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Marzo de 1939:
En Berlín, a muchos kilómetros del campo de refugiados, un chico rubio, alto y con ojos azules, llamado Edel, empezaba una etapa de su vida que sería toda una aventura. Hasta ese momento había vivido con sus padres en una casa adosada en Berlín, disfrutaba de una vida acomodada, pues su padre era funcionario del gobierno. Toda su infancia había estado rodeado de comodidades, nunca le faltó nada. Lo único que podía lamentar era que tenía un padre demasiado estricto, autoritario e inflexible.
Tenía 17 años cuando empezó todo, mi vida había sido tranquila hasta entonces. Nacido en Berlín el 5 de diciembre de 1922.En el año en que comenzaba a gestarse la segunda guerra mundial yo ya tenía 14 años, leía los periódicos y me daba cuenta de que aquella locura acabaría mal. Lo hablaba en casa con mi padre, pero ambos teníamos posturas encontradas.
—Padre, ¿de verdad crees que pactar con italia va a ser bueno para Alemania? —pregunté un día tras leer el periódico.
—Hijo, debemos unir fuerzas contra el comunismo soviético —comentaba él con total seguridad.
—Las ideas del régimen son muy radicales —manifesté, mientras repasaba los titulares— Italia está invadiendo otros países y nos van a arrastrar con ellos a una guerra.
—No te preocupes, Edel, Alemania no se va a meter en un conflicto. Tú eres muy joven e influenciable todavía, cuando crezcas te darás cuenta de que estás equivocado —sentenció mi padre, dando por terminada nuestra conversación.
Pasaron los años y la situación se complicaba cada día más. Mi padre era funcionario del gobierno y estaba siempre inmerso en su trabajo. Hasta el punto de que en verano, mi madre y yo nos marchábamos a Alliers, mientras mi padre se quedaba en Berlín trabajando. En aquella pequeña población de Francia teníamos una segunda residencia que había pertenecido a mis abuelos maternos. Mi bisabuela era francesa y tenía una casita pequeña en las afueras del pueblo. En 1937 y 1938, a pesar de que la guerra se estaba gestando, mi padre nos envió allí en verano. Yo la llamaba con cariño la casita blanca.
—Quiero que cuides de tu madre, Edel —ordenó el último año que fuimos juntos, en verano de 1938.
—Siempre lo hago, padre —respondí. Aunque en realidad lo que me gustaba era salir con mis amigos y pasarlo bien.
—La situación mundial es muy inestable, los tiempos que corren son complicados. Quiero que me prometas que ante cualquier imprevisto regresarás de inmediato con tu madre a casa —exigió mientras me señalaba amenazador.
—No te preocupes, padre. Si la situación se complica volveremos los dos —le aseguré, tendiéndole mi mano para despedirme.
—Te estás convirtiendo en un hombre —señaló, mientras me dedicaba una de sus escasas sonrisas—. Estoy orgulloso de ti.
—Gracias, no le defraudaré —repuse dándole un fuerte apretón.
Me gustaba ir sólo con mi madre porque me dejaba salir y merodear a mi antojo. Me encantaba bañarme en el río, a veces, incluso íbamos a la playa mi madre y yo. Allí tenía amigos franceses con los que pasaba las tardes en el único bar del pueblo, jugando a cartas. Mi francés era bastante aceptable, ya que lo estudiaba en la escuela y lo practicaba con mi madre cuando estábamos solos. Así que nos entendíamos a la perfección. Después del verano volvíamos con mi padre.
En marzo de 1939 estaba tranquilo en casa, estudiando y haciendo trabajos de la escuela, cuando llegó mi padre del trabajo. Me llamó a su despacho: una habitación grande que tenía una mesa de caoba con un sillón de espaldas a la ventana y dos sillas de piel al otro lado. En una de las paredes había una gran estantería donde guardaba sus libros. Nunca me hacía entrar a su despacho, de hecho, tenía prohibido acceder a él sin su permiso. Cuando entré me hizo un gesto con su mano y me acomodé en una de las sillas, esperé callado que me explicara el motivo de su citación. Cuando era tan formal me daba un poco de miedo, tenía un carácter muy fuerte, era muy inflexible. Sacó una carta de su escritorio con un membrete oficial y me la entregó.
