Juntos en familia
Quedarse casi ciego de un ojo no era lo que Rober tenía pensado cuando se despertó aquella mañana con la cabeza bullendo de planes, muchas gracias. Rober lanzó un quejido y se llevó la mano con la que sostenía la videocámara a la cara al tiempo que uno de aquellos malditos caramelos rebotaba contra su pecho y caía al suelo. Enseguida, una madre muy entusiasta con el pelo tintado de rojo se lo robó de delante de las narices como si se acercase el apocalipsis y sus hijos necesitaran azúcar para sobrevivir.
Ese puñetero paje lo había hecho adrede, joder.
¿Es que no podía coger un puñado de caramelos y apuntar al suelo como hacían todos los demás? Por lo visto no. Porque el muy cabrito había apuntado en su expresa dirección como si lo conociera y se la tuviera jurada por alguna razón desconocida.
En el portabebés que cruzaba el pecho de César, Daniela agitó los brazos y las piernas mientras emitía gritos y risas infantiles ajena a su inmenso dolor. Las mejillas de esta estaban tintadas de un rojo intenso. César, no mucho mejor que su hija, se tapaba la boca con la mano y apenas lograba sofocar una carcajada al tiempo que los ojos resplandecían con diversión.
Rober bufó mientras pestañeaba primero con un ojo, luego con el otro y al final con los dos a la vez.
—No tiene ninguna gracia. No sabes lo que escuece el jodido. ¿Y si llega a dejarme medio ciego? ¿Eh? ¿Entonces qué harías?
César puso los ojos en blanco. Aun así, salvó la distancia entre ellos. Mientras Daniela seguía pataleando al son la música de la carroza que acababa de cruzarse con ellos y hablando con efusividad en su propio idioma, César le sujetó el rostro y se lo inspeccionó con una leve sonrisa. Con cuidado, deslizó la yema del pulgar sobre el párpado inferior del ojo izquierdo.
—¿Estás bien?
Rober frunció las cejas sin despegar la vista de aquellos ojos color avellana que su hija no había heredado.
—Ah, primero te ríes y luego preguntas, ¿eh? Así no es como funciona este matrimonio. Voy a tener que pedirte que me devuelvas el anillo porque...
La risa de César murió contra sus labios. Cualquier otra queja que estuviera rondando la cabeza de Rober se esfumó en el aire. Las esquinas de los ojos de César se estrecharon en una sonrisa silenciosa.
—Da gracias a que tu hermano no estaba aquí para grabarte o lo habría convertido en un gif para recordártelo por siempre jamás.
Rober se apartó de golpe y le señaló con un dedo.
—Ni se te ocurra decirle nada a Toño o eres hombre muerto, ¿eh?
—Vale, vale, no diré nada. Pero, de verdad, amor, te estás tomando todo esto de la Cabalgata demasiado en serio. —Le acarició la mejilla con una ligera arruga en el entrecejo y una sonrisa tirante—. Relájate y pásatelo bien, ¿sí? Lo importante es que estemos todos juntos y que Dani se lo pase bien, ¿vale?
¿Qué tenía de malo querer que tu hija tuviera unos Reyes perfectos? Daniela solo iba a ser niña una vez en la vida. A saber cuánto tiempo les quedaría hasta que se cansara de venir a cosas como estas con sus padres. Aun así, Rober asintió a regañadientes. ¿Qué otra opción le quedaba cuando César se ponía así de lógico y racional?
—Vale. Pero vámonos de aquí, que la señora esa del pelo rojo me está poniendo de los nervios. No deja de meterse todo el rato delante del objetivo.
*
Después de moverse a otro punto de la calle, Rober sacó el gorrito rojo de lana que su madre había tejido para Daniela y se lo caló hasta más abajo de las orejas. La carita de pan quemado resaltaba más aún así. Los ojos negros, risueños e idénticos a los suyos, saltaron de un punto a otro como si no quisieran perderse detalle de lo que ocurría a su alrededor mientras agitaba los brazos. Rober le peinó el flequillo negro hacia un lado y compartió una sonrisa con César.
Su pequeño angelito se lo estaba pasando pipa.
