco cuando una idea descabellada cruzó su cabeza, deteniendo a Sirius con él. Lo observó con ojos enormes, horrorizado—. ¿Los Black vinieron a buscarnos?

Él se apresuró a negar. En una ocasión en que bebió demasiado whisky de fuego, le había dicho que estuvo asustado los primeros años, en caso de que enviasen a su prima detrás de ambos; algo sobre magos oscuros que lo buscaban de bebé y no lo encontraron en casa, porque Sirius lo tenía en una propiedad del Londres muggle, cuando atacaron a los Potter y Longbottom, al mismo tiempo. Por lo que sabía, la guerra terminó después de que el mago loco se desvaneciese y encontrasen al bebé de los Longbottom con una cicatriz en la frente, pero todo era probable, tratándose de los Black.

—Hay un Black —confesó Sirius, más suave, sujetándole los hombros para darle un tranquilizador apretón—, pero no es de esos Black. Estamos bien, ¿de acuerdo, cachorro? Tú y yo estamos bien, y voy a tirar a morder a quien te haga algo, así que confía un poco en el viejo padfoot —Le atinó un débil golpecito en el pecho y sonrió—. ¿Quieres conocer a ese nuevo amigo?

Harry supuso que no tenía más opción. Sirius, que asumió de nuevo que su reacción era positiva, lo hizo pasar a su oficina.

El niño rubio de antes se encontraba sentado frente al escritorio, jugueteando con un medallón plateado. Levantó la mirada nada más oírlos entrar y relajó la postura al identificarlos.

Sirius se había posicionado detrás de él, cortándole el acceso a la salida. Volvía a sostenerle los hombros cuando le habló, en voz baja.

—Él es Draco Malfoy-Black, cachorro. Es el hijo de una de mis primas —Suspiró—. Éramos amigos de niños y…ella me escribió hace poco, nos encontró, y en lugar de contarle a su hermana, me pidió un favor.

Creía saber lo que le contestaría cuando se lo preguntó.

—¿Qué favor, padfoot?

—Que tú y yo cuidemos a su hijo por un tiempo, hasta que…se hayan resuelto ciertos asuntos. Draco —Se dirigió a él entonces—, este es Harry Black.

Harry saludó con un gesto de cabeza, ya que no quería arriesgarse a hacer el ridículo. Draco bufó.

—Un placer, Black. Supongo.

—Hablas…hablaste…—Apuntó al niño y observó a su padrino, titubeante. Sirius le mostró una expresión de disculpa.

—Draco me dijo que fingiría no entender una palabra de inglés como parte de su berrinche…

—Yo quería quedarme en mi casa —Le replicó el niño rubio—, estaba muy bien en casa.

—Si tu madre hubiese pensado igual —espetó Sirius, más severo. Eran contadas las oportunidades en que llegó a escucharlo así—, no estaríamos hablando en este momento. Fin de la discusión. ¿Quién tiene hambre? —añadió, más animado. Le palmeó el hombro a Harry y lo incentivó a robar dulces de la cocina. Invitó a Draco a ir con ellos, pero el niño no se movió.

Su padrino estaba por sacarlo de ahí, cuando Harry tuvo una idea y regresó sobre sus pasos. Caminó hacia Draco e ignoró su mirada desagradable.

Le tendió la mano.

—En realidad, me llamo Harry Potter —musitó. Ni siquiera sus amigos lo sabían—. Padfoot me trajo y me está cuidando desde que mataron a mis padres. Creo que- si tu mamá le dijo que te cuidase…ella también te está cuidando, ¿verdad?

Draco observó por largo rato su mano, en el espacio entre los dos. Casi podía sentir la mirada fija de Sirius, esperando que se rindiese y saliese de ahí, para ir en busca de dulces.

Cuando menos se lo esperaba, Draco se colgó el medallón del cuello y estrechó su mano.

—Draco Malfoy.

—Draco es un bonito nombre —mencionó Harry, aprovechando el agarre para tirar de su mano y llevarlo con ellos. La resistencia que opuso fue mínima; pronto lo seguía a través de los pasillos y padfoot los guiaba a los dos. Se le ocurrió añadir, en tono divertido:—. ¿De verdad juegas Quidditch?

—Sí. De Buscador.