—Ha llegado esta carta para ti, hijo —señaló con voz preocupada.
—¿Es una carta oficial? —pregunté pese a haber leído el membrete— viene a nombre suyo, padre.
—Pero lo que dicen en ella te incumbe a ti, Edel—añadió de forma enigmática.
—Está bien. —acepté la carta de manos de mi padre y leí con calma.
Señor Klaus Heissenflower :
En estos momentos de esplendor para nuestra nación, debemos contribuir todos a la grandeza de la gran Alemania. Participar en la contienda para luchar contra los enemigos extranjeros, expulsar a los judíos del territorio alemán y enfrentar el comunismo soviético debe ser un gran honor para su familia.
Por este motivo le instamos a que su hijo se aliste en las juventudes de Hitler, se forme como soldado y , alcanzada la edad de dieciocho años, acceda al ejército y luche por su país.
Cuando acabé de leer la carta, miré a mi padre a los ojos.
—¿Qué quieres que haga padre? —pregunté tratando de descifrar su mirada.
Él me observó fijamente y me respondió con voz autoritaria.
—Hijo, no creo que estés preparado para enfrentarte a una guerra —espetó señalándome con su dedo índice— además, no comparto y creo que tú tampoco, algunas de las ideas del führer —añadió sorprendiéndome.
—Haré lo que me digas, padre—contesté con respeto.
—Si tú quieres participar en esta contienda no te detendré, pero espero que tu sentido común te haga ver que tengo razón—dictaminó, dejando por una vez la puerta abierta a mis propias decisiones.
—Como sabe, no comparto los ideales de Hitler —expliqué— yo soy pacifista, no me gusta la guerra y creo que matar a gente inocente no está bien —justifiqué—. Por ese motivo prefiero no ir a la guerra. Si es posible solucionarlo me gustaría librarme de ir a las juventudes de Hitler.
—¿Estás seguro de esto, hijo? —volvió a preguntarme, para asegurarse de mi posición.
—Estoy seguro. pero no sé cómo podría afectarnos a todos esta decisión —expuse preocupado.
—No te preocupes de eso, yo me ocuparé —añadió con un gesto condescendiente.
Alistarse en las juventudes de Hitler era algo que casi todos los jóvenes alemanes deseaban más que nada. Pero en mi caso, la influencia de mi madre hacía que viese la situación de manera diferente. Ella siempre había sido una mujer tolerante, que trataba a todas las personas con el mismo respeto, con independencia de su posición económica o religión.
—Si no supone un prejuicio muy grande para nuestra situación, no quisiera ir a la guerra —planteé dejando a mi padre un pequeño margen de decisión.
—Está bien, intentaré arreglarlo para que no tengas que alistarte —declaró sacando unos papeles de su escritorio— De momento sigue acudiendo a la escuela y yo me ocuparé del resto. Cuando tenga todo preparado te comunicaré mi plan y lo llevaremos a cabo —sentenció, dando por finalizada la conversación.
La semana siguiente fue de incertidumbre. Seguía acudiendo a la escuela, donde todos mis amigos, que ya habían recibido la carta, pensaban alistarse enseguida. Lo cierto era que la mayoría de ellos compartían la ideología racista de Hitler. Yo era la excepción, pero no lo podía ir pregonando pues era peligroso. Oponerse al Führer era casi como ponerse una soga al cuello.
—Edel, ¿Cuándo te alistarás en el ejército? Nosotros iremos esta tarde, ¡ven con nosotros! ¡Expulsaremos a todos los sucios judíos de Alemania! — comentaba uno de mis amigos de la escuela, exaltado.
—Estoy esperando la decisión de mi padre. Creo que quiere que espere a cumplir los dieciocho años, no se fía de mí —me justifiqué, riendo para engañarle— En cuanto tenga su permiso me alistaré como vosotros.