No tardó en aparecer la carroza del Rey Melchor, y enseguida Rober tuvo en alto y dispuesta la videocámara para documentarlo todo. Se centró en grabar a César con la niña y, sobre todo, cada una de las expresiones de Daniela. También grabó los alrededores. El gentío no llegaba a ser tan cuantioso y agobiante como durante las Mascletàs en Fallas; sin embargo, era como ser una sardina más en una lata ya de por sí llena hasta los topes. Rober se aseguraba de tener cuidado de no pisar ni chocarse con los niños que correteaban a su alrededor mientras seguía con lo suyo.
Más de una vez César le pidió que dejara la cámara y disfrutase de la Cabalgata.
Todas y cada una de las veces, Rober le prometió que lo haría pronto.
Lo que César no comprendía es que quería tenerlo todo grabado para la posteridad. ¿Quién no querría capturar los mejores momentos familiares?
Cuando la carroza del Rey Melchor llegó a su altura, en esta ocasión ningún paje psicópata trató de matarlo a caramelazos. En su lugar, uno de ellos arrojó un trenecito de plástico verde que cayó cerca de sus pies. El hijo menor de Toño estaba obsesionado con todo lo que tuviera que ver con trenes, coches y camiones de un tiempo a esta parte. Qué mala pata había tenido el pobre de no poder acudir por culpa del trancazo que había pillado en la guardería.
Rober se agachó a cogerlo. Seguro que su sobrino se alegraría cuando se lo llevase dentro de un rato. No hubo ni cerrado los dedos en torno al juguete cuando alguien de uñas largas pintadas de forma alterna de rojo y verde se lo arrancó de las manos.
Literalmente.
—Pero qué... —Levantó la cabeza de golpe. Y ahí estaba otra vez la mujer del pelo rojo. Frunció el ceño—. Oiga, señora, ¿qué se cree que está haciendo? Ese tren es mío. Lo he cogido yo antes.
La mujer apenas pestañeó.
—Ah, ¿sí? Yo no veo tu nombre escrito por ningún lado, así que no es de nadie.
Pero ¡qué jeta que tenía la tía! Rober atrapó el juguete y tiró de él mientras bajaba la cámara.
—Si deja que saque el bolígrafo que tengo en el bolsillo interior de la chaqueta, ahora mismo le pongo mi nombre para ver si así le queda claro.
Ella también frunció el ceño. Durante unos segundos, se escudriñaron con la mirada. Ninguno de los dos dejó ir el trenecito. ¡Habrase visto! Lo de esa mujer no tenía nombre. Menudo descaro.
—¡Mamá! ¡Mamá! Tengo sed.
Un niño de unos seis años, que debía ser el hijo de la otra, corrió hacia esta, que ladeó la cabeza y aflojó un segundo el agarre. Rober torció una sonrisa. Aprovechando el momento de distracción, tiró y se lo arrebató de la mano.
Nunca le des la espalda a tu enemigo.
—Ups. Parece que al final sí es mío. Lo siento. O no.
La expresión de la mujer se ensombreció y los ojos de esta relampaguearon como prometiéndole que ahí no se acababa la cosa. Rober le dio la espalda y regresó con César, que lo observaba mientras meneaba la cabeza con un gesto resignado. Con todo, guardó el juguete en el bolso de la nena cuando se lo pidió y aceptó el beso de la victoria que le ofreció.
Tampoco se quejó cuando le pidió que se movieran de allí.
Era mejor si perdía de vista a su rival.
Rober continuó grabándolo todo. Desde que nació y sostuvo por primera vez a su angelito, se juró que la nena no se perdería nada. Estaba deseando que Daniela fuera un poco más mayor y pudiera disfrutar de las Fallas como buena valenciana que era. Por el momento, los ojos grandes y luminosos de Daniela lo devoraban todo con interés y curiosidad.
Era tan mona.
Hasta que llegaba la hora de cambiarle los pañales, darle de comer y conseguir que durmiera la siesta. Entonces no lo era tanto cuando berreaba con la cara roja y agitaba los puños en el aire como poseída. Al menos, hacía meses que dormía la noche de un tirón.
Qué alivio fue ese para su vida sexual con César.
La última carroza de aquella tarde ya oscurecida fue la de Baltasar. El favorito de su hija. Desde luego, Daniela tenía tan buen gusto como su padre. Aunque a él nunca le fascinaron tanto las Cabalgatas de Reyes, Rober tuvo siempre muy claro quién quería que le hubiera traído los regalos al día siguiente: Baltasar.
