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CAPÍTULO PRIMERO

Mientras Isaac ponía al tanto a su esposa de lo acontecido en el día, Sarah escuchaba la conversación sin prestar atención. Sentada en la mesa, esperaba que Esther repartiera la comida; el día había avanzado sin darse cuenta y era ya mediodía, hora de comer. Colocando una cazuela de barro en el centro de la mesa, Sarah cogió una hogaza de pan que esa mañana había visto cocer a Esther entre las cenizas del fuego y esperó a que le sirvieran.

Cuando Isaac se sentó en su sitio habitual y observó el semblante alicaído y abatido de la joven, frunció el ceño; la tristeza que se entreveía en la mirada perdida y los ojos apagados de Sarah lo decían todo. Esa joven parecía estar muerta en vida.

Esther sirvió primero a su esposo y cuando observó que no empezaba a comer, desvió la vista hacia donde él miraba y al instante, descubrió la razón.

-¿Sarah, os sucede algo? -preguntó Esther.

Sarah suspiró sin ser consciente de la pregunta de Esther, ni de la preocupación de los ancianos. La noche anterior, había llorado en silencio sobre su camastro, para no despertar al matrimonio. Estaban mayores y no quería que sus parientes se afligieran o se apenaran por el terrible conflicto interior por el que estaba pasando, pero los ojos le escocían después una larga noche de insomnio y la fatiga por no haber dormido bien, estaba pudiendo con ella. No tenía ni pizca de ganas de comer.

Isaac realizó un movimiento negativo con la cabeza para indicar a su esposa que la joven ni se había percatado. Así que, sentándose enfrente de ella, Isaac intentó llamar de nuevo su atención cogiendo la mano de la muchacha.

-¿Sarah?

Sarah levantó entonces la cabeza y contempló cómo Isaac aferraba su mano. Saliendo de forma repentina de su ensimismamiento, se avergonzó.

-Lo siento, me he quedado embobada, Isaac. ¿Me preguntabais algo?

-Sí, pero primero comed; Esther ha estado toda la mañana preparando la comida como para que se desperdicie -mirándola detenidamente, Isaac susurró las siguientes palabras-. Creo que hay algo que os preocupa en demasía y que no nos habéis contado, ¿estoy equivocado?

La callada respuesta de Sarah confirmó lo que Isaac tanto se temía.

-Sabed que aquí, estaréis a salvo. No debéis preocuparos por nada.

-No se trata de eso Isaac... -declaró Sarah.

-¿Y de qué se trata pues? -preguntó con dulzura Esther.

Sarah clavó su mirada en ambos y bajando el rostro tardó en contestar.

-De todo...

-¿Y qué es eso <<todo>> que tanto os preocupa?

Sarah se tapó con las manos el rostro, incapaz de expresar sus sentimientos, sus dudas y sus temores.

-Tengo miedo, Isaac. No quiero acabar como mi padre. Tengo miedo a morir... Creo que soy una cobarde.

Esther, apenada apenada por aquellas palabras, se sentó al lado de la joven y le pasó el brazo por encima de los hombros intentando consolarla.

-Y encima, cada noche revivo la angustia de su muerte. Han pasado más de tres meses y sigo echando de menos a mi padre, mi casa, mi vida...

-No podemos evitar sentir miedo y más en estos tiempos tan inciertos donde nuestra gente abandona la tierra que nos vio nacer. Tendríais que ser de piedra... -contestó Isaac mientras un prolongado silencio se cernía entre ellos-. Cuando vuestro padre asumió la labor de curar a esos dos hombres, sabía el riesgo que corría. Nunca debió hacerlo, por lo menos debió pensar en vos -dijo Isaac.

-Mi padre no hacía distinción entre judíos, cristianos o musulmanes. Nunca dudó en curar a toda esa gente y yo, apoyaba su decisión...

-Lo sabemos y eso lo honraba, pero el Santo Oficio no pensaba igual y vuestro padre, era consciente de ello.