—¡Tienes que convencerlo, Edel!—me animaba uno de ellos, golpeando mi espalda como si fuéramos camaradas de guerra.
Lo que ellos no sabían era que ni siquiera tenía intención de alistarme.
Con la excusa de mi supuesta inmadurez, no revelaba mis ideas contrarias al régimen, dejándome un poco de tiempo para pensar en una salida. Ellos se reían de mí, e incluso alguno me compadecía, mientras yo quedaba libre de toda sospecha.
Una semana más tarde, mi padre me volvió a llamar al despacho y supe que ya había tomado una decisión sobre mi futuro. Mi madre no podía tomar parte en mi educación porque mi padre no la dejaba. Ella estaba sometida a él en muchos sentidos. Eso me llenaba de rabia hacia él, pero no podía hacer nada al respecto.
Sentir que mi futuro dependía de la decisión que hubiera tomado mi padre me ponía nervioso. ¿Qué habría decidido? No podía siquiera imaginarlo ya que la situación era muy complicada. ¿Habría logrado encontrar alguna manera de poder librarme de asistir a las Juventudes de Hitler? Y si era así, ¿Sería de mi agrado el plan que había trazado?
Todas la preguntas se agolpaban en mi cabeza cuando me acerqué a su despacho, di dos golpes en la puerta y abrí.
—Buenas tardes, padre —saludé al entrar.
—Pasa, hijo. Tengo noticias para ti. —Sentado en su silla, con una pipa en la boca, mi padre me hizo pasar con un ademán de la mano.
Observé que la estancia estaba atestada de humo y el escritorio lleno de papeles desperdigados por la mesa. Esto era algo muy inusual en él, siempre mantenía un pulcro orden en todas sus cosas. Lo noté nervioso, cuando habló lo hizo sin mirarme a los ojos y deduje, por su actitud, que lo que tenía que decirme no sería de mi agrado. Pero me equivocaba. De hecho, era lo que yo hubiese escogido de haber podido elegir:
—Edel, he tomado una decisión —comenzó afianzando el poder que mantenía sobre mí— Antes de que acabe el trimestre te irás a Alliers de vacaciones y permanecerás allí hasta nuevo aviso—espetó, mientras removía unas hojas de su mesa—. Tu madre no te acompañará, pues sería extraño que se marchase a estas alturas del año —expuso mostrando las palmas de sus manos.
—Lo entiendo, padre. No se preocupe —comenté mirándole a los ojos.
—Esta vez irás tú solo y no podrás regresar hasta que yo te lo diga —me explicó muy serio.
—¿Es seguro lo que estamos haciendo? —pregunté inquieto.
—No te voy a engañar, estamos jugando con fuego, así que haz el favor de comportarte —me ordenó—. Tu madre y yo estamos en peligro.
—¿Qué podría pasar si nos descubren? —inquirí con un nudo en mi estómago.
—Si se descubre que estás intentando eludir el ingreso en el ejército no dudarán en aplicarnos un castigo ejemplar —explicó sin tapujos— De momento podremos justificar tu partida por problemas en los bienes inmuebles que tenemos en Alliers —señaló con tranquilidad.
—¿Hasta cuándo tendré que quedarme allí? —inquirí para hacerme una idea.
—No lo sé, hasta que no encuentre otra solución no podrás regresar. —declaró dando por terminada la conversación.
Me levanté de la silla y estreché su mano, suspiré aliviado al descubrir que la decisión de mi padre era mejor de lo que yo había imaginado. En Alliers conocía a muchas personas. Sin tener obligaciones de estudios sería como estar de vacaciones. Lo único que me preocupaba era la seguridad de mi familia, de mi madre más que nada. Hubiera preferido que viniese conmigo, pero estaba seguro de que mi padre tenía sus razones para que no pudiese acompañarme, y yo no podía hacer nada al respecto.
—Gracias, padre, estaré en Alliers hasta que me avises de que puedo volver —afirmé, seguro de mí mismo.