—Sirius tiene unas colecciones de snitches que…

Se puso a balancear sus manos unidas en el aire, a medida que avanzaban, y lo distrajo hablando sobre Quidditch. Terminaron sentados en el mesón de la cocina, devorando dulces robados, con un Sirius que les hacía prometer que no le contaría a ningún profesor al respecto. Ni a otro estudiante, por si acaso. Ambos lo juraron, y cuando intercambiaron una mirada, se rieron por el pensamiento común de que el mago era un inmaduro.

Siguiendo lo prometido, Draco fingió un completo desconocimiento del inglés en clases, frente a maestros y compañeros por igual. A excepción de Harry. Sirius había conversado con el director para que les diesen cuartos en el mismo corredor —dada la cantidad de estudiantes, había pasillos en comunes, con cuartos para una sola persona y baños que compartían con estudiantes de otras Casas, en el segundo piso—, por lo que en cualquier momento, podía escabullirse a la habitación contigua, tocar la puerta y ver a Draco, que sí hablaba con él.

Al principio, sus amigos no se explicaban cómo lograron llevarse bien, si el niño nuevo solía limitarse a observarlos desde una distancia prudente, con una expresión que hacía parecer que se preguntaba si no tenían más que aire en la cabeza. Pronto encontraron motivos para que Draco les agradase también y se les olvidó.

A Lindy le encantaba tener a alguien con quien compartir apuntes, en especial tras los primeros meses, cuando el berrinche llegó a su fin y Draco empezó a hablar con regularidad ante otras personas; en más de una ocasión también le pedía consejos de ropa, y estaba seguro de que vio a Draco pintándole las uñas con un hechizo que colocaba sobre la punta de su varita. A Connor sencillamente le fascinaba saber que alguien más escuchaba cuando hablaba. Conforme pasaba el tiempo, y se percató de que Draco llamaba la atención de las chicas, Connor decidió utilizarlo para desviar esas miradas hacia él; no siempre le funcionaba. O no con quién quería que lo hiciese, al menos.

Pero el más afectado, claro, siempre fue Harry.

Al comienzo, se excusaban con hacer tarea juntos, cuando en realidad se sentaban a hablar de temas absurdos y a compartir cajas de dulces mágicos. Sus pláticas sonaban a "¿crees que un animago lobo sería mejor que el perro de padfoot?" o "si estoy volando en la escoba, sobre el campo, de cabeza, y llevo la Quaffle, ¿todavía cuenta como un tanto? Porque, de cabeza, la derecha es izquierda y la izquierda es derecha, y es difícil que…". Un par de veces, Sirius se asomó, con la intención de llevarles más dulces o algo más que se pudiese comer, y se quedó pasmado, intentando asimilar lo que había oído. Por lo general, se echaba a reír con los fragmentos de conversaciones, o fingía no haber escuchado nada.

Asistían a las mismas clases, iban juntos por los pasillos, y Harry continuaba ignorando por completo que estuviesen en diferentes Casas. No era una cuestión relevante durante el segundo año. No todavía.

Cuando llegaron las vacaciones de invierno, Sirius se aseguró de que hubiesen empacado bien sus baúles y tomaron la red flu personal del director. Salieron a la sala de una pequeña casa, en algún punto de la ciudad de Salem. Su padrino apreciaba la ironía de haber adquirido una propiedad allí.

Ya que a ninguno se le había ocurrido acomodar un espacio para Draco, Sirius decidió que dormirían en la sala, para ser justos, y contratarían un servicio mágico de limpieza después. Se pasaron las vacaciones entre mantas, campos improvisados de Quidditch en los pasillos, comida de restaurantes cercanos, y a los tres se les olvidó la parte de "limpieza" y "organización".

El día de navidad, Sirius los esperaba junto al árbol mágico que daba vueltas, vestido como Santa —había descubierto que la imagen que los no-maj asociaban a la fecha era divertidísima—, acompañado de pilas de regalos.

Harry todavía intentaba quitarse las manchas de tinta de una bomba de pintura metida entre sus obsequios, por la que su padrino pasó horas riendo, cuando notó que Draco se perdía en uno de los cuartos que no fueron utilizados en días anteriores.

Cuando se aproximó, lo vio sentado en la cama, frente al medallón que siempre cargaba encima. Le mostraba una proyección brillante de una mujer con la que hablaba en voz baja.

Harry cerró la puerta sin hacer ruido y se alejó, tan sigiloso como podía. Mantuvo a su padrino apartado del cuarto y distraído, hasta que Draco estuvo de regreso, momento en que Sirius propuso volar por el vecindario, cubiertos por amuletos de calor y hechizos desilusionadores. Se hubiesen negado, si otra bomba de color no hubiese provocado un estallido de tal magnitud que el servicio de limpieza pasó de ser un lujo a una necesidad. Terminaron volando por ahí, mientras un equipo más calificado se aseguraba de que su casa volviese a ser, bueno, una casa, y no un cuadro surrealista.

El segundo año transcurrió deprisa. Harry tenía un nuevo amigo y un compañero de travesuras, con el que le dibujó bigotes y arrugas a Sirius en el verano, mientras dormía, y le tiñó el cabello de un rosa chicle y azul celeste. Su padrino lució encantado, girándose en todos los ángulos frente al espejo y riendo a carcajadas. A pesar de que ambos niños huyeron después, los atrapó y sufrieron las consecuencias; Harry fue pelirrojo por todo el mes de agosto, Draco tenía el cabello de un verde musgo y no paraba de quejarse, con pucheros incluidos.

Durante el tercer año sucedió lo inevitable. Alrededor de marzo, Harry hizo estallar un caldero del mesón que compartían —Draco le daba lecciones antes de una prueba importante—, y el contenido los salpicó con brotes de diferentes tonos, convirtiéndolos en arcoíris humanos. Su compañero protestaba sin cesar. Él intentaba mostrarse culpable, pero le era difícil, porque resultaba mentira.

Pensó que Draco se veía lindo, así, enfurruñado y lleno de una poción de la que no podía recordar la utilidad. Muy lindo.

Draco preguntó por qué lo miraba con cara de tonto, y Harry sólo atinó a enrojecer y ponerse nervioso.

En el verano de ese mismo año, Draco se quejaba de que hacía calor cierto día. Los dos se encontraban tendidos en el suelo del cuarto que compartían —el que fue destinado a Draco se transformó en un almacén para artículos extraños de Sirius, que quería utilizar en sus clases—, comían unas paletas de sabores alterados con magia, que los dejaban tan frescos como si estuviesen a mediados de la primavera. De pronto, Harry tuvo una idea.

Había escuchado a Lindy hablar de algo llamado "beso indirecto". Él quería un beso, no importaba si era de esos.

—¿Puedo morder el tuyo? No he probado ese sabor…

Draco le dirigió una mirada confundida, frente a la que mantuvo una sonrisa que intentaba que no lo delatase.

—Estamos comiendo exactamente el mismo, Harry.

Cierto.

Aquello no salió bien.

Harry hundió el rostro entre sus brazos y se lamentó de su existencia por largo rato. Cuando alzó un poco la cabeza, notó que Draco se había recostado de lado, de manera que lo veía. Tragó en seco. Sentía que las mejillas le ardían.

—¿Y a ti qué te pasa?

Y como se trataba de Draco, tras una leve vacilación, tomó la decisión de contarle. Sabía que quería besarlo y sabía, en la teoría, por qué. En la práctica, era ligeramente diferente, por lo que balbuceó bastante, enrojeció más e intentó enterrar su rostro de vuelta a su escondite.

Draco jugaba con la paleta, sin más helado, dentro de su boca, mientras lo consideraba, en silencio. Harry lo observó por las rendijas que dejó, a propósito, entre sus dedos.

—Un beso. Bien —Se encogió de hombros, de repente. Se estiró y presionó los labios en su mejilla. Cuando Harry no hizo más que permanecer ahí, boquiabierto, Draco también se ruborizó, apartando la mirada—. Sé que no te referías a eso, pero, uh…

Se lo preguntó como un impulso, sentándose para quedar cara a cara de nuevo.

—¿Has besado a alguien?

Después de un instante, Draco negó. Harry se mordió el labio inferior y asintió para sí mismo.

—Yo tampoco.

A los dos les pareció aceptable que su primer beso fuese con el otro. Todavía no estaban muy seguros de cómo debía hacerse cuando escucharon los pasos ruidosos de Sirius, que se acercaba por el pasillo. Se apartaron enseguida, sin pensarlo.

