• CAPÍTULO 78 •
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78. Adiós, mi león.
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Cuando el año nuevo pasó, todavía los días estaban muy fríos y la nieve estaba esparcida por las calles y veredas de la ciudad de Londres, Nina no fue a Devon para las fiestas, pero el Callejón Diagon la había albergado allí los últimos días antes de partir.
Había disfrutado de la navidad junto a sus padres y del año nuevo con la familia de Fred. Durante todo el tiempo tuvo que hacer vista gorda y fingir una sonrisa enorme cada vez que hablaban del compromiso de ambos magos, la bruja veía la sonrisa deslumbrante de su novio y el corazón se le hacía pequeño dentro del pecho.
Sus padres estaban emocionados después de todo, John había tenido una larga charla con Fred y hasta que se convenció de que no habían motivos como un embarazo, se permitió bajar su guardia de padre sobreprotector.
Sin embargo ambos querían privacidad y pronto vieron la manera de huir de las miradas públicas y crear su propio mundo dentro de la habitación de Fred.
Eran los últimos días en los que podrían disfrutar juntos.
Aunque el pelirrojo no lo supiera...
Aquella mañana era la última, se suponía que durante la tarde tenía que volver a la estación de Kings Cross, sólo que ella tenía otro destino y otras responsabilidades que afrontar.
Sintió los dedos del pelirrojo recorrer su espalda desnuda y los labios de este buscando su cuello cálido.
Ya había llorado demasiado y no podía permitirse seguir. Fred sospecharía y eso pondría en peligro cualquier plan que estuviera urdiendo.
Percibió el cuerpo del pelirrojo pegado a su regazo, acariciando su piel. Ella fue quien tomó la iniciativa en ese momento, se volvió y de pronto estaba trepada sobre él, con su frente pegada a la del joven. Fred contuvo un gemido y cerró los ojos cuando notó que sus cuerpos estaban conectados y empezaron a moverse al unísono.
Solían decirse frases algo morbosas y sensuales cuando estaban juntos.
Sin embargo esta vez estaban aprovechando de sus silencios y de sus gemidos, estos expresaban más que cualquier oración o mención de lo que sentían. Estaba recién amaneciendo y sus labios eran una especie de fuego en expansión.
Nina sintió su respiración agitarse cada vez que este profundizaba en su cuerpo y Fred sentía que el corazón le latía con fuerza por debajo de la piel, paseando sus manos por las líneas del contorno de la bruja, ambos acariciaron la extensión de sus cuerpos y llegaron al extasis al instante en que no pudieron controlar la tensión y el fuego que se desencadenaba entre ellos cada vez que se unían y compartían íntimamente.
—Guarda todo esto en tu memoria, porfavor —siseó Nina mientras su respiración se acompasaba nuevamente después de llegar al clímax —, no olvides nunca todo esto.
Fred sonrió y frunció el ceño con algo de extrañeza.
—¿Por qué habría de hacerlo? Te tengo grabada a fuego —murmuró mirándola con adoración mientras su pecho se regulaba en una respiración pausada —, ni con un Obliviate podría deshacerme de estos recuerdos.
Nina se acostó sobre las sábanas y se cubrió con las mantas, sintiendo el aroma de la piel del pelirrojo, besando su torso, mientras acariciaba su cabello anaranjado y suave.
—¿Por qué no te quedas acá?
Esta vez fue Nina quien lo observó con un aire de preocupación. Fred jamás había demostrado preocupación exhaustiva por la situación del Reino Unido, no obstante ahora se percibía nervioso y desconfiado.
—¿Por qué lo dices?
—Porque quiero que hagamos el amor todas las noches —siseó con una expresión pervertida.
Ambos estallaron en carcajadas en ese instante. El particular humor de Fred siempre lograba animarla, por más que hubieran tribulaciones y tormentas en su mente.
—No sabía que eras un poeta, Fred Weasley.
—No, hablando en serio. Creo que podrías retomar el curso el próximo año, sé que eres el premio anual y todo lo que implica —explicó —, pero todo está muy difícil, todo lo que está pasando en Hogwarts, el señor tenebroso, la guerra, se avecina un complot importante por parte de la Orden contra Snape, quieren cazar un grupo importante de mortífagos y claramente todo repercute en Hogwarts. Quisiera poder protegerte si es que llegase a haber una batalla, la guerra sin cuartel está a punto de estallar.
Nina se acomodó sobre él y besó su mejilla.
No podía quebrarse en ese momento.
—Voy a estar bien, te lo aseguro. No es como que no sepa defenderme en un duelo. Sabes perfectamente que sé muy bien como lanzar maldiciones.