Estar solo en la casita blanca de Francia podría ser divertido, mis amigos y yo nos íbamos a divertir muchísimo. Salí del despacho con una sonrisa de oreja a oreja. No me podría despedir de mis amigos de Berlín, pero la verdad es que tampoco me importaba demasiado.
Los siguientes días los dediqué a prepararme para el viaje, me llevé todo lo que creí que podía necesitar, tres maletas repletas, ropa, algunos discos... Iba a pasar muchas horas de viaje solo en el autobús, así que me llevé libros para leer durante el trayecto, pues el viaje era largo y estaba acostumbrado a tener la compañía de mi madre.
Me di cuenta de que ella se quedaba preocupada por mí y no entendía que tuviera que marcharme solo.
—¿Vas a estar bien allí solo? —me preguntó decenas de veces aquella semana.
—Sí, mamá, no te preocupes, soy responsable —intentaba tranquilizarla.
Había insistido a mi padre para que la dejara venir conmigo sin éxito. Tenía la sensación de que no quería quedarse sola con él en casa.
En Alliers vivía de forma permanente una pareja mayor que cuidaba la casa en invierno, se llamaban Rose y Pierre, eran un matrimonio. Mis padres les escribieron una carta para anunciarles que iba a ir a pasar una temporada solo y que tendrían que prepararme la casa y cuidar que no me faltara nada.
—Ni que fuera un niño— pensé en voz alta.
Aunque si lo meditaba bien era cierto que necesitaba a alguien que cocinase y limpiara la casa: Yo no sabía hacer nada de eso. Sólo esperaba que Rose y Pierre no estuviesen vigilándome todo el día para después ir a contarle lo que hacía a mi padre. De todas formas estaba seguro de que me los ganaría y no tendría problemas con ellos, al fin y al cabo me conocían desde que era pequeño.
El lunes 3 de abril de 1939, salí de mi casa en Berlín y me dirigí a la estación de autobuses. Me acompañaba sólo mi madre, pues mi padre ya se había despedido de mí la noche anterior. Busqué el autobús que debía tomar y le di un abrazo.
—Adiós mamá, cuídate —murmuré a su oído.
—¡Ten mucho cuidado, hijo! —respondió apretando sus brazos entorno a mí.
—Estaré bien, no te preocupes, te escribiré cada semana —la tranquilicé, retirando de su rostro gruesas lágrimas.
—Si tu padre me da permiso iré a verte, ten cuidado y recuerda lo que te dijo tu padre: No vuelvas hasta que no te lo diga él —repuso en tono grave.
—Tranquila, mamá, seguro que nos veremos pronto —respondí, separándome de ella para subir al autobús.
Me acomodé en el lado de la ventanilla, en una de las últimas filas de asientos del autobús. Desde allí, podía verla llorando en la estación, la saludé con la mano y vi cómo se alejaba antes de que partiese.
Me esperaban más de dieciséis horas de camino, con paradas regulares cada cuatro horas, tendría tiempo de leer, dormir, aburrirme y pensar en mi futuro.
Junto a mí viajaban otras personas, algunas de ellas bajaban en pueblos por los que pasábamos antes de llegar a Alliers, entre ellas, viajaba un chico que se sentaba a mi lado. También iba solo y, tras pasar tres horas leyendo, estuvimos hablando un rato.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó al regresar de uno de los descansos del viaje.
—Soy Edel, ¿y tú? —pregunté con curiosidad.
—Yo me llamo Ethan —repondió enseguida, iniciando una conversación un tanto extraña— voy a Francia de vacaciones —explicó sin venir a cuento— concretamente me quedaré en Alliers. ¿Viajas solo?
—Sí —indiqué, a pesar de que era obvio que nadie venía conmigo—. Igual que tú, yo voy a Alliers, también de vacaciones —maticé.
Aquel chico despertó mi curiosidad.
—¿Te han enviado la carta de las juventudes Hitlerianas? — inquirió de pronto, sorprendiéndome. No sabía qué responder.
Lo miré a los ojos preguntándome qué podría contarle y qué era mejor callar. Por un momento vi miedo en sus ojos, me pareció que podía confiar en él pero, por precaución, desconfié de esa percepción y le mentí.
