Capítulo 8
-Majestad... esta ladrona robó de las reservas encargadas para el palacio y golpeó a dos oficiales.
Me lanzan al suelo con brusquedad hasta dejarme de rodillas y con las manos encadenadas tras mi espalda, me obligan a levantar la mirada estirándome del cabello. Solté un quejido mirando fulminante por el rabillo del ojo a los guardias.
Solté un resoplido de resignación antes de desviar la mirada al frente, para ver al Rey pero abrí los ojos par en par a notar quien estaba a su lado... Era Aren. Vestía ropa tan cara y fina, con joyas aún más caras, estando a lado de los demás príncipes.
Me quedé mirándolo al igual que él a mí pero con preocupación y miedo por lo que fueran a hacerme. Con un gesto del rey los guardias me suelta y se apartan retrocediendo. Respiraba entrecortadamente por todo lo que estaba sintiendo ahora.
Escuché al rey acercarse con su cetro y con la punta de este en mi barbilla levanta mi cabeza.
-Que pena.... Por si no lo sabes, el castigo por lo que has hecho debería ser la ejecución.
Mi corazón se acelera del miedo y pude ver el mismo sentimiento el Aren.
-Aunque... sería un desperdicio matarte, a una cara tan linda... -menciona moviendo mi rostro con el cetro.
Yo quité mi cabeza, alejándola de su cetro y apretando los dientes con molestia. El rey se me queda mirando un buen rato, parecía estar pensando en algo. Sentí de inmediato un mal presentimiento.
-¿Señor?
-Déjenla en mi alcoba, que las sirvientas la preparen... debemos enseñarla a no robar al palacio.
De inmediato me agarran por ambos brazos y me obligan a levantarme.
-Dejenme ir. No sabía que eran las reservas del palacio ¡Suéltenme! -forecejeé.
-¡Silencio! ¡No actúes de esta forma frente a Su Majestades, maldita rata!
-Esperen... -el rey se me acerca de nuevo y sujeta el dije de mi collar en su mano para observarlo-. Es lindo y costoso... ¿De dónde lo sacaste? ¿Lo robaste a caso?
-No lo toques. Es mío, me lo han regalado. No lo robé. Suéltalo.
-¿Cómo te atreves a hablarle a sí a su Alteza? ¡Insolente!
Apreté los dientes y forcejeé de nuevo pero me contuvieron con fuerza hasta que el Rey aprieta mis mejillas con una mano y levanta mi rostro.
-Deberás controlar mejor ese lenguaje tuyo, jovencita... Pero no te preocupes; para cuando termine contigo no volverás a hablarme de esa manera -su sonrisa encendió todas mis alarmas, sentí un escalofrío recorriendo mi espalda.
-Padre...
Todos miramos hacia Aren cuando se había adelantado un paso, sus hermanos lo miran confundidos pero se detuvo y agachó la cabeza con solo ver la mano levantada de su padre. Me sentí tan... decepcionada, pero aún así no dije nada.
-Es todo, llévensela -ordena el rey.
Los guardias comenzaron a jalarme. Me sacaron de la sala del trono y me guiaron por todos los pasillos hasta una habitación muy grande y digna de un rey como este. Me tiraron al suelo y se fueron pero a los segundos entraron unas mujeres del servicio quienes me hicieron dar un baño y ponerme mejores ropas.
-¡Ya suéltenme!
Aparté a todas para levantarme y hacer que dejaran de maquillarme. Ellas iban a insistir hasta que la puerta se abre y entra el rey. Me mira y no esconde su media sonrisa.
-Es todo, váyanse -ordena.
Las mujeres hicieron una reverencia antes de irse casi corriendo de la habitación.
-¿Por qué estoy aquí? ¿No piensa matarme por lo que hice?
Él se me acerca y mi instinto me hizo retroceder para así alejarme de este hombre que todo él gritaba peligro.
-Como dije... sería un desperdicio matar a alguien tan linda como tú. Aunque, todo dependerá de lo que hagas a continuación.
Apoyé mis manos contra la mesa que tenía atrás de mí y volteé mi cabeza a un lado mientras él se me acercaba. Acarició mi mejilla pero yo agarré su muñeca para detenerlo.
-Aléjese de mí. No me toque.
Él me agarra la muñeca y hace que lo suelte.
-Será mejor que te comportes y comiences a ser más delicada... si no quieres que tu madre pague por tus acciones.
-No se atreva a tocar a mi madre -lo miré rápidamente y vi la sonrisa en su rostro.
-Podelos hacer un trato si es lo que quieres... -se sienta en uno sofá-. Puedo hacer que el mejor doctor atienda a tu madre y la mantenga con vida, y lo más probable... que la cure.
Eso llama mi atención, sentí una gran esperanza creciendo en mí. Me acerqué atenta a lo que decía.
-Pero tú... tienes que pertenecerme solo a mí.
Eso arruinó todo, dejé de escuchar y retrocedí frunciendo el ceño.
-No -dije decidida-. Jamás lo haré. No le perteneceré a alguien como usted, nunca.
-Entonces... -se levanta y se dirige a la puerta.
Unos guardias entran y me agarran por los brazos para jalarme de nuevo y hacerme caminar.
-¡¿Qué hacen?! ¡¿A dónde me llevan?!
Cruzamos pasillos y bajamos escaleras hasta salir del castillo y quedar frente a una gran multitud de nobles. Pero abrí los ojos de par en par y salté en mi lugar.
-¡Mamá!
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