—Sí, eso no es lo que me preocupa. Me preocupa aquello que nos acecha y que prácticamente nos es imposible escapar. No quiero que nadie vaya a hacerte daño y no poder estar para protegerte —murmuró dejando tras ella un mechón qué estaba suelto sobre su rostro.
—Fred, no debes preocuparte en este momento por nadie más que no seas tú. En estos tiempos la prioridad debes ser únicamente tú.
—Sabes que suelo preocuparme mucho más por quienes me importan. No puedo evitarlo.
La conversación fue cortada por unos leves golpecitos en la puerta. Solían conversar perdiendo la noción del tiempo, ambos magos tenían opiniones interesantes con respecto a muchos temas y solían dejarse llevar por la plática cada vez que entraban en un tema en profundidad.
—Asumo que no se puede entrar —murmuró George con algo de sarcasmo— ¿piensan dejar de coger en algún momento? ¿Volverás al castillo, cuñadita? ¿Piensan comer?
Nina se enderezó y comenzó a vestirse con una sonrisa nerviosa en el rostro. Fred por su parte se notaba algo molesto por la repentina interrupción de su hermano.
—¿Y tú piensas dejar de arruinar polvos en algún momento, hermano?
La carcajada burbujeante de George resonó en la lejanía mientras bajaba las escaleras.
—Creo que tiene razón —murmuró Nina—, debo arreglarme, voy a encontrarme a Pansy en un rato.
Fred frunció el ceño, pues creía que podría llevarla hasta la estación. Sin embargo debido al comentario de la bruja pudo deducir que esta tenía otros planes.
—No necesitas que te acompañe.
—No te preocupes, sé que tienen muchos envíos por empacar. No quiero que te preocupes, además Pansy necesita contarme unas cosas sobre Blaise —mintió —, al parecer pelearon y quiere ir por un café antes de que volvamos a verle en el tren.
Fred asintió observando la forma en que ella se vestía. Quería por una razón que aún no sabía, recordar todas y cada una de sus líneas, la forma en que los lunares se acomodaban en su piel, en que sus dedos largos abrochaban sus botones, en que sus labios se fruncían al terminar de aplicar su lápiz labial.
—Luces hermosa...
Fred no entendía el porqué de su tono sombrío, su corazón comenzó a colocarse algo intranquilo y no entendía porque su piel estaba emitiendo destellos de adrenalina.
Ella correspondió a su mirada a través del reflejo en el espejo del cuarto de baño que había dentro de la habitación. Sintió el nerviosismo latente mientras se aplicaba máscara de pestañas, por lo que tuvo que desviar la mirada.
¿Era posible que él sintiera su incomodidad?
Nina sentía como si su rostro la estuviera delatando, sus pensamientos estaban gritando que iba a huir y dentro de sí ella añoraba que Fred se enterara y la detuviera, que sembrara la confianza que en ese momento no sentía y que le dijera que inventarían un plan, que todo estaría bien y que no sería necesario separarse e ir directo hacia un abismo que encima era sin final.
—Te amo, Fred —siseó ella cuando estuvo lista.
—¿Te había dicho que luces hermosa? —le volvió a mencionar mientras acarició su nariz con la suya con delicadeza.
—Exactamente hace menos de cinco minutos —declaró ella con una sonrisa llena de melancolía.
Fred la tomó por los hombros y la miró con ojos de súplica.
—¿Enserio todo está bien? ¿De verdad no necesitas que vaya a dejarte a Kings Cross?
—De verdad, estoy bien y llegaré bien— siseó —, no tienes nada de lo que preocuparte.
Fred suspiró derrotado y comenzó a vestirse; por un segundo creyó que podría persuadirla, convencerla de quedarse junto a él. A sus ojos no era nada terrible perder un año, Nina era brillante e incluso sin estar graduada estaba seguro de que conseguiría hacer las pasantías de auror que era lo que ella más quería.
Quizás ella lo veía de otra manera y perder un año sólo les sucedía a quienes tenían dificultades para aprender. Sin embargo él tenía aquella estúpida manía de querer protegerla del mundo aunque sabía a la perfección de que era muy capaz de cuidarse sin la ayuda de nadie.
—Bien, creo que mi plan pervertido no fue lo suficientemente sucio como para convencerte —farfulló fingiendo indignación.
—Créeme que no estás siendo justo. Tengo que luchar contra mis más bajos instintos para no aceptar tus propuestas indecorosas— terció fingiendo una sonrisa que realmente no logró llegar hasta sus ojos.
Ambos bajaron las escaleras y en ese momento en que Fred iba delante de ella sin verla era el indicado como para que pudiera sacar la varita y darle con todo a un hechizo de memoria.