—No sé de qué carta hablas, esta mañana he salido de casa y no había recibido nada —repuse mientras bajaba la vista a mi libro para no mirarlo a los ojos.
—Yo tampoco la he recibido —dijo en voz baja— me la ha enseñado un compañero de clase que sí la había recibido.
—Yo no tengo noticias de ninguna carta —afirmé de nuevo— ¿Qué estás estudiando? — pregunté para cambiar el tema.
—Hasta hace poco estudiaba ingeniería naval, pero lo he dejado este año —expuso mirando hacia el paisaje, con una mirada extraña.
Me pareció sospechoso que dejase los estudios así de pronto, tal y como estaba la situación en Alemania. No parecía mala persona pero algo ocultaba. Tenía una ligera idea de lo que era, pero prefería hacerme el tonto. Yo también tenía un secreto.
—¿Dónde vas a pasar las vacaciones?— le pregunté por curiosidad.
—Voy a casa de mi tío. Estaré una temporada. Si quieres podemos vernos por el pueblo —sugirió con cautela.
—Me parece genial, Ethan —agradecí— voy a estar solo, mis amigos irán a estudiar y no podré reunirme con ellos. No hay mucho que hacer por el pueblo, pero podemos ir a jugar a las cartas o dar una vuelta —propuse con sinceridad, pues aunque sabía que no me había dicho toda la verdad, ese chico me caía bien.
—La verdad es que hace mucho que no voy por Alliers y casi no conozco a mi tío. Me vendrá muy bien salir contigo —afirmó, mientras ambos sellábamos una amistad duradera.
Pasamos gran parte de la jornada hablando de lo que haríamos el tiempo que estuviéramos allí. Pensamos en ir al río, en jugar a las cartas y cientos de ideas más. Ganamos confianza, pero no tanta como para que me contase su secreto... Aunque intuía que se trataba de su condición de judío.
Lo cierto era que, aunque se tratara de lo que yo pensaba, no me importaba lo más mínimo.
En una de las paradas para comer, compartimos lo que yo llevaba porque a él ya no le quedaba nada.
—Mi madre me puso comida en la mochila para tres personas. ¿Quieres uno de los bocadillos? —ofrecí al ver cómo me miraba.
—Gracias, Edel, en el último momento creo que me dejé una bolsa con comida en casa —justificó él.
—No te preocupes, yo tengo de sobras para los dos —comenté riendo mientras le ofrecía un bocadillo.
—Esto te convierte en mi mejor amigo en estos momentos —señaló riendo— estoy hambriento.
Ambos reímos y compartimos anécdotas graciosas de nuestra vida durante todo el trayecto, hasta que, por fin, llegamos a Alliers.
Era medianoche y no habíamos avisado ni a Rose ni a Pierre de cuándo iba a llegar con exactitud porque no quería llamar la atención. Todo estaba oscuro, pero conocía muy bien el pueblo y desde la estación pude orientarme para llegar a casa. A Ethan estaban esperándole. Supuse que era su tío que le había venido a buscar a la estación.
—Me ha gustado haber compartido este viaje contigo —comenté una vez fuera del autobús.
—A mí también, hemos tenido suerte de coincidir, sin ti se me habría hecho eterno el camino —respondió tendiéndome su mano.
—Nos encontraremos por el pueblo estos días —saludé con un apretón de manos.
Salimos de la estación, somnolientos y cansados: ellos se fueron por un lado mientras yo iba en dirección contraria con mis tres maletas.
Llegué a la casita blanca y entré sin hacer ruido, dejé las maletas en el salón y subí a mi habitación en silencio: No quería molestar a Rose y Pierre que ya debían estar durmiendo.
Cuando se despertaran se sorprenderían de verme allí. Aunque la vida me iba a deparar una gran sorpresa a mí también...
En este capítulo conocemos a nuevos personajes que formarán parte de la historia... ¿Qué ocurrirá? ¿qué les deparará el futuro a estos chicos? No os perdáis el próximo capítulo...
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