Angelica y Eliza caminaban tranquilamente por las calles de New York cuando la menor tuvo una idea.

—¿Tomamos un café?

Por otra parte, Alexander estaba emocionado. Nunca había tenido muchos amigos, y se sintió asombroso cuando John, Lafayette y Hercules empezaron una conversación con él.

—Creo que tus pantalones se ven asombrosos —¿en verdad le acababa de decir eso a Lafayette?

—Gracias —respondió el francés riendo.

Bueno, quizá solo era la euforia del momento.

—Y Laurens, me gustas mucho.

John se sonrojó. ¡Se había sonrojado por el comentario de Alexander!

Oh, no. Solo se había sonrojado porque no paraba de reír. La pequeña esperanza de Alex se vino abajo cuando se dio cuenta de eso.

—También me agradas, Alex.

Pero Hamilton no solo quería agradarle. Entonces se limitó a reír... ¿para ocultar su dolor?

Grande fue la sorpresa de los cuatro cuando Angelica y Eliza entraron al local cantando sus nombres como siempre.

—Olvídalo —hablo Angelica —, no es gracioso sin Peggy —le reprochó a su hermana.

La mirada de Elizabeth recorrió todo el local en cuanto escuchó esa risa. Era tan hermosa.

Y sus ojos se encontraron. Estaba indefensa.

Era el chico más guapo que había visto en toda su vida.

—¡Hola, chicas! —las saludó Laurens invitándolas a unirse a la conversación.

—Hola, pecas —saludó al mayor, llegando junto a todos los chicos con su hermana siguiéndola —. Uh, ¿quién es el nuevo?

—Mi nombre es Alexander Hamilton —sonrió.

—Soy Angelica Schuyler.

Y como por arte de magia, Alexander le había agradado de inmediato a Angelica.

—Yo soy Elizabeth Schuyler —dijo apenada la menor.

—¿Schuyler?

—Mi hermana —respondió Angelica al ver a Hamilton confundido.

—Oh, un placer —dijo Alexander.