Su hermano era más de Melchor. Pero ¿qué se podía esperar de su hermano?
Hasta César se atrevió a confesarle hacía poco que su Rey Mago favorito siempre fue Gaspar. Y su cuñada Laura no era mucho mejor a los otros dos.
Lo dicho: Daniela había heredado el buen gusto de él y solo de él.
Por eso, Rober le metió prisa a César para que se acercasen a la valla de metal que separaba al gentío de la Cabalgata. Quería que Daniela lo viera y grabar la reacción para enseñársela después a sus padres y poder rememorarlo en años venideros. Hasta que César no levantó a la niña en vilo para que Baltasar pudiera verla mejor no cesó de darle codazos. Susodicho Rey Mago esbozó una gran sonrisa al verla y le mandó un guiño especial a su hija antes de pasar de largo.
Un empellón sorpresivo casi tiró a César y a la nena. Y la misma puñetera mujer de pelo rojo de antes gritó y agitó el brazo para que Baltasar le hiciera caso a su hijo.
Rober se tensó.
—¡Mira bien lo que haces! ¡Casi tiras a mi marido y a mi hija!
Una vez más, la mujer le dedicó una mirada soslayada displicente.
—Todavía te queda mucho que aprender, novato.
Y Rober estalló. Quizá no debería haberla llamado de todo delante de oídos infantiles, pero, joder, ¿y si Daniela se hubiera caído al suelo y abierto la cabeza? Lo que no tuvo en cuenta era que el resto de mujeres alrededor se meterían en el asunto.
O que se pondrían de parte de la mujer de pelo rojo.
O que César tendría que llevárselo a rastras del brazo para que la discusión no pasara a mayores.
*
Tumbado sobre la cama de su antiguo dormitorio en la casa de sus padres, Rober se cubría el rostro con el antebrazo. De fondo, las carcajadas de sus padres, Toño y Laura reverberaban por toda la casa. Las mejillas de Rober volvieron a quemar y una bola de fuego se instaló en su estómago. ¡Qué vergüenza! Ni siquiera recordaba que la videocámara siguiera grabando. Y ahora los demás estaban escuchándolo todo.
Le había arruinado el día a su hija.
Y había quedado como un gilipollas delante de su marido.
La puerta del cuarto se abrió. Poco después, el colchón de la cama se hundió y unos labios que reconocería en cualquier lado acariciaron la mejilla.
—¿Aún estás así?
Rober asintió con la garganta cerrada.
—Lo siento muchísimo. Yo solo quería que fuera un día perfecto e inolvidable y...
César suspiró.
—¿Por qué no te das cuenta de una vez que el día ha sido perfecto de por sí porque estábamos los tres juntos? Sé que quieres que Daniela pueda recordar todo esto cuando sea mayor, pero lo que más le importará es saber que sus padres estaban ahí con ella y que la quieren a rabiar. Para que el día sea inolvidable solo teníamos que estar juntos en familia, amor.
Despacio, Rober retiró el brazo y ladeó la cabeza.
—¿De verdad lo crees? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Ha sido perfecto?
César le dedicó una sonrisa suave mientras perfilaba su mandíbula con un dedo.
—¿Contigo y con Daniela? Siempre.
Y lo besó.
Si quieres saber más sobre los personajes que aquí salen, tienen su propia historia que podéis encontrar en mi perfil. Se llama "Nadie más que tú" y transcurre unos 6 años antes de esta historia. Allí, podréis leer sobre ellos, su relación y algo de su pasado. Tengo planeado escribir una segunda parte sobre la vida de casados y como padres de Rober y César, pero todavía me falta concretar muchas cosas, así que no sé cuándo podréis leerla y tampoco quiero arriesgarme a prometer mucho más que esto XD
Por último, agradecería que me dejarais vuestras impresiones. Son mi único sustento aquí en Wattpad y me animan a seguir escribiendo y compartiendo mis historias con vosotros :) Así que, por favor, consideradlo.
Y, nada, muchísimas gracias por pasaros y leer :)
~Janova
Si queréis leer más información sobre la Cabalgata de Reyes, os dejo un enlace en los comentarios de este párrafo. Cualquier duda con lo que sea, preguntadme sin dudarlo :D
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro