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16.- Como que me gustas

John estaba en un dilema. Un gran dilema.

Apenas había descubierto los sentimientos que tenía por Hamilton.

Pero si le gustaba un hombre... ¿entonces era gay?

Bueno, no tenía nada de malo. Hércules era gay, y le gustaba Lafayette, y eso estaba bien.

Ser gay no entraba ni en las cinco primeras preocupaciones del pecoso.

En esos momentos, su mayor inquietud era descubrir cómo afrontar a Alexander y decirle lo que sentía por él.

—Quizá solo debería aparecerme dónde vive y decirle que me gusta —le dijo a Lafayette, quien estaba sentado enfrente del televisor a su lado.

Estaban los dos en su piso.

—No sabes dónde vive —le dijo el francés haciendo zapping y tomando un trago de su cerveza.

—Sí, sé dónde vive— aseguró, y Lafayette casi se atraganta con esa declaración.

—Ah —habló luego de toser un poco—, pues entonces hazlo. Total. ¿Qué podría salir mal?

Alexander dio un gran suspiro.

Después de haberle dado rosas y un poema ayer, Alexander había decidido que este sería el día en el que se le declararía a su mejor amigo, John Laurens.

Pero él quería que fuera épico. O bueno, quizá no tanto.

¿Y si John no le correspondía?

Si ese fuera el caso, definitivamente se iría a México.

Tomó su celular y marcó el número de Angelica.

—¿Bueno?

—¡Angelica! —gritó Alex entusiasmado.

—¡Alexander! —dijo con enojo a través del otro lado de la línea. —¡Son las tres de la mañana! ¿Qué demonios quieres?

¿En verdad eran las tres de la mañana? La última vez que Alexander vio el reloj de su casa, este apenas marcaba las once y media de la noche.

¿Qué había estado haciendo por tanto tiempo?

Todo ese tiempo solo una persona había estado rondando en su cabeza. Y era su mejor amigo.

—Yo, eh... Me gusta John —dijo con nerviosismo.

—...

—¿Angelica?

—Dime algo que no sepa —le respondió somnolienta y dando un bostezo al final de la oración.

—Bueno, necesito tu ayuda.

Al siguiente día, John no tardó mucho en despertarse. Tenía en claro que lo primero que haría en su día sería hablar con Alex en su casa, así que después de haberse dado una merecida ducha salió de su departamento.

Por su parte, Alexander no había podido pegar un ojo en toda la noche; Angelica había llegado por la mañana a su casa y estaba dispuesta a ayudarle.

Se habían pasado dos horas tratando de hornear un pastel para John. ¿Por qué no? Era más fácil que John aceptara algo si había comida de por medio... Ah, cierto. Ese era Hércules, no Laurens. Pero bueno, eso ahora no importaba. Y tenía hambre.

Estaban a punto de sacar el pastel del horno cuando el timbre de la casa sonó fuertemente.

Alexander fue a abrir. Deseó no haberlo hecho y palideció en cuanto vio a John parado en el umbral.

—¡Ah! John, hola. ¿Qué estás haciendo aquí? —dijo todo atropelladamente.

—Yo quería hablar contigo. ¿Cómo estás?  —contestó desviando la mirada.

Angelica, que podía escuchar las voces, salió por la puerta trasera de la casa. Lo que menos necesitaban ahora era un malentendido.

—Bien, yo estoy bien. ¿Y tú? —dijo rascándose la nuca. —¿Quieres pasar?

—No me gustaría quedarme afuera —bromeó tratando de aligerar el ambiente.

Los dos entraron a la casa y Alexander no tardó mucho en darse cuenta de la falta de presencia de su amiga. Luego se lo agradecería.

—¿Ya desayunaste?, ¿quieres tomar algo?

—No, estoy bien, gracias —le agradeció y se dejó caer en uno de los sillones.

Hamilton se sentó a su lado y apagó el televisor.

—¿De qué querías hablar? —le preguntó al menor.

John se estaba comenzando a arrepentir, era eso. Le daba miedo que dejaran de ser amigos por su culpa y por lo que le quería decir.

—Te quiero —soltó de repente.

Alexander volvió a respirar. No se había dado cuenta de que había contenido la respiración esperando a que Laurens le dijera algo.

—Ah, John. Yo también te quiero —le dijo sonriendo.

El pecoso se puso aún más nervioso, por su parte, Alexander encontró ese momento perfecto para... pues eso, declararse.

Pero John se adelantó.

—Pero no te quiero como se quieren los amigos —y se sonrojó violentamente.

—¿Qué? —todo pasó lentamente en ese momento. Alexander estaba shockeado. ¿Le gustaba a John? ¡Por dios, pero si le gustaba a su mejor amigo! —¡John! —tomó a su amigo de los hombros y lo sacudió sin poder contener su emoción —¡¿Estás hablando en serio, John?! —preguntó aún sin poder creérselo.

—Como que... —empezó a hablar aun completamente rojo —Como que me gustas, Alex.

—¡También me gustas John! —le dijo sin poder evitar llorar un poquito.

—¿Es ahora cuando nos besamos? —preguntó riendo nervioso John. No había notado lo feliz que estaba.

Antes de que algo más pasara un ruido sonó por toda la casa.

¡La alarma contra incendios!

Alexander soltó a John y abrió los ojos como platos.

—¡Mi pastel!

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