Sarah no continuó hablando.

-Debéis asumir las obligaciones que habrá en vuestra vida de aquí en adelante -aseguró Isaac-. Porque no basta con que el Concejo os haya permitido quedaros en la villa, además debéis aparentar que estáis feliz por ello.

-¿A qué os referís? -preguntó Sarah.

-Sé que es demasiado pronto para que asumáis tantos cambios y máxime, cuando todavía estáis sumida en vuestro dolor, pero debéis aprender a convivir con su ausencia y aceptar los ritos cristianos. Los vecinos de la villa deben veros contenta porque si mostráis flaqueza o cometéis el más mínimo error que haga dilucidar a los que más se oponen a nuestra presencia, de que no os habéis arrepentido realmente de abandonar nuestra fe, acabaréis en el cadalso como vuestro padre.

-¿Por qué decís eso? ¿A qué ritos os referís? -preguntó Sarah.

-Veréis..., desde que fuimos bautizados, intentamos convivir como verdadero cristianos, pero no creas que somos aceptados. Una cosa es ser aceptado como un igual y otra, ser tolerados. Y es precisamente ahí, donde no podemos flaquear. El Concejo esperará ver una verdadera conversión. Deberéis aprender las leyes que rigen los ritos cristianos como ir a misa los domingos; por si no os habéis dado cuenta, en nuestro hogar ya no hay dos fuegos encendidos...

Clara comprendió.

-Si eso es lo que os preocupa, no malgastéis vuestras palabras. Estoy dispuesta a cumplir todos los preceptos cristianos. No os pondré en peligro.

-Gracias, hija. Sé que no nos defraudaréis. Debéis convivir con vuestra pena entre estas cuatro paredes, pero cuando salgáis de aquí y estéis frente a uno de nuestros vecinos, vuestra alegría debe ser palpable para estas gentes. Tienen que comprobar que en verdad aceptáis de buen grado su fe. Solo así, podremos convivir sanos y salvos lo que nos quede de vida.

-No hace falta que prosigáis, Isaac... lo he comprendido.

-Era necesario, muchacha. Como comprobarás, mi esposa y yo somos muy mayores. Nuestras piernas ya no están para emprender una nueva vida. Tu desgracia sería la nuestra si tu desfallecieras... Y tu pena, es la nuestra, aunque creas que puedes engañarnos por permanecer en silencio.

Sarah levantó la mirada hacia ambos y aferrándose al abrazo de Esther, se sintió querida por momentos.

-En verdad, no es necesario que continuéis. Os prometo que nadie os reprochará nada de mi comportamiento y en cuanto a mis sentimientos, deberéis darme tiempo, me temo. Aun así, honraré vuestra casa y os estaré siempre agradecida por haberme dado cobijo en estos momentos tan difíciles.

-Gracias, Sarah... Estamos encantados de que te encuentres entre nosotros -exclamó Esther con lágrimas en los ojos.

-Comamos ahora entonces y hablemos de cosas más agradables -terminó Isaac por decir.


A la mañana siguiente, apenas había amanecido cuando Sarah acompañada por Isaac, subía por las empinadas callejuelas que iban a parar al pequeño negocio donde vendía aceite. El hombre le había hecho un pequeño hueco en su negocio y los vecinos habían empezado a acudir a por sus remedios para sus dolencias desde que supieron de la presencia de Sarah entre ellos.

La noche de su llegada a Segura, la oscuridad impidió contemplar con detalle la espectacular belleza del paisaje donde se hallaba suspendida la villa. Arropada entre bosques centenarios de pinos, encinas, avellanos o acebos entre otros, el castillo encaramado dentro de la fortaleza parecía suspendido en lo alto de las cumbres salvaguardado contra cualquier amenaza que pudiera amenazarlo. Desde lo alto, podía entreverse la niebla que cubría las enormes llanuras y valles de olivares que conformaban aquellas tierras y que durante siglos habían sido trabajadas por los campesinos. Esther, le había contado que en tiempos antiguos, los musulmanes que habían habitado en ella la habían llamado <<Shaqūra>>, así como los romanos <<Secura>>.

Si no hubiese sido por la pena que la embargaba, habría disfrutado de las vistas.

-Desde aquí, la villa parece bastante segura -susurró Sarah al hombre.

-No creo que haya lugar más inaccesible que este, o por lo menos, mis ojos no lo han visto. La muralla rodea todo el castillo y aunque los moros hicieron varios intentos de perpetrar en su interior varias veces, nunca han conseguido hacerse con la fortaleza desde que yo tengo uso de razón.

-¿Hay muchos soldados dentro de la villa, Isaac?

-No tantos como debiera pero pronto, sí que los habrá. Por lo que la gente murmura, el nuevo Adelantado tomará el mando de la fortaleza.

-¿Un nuevo Adelantado? -preguntó Sarah mientras a su mente venía la imagen de don Rodrigo.

Desde que abandonó Úbeda y realizó el largo periplo hasta llegar a Segura, no eran pocas las veces que el recuerdo de aquel hombre había invadido su mente. Las largas horas pasadas a su lado, velando por su salud, habían dejado una impronta en ella difícil de borrar. El carácter apacible y culto del cristiano, los había llevado a sostener largas y amenas conversaciones mientras el hombre convalecía postrado. Y luego, recordaba sin parar una y otra vez aquel largo instante en que sus miradas se habían detenido una en la otra. Sintiéndose culpable, había deseado infinidad de veces estar libre de ataduras religiosas y morales, que le permitieran poder elegir la persona con quien compartir su vida; y que más que una imposición por sus familiares, hubiese sido un derecho propio. A veces, deseaba no haber nacido con esa inteligencia de la que tanto hacía gala su padre que había heredado de él. Odiaba desear lo que nunca podría tener porque por primera vez, se había enamorado en su vida y mucho se temía, que sería la única. La mujer que se desposase con don Rodrigo sería afortunada, en caso de que llegase a desposarse alguna vez, porque el adelantado era un hombre religioso y de armas.

-¡Sarah!

La joven volvió la vista hacia Isaac.

-¿Continuamos? Te has quedado pensativa...

-Lo siento, Isaac. Me ha sorprendido la belleza de este paraje. ¡Es maravilloso este lugar!

-¿Si, verdad? Por eso, mis viejos huesos no quieren salir de aquí. Amo esta tierra que me vio nacer.

Sarah dejó vislumbrar el asomo de una ligera sonrisa, comprendiendo a la perfección lo que Isaac sentía.

-¡Vamos, Isaac! Me temo que le estoy haciendo perder el tiempo. Debe de haber gente esperándonos en la puerta ya.

Los primeros días de empezar a trabajar junto a Isaac, Sarah comprobó que un número inesperado de clientes se acercaban hasta el lugar para comprar el aceite de Isaac. Por lo visto, era muy apreciado por aquellos contornos.

-¡Estoy sorprendida, Isaac! Para ser una villa tan pequeña, no esperaba que tanta gente viniese hasta aquí a comprar su aceite.

-Ya os habréis dado cuenta que no solo comercio con aceite para comer; es mi otro aceite, el que más éxito tiene.

-Sí, ya lo veo.

-¿Desde dónde viene toda esa gente? Hoy, no hemos parado.

-Y casi siempre es así.

-No lo hubiese imaginado...

-Bueno, casi todos ellos proceden de tierras castellanas, aunque en los últimos tiempos, hay comerciantes que vienen desde el vecino Reino de Murcia.

-¿Desde tan lejos?

-Me temo que sí y creo que mi suerte se haya unida a una leyenda que un físico se ha encargado de difundir por esas tierras.

-¿Qué leyenda, Isaac? Estoy intrigada.

