Capítulo 20: Rey sin reino
¡Hermoso! Tan hermoso como prohibido, eso es lo que era la visión frente a él. En aquella ciudad submarina, ellos encontraron un refugio que funcionó durante todos esos años. Itachi observó el pequeño puente que conducía a la gran biblioteca. Sentado en él, un rey sin reino: Deidara. Sin demasiado que hacer y sabiendo que había vuelto a escaparse de sus clases, simplemente miraba la preciosa ciudad a sus pies.
Por un instante, Itachi desvió la mirada al cielo. Allí en las profundidades, todo tenía una oscuridad característica. El agua dejaba entrar poca luz y aunque la burbuja que protegía la ciudad les permitía respirar a todos, sabían que era artificial. Una ciudad construida por androides traidores para intentar evitar los radares de sus colonizadores. Itachi todavía recordaba el día que trajeron a ese crío y les pidieron que lo protegieran. Su país fue colonizado y nadie ayudó. Le recordaba tanto a él.
Caminó hasta el chico. Sólo era un adolescente testarudo pero tenía un encanto único, a veces le recordaba a su hermano y otras... era demasiado diferente a él. Itachi se sentó a su lado y apoyó las manos en el puente tras su espalda dejando así sus piernas colgando pero pudiendo mirar las alturas.
— Sé que te han mandado a ti para convencerme de que vuelva ahí dentro – dijo inmediatamente Deidara.
— ¿Me han mandado? – preguntó Itachi –. ¿Es que te has vuelto a escapar?
— No te hagas el idiota conmigo, sé que te han dicho que me busques para que vuelva a los estudios.
— No me han pedido nada – dijo Itachi sin más.
— Entonces... ¿qué haces aquí?
— Lo mismo que tú, supongo. Éste es mi lugar favorito en esta ciudad. El único puente que no tiene vallas y puedo sentarme en las alturas a ver la ciudad, los peces... las ballenas – señaló una que se movía cerca de la burbuja de aire que protegía la ciudad pero sin cruzarla.
Itachi mantuvo el silencio. Nunca fue un chico demasiado hablador, tampoco demasiado alegre, pero nadie podía culparle con las vivencias en su pasado. Deidara le observaba, sobre todo su brazo mecanizado. Itachi hablaba poco del tema y él lo único que sabía era que perdió el brazo en algún momento y le habían construido ése con restos de chatarra antes de que llegasen a ese paraíso submarino.
¡Era un androide! Todo el mundo decía eso, pero para Deidara, ese chico parecía tan humano... Si no fuera por el metal de su brazo que demostraba que esas palabras eran ciertas, jamás les habría creído.
— ¿Qué ocurre? – preguntó Itachi al ver que Deidara miraba su brazo.
— Nada, sólo... pensaba en que no pareces un androide.
— Me lo dicen a menudo – comentó Itachi sin darle demasiada importancia – nuestros creadores no quieren robots.
— ¿Y qué quieren? – preguntó Deidara por curiosidad.
— Obediencia absoluta y... que luzcamos lo más humanos posibles para camuflarnos entre la multitud de especies sin que sepan que somos androides. Así es como pueden infiltrarnos y recaudar más información o desajustar planetas a su conveniencia.
— ¿Así es como invadieron el mío? – preguntó Deidara.
Por un instante, Itachi mantuvo el silencio. El planeta de Deidara lo recordaba bien. Era un paraje natural precioso. Su pueblo tenía un don, uno único y mágico. La invasión a su planeta no fue mera coincidencia, Itachi lo sabía de sobra. Los Maikan, como los llamaban todos los que los conocían, era una raza terrible que invadía y esclavizaba. Se hicieron con muchos planetas y entre ellos... Kepler. De eso ya habían pasado demasiados años. Ahora, el precioso planeta de Hylian había caído.
— Era cuestión de tiempo que fueran a por vosotros – susurró Itachi – igual que es cuestión de tiempo que vayan a por otros según les convenga.