Cuando su padrino se encaminó hacia la cocina, tras irrumpir sólo para avisarles que intentaría cocinar algo —se le daba fatal la magia culinaria—, estuvieron alrededor de dos minutos en un silencio absoluto, mirándose de reojo. Harry intentó armarse de valor para lo que debía decir, pero, para su sorpresa, Draco se le adelantó.

—Supongo que, uh, es algo que se practica.

—¿Besar? —Parpadeó, aturdido. Él asintió—. Supon- —Se calló y sonrió al entenderlo. Draco pretendió no tener idea de por qué reaccionaba así; no pudo evitarlo mucho, luego de que Harry se abalanzase sobre él, derribándolo en el proceso y riéndose.

Se besaron unas cinco veces, antes de que Sirius les gritase desde la cocina que fuesen a comer. Roces ligeros, después un intento fallido de prolongar el contacto.

Pasaron un rato con Sirius, aguantando la risa por una de sus historias sobre una broma que hizo dentro de la sala de profesores del colegio, y cuando este los mandó a su cuarto, alegando que iba a tener una importante conversación vía flu, no apta para cachorros, Harry cerró la puerta con cuidado detrás de ambos.

Aún les faltaba practicar un poco.

Cuando volvieron al colegio por el cuarto año, se amoldaron a una rutina caótica a la que ninguno se molestó en ponerle un nombre.

Algunos días, Draco se frustraba porque no se le grababan las lecciones que le daba para ayudarlo, usualmente de Pociones e Historia, y Harry ponía los libros a un lado y se lo compensaba con varios besos, en los que mejoraban con cada intento. Le juraba que prestaba atención a lo que decía y Draco se dividía entre reírse por su método para apaciguarlo o reclamarle por la distracción. Le encantaba cuando silenciaba sus protestas con otro beso.

Otros, Draco le daba un beso al final de los partidos de Quidditch, o sólo estaban recostados en la cama de alguno de los dos, cuando Harry decidía que quería estirarse hacia él, robarle un beso, y seguir con lo que fuese que hacía antes.

Pero, aunque reservasen estas muestras para cuando eran conscientes de encontrarse a solas, resultaban muy obvios el resto del tiempo. Como cuando Harry lo abrazaba tan fuerte que casi lo levantaba y hacía girar en el aire, frente a un avance de las clases de Animagia, los ramos de flores que le regalaba cuando se presentaba en un proyecto del club de arte dramático, o aquella ocasión en que llevó su bufanda, amarrada en la muñeca, como amuleto de suerte en un partido. Cuando Draco lo esperaba afuera del aula de las pocas clases que no compartían ese año, aguardando para que comiesen juntos, a pesar de haber salido un rato atrás, le leía en voz baja, ambos instalados en algún rincón del patio, o ese día en que le obsequió una pequeña pintura enmarcada, en que trabajó durante los ratos libres en el club.

Alguien se daría cuenta, incluso si no lo mencionaban.

Ese "alguien" fue Connor. Su amigo los acompañaba en una sesión de estudio en la biblioteca, misma en que Draco intentaba que comprendiese la importancia de la magia de los nativos americanos, y Harry sólo pensaba en lo bonito que era cuando el sol le iluminaba el cabello y ojos. Connor pasó un rato en silencio, pero de pronto, soltó un:

—¿Ustedes dos están saliendo o qué?

Ellos intercambiaron una veloz mirada. Como no tuvieron que dar ninguna respuesta hasta entonces, no estaban seguros de cómo reaccionar.

Connor los salvó cuando alzó las manos, en señal de paz.

—Hey, yo no juzgo. Es una pregunta —Sonrió, divertido. Ellos se encogieron de hombros.

—Algo así, supongo.

—Más o menos, sí.

—¡Genial! —Aplaudió y empezó a asentir con ganas—. Así no me tengo que preocupar porque Draco salga con una chica con la que yo quiera salir. Sería demasiado tonto pelearse con uno de ustedes dos por una…

Draco resopló.

—Como si me hubiese interesado por Lindy alguna vez.

—¿Quién habló de esa presumida? —Connor resopló—. Lindy es como otro chico. Ya- bueno, saben lo que quiero decir, no aplica en su caso pero…eso. Yo quiero salir con Elisa.

Elisa era una estudiante de sexto, que competía en las carreras de caballos alados, igual que él. El par se observó con obvia diversión y le desearon suerte. A veces era un ingenuo.

Connor se entretuvo hablando sin pausa acerca de cómo pensaba conquistar a la estudiante dos años mayor, que además tenía un novio que había sido admitido en la Academia de Aurores. Cuando Lindy se les unió, después de haber ayudado a su madre con algunos asuntos que le pidió, se detuvo en seco y la zarandeó.

—¡Harry y Draco están saliendo! —Le avisó, emocionado.

—¿En serio? —Ella no lucía sorprendida, mientras colocaba su bolso sobre la mesa y comenzaba a seleccionar los libros que utilizaría, zafándose de su agarre sin cuidado—. Eso está bien. Creí que tardarían más.

—¿Qué? —Harry la observó, boquiabierto.

—Creí que tardarían más —repitió Lindy, sonriéndoles con dulzura. Luego carraspeó y les indicó cuál sería el temario de las próximas semanas y por dónde recomendaba empezar, "porque es obvio que Harry ha estado en las nubes, Connor es Connor, y el único que sí ha estudiado todo este rato es Draco", en sus propias palabras.

Antes de comenzar el quinto año, de vuelta en la habitación que compartían en Salem —el cuarto que debía ser para Draco seguía ocupado, Sirius alegaba que a unos chicos no les hacía mal compartir el espacio a su edad—, se desvelaron conversando acerca del mensaje que Narcissa Malfoy le dio a su hijo, a través del comunicador del medallón. En Gran Bretaña había señales de una pronta guerra.

—Estoy seguro de que tu mamá prefiere mil veces que te quedes aquí, a salvo, alejado de todo eso…

Draco le contestó con un vago sonido afirmativo.

—Lo sé —Giró el rostro para observarlo y entrelazó sus dedos, despacio, en la escasa distancia que aún los separaba sobre el colchón—. Me gustaría ir a ayudarla, pero sólo la preocuparía.

—Va a estar bien.

—Claro que va a estar bien —Draco llevó a cabo un pretencioso gesto con la barbilla—, es mi madre.

Harry sonrió y le repasó con besos la línea de la quijada, arrancándole algunas risas, relajándole y causando que perdiese su actitud soberbia. Cuando lo notó más tranquilo, se tendió encima de su pecho, y preguntó qué pensaba hacer con respecto a las materias optativas, los exámenes, y si ya tenía una idea de qué carrera querría después.

Llegaron a la conclusión, cerca de las cinco de la madrugada, de que tanto si Harry se convertía en Auror, como si se hacía profesor, e independientemente de la decisión de Draco entre pocionista, o dirigir su propio teatro mágico —Harry le dio esta idea—, tendrían una casa en Salem. También aprendieron a reírse de la ironía de su ubicación.

El quinto año fue un borrón con preguntas de exámenes, y algunas discusiones absurdas que acababan en cuestión de minutos. Sirius celebró como nunca cuando ambos consiguieron la forma animaga completa en la misma clase, consiguiendo un permiso para sacarlos del colegio el fin de semana incluso.

Draco le decía que lucía como un terranova, pero Harry estaba convencido de que su forma animaga era, más bien, similar al Grim. Justo como el de su padrino. Draco, en cambio, adoptaba a un zorro blanco, hecho del que Sirius se rio por un rato, hasta que este le mordió el tobillo y le demostró que no importaba que su animal fuese más pequeño.

Algunos dirían que vieron a un perro negro, enorme, que correteaba por el patio ese día. Lo seguía un perro similar, que tenía echado sobre el lomo a un zorro, mismo que se negaba a perseguirlos por ahí.

A los quince años, Harry era una estrella del Quidditch, podía tomarse su futuro con calma, y tenía a un novio que nunca llamaba como tal, pero era más que claro para ambos el tipo de relación que llevaban. Sólo existía un insignificante detalle que podía traerles problemas más adelante.

Sirius no tenía idea de que sus dos "cachorros" estaban juntos.

Hoooola. El resumen de este es: cursilerías y momentos de papá Sirius /corazón, corazón.

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