-Hace unos años, un físico llegó hasta la villa para ofrecer sus servicios. Un día se acercó hasta aquí buscando un remedio y terminó comprando un poco de ese aceite -dijo Isaac señalando una gran tinaja enterrada en el suelo-. Unos meses antes lo había aromatizado con hierbas que Sarah y yo cogimos del monte. El físico, las empezó a utilizar para realizar sus friegas y me temo que el éxito en la cura de los convalecientes les llevó a creer que se trataba de un aceite prodigioso. Desde entonces, cada año, el físico manda a alguien hasta aquí para llevarse mi famoso aceite. La voz se corrió por aquella zona y por suerte, me hace obtener los ingresos suficientes para que ni a mi esposa, ni a mí, nos falte un trozo de pan que llevarnos a la boca.

-¡Cuánto me alegro de escuchar eso, Isaac!

-¡Gracias, muchacha!

-¿Podéis mostrarme el aceite del que habláis?

-¡Claro! Acercaos y oled.

Sarah siguió al anciano hacia la vasija y cogiendo un pequeño cuenco, oliendo el contenido.

-Romero, tomillo, salvia... pero no consigo distinguir el resto de hierbas. Si estuviese aquí mi amiga Clara...

-¿Clara? -preguntó el anciano.

-Sí, doña Clara, la esposa de don Diego de la Cueva. Vivió sus primeros años en un convento y está versada en el arte de las hierbas medicinales. Seguro que ella reconocería las hierbas que le habéis echado a esto.

-No os preocupéis, os aseguro que aprenderéis a elaborarla vos misma. No tengo a nadie a quien trasmitir todos mis saberes y en vista, del talento extraordinario que poseéis curando, os vendrá muy bien aprenderlos.

-No lo dudéis, Isaac. No tengo otra cosa que hacer. Os estoy muy agradecida por ayudarme de esta manera -respondió Sarah acongojada.

-Bueno, ahora no quiero que os pongáis triste de nuevo. ¡Vamos a cerrar! La noche se va a echar encima y es hora de que regresemos a casa si no queremos que Esther nos regañe al llegar.

Sarah supo que la esposa de Isaac era incapaz de regañarlo. Los días que Sarah llevaba con el matrimonio, sirvieron para descubrir el gran amor que sentían el uno por el otro después de tantos años de convivencia juntos. El respeto y la devoción que se profesaban, no había decaído con el tiempo.

-Nunca llegué a conocer a mi madre... -dijo Sarah de repente mientras caminaban.

-Lo sé. La pérdida de vuestra madre, sumió a vuestro padre en una profunda pena. Recuerdo, que las pocas veces que coincidimos, solo hablaba de vos. Abraham no habría conseguido superar la muerte de vuestra madre sin vuestra presencia a su lado. Fuisteis su única alegría de vivir.

A Sarah se le abnegaron los ojos de lágrimas que amenazaban con derramarse.

-Me temo, que me llevará bastante tiempo superar su ausencia. Cada noche revivo la pesadilla de su muerte y el calvario que sufrió mientras se quemaba. ¡No me deja descansar!

-No deberíais angustiaros de ese modo. Fue el destino el que lo quiso así -dijo Isaac intentando consolarla.

Sin mediar palabra, Sarah se echó a llorar a pesar de hallarse en plena calle.

-Es de noche y no nos ve nadie pero recordar hacerlo en casa. Allí podréis llorar y echar esa pena hacia fuera. Por si no os lo he dicho, no es bueno guardar tanto dolor dentro.

-Os lo prometí. Lo sé -dijo Sarah limpiándose las lágrimas del rostro.

Unos minutos después, llegaron al lugar y cerraron el portón con fuerza. Ambos se encaminaron hacia el hogar donde los esperaba un fuego caliente y la reconfortante presencia de la mujer de Isaac.


Sarah, Isaac y Esther, no se habían acostado todavía cuando unos insistentes golpes en la puerta los alertaron.