— Mi pueblo era pacífico – susurró Deidara. Apenas tenía dieciocho años y ya había visto a muchos de los suyos perecer en aquel ataque. Itachi le sacó de su planeta junto a otros androides traidores que intentaron acudir en ayuda, pero poco pudieron hacer. El número de androides enemigo era muy superior al de ellos.
— Pero tenéis un don – dijo Itachi – os comunicáis con la naturaleza de una forma que la gente diría que es magia. Creáis tormentas, sanáis a los seres vivos con sólo vuestras manos y vuestra concentración, hacéis crecer la vegetación... es... demasiado codicioso para una raza como los Maikan. Crear androides que tengan ese don sería muy ventajoso. Estoy seguro de que ése es su propósito.
— ¿Cómo los paramos? – preguntó Deidara.
Sólo algunos de su pueblo habían podido ser salvados y ahora, todos los rebeldes se escondían en esa ciudad.
Itachi miró de nuevo hacia Deidara. Llevaba unos meses allí, refugiándose como casi todos los que huían de los Maikan y otros colonizadores. Mirándose fijamente, provocó que Deidara se sonrojase un poco y desviase rápido la mirada de nuevo a la ciudad bajo sus pies. Itachi sonrió al verle. Ese chico era muy atractivo y aunque sentía algo por él, sabía de sobra que jamás podría haber nada entre ellos. Deidara crecería, se haría mayor, se enamoraría, tendría una vida normal y moriría, él no. Además, Deidara era el hijo del rey de los Kilyan aunque ahora su ciudad, Kiribow, había caído ante la colonización y su familia... había sigo asesinada para evitar las insurgencias. Al único al que pudieron salvar fue a ese chico que aún tenía en sus venas la descendencia de un posible futuro para su pueblo. ¿Un androide y un futuro rey? Eso sería una relación demasiado problemática. Jamás se daría el caso y por eso mismo, Itachi desvió la mirada.
¿Qué futuro le esperaba a él? Cuando pensaba en ello, sentía una soledad y tristeza sin igual. Jamás podría enamorarse, al menos no sería correspondido y, desde luego, su vida ya no suponía demasiada diferencia. Sólo veía morir a más gente y poco podía ayudar a cambiar las cosas. Si había seguido viviendo... sin desconectarse, sólo era por una persona...
— Sasuke – susurró Itachi al sentir algo extraño en su propio sistema.
Una alerta sonó enseguida. En su campo de visión, a la izquierda, salía el aviso. El ruido de la alarma se escuchaba en su oído. Nadie podía ver lo mismo que él, pero... Itachi se levantó con rapidez observando la alerta. La activó para verificar que era correcta y entonces, caminó hacia el final del puente.
— Itachi, ¿estás bien?
— Tengo algo importante que hacer. Deberías ir a la biblioteca.
— ¿Ocurre algo importante?
— Sí – sonrió Itachi – tengo que ir a buscar a alguien.
— ¿Alguien importante?
— Importante para mí, al menos. Es posible que tarde, así que pórtate bien mientras yo no esté.
***
Desde el asiento del piloto, Itachi comprobaba los interruptores para el despegue y funcionamiento correcto de la nave. Salir de una ciudad submarina nunca era fácil. La mecánica no iba bien en el agua, pero no quedaba más remedio para estar a salvo. A su lado, su tío le observaba en silencio.
— ¿Qué ocurre?
— No he dicho nada – susurró Madara.
— Pero piensas en algo.
— Sólo quería asegurarme. ¿Estás seguro de que es la alerta de Sasuke?
— ¿Crees que implanté mal la alerta? – preguntó Itachi casi incrédulo. Él no solía confundirse.
— No, pero... han pasado tantos años. ¿Por qué saltaría ahora?
— No lo sé. Quizá ha fallado alguna actualización o puede que no fuera a hacerla. Se lo preguntaré cuando le encuentre. Ahora mismo, lo único que sé es que si esa alerta ha saltado, es que está en peligro. Deben andar buscándole.
— Si no lo han actualizado y su parte humana empieza a salir a flote, te aseguro que ya es un traidor. No pararán hasta encontrarlo y formatearlo o destruirlo si es que el formateo fallase.