¿Realmente sería lo suficientemente buena como para hacer que Fred olvidara ciertas cosas?
¿Podría modificar sus recuerdos para conseguir que su propia mente no le llevara por un camino que lo pondría complemetamente en riesgo?
Definitivamente lo intentó, pero a penas sintió los dedos en la varita titubeó. Sabía a la perfección que estaba por entrar en las fauces de las víboras venenosas, y tenía claro que le pedirían una caótica iniciación y estaba dispuesta a hacer lo que le pudieran con tal de ganarse su confianza.
No obstante la mano le temblaba a la hora de poder conjurar un hechizo en contra de Fred.
Pues era obvio, ella no quería que él la olvidara, ni a su amor, ni a todo el vínculo que llevaban años cultivando. Era egoísta, mucho; porque sabía a la perfección que él la buscaría por cielo, mar y tierra cuando se enterara se lo ocurrido.
O quizás no.
Quizás su corazón estaría enterrado por el dolor de la traición que su pecho sentiría al saber lo que realmente era.
En lo que se habría convertido.
No podía esconderlo durante mucho tiempo. Eso lo sabía y era parte de todo el paquete que implicaba el marcharse.
—¿Por qué tienen esas caras de funeral? Enserio sí son raros. Van a verse el fin de semana que viene o a lo más en dos semanas —recalcó George—. No es como que vayan a morir por no verse en diez días —dijo en tono burlón.
—Eso lo dices porque no estás enamorado— refutó Nina —ya quisiera yo estar todo el tiempo con tu hermano. Sólo que a ustedes se les ocurrió volverse empresarios y eso demanda demasiado tiempo.
Escuchó las risas y las burlas de ambos gemelos y cerró los ojos por unos segundos, concentrándose en la burbujeante risa de Fred. Sin duda era uno se sus sonidos favoritos en el mundo entero.
No podía aplazarlo más.
Tenía que irse.
Draco la esperaba.
—Bien, pelirrojos —habló después de tomar una gran bocanada de aire para darse valor —. Debo irme, me esperan.
Nina se acercó a George y le abrazó con fuerza, sabía que la cordura de Fred estaba en sus manos a partir de ese instante, a partir del segundo en que ella pusiera un pie fuera del local.
—Cuida de Fred— dijo con algo de desesperación.
—Por supuesto, te recuerdo que le conozco desde antes de que te conociera a ti — dijo con el sarcasmo característico de su voz.
Después de eso se quedó abrazada a Fred como si pretendiera que sus cuerpos se fusionaran en uno solo. Nina estaba totalmente enamorada de él, no por nada estaba dispuesta a todo con tal de salvarle; pero aún era demasiado joven como para aceptar sin cuestionar nada los estúpidos azares del destino.
¿A qué mente maquiavelica se le ocurría querer dividir el camino de dos personas que claramente eran la una para la otra?
Dejó que los labios de Fred fueran un bálsamo para el dolor que en ese instante desgarraba su corazón, pero por más que quisiera quedarse allí, tenía que apartarse pues las lágrimas amenazaban con caer de sus ojos.
—Te amo ¿sí? —le susurró con profundo amor —, te amo demasiado, Fred Weasley.
—Y yo a tí, amada Nina.
Dicho esto caminó hacia la puerta de Sortilegios Weasley, giró la manilla, echó una mirada atrás una vez más y después se encaminó, haciendo sonar las campanillas de la tienda.
Ese instante fue el momento exacto en que el corazón de Nina Illich se rompió un poco. No sabía si por completo, pues estaba segura de que a partir de ese instante la vida no sería como la conocía.
Fred la vio alejarse, mientras su corazón cargaba un peso que de pronto se colocó en su pecho de manera inexplicable.
—¿Todo bien? —preguntó George, quien había decidido ignorarlos por un rato para concederles algo de privacidad.
—No lo sé, George. No lo sé —susurró Fred.
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Segundos después las campanillas sonaron al abrirse la puerta en Borgin y Burke, una tienda de magia oscura metida en el callejón Knockturne.
El rostro de Draco salió de entre las sombras al ver la silueta de su mejor amiga entrar en aquel sitio de mala muerte. Se acercó rápidamente a ella para cobijarla entre sus brazos, pues de inmediato notó la forma en que los músculos de la bruja se contraían al intentar contener el llanto desbocado qué llevaba dentro de su pecho.
—No sabes cómo lo siento —le susurró al oído.
En efecto.
Draco sentía que había arruinado la vida de una de las personas que más amaba en la vida.
Eso jamás se lo perdonaría
Y si el destino decidía que sobreviviría a la guerra tendría que aprender a vivir con el hecho de haber orillado a Nina completamente a la oscuridad.
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