-¿Quién será a esta hora de la noche? -preguntó Isaac-. No os mováis de ahí, acudiré a abrir.

-Me pone nerviosa cada vez que alguien viene a estas horas. ¡Ten cuidado! -advirtió Esther a su esposo.

Sarah la miró pero al instante, desvió la mirada para comprobar como Isaac apenas abría un par de centímetros la puerta y hablaba con alguien entre susurros. Desde donde se hallaban, ambas no podían vislumbrar quién era la persona. Preocupadas, vieron como Isaac cerraba la puerta con cara descompuesta y les decía:

-¡Apresuraos! Esther, traed ropa de abrigo para Sarah y acompañadla hasta el almacén donde guardamos el aceite.

-¿Por qué? ¿Qué sucede? -preguntó Esther alarmada.

-Un grupo de caballeros armados, vienen hacia aquí.

-¿El Inquisidor? -gritó Sarah asustada sin poder contenerse.

-Todavía no lo sabemos a ciencia cierta, pero en media hora estarán dentro de la villa. ¡Corred! ¡No me habéis escuchado las dos! -gritó Isaac.

Ambas mujeres presas de los nervios se aventuraron a obedecer al hombre y cuando Sarah estuvo lo suficiente abrigada, salieron por la puerta mientras Isaac le advertía a su esposa:

-En cuanto la pongáis a salvo, quiero que entréis por la puerta de atrás. Y en caso de haber soldados aquí, no quiero que advirtáis de vuestra presencia.

-Haré lo que habéis dispuesto con Sarah, pero olvidaos de lo último que habéis dicho. Estaré a vuestro lado, queráis vos o no -respondió Esther con determinación.

-Si ocurriera lo peor... -advirtió Isaac.

-Ni se os ocurra pensarlo. Esperadme, porque regresaré enseguida. Y no presagiéis tan mal augurio. Nada va a suceder. Creo que estamos alarmándonos por nada.

La mirada de Sarah iba de uno a otro y mientras apresuradas abandonaban la casa, Sarah rezaba porque no fuese ella el motivo de la presencia de aquellos soldados allí.


Una hora después, Rodrigo se encontraba frente a dos judíos conversos. Una vez interrogado el alcalde de la villa, Rodrigo había conseguido hallar con la casa donde se suponía que se hallaba Sarah oculta, pero cuando sus hombres inspeccionaron el lugar, no había ningún rastro de la joven allí. Desesperado y perdiendo la paciencia, Rodrigo les advirtió con un tono serio y duro a los dos ancianos:

-Entorpecer a la justicia es un grave delito penado con la muerte, así que si no me dicen dónde se encuentra la muchacha, les aseguro que no volverán a ver un nuevo amanecer.

Isaac y Esther que permanecían cabizbajos pero en mortal silencio, se miraron horrorizados durante unos segundos y no hicieron falta más amenazas de aquel hombre para que ambos se pusieran de acuerdo. Sus vidas estaban en peligro si continuaban encubriendo a la joven Sarah.

-¡Señor! Pero, ¿qué mal ha hecho esa joven para que la persigáis de tal modo? -preguntó Isaac apelando a la conciencia de ese hombre-. La joven es buena, solo hace el bien entre las gentes de esta villa...

-¡Decidme dónde está! -acortó Rodrigo la distancia con el judío, cogiéndolo de la pechera y alzándolo un par de centímetros del suelo.

-¡Soltadme, por favor! ¡Os lo ruego! Os diré lo que deseáis saber... Está escondida en el almacén donde guardamos el aceite -contestó Isaac compungido.

Rodrigo inspiró con fuerza llenando de aire sus pulmones y sintió un leve regocijo en el alma ante la respuesta del hebreo. Sin embargo, soltándolo en el suelo, no retiró la mirada inquisitiva del judío.

-Si descubro que me habéis mentido, regresaré a por vos... -sentenció con dureza.