— Lo sé. Hay que sacarlo del radar cuanto antes.
— ¿Dónde se encuentra?
— En las cercanías de Kepler, un planeta no muy lejano.
— ¿Wasp-12b? – preguntó Madara.
— Sí. ¿Cómo lo sabías?
— Porque sus dos malditas lunas hacen casi imposible a los pilotos aterrizar en ella y su sol está demasiado cerca del planeta. Muchas criaturas no aguantan esas temperaturas. Si fuera un Maikan, habría mandado a algún androide a buscarlo, pero dudo que ellos aterricen en ese planeta. Sasuke debía saber que era un buen lugar donde refugiarse. Nos será casi imposible aterrizar en buen estado, lo bueno es que tenemos algo de tiempo hasta que ellos arreglen su nave, porque dudo que hayan aterrizado sin dañarla.
— Eso es cierto – susurró Itachi –.Si la actualización falló – susurró Itachi algo pensativo – y su parte humana está saliendo... necesitará no sólo un mecánico por si ha sufrido fallos, sino también alguien que entienda por lo que está pasando.
— Por eso le he dicho a Izuna que se preparase para venir. Es el mejor mecánico y asesor que puedo traer. Él fue el primero en sufrir ese brote de humanidad en nuestro grupo de traidores – sonrió Madara – entenderá bien por lo que va a pasar a partir de ahora. Debe estar al llegar.
— Le esperaré mientras compruebo todos los sistemas para el despegue.
Itachi dio a un par de interruptores más viendo las luces encenderse en la pantalla. Todo el sistema de la nave parecía estar bien, pero aun así, siguió comprobando el resto de los sistemas, incluido, la cámara de transportación.
— ¿Y qué hay con Deidara?
— ¿Qué tiene que haber? – preguntó Itachi.
— No lo sé, dímelo tú. Eres tú el que pone ojillos de tonto enamorado cuando le miras.
— Un androide no tiene sentimientos – susurró Itachi, aunque Madara sonrió.
— Ya... pero tú ya no eres un androide completo, como nadie aquí. Eres mitad humano y mitad máquina. Tu parte humana parece que siente algo por él.
— ¿Y? Es mera química, nada más. Él es un futuro rey de su pueblo cuando consigamos liberar su planeta y yo soy... un ser que verá a todos morir frente a sus ojos con el paso del tiempo y mitad máquina inservible. No puede haber nada entre nosotros.
— No vas a decírselo.
— Sería una pérdida de tiempo decirle algo así. Además, él acabará casándose con alguna buena mujer, teniendo descendencia y esas cosas. Tendrá que mantener la sangre para su pueblo.
— Pues él parece estar cómodo a tu lado.
— Creo que porque le salvé yo de aquella masacre en su planeta, pero sigue viendo en mí una parte mucho más humana de la que en realidad tengo. Cuando le veo mirar mi brazo... – miró Itachi su brazo grisáceo metálico – creo que es cuando se da cuenta de verdad de que jamás seré humano al cien por cien. No hay vuelta atrás para esto que nos hicieron.
— Es posible, pero tu parte humana, tu cerebro, está empezando a ganar a la máquina. Ya no obedeces ciegamente, ahora eres capaz de pensar, de sentir, de vivir... no eres lo que una vez fuiste.
— ¿Una máquina de matar? – sonrió Itachi – porque te recuerdo que eso es lo que fui. La mejor y más destructiva máquina de matar.
— Y ahora eres un pacifista de primera – sonrió Madara – excepto cuando hay que ir a por esos Maikan, lo cual nos viene bien.
En el andén, Izuna apareció frente a ellos llevando en su hombro una bolsa de herramientas y medicamentos. Saludó con la mano hacia la cabina y aunque no podía ver a los pilotos, supo que le habían visto. Izuna subió por la compuerta y le dio al interruptor cuando llegó al compartimento superior para cerrar herméticamente la nave. Ese viaje iba a ser movidito.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro