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Hogar


Los días en el campamento de los griegos iniciaban con el surgimiento del alba asomando desde el horizonte, pintando colores azules y rosados junto a las estrellas que aún permanecían en el cielo y se reflejaban en la inmensidad del océano juntándose en algún punto del infinito. El viento soplaba calmo contra las tiendas donde el ejército de los aqueos descansaba por las noches, cientos de hombres vestían sus armaduras y comían lo necesario para enfrentarse un día más contra los troyanos. Los gritos de guerra que proferían los hombres y el movimiento pesado de sus extremidades cubiertas de cobre hacían que volviese a la realidad cuando me olvidaba de ella en los brazos del Pélida, todo mientras él jugaba con gesto dulce con mis cabellos oscuros y yo ocultaba mi rostro en sus hebras doradas.

El aroma de Aquiles inundaba todo mi ser como también se impregnaba en el lecho donde yacíamos en nuestra tienda, antes que el amanecer y los enfrentamientos contra el enemigo lo apartaran de mi lado en aquel espacio que era solo nuestro. Sentí como Aquiles se removía a mi lado en un intento por despertar de su sueño, mi cabeza descansaba en su antebrazo derecho y su mano izquierda reposaba en mi cintura, atrayéndome a la calidez de su pecho.

Ya era una costumbre. Me levantaba y tomaba el tiempo que fuese necesario para apreciar una vista aún más maravillosa y reconfortante que el amanecer, donde los delicados parpados de Aquiles se abrían y recibían mi imagen y todo mi ser con un perezoso gesto marcado en su entrecejo y un aspecto caótico que nunca dejaba de tener un acabado perfecto.

Él sonreía cuando finalmente estaba consiente y con sus labios dejaba una suave caricia en mí boca en señal de buenos días.

Y aunque no estuviese a mi lado, realmente eran buenos días a causa de un detalle tan íntimo.

Seguíamos una rutina que a pesar de los años no dejaba de formar parte de nuestra relación. Ambos limpiábamos nuestros rostros y cuerpos con un paño húmedo y una vasija llena de agua. Nuestros movimientos por la tienda eran ágiles, ya estábamos familiarizados con nuestro alrededor. Tomé la armadura de Aquiles y me acerqué a él, quien estaba ya esperándome para ser enlistado para la batalla.

Quizá aquella era la costumbre más entrañable e incondicional entre nosotros. Aquella donde, entre caricias insistentes, le ayudaba a colocar la coraza en su pecho, tratando de hacerle llegar con mis dedos todos mis sentimientos a través de su piel blanca, rozando sus músculos con afición. También ajustaba las correas de cuero a su espalda, mientras dejaba besos pequeños en sus omóplatos. Aquiles permanecía inmóvil como una escultura impecable, pero cuando dirigía mi vista a su rostro encontraba sus ojos cerrados en una expresión placentera y en el silencio del lugar escuchaba como de entre sus labios salían pequeños suspiros que demostraban su bienestar.

Me arrodillé ante él y abrió sus ojos para dirigir toda su atención hacia mí. Coloqué las grebas en sus piernas, para proteger aquellas extremidades que le permitían saltar tan alto como lo desease por una fuerza divina o bailar con pies ligeros al son de la melodía dulce de un arpa. Para nosotros aquello nunca sería suficiente.

Me incorporé y nuestras miradas se conectaron cuando él ya estaba listo y armado para salir a luchar en nombre de su honor y su recuerdo permanente en la historia. La misma línea de sucesos para cualquier héroe, pero al menos esperaba que Aquiles tuviera aquel final feliz que me había prometido hace tantos años.

—Te veré al atardecer —Aquiles acercó su mano a mi rostro y acaricio mi pómulo derecho con extrema suavidad.

Era el momento de la despedida.

—Sólo regresa a salvo, por favor —dije en una miserable suplica.

—Sabes que siempre regresará a tu lado —su sonrisa era radiante y sus palabras eran seguras; confiaba en que volvería hoy, mañana y todos los días que hiciesen falta.

El día pasaba y las horas no eran nada más cosa del pasado conforme el sol se colocaba en lo alto del cielo hasta cuando estaba a punto de desaparecer en el horizonte. Resultaba casi absurdo preocuparme por Aquiles, pero la muerte no perdona a nadie por más sangre divina que corra por tu sangre.

Cuando las primeras estrellas aparecieron en el cielo, Aquiles llegó con ellas frente a nuestra tienda.

Al verle fue inevitable no correr hasta su lado, su aspecto era alarmante y todo su rostro y extremidades estaban cubiertas de sangre. Por supuesto, la sangre que no era suya sino de las vidas que había arrebatado hoy con su espada en el campo de batalla. No dejaba de preocuparme a pesar de saber que se encontraba bien y sin ninguna herida en su piel, pues sus ojos lucían vacíos y su semblante era de claro cansancio.

—¿Estás bien? —pregunté intranquilo, alcanzando su brazo para llamar su atención—. Estás cubierto de sangre. ¿Deberíamos...?

Él no me dejó terminar la pregunta cuando me envolvió en un desesperado abrazo. Podía sentirlo todo; el agobio que lo atormentaba, lo rápido de su respiración y un ligero temblor que recorría su cuerpo. Aquiles se sentía consumido, a punto de extinguirse entre mis brazos.

—Te extrañé —su voz era débil en mi oído. Sentía que en cualquier momento me quebraría yo también por su estado, pero permanecí sosteniéndole hasta que su respiración se volvió lenta y los latidos de su corazón eran suaves e iban en armonía con los míos.

Un solo sentimiento para dos personas.

—Yo también lo hice —besé sus labios y bebí del calor que estos emanaban. Era el sabor de la mismísima ambrosia: divino y dulce, solo para dioses. La sangre que ahora manchaba mi túnica era nuestra menor preocupación cuando, sin separar nuestros labios, entramos a nuestra tienda.

Nuestro hogar; donde estuviese Aquiles era el hogar al que pertenecía. 


  ☀️  


¡Hola!

¡Tendrían que haberme visto mientras escribía el one shot! ¿Les ha gustado?  

La verdad me inspiré para la última parte de un fanart super bello que encontré en Tumblr y ahora se los dejo en la multimedia cause that's love. 

¡Muchas gracias por leerlo! Espero lo disfruten, ¡porque yo re lo hice!





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