Y acto seguido, poniéndose el casco, Rodrigo salió del lugar, dejando a ambos ancianos desolados por haber tenido que traicionar y entregar a la joven Sarah.


Algo iba mal. Y de un modo terrible, Sarah lo sabía. Se le secó la boca mientras su corazón latía con estruendo. Por la cuesta empedrada podía escucharse el sonido producido por los cascos de los caballos de esos enemigos que portaban la cruz. Y cada vez, estaban más cerca. Un gemido de miedo salió de su garganta y Sarah, corrió en medio de la oscuridad para intentar ocultarse. Escondida entre enormes tinajas semienterradas en el suelo, fue incapaz de moverse o de hablar, paralizada de terror como estaba; solo podía morderse el puño para no dejar escapar un grito ahogado que pugnaba por salir de su pecho. Aquellos demonios de capas blancas la habían encontrado y como precio, reclamarían su vida.

Rodrigo, alcanzó el lugar donde se suponía que ella se ocultaba. Solo había una judía con habilidades curativas en aquellos contornos y tenía que ser Sarah, además por la descripción del matrimonio judío y del alcalde de la villa sobre la apariencia de la joven, reafirmaba que se trataba de la misma persona. No podía haber dos judías con el mismo nombre y que se dedicaran al arte de la curación. La imagen de su rostro, lo había torturado día y noche, y aquella puerta desvencijada que tenía enfrente de sí, no lo detendría de su propósito. Debía ser Sarah la que se hallase tras ese enorme portón.

Cuando Sarah escuchó el golpe seco y atronador de la puerta al derrumbarse, apretó los ojos con fuerza. Una enorme fiera negra se adentraba en el interior del lugar y avanzaba hasta la última tinaja donde se encontraba escondida, por puro instinto levantó la cabeza y los miró: bestia y soldado. Los reflejos de las velas que portaban los soldados que acompañaban a su señor y que se habían quedado en el exterior, iluminaban la imponente armadura del caballero cristiano cuyo espada levantada en alto, dando claro testimonio de su misión. Sin poder ver la cara de su ejecutor, Sarah cerró los ojos con fuerza y esperó el golpe certero que acabara con su vida.

El corazón de Rodrigo latía acelerado, contemplar el rostro de Sarah frente a él después de tanto tiempo, lo conmovió. La sangre corría por sus venas de forma desbocada. Sabía que la joven se hallaba asustada y que debía estar imaginándose lo peor, sobre todo porque no sabía que era él quién estaba detrás de esa armadura, pero antes de poder advertirla, debía bajarse del caballo, hazaña prácticamente imposible por como le temblaban las manos y las piernas.

Deslizándose despacio por el lomo del caballo, Rodrigo no retiró la mirada de la persona que tenía frente así. Apenas se podía vislumbrar el rostro de Sarah entre la oscuridad que imperaba en el lugar, pero los rasgos de su perfil eran inconfundibles. Dando un paso adelante y luego otro, terminó por acortar la distancia que los separaba. Unos largos y desgarradores segundos de silencio invadió el lugar mientras Rodrigo contemplaba el descontrolado temblor de la joven. Un quejido de desesperación salió de la garganta del soldado:

-¡Sarah!

Nota: Sé que saben a poco las letras de este capítulo, pero como una imagen vale más que mil palabras, os dejo un vídeo muy explicativo sobre Segura de la Sierra donde podréis contemplar tanto el entorno y el lugar donde se desarrolla la historia, el actual pueblo de Segura de la Sierra, así como un poco de la historia de su castillo. Espero que os guste y que sirva para situaros en el lugar físico de la historia. No dura más que unos breves minutos y pertenece a la web "Castillos y Fortalezas de Jaén". También os dejo algunas imágenes de Segura de la Sierra. Espero que os haya gustado este reencuentro y os espero en el siguiente capítulo. Un saludo muy fuerte y os deseo que tengáis una buena semana.

https://youtu.be/Utl4E4dLZns




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