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Capitulo 11

La cabaña de los Gaunt lucía vieja y abandonada, aunque probablemente no tendría mejor aspecto en el pasado, pues se notaba hecha con muy malos materiales. Remus y Apolo se quedarían afuera, resguardando el lugar mientras que Sirius y Artemisa ingresaban a la cabaña. La madera crujía bajo sus zapatos con cada paso que daban, Artemisa y Sirius llevaban las varitas alzadas.

—Tu ve a la cocina, yo revisaré la sala.—dijo Artemisa.

La cabaña solo tenía un piso y no era especialmente grande, Artemisa camino con precaución mientras que Sirius se iba a la cocina. Anduvieron cerca de una larga hora revisando todo sin tener éxito alguno.

—No hay nada en esta maldita pocilga.—se quejó Sirius golpeando el pie de la mesita de centro de la sala.

De pronto, la mesita se rompió, cuando al suelo con las patas rotas y haciendo un fuerte ruido. Sirius grito un "lo siento, fui yo" a los chicos, mientras que Artemisa miraba el piso de madera, donde una de las tablas se había soltado.

Se agachó con cuidado y levantó la tabla, mostrando una cajita de madera con las reliquias de la muerte dibujada en ella. Sirius contempló confundido el hecho de que ella se estremeciera, pero pronto volvieron a la caja.

Artemisa levantó su varita y murmuró algunos hechizos antiguos para cerciorarse de que este objeto no estuviera con algún hechizo de protección con magia negra. Una vez estuvo segura de que todo estaba bien, abrió la caja y frente a ellos se mostró el anillo de los Gaunt.

Ambos sabían que era ese, pues emanaba una gran aura oscura. El tipo de aura maligna que solo un horrocrux puede mostrar. Salieron de la cabaña y Apolo y Remus se giraron a verlos.

—Lo encontramos.—dijo Sirius alegremente.

—¿Tan fácil? ¿Sin ningún tipo de protección?—cuestiono Remus con el ceño fruncido y la desconfianza latente en la voz.— eso no tiene ningún sentido.

—No. En realidad tiene todo el sentido del mundo. Muy Slytherin, típico de el.—comento Apolo.

—¿A que te refieres?—pregunto Sirius.

—Nadie esperaría que el gran y temido todopoderoso Lord Voldemort dejaría uno de sus preciados horrocruxes en una cabaña sin protección alguna. De inmediato hubieran desistido en la idea, suena demasiado estúpido y muggle.—respondió Artemisa analizando el anillo a la luz de la Luna.— y por eso es un excelente escondite. Muy astuto de su parte, sinceramente. Nadie creería que con su repulsión a los muggles usaría un método tan poco mágico como lo es esconder algo debajo de la madera.

—Ustedes definitivamente son Slytherin también.—comento Sirius con una mueca.

—Yo si.—confirmó Apolo.— pero Arte es Gryffindor. El sombrero la seleccionó y todo.

—¿Fuiste a Hogwarts? Estoy seguro de que nunca te vi.—pregunto Remus sorprendido.

—Eso es porque realice mis estudios mágicos únicamente con Dumbledore cuando tenía siete años y me gradué de mis EXTASIS a los nueve años con solo E. Me pusieron el sombrero seleccionador por mera formalidad para mi título y también porque Dumbledore tenía algo de curiosidad. —explicó Artemisa.—Muy bien, basta de charlas. Les recomiendo que se hagan muy para atrás.—dijo volviendo a entrar a la cabaña.

En otra situación, Sirius y Remus preguntarían el porqué de su comentario, pero la verdad es que habían aprendido a mejor no cuestionar las decisiones de Artemisa, por lo cual obedecieron y junto a Apolo se refugiaron unos metros alejados de la casa, escondiéndose entre unos árboles.

Contemplaron a Artemisa volver a salir de la cabaña y está camino hacia ellos, parándose entre Apolo y Sirius. Levantó su varita en alto y pronunció:

—¡Fuego Maligno!

Un enorme dragón de fuego salió de la punta de su varita y se lanzó contra la casa, comenzando a incendiarla. De pronto se provocó una gran explosión que los hizo caer al suelo, la magia del horrocrux intentaba protegerse a sí mismo del fuego, pero era imposible. Contemplaron aquellas explosiones de magia cerca de unos veinte minutos hasta que el fuego desapareció del todo y no se encontraba ya ningún vestigio de magia.

—¿Para que has quemado la casa?—pregunto Sirius.

—El fuego maligno o tambien llamado fuego demoníaco es una maldición que genera un fuego mágico de, como han podido contemplar, tamaño y calor descomunal, es pura y meramente magia oscura en su mayor expresión. Usualmente es usado para perseguir seres vivos a pesar de que en realidad no tiene conciencia y solo pueden utilizarlo magos muy experimentados...especialmente experimentados en magia negra, como yo. Es una de las pocas cosas que pueden destruir un horrocrux.—explicó Artemisa y Apolo chiflo.

—Conocía eso, que servía para destruir horrocruxes.—admitió Apolo.— pero sinceramente jamás consideré el utilizarlo para la misión debido a su naturaleza intrínsecamente peligrosa. Que bueno que si sabes controlarlo, Arte, ¿Cuánto tiempo llevas practicándolo?

—Es la primera vez, por eso les pedí que se alejaran.—admitió.

—¡Pero dijiste que...!—Remus la miró exaltado.

—Dije que se necesita un perfecto control y conocimiento de la magia negra, tal como yo, no que ya lo haya usado. —replicó con una sonrisa burlona— Ahora sabemos que se me da bien, vámonos. Aún tenemos otros dos horrocruxes y más le vale a ese infiltrado que ya tenga la información.

—¿Porque? ¿Ya quieres volver con James?—la pico Sirius con sorna.

—Ya dime quien mierda es James.—masculló Apolo entre dientes, notablemente molesto.

—Vámonos o les lanzare el fuego maldito a los tres.—amenazo Artemisa.

—¡¿Y yo que hice?!—exclamo Remus.

—Ser amigo de ese idiota.—señaló a Sirius.

—¡Hey! ¡Te voy a acusar con Harry!—se quejó el nombrado.

—¿Desde cuando carajo sales con tantos hombres?—pregunto Apolo con fastidio.

—¡Fuego...!

—¡NOOOOOO! ¡YA VAMOS!

(...)

En Godric's Hollow, el pequeño Harry Potter se levantó de la cama y miró a su padre, quien dormía a lado suyo. Con cuidado y tratando de no hacer mucho ruido, se bajo de la cama y camino hasta el buró, donde reposaba un portarretratos.

Este tenía una foto de Aria, Dumbledore y Artemisa. Harry no lo sabía, pero esa era la única foto existente de Artemisa y por esa razón Aria había sacado un duplicado y le dio uno a James.

—Mami...estaño...—balbuceó con dificultad, poniendo su manita sobre la fotografía de Artemisa, quien no sonreía pero se notaba tranquila y relajada.

De repente, una pulsera de plata que Artemisa le había puesto a Harry y le prohibido a James quitársela, brillo en la muñeca del niño, quien no se dio cuenta por seguir viendo la imagen.

—mami ate...mami...—murmuro el niño, acostándose en la alfombra del cuarto, abrazando la imagen y cayendo en un profundo sueño.

Lo que Harry no sabía, es que desde otro lugar muy lejano, Artemisa se tocaba su collar de Luna con un sentimiento de tristeza. Había conectado su collar a la pulsera de Harry para sentir si entraba en peligro, pero también podía sentir lo demás, en este caso, tristeza y desolación.

—Aguanta un poco, volveré pronto, pequeña snitch.—susurró Artemisa. —Te lo